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Alfons Cornella
ESADE Barcelona
cornella@esade.es
Mayo 1997
Resumen
Cuando dos años después de la muerte del dictador en 1975 llega un sistema plenamente
democrático, alentado por la monarquía reinstaurada, el país y sus representantes
Cultura informacional
Por un lado, algunos autores han buscado los antecedentes históricos del tradicional
secretismo de la administración pública en la doctrina napoleónica al respecto,
multiplicada en la época de la dictadura de Franco por una obsesión por el control de la
sociedad a través de la obstrucción del principio de transparencia informacional.5 Por
otro lado, en el sector privado el secretismo se observa en hechos como, por ejemplo,
que el 30% de las empresas activas inscritas en los Registros Mercantiles no presenta sus
cuentas anuales (estados financieros), a pesar de que con ello corren el riesgo de
enfrentarse a multas elevadas. No resulta fácil discernir si el secretismo de las empresas
es en realidad una respuesta mimética a la tradicional opacidad de las administraciones
públicas.
Ante esta situación de una sociedad que tiende hacia la opacidad informacional, ¿cuál es
la respuesta esperable por parte de los poderes públicos?
Legislación informacional
Por otra parte, aunque de una manera un tanto tímida, la creación del Instituto
Cervantes,12 una institución que tiene por objetivo promocionar el uso del español en el
mundo, podría constituirse en una poderosa arma informacional del país, ya que,
finalmente, lo que acaba importando es que exista un mercado de la información, sin el
cual cualquier acción de política informacional puede resultar estéril. El español, es una
de las lenguas con más hablantes del mundo, tiene un mercado potencial enorme. Si no
sabe aprovecharlo, se encontrará con graves dificultades para enfrentarse a la evidente
primacía del inglés en las autopistas de la información. ¿De qué servirán las políticas de
información en español más avanzadas si el mercado de la información en inglés avanza
más rápido?
En este sentido, es muy destacable que el operador telefónico que disfruta del monopolio
de telefonía en España, Telefónica, haya sabido reaccionar rápidamente frente a las
oportunidades brindadas por Internet, y haya desarrollado el concepto InfoVía, una
especie de “internet en español”, que piensa exportar a todos los países lationamericanos
en los que tiene presencia empresarial. Es muy posible que InfoVía haya hecho más para
estimular el uso de las autopistas de la información en España que cualquier posible
política gubernamental. Porque, al final, lo que el ciudadano puede estar buscando es su
propia economía, una manera asequible de entrar en este fenomeno telemático. InfoVía
se lo permite al facilitarle el acceso a los proveedores de Internet en España a un precio
de llamada local desde cualquier punto de la geografía del país.
Es muy posible que este artículo olvide otras acciones de promoción y estímulo de la
información llevadas a cabo en España. De todas maneras, parece que el acento ha
estado en realidad más en el desarrollo de las infraestructuras de la información (que es
dónde, en el fondo, está el dinero y las posibilidades de negocio) que en el fomento de
contenidos o en las políticas para convertir a los ciudadanos en consumidores
inteligentes de información (la verdadera clave para que una sociedad sepa aprovechar el
impulso de la tecnología para la mejora de la calidad de vida). Está es la razón de que sea
difícil encontrar en los periódicos noticias relacionas con lo segundo y en cambio se
dediquen portadas y páginas enteras a la inminente liberalización de las
telecomunicaciones, a la “guerra digital” entre las distintas iniciativas para el
establecimiento de una plataforma de televisión digital en el país, o a los enfrentamientos
por el reparto de las atribuciones de las distintas administraciones públicas en la
regulación de la televisión por cable. Es cierto que las políticas de información corren el
riesgo de sucumbir ante la cuestión de las infraestructuras -como bien señala Rowlands
(1996, p13), “information policy has been largely technology-driven”- pero resulta por lo
Si bien no existe, hoy por hoy, un documento que especifique claramente cuál debe ser la
política de gestión y difusión de información por parte de las administraciones (quizás
porque, como se verá más adelante, no existe en realidad un derecho de acceso general
a la información pública), sí es cierto que empiezan a verse iniciativas interesantes en
este sentido. Así, el Real Decreto 208/1996, de 9 de febrero, que regula los servicios de
información de la administración y atención al ciudadano de la Administración General
del Estado, “pretende ser un punto de inflexión en la política de información, orientación
y atención al ciudadano”. Introduce las Comisiones Ministeriales de Información
Administrativa, que en cada Ministerio actuaran como órganos encargados de coordinar
las acciones informativas de cada una de sus unidades. A nivel de toda la administración
central, el organismo es la Comisión Interministerial de Información Administrativa.16
Entre los objetivos de las Comisiones Ministeriales cabe destacar la mejora permanente
de la comunicación con los ciudadanos, la mejora de los medios técnicos que faciliten la
gestión de la información, la mejora de los recursos personales, etc. Por su parte, la
Resulta por lo menos curioso que la falta de planificación en lo que respecta a la difusión
de información de las administraciones públicas hacia el ciudadano ha quedado superada
por una verdadera fiebre de los organismos por estar presente en Internet.17 Lo que no se
ha conseguido a nivel de política lo ha conseguido el notable éxito que Internet ha tenido
en España.18 Los distintos organismos públicos han pugnado por ser los primeros en
estar presentes en la Red, con los mejores contenidos posibles.19 Una situación
sorprendente si se tiene en cuenta que algunas de las bases de datos ahora accesibles en
Internet ya existían hace más de una década, en formatos ASCII, aunque eran
difícilmente accesibles por parte del ciudadano.20 Teniendo en cuenta el diferente aspecto
formal y de diseño que tienen los websites de las agencias públicas, no parece que exista
21
una normativa con criterios de unificación al respecto.
Por otra parte, no se ha conseguido hasta ahora una sinergia entre el sector público y
privado en lo que respecta a la explotación, para el beneficio de la sociedad, de la
información atesorada por las administraciones.22 Ante todo, no hay una política general
en esta cuestión, de manera que cada departamento sigue su propia política. Mucha de la
información que podría resultar de interés para las empresas, como por ejemplo
estadísticas de sectores, mercados y productos, no llegan con frecuencia a entrar en el
circuito informacional del país, con el negativo efecto que ello conlleva a particulares y
empresas. La situación se complica por la poca coordinación y la dispersión de registros
23
en las administraciones.
Finalmente, es posible que el interés de las administraciones por Internet haga posible un
largo sueño de algunos profesionales de la información del país: un Government Locator
Information System, como los existentes en otros países. Un sistema que permita
localizar documentos generados, almacenados o distribuidos por las administraciones
públicas. Téngase en cuenta que no existe en España el equivalente al Government
Printing Office de los Estados Unidos, de manera que cada agencia pública publica de la
forma que cree oportuna (muchos Ministerios y Comunidades Autónomas tienen sus
propios centros de publicación). Para agravar las dificultades de quién quiera localizar
información de las administraciones, no existe tampoco en españa un equivalente del
Depository Library Program norteamericano (no existe, pues, un programa que envíe
sistemáticamente a una selección de bibliotecas del país los documentos generados por
las distintas administraciones públicas).
El derecho a saber (“right to know”) está reconocido en el Artículo 20.1.d como uno de
los “derechos fundamentales y libertades públicas”. Este artículo establece el derecho a
“comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión. La
ley regulará el derecho a la clausula de conciencia y al secreto profesional en el ejercicio
de estas libertades”. Para dejar bien claro que la ley no tolerará la violación sistemática
del principio de transparencia informacional utilizada por el anterior régimen, el Artículo
20.2 establece que “[e]l ejercicio de estos derechos no puede restringirse mediante
ningún tipo de censura previa”.
Algunos autores han argumentado largamente sobre el artículo 20.1.d, opinando que en
este reconocimiento del derecho de acceso a la información “veraz” se encuentra una de
las claves del sistema democrático.25 Pero, desde una perspectiva informacional, el
artículo es poco claro por cuanto este “derecho a estar informado” se vincula
directamente a los medios de comunicación, sea cual sea su tipo. Dicho de otra manera,
parece que el legislador haya estado más preocupado por establecer un principio que
impidiera la censura previa, que por reconocer un principio general de acceso a la
información. Es decir, este derecho a la información parece haber sido reconocido desde
una perspectiva más bien reactiva, intentando establecer cómo no tienen que actuar los
poderes públicos en el campo de la información más que identificar cómo el
reconocimiento de ese derecho básico obliga a las administraciones públicas a ser
informacionalmente activascon el fin último de mejorar la sociedad.
Hay tres grandes tendencias en lo que respecta a qué información se considera pública,
es decir accesible a los ciudadanos. Primero, la consulta de expedientes administrativos
por las personas que son parte en un proceso judicial. Segundo, la consulta de
expedientes que contienen datos personales por parte del propio interesado. Y tercero, el
acceso a la información de que disponen los poderes públicos, independientemente de
que la persona física o jurídica de que se trate tenga un interés específico o esté
implicada en un proceso judicial (OJEC C156 1993, p7). En este último caso estaríamos
hablando de un acceso general a la información en poder de las administraciones
públicas.
Por otra parte, en el Artículo 35.h se reconoce el derecho “al acceso a los registros y
archivos de las administraciones públicas en los términos previstos en la Constitución y
en ésta u otras leyes”. Para entender mejor este Artículo es preciso ir al Artículo 37.1, en
el que se reconoce que “los ciudadanos tienen derecho a acceder a los registros y a los
documentos que, formando parte de un expediente, obren en los archivos
administrativos, cualquiera que sea la forma de expresión, gráfica o sonora o en imagen,
Así, resulta fácil pensar en situaciones en los que el derecho de acceso a la información
en manos de las administraciones públicas no queda suficientemente reconocido o
garantizado. Por ejemplo, ¿tiene derecho un ciudadano a consultar un informe encargado
por un departamento de una administración pública a una consultora sobre el futuro de
un determinado sector industrial del país?31 O, ¿hasta qué punto tiene derecho un
periodista a acceder a documentos que no son exactamente un expediente? O, ¿qué
mecanismos se definen para asegurar que los ciudadanos conocen qué información existe
en la administración pública, qué difusión, pasiva o activa, se da de la misma? O, ¿a qué
instancia se puede recurrir cuando un ciudadano considera que su derecho de acceso a la
información no ha sido satisfecho?
Finalmente, debe señalarse que la Ley recoge en su Artículo 38.3 la obligación de que
“los registros generales así como todos los registros que las Administraciones Públicas
establezcan para la recepción de escritos y comunicaciones de los particulares o de
órganos administrativos, deberán instalarse en soporte informático”. En el apartado 4 de
este Artículo se señala también que “mediante convenios de colaboración suscritos entre
las administraciones públicas, se establecerán sistemas de intercomunicación y
coordinación de registros que garanticen su compatibilidad informática y la trasmisión
telemática de los asientos”. En otras palabras, se reconoce que deben utilizarse las
tecnologías informáticas para manejar los registros; ello demuestra, quizás, que el
enfoque de la ley está aún en la infraestructura informática que en el uso de las mismas
para garantizar el acceso general de los ciudadanos a la información pública.
Privacidad
La LORTAD se fundamenta en una serie de principios que cabe descatar aquí. Así, y por
norma general, un fichero que contenga datos de carácter personal no puede ser utilizado
con una finalidad distinta de la que motivó su creación, a no ser que los afectados den su
consentimienro. Los datos personales recogidos en los ficheros deben ser “exactos y
puestos al día”. Cualquier ciudadano tiene derecho a conocer cuáles de sus datos están
recogidos en un fichero, así como a rectificar y cancelar los registros en los que
aparezcan. Algunos datos están especialmente protegidos; así, queda expresamente
prohibida la construcción de ficheros cuya finalidad exclusiva es la de almacenar datos
personales que revelen la ideología, creencias, origen racial o vida social, y en aquellos
ficheros que contengan algunos de estos datos será preciso que los ciudadanos incluidos
den expresamente y por escrito su autorización. La Ley también exige a los responsables
de los ficheros con datos de carácter personal que dispongan las medidas de seguridad
pertinentes para evitar su pérdida, alteración o tratamiento no autorizado, así como el
deber de secreto profesional sobre los mismos.
La limitación en cuanto a la cesión de los ficheros con datos de carácter personal ha sido
duramente criticada por algunos sectores que se consideran directamente afectados. Por
ejemplo, el sector de empresas de marketing directo ven en el Artículo 29 un severo
impedimento al cumplimiento de sus funciones, puesto que establece que “quienes se
dediquen a la recopilación de direcciones, reparto de documentos, publicidad o venta
directa y otras actividades análogas, utilizarán listas tratadas automáticamente de
Pero es quizás el caso de Renfe, la empresa ferroviaria estatal, el caso más notable de
sanción impuesta por la APD. En este caso, la empresa tuvo que pagar unos 50 millones
de pesetas por utilizar los datos sobre afiliación sindical de sus trabajadores, que
constaban en sus ficheros, para aplicar un descuento por paro a los afiliados al sindicato
convocante de una huelga.39
El alcance de la Ley se comprende cuando incluso el Ministerio del Interior tuvo que dar
marcha atrás en su iniciativa de recopilar en sus ordenadores datos sobre “meras
sospechas” o “comportamientos inusuales” de los ciudadanos,40 porque según la
LORTAD “la recogida y tratamiento automatizado para fines policiales de datos de
carácter personal…sin consentimiento de las personas afectadas, están limitados a
aquellos supuestos y categorías de datos que resulten necesarios para la prevención de
un peligro real para la seguridad pública o para la represión de infracciones penales…”
(Artículo 20). Es decir, no se puede “fichar” a un ciudadano por “meras sospechas”, sino
que deben existir contra ellos indicios fundados de que su conducta supone un “peligro
real” para la seguridad del Estado. Este caso mereció incluso la participación del
Defensor del Pueblo (ombudsman español) que señaló la necesidad de un reglamento que
regulara las bases de datos de la policía.
En 1996 se procedió a la refundición de todos los textos legales que regulaban los
derechos de propiedad intelectual, anteriormente dispersos por cuanto se habían ido
elaborando conforme la tecnología lo requería (caso muy claro, por ejemplo, en el caso
de la protección de programas de ordenador). Además, tal refundición era precisa para
conseguir una armonización con la Directiva 93/98/CEE, de 29 de Octubre. Así, la Ley
que regula la propiedad intelectual es en España la Ley 22/1987 de Propiedad
Intelectual, de 11 de noviembre, refundida por Real Decreto Legislativo 1/1996, de 12
de Abril.
Otro de los aspectos interesantes de la Ley consiste en que se permite la copia privada
de originales (concretamente, la “reproducción realizada exclusivamente para uso
privado”, “siempre que la copia no sea objeto de utilización colectiva ni lucrativa”). En
este caso, se estipula que el procedimiento por el cual los propietarios del copyright
reciben una compensación por la copia es a través de un cánon incluido en el precio de
todo aparato y medio de reproducción que se venda en el país (fotocopiadoras, aparatos
de grabación, medios de grabación como cassettes y cintas de video, etc).44 Este
principio es aplicable a cualquier original reproducible, pero no se aplica a los programas
de ordenador.45
Código Penal
España dispone de un nuevo Código Penal (el texto que establece cuales son los delitos
y penas, típico de los países que no funcionan judicialmente bajo un esquema de
Common Law, como España) desde finales de 1995 (Ley Orgánica 10/1995, de 2 de
Noviembre). Se trata de una actualización del texto de 1963, algo requerido por la
Constitución de 1978.
Así, por ejemplo, el Código pone especial atención en la descripción de los delitos contra
la intimidad (Artículo 197.1), cuando se dice que será castigado “el que para descubrir
los secretos o vulnerar la intimidad de otro, sin su consentimiento, se apodere de sus
papeles, cartas, mensajes de correo electrónico o cualesquiera otros documentos o
efectos personales o intercepte sus telecomunicaciones o utilice artificios técnicos de
escucha, transmisión, grabación o reproducción del sonido o de la imagen, o de
cualquier otra señal de comunicación”. La novedad del Código permite que se hayan
tenido en cuenta instrumentos tan nuevos como el correo electrónico, y prevé como
delito la interceptación sin consentimiento de cualquier tipo de señal de comunicación.
Análogamente se castiga la difusión de injurias y calumnias a través de Internet, por
cuanto las castiga “cuando se propaguen por medio de la imprenta, la radiodifusión o por
cualquier otro medio de eficacia semejante ” (Artículo 211).
Hay distintos lugares del Código en los que se describen delitos informacionales (es
decir, aquellos en los que el delito se hace manejando información o mediante el uso de
tecnologías de la información). En el Artículo 264 se castiga la introducción de virus
informáticos y el sabotaje de sistemas, cuando se dice que será castigado el “que por
cualquier medio destruya, altere, inutilice o de cualquier otro modo dañe los datos,
En el Artículo 248 se castiga la estafa electrónica, puesto que “se consideran reos de
estafa los que, con ánimo de lucro, y valiéndose de alguna manipulación informática o
artificio semejante consigan la transferencia no consentida de cualquier activo
patrimonial en prejuicio de tercero”.
En el Artículo 278 se castiga el espionaje industrial, cuando dice que será castigado “el
que, para descubrir un secreto de empresa se apoderare por cualquier medio de datos,
documentos escritos o electrónicos, soportes informáticos u otros objetos que se refieran
al mismo…” O, en el 282, se castiga la publicidad engañosa cuando se pena a “los
fabricantes o comerciantes que, en sus ofertas o publicidad de productos o servicios,
hagan alegaciones falsas o manifiesten características inciertas sobre los mismos”. O,
también serán castigados “los administradores de hecho o derecho de cualquier sociedad
constituida o en formación, que sin causa legal negaren o impidieren a un socio el
ejercicio de los derechos de información, participación en la gestión o control de la
actividad social…” (Artículo 293).
Sin embargo, como todo Código que intente establecer todos los delitos posibles, el
Código Penal español ya ha demostrado su falibilidad, en especial en cuestiones de tipo
informacional. Así, por ejemplo, mientras que se castiga prostituir o utilizar un menor en
espectáculos exhibicionistas o pornográficos, o mostrar o vender material pornográfico a
menores, no se castiga a quien difunda o muestre a mayores de edad material
pornográfico que contenga imágenes de menores. Como consecuencia, a finales de 1996
tuvo que archivarse en España el caso de dos estudiantes que traficaban en Internet con
imágenes de pornografía infantil.50 Lo que plantean casos como este es si un sistema
penal basado en un Código (es delito sólo lo que en él se recoja) puede adaptarse con
suficiente rápidez al surgimiento de nuevas formas de delito facilitadas por las autopistas
de la información, o si, por el contrario, los sistemas basados en Common Law son más
maleables y útiles en estas cuestiones. Por otra parte, resulta evidente que este tipo de
delitos en Internet son sólo perseguibles y castigables con leyes que se apliquen a nivel
internacional.
Las telecomunicaciones
En España existen unas 8,700 bibliotecas58 (un promedio de algo más de una biblioteca
por cada 5,000 habitantes), dependientes de distintos organismos e instituciones
(administración central, autonómica y local, universidades, organismos privados y
empresas, etc). Resulta interesante remarcar que el 50% de las bibliotecas existentes en
la actualidad empezaron su actividad después de 1980, y sólo el 11% son anteriores a
1940; el sistema bibliotecario es, pues, bastante moderno (Pablo 1997). El total de
fondos en las bibliotecas españolas es de unos 88 millones de libros (algo más de dos
libros por habitante)59, y trabajan en ellas unas 19,000 personas. Los gastos ordinarios
del conjunto de las bibliotecas españolas fueron de unos 900 millones de dólares, es decir
60
unos 22 dólares per cápita (INE 1996).
Las bibliotecas públicas están reguladas por dos normas legales, el RD 582/1989 de
Reglamento de Bibliotecas Públicas del Estado y del Sistema Español de Bibliotecas, y
la Ley 16/1985 de Patrimonio Histórico Español, que han sido complementadas por
diversas normas de las distintas Comunidades Autónomas del país. El objetivo último del
sistema de bibliotecas debería ser garantizar el principio constitucional recogido en el
Artículo 44.1 de la Constitución, según el cual “[l]os poderes públicos promoverán y
tutelarán el acceso a la cultura, a la que todos tienen derecho”, a través de la facilitación
de acceso a la lectura.
Las Bibliotecas son, por lo general, competencia de las Comunidades Autónomas, según
el Artículo 148.1.15 de la Constitución. Sin embargo, siguen existiendo algunas
bibliotecas públicas dependientes de la administración central, divididas en dos grandes
grupos, las Bibliotecas Públicas del Estado61 y las Bibliotecas Públicas Municipales.62 Las
primeras están localizadas en las capitales de provincia. En Madrid está situada la
cabecera del sistema, la Biblioteca Nacional (http://www.bne.es), que contiene unos 4,5
millones de libros.
Atención al ciudadano
Por otra parte, el Centro de Información Administrativa informa a los ciudadanos de las
funciones y servicios de la Administración General del Estado, de la ofertas de empleo
público, de premios, becas, ayudas y subvenciones, todo ello por vía telefónica (y
presumiblemente a través de Internet en breve).72 También recopila todos los centros de
información de las Comunidades Autónomas, y otros organismos públicos.73 Si el
solicitante es una pequeña y mediana empresa, también se ha creado un servicio de
información específico, PYME Area de Información, accesible por correo electrónico,
que informa sobre ayudas, concursos públicos, ferias, fiscalidad, normativa laboral,74etc.
Es de esperar que la comunicación con los ciudadanos aumente en los próximos años,
sea gracias a un instrumento de política de información o a la evolución espontánea de la
transparencia en las administraciones, resultado del proceso democrático. Han ocurrido,
sin embargo, algunos acontecimientos que obligan a pensar en que los políticos siguen
considerando manejable la transparencia informativa con fines meramente electorales.
Piénsese, por ejemplo, que durante los últimos años se han movido piezas estratégicas en
el ajedrez del poder gracias a manipulaciones informativas de gran calibre (por ejemplo,
banqueros y financieros de éxito, ahora condenados por los tribunales, financiaron la
elaboración de dossiers con información comprometida para políticos con funciones de
gobierno). Es posible que este desgaste del partido en el poder favoreciera al partido
Quizás no haya nada peor para la informacionalización de un país, paso preciso para la
consecución de la sociedad de la información, que la utilización de la información, y de
la transparencia informacional de la administración más en concreto, con fines de
rentabilidad electoral.
Conclusiones
La intención de este artículo no ha sido más que la describir la situación presente de las
políticas de información en España, entendidas estas en un triple sentido: legislación
informacional, acciones de promoción y estímulo, y gestión de los recursos de
información en las administraciones públicas. En un artículo posterior se describirán
opciones concretas para el desarrollo informacional del país.76 Sin embargo, de la
presentación se deducen algunos puntos que merecen la pena ser comentados.
En primer lugar, y aunque no existe suficiente base empírica ni datos estadísticos que
permitan corroborar lo que sigue, la impresión de distintos profesionales del sector de la
información español consultados es que el desarrollo económico del país no se
corresponde con su desarrollo informacional. Así, por ejemplo, el volumen del mercado
de la información electrónica es en España muy inferior al que correspondería si existiera
una correlación directa entre PIB y consumo de información.77 Curiosamente, es el
sector de la información uno de los más opacos en cuanto a información existente sobre
el mismo.78
En otros aspectos, sin embargo, como en las leyes comentadas de protección de los
datos de carácter personal y de propiedad intelectual, nuestra legislación es bastante
avanzada. Aunque, como se ha demostrado en los últimos meses, la pieza legal por
excelencia, el Código Penal de 1995 ha demostrado su falibilidad en el control de delitos
relacionados con las nuevas tecnologías de la información. Posiblemente, sería precisa
una clarificación, aunque sólo sea a nivel de clasificación y vinculación lógica, del amplio
espectro de leyes que tratan de una forma u otra sobre la información, en todos sus
aspectos. No es posible diseñar una política de información coherente sin disponer de un
mapa de la legislación informacionaldel país.
Hasta donde ha podido averiguar el autor, la disciplina conocida en otros países como
government information policy no dispone en España de académicos dedicados a ella en
exclusiva, lo que explica la práctica inexistencia de publicaciones sobre el tema en el
país.79 Sería preciso, por tanto,estimular la producción científica en este campo
.
Estos profesionales deberían contribuir a cambiar el enfoque del debate sobre la sociedad
de la información desde los aspectos más tecnológicos a los aspectos más de contenidos,
algo especialmente importante en un país que debe aprovechar el que su lengua sea la
tercera en número de hablantes en todo el mundo (después del chino mandarín y del
inglés), como ya se ha dicho antes. Y deberían poner énfasis en la importancia clave del
Referencias
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Editorial Tecnos.
Notas al pie
1
España ha solicitado en alguna ocasión su inclusión en el grupoG7 de países más ricos del mundo.
2
Purchasing Power Parities.
3
El País, 23 Abril 1997 “Los españoles son un 23% más pobres que los europeos pese a mejorar medio
punto el pasado año”.
4
En España se hablan tres lenguas además del español, y son lenguas oficiales en las correspondientes
Comunidades Autonómas.
5
Que se demostró no sólo por el establecimiento de una censura férrea, sino por el hecho de que incluso
algunos tratados internacionales de gran importancia, como el Tratado de Amistad y Cooperación entre
España y los Estados Unidos, no fueron ni siquiera publicados en el Boletín Oficial del Estado (Pomed
1989, p88).
6
Para una mejor definición decultura informacional, véase Cornella (1996, p13) o Taylor (1986, p224).
7
Documento CEE C156/5.