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Lo cierto es que, desde que el mundo es mundo, a los niños – como a las mujeres –
les tocó la peor parte, ya que el concepto de niñez protegida es realmente muy
reciente.
La historia nos muestra que la niñez, desde siempre, fue avasallada y sus derechos conculcados
o ignorados, temas que a veces desde la actividad física el deporte y la recreación, se ven como
lejanos.
La lista de padecimientos que les fueron y aun les son infligidos a los niños es interminable,
además de ser cruel y escabrosa y cuantas veces pasa cerca nuestro la posibilidad de ayudar y no
nos damos cuenta.
Desinterés y abandono, miseria e ignorancia colaboraron para sostener este estado de cosas,
además de pautas culturales permisivas o decididamente crueles, por lo menos vistas desde
nuestro punto de vista latinoamericano con fuerte raíz europea.
Es bueno puntualizar ahora éste, nuestro particular enfoque argentino, porque las pautas de
cultura en materia de política infantil son sumamente distintas si nos referimos a razas o
religiones diversas, y esto es válido aun dentro de nuestro continente americano puesto que, por
ejemplo, no se considera de la misma forma a la niñez en la Argentina que en el Brasil.
Para bien o para mal - muchas veces para mal - cada país del mundo adopta y sostiene su
particular visión sobre la infancia y por correlación, sobre la violencia infantil.
En Inglaterra, cuna de la mayoría de los derechos humanos, los menores son civil y penalmente
imputables a partir de los 10 años.
Y esto tomó estado público a nivel mundial cuando hace poco tiempo, dos menores de 10 años,
secuestraron en un shopping a un niño de 2 años, y luego de torturarlo con extremo sadismo, le
quitaron la vida. Los niños asesinos fueron condenados judicialmente como si fuesen adultos y
además recibieron la repulsa social de los ciudadanos, quienes aun hoy se oponen a la libertad
condicional con que los victimarios fueron beneficiados.
En Brasil por otra parte, los niños, a partir de los 8 años de edad son considerados trabajadores
legales y realizan aportes para su futura jubilación.
Al otro lado del mundo, en la India, los niños en verdaderas hordas, mendigan por las calles y
literalmente viven a la intemperie en tanto que las familias más indigentes llegan a mutilar a uno
de sus hijos, generalmente el menor, para que se arrastre, provoque más compasión y obtenga
mayores limosnas.
En Etiopía, la desastrosa miseria hace que los niños mueran de inanición por miles, cada día.
Todos hemos visto con horror, en la televisión, a esos niños flaquísimos, casi esqueléticos, con
sus vientres hinchados por el hambre y sus ojos enormemente abiertos al espanto y la
desesperanza.
Y también todos recordaremos esa impresionante escena – ahora un clásico del periodismo –
que mostraba a una niña vietnamita corriendo desnuda, para huir de su casa que volaba por los
aires durante un bombardeo.
Y por casa ¿como andamos?. En la Argentina, mi patria, las cosas no llegan a tales extremos,
pero la situación de abandono, mendicidad y delincuencia infantil, lamentablemente está en
franco crecimiento. Y esto a pesar de los esfuerzos – reales o declamados – de las autoridades de
turno, a lo largo de varias décadas.
Aquí también la política fue pendular. En un extremo del arco del péndulo podemos recordar al
plan “los únicos privilegiados son los niños” que impuso el entonces presidente Perón, quien
ubicaba a los niños – por lo menos en teoría - como primera prioridad nacional.
En el otro lado del péndulo podemos considerar la lamentable realidad actual, con padres que no
se ocupan de sus hijos, con deficientes planes educativos, con insuficientes o inexistentes
proyectos de contención, con creciente mendicidad, drogadicción, violencia y delincuencia.
En los Estados Unidos – país del que generalmente se supone que está exento de
estos problemas – la delincuencia infantil en niños por debajo de los 17 años, aumentó
casi quince veces en tan sólo cuatro años, entre 1993 y 1997.
Pero fuera de estos casos extremos, los pedagogos, psicólogos y sociólogos se siguen
preguntando si, en realidad, los niños – en estado puro y sin in influencias externas –
son realmente inocentes. Lo que nos lleva una vez más a considerar judicialmente si
los niños son o no son imputables, y si su supuesta inocencia natural, los hace
incapaces para cometer delitos.
Como ya hemos visto, cada país y cada grupo cultural sostiene sus propias ideas
sobre el tema y, por ahora, es impensable pretender una unificación global.
Esta teoría fue global y tácitamente aceptada, lo cual virtualmente liberó a los niños
delincuentes de toda culpabilidad porque “ellos no sabían lo que hacían y la culpa la
tuvo su entorno” y también liberó al mundo occidental de la pesada carga de tener que
condenar a niños de corta edad, aunque tan sólo fuese moralmente.
Hubo consenso general en que los asesinos no sólo deberían ser ininputables sino
que, en realidad, eran “criaturas inocentes”.
El hecho de que este terrible episodio haya acontecido en una remota comarca rural,
donde no existe la influencia externa del cine ni de la televisión, donde se suponía que
la niñez estaba preservada de la perniciosa subcultura de la violencia que aflige al
sector urbano, obliga a repensar la supuesta inocencia de los niños y estudiarla bajo
nuevos contextos.
Y una opinión generalizada es que los niños creen que la violencia es la forma de
solucionar sus conflictos, así como en un jueguito electrónico, donde a los enemigos
se los hace estallar o se los parte en dos.
Nosotros debemos ser conscientes de que permitir o alentar que los niños crean esto
es infligirles un daño muy profundo, quizá el peor que se le pueda infligir a un menor.
También podemos preguntarnos ¿adonde van a parar las monedas que los niños
recogen?
Y la desoladora respuesta será: mayoritariamente a los bolillos de los adultos que los
inducen, controlan y explotan, y en una proporción menor, a costear las propias
adicciones infantiles como las drogas y los pegamentos inhalantes.
Veinticuatro horas antes de escribir estas líneas en la ciudad de Lanús - por ejemplo –
una de las más populosas del cordón urbano del Gran Buenos Aires, su intendente
trató la problemática de la delincuencia juvenil en su marco legal y social, con
legisladores, profesionales del área y autoridades policiales, y en fragmento de su
disertación, el funcionario dijo textualmente “en la década del 50 no existía la
delincuencia juvenil, hoy el tema es muy grave.
El pueblo está enfermo y los jóvenes miran a los mayores preguntándoles ¿qué
mundo les dejamos?. Es por eso que todos, con la mayor responsabilidad, debemos
estudiar las soluciones para revertir este problema social, debemos aportar soluciones
realistas que
Todo esto es muy loable, pero, evidentemente no alcanza. Hay que sumar más, mucho
más.
Como todos bien sabemos, las causas de este estado actual de cosas son diversas y
las responsabilidades tienden a diluirse entre múltiples causalidades concurrentes.
Tan sólo para que sirvan de ordenado recordatorio, repasaremos ahora las más
mencionadas, sin que ello signifique que sean necesariamente legítimas o resulten
más menos influyentes
1) La pobreza estructural.
Con hogares y barrios marginales donde los niños se crían casi solos, sin atención o
amparo individual, prácticamente en las calles y expuestos, desde muy pequeños, a
todo tipo de influencias perversas.
2) La alimentación deficiente.
Quienes guiados por mezquinas ambiciones o por conductas perversas someten a los
niños sexualmente o los explotan laboralmente convirtiéndolos en los nuevos sostenes
de sus hogares. Los castigan, los abandonan y los inducen a delinquir e incluso a
matar, aprovechando tenebrosamente su calidad de penalmente ininputables.
4) La violencia intrafamiliar.
Atribuye gran parte del comportamiento violento o delictivo del niño a la influencia
directa que recibió de un hogar desavenido o desestructurado, en el que han imperado
el desacuerdo, la grosería y la violencia entre sus componentes. Generalmente con
padres golpeadores o alcohólicos que viven en condiciones precarias
5) El abandono.
“Antes los padres se ocupaban mas de sus hijos” es una frase que surge
constantemente cuando se investiga la violencia infantil. Y esto es cierto, o al menos,
parcialmente cierto. En la actualidad se comprueba una nueva modalidad de abandono
de los niños que no necesariamente tiene que ver con el desinterés o la falta de afecto,
sino que se vincula con la necesidad de ambos padres de trabajar fuera del hogar,
dejando a sus chicos solos y a su merced durante la mayor parte del día.
Y también se deberá considerar ese otro abandono, voluntario y deseado, que los
padres justifican diciendo que sus hijos “deben hacer su propia experiencia”, que se les
debe otorgar libertad de decisión y no coartar sus libertades.
Uno de los temas más polémicos a escala mundial, es el límite entre la libertad de
prensa y la responsabilidad del medio que concreta cada publicación.
La mayoría de las opiniones coincide en que los medios deben proteger a la niñez,
absteniéndose de exhibir escenas de violencia extrema o de sexo explícito, por lo
menos dentro de los horarios en que se supone que los menores están
mayoritariamente presentes, porque los medios de comunicación al promover la
pornografía y la violencia, naturalizan un proceso peligroso al convertir a la morbosidad
en una necesidad. Con sus imágenes violentas y pornográficas violan el derecho a la
dignidad infantil convirtiendo en normal una práctica que debería ser patológica.
• El derecho a la vida.
• El derecho a la protección especial.
• El derecho al acceso irrestricto a la educación.
• El derecho al acceso a los bienes culturales (incluyendo el deporte y la
recreación).
NUESTRO APORTE
Podríamos por ejemplo, organizarnos para rescatar a los chicos de la calle y a las
víctimas infantiles de los fines de semana de su martirio. Y contenerlos, instruirlos,
distraerlos y divertirlos o simplemente darles un espacios para ellos.
Nosotros disponemos de algunos atractivos que para la mayoría de los niños son
irresistibles.