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Traducción del alemán y notas: Stephen A.

Hasam: "Abschied von der Politik"; enero de 2000)


DISPONÍVEL EM http://www.geocities.com/arsfilosofo/hirsch.htm (ACESSO EM 06/04/2006)

ADIÓS A LA POLÍTICA
Por Joachim Hirsch

[Francfort/M; enero de 2000]

Según el entendido habitual, la política ha tenido algo que ver con la configuración de
condiciones y relaciones sociales: con luchas e intereses, metas sociales y concepciones de
orden. Ha sido reconocida como democrática cuando las personas afectadas podían, en cierta
medida, participar de élla. Bajo condiciones burgués-capitalistas se trataba de esto siempre
solamente de manera muy restringida. Y hoy ambos son muy cuestionables: tanto la capacidad
configuradora como también el carácter democrático de la política, incluso en su sentido
burgués-liberal. Lo que hoy día se llama política se reduce cada vez más definidamente a la
administración más o menos eficiente del orden existente, al acomodamiento ante las fuerzas
compulsivas de los hechos y de las circunstancias [Sachzwänge]; sean éstas las de una
tecnología desatada o las de un mercado mundial incontrolable. En el debate político ya no se
trata de metas sociales alternativas, ni siquiera propiamente de conflictos de intereses, sino de
la administración del status quo. Esto conduce empero también a que cada día menos personas
esperen algo del quehacer político, y que el escenario político sea percibido más bien como una
entretenedora rama del show business de los medios de difusión masiva, y que aumente la
propensión a que el personal político sea juzgado, más que por los resultados de sus acciones,
más bien por su conjunto de ropa, sus ratings de popularidad o su credibilidad de actuación.

El que la política hubiera decaído en --por decirlo así-- una especie de administración de la
localidad [Standortverwaltung] para ofrecerle las condiciones más redituables al capital a costa
del bienestar social, tiene algo que ver con las transformaciones sociales que se registran desde
la década de 1970 tras la crisis del capitalismo fordista de posguerra: la reestructuración
neoliberal del capitalismo, tildada de "globalización", por un lado; y el ocaso del "socialismo
real" con el concomitante fin sellado de la confrontación entre sistemas, por el otro. Cuando
con ello, según fue formulado, habría llegado realmente el "fin de la historia" (Fukuyama), esto
significaría a la vez también el fin de la política en un sentido más enfático. Si ya no quedan
alternativas históricas más, entonces ya no queda nada para ser conformado; por lo tanto,
bastaría con garantizar la permanencia del orden existente y asegurar el funcionamiento del
negocio corriente ante todas las eventuales disrupciones. El que ciertamente esta empresa
produzca a largo plazo consecuencias sociales cada vez más catastróficas sería un hecho tan
lamentable como inevitable. Según esto quedaría solamente la esperanza de que la emergencia
político-social, económica o ecológica se haga esperar un poco.

Tales percepciones tienen un fondo real sustentado en la experiencia. A éste pertenece el


fracaso sellado definitivo de los grandes proyectos sociales transformadores del siglo XX; es
decir, de los experimentos socialdemócrata-reformistas como de los autoritario-estatal-

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Traducción del alemán y notas: Stephen A.Hasam: "Abschied von der Politik"; enero de 2000)
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socialistas que con ayuda del Estado buscaban reconfigurar a la sociedad. Y existe una aparente
paradoja: los Estados, habiendo llegado materialmente a sí mismos en el siglo XX como
"Estados nacionales" integrativos, tanto económica como socialmente por una cierta habilidad
de regulación intervencionista de tipo keynesiano-benefactor, tras la imposición del fordismo,
ahora restringen ellos mismos, a consecuencia de la así llamada "globalización", sus propios
márgenes de maniobra. políticos y configurativos. Este "repliegue" de los Estados en el sentido
de una lean management, una "administración magra", de la sociedad fue un pre requisito
decisivo para la reorganización de las condiciones de valorización del capital, así como de las
relaciones de fuerza de clase después de la crisis del fordismo. Con ello empero fueron al
mismo tiempo reducidas considerablemente las posibilidades para poder configurar y
mantener cohesionadas a las sociedades por medio de la política estatal.

Como elemento constitutivo de este proceso de transformación está una internacionalización


del Estado que se manifiesta en el desplazamiento creciente de decisiones políticas
importantes hacia un sistema complejo de organizaciones e instituciones políticas, además de
un sujetamiento directo de partes relevantes del aparato de Estado a los intereses de los
mercados internacionales de capital y financiero, incluyendo a los de sus formas
institucionalizadas (Organización Mundial de Comercio, Fondo Monetario Internacional, Banco
Mundial, Grupo de los 7, etc.). La política es hecha hoy día esencialmente por los ministerios de
finanzas y las bancas centrales. También esto es un motivo por el cual campos decisivos de la
política prácticamente ya no pueden ser influidos por las vías y procedimientos habituales; es
decir, por medio de lecciones democráticas y legislación parlamentaria. Como consecuencia de
los procesos integrales de privatización y por el creciente poder del capital multinacional, se
desplazan simultáneamente las decisiones políticas cada vez con mayor fuerza hacia sistemas
de negociación estatal-privados poco transparentes, en gran parte desacoplados de los
procesos democráticos formalizados.

Esto se vincula finalmente con la emergencia de un sistema mundial unipolar caracterizado por
el predominio de un pequeño grupo de metrópolis, bajo la conducción de Estados Unidos,
sobre los Estados "más débiles" de la periferia. Con esto son restringidos en su conjunto los
márgenes de maniobra políticos a nivel de Estados individuales. Paralelamente emergen nuevas
formas de conflictos: guerras civiles, matanzas "étnicas", intervenciones militares
"humanitarias"de aseguramiento de los intereses de los fuertes contra los Estados débiles por
un lado, y contra el "fundamentalismo" y "terrorismo" por el otro. Si alguna vez el concepto
tradicional de la política estaba relacionado esencialmente con el Estado moderno, concebido
en principio como soberano, entonces se deriva de lo anterior que aquel concepto también
pierde hoy su fundamento. También, si hasta ahora la anarquía del mundo de los Estados era el
principio de organización político determinante del capitalismo mundial, entonces hoy su lugar
lo ocupa la anarquía de un imperio casi omniabarcante, atravesado de un extremo al otro por
conflictos complicados y por contradicciones. Un imperio controlado por un entramado
estructurado jerárquicamente de Estados, organizaciones internacionales, consorcios
multinacionales y --no en último término-- también organizaciones criminales de tipo mafioso.

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Todo lo anterior tomado en su conjunto conduce a un "ahuecamiento" tendencial de las


instituciones liberal-democráticas que, frente a los decrecientes márgenes de maniobra
políticos y a una aparente ausencia de alternativas de la política, marchan en el vacío, cada vez
con mayor aceleración. Pareciera de hecho, como si con el siglo XX terminara también la era de
la democracia burguesa liberal.

Crisis de representación y "medialización" de la política

La decreciente capacidad configuradora de la política estatal, unida a las crecientes


desigualdades y fragmentaciones sociales, desemboca en una situación que uno puede
caracterizar como una crisis de representación profunda y de largo alcance. Ya a finales de la
década de los años sesenta, Johannes Agnoli con relación a los "partidos populares"
[Volksparteien] fordistas había hablado del surgimiento de un "partido virtual de la unidad"
[virtuelle Einheitspartei], dentro del cual las disputas y los conflictos sobre el orden y desarrollo
de la sociedad desaparecerían a favor de un mero conflicto de dominación entre cuadros de
funcionarios políticos en competencia recíproca. Este partido virtual de la unidad se ha vuelto
entretanto bastante real. Se presenta como una "clase política" de fuerzas que encarna los
intereses del Estado, en gran medida uniforme en aspecto y conciencia, orientada
primordialmente a prebendas materiales y a "hacer carrera", que trasciende a los partidos en
persecusión de sus intereses privados y, en esa medida, libre de ideologías. Para esa "clase
política" la política ya no es más una "profesión" en el sentido de Max Weber, sino una
"chamba", vehículo para hacer carrera y, en el peor de los casos, meramente posibilidad para el
enriquecimiento privado. Si Joseph Schumpeter todavía había definido a la democracia liberal --
caracterizando su contenido-- como una lucha entre élites en competencia por la obtención de
aprobación plebiscitaria, así pareciera que esta competencia entre élites se hubiera disuelto en
un monopolio de hecho. Con ello ha emergido un sistema de corrupción estructural dentro del
cual, efectivamente, ya no tienen sentido conceptos como "izquierda" y "derecha". Los puntos
de orientación política de la clase gobernante ya no son más, metas sociopolíticas, ni tampoco
más siquiera los intereses de grupos específicos de electores, sino sólo el mero aseguramiento
de la propia posición y del propio avance en "hacer carrera". Las elecciones y los intereses del
electorado se convierten así en términos generales, en factores de interferencia para el
funcionamiento político normal a ser tácticamente marginalizados, manipulados o, en el marco
de maniobras discursivas, en lo posible, neutralizados. Se trata menos de reparar situaciones de
emergencia, discriminaciones y fragmentaciones crecientes, que de intervenir y presentar ante
la población afectada o agraviada esas situaciones como el resultado de la fuerza compulsiva de
los hechos y las circunstancias [Sachzwang]. El entendimiento compartido hasta hace muy poco
tiempo de que la democracia liberal también incluye entre sus condiciones de existencia una
cierta medida de igualdad social y seguridad, ha sido hecha a un lado por la fórmula directriz de
que la desigualdad genera rendimiento y este a su vez crecimiento, sin considerar el hecho de
que el explosivo crecimiento de las ganancias y la acumulación del capital ya no van
acompañadas de bienestar creciente para la masa de la población. Lo opuesto es lo que ocurre.

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Ocupada con la administración de estas fuerzas compulsivas de los hechos y las circunstancias
[Sachzwänge], la clase política extrae su legitimación por ende cada vez más intensamente de la
fabricación de un mundo virtual del discurso que, ante las imperantes condiciones económicas
y políticas, está poblado --por cierta necesidad-- de momentos racistas, nacionalistas y
populista-patrióticos en defensa de los servicios públicos contra forasteros, el así llamado
"chauvinismo de bienestar". La carencia de integración material y la falta de tomar en cuenta
intereses son compensadas con la producción a través de los medios masivos de difusión de
imágenes del enemigo(forasteros, parásitos sociales, "criminales organizados") y con el llamado
a la solidaridad sorda de "quienes más tienen y ganan" --real o presuntamente-- a escala global.
Así la democracia liberal pierde aún más sus contenidos significativos universalista y
emancipativo: no es ya más, proceso social y terreno de disputas en torno a la libertad e
igualdad, sino que se convierte en un corsé político-institucional del status quo social. Con ello,
particularmente las democracias metropolitanas se transforman cada vez más en regímenes de
apartheid, que se agotan en la repulsión militante de quienes pudieran amenazar los privilegios
que aún restan. El desistimiento en apelar a las necesidades e intereses reales de la población, y
con ello movilizar contrafuerzas democráticas, hace que simultáneamente la clase política sea
tanto más dependiente de quienes disponen del poder real.

La política, una vez desvinculada del estado que guardan los intereses de una sociedad cada vez
más fragmentada y orientada a las fuerzas compulsivas de los hechos y circunstancias
[Sachzwänge] de creación propia, así como a las necesidades privadas de una "clase política"
que se autonomiza, deviene en una escenificación mediática, se diluye en discurso puro y se
somete simultáneamente cada vez más profundamente a los mecanismos de funcionamiento
de una comercializada industria cultural y de comunicación de masas. Los otrora partidos
populares ya no intermedian más, como era el caso aún en el fordismo con una integración de
las masas materialmente sustentada, sino que se han convertido en algo así como aparatos
mediáticos del Estado. En lugar de valores políticos de uso, trafican en el mercado electoral
principalmente con mercancías políticas fetiche. Así, los discursos políticos son al contenido de
la política, lo que la promesa de libertad y aventura [slogan de Marlboro en Alemania] al
contenido real de una cajetilla de cigarros. Lo que cuenta es la presentación, lo decisivo es el
envase. Si los discursos políticos no sirven, hay un "problema de mediación". Este concepto,
devenido entretanto en voz estándar, caracteriza de manera notablemente clara cómo
entiende a la política la democracia de la fuerza compulsiva de los hechos y de las
circunstancias [Sachzwangsdemokratie]. En la competencia entre aparatos de partido se trata
ante todo de una diferenciación de producto, según técnicas de la industria de la propaganda
comercial, y de la organización y promoción de luchas de exhibición de alto rating de audiencia,
cuya forma de presentación y realización oculta mal la confabulación fundamental entre
contrincantes. Las promesas de campaña electoral difícilmente pueden ser incumplidas porque
no son dichas para nada en serio, y están sujetas a las reservas de la administración de la
localidad [Standort]. El que ganadores electorales se guarden rápidamente sus promesas
avanzadas en campaña es considerado cosa natural. Lo que un primer ministro come, viste y
fuma es más importante que lo que hace, a no ser que cometa errores de presentación:
entonces son requeridos los departamentos de propaganda y los estilistas políticos. Los
administradores de las fuerzas compulsivas de los hechos y las circunstancias [Sachzwänge]

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hablan permanentemente de responsabilidades que ellos, según su propio entender, no


pueden tener para nada. Por eso precisamente piden disculpas cuando algo sale mal para, a
continuación, seguir haciendo lo mismo que antes. La "sociedad de la responsabilidad"
[Verantwortungsgesellschaft] desemboca con ello inconsútilmente, por decirlo así, en la
"sociedad de la disculpabilidad" [Entschuldigungsgesellschaft]. Las "víctimas sociales" son tan
lamentables como los demás "daños colaterales", y las guerras instigadas son lloradas con
lágrimas de cocodrilo.

En la República Federal de Alemania la coalición gobernante roja-verde se ha propuesto hacer


perfecta esta transformación del concepto de política. Ha logrado hacer de la política un evento
mediático en el sentido de un desacoplamiento sistemático entre el discurso político y la
práctica política, y llevarlo, por decir así, hasta el extremo. Un ejemplo es la guerra del Kosovo.
En este caso fueron ocultadas de manera sumamente exitosa, mediante un discurso
democrático de derechos humanos preñado de consternación, las causas reales por las cuales
caían las bombas: a saber, para el aseguramiento del imperante orden mundial de la
Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), y para el control de zonas
geoestratégicas de influencia disputadas entre bloques hegemónicos. Por eso los gobernantes
actuales en su calidad de especialistas en discurso, en contraste con sus predecesores, están
bajo todo punto de vista interesados discusiones críticas e incluso las fomentan. El Ministerio
del Exterior, por ejemplo, mantiene un foro, "Cuestiones Globales", en el cual políticos,
expertos, científicos y, naturalmente, las "organizaciones no gubernamentales" idóneas cultivan
un discurso en todo sentido abierto y crítico sobre los problemas --causados, lo menos,
parcialmente por elllos mismos-- que enfrenta el mundo; problemas de los que el resto del
aparato ministerial se puede desentender. El gobierno ocupa incluso a un comisionado propio
de derechos humanos, lo que no le impide suministrar, por interés geoestratégico, tanques al
régimen torturador turco, ni le impide implementar una política de asilo y migratoria con rasgos
salvajes.

De esta manera, la actual formación política gobernante ha logrado lo que no pudo su


predecesora, la liberal-conservadora, y en lo que finalmente esta última fracasó: la imposición
de una nueva hegemonía, cuya lógica consiste en vincular la política de la reestructuración
neoliberal y la del Estado [Wettbewerbsstaat], como un Estado nacional en competencia contra
otros Estados, con un discurso moralizante, de derechos humanos y democrático, que soslaya
las condiciones reales de poder, violencia y opresión. Con ello, la coalición gobernante ha
logrado atar y envolver a círculos y fuerzas otrora de oposición y neutralizarlos. A algo así se le
denomina la creación de hegemonía a través de la revolución pasiva y la cooptación. El socio
verde de la coalición volcado hacia la Realpolitik, con su clientela intelectual juega un papel
central en este viraje estratégico del discurso. El pre requisito para esto fue el de re definir la
"democracia" y los "derechos humanos" como conceptos que sinteticen en un sentido casi
"chauvinista de bienestar", las formas de vida y producción metropolitanas, incluyendo sus
fundamentos económicos y políticos de poder. En el discurso público dominante, estos
conceptos caracterizan lo que practica el bloque del "mundo de la OCDE", y esto precisamente
legitima su auto otorgamiento del mandato de policía mundial allende cualquier derecho
internacional público codificado.

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¿La crisis como oportunidad?

Contra las proclamas de sus propagandistas científicos y políticos, la estrategia de


reestructuración capitalista de la globalización no ha hecho emerger ninguna nueva "era de
oro" similar al fordismo de mediados del siglo XX. Esta fue de todos modos una excepción
histórica endeudada no por último con la competencia intersistémica surgida de la Revolución
de Octubre rusa. La ola de racionalizaciones "ahorradoras de trabajo" y el desplazamiento de
las relaciones en la distribución de ingresos a escala mundial con el consecuente
empobrecimiento en expansión, conducen a una crisis estructural de sobreproducción que se
manifiesta en tendencias deflacionarias y en una autonomización cada vez más nítida del
capital financiero especulativo. Esto a la vez refuerza, bajo el principio del valor para los
tenedores de papeles y acciones, shareholder value, la presión para la racionalización industrial.
La expansión capitalista se realiza de manera cada vez más significativa a través de las
megafusiones, cuya meta principal es la racionalización y el control de mercados.
Contrariamente al parloteo incesante sobre competitividad y rendimiento, el capitalismo
monopólico jamás había estado tan perfectamente definido como ahora. El desacoplamiento
estructural entre crecimiento y empleo ha conducido a una situación en la cual las ganancias a
reventar de los consorcios sólo difícilmente pueden ser justificadas como condición para el
bienestar general. Con esto empero son socavados los fundamentos materiales del contexto de
legitimación que habían co fundado la "victoria" del capitalismo en la carrera de competencia
entre sistemas. La erosión de las economías "nacionales" tras la internacionalización
posfordista del capital ha hecho cuestionable no solamente el concepto de política "nacional"
sino además el de la "sociedad" que, en todo caso, caracteriza una formación por incrementos
altamente fragmentada heterogénea en lo político y en lo social. Esto se manifiesta en la
incertidumbre que va en aumento en cuanto a lo que debe ser entendido propiamente por
"pueblo" político, en el sentido de un demos democrático apto para decisiones colectivas frente
a la creciente división y fraccionamiento sociales. El que las corrientes y orientaciones
nacionalistas se hagan tanto más intensamente notables cuanto más la "nación" pierde sus
fundamentos sociales y económicos es sólo en apariencia una paradoja. Esto también no es
solamente una consecuencia de las dificultades de orientación y de "problemas de identidad",
sino que gana también crecientemente en importancia como instrumento de dominación
frente a las decrecientes posibilidades de integración social de carácter material. En cualquier
caso, la multi evocada nave común del Estado nacional hace mucho que está averiada y
haciendo agua. No sirve más para la travesía a costas mejores, sino que aparece en el mar
tormentoso de la economía globalizada como un bote salvavidas a ser tenazmente defendido
contra todo tipo de náufragos; un bote que en el mejor de los casos si no garantiza ciertamente
un par de privilegios relativos, cuando menos los promete.

La dejada a su suerte [Freisetzung] de la fuerza de trabajo en todo el mundo así como la


creciente desigualdad social y empobrecimiento conducen a la informalización y precarización
por incrementos de las condiciones de trabajo, y devienen en que condiciones tercermundistas
se hayan convertido en normalidad también en las metrópolis capitalistas. Naturalmente que

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con esto no se acaba el "trabajo", ya que su explotación por el capital es efectivamente la base
fundamental de la sociedad existente; pero sí experimenta una transformación profunda. Esto
en el sentido de que las relaciones de explotación capitalista se sustentan cada vez menos en
trabajo asalariado formalizado, y cada vez más en el trabajo por (aparente) cuenta propia y en
múltiples formas de relaciones ocupacionales carentes de seguridad en los sectores informales
en propagación. Estos últimos sirven como mercados para bienes banalizados de consumo
masivo, como reserva útil flexible de fuerza de trabajo barata y bien dispuesta, como
yacimiento provisional de población desempleada [Arbeitslosenzwischenlager], así como de
vertederos de desechos ecológicos y sociales. No hay duda de que bajo el régimen posfordista,
cada vez más seres humanos se vuelven superfluos para el proceso de valorización capitalista y
que ya ni siquiera obtienen el disfrute de una relación de explotación pasablemente regulada.
Contra una óptica romantizadora de "economía de subsistencia" y de "sector informal", vale
tener en mente que estos ámbitos no están para nada simplemente desacoplados del contexto
de reproducción capitalista sino que, por el contrario, representan su fundamento de manera
específica. Si desde siempre el trabajo en casa no remunerado y el trabajo asalariado que no
asegura la reproducción, particularmente el femenino, han sido parte integral decisiva de las
relaciones de capital, así ahora esta "ama-de-casa-ización" del trabajo en formas nuevas
aumenta ostensiblemente. La lógica del contexto posfordista de acumulación y regulación
consiste no en último lugar en profundizar así como en mantener fluidas y permeables las
fronteras entre el trabajo asalariado formal en los sectores privilegiados por un lado y los
distintos sectores "informales" por el otro.

Sin embargo, el hecho de que cada vez más seres humanos sean marginalizados y excluidos del
contexto formal de la valorización, significa simultáneamente un nuevo contexto de crisis
político-social: cuanto menos garantice la relación del capital trabajo y sustento, cuanto más
superfluo se hace el capital como inmanente al sistema, por así decir. Es por eso que las
consecuencias sociales desastrosas de la así llamada globalización conducen a una crisis de
hegemonía cada vez más evidente del neoliberalismo. Lo que todavía lo sigue estabilizando y
legitimando ideológicamente no son las promesas desmentidas desde hace mucho en la
práctica de una mejor y más pacífica "sociedad mundial", sino la dificultad para esbozar
alternativas sociopolíticas concretas bajo las cambiadas condiciones del capitalismo
globalizado, y frente al fracaso de conceptos estatal-socialistas y socialdemócratas
tradicionales. Esto se liga con el hecho de que las formas neoliberales de pensar y de conducta
se han arraigado en casi todos los medios sociales a partir del final de la era socialdemócrata, y
que las desigualdades y divisiones sociales, así como la movilización a la lucha de todos contra
todos, dificultan considerablemente la formulación de una contraposición.

Por otra parte, uno puede suponer que las formas de conducta y de conciencia "neoliberales"
impuestas entretanto exitosamente en amplias capas y medios sociales desarrollan una propia
contradictoriedad. El repliegue estratégico del Estado como instancia materialmente
integradora de la sociedad socava también la ilusión de Estado. Además, la disolución de
contextos sociales materiales debilita las identificaciones nacionales como fundamento de la
dominación burgués-capitalista. La dejada a su suerte de los seres humanos como sujetos del
mercado "responsables ante sí mismos", puede también intensificar su afán de libertad y

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autonomía. Además, la compulsión a la movilidad extrema y hacia una permanente calificación


ulterior de conocimientos y habilidades incrementan no solamente su utilidad como fuerza de
trabajo sino también las habilidades político-sociales de autodeterminación. Y, finalmente,
quienes no tienen ya nada más que esperar del capital, se verán forzados a desarrollar sus
propias formas de vida y reproducción. Los procesos de individualización y división puestos en
marcha por el proyecto neoliberal no se mantendrán necesariamente dentro de cauces
funcionales, sino que podrían desarrollar una dinámica social y política propias.

La necesidad de un nuevo concepto de política

Los debates "reformistas" a este respecto giran hasta ahora muy intensamente en torno a
conceptos que apuntan hacia una restauración de economías nacionales y Estados nacionales
que funcionen; conceptos a veces complementados con consideraciones acerca de un "arte de
gobernar global" [global governance] democratizado. Subyace a esto la concepción de que las
estructuras fordistas de regulación estatal pudieran ser restauradas de una u otra forma a nivel
nacional como internacional. En esta visión quedan en gran medida soslayadas las causas de la
crisis del capitalismo fordista y, vinculado a esto, del fracaso de las políticas estatal reformistas.
Igualmente, sin reconocer queda el hecho de que la reestructuración neoliberal no es para nada
un accidente histórico de funcionamiento, sino que representa el regreso a la normalidad
capitalista tras el fin de los movimientos de masa revolucionarios y reformistas del siglo XX. Es
olvidado que las crisis profundas son un rasgo característico estructural del capitalismo, y que
esta formación social muestra una dinámica que incluye un revolucionamiento permanente de
sus relaciones económicas, sociales y políticas. Si uno toma todo esto en serio, surge entonces
la interrogante, si el pensamiento político crítico hoy día no tuviera que trascender por
principio las categorías tradicionales, es decir, estatales --la identificación de "política" y
"Estado", de poder social y poder del Estado-- y si una política emancipatoria realmente debiera
tener como meta algo así como un mejoramiento del Estado.

Difícilmente. Frente a las consecuencias de los proyectos de reestructuración neoliberales


queda más bien pendiente una revisión minuciosa y a fondo del concepto de la política: de la
identificación aún predominante de la política con el Estado, del pensamiento en categorías
fundamentales burguesas de Estado y nación, de lo privado y lo público, de lo político y lo
apolítico, de la representación y la suplencia.

El fracaso de los proyectos de Estado reformistas y revolucionarios del siglo XX plantea de todos
modos la interrogante de si sociedades pueden ser emancipativamente transformadas --o
siquiera debieran serlo-- planificada y estratégicamente desde un centro, debido al carácter por
principio autoritario del plan. Cuando tras la evolución económico-política actual se vuelve
cuestionable la forma específicamente burgués-capitalista de lo político --la atribución de un
carácter propio y distinto al Estado frente a la sociedad, la separación entre lo "privado" y lo
"público", la relativa autonomía del Estado también frente a las clases económicamente
dominantes-- y ello deviene en una especie de reprivatización de lo político, tienen que ser

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revisadas las orientaciones tradicionales. El Estado nacional se convierte en parte integral del
entretejido de un aparato político transnacionalizado, comprometido en lo esencial con la
ejecución de las fuerzas compulsivas de los hechos y circunstancias [Sachzwänge], y con los
grupos financieros que abarcan el orbe. Con esto, sin embargo, el Estado se vuelve finalmente y
por completo inservible como punto de referencia y de partida institucional para una política
democrática. Esta evolución no es necesariamente lamentable considerando los límites que le
fija estructuralmente una sociedad concebida como capitalista-nacionalista a una
autodeterminación democrática verdadera. Al contrario: la crisis del Estado y de la
representación política puede por supuesto encerrar también una oportunidad. Hoy está al
orden del día un "reformismo radical" que apunta hacia transformaciones sociales
emancipativas, no mediante el poder del Estado, sino a través de la iniciativa social, a través de
hacer valer la práctica de nuevas formas de vida y de producción, a través de la creación de
contextos de organización política independientes y en contra de estructuras institucionales
domiantes.

La contraposición entre política "institucional" y autónoma-extra institucional", como


repetidamente sale a colación en las actuales discusiones de izquierda es empero abstracta en
un mal sentido. Por supuesto que la política estatal a nivel internacional y de Estados
individuales es de tomarse en serio, porque crea condiciones, establece fuerzas compulsivas
[Zwänge] y dispone de potencial decisivo de violencia. Esto sin embargo no puede significar
autolimitarse a una actuación dirigida esencialmente a las instituciones con estructuras de tipo
estatal y a las estatales mismas, y aceptar así sus reglas del juego. Esta actuación sólo
reproduce las estructuras existentes de dominación y explotación. Decisivo es más bien
desarrollar posiciones de contrapoder y estructuras independientes vinculadas sobre todo
internacionalmente, contextos de práctica social, esferas públicas y formas de organización.
Solamente esto puede realmente cambiar las relaciones sociales de poder al crear
necesariamente, en consecuencia, conflictos dentro del aparato dominante que generan
espacio para maniobrar y posibilidades de influencia. La política institucional, dentro y contra
los aparatos de Estado, requiere de una base político-social propia. Meras campañas y
movilizaciones puntuales son insuficientes.

Cuando, visto globalmente, grupos cada vez mayores de seres humanos ya no son servibles más
para el capital, ni siquiera como objetos de explotación y son dejados a su suerte por los
Estados y, en el mejor de los casos, solamente son tratados como objetos a ser vigilados,
controlados y combatidos con estrategias contrainsurgentes de corte policiaco-
intervencionista, parece más ilusorio que nunca apelar al Estado o querer renovarlo
democráticamente a partir de las estructuras existentes. Sin duda, la alternativa no es nada
fácil. Es requerida ciertamente una transformación profunda de formas de vida y de
producción, de patrones de consumo, de las concepciones dominantes de lo que sería la
"buena vida", de los conceptos de progreso y desarrollo. En vez de lamentar el fin del trabajo,
de lo que se trataría es de tomar conciencia de que el desempleo creciente es el producto de
una estrategia de racionalización capitalista que tiene como su fundamento la destrucción de
los fundamentos de la naturaleza que posibilitan la vida humana, y que la abundancia de
mercancías capitalistas producidas con base en procesos de alta racionalización, cada vez más

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evidentemente corre por cuenta de la verdadera calidad de vida. No es el trabajo el que se


acaba sino que es realizado de manera equivocada bajo el dictado del proceso de valorización
del capital; un dictado que impide que trabajos urgentemente necesarios sean realizados
mientras que, simultáneamente, es producida chatarra con dispendio humano y
mercadotécnico cada vez mayores. De lo que se trata es de romper el círculo consumista que es
el que estabiliza estas condiciones. En resumen: se trata todavía de aquello que la envejecida
"nueva izquierda", entretanto devenida en edad madura en una neoburguesía posmoderna, ha
olvidado con celo expreso: de una revolución cultural profunda; no sólo uno de los asuntos de
la conciencia sino ante todo de las prácticas materiales y de las relaciones sociales que las
subyacen y fundamentan. Entre la izquierda que se auto entiende como radical existe
entretanto la tendencia a reducir cada vez más intensamente la política a luchas discursivas y,
con ello, a reproducir ella misma una vez más la imperante separación entre discurso político y
práctica política. No es suficiente --modificando la conocida cita de Marx-- criticar críticamente,
sino de lo que se trata es de transformar prácticamente el mundo.

Nuevos contextos prácticos político-sociales no se desenvuelven ciertamente para nada con


naturalidad tras los procesos corrientes de desintegración social, de marginalización e
informalización. Para que esto ocurra es necesaria la creación de esferas públicas y de
contextos de organización propios que ayuden a sobreponerse a las desbordantes tendencias
de fragmentación e individualización y a la lucha organizada de todos contra todos a escala
mundial, a reincorporar críticamente las experiencias prácticas e históricas, a confrontar
práctica y concretamente intereses opuestos y concepciones de orden social divergentes. La
separación entre movimiento "político" y "social", como en el caso de la comparación de los
otrora movimientos nacionales de liberación en la periferia con los "nuevos movimientos
sociales" en la metrópolis, tiene que ser sublimada de tal manera que el desarrollo de contextos
de organización autónomos y estructuras políticas se vinculen con el proyecto de revolucionar
la vida cotidiana. Por eso señala hacia el futuro un nuevo tipo de movimiento político-social
como el que se ha configurado a manera de algunos indicios entre los zapatistas de Chiapas o el
del Movimiento Sin Tierra brasileño, pero no sólo ahí. Tales indicios y movimientos tienen que
desarrollarse primero a nivel local y regional, de manera descentralizada, dentro de un
contexto concreto de experiencias, y bajo las respectivas condiciones específicas. Solamente se
vuelven efectivos de manera políticamente duradera cuando se logra vincularlos, crear nuevos
contextos de cooperación político-sociales auto organizados que permitan desarrollar formas
de actuación solidarias a escala global. En lugar de mejorar el Estado y querer configurar la
globalización capitalista, se trata de dejar que empiece a operar otro concepto de la política,
inmediato y práctico. En resumen: se requiere de una vinculación entre la liberación social y la
política, que proceda de las experiencias concretas y las condiciones de vida concretas, y que
simultáneamente supere los límites nacionales y particulares.

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