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Un cálculo racional nos hace preferir los segundos, por su mayor duración.
De ahí que el ideal sea llevar una vida sencilla, para evitar el dolor de no poder
satisfacer deseos con medios desproporcionados. La moderación favorece la
paz mental. Deben, pues distinguirse entre los placeres naturales y necesarios,
los naturales y no necesarios y los vanos (ni naturales ni necesarios). Ceñirse a
los primeros, sin buscar añadidos superfluos, es la garantía de la felicidad del
hombre.
Y entre los placeres en reposo son preferibles los placeres espirituales, pues
no se agotan con la sensación inmediata, sino que se retienen en la memoria y
se anticipan por la imaginación. Cuando Epicuro muere en medio de grandes
sufrimientos siente compensado ese dolor por el placer de recordar pasadas
conversaciones filosóficas.
Para los griegos, el mundo de los Dioses Olímpicos era una fuente de
temor, desasosiego, por estar los hombres sujetos a su arbitrariedad,
caprichos… que sólo se podían paliar en alguna medida con constantes actos
rituales y sacrificios. Los epicúreos sostienen una visión atomista de la
realidad: todo está hecho de átomos; incluso los dioses no son más que
agregados de átomos más sutiles, que viven entre los infinitos mundos,
ocupados en su propia felicidad y ajenos por completo a los asuntos humanos;
por tanto, no debemos preocuparnos por ellos, ni necesitamos aplacarlos con
constantes sacrificios.
Los utilitaristas
La finalidad a la que aspirar todo ser humano es la felicidad, que para ellos
es equivalente al placer o bienestar. Cualquier cosa que nos proporcione
placer, felicidad, es un bien. Para los utilitaristas hay que buscar el bienestar
del mayor número de personas, no se limitan a considerar exclusivamente lo
que es útil para una sola persona.. Podríamos, simplificando un poco las cosas,
decir que los utilitaristas son como epicúreos que no limitan los placeres a los
naturales y necesarios, además de ampliar a la mayoría de la sociedad la
preocupación por alcanzar la felicidad (no quedándose sólo en el objetivo de
llegar a ser un sabio feliz).
John Stuart Mill, en cambio, cree que no todos los placeres son iguales.
Debe distinguirse entre los placeres inferiores (relacionados con las pasiones) y
los superiores (relacionados con el intelecto). Afirmó en una ocasión que “es
mejor ser un hombre insatisfecho que un cerdo satisfecho”. Un poco en la
líneas aristotélica, defiende que el ser humano tiene la capacidad de
desarrollar sus facultades más elevadas mediante el estudio y el conocimiento,
y que este es el aprendizaje que depara mayores placeres.