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Los cabalistas consideran a las diez Sephiroth y a los Senderos como una
unidad indivisible, para formar lo que se denomina “Adan Kadmon”, o el
Hombre Celestial. Podemos suponer que las Sephiroth son los principios
cósmicos operativos en el macrocosmos –universales-, y de acuerdo con
esto, ya que “Lo mismo que es arriba es abajo”, tienen su reflejo en el
hombre como particulares. En este capítulo se intentará correlacionar a las
Sephiroth con los principios que hay en el hombre, y nos esforzaremos en
trazar correspondencias y paralelismos entre diversos sistemas de
psicología mística. Si el estudiante recuerda perfectamente algunas de las
importantes atribuciones dadas en los dos capítulos anteriores tendrá muy
pocas dificultades para comprender lo que sigue.
En su análisis del hombre, los cabalistas encontraron que, mano a mano con
el cuerpo físico, el hombre tenía una conciencia-deseo automática, o
formadora de hábitos, que le daba ímpetu y voluntad en ciertas condiciones.
Se cuidaba de las funciones de su organismo al cual raramente se prestaba
atención consciente, tales como la circulación de la sangre, el latir del
corazón, y los involuntarios movimientos del diafragma que producen la
inspiración y espiración de la respiración. También notaron la facultad e la
razón y de la crítica, el poder por el cual un hombre va desde las premisas a
la conclusión. Y, por encima y más allá de todo esto, estaba la entidad
espiritual que usaba este cuerpo, que utilizaba este deseo y esta conciencia
racional.
Los cabalistas tienen otra forma de ver la constitución del hombre –esta vez
desde un punto de vista más práctico-. Está basado en lo que se llama la
fórmula del Tetragrammaton, o el atribuir las cuatro letras YHVH הוהיa
diversas partes del hombre.
El Hijo es el Augoeides, El que Brilla con Luz Propia, el Alma Espiritual del
Hombre. Es también, de acuerdo con otro sistema, el Santo Ángel Guardián;
y el objetivo de esta clasificación particular es que la Virgen no redimida, la
“Nephesch”, debe desposar al Novio Celestial, el Hijo del Padre de Todo,
que está en Tiphareth. Este proceso se denomina el logro del Conocimiento
y la Conversación con el Santo Ángel Guardián. Es la boda alquímica, las
nupcias místicas de la Novia y el Novio Celestestiales. Esta unión hace de la
Virgen una mujer embarazada (Aimah, que es Binah), y a ella finalmente se
une el Padre –y ambos, por esta razón, son absorbidos por la Corona-. Esta
aparente oscuridad puede clarificarse de forma considerable: la Heh final es
la Nephesch o subconsciencia. Normalmente, la mente consciente de uno,
Vau o el Hijo, está en conflicto terrible con el sí mismo subconsciente, y el
resultado es la confusión y desorganización de toda la conciencia. El primer
objetivo de una persona debe ser reconciliar el ego consciente con la mente
subconsciente, y situar el factor de equilibrio entre dos. Esta idea es
elaborada por Jung en su comentario a “El Secreto de la Flor de Oro”, de R.
Wilhem. Cuando esta fuente corriente de conflicto ha desaparecido, o, como
este viejo simbolismo dice, cuando Vau y la Heh final se han casado, uno
está en posición de obtener el Entendimiento, que es Binah, la primera Heh,
y la Madre. Desde el Entendimiento que es Amor, puede surgir la Sabiduría.
La Sabiduría es Y, el Padre, Chokmah. Con la unión en uno mismo de la
Sabiduría y el Entendimiento, puede adivinarse el propósito de la vida, y
también el objetivo previsto al final de la misma, y los pasos que conducen
a la consumación de la Unión Divina pueden establecerse sin peligro, sin
miedo y sin los conflictos corrientes de la personalidad.
Su clasificación hacía del hombre una entidad que poseía seis aspectos
diferentes. No debe creerse tontamente que Rabbi Azariel suponía que
estas seis divisiones del hombre podían separarse y cualquiera de ellas ser
apartada. Las seis divisiones son únicamente aspectos de “una” entidad
cuya naturaleza es la conciencia. El Hombre, como un todo, comprendiendo
sus diversas funciones y poderes y las Sephiroth son una Unidad Integral.
“Más abajo” del hombre real existe esa parte de él que es perecedera –el
denominado sí mismo inferior-. “Más abajo” e “inferior” se usan claramente
en un sentido metafísico, y el lector no debe imaginar que las partes del
hombre enumeradas aquí están sobrepuestas unas con otras como, por
ejemplo, las capas de una cebolla. Todas están interpretadas entre sí, y
ocupan la misma posición por lo que se refiere al espacio exterior. El
aforismo de Madame Blavatsky referido a los cuatro mundos encaja aquí
perfectamente; estos diversos principios están en “coadunitio” pero no
consustancialidad.
“Una túnica exterior que existe y no existe; es vista y no vista. Con esa
túnica la Nephesch se viste y vuela, de una lado a otro del mundo.”