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En este trabajo nos proponemos pensar las relaciones que se dan entre grupos
subalternos organizados políticamente y las formas de representación y promoción
cultural con las que se relacionan. Más precisamente, el diálogo que se produce entre,
en nuestro caso específico, sectores migrantes, grupos militantes piqueteros y
audiovisuales militantes. El objetivo es ver la forma en la que se convive con el estigma
y las maneras en las que se lo confronta.
También intentamos dar cuenta de la complejidad existente en la dialéctica cultural,
incluyendo los dispositivos de enunciación social como uno de los modos medulares en la
constitución de la representación identitaria. Es decir, los problemas, las complejidades y
resistencias que surgen en los gestos de promoción cultural (de Certeau, 1999; Rodríguez,
2007) cuando se intenta decir al otro pero ese otro, a su vez, dice algo más. Cuestiones
imbricadas con las problemáticas de la mediación pero, y sobre todo, con las formas de
representación de las clases populares en su doble sentido: como instancia política
institucionalizada y como un signo materializado en alguna superficie textual inserta en la
matriz de producción de sentido de la industria cultural (o dialogando con ella
conflictivamente y desde posiciones desfavorables).
En este punto queremos analizar la complejidad de la institución de un discurso
propio, la toma de la palabra (de Certeau, 1996b). Dar (y tomar) la palabra no implica
simplemente el acto decimonónico de la escritura, sino también los modos de
relacionarse con y apropiarse de diferentes medios de comunicación y las formas y
repertorios de la práctica política: puede realizarse desde otras formas de enunciación
tales como el audiovisual militante o los boletines y videos por Internet, pero también
desde el piquete y la asamblea. En este juego de mediaciones pretendemos situar
nuestro trabajo, “pues es en los intersticios del poder en donde los sujetos constituyen su
existencia” (Ginzburg, 1995). Por eso, entendemos necesario ver la complejidad de
relaciones de poder y compartimos con Alabarces la necesidad de “nombrar –volver a
nombrar– la dominación” (2004: 29), destacando que la misma se produce dentro de
condiciones objetivas, tales como lo son las leyes y estructuras de propiedad, y de
poderosos dispositivos de subjetivación tales como los medios masivos y, dentro de
ellos, su producción de relatos.
Ello nos lleva a interrogarnos sobre las distancias entre los productores culturales, las
instituciones políticas y los grupos que son objeto de representación; en el marco del
estudio de procesos de constitución de lo político desde la experiencia cotidiana.
Luego de la crisis del 2002 se produjo un cambio en las relaciones de los sujetos
migrantes con la sociedad receptora. Un reacomodamiento en el campo de interlocución
1
El período tomado como recorte temporal es anterior a la inclusión de Barrios de Pie en el proyecto
político del actual gobierno, lo cual implica grandes diferencias en cuanto a los lineamientos del propio
partido y a los acuerdos políticos y programáticos que se elaboraban con distintos grupos de audiovisual
militante. Una continuación de este trabajo en la investigación de Mauro Vázquez toma en cuenta los
desplazamientos políticos arriba descriptos.
(Segato, 1998). Ocurrió que los relatos hegemónicos sobre los inmigrantes sufrieron un
resquebrajamiento. Esto provocó, como señala Grimson, que
Así, según este autor, durante esta etapa (2001-2003) se produjo una suspensión de
las formas de xenofobia hacia los sujetos migrantes de países limítrofes, las cuales
implicaban también el fortalecimiento, desde la trama cultural, de la explotación laboral
de esos sujetos y la justificación de los altos índices de desocupación. Ahora bien, esta
adecuación del discurso político y mediático fue producto, entre otros factores, de las
acciones y disputas de los movimientos sociales, que supieron aprovechar el momento
de crisis. Los acontecimientos de diciembre de 2001 no fueron "tan sólo un
cuestionamiento a un grupo de funcionarios e instituciones políticas. El derrumbe
alcanzó también a los medios de comunicación y a su rol como constructores de
certidumbres y creencias”.3 Según el informe de la Asociación Mundial de Diarios
(WAN), los diarios argentinos perdieron el 23 % de su circulación en el año 2001. Eso
implicó que la caída más pronunciada de diarios en todo el mundo, entre 1997 y 2001,
se produjera en la Argentina, con un retroceso del 35,8%.4
Si, como plantea Jelín, los ”nuevos procesos históricos producen modificaciones en
los marcos interpretativos para la comprensión de la experiencia pasada“ (Jelin
2002:15), esto pudo observarse en el avance de ciertos sectores sociales sobre los
medios de comunicación. Los sectores piqueteros y los trabajadores que ocuparon
fábricas aprovecharon y capitalizaron la oportunidad, influyendo así en las
representaciones que sobre sí misma realiza la sociedad a través de los relatos
producidos por los medios masivos de comunicación. Analizar las prácticas de
resistencia de grupos migrantes implica, entonces, dar cuenta también de su relación con
los grupos de protesta de la sociedad receptora: cómo se relacionan con ellos, cómo se
2
Es el caso de Yuri Fernández, uno de los principales referentes de la lucha de la fábrica recuperada
Brukman.
3
www.lavaca.org “Ojo con los medios”
4
Ibíd.
insertan en la historia y actualidad de los movimientos, cómo los utilizan u operan sobre
ellas. Así, las identidades y experiencias de los grupos migrantes deben ser analizadas a
la luz de la relación con las prácticas y representaciones de los grupos políticos de la
sociedad receptora, pero también con el horizonte de los discursos hegemónicos que la
sociedad presenta sobre esos migrantes.
Mediaciones audiovisuales
5
Según la definición elaborada por Solanas y Getino el cine militante es asumido como una herramienta
“instrumento, complemento o apoyatura de una determinada política, y de las organizaciones que la
lleven a cabo al margen de la diversidad de objetivos que procure: contrainformar, desarrollar niveles de
conciencia, agitar, formar cuadros, etc.” (1973:179.). La definición elaborada por Cine de la Base refiere
a un tipo de actividad cultural que implica una intervención política concreta y la instrumentalidad de los
textos producidos. Se toma aquí sólo como orientación de la actividad de los actuales realizadores. Para
ampliar ver Tal (2005) y Mestman (1995, 2001).
politicidad cotidiana para luego politizarlas con vías a la consecución de recursos
materiales concretos.
El grupo de mujeres con el que trabajamos intenta negociar con la sociedad desde su
doble posición subalterna de piqueteras y bolivianas y discutir sobre qué es ser un/a
trabajador/a y qué es el trabajo en la sociedad argentina actual. Aquí es donde cobran
importancia algunas de las narrativas sobre el trabajo elaboradas desde el discurso
audiovisual militante, tales como Sin patrón, o Control Obrero, acerca de la toma y
puesta en funcionamiento de la textil Brukman por parte de sus trabajadores y
trabajadoras, muchas de ellas de origen boliviano. Frente al trato negativo que reciben
de los sectores oficiales de representación de la clase trabajadora (sindicatos, medios
masivos, etc.), es en el ámbito de las organizaciones piqueteras y en los relatos
audiovisuales militantes donde estas mujeres encuentran una interpelación de sus
reclamos. Inscribir a través de los relatos audiovisuales esa lucha y esa disputa en la
genealogía de la demanda que forma parte del movimiento obrero desde sus orígenes, es
una de las maneras de fortalecer la identidad del grupo.
El documental militante cumple un rol fundamental en cuanto a cómo se dialoga y
disputa el sentido de la propia existencia con las formas hegemónicas de representar y
significar la experiencia que circulan a través de los medios de la industria cultural
como matriz de producción de relatos performadores de creencias y valores. Desde el
audiovisual militante se despliegan así estrategias de visibilidad, tanto de forma interna
como hacia "la sociedad". Estos relatos militantes sobre mujeres, étnicamente
segregadas y piqueteras, las politizan; politizan sus cuerpos en lucha, las hacen
militantes, y ellas a su vez retoman ese gesto, esa marca. Ésta es la forma de trabajo que
ciertos grupos de video y comunicación popular o acción directa tales como Cine
Insurgente, Boedo Films, Alavío y Wayruro, realizan con distintos grupos de protesta,
sin articulación vertical ni pertenencia partidaria. En ellos puede encontrarse la
intención de que el sujeto filmado sea quien narre su experiencia de organización y, en
algunos casos, muestra cómo esa organización se halla fuertemente enraizada con la
vida cotidiana. Más aún, estos grupos a través de su experimentación con el audiovisual
permiten reponer en el plano formal, a través de cuestiones técnicas tales como
encuadres, montajes y puestas en escena, ciertos elementos estéticos propios de los
sujetos populares representados.
Uno de los elementos importantes es observar cómo la producción de audiovisuales
contribuye a la cimentación y establecimiento de una identidad dentro del propio grupo.
Los relatos audiovisuales aportan elementos capaces de cohesionar y fortalecer los lazos
de una organización y ofrecer una identidad hacia el exterior. Tal fue el caso de los
distintos documentales realizados sobre la toma de la textil Brukman por los grupos
Boedo films y Contraimagen. Pero es aún más interesante: muchos de los trabajadores
de esa empresa son migrantes bolivianos6 y en su relato hacia el afuera de la fábrica se
enunciaban como trabajadores, locus donde se articulaba la significación de la lucha. En
los audiovisuales también los actores migrantes se desmarcaban de sus identidades
étnicas para participar en la lucha como clase obrera. Otra cosa sucede cuando se
elaboran relatos audiovisuales sobre luchas territoriales tales como El Rostro de la
Dignidad o Diablo, Famila y Propiedad. En ambas la explotación que sufren los
protagonistas es al mismo tiempo una forma de segregación debido a sus condiciones
étnicas. Lo mismo sucede en Piqueteras, donde una de las entrevistadas refiere a su piel
oscura como una de las causas por las que es discriminada.
Esta instancia de circulación de los relatos audiovisuales realiza dos operaciones de
manera conjunta. Elabora un discurso propio, en donde es posible reflexionar sobre la
propia práctica y transmitir valores y creencias válidas para el grupo, y al mismo tiempo
desnaturaliza los discursos que sobre el grupo circulan en los medios. En el caso de los
videos realizados por Boedo Film y Contraimagen, para promover la lucha de Brukman
es interesante observar cómo ceden la cámara a los trabajadores y trabajadoras en lucha;
así, a través de sus relatos pero también desde sus propios puntos de vista, se
reconstruye uno de los desalojos y la posterior resistencia. Ylos realizadores no
renuncian a su propia mirada: a través del montaje incluyen su propia voz junto a la de
los protagonistas.
Otra cuestión es la consecución de solidaridades y transmisión de experiencias entre
sectores y grupos de protesta de similares características, a través del relato audiovisual.
Aquí también cobra una particular importancia la elaboración estética, entendida como
la forma de reponer las condiciones de existencia y las maneras de concebir el mundo
de los sujetos que narran sus luchas, en tanto desde ellas se produce la empatía y la
interpelación de aquellos que ven los audiovisuales. En ambos, la práctica de la
militancia audiovisual no se agota en la instancia de producción y elaboración textual
sino que también implica formas particulares de distribución y proyección. Incluso los
6
Los trabajadores de esa textil son costureros, oficio generalmente realizado en condiciones de
sobreexplotación y que suele ser asociado étnicamente con los inmigrantes bolivianos. Siguiendo a
Wallerstein se puede señalar que se trata de una “etnificación de la fuerza de trabajo”, es decir, un modo
de establecer “jerarquías de profesiones y remuneraciones” que, con el fin de la reproducción del capital,
le asigna a un sector de la sociedad los peores sueldos y trabajos (1991: 56).
lugares en donde se proyectan los videos cumplen una función militante. Y, finalmente,
un tercer estadío es la elaboración de una obra, un relato, desde el cual la organización o
el grupo se presenta hacia la sociedad.
Un ejemplo de estas tres instancias puede encontrarse en la obra El rostro de la
dignidad, memoria del MTD de Solano, realizada por Alavío desde su militancia en los
MTD (Movimiento de Trabajadores Desocupados). Tiene la particularidad de que la
edición final, así como muchas de las anteriores a ella, se aprobó en asamblea y fue
incluida dentro de la trama de la película. Esta práctica logra así poner de manifiesto las
formas y procesos particulares a través de los cuales investigador y sujetos "contruyen"
la narración (Arruti, 1997). El Rostro de la Dignidad tuvo tres momentos distintos de
producción según el objetivo político específico que tuviera. En primer lugar, filmar el
espacio, el lugar donde se realizaría un corte de ruta. El pedido fue realizado por los
compañeros de seguridad para poder "visualizar con los miembros del corte". En
segundo lugar, la evaluación del propio corte (cómo resultó, qué se hizo bien y qué mal,
mostrárselos a otros integrantes de la organización para explicarles). Y tercero, lo que
sería la "expresión pública del movimiento", el momento en que el film sale del circuito
de exhibición en organizaciones y movimientos de lucha y se lo exhibe hacia afuera.
A través del relato de Alavio se montan y editan estas memorias y las pequeñas
historias confluyen en una sola voz: la voz del MTD de Solano, que decide en asamblea
cómo debe terminar la película de la cual están siendo parte. Las voces y los cuerpos
que la película muestra encarnan una experiencia de lucha. A través de las distintas
voces el realizador da cuenta de que este sujeto popular no es resultado del azar ni del
destino sino el producto de una larga experiencia de organización.
La película comienza con una interpelación directa a la posición de espectador y a su
facultad de mirar: “Mire la calle, cómo puede ser usted indiferente a ese gran río de
huesos, a ese gran río de sangre, a ese gran río” (Nicolás Guillén). Luego de este texto
los realizadores dan voz a un sujeto colectivo: “a ver, a ver, quien dirige la batuta, el
pueblo unido o el gobierno hijo de puta”. En ese momento la cámara se sitúa ante los
piqueteros encapuchados que avanzan; luego los muestra en el reflejo del vidrio de un
bar para finalizar narrándolos desde un titular de Crónica: “miles de piqueteros llegan
hoy al centro porteño”. Finalmente muestra a los piqueteros viéndose a sí mismos a
través de un televisor. Así, los realizadores plantean la construcción vicaria de la
experiencia, desde el desdoblamiento de marcos de imagen: lo que el espectador ve que
los piqueteros son en los medios de comunicación no es lo que ellos aprueban como
representación sobre sí mismos, que se halla en otros lugares y otras imágenes que las
que el espectador cotidianamente recibe. El planteo constante de la película es la
deconstrucción de la imagen que los sectores medios tienen sobre los piqueteros y una
continua interpelación que los protagonistas del documental hacen a quienes los miran.
Podríamos pensar así la existencia de distintas matrices discursivas y distintos
sistemas de creencias y prácticas políticas que se ponen en juego en la elaboración de un
relato audiovisual militante. Una discursividad tramada por lo cotidiano y otra
acentuada en lo militante, más cercana a la racionalidad moderna, proveniente de las
formas de politización propias de los grupos políticos. Allí hay distintas acentuaciones
(en el sentido de Volosinov, 1976). Distintos elementos que se vuelven centrales al
contar y transmitir una historia. Y acaso uno de los desafíos de la promoción cultural
desde el audiovisual sea la promoción y validación de los valores del grupo, siendo para
ello necesario descubrir la forma de representar esa visión del mundo.
En primer lugar, entonces, se encuentran las formas y los modos que asume la
articulación de los grupos con los diferentes movimientos sociales. Las formas en las
que se promocionan las luchas son inseparables del modo en que estos realizadores
entienden el acercamiento, la relación o la mediación con los actores representados, así
como también de los modos de exhibición y producción de los films. Esa mediación,
esa distancia que implica la realización audiovisual, no debe intentar borrarse. Y más
allá de la politización de los contenidos (en cuanto representar un sujeto popular
politizado) y de la forma, hay un gesto de politización hacia adentro: en la producción,
organización y exhibición. En las prácticas de producción y exhibición también se juega
la pertinencia del término militancia como así también el juego de mediaciones.
El punto central radica en saber que esta mediación es parte del proceso de
constitución de la identidad, y sea a través de los relatos mediáticos o bien en el
enfrentamiento con ellos desde una organización política o una serie de contrarelatos
audiovisuales, existe toda una multiplicidad de narraciones situadas desde distintas
formas legítimas, o apropiaciones y subversiones de estas formas de enunciación que
constituyen la argamasa de la identidad. Como sostiene Melucci (1994), estas acciones
no deben considerarse como efectos de precondiciones estructurales o como expresión
de valores y creencias pre-existentes a ellas, sino como inversiones que redefinen, en
términos cognitivos, el campo de posibilidades y límites percibidos que activan el
sentido del "estar juntos" o la nueva identidad colectiva. En la creación de esta nueva
identidad, que es en muchos casos el rescate y rearticulación de significantes ya
existentes
Entre la nota de color y la asociación con una supuesta condición de esclavitud, esa
resistencia es representada por los medios, en una operación donde la etnia se
transforma en estigma. Es en este complicado diálogo dentro de dispositivos de
enunciación insertos en la industria cultural (que entendemos como una matriz
simbólica y material de producción de sentidos) que se suceden las diferentes estrategias
7
Está línea de trabajo surge de la producción de un viejo paper (2004), por siempre en prensa, realizado
por Dodaro, Rodriguez y Salerno.
de invocación recíproca entre los medios como actor político y los movimientos
sociales. Como señala Rodríguez:
Los medios capturan aquello de la acción colectiva que pretende provocar una
ruptura en el espacio massmediático. Sea esta política o estética (…) se trata,
entonces, de una ruptura: sólo que en las acciones políticas populares la ruptura
pretende llamar la atención de los dispositivos de representación, y en el caso de
los medios se trata de procesos de identificación de lo noticiable y de una
operación de captura (2007: Chequear página).
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Dos de los videos, “Escrache de la UTC a las grandes marcas” y “Cheeky, la moda del trabajo esclavo -
escrache de la UTC”, se construyen con el montaje paralelo del relato de trabajadoras y trabajadores
costureros y la parodia de un desfile de modas, en uno, y una performance teatral, en el otro.
9
Aunque en este par se avizora un silencio: el del género. Gran parte de los actores de estos relatos
audiovisuales son mujeres, costureras, ante las cuales no se construye una representación en lucha. Cosa
que sí ocurría, con Obreras sin patrón o Piqueteras, en la anterior etapa, aunque, por el contrario, sin una
marca étnica.
solamente las autoridades quienes reconozcan su carácter de trabajadores sino también
la sociedad, sus vecinos y el resto de los trabajadores. Siguiendo a Thompson, se puede
señalar que la clase no es algo ya dado de antemano sino que se hace a partir del
conflicto, de la lucha en base a unas experiencias de explotación compartidas: "la clase
y la conciencia de clase son siempre las últimas, no las primeras, fases del proceso real
histórico" (1979: 37).
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En los primeros días del mes de octubre de 2003 comienzan a darse una serie de manifestaciones en
Bolivia, especialmente en La Paz, en oposición a la venta de gas a través de Chile y en contra de la
represión del gobierno de Gonzalo Sánchez de Losada. Finalmente, a partir del día 9 de octubre se
intensifica la represión del Estado, que culmina con un saldo de 76 manifestantes asesinados por las
fuerzas de seguridad y con la renuncia del presidente.
No sé, será porque uno no tiene bastante posibilidad de ir a anunciar en
televisión y en la radio, poner carteles, diciendo, pidiendo, a toda la colectividad
boliviana que vaya a marchar porque mataron a tal. No hay nada de eso. No se ve.
Este lugar (el comedor) es como que te saca del ambiente donde estás en tu casa
con todos los problemas. Y vas a las marchas. En las marchas es como que te
despejás. Es como que tenés esa libertad de reír, de hablar, de mirar a otra persona.
Esa es la libertad también que tenés para ir a la marcha.
Lo lúdico de esta visión permite a estos cuerpos ser respetados, gozar de lo público,
la risa, la charla, el mirar, el cantar, el caminar. Pero la militancia es ajena a estas
acciones. La exceden. La militancia es el espacio de la lista de las presentes y de la
escucha. Lo lúdico remite a lo que se hace con la marcha, con lo que permite hacia
adentro: cuando se refiere al género (la charla entre mujeres) o a la nación (el estar
juntas en la calle frente al grito de “bolivianas de mierda”). Cuando el cuerpo no es
militante habla, ríe, mira, se deja mirar, canta, salta, insulta a la policía, se viste, llora.
Cuando se es militante el cuerpo se dispersa (las coordinadoras suelen protestar por el
desbande de las madres apenas llegadas al lugar), escucha, se vuelve pasivo. Existe una
doble percepción, si se quiere, de lo que es ser parte de una organización política: la
nativa, de estas mujeres, y la que viene desde arriba, desde el grupo piquetero. O, como
señala Segato, un double voicing, en cuanto el sujeto subalterno
en un mismo enunciado manifiesta que reconoce y se inclina frente a la
presencia del mundo circundante, totalizado y hegemonizado por la moral
dominante, pero (…) ese enunciado esconde y vela una voz que, aun acatando ese
léxico, introduce su corrosiva marca de duda, de ‘mal práctica, de
insubordinación’”(2003: 244).
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Siguiendo a Bhabha, el concepto de doble implica que “la hibridez aterroriza a la autoridad con el
ardid del reconocimiento, su mimetismo, su burla (...) hacen enigmáticos los significantes de autoridad
de un modo que es ‘menos que uno y doble’. Cambian sus condiciones de reconocimiento a la vez que
mantienen su visibilidad; introducen una falta que luego es representada como una duplicación de
mimetismo" (2002: 148).
manera puntúan las prácticas culturales de la sociedad receptora, dando pauta de la
existencia de "un modelo ‘cultural’ diferente" (1999: 222). Así, entre marchas y
piquetes, en la calle se discute el estigma.
Hay dos modos de articular la acción en el comedor, dos maneras de asumir ese
espacio, que se construye político y público, del comedor: la que habla de la facilidad
del diálogo y la que insiste, dentro de esa palabra etnicizada, con el silencio, la palabra
"mal" utilizada, el idioma. Hablamos aquí de los modos múltiples de construir esa
experiencia.
En principio, el lugar desde donde estas mujeres construyen y viven sus políticas
habla de una situación de "diáspora". Para Pacheco de Oliveira, siguiendo a Clifford,
este término da cuenta de esos contextos "en que un individuo elabora su identidad
personal en base al sentimiento de estar dividido entre dos lealtades contradictorias, la
de su tierra de origen (home) y la del lugar donde está actualmente, donde vive y
construye su inserción social" (1999: 29). Aquí surge ese momento contradictorio a
partir del cual muchas de estas mujeres expresan ese ida y vuelta entre ser paisana y no,
ser como ellas o no, donde aparece una escisión del sujeto que marca una doble
pertenencia: "al ocupar dos lugares a la vez, el sujeto colonial despersonalizado y
dislocado puede volverse un objeto incalculable, muy literalmente difícil de ubicar"
(Bhabha, 2002: 84). Una agencia política construida en ese contexto implica esta
complejidad de la subjetividad de los actores: donde se vuelve "difícil de ubicar" la
experiencia de estas mujeres marcadas entre la constante marcación/desmarcación
(Escolar, 2000) de la identidad de algunas y el silencio de otras.
Acá, precisamente, el que encuentra dificultades para ubicar, situar, disponer de esa
experiencia (en el sentido que le da Thompson, 1989) es el actor de esa promoción
cultural, el promotor, el grupo piquetero. Y es el comedor como instancia política el que
complejiza la situación, fomenta esa dificultad: pone en escena la diferencia a través del
valor del cuerpo y la voz, de la acción y el lenguaje. El silencio no es entre ellas sino
hacia afuera, hacia quien viene a promover esas prácticas de resistencia. Pero, ¿qué
significa ese silencio? ¿De qué da cuenta? Si el eje de esta controversia es la
comunicación, el manejo público de determinada acción, la relación con el otro, el
silencio no pasa a ser una mera cuestión moral, represiva. También es el índice de una
distancia, de un desacuerdo: "no hablan mucho en las reuniones porque le faltaría la
expresión más que todo. Hablás pero no hablás las palabras correctas, un poquito
cambiadas. Lo que yo veo de las mamis para mí es así", aclara Miroslava. La distancia
que marca este miedo es el de cambiar las palabras, no decirlas correctamente. Un
silencio que, al ocurrir en las reuniones y las asambleas, habla del no decir
correctamente las palabras de la práctica política. El silencio que aparece entre la
agencia militante y la propia experiencia de dominación y explotación: entre lo que se
debe decir y lo que finalmente (no) se dice.
Pero también en el lenguaje se apuesta a algo más. Así, dos principales sentidos se le
pueden atribuir en este espacio: uno identitario y otro operativo. Es en ese cruce que el
lenguaje usa la nación de diferentes maneras. En primer lugar, como lugar de la
etnicización: aunque el idioma sea el quechua o el aymará, en la forma dialógica de la
etnicización se convierten en los articuladores de esa nueva bolivianidad. Pero el
lenguaje tiene también una dimensión operativa: como instancia no sólo de
identificación nacional sino también como modo de resistencia. "Acá las escuchás
mucho hablar en aymará y en quechua. Todo el tiempo. Acá mismo, en las reuniones. Y
yo les grito y las reto: ‘no, así no hablen que yo no entiendo’. Y lo usan para putearme
por lo bajo, como yo no las entiendo", cuenta Cristina, una de las coordinadoras. El
idioma, en este caso, no es un elemento de museo (artificio del pluralismo que se
convierte en un objeto pasivo de intercambio cultural: una muestra inmóvil de la cultura
boliviana), sino que se vuelve el motor de una acción subversiva. Una acción subversiva
(in)comunicativa que se vuelve pertinente en el momento y espacio político que hace
del lenguaje dominante, el español, el artificio legítimo de intercambio y comunicación.
Si en el comedor el español es el idioma de la política (en tanto lugar reglado –espacial
y temporalmente– por el grupo piquetero), el quechua y el aymará aparecen como los
lenguajes del silencio y el murmullo que subvierten el orden político y simbólico
dominante. Lo que desacomoda la regla y los símbolos de lo político.
Ese momento de politización se produce cuando esta instancia de discusión de lo
femenino se articula con la práctica cotidiana en el comedor: el punto en el cual estas
diferencias, entredichos y malentendidos culturales empiezan a dar cuenta de una
disputa por el sentido de lo que es ser, no simplemente una mujer, sino una mujer en
lucha (y en una doble o triple lucha: frente a la sociedad receptora, frente a la
dominación de género y respecto a la explotación de clase). Las mujeres que asumen
más activamente el trabajo en el comedor se identifican desde y frente al ser paisana
respecto de una característica que le atribuyen a sus compatriotas: el ser cerrada. Pero
esa narración que describe a la paisana como cerrada se actualiza en el ámbito político
del comedor: pasa a ser también el eje que marca qué es lo político para el grupo
piquetero y para estas mujeres. Cuando el hecho de hablar o no, de hacerlo mejor o no,
forma parte del propio lugar desde donde construyen su(s) política(s). Y que registra la
distancia que va de la imagen de lo político que tiene el grupo piquetero (y sus espacios,
tiempos, modos, lenguajes) y la práctica política de las mujeres: realizada en otro país,
entre dos lenguajes y dentro de una organización política de la sociedad receptora.
En la reunión aparece esta distancia (la de no hablar "las palabras correctas, un
poquito cambiadas"), que no es más que un relacionarse con la palabra ajena que marca
una distancia irrepresentable por el grupo piquetero. Una distancia que remite a lo
étnico y al género en cuanto implica la politización de otras cuestiones. En el
desplazamiento de estos significantes, de estas palabras cambiadas, se asoma un sujeto
que, a la vez de su participación política dentro de Barrios de Pie, construye una
politización ambivalente (a la vez afuera y adentro: en la palabra cambiada, en el
silencio de la reunión, y en el lenguaje subversivo) respecto de los espacios reglados por
este grupo. Que va elaborando su lenguaje político a medias entre el quechua o el
aymará y el español; entre el silencio y lo que se dice de otra manera; en ese vaivén
entre la vergüenza y la palabra. Este lenguaje (político) hegemónico se ve así alterado
por esta palabra (o silencio) que se convierte, para el espacio, el lenguaje y la agenda
política dominante del grupo de la sociedad receptora, en un "objeto incalculable".
Conclusiones
Hay aquí dos modos institucionales de representar, de dar forma al mundo, con los
cuales se relacionan estos grupos: el hegemónico (de los medios, aparatos judiciales, el
Estado, etc.) y el de los partidos políticos y agrupaciones piqueteras, que no dejan de ser
un otro (para los grupos subalternos) con cierto capital. Entre esas mediaciones
podemos rastrear los modos de articulación de las políticas de identidad y ciudadanía de
estos grupos migrantes. Sobre esto Segato sostiene que en el contexto de la historia
argentina los grupos minoritarios
Si bien, como señala Grimson, en el siglo XX esas disputas han "utilizado un código
político", en las últimas décadas esa "matriz de cultura política parece comenzar a
articularse actualmente con otras, más vinculadas a las políticas de identidad" (2001:
51). Precisamente, entre esas dos matrices, en ese cruce, es que se instaura un proceso
de organización política de estos grupos. Donde las políticas de identidad permiten
articular las demandas de ciudadanía y política; donde la referencia a un origen común,
migrante, se articula con su participación en la discusión pública y política. Ahora bien,
los campos de interlocución de los que habla Segato están hechos de materia, formas de
propiedad y modos de hacer y usar los dispositivos de enunciación y recepción. Y para
disputar en estos campos debe producirse una acción de promoción cultural (de un
grupo étnico dominado). Así, Rodríguez señala que
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En este momento se revisa el concepto en relación a los modos de articulación política, las temáticas
trabajadas, las retóricas o dimensiones formales, las relaciones con el Estado y los modos de
organización de los grupos de los 60 y 70 y los actuales realizadores. Ver Campo, Dodaro y Vázquez
(2005).
La cultura no es algo inherentemente político. Cantar una balada de amor
bretona, montar una exposición de arte afroamericano o declararse lesbiana no son
cosas ni perpetua ni inherentemente políticas, se vuelven políticas sólo bajo
condiciones históricas específicas, normalmente de tipo desagradables (…) cuando
están trabadas en un proceso de dominación y resistencia, o sea, cuando una serie
de asuntos, que en otras circunstancias serían inofensivos, se transforman, por una
u otra razón, en un terreno de lucha. (Eagleton, 2001:181-182).