La historia es de quien la trabaja. Y para trabajarla bien se
necesitan dos cosas: voluntad y visión. Artes Visuales Mónica Mayer
La historia del arte en México, especialmente la de las últimas
décadas, ha sido deficiente. Es como si el manto de censura y silencio que se impuso en el país después del 68 hubiera opacado nuestra capacidad de ver el arte nuevo. No ha habido voluntad.
Basta buscar obra de la Generación de los Grupos en cualquier museo
mexicano para descubrir estas carencias, o hablar con jóvenes que desconocen que, desde los 60, se hacen instalaciones en México para entender la profundidad del olvido.
Tampoco ha habido visión. Hay logros individuales, pero nuestro
sistema artístico está hecho cachitos y, como cultura, somos invisibles en el exterior. Gracias a nuestra mentalidad colonizada no acabamos de entender, como decía Acha, que el arte no está conformado por "productos que se adoptan o se rechazan", sino por "procesos lentos y complejos que obedecen a proyectos o ideales de interés común".
Además, no trabajamos en equipo. Muchos analistas no comprenden
que no son los jueces de un proceso consumado, sino quienes lo moldean, en tanto que coleccionistas y museos no asumen que su trabajo es cimentar la historia.
Por lo anterior, los invito a visitar La era de la discrepancia. Arte y
cultura visual en México 1968-1997, una exposición que ha recibido muchas críticas por lo que le falta, por lo que le sobra y por lo que legitima, pero que se atreve a plantear una visión de la historia del arte reciente en México. Ante el abrumador silencio previo, ahora por lo menos ya hay con quien discrepar y con suerte incitará a que se escriban otras historias del arte mexicano.
Curada por Pilar García de Germenos, Álvaro Vázquez Mantecón,
Cuauhtémoc Medina y Olivier Debroise, La era de la discrepancia se presenta en el Museo Universitario de Ciencias y Artes, de Ciudad Universitaria, hasta septiembre.
La muestra incluye cerca de 300 obras. Parece mucho, pero es apenas
una probadita del quehacer artístico que, según los curadores, ha discrepado con el arte o la política de su momento. Hay obras que van desde el mítico Salón Independiente, a finales de los 60, hasta los artistas noventeros globalmente taquilleros. De hecho, en el catálogo Debroise y Medina plantean que, en parte, lo que originó esta exposición es que, tratándose por ejemplo de Gabriel Orozco, les preocupaban las "deformaciones históricas, producto de la falta de información sobre el arte moderno y movimientos de vanguardia en países periféricos".
Personalmente me inquieta que lo que motivó a Debroise y Medina a
realizar esta exposición haya sido el interés internacional por el arte mexicano. Lo urgente es eliminar la complicidad de la aversión latinoamericana a la teorización de la cual hablaba Acha. Hasta que no logremos una reflexión sólida, amplia y profunda sobre el arte mexicano actual a partir de los planteamientos de muchos analistas que permitan que se destilen nuestras propias ideas, cualquier propuesta puede tambalearse.
Los pueblos tenemos la historia que nos merecemos. Si nos la
ganamos a pulso, haciendo un trabajo a fondo, ésta será generosa. Si no, seguiremos repitiendo historias chatas que, a falta de otras, acaban siendo aceptadas como verdades. Lo invito a que sea usted quien juzgue qué tanto aporta La era de la discrepancia.