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EL TANTRA Y LA PROSTITUCIÓN SAGRADA

(Jean Varenne - El Tantrismo o la sexualidad sagrada)

Si nos detenemos a pensar por un momento en estos ritos sexuales nos


preguntaremos sin duda: ¿dónde podrá encontrar el adepto esta pareja que
le es imprescindible para la celebración litúrgica? Varias alternativas
se le brindan, al menos en teoría: puede tratarse de su propi@ espos@, o
utilizar los servicios de otra persona que sea también un miembro de la
secta y haya recibido la iniciación requerida, o finalmente, buscar
alguien que nos preste este servicio mediante compensación económica.
Este último recurso será evidentemente el más sencillo, ya que sólo
requiere un poco de dinero, y una prueba de que constituye un hecho
frecuente dentro del medio tántrico (y también shivaíta), no la da el
hecho de la existencia en la India, hasta fechas muy recientes de una
forma de prostitución sagrada.

Ante todo hay que decir que instituciones semejantes a esta han
funcionado en las diversas áreas culturales del ámbito indoeuropeo y
fuera de éste, se encuentran por doquier, desde América Central a Caldea
y del África a la Polinesia. En todos los casos, se trata de mujeres
jóvenes vinculadas al servicio de un culto particular, que otorgan sus
favores a los sacerdotes y a los fieles de dicho culto. El precio pagado
por el servicio requerido a estas prostitutas no va nunca directamente a
ellas sino, en su totalidad, es entregado a «la Deidad», a través de los
responsables religiosos del santuario, del lugar de peregrinación, de las
tumbas de los santos personajes o del templo mismo, en cuyas dependencias
se da acogida a estas mujeres para ser visitadas por sus devotos.

Se aprecia la diferencia en relación a la prostitución profana, que ha


coexistido siempre con ésta: en el terreno profano, las relaciones se
basan en un sistema comercial y el cliente sabe que su paga va a
enriquecer a los proxenetas y a sus pupilas, mientras que la misma paga,
depositada sobre el altar de un templo, constituye una verdadera ofrenda
que el dios «agradecerá» concediendo al devoto el derecho de frecuentar
por unos momentos a una de sus servidoras. Durante este tiempo, alejado
por completo del mundo cotidiano y trivial, el individuo experimenta la
sensación de hallarse en presencia de la deidad escogida por él, ya que
le concede el privilegio de tratar de igual a igual con una persona del
ámbito sagrado.

Prostitución y santuarios

Las formas de funcionamiento de este sistema han variado ciertamente con


el tiempo, y pueden diferir mucho de una región a otra, pero la
estructura básica será siempre la misma y la institución se ha perpetuado
hasta donde se extiende el alcance de las religiones que la han adoptado
como parte integrante de ellas. Por su parte, el cristianismo y el Islam
se oponen por igual a incorporar, bajo cualquier forma, la sexualidad al
ejercicio del culto, en el primer caso debido a la mortificación de la
carne y el segundo por el cuidado que se tiene en preservar el rigor del
culto ofrecido al Dios único. Donde quiera que tales religiones han
venido a instalarse, ha desaparecido la prostitución sagrada (¡no en
cambio la profana!),junto con todo aquello que se ha dado en llamar lo
pagano. Sin embargo, en la India no ha llegado a ser decisivo el influjo
de estas dos religiones y el pueblo hindú permanece fiel, en su mayoría,
a la religión de sus padres.
Allí, la desaparición de la prostitución sagrada ha sido más o menos
progresiva en función de las circunstancias locales: donde los maestros
musulmanes se mostraban intransigentes, los sacerdotes hindúes preferían
evitar la confrontación privándose de los servicios de las jóvenes,hasta
que un renacimiento del reino hindú volviera a establecer la institución.
Cuando los ingleses sustituyeron a los emperadores mongoles, la situación
pareció llegar a un punto estable ya que los nuevos conquistadores no
tenían interés en mezclarse en los asuntos religiosos a condición de que
no se produjera de modo alguno un escándalo público. En realidad, esta
última restricción condenó a la prostitución sagrada a establecerse en
los templos del sur, verdaderas ciudades fortificadas y prohibidas a los
extranjeros. Sin embargo, la influencia inglesa no dejó de ganar terreno
en los sectores cultivados de la población, en especial dado que el
sistema educativo adoptado en la India en el siglo XIX era una copia fiel
del modelo británico. De este modo, los grandes reformadores del
hinduismo contemporáneo han criticado de forma unánime el sistema en
nombre de una moral que no se había visto nunca antes en la India. Uno
tras otros, los santuarios más famosos fueron despidiendo a estas
jóvenes, o dejando de renovarlas, hasta que el propio gobierno hindú
independiente puso punto final al proceso al prohibir explícitamente la
prostitución sagrada.

Hay que añadir que sólo los templos de Shiva y los santuarios de la diosa
habían dado acogida a estas «cortesanas divinas», como era también el
caso de Grecia, es decir, que no todos los templos podían ofrecer estas
«facilidades» a sus fieles. Pero, si tenemos en cuenta el inmenso
territorio de la India, vamos a encontrar que había en realidad un número
considerable de muchachas dispersas en los innumerables lugares del
culto. La repartición de aquellos fue ciertamente igual durante mucho
tiempo, pero los avances de la conquista musulmana hicieron que, durante
los dos primeros siglos la institución sólo existiera en el extremo sur
de la península o en algunas zonas apartadas como el Assam o los altos
valles del Himalaya.

Las devadasis.

Ha llegado el momento de decir que las jóvenes destinadas a esta forma de


prostitución portal el nombre de davadasis (servidoras del señor) y
constituyen una corporación hereditaria, que funciona como una casta. El
servicio que ellas deben ofrecer incluye todo lo que, a los ojos de los
hombres, conlleva la seducción femenina, es decir, que no se trata sólo
de los gestos propios de la sexualidad más refinada, sino también del
arte de los adornos y el maquillaje, la danza, la música y el canto. Pero
asimismo ellas deberán asumir su papel de madres, lo cual significa que
no hay aquí un rechazo a la maternidad ni a la crianza de los hijos. El
hecho de ser consideradas como miembros de una institución integrada en
el contexto brahmánico (Dharma), confería a las devadasis una
independencia sorprendente que las situaba a gran distancia de las
prostitutas profanas. En efecto, la única jurisdicción a la cual debían
responder es la de un consejo similar en su funcionamiento a un panchayat
(consejo de casta), compuesto únicamente por devadasis. Se trata pues de
una sociedad femenina, regida por mujeres y dedicadas por completo a la
expansión de lo que ellas mismas consideraban como «la femineidad en sí».

A la edad de siete u ocho años la niñas (y sólo éstas, a diferencia de lo


que ocurre en las verdaderas castas) debían recibir la iniciación
siguiendo un ritual cuya estructura combina a la vez el matrimonio y el
upanayana (iniciación de los varones en las castas superiores): igual que
ocurre en el rito matrimonial, se coloca alrededor del cuello un collar
del cual pende una medalla con la imagen de una deidad y, como sucede en
el upanayana, se viste a la niña con una vestidura nueva y se la confía a
un preceptor (en este caso se trata evidentemente de una mujer). Comienza
entonces un prolongado aprendizaje en las artes de seducción, con énfasis
en la técnica sexual y, por otra parte, en la danza y el canto. En cuanto
a los hijos varones de una devadasi, es costumbre confiarlos a uno de los
parientes mayores, quien les prepara en su papel de acompañantes de sus
hermanas, de modo que llegan a convertirse en músicos y cantores dejando
a un lado los oficios domésticos y trabajando eventualmente en el
exterior de su entorno familiar, por lo común al cuidado de un jardín
anexo al templo y perteneciente a la comunidad.

Queda entendido que las devadasis no pueden casarse, puesto que la


ceremonia iniciática ha consagrado ya su unión con la deidad. No
obstante, es posible para ellas una especie de retiro: cuando se observa
que los fieles ya no requieren tanto sus favores, se autoriza a la
devadasi a renunciar a su actividad de prostituta. En el curso de una
solemne ceremonia, ella depositará sobre el altar los pendientes de una
forma peculiar que constituían el signo distintivo de su función, con lo
cual se le considera excluida de la misma. Entonces, podrá dedicarse a la
educación de las pequeñas y tendrá derecho a convivir con un hombre de
origen semejante al suyo (por ejemplo un músico), pero este nunca será
considerado como un verdadero marido y no tendrá ningún derecho de
carácter fiscal sobre la gestión del «matrimonio» de su compañera. Cabe
señalar al respecto que al morir una devadasi sus bienes son repartidos
por igual entre los hijos que haya tenido, a diferencia de lo que ocurre
en las castas superiores donde el patrimonio resta indiviso y se confía
por entero al primogénito para que lo administre. Gracias a esto, los
hijos varones tienen asegurada una cierta base material que les libra de
verse desposeídos por completo.

En conjunto, la comunidad de las devadasis se puede asimilar a un


convento de mujeres (que admiten a su lado frailes conversos), más que a
una casta propiamente dicha que agruparía familias constituidas
regularmente. Cabe añadir que los varones del grupo pueden jugar también
una función sexual con los fieles, lo cual no representa un motivo de
escándalo en la India donde la homosexualidad se halla muy extendida,
como lo estuvo en Gracia en tiempos de Platón. Pero aquí se trata más
bien de una actividad marginal, subalterna, como se puede inferir de la
misma palabra devadasi, en la cual no hay ningún componente de género
masculino.

Una institución regular

Los datos anteriores bastarán al menos para poner en evidencia la


seriedad de la institución y su carácter «regular» (en el sentido de
estar «plenamente integrada al Dharma»), al contrario de la prostitución
ordinaria cuyas características han sido (¡y siguen siendo hoy en día!)
las mismas en la India que en Occidente. Dicha «regularidad» se origina
sin duda en su aspecto religioso y se ha logrado mantener precisamente
por sus vínculos con este ámbito: del mismo modo que las esculturas
eróticas que adornan los muros de los templos no sorprenden a los fieles,
el encontrar o frecuentar eventualmente a las devadasis les parece algo
natural.
En cuanto al «matrimonio» simbólico de estas jóvenes, hay en esta
ceremonia un detalle bastante significativo: no se les invita a
«desposarse» con la estatua de la deidad, sino que ésta se reemplaza por
un sable o tridente que se conservan en el santuario para tal efecto.
¿Por qué no se produce en cambio una desfloración ritual a cargo de un
sacerdote que actuara en nombre de la deidad? ¿No será precisamente
porque la ceremonia lleva en sí el carácter de una iniciación, una
consagración, un verdadero matrimonio? El hecho es que si la joven fuera
«verdaderamente» desposada con Shiva, nadie podría tocarla luego, bajo
pena de sacrilegio.

En tal caso, se vería obligada a confinarse en una celda, como un objeto


de veneración sin duda, pero a distancia. Por el contrario, las bodas
simbólicas con el tridente de Shiva tienen la apariencia de una
ordenación, una «imposición de los votos», la cual se produce siendo la
joven aún impúber y viene a marcar (como en el upanayana) el comienzo de
sus estudios, al término de los cuales la devadasi entrará propiamente a
prestar su servicio. Pero no olvidemos que el sable constituye el
atributo característico de la diosa: en este caso, las bodas no pueden
ser más «simbólicas», ya que muestran claramente el vínculo de la
devadasi con la deidad del santuario, la cual es por lo general Durga o
Kalí.

La regularidad de la institución le otorgó un marco privilegiado en la


organización de las ceremonias tántricas. Era ciertamente cómodo tener la
posibilidad de convocar tantas jóvenes como fuera necesario para
constituir un chakra, con la ventaja de que las devadasis tenían ya la
costumbre de participar en dichas ceremonias, y habían sido entrenadas
para ello dentro de un contexto religioso absolutamente apropiado. A
menudo se reunía también el círculo familiar (Kula-chakra) en un local
anexo al templo, lo que otorgaba mayor solemnidad a los ritos,
permitiendo incluso que se mezclaran con algunos sacrificios «ortodoxos».
No hay que olvidar también que numerosos santuarios -sobre todo en
Bengala, Assam y el Himalaya-, estaban especializados en el culto
tántrico, con acceso prohibido a los no-iniciados. Pero ¿cómo establecer
la distinción entre aquellos y los simples curiosos o libertinos? Es de
temer que a menudo el guardián del templo no cumpliera estrictamente sus
funciones, con lo cual el santuario se convertiría en un verdadero
lupanar. En la India los templos son todos propiedad privada (puesto que
no hay una Iglesia oficial hindú), y el caso debió ser frecuente ya que
el beneficio era considerable. Hubo pues escándalo en algunos casos
excepcionales, lo cual ha sido suficiente para motivar la supresión de
esta institución, hace ya varios decenios

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