Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
Pág. 12 – Si nuestro tiempo admite con facilidad que el asesinato tiene sus
justificaciones, es a causa de esa indiferencia por la vida que caracteriza al
nihilismo.
Pág. 15 – Yo grito que no creo en nada y que todo es absurdo, pero no puedo
dudar de mi grito y tengo que creer por lo menos en mi protesta. La primera y la
única evidencia que me es dada así, dentro de la experiencia absurda, es la
rebelión. Privado de toda ciencia, obligado a matar o a consentir que se mate, no
dispongo sino de esta evidencia, que se refuerza además con el desgarramiento en
que se halla. La rebelión nace del espectáculo de la sinrazón, ante una condición
injusta e incomprensible.
Pág. 29 – Una vez derribado el trono de Dios, el rebelde reconocerá que esa
justicia, ese orden, esa unidad que buscaba inútilmente en su condición tiene ahora
que crearlos con sus propias manos y con ello deberá justificar la caducidad divina.
Entonces comenzará un esfuerzo desesperado para fundar, al precio del crimen si
es necesario, el imperio de los hombres. Esto no dejará de tener terribles
consecuencias, sólo algunas de las cuales conocemos aún. Pero estas
consecuencias no se deben a la rebelión misma, o por lo menos, no aparecen sino
en la medida en que el rebelde olvida sus orígenes, se cansa de la dura tensión
entre el sí y el no y se entrega por fin a la negación de todo o a la sumisión total.
Pág. 69 – Así, la igualdad de las almas ante Dios lleva, habiendo muerto Dios, a
la igualdad simplemente.
Pág. 71 - ¿Cómo se puede vivir libre y sin ley? El hombre debe responder a este
enigma bajo pena de muerte.
Pág. 149 – Quien rechaza todo el pasado, sin conservar de él nada que puede
servir para vivificar la revolución, se condena a no encontrar justificación sino en el
porvenir y, entre tanto, encarga a la policía que justifique lo provisional.
Pág. 210 – Cómo se puede vivir sin la gracia es la pregunta que domina en el
siglo XIX. “Mediante la justicia”, respondieron quienes no querían aceptar el
nihilismo absoluto. A los pueblos que desesperaban del reino de los cielos les
prometieron el reino del hombre. La predicación de la ciudad humana se aceleró
hasta fines del siglo XIX, cuando se hizo propiamente visionaria y puso las
certidumbres de la ciencia al servicio de la utopía. Pero el reino se ha alejado,
guerras prodigiosas han devastado la tierra más vieja, la sangre de los rebeldes ha
cubierto los muros de las ciudades y la justicia total no se ha acercado. La pregunta
del siglo XX, por la que murieron los terroristas de 1.905 y que desgarra el mundo
contemporáneo, se ha precisado poco a poco: ¿cómo se puede vivir sin gracia y sin
justicia?
Pág. 230 a 231 – La añoranza del reposo y de la paz debe ser rechazada;
coincide con la aceptación de la iniquidad. Quienes lloran pensando en las
sociedades dichosas que encuentran en la historia, confiesan lo que desean: no el
alivio de la miseria, sino su silencio. ¡Loado sea, por el contrario, el tiempo en que la
miseria grita y demora el sueño de los que están hartos! Maestre hablaba ya del
“sermón terrible que la revolución predicaba a los reyes”. Lo predica actualmente, y
de manera más urgente todavía, a los grupos selectos deshonrados de esta época.
Hay que oír este sermón. En toda palabra y en todo acto, aunque sea criminal, yace
la promesa de un valor que hay que buscar y poner de manifiesto. No se puede
prever el porvenir y quizás sea imposible el renacimiento. Aunque la dialéctica
histórica sea falsa y criminal, el mundo, después de todo, puede realizarse en el
crimen, siguiendo una idea falsa. Aquí se rechaza simplemente esta idea de
resignación: hay que apostar a favor del renacimiento.
Pág. 234 – En sus orígenes mismos y en sus impulsos más profundos se halla
una regla que no es formal y que, no obstante, puede servirle de guía. La rebelión,
en efecto, le dice y le dirá cada vez más fuertemente que hay que tratar de hacer,
no para comenzar a ser un día, a los ojos de un mundo reducido al consentimiento,
sino en función de ese ser oscuro que se descubre ya en el movimiento de
insurrección. Esta regla no es formal ni está sometida a la historia; es lo que
podremos precisar al descubrirla en su estado puro en la creación artística.
Anotemos solamente de antemano que al “Me rebelo, luego existimos” y al
“Existimos solos” de la rebelión metafísica, la rebelión contra la historia añade que
en vez de matar y de morir para producir el ser que no somos, tenemos que vivir y
hacer vivir para crear lo que somos.
Pág. 260 - … basta con que un hombre excluya a un solo ser de la sociedad de
los vivos para que se excluya a sí mismo. Cuando Caín mata a Abel, huye al
desierto. Y si los asesinos forman multitud, la multitud vive en el desierto y en esta
otra especie de soledad que se llama promiscuidad.
Pág. 271 - ¿El fin justifica los medios? Es posible ¿Pero qué justifica al fin? A esta
pregunta, que el pensamiento histórico deja pendiente, la rebelión responde: los
medios.
¿Qué significa semejante actitud en política? Y, ante todo, ¿es eficaz? Hay que
responder sin vacilar que es la única eficaz actualmente. Hay dos clases de eficacia:
la del tifón y la de la savia.
Pág. 273 (al pié) – La ciencia actual traiciona sus orígenes y niega sus propias
adquisiciones dejándose poner al servicio del terrorismo de Estado y del espíritu de
dominio. Su castigo y su degradación consisten en que no produce entonces, en un
mundo abstracto, sino medios de destrucción, o de esclavizamiento.
Pág. 274 – La civilización jacobina y burguesa supone que los valores están por
encima de la historia, y su virtud formal fundamenta entonces un embaucamiento
repugnante. La revolución del siglo XX decreta que los valores están mezclados con
el movimiento de la historia y su razón histórica justifica un nuevo embaucamiento.
La mesura, frente a este desorden, nos enseña que toda moral necesita una parte
de realismo: la virtud enteramente pura es mortífera; y que todo realismo necesita
una parte de moral: el cinismo es mortífero. Por eso la charlatanería humanitaria no
tiene más fundamento que la provocación cínica. En fin, el hombre no es
enteramente culpable, pues no comenzó la historia; ni enteramente inocente, pues
la continúa. Quienes traspasan este límite y afirman su inocencia total terminan en
la desesperación de la culpabilidad definitiva. La rebelión es, por el contrario, nos
pone en el camino de la culpabilidad calculada. Su única esperanza, pero
invencible, encarna, al final, en asesinos inocentes.