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Graciela Brunet
Mis hipótesis de trabajo más generales serán dos en principio: a) que algunos de los
conceptos forjados por H.A. para pensar acerca del totalitarismo pueden aún hoy
funcionar para pensar nuestro propio tiempo (globalización); b) que la obra política
de Arendt puede ser leída también como una ética.
Vamos entonces a la noción que hoy nos ocupa: la banalidad del mal. Es difícil decir
si realmente se trata de un concepto, ya que, cuando aparece por primera vez en el
libro sobre Eichmann, la autora no lo define, su sentido surge del contexto, y se lo
usa una sola vez a lo largo de 400 páginas. Pero también lo coloca la autora como
subtítulo del libro, lo que lo vuelve mucho más significativo. Parece que a H.A. este
término le fue sugerido por su marido, H. Blüher, aunque también hay una carta de
1
CICLO: "Del derecho y del revés del Bien y del Mal”, 3 de Agosto 2009. CENTRO CULTURAL
BERNARDINO RIVADAVIA
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K. Jaspers, veinte años anterior, donde se menciona el término, pero al pasar, y sin
estar aplicado a la circunstancia específica en que luego fue usado. Dada la
repercusión (en un primer momento negativa) obtenida por la expresión “banalidad
del mal”, Arendt vuelve sobre esta cuestión en su última obra, LVE, diciendo “tras
esa expresión no sostenía tesis o doctrina alguna”. Pero luego se refiere a ella como
un concepto y a la legitimidad de su uso. (LVE, p. 15-16) Allí explica que fue su
presencia en el famoso juicio lo que la puso en posesión de ese concepto.
Su obra sobre Eichmann, publicada en 1963, cosechó en su momento variadas
críticas, y una de las cuestiones (junto con la actuación de los Consejos Judíos) que
más indignó a muchos lectores, fue que se denominara “banal” al mal. Se le
reprochaba que el mal nunca puede ser banal, es decir frívolo o superficial. Siempre
digo que a Arendt la traicionó su uso del inglés, debió decir: banalización del mal, es
decir, mi interpretación es que ella quiso decir que en el totalitarismo, algo tan
grave como el mal se vuelve frívolo y sin importancia, algo de rutina, ya que se
denominaba “acto de servicio” a verdaderos crímenes. (Un ej. de esto: en el juicio,
fue cuando el abogado de Eichmann hablaba de “acciones médicas” para referirse a
los gaseados). O también, Arendt podría haber aclarado, que ella no se refería a una
cualidad o propiedad del mal en general sino a una característica propia del mal
que fue infligido por el nazismo.
En efecto, el término “banalidad del mal” surge cuando, siendo Arendt corresponsal
de la revista The New Yorker, conoce al acusado Eichmann, que había sido
presentado por el fiscal como un monstruo, sádico, etc, y, por el contrario ella
afirma que se trataba de un hombre “normal”. Al menos así lo caracterizaron varios
psiquiatras que lo examinaron, e incluso un sacerdote que charló con él dijo que
tenía “ideas muy positivas”. Arendt es irónica respecto a qué entenderían aquellos
psiquiatras por normalidad o el religioso por ideas positivas. De todos modos, ella
advierte que el acusado no era justamente un fanático antisemita, que sólo parecía
interesado por ascender en su carrera, y que además, presentaba una incapacidad
notoria para expresarse en alemán (su lengua materna), tal que Arendt llega a
hablar de “afasia”. Durante los interrogatorios caía frecuentemente en
contradicciones, si bien no podría decirse de él que era estúpido. Lo que lo
caracterizaba, según HA era una absoluta incapacidad para pensar, para reflexionar
poniéndose en el lugar del otro. Y la posibilidad de hacer el mal aparece en
conexión con esta incapacidad de pensar.
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Aquellas tres condiciones que enumerábamos, preceden y preparan el genocidio.
Arendt advierte que el Holocausto y el genocidio son delitos contra la humanidad,
fenómenos específicamente modernos, no podrían haber ocurrido en épocas
pretéritas, dada la incidencia que en ellos tienen la ciencia y la tecnología, así como
la de los medios modernos de administración. (Todo esto ha sido con posterioridad,
descripto muy claramente por ej. en Modernidad y holocausto de Zigmunt Bauman).
También, lo que muestra el juicio a Eichamnn, es esa figura del “administrador” con
sus valores de eficiencia, eficacia, pero absolutamente incapaz de reflexión. Que
esto hubiera sido posible es lo que en OT mereció el calificativo de “mal radical”,
otra expresión que no llega a transformarse en concepto. Ella se da cuenta que la
noción de “mal radical” es inapropiada porque, cuando intentamos aprehender el
mal, buscamos sus raíces, y no las encontramos, advertimos que el mal no tiene
profundidad. Por el contrario, el mal es más bien como un hongo, que se encuentra
en la superficie y amenaza con cubrir la tierra. Arendt, que era consciente del
contenido metafísico y teológico de esa expresión, la va a dejar inmediatamente de
lado. Y la va a suplantar por otra que tampoco fue muy feliz (si pensamos en las
críticas recibidas) pero que ha sido perdurable: banalidad del mal.
La superfluidad creada por el totalitarismo no es sólo una cuestión que afecte de
hecho a los seres humanos, aunque esto no es poco, dadas sus consecuencias.
También afecta a la condición humana como tal, pues elimina lo que Arendt llama
pluralidad, natalidad, acción. Tratemos de explicar esto de la manera más sencilla.
En LCH Arendt hace una fenomenología de lo que denomina vita activa, donde la
categoría de acción, vale decir, el actuar y hablar –en sentido político- es lo que
hace propiamente humana a la vida. La acción se desarrolla en un espacio público,
un espacio de aparición, donde la distancia entre un ser humano y otro (“entre”, in
between) es lo que permite que los hombres, iguales por su condición, pero, no
obstante, diferentes, puedan expresar sus diferencias por medio del habla.
Los hombres, al ser plurales por naturaleza, son asimismo espontáneos, libres, en
virtud de la natalidad, la capacidad de cada ser humano de dar inicio a algo nuevo.
Si relacionamos esto con lo ocurrido en las sociedades totalitarias vemos que el
estado totalitario, al hacer desaparecer el espacio público, suprime el “entre”,
convirtiendo a las personas en una masa, y resultando así imposible la política. De
esta manera, la impredecibilidad y espontaneidad humanas también desaparecen.
No es extraño entonces que los totalitarismos convirtieran el genocidio en una
práctica frecuente, pues ellos son un verdadero experimento de supresión de la
pluralidad.
2
Los orígenes del Totalitarismo .Volumen 3: Totalitarismo, p. 700 y sigs, Madrid, Alianza.
3
Véase La vida del espíritu, p. 92; “Algunas cuestiones de filosofía moral”, p. 96, en Responsabilidad y
juicio, ed. citada; “El pensar y las reflexiones morales”, p. 134, en De la historia a la acción, Barcelona,
Paidós, 1995.
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Los sujetos que viven en sociedades totalitarias se encuentran solos y aislados,
privados del ejercicio de la acción (vida política) y de lo que Arendt denominó
“entre” (in between), la distancia que une y separa a los seres humanos en el
espacio público de aparición. La solitud, en cambio, es la condición necesaria del
pensamiento, pues se trata del diálogo silencioso conmigo mismo, que permite la
actividad del pensamiento.
A los ciudadanos de los estados totalitarios se les privaba de las condiciones que
hacen posible pensar y actuar políticamente. Si vinculamos esto a la hipótesis de
Arendt -que surge a partir de su presencia en el juicio a Eichmann- 4 acerca de la
conexión entre ausencia de pensamiento y posibilidad de hacer el mal5 tendremos
otra aproximación a la cuestión de la banalidad del mal. Antes de establecer esta
vinculación sería necesario aclarar qué es para Arendt pensamiento y cómo se
relaciona éste con la conciencia moral y la solitud y asimismo, con la tercera de las
facultades del espíritu: el juicio, que está necesariamente ligada a la esfera de la
acción, ya que se trata de la capacidad de distinguir lo bueno de lo malo.
4
Cfr. Eichmann en Jerusalén, Barcelona, Lumen, 1967.
5
LVE, p. 15.
6
P. 140 de “Arendt sobre Arendt”, en De la historia a la acción, ed. cit.
7
Véanse las líneas finales del 3er. volumen (“Totalitarismo”) de Los orígenes del totalitarismo.
8
Cfr. La condición humana, Paidós, Barcelona, 1993.
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significa que no es el Hombre sino los hombres quienes habitan la tierra. La razón
fundamental por la que Arendt – a diferencia de otras personalidades judías- aprobó
la sentencia de muerte dictada contra Eichmann, es que él se había negado a
compartir la Tierra con otros hombres (no reconocía la pluralidad humana).
Siendo los hombres al mismo tiempo, iguales y diferentes, necesitan de la acción y
del discurso para entenderse. De esta manera, la pluralidad se convierte en
condición de la acción y del discurso. Una vida sin acción ni discurso no sería una
vida propiamente humana. En cuanto a la libertad, ella tiene su fundamento en lo
que Arendt llama natalidad: por ser nacidos, cada hombre es un inicio (initium),
vale decir, con él algo nuevo llega al mundo. Por ser plurales, los hombres pueden
vivir como seres distintos y únicos entre iguales9, es por eso que el hombre-masa
del totalitarismo no puede interactuar políticamente con otros hombres (lo que
Arendt llama acción) ya que ha sido despojado de su carácter plural.
3. El juicio
Ese diálogo silencioso del yo consigo mismo10, que Arendt denominó pensamiento,
al que en ocasiones se refirió como “viento del pensamiento” ya que disuelve las
rutinas mentales y las normas morales convencionales -de ahí su origen socrático-
prepara a nuestra mente para juzgar. En efecto, cuando no es posible ejercer el
juicio determinante y se hace necesario el juicio reflexionante (el que se da en
ausencia de un universal que permita subsumir el particular que es juzgado), nada
mejor que poseer una facultad con la que podamos deshacernos de nuestros
prejuicios morales o intelectuales.
Siempre “fuera del orden”, el pensar no produce “resultados”, más bien
“descongela” lo que el lenguaje ha congelado. El pensamiento, al poner en diálogo
el dos-en-uno presente en la consciencia produce el emerger de la conciencia
moral. Dado que ésta no da prescripciones positivas -sólo nos dice qué no debemos
hacer, como el daimon socrático- se hace necesaria la intervención del juicio para
orientar la acción.
De la manera antedicha, Arendt vincula las facultades del pensamiento y el juicio,
sobre cuya relación ya se había percatado en su obra sobre Eichmann, al atribuir a
la ausencia de pensamiento en el reo su notoria incapacidad para juzgar o
reflexionar.
Por ser el juicio la habilidad para distinguir lo bueno de lo malo y lo bello de lo feo y
también nuestra capacidad de discernir y hacer elecciones en situaciones
problemáticas, queda ligado a la esfera de la acción. A diferencia del pensamiento,
que aspira a la generalización y trabaja con elementos inmateriales, el juicio opera
con particulares y está más cerca del mundo de los fenómenos.
Inspirada en la Crítica del Juicio11 de Kant, a la que lee en clave política y en ciertos
escritos políticos de la vejez12 de Kant, Arendt presenta dos modelos para pensar el
ejercicio del juzgar:13
a) Juzgar para actuar: basado en el punto de vista del actor (actor político en el
espacio público). Una facultad eminentemente política.
b) Juzgar para extraer el sentido del pasado: basado en el juicio de los
espectadores, tales como poetas e historiadores.
Arendt disiente con Kant respecto de que sea la razón práctica la única fuente de la
moral; por el contrario, para Arendt son el juicio y el pensamiento las facultades que
9
LCH, p. 202.
10
L.V.E., p. 93 y 216.
11
Arendt se apropia del concepto kantiano de “juicio” (juicio de gusto) tal como aparece en la 3ª. Crítica
y lo traspone al plano ético-político.
12
Entre ellos, cfr. “Reiteración de la pregunta si el género humano se encuentra en constante progreso
hacia lo mejor”, en I. Kant: Filosofía de la historia, Buenos Aires, Edit. Nova, 1964.
13
M. Passerin D’Entréves, “Arendt’s theory of judgment”, en Cambridge Companion Online, Cambridge
University Press, 2006.
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confluyen para orientar la acción, más aún cuando las normas y valores
consagrados por la tradición se encuentran en bancarrota.
5. Violencia
En su ensayo “Sobre la violencia” (1969)20, HA establece distinciones conceptuales
que ya se encontraban en germen en La condición humana (1958)21 donde pone en
relación tres conceptos: poder, fuerza y violencia, a menudo confundidos. El poder
se manifiesta como la potencia de los hombres que actúan juntos, en tanto que la
fuerza lo es de individuos aislados. La violencia puede llegar a destruir el poder,
pero nunca se convierte en su sustituto ya que el poder es político por su relación
con la pluralidad humana, mientras que la violencia es siempre prepolítica.
En “Sobre la violencia” critica a aquellos que creen que la violencia es la
manifestación más clara del poder o que ella es un género del poder. 22 Lo que
14
P. 137 de “El pensar y las reflexiones morales”, ed. cit..
15
P. 143 de “Algunas cuestiones de filosofía moral”, ed. cit.
16
Ibidem.
17
Ibidem.
18
“El pensar y las reflexiones morales”, p. 109.
19
Idem. Y EJ, p. 4l4.
20
Hay traducción castellana incluida en Arendt, H.: Crisis de la república, Madrid, Taurus, 1973.
21
Cfr. p. 223 a 225.
22
Es curioso que HA no defina la violencia, salvo cuando dice en C.H., p. 44: “la violencia es el acto
prepolítico de liberarse de la necesidad para la libertad del mundo”. Rabossi define la violencia como:
“todo acto, proceso, técnica, metodología, sistema, estrategia, planteo que, siendo evitable, impida a
individuos, grupos o comunidades, la satisfacción de sus necesidades básicas”; puede ser directa o
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caracteriza a la violencia sería su instrumentalidad: ella necesita herramientas, y de
ahí la importancia de la técnica. La violencia está en relación con un fin que la
justifica. Asimismo, sus resultados quedan más allá del control de los hombres, lo
que introduce un elemento de azar e incertidumbre.
El poder precisa del número -ya que es el actuar juntos-, en tanto que la violencia
puede hasta cierto punto prescindir del número, pues su eficacia se basa en los
instrumentos de los que se sirve. Una acción terrorista aislada, llevada a cabo con
armas sofisticadas por uno o dos individuos y planeada por unos pocos -como el
ataque a las Torres Gemelas- podría ejemplificar la idea de Arendt. La violencia
puede destruir el poder, no obstante, nunca puede crearlo. Poder y violencia son
opuestos para Arendt, hasta el punto que, donde uno domina, falta el otro.23
Dice en “Sobre la violencia”:
El poder no necesita justificación, siendo como es inherente a la verdadera
existencia de las comunidades políticas; lo que necesita es legitimidad. (...) El poder
surge allí donde las personas se juntan y actúan concertadamente, pero deriva su
legitimidad de la reunión inicial más que de cualquier acción que pueda seguir a
ésta. (...) La violencia puede ser justificable pero nunca será legítima. Su
justificación pierde plausibilidad cuanto más se aleja en el futuro del fin propuesto.
Nadie discute el uso de la violencia en defensa propia porque el peligro no sólo
resulta claro sino que es actual y el fin que justifica los medios es inmediato.
En cuanto a los fines generalmente perseguidos por la violencia, Arendt cree que
ella puede ser un medio para obtener reformas, más que para lograr una
revolución. Y el peligro siempre latente de la violencia, aún en estos casos donde
parece haber un fin político que la justifica (defensa de derechos fundamentales,
por ejemplo), es que sus medios pueden superar al fin. No obstante Arendt acepta,
que “bajo ciertas circunstancias, la violencia (...) es el único medio de restablecer el
equilibrio de la balanza de la justicia”.24
Conclusión
Intentemos poner a prueba los conceptos que hemos trabajado para tratar de
pensar los fenómenos ya citados de vandalismo o violencia gratuita tan frecuentes
hoy. Resulta obvio que no se trata de un ejercicio de poder, ni tampoco de una
violencia que pudiera justificarse en vistas de algún fin tal como reparar la injusticia
o lograr la satisfacción de derechos, ya que los agentes de la acción violenta no
plantean exigencias ni reivindicaciones. También el elemento técnico es un
ingrediente relevante, no sólo por la accesibilidad de armas de fuego en las
sociedades contemporáneas, sino fundamentalmente, por la importancia que
adquiere la transformación en imágenes y la difusión mediática de los actos
cometidos. (Cualquier paliza propinada por sus compañeros a un joven indefenso,
inmediatamente será registrada por las cámaras de los celulares y “colgada” en
Internet.)
En cuanto a los protagonistas de estos actos, se ha dicho -y con razón- que la falta
de inserción social, o, en el peor de los casos la marginalidad, colocan hoy a
muchos individuos en situación de soledad y aislamiento: la formación de bandas o
pandillas (o lo que hoy se denomina “tribus urbanas”) tiende a mitigar la soledad y
compensa la pérdida de vínculos primarios.25 Destruido o dañado el tejido social, se
ha eliminado el “entre” que hace posible la socialidad y así une a los seres
humanos, pero que también los separa, permitiendo la individuación y la acción (en
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sentido arendtiano: actuar con otros en un espacio de aparición). Por eso las
bandas, como las masas, desconocen la pluralidad. Eso hace comprensible la
tendencia a vincularse en grupos donde no hay una auténtica acción -pues ésta
incluye también el discurso y el diálogo-, grupos donde, al faltar creencias o ideales
compartidos, no hay discusión en torno a ideas ni búsqueda de objetivos comunes.
Dado que, en general, el discurso de las bandas es “acá mandamos nosotros”,
podríamos decir con Arendt que allí hay violencia, y no poder. Es patente en estos
grupos urbanos su apoliticidad, no sólo en lo que hace a la participación, sino en el
orden del (des)conocimiento de la política. El siguiente párrafo de H. Arendt
caracteriza muy bien a estos sujetos:
El aislamiento es ese callejón sin salida al que son empujados los hombres cuando
es destruida la esfera política de sus vidas, donde actúan juntamente en la
prosecución de un interés común.
El hombre aislado, que ha perdido su lugar en el terreno político de la acción, es
abandonado también por el mundo. (...) Entonces el aislamiento se torna soledad.
(...) Mientras que el aislamiento corresponde sólo al terreno político de la vida, la
soledad corresponde a la vida humana en conjunto. 26
Abreviaturas
H.A.: Hannah Arendt
L.V.E.: La vida del espíritu
C.H.: La condición humana
E.J.: Eichmann en Jerusalén
O. T.: Los orígenes del totalitarismo
26
OT, p. 702.
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