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UN HOMENAJE DE AMOR Y DE ESPERANZA

- Cómo sobrellevar la muerte de un ser querido -

Nelson Tobon L.
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Es importante anotar desde el comienzo que el proceso de duelo al cual nos vamos
a referir no es, desde ningún punto de vista, un intento por olvidar, lo cual es
imposible, ni busca “dejar de querer para que no duela”, no, ni pretende en forma
alguna disfrazar, mentirse internamente ni evitar el normal desenvolvimiento de su
propio dolor, no intentamos negar la dolorosa realidad ni ofrecer “remedios
pseudomilagrosos” para evitar falsamente que puedan usted y su familia vivir su
duelo con la dignidad y el amor que su ser querido merece.

Por el contrario, el más importante objetivo que busca esta asesoría es la de apoyar,
ayudar y orientar a cada persona para que logre convertir su dolor en un homenaje
de amor que dignifique la memoria del ser querido ausente.

Vale la pena anotar que los resultados de las investigaciones y estudios que desde
aquí vamos a compartir, cuentan con el aval y el respaldo de calificados sicólogos,
sociólogos y profesionales relacionados con el tema.

Antecedentes.

Ha sido realmente abrumadora la ausencia de información lógica, práctica y


entendible sobre el tema del duelo. Es dolorosamente escasa la bibliografía que,
para las personas del común, puede encontrarse en bibliotecas o en las librerías. Y
eso que a estas fechas algo, poco, se logra encontrar, hace sólo tres o cuatro años
no había ninguna información disponible.

Ante el doloroso desorden emocional que suele presentarse con ocasión del
fallecimiento de un ser querido y las consiguientes preguntas que el dolor y la
desesperación consecuentes hacen surgir: Los porqué, porqué? ¿Qué se hace con
todo este dolor? ¿Qué hacer con esta angustia? ¿Qué hacer cuando no sientes
deseos de comer, dormir ni seguir viviendo? No existen respuestas entendibles,
lógicas, prácticas ni suficientes.

Permítanos anotar que, en los últimos años cuatro o cinco años ha mejorado mucho
el conocimiento acerca del tema, sobretodo por parte de los profesionales de la
salud mental, pero sigue siendo de absoluta prioridad y trascendencia el haber vivido
esta dolorosa experiencia, ya que la vivencia de este tipo de dolor es algo que no
tiene comparación con ningún otro tipo de desorden emocional. ¿Con qué podría
compararse la tristeza de una madre ante el fallecimiento de un hijo? ¿Cómo puede
“entenderse” esta pena… si no se la ha sentido o sufrido? ¿Cómo describirla?

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Esta ausencia de información tiene una causa y obviamente unas consecuencias,
unas consecuencias bastante tristes y limitantes.

La causa es: el rechazo instintivo a dialogar, conversar o compartir sobre un tema


que normalmente nos asusta, nos angustia, nos genera imágenes de dolor y pena, y
la mayoría de las veces trae a nuestra memoria escenas dolorosas que preferimos e
intentamos mantener en el olvido, motivos por los cuales esta temática no forma
parte de nuestras conversaciones cotidianas. Nadie quiere hablar sobre la muerte,
no es tema para tertulia, ni para reuniones familiares o de amigos.

Por consiguiente, adolecemos de una falta total de la más mínima preparación


cuando el suceso se presenta, aún cuando se haya conocido de antemano como
posibilidad cercana y aún cuando se haya esperado y a veces hasta deseado y
orado por ella.

Tenemos una equivocada actitud despersonalizada frente a esta realidad. Queremos


pensar, intentamos creer y terminamos por convencernos de que la muerte es un
extraño fenómeno que solo le ocurre a “otras“ personas o familias. Procuramos
creer que se suelen morir las personas que viven algunas calles más arriba, o a la
vuelta de la esquina, o en el barrio vecino, pero nunca en nuestro hogar.

Aquella falta de preparación y esta actitud un poco displicente, obviamente hacen


que la reacción emocional sea mucho más impactante y dolorosa cuando finalmente
este proceso natural y lógico llega a tocar a nuestra puerta.

Entonces, podemos fácilmente llegar a la conclusión de que este pretendido e


íntimamente deseado desconocimiento es la principal causa de tantos desórdenes
emocionales que suele ocasionar el fallecimiento de un ser querido, en ocasiones
con graves repercusiones familiares, sociales, económicas, y sobre todo para la
salud física y mental de muchas personas y familias enteras.

Nuestra formación u orientación social y cultural frente a la muerte aún no nos


permite entenderla ni asumirla de otra manera que no sea bajo los parámetros de
pérdida, ...nos ha sido arrebatado, …se lo ha llevado, …se ha ido, le hemos perdido,
etc.

Todo esto nos conduce a pensar que debemos comenzar por intentar entender que
la muerte es una compañera diaria y permanente. Y más aún: la presencia
consciente de nuestra muerte… le da mayor sentido a nuestra vida. Cómo así?
Permítanos explicarle.

Aquel íntimo y noble anhelo de “realizarse” como persona, ser útil a la sociedad y
“dejar el mundo un poquito mejor de cómo lo encontraste”, “dejar en el mundo una
huella y un motivo para que seas recordado con afecto”, nada de esto tan valioso y
enriquecedor tendría sentido si no fuéramos conscientes de que nuestra vida es muy
corta y eminentemente perecedera.

Al sueño amado de “poder llegar hasta” ver a nuestros hijos debidamente


organizados, ojalá poder conocer a nuestros nietos y… ojalá poder verlos crecer
hasta ser personitas útiles a la sociedad; poder dejarles aunque sea una casita, o un
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negocito instalado… tantos lindos sueños que le dan sentido, motivo y razón a
nuestra vida, les faltaría un importante soporte motivacional.

Entonces, la presencia consciente de nuestra muerte, es la que define, delimita,


pone de relieve, motiva, resalta y enriquece nuestra vida. Y como hemos oído decir
ya muchas veces: “lo único que tenemos seguro, es la muerte”.

Definitivamente deja de ser lógico temerle tanto a la muerte y ojalá pudiéramos


asumirla con más responsabilidad, prepararnos y preparar adecuadamente a
nuestros seres queridos para cuando llegue ese día definitivo. Si fuésemos capaces
de hacerlo, indudablemente le estaríamos haciendo a nuestros seres amados el
maravilloso regalo de evitarles una gran parte de la pena, el dolor, la angustia, la
tristeza y el peligroso desorden emocional que hoy por hoy nos genera la defunción
de un miembro de nuestra familia o alguien de nuestros afectos. Ojalá algún día
seamos capaces de entenderlo y hacerlo. Por el momento no es así. Lástima.

Como lamentablemente no existe aún ningún tipo de preparación que sea funcional
frente a la vivencia que nos ocupa, tenemos la obligación moral y la responsabilidad
social y familiar de buscar otras opciones que nos permitan asumir dignamente, con
respeto y amor el recuerdo y la despedida de un ser que nos ha acompañado
durante importantes etapas de nuestra vida, sin dejarnos arrastrar por el dolor, la
rabia y la depresión.

Nuestra idea, la que queremos compartir con todos ustedes, es la de que sí es


posible vivir dignamente un duelo convirtiendo el dolor en un homenaje de amor
que dignifique la memoria del ser querido ausente.
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DEFINIENDO UN PROCESO DE DUELO

Entonces, para poder acercarnos siquiera un poco al entendimiento de qué significa,


cómo, cuándo, porqué, adónde, e intentar algunas respuestas medianamente
aceptables o por lo menos lógicas y entendibles que puedan, en alguna forma,
ayudarnos a iniciar un proceso de dignificación y homenaje a la memoria del ser
querido ausente, debemos comenzar por interpretar el fenómeno del duelo y sus
implicaciones emocionales y sicológicas.

Un duelo puede definirse como: “Respuesta psico-emocional ante el


rompimiento brusco de una rutina de vida”. Vamos a explicarlo en detalle.

Todos los seres humanos tenemos “normales rutinas” para cada una de las
diferentes cosas que hacemos casi en todo momento: una manera particular de
sentarnos, de colocar las manos, nuestra forma de comer; incluso: solemos
sentarnos en los mismos lugares a la hora de ir a la mesa o al ver la televisión,
tenemos una forma de caminar, de movernos, etc.

De la misma manera, las personas con quienes convivimos o con quienes


compartimos nuestra cotidianidad, aquellos seres que forman parte importante de
nuestra vida, ocupan los espacios a nuestro alrededor y muchas de nuestras
“normales rutinas” de alguna manera se entrecruzan y entran en relación unas con
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otras. Así no tengamos un trato directo en determinado momento, sólo el espacio
que ocupa aquella persona puede ser trascendente, simplemente por estar allí.

Por ejemplo: tal vez al llegar a nuestro hogar no siempre corramos directamente a
saludar a mamá, pero si es importante saber que ella está allí, simplemente
“contamos con ella”, sabemos que “está allí”. O nuestra pareja, o nuestros hijos. –
Dónde está la niña?. - Arriba en su habitación, haciendo las tareas - podrá
contestar alguien posiblemente. – Ah, bueno. Podremos decir ahora con
tranquilidad, ya sabemos que “está allí”. Esa persona integrante de nuestras
normales rutinas de vida “está allí”, sigue formando parte.

Entonces, cuando un ser querido “deja de estar allí”, cuando por motivo de su
fallecimiento esta persona querida e importante ya no está ocupando su espacio
dentro de nuestra “normal rutina de vida”, se nos genera un espacio vacío… que no
sabemos interpretar, ni manejar, ni atender, ni asumir, ni mucho menos superar.

Esta sensación de “vacío existencial” es exactamente aquella emoción confusa,


deprimente, triste y angustiante que “sentimos” en nuestro cuerpo, en nuestra
mente, en alguna parte dentro de nosotros, es ese “algo” que hace que perdamos el
apetito, el sueño reparador, la paz espiritual y la tranquilidad emocional. Se han roto
nuestra “normales rutinas de vida”, no “está allí” alguien que debería estar.

Sería un poco menos difícil y casi lógico esperar que hubiese un mínimo orden
cronológico en el fallecimiento de nuestros seres queridos mayores, que tal vez
fuésemos despidiendo primero a los abuelos, luego a los padres y así
sucesivamente, sabemos que no es así, no existe ningún factor que nos pudiese dar
ninguna orientación. No existe ninguna información, ninguna preparación, no hay
formación ni orientación respecto al tema… y aunque lo hubiera… no quisiéramos
saber nada sobre este tema, ojalá ni siquiera tuviésemos que enterarnos de que
esto existe.

Esto es un duelo. Esto es lo que vamos a intentar aprender a asumir con dignidad y
con amor, vamos a convertir aquellas emociones tristes y deprimentes en un
homenaje de amor que dignifique la memoria del ser querido ausente.

Entonces, acerquémonos con algo de objetividad al proceso de duelo con el fin de


conocerlo e identificarlo de manera más útil y formativa.
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Nuestra vida está llena de pequeños pero importantes duelos.

Si podemos entender una parte del duelo como el desarraigo o el desprendimiento


casi siempre forzoso y muchas veces doloroso de una parte importante de nuestra
vida, podemos también empezar a entender que desde el nacimiento estamos
viviendo tal vez pequeños pero importantes duelos. Casi somos arrancados del
vientre de nuestra madre, este doloroso proceso es el primer desprendimiento de
nuestra vida, se nos va ese lugar cálido, seguro, tranquilo y amoroso en el cual ha
transcurrido una de las partes más importantes de nuestra vida. Jamás volveremos
allí. Jamás podremos volver a sentirnos igual.

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No mucho tiempo después se nos desarraiga del hogar, seguro, cómodo, conocido y
confiable, para llevarnos, casi siempre en contra de nuestra voluntad, a un lugar
desconocido y lleno de muchos niños extraños que nos aturden con sus chillidos.

Posteriormente tendremos que marcharnos y despedirnos de la primera escuela tan


querida para continuar con el colegio, y luego somos “arrancados” de este para
poder ir a la universidad, estamos siendo alejados y desarraigados del pupitre
conocido, de los profesores y compañeros de muchos años, algunos de ellos
realmente importantes para nuestras jóvenes vidas. En este sentido la vida es
implacable.

Un día nos marcharemos del hogar de nuestros padres, de nuestra habitación tan
querida y tan llena de bellos e importantes recuerdos, tal vez los más importantes de
nuestra vida. Tenemos que dejar atrás los rincones familiares, los muebles y miles
de detalles tan valiosos y tan significativos para nuestros recuerdos. Debemos
marcharnos, nos hemos casado, vamos a otro hogar… y hacia otra vida totalmente
diferente y bastante desconocida.

Muchas personas deben desplazarse varias veces a lo largo de su vida, otros


trabajos, otros empleos, otras ciudades, a veces desconocidas y hasta
atemorizantes, a veces hasta otros países y a otras culturas con idiomas diferentes y
confusos, con una alimentación y normas de comportamiento desconocidas.

Pequeños pero importantes duelos que debemos vivir cada vez que nos
marchamos, cada vez que nos llevan, cada vez que debemos despedirnos y
alejarnos… tantas cosas importantes que tal vez nunca volveremos a ver ni a vivir.

Pareciera que la vida intentara prepararnos para aprender a despedirnos, a


desarraigarnos, a desapegarnos de cosas y personas amadas, una y otra vez, decir
adiós, marcharse o marcharnos, no volver a ver, ni a sentir, ni a escuchar. La vida
intenta decirnos que una parte muy importante de nuestra misión está en aprender a
renunciar.
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LAS ETAPAS DE UN PROCESO DE DUELO.

Aún en los casos en los cuales se espera o casi se desea el fallecimiento de un ser
querido grave y dolorosamente enfermo, el “rompimiento de la rutina normal” cuando
finalmente el deceso se presenta ocasiona el choque emocional, generalmente
doloso y triste, que estamos definiendo como “proceso de duelo”.

Y este consta normalmente de tres etapas diferentes.

PRIMERA ETAPA. Las primeras horas.

Aunque suele sonar extraño para algunas personas, no son los primeros minutos
posteriores al fallecimiento los momentos más dolorosos, aunque sin son
emocionalmente los más traumáticos. Las emociones contenidas se desbocan y
desbordan, es como el rompimiento de un dique.
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El impacto del primer momento ocasiona una explosión emocional generalmente sin
control; desubicación, confusión, incoherentes pensamientos a medias y variedad
de emociones hacen su desordenada aparición. Atención: Nos arriesgamos a decir
que esto es NORMAL, dentro de ciertos límites razonables.

Puede suceder que durante un período de tiempo que suele variar desde algunos
minutos hasta varios días, no muchos, aquellas emociones desordenadas se
mezclan con sentimientos de rabia, intenso dolor, rebeldía, rechazo, negación o
irrealidad. Con diferencias relativas a cada caso o persona en particular.

Se puede perder la noción del tiempo, el apetito y los ciclos de sueño, la fuerte
descarga química interna de nuestro organismo puede llevarnos a, trastornos de
reacción conductual, mal genio, impaciencia, apatía, desconocimiento de parientes o
amistades y hasta algunos períodos de amnesia parcial, todo esto son mecanismos
de defensa instintivos que nuestra mente intenta utilizar para contrarrestar la fuerte
carga emocional de estas primeras horas.

Permítannos repetirlo: esto es NORMAL, dentro de ciertos límites razonables.

Atención: Esta primera etapa de confusión y desorden no debe durar mucho más
allá de dos o un máximo de cinco días, normalmente cada persona afectada debe ir
entrando en la segunda etapa de modo gradual, de no ser así, debemos brindar
asistencia, apoyo amoroso e incondicional, no dejar jamás solas a las personas
afectadas e ir guiándolas delicadamente hacia el punto de partida de la segunda
etapa del duelo, la cual comienza cuando conscientemente, aunque con dolor y
mucha tristeza, se ACEPTA la realidad del hecho.

Pasadas entonces aquellas primeras horas de aturdimiento y confusión, viene ahora


una etapa decisiva y determinante para que el proceso de duelo pueda tomar un
curso que nos permita llegar a encontrar, en un mediano plazo, el consuelo que
necesitamos, la posible restauración de una vida aceptablemente normal y las
posibilidades de seguir adelante haciendo con nuestra vida un homenaje de amor y
de respeto a la memoria del ser querido que se nos ha adelantado.

La segunda etapa comenzará en el momento en que somos capaces, y debemos


serlo, de aceptar que sí es verdad y sí existe… esta dolorosa realidad. A esto se le
conoce como: ACEPTACIÓN.

Este ha sido un paso muy difícil para muchísimas personas, lamentablemente son
muchos los seres que intentan desesperadamente evitar la confrontación del hecho
y se aferran, angustiosamente, a todo tipo de excusas, pretextos, máscaras,
autoengaño o fantasías irreales, mintiéndose a sí mismos y a sus parientes o
amigos, en un inútil y dañino intento desesperado de negar la triste realidad.

Debe hacerse todo lo posible por evitar esta negación, este punto es de vital
importancia y es la base fundamental para conservar un equilibrio sano que permita
encontrar respuestas adecuadas.

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“Está de viaje, se demora un poco en volver, pero volverá”, puede ser un ejemplo del
pensamiento que algunas personas “intentan creer”, lo cual indudablemente será
siempre sicológicamente peligroso ya que es una distorsión forzada de la realidad,
esto no sólo no cumple con el supuesto cometido de aminorar, disimular, disminuir o
evitar la pena y el dolor, sino que además puede llegar a producir graves daños en la
psiquis de las personas que intentan inútilmente aferrarse a este autoengaño.

Entonces, es absolutamente vital que se asuma responsablemente la aceptación de


la dolorosa y triste realidad, aunque inicialmente parezca muy impactante y penosa,
pero a la larga será mucho más benéfico para la salud mental de los dolientes.

Objetivamente, es a partir de este paso de la aceptación que se inicia realmente el


proceso de duelo propiamente dicho, el cual NO se refiere a “Olvidar”, ni mucho
menos a “Dejar de querer para que no duela tanto”, la función del proceso de duelo
es: permitirnos seguir adelante con nuestra vida, de la manera más normal posible.
Y es esta vida nuestra, ahora diferente, la que debemos convertir en un homenaje
de amor y de esperanza en memoria y homenaje al ser querido que se ha
marchado.
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No dejemos convertir el amor en dolor

Una pregunta que se nos ha hecho muchas veces es acerca de ¿Cuál es el pariente
cuyo fallecimiento nos causa mayor dolor y pena? Nuestra mamá? Hay que ver
cómo duelen los hijos cuando mueren jóvenes. Cómo duele la muerte de la pareja
con quien hemos convivido muchos años y hemos creado una familia. Y así
sucesivamente, cada persona entrevistada habla de su propio dolor y experiencia
sufrida.

Finalmente logramos encontrar la respuesta debida a este interrogante.


La muerte que nos causa mayor dolor y pena… es la de la persona que más
amábamos!! Hemos encontrado hijos a quienes no les dolió la muerte de su madre
debido a que no tenían una buena relación y parecía que el cariño se había ido
extinguiendo a través de sus problemas. Igualmente encontramos parejas que, a
pesar de haber convivido muchos años y de haber procreado varios hijos, su
alejamiento, enfriamiento y ausencia de cariño, hicieron que el fallecimiento de uno
de ellos no fuera especialmente doloroso para la otra persona.

Esto nos ha permitido descubrir que el dolor por la muerte de una persona, es
proporcional al cariño que compartíamos. Esto significa claramente que cuando nos
duele especialmente una persona… esto se debe a que le amábamos mucho.

Entonces, podemos concluir sencilla y claramente que el dolor que estamos


sintiendo se debe a ese amor que compartíamos y que indudablemente sigue vivo!!
por eso nos duele!! Ojo! no nos duele una persona que fallece pero a quien no
amábamos. Seguramente no nos duele la muerte de algunas personas tal vez
famosas y hasta importantes de cuyo deceso nos enteramos a través de las noticias.

Reflexionemos sobre esto. Entonces el dolor que estamos sintiendo es en su fondo y


en su base, verdadero amor. Amor vivo y latente! Y ahora hagámonos esta
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pregunta, ¿es acaso lógico que dejemos convertir aquel amor, este amor, en una
secuela de penas, derrotas, abandono y depresión?

¿Será acaso justo que esta manifestación de amor que estamos interpretando como
dolor… sea la conclusión final de todo lo que fue un importante cariño? Si tanto
amábamos a nuestra madre, o a este hijo, o a esta pareja… es justo entonces que
nos permitamos esta metamorfosis negativa en tanto amor y le dejemos convertirse
en algo triste que destruya nuestra vida, cuando nuestra vida también era tan
importante para aquella persona?

¿No creen ustedes que este gran amor que seguimos sintiendo, merece que nos
levantemos desde nuestra pena y hagamos algo con nuestra vida, precisamente en
un homenaje que dignifique la memoria de aquel ser que tanto nos amaba?

Un proceso activo. Una responsabilidad personal.

Es importante reflexionar, aún a pesar de nuestro dolor, en que de alguna manera


tenemos la obligación moral y existencial de seguir adelante, de levantar otra vez la
cabeza, de reestructurar medios de supervivencia sana, de retomar nuestra vida y
nuestras obligaciones laborales, sociales y lo más importante: nuestras
responsabilidades familiares.

Generalmente quedan a nuestro alrededor otros parientes, a veces tanto o más


afectados que nosotros mismos, otros hijos o nuestros padres que, además, sufren
adicionalmente por nuestro propio dolor sumado al suyo propio. Por ejemplo, si ha
fallecido nuestra hija ya casada, además de su esposo viudo, estarán sus hijos,
nuestros nietos y los padres del yerno que sufren el dolor de su hijo y de quienes
también son sus nietos.

Cuando nos dejamos llevar totalmente por nuestra propia pena, podemos estar
descuidando, abandonando o, por lo menos estaremos dejando de tender una mano
solidaria hacia otros seres amados que pueden estar incluso mas necesitados que
nosotros mismos, o a quienes podríamos brindarles un apoyo amoroso como
homenaje de amor a la memoria del también pariente suyo, hoy ausente.

Hagámosle una pregunta:

Mucha atención: Cuando sintamos que el dolor de la ausencia es superior a


nuestras fuerzas; cuando la pena, la sensación de soledad, la nostalgia y la
depresión ante la ausencia de ese ser amado tan importante en nuestra vida son
mayores a lo que somos capaces de soportar; cuando sintamos que estamos
perdiendo la batalla por nuestra vida y nos parezca que será imposible, o que no
vale la pena seguir adelante sin él o sin ella… Hagámosle una pregunta.

En un ambiente, unas condiciones o un lugar en el cual podamos sentir que nos


comunicamos con aquella persona, valga decir: frente a su tumba, o en la que era su
habitación, frente a una fotografía suya o en un sitio que nos le recuerda o nos
acerque; cada persona en forma particular puede elegir el sitio desde donde siente

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que puede “hablarle” o comunicarse. Simplemente hagámosle una (o varias) de
estas preguntas:

- Esto que estoy haciendo… te demuestra cómo te he amado?


- Esta actitud que estoy asumiendo… te dice de lo mucho que te amo?
- Desde este rincón donde me he dejado caer… estoy dignificando tu
recuerdo?
- Desde esta sensación de derrota y abandono… te estoy haciendo el
homenaje de amor que te mereces y quiero hacerte?
- Mi derrota y abandono… son la manera adecuada de agradecerte lo que has
significado para mi?
- Estás de acuerdo con que abandone mi vida, lo que soy y lo que debo ser y
hacer, para dedicarme sólo a llorarte?
- Estás de acuerdo con esta manera triste con la que intento manifestarte mi
gratitud, mi amor, o la falta que me haces?
- Es esta la forma cómo te gusta que “te diga” lo importante que tu vida ha sido
para mi?

A aquella persona, tan amada por haber sido tan cercana a nuestro corazón,
seguramente le conocíamos lo suficiente como para saber hoy cuál sería su
respuesta a cualquiera de los anteriores interrogantes

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SEGUNDA ETAPA. El primer año.

Repetimos, esta etapa comienza exactamente a partir del momento en que se crea
conciencia y aceptación del hecho, aún a pesar del dolor y la tristeza, pero que se
acepte definitivamente la realidad del fallecimiento.

En este punto queremos destacar que, suele ser normal que durante el primer año
las manifestaciones emocionales se presenten con mayor intensidad y frecuencia, si
bien a partir del segundo semestre un adecuado proceso de duelo permitirá superar
algunos momentos tristes con mayor estabilidad y un poco de más tranquilidad, no
deja de ser importante lograr entender que un duelo no es generalmente una etapa
fácil, rápida ni breve dentro de nuestras vidas.

Obviamente desearíamos que nuestros seres queridos y parientes que se


encuentran especialmente tristes y afectados emocionalmente pudieran superar sus
duelos con rapidez; observar eventuales períodos de llanto y tristeza en una madre,
una hija o esposa durante más de dos o tres meses puede llegar a preocuparnos y
esperaríamos que, más rápidamente, fuesen saliendo de su estado de decaimiento.
No siempre suele ser así. Por lo menos no durante el primer año.

- NOTA IMPORTANTE: Cada vez que se hace alguna mención relativa al


tiempo de una u otra etapa dentro de este proceso, se trata de una
“aproximación promedio”, no debe tomarse literalmente, el primer año a que
hace referencia este punto puede ser un período oscilante entre seis meses y

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dos años como máximo, siempre las diferencias dependerán particularmente
de cada persona.

Y es que en este primer año y segunda etapa del duelo, debemos atravesar por
ciertos momentos especiales que es muy importante que conozcamos en detalle,
con el fin de menguar un poco su impacto emocional.

Durante el primer año debemos pasar por la celebración del primer día de la madre,
o del padre... sin su presencia. Todo el comercio nos recuerda intensamente a
través de los medios de comunicación y de la publicidad, que este ser amado es
alguien especial... y nosotros ya no le tenemos a nuestro lado.
Obviamente suelen ser unos días de intensas manifestaciones emotivas, accesos de
llanto y tendencia a la tristeza o a la depresión, entendamos que esto es normal, no
hay nada que podamos hacer para disminuir, evitar, negar o “disimular” los
dolorosos efectos de estas fechas especiales. Pero saber esto, ser conscientes y
entenderlo como una “parte normal” dentro de este proceso, nos evitará mayores
angustias y nos facilitará atravesar estas etapas con una relativa calma.

Entendamos que también durante este primer año tendremos que pasar por su
primera fecha de cumpleaños, sin su presencia. Claro, ese será un día muy triste.
Posiblemente queremos ir adonde reposan sus restos o sus cenizas, tal vez
celebraremos alguna ceremonia religiosa en su memoria y no debemos extrañarnos
ante las manifestaciones de dolor, tristeza, nostalgia y añoranza por su ausencia,
esto es normal. Las personas especialmente afectadas por esa fecha simplemente
necesitarán de nuestra compañía, nuestro apoyo, y nuestro cariño.
Permítanos repetirlo, la presencia de llanto y tristeza en estos días... es “normal”.

Podemos preguntarnos: ¿que tan “normal” puede ser ver a nuestra madre o a
cualquier pariente que amamos sumido en el llanto y la tristeza? Pues sí, esto es
normal y es parte del proceso, debemos entenderlo, siempre será más aconsejable y
sano “dejar salir” esta emocionalidad y no negar su existencia o enmascararla.

Es lógico que quisiéramos evitar que estos seres amados tuvieran que pasar por
estas reacciones de tristeza, pero a veces lo hacemos más porque estamos
pensando en nosotros mismos y en nuestra incomodidad personal interna ante
aquellas manifestaciones emocionales en personas que amamos, pero puede ser
más aconsejable reunirnos en un abrazo fraterno amoroso y llorar juntos. Apoyo
afectivo es lo que estas personas requieren en estas fechas, no recriminaciones,
limitaciones ni controles.

Procuremos entender que también en esta etapa y en este primer año estaremos
pasando por la celebración de la primera navidad... sin aquella presencia amada.
Entre los regalos colocados bajo el árbol navideño... faltará uno en especial, que
nada ni nadie podrá reemplazar. Y sólo una semana más tarde debemos enfrentar
la despedida de un año y la llegada del año nuevo. Como estas son fechas que
generalmente se celebran con grandes manifestaciones emocionales y casi siempre
con alegría, suele ser mucho más impactante el contraste contra nuestra tristeza y
dolor. Esto “es normal”.

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Como ya mencionamos renglones atrás, a veces se nos hace difícil entender la
“normalidad” del dolor, la tristeza y el llanto que suelen acompañar estas fechas,
pero queremos subrayar esta situación porque es inevitable, y no se recomienda
hacer nada para disimularla, negarla, esconderla, evitarla o enmascararla. ¿Cómo
esconder la navidad? ¿Cómo negar el cambio del año? Es mucho más responsable
y sano asumirlo con la responsabilidad personal que ya hemos mencionado y
destacado en los primeros capítulos. ¿Son fechas muy tristes? ¿Especialmente
tristes? Sí. ¿Esos días solemos llorar y sentirnos mal? Sí.

Lo que verdadera y responsablemente debemos hacer es entenderlo, asumirlo,


saber que es normal que suceda y simplemente llorar ese día, lloremos juntos,
abrazados, unidos, amándonos, siendo solidarios.
Finalmente llegará también la fecha de aniversario del fallecimiento, la que
comúnmente se conoce en nuestro medio como “cabo de año”, otra fecha triste y
lacrimosa, donde suelen revivirse los momentos dolorosos de un año atrás. Lo
dicho, es normal que sea un día muy emocional.

Todo lo expuesto hasta aquí en este capítulo no significa exactamente que en los
años sucesivos las fechas anotadas vayan a pasar desapercibidas, no, ni que en los
años siguientes no se presenten reacciones emocionales en las mismas fechas, no,
lo que debemos entender es que la primera vez, el primer año, tienen un significado
especial y suelen ser mucho más tristes. Si estamos asumiendo responsablemente
nuestro proceso de duelo, como un homenaje de amor a la memoria de ese ser
querido ausente, cada año será menos triste y será más una fecha conmemorativa,
una añoranza respetuosa y amorosa que, con el paso del tiempo, se convertirán en
una recordación de gratitud y amor.

Es hacia allí que debemos orientar nuestro pensamiento y el de las personas que
amamos, que nos rodean y quienes conforman nuestro círculo filial.

También en esta segunda etapa del proceso de duelo, más o menos durante el
primer año, se empiezan a presentar otras situaciones importantes que debemos
conocer.

Es también “normal” que la vida y la cotidianidad, nos vayan llenando nuevamente


algunos “espacios” de nuestras rutinas diarias, poco a poco vamos retomando
nuestra rutina de trabajo, de estudio y de nuestras vivencias cotidianas.

Esto puede generar una cierta confusión en algunas personas, hay quien considera
que empezar a sentir un re-acomodo con nuestras rutinas normales, un re-encuentro
con la vida y una re-conciliación con la cotidianidad (rutina diaria habitual) puede
llegar a ser una falta de respeto, o de amor; o que podría ser, de pronto, alguna
especie de “infidelidad” o de olvido desconsiderado. No es así.

Todo lo contrario.
La misma vida, por defecto, intenta salir adelante. Es de naturaleza fundamental.

Pero es nuestra mente, nuestro libre albedrío, nuestras experiencias, el desarrollo de


nuestra personalidad y nuestra manera de pensar y analizar, lo que nos hace
“suponer” que las cosas deberían ser, y vamos en contravía de lo que realmente es.
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Un ejemplo nos puede ayudar a entender mejor este punto.
Cuando en los primeros días del duelo las emociones descontroladas a las que ya
nos hemos referido nos llevan a decir que “nunca más volveré a sonreír”, “ya la vida
jamás será igual”, “sin el (ella) ya la vida no tendrá sentido” y otras frases o ideas
similares, entonces, algunos meses después, cuando la vida por sí misma va
generando el citado re-encuentro de la cotidianidad y cuando van cicatrizando, poco
a poco y como fruto de un proceso responsable las heridas abiertas, llegamos a
pensar y a sentir que si no cumplimos con aquellas ideas, si no nos ven cabizbajos,
tristes y hasta derrotados, entonces seguramente, tal vez, era que no amábamos a
aquella persona hoy ausente.

Tenemos la equivocada, pero frecuente idea, que lo normal debe ser que las demás
personas nos vean muy tristes, con los ojos permanentemente hinchados de llorar,
siempre con la cabeza agachada y en actitud de derrota ante la vida.

Tenemos el absurdo temor de que lograr superarnos, salir adelante, levantar nuestra
mirada, secar el llanto y dignificar nuestra vida en memoria y homenaje de amor al
ser querido ausente, pueda ser interpretado como falta de amor. Estamos y están
quienes así piensan, muy equivocados.

Ante el normal desarrollo de un proceso de duelo responsable y amorosamente


atendido, y ante el evidente y casi inevitable re-acomodo y re-encuentro a que nos
va llevando la vida, tengamos siempre a mano este argumento para acallar los
temores que, eventualmente, se nos puedan presentar:

“El gran amor que compartimos, su actitud ejemplar, sus enseñanzas, su


orientación y su guía, su amoroso recuerdo y su presencia en mi
corazón, más el homenaje digno y sentido que quiero hacer a su
memoria, me han dado el valor para seguir adelante. Esta “nueva vida”
es sólo la continuación del amor que nos seguimos teniendo, y es la
mejor manera de repetirle y demostrarle cada día que es precisamente
este mismo amor el que me da las fuerzas que necesito para continuar
viviendo dignamente, como a él (a ella) le habría gustado que yo lo
hiciera”.

Cuando, con el pasar de los meses, nuestras emociones se van calmando y


comenzamos a dormir mejor, a llorar un poco menos, podemos volver a trabajar y
podríamos decir: a vivir casi normalmente, esto significa que nuestra pena está
“cicatrizando”, lo cual, y esto es muy importante conocerlo, no significa que estemos
“olvidando”, lo que siempre será imposible, ni estamos “dejando de querer”, todo lo
contrario. Simplemente significa que: “...el amor que compartimos, nos está dando
el valor suficiente para seguir adelante con una vida digna en homenaje de amor a la
memoria del ser querido ausente”.

No obstante, también es normal que durante esta segunda etapa del duelo, más o
menos durante el primer año, se presenten esporádicos días de especial tristeza y
decaimiento, días en los cuales sin razón aparente nos sentimos como si nuestro

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duelo no hubiese avanzado y como si el dolor y la tristeza hubieran vuelto con toda
su fuerza; esto no debe preocuparnos, es normal.

Cualquier breve recuerdo o pequeño evento que nos haga presentes la añoranza y
la nostalgia por el ser amado ausente, incluso hasta de manera subliminal o
inconsciente, como escuchar aquella canción a lo lejos, puede desatar temporales
accesos emocionales y manifestaciones de dolor que generalmente no duran más
de algunas pocas horas o a lo sumo un día. Podemos pensar que, tal vez, nuestro
duelo no está progresando y que la recuperación a la que queremos llegar como
homenaje a la memoria de nuestro ser amado, no la estamos logrando. No es así,
esto suele ser normal. No debemos angustiarnos ni preocuparnos más allá de lo que
es responsable hacerlo.

Es normal que nuestra emocionalidad se encuentre “sentida”, debilitada y sensible,


es normal. Lo que debemos hacer es asumir estas horas, este día o estos accesos
de tristeza, vivirlos con responsabilidad y amor, sin represiones ni limitaciones,
simplemente déjelos fluir, llore todo lo que quiera, no haga nada si no quiere hacerlo,
vaya al cementerio o a donde le quiera recordar, lleve flores, haga una oración o la
ceremonia religiosa que le guste o con la que se identifique.

No se esconda, no se “enmascare”, explíquele a sus seres cercanos que está en


“uno de esos días”, que lo mejor que puede hacer es vivirlo con calma y con
responsabilidad, que mañana, seguramente, va a estar mejor. Invíteles para que le
acompañen, abrácelos, lloren juntos.

Estos días o accesos temporales de tristeza se irán espaciando poco a poco,


téngase paciencia, cada vez serán más breves, menos intensos y menos frecuentes.

Permítanos reiterar que, superar estas manifestaciones no significa olvidar, ni dejar


de querer, al contrario, más bien significan “la maduración del verdadero amor”.

......................................................................................................

Tercera Etapa. Algunos autores y terapeutas que se han ocupado del tema del
duelo, suelen referirse a una tercera etapa en el desarrollo de este proceso.

Consideramos que la citada tercera etapa corresponde precisamente a la


supervivencia, a la paz interna y a la recuperación de algo que podríamos llamar una
“nueva vida” que no dudamos en calificar de “normalización de los hábitos de vida”,
cuando se han llevado responsablemente las dos etapas anteriores.
Si las dos primeras etapas del duelo se refieren a los problemas emocionales,
sicológicos y anímicos que suelen presentarse durante el desarrollo del duelo, la
tercera etapa se ocupa precisamente de la disminución y podríamos decir: la
superación de aquella emocionalidad y la restauración de su calidad de vida.

Hay quienes dicen y aseguran que “ya mi vida nunca podrá ser la misma” y tienen
razón, realmente es imposible que su vida vuelva a ser igual, si ha muerto su padre
o su señora madre ahora usted será huérfano(a). Si ha muerto su cónyuge, ahora

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será viudo(a) y aunque vuelva a casarse, ya será una segunda relación y el recuerdo
de la primera, seguirá existiendo por siempre, consciente o inconscientemente.

Lo que realmente es importante conocer en este punto, es que, como ya lo


mencionamos al principio de este trabajo, no se trata de “olvidar”, lo cual es
totalmente imposible; tampoco hablamos de “dejar de querer para que no duela”, ni
mucho menos negar, pretender disfrazar, disimular o enmascarar su pena, no, se
trata de sobrellevar esta situación para poder seguir adelante con calidad de vida,
además como un homenaje de amor al ser querido ausente.

Cuando usted ha logrado restaurar aceptablemente sus hábitos vivenciales (trabajo,


alimentación, períodos de descanso, etc.), llenar sus espacios de tiempo y re-
encontrar nuevas rutinas de vida, entonces usted ha llegado a lo que se conoce
como tercera etapa del duelo y su vida seguramente retomará una relativa y casi
aceptable normalidad. Aunque ya nunca todo volverá a ser igual.

Ojo! Eventualmente se le pueden presentar momentos, días o lapsos de tristeza y


accesos de llanto con relación a su ser querido ausente, ello suele suceder en
ciertas fechas destacadas como las ya mencionadas en el capítulo anterior, esto no
va a significar que usted ha perdido el tiempo, ni que hay un retroceso en su vida o
que su duelo no ha sido debidamente procesado, no, esto es normal y puede
presentarse, repetimos: eventualmente, durante varios años.

……………………………………………………………………

ERRORES COMUNES QUE SUELEN DIFICULTAR UN PROCESO DE DUELO


Entraremos a partir de ahora en la que es quizás la parte más importante de esta
información y de este conocimiento: Cómo reconocer -y evitar- los errores más
comunes que suelen cometerse durante el período de desorden emocional que se
presenta ante el fallecimiento de un ser amado.

- Tomar decisiones importantes.

Se recomienda abstenerse de decidir, opinar, gestionar, tramitar, negociar o efectuar


cualquier tipo de acción que le implique la toma de una decisión de más o menos
cierta trascendencia.

Cómo suele decirse en círculos coloquiales “Entre el cerebro y el corazón existe un


interruptor (swiche), o funciona uno o funciona el otro, pero nunca funcionan juntos”.
Esto simplemente significa que cuando estamos atravesando por una etapa
emocionalmente muy activa, y peor si es depresiva o triste, normalmente no estamos
en condiciones de pensar con suficiente claridad. Esto nos hace propensos a decir,
decidir o cometer errores sobre asuntos de los cuales podemos arrepentirnos más
adelante, cuando con la calma venga la claridad de ver lo que ha sucedido.

La recomendación es esperar un tiempo prudencial antes de tomar acción sobre


temas como: ¿Quién se ocupará hora de.... aquello de lo que se hacía cargo la

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persona fallecida? ¿Y ahora qué hacemos con su negocio? ¿Con su vivienda?
¿Qué hacemos con su vehículo? ¿Será mejor vender esta casa... y marcharnos?

Espere un poco. ¿Cuánto tiempo se debe esperar? Varía según cada persona.
Pueden ser desde unos pocos días hasta varios meses, la respuesta concreta es:
Espere hasta que tenga la calma, la tranquilidad y la mente suficientemente
despejada para poder evaluar las cosas con ánimo sereno y sentido de justicia y
equidad para poder tomar decisiones equilibradas.
A algunas personas esto les puede tomar inclusive hasta un par de años.

- Huir de los recuerdos.

Y a propósito de la pregunta: ¿Será que vendemos esta casa llena de tantos


recuerdos suyos y nos vamos a otra parte? Se debe tener especial cuidado, la
mayoría de las veces esto suele hacerse como un intento de fuga, de negación, para
enmascarar u ocultar la dolorosa y difícilmente aceptable realidad. De ser así, esto
podría ser un grave error.

No se puede huir de los recuerdos, es inútil. Los recuerdos siempre irán contigo
adondequiera que vayas.

Los recuerdos están grabados en tu mente. No está su recuerdo entre sus ropas, o
en su cama, su habitación, o en el lugar donde generalmente se sentaba, no, su
recuerdo anida en tu mente y en tu corazón. Si dejas de ver su sillón, aquella
imagen de todas maneras permanecerá en tu mente y eventualmente verás a tu ser
amado ausente... y a su sillón.

Lo que debes hacer es amar y acariciar su recuerdo, ¿que esto te produce llanto,
nostalgia y tristeza? Si, es lo normal, déjalo fluir, no lo ocultes ni lo niegues, lo
contrario si puede llegar a hacerte daño.

Rememora con amor sus mejores detalles o sus características personales, habla
de él o ella, comparte, no temas llorar, es parte del proceso. De todas maneras no
le vas a olvidar, no puedes sacarlo(a) de la mente, entonces ama su recuerdo, no lo
niegues ni intentes esconderlo, de todas formas será inútil.

- Tomar drogas o alcohol.

No existe (aún) ningún “medicamento” para la tristeza, la nostalgia y el dolor de ver


marcharse definitivamente a un ser amado.

Algunas personas, llenas de buenas intenciones, suelen sugerir el tomar “agüitas” o


bebidas con efectos tranquilizadores, pueden hacerlo, no les causarán ningún daño.
Pero absténganse de manera absolutamente radical de ingerir nada distinto que no
sea debidamente formulado por un especialista en alguna rama de la medicina. La
señora “muy conocedora” que vende “ramas” en la galería... no está calificada ni
autorizada. En absoluto, de ninguna manera.

Se suele intentar “hacer dormir para que descansen” a las personas muy afectadas
o alteradas emocionalmente, esto No se debe hacer a través de “bebedizos” o
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medicamentos no autorizados específicamente para cada persona de acuerdo con
su edad, estado de salud y peso corporal. Si se les puede ayudar a reposar y
descansar esto será provechoso, pero dejará de serlo cuando el supuesto descanso
sea inducido “a la brava” o con sustancias que, inclusive en su delicado estado,
podrían llegar a ser nocivas.

Acerca de la ingesta de alcohol no nos vamos a extender mucho, baste decir que
obviamente no tiene ninguno, ni el más mínimo efecto terapéutico o de ayuda.
Ingerir alcohol no tiene ningún beneficio, nunca, para nada, en ningún momento,
pero muchísimo menos en personas afectadas emocionalmente.

- No tocar o deshacer.

Como ya se ha venido exponiendo, intentar esconder, negar o disfrazar de alguna


manera la defunción del ser amado, en un inútil y nocivo intento de minimizar o
disimular el choque emocional o la tristeza y el dolor que conlleva este hecho, es un
delicado error y debemos ser muy enfáticos en reiterar la gran importancia de asumir
responsablemente y aceptar, con todos sus efectos, el doloroso suceso.

Es entendible que quisiéramos poder evitar o reducir al mínimo cualquier evento que
cause dolor y pena a nuestros seres queridos, pero aquí es muy importante entender
que en un futuro próximo los efectos de cualquier tipo de negación u ocultamiento de
la realidad producirá males mayores y penas aún más dolorosas y de difícil manejo.

Por esto, no se recomienda asumir ninguna actitud que conduzca al ocultamiento,


así sea de manera sutil, de la realidad evidente. Algunas personas o familias
quieren dejar intactas las cosas, ropas, libros, enseres o útiles y artículos personales
del ser amado fallecido, “no tocar nada” en un supuestamente disimulado intento de
asumir que “no ha pasado nada”. Se quiere evitar el temor a enfrentar un espacio
vacío o el cambio radical en el entorno, para no confrontar de manera evidente el
suceso, esto puede ocasionar efectos negativos y retardar el normal proceso del
duelo, con los efectos negativos a que ya nos hemos referido.

Igual puede suceder cuando se hace todo lo contrario, nos referimos al hecho de
intentar “hacer desaparecer” los enseres o artículos de la persona fallecida, o por lo
menos transformar el entorno, cuando esto se hace con la intención de esconder,
disimular, enmascarar o negar la realidad. Se quiere pensar que si no están ahí sus
artículos personales, “tal vez su recuerdo no se haga presente” con mucha evidencia
y se pueda evitar la confrontación del hecho; ya nos hemos referido en más de una
ocasión a los peligrosos efectos negativos que puede producir cualquier actitud
contraria a la paulatina y resignada aceptación del doloroso suceso.

- Intentar reemplazar afectos.

Otra actitud equivocada que podría causar daños irreversibles a largo y a veces a
mediano plazo, es la de intentar “reemplazar” bien sea a la persona fallecida, o su
“posición” dentro del entorno familiar. Por ejemplo: ante el triste fallecimiento de un
bebé, sus padres podrían pensar en “volver a encargar” para “reemplazar o reponer”
a la criatura fallecida. Lo mismo sucede cuando al morir la pareja, su cónyuge
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quiera intentar reemplazarle más o menos rápidamente, en un intento, a veces
subliminal, de evitar la confrontación con la realidad.

Debemos entender que todas las personas somos diferentes, es absolutamente


imposible encontrar una persona que piense, actúe o hable igual a otra,
normalmente las diferencias suelen ser muy evidentes, esto suele conducir a
actitudes equivocadas e ingratas para con ambas personas, con la fallecida y con
quien intentamos reemplazarle.

Tener otro hijo debe ser exactamente eso: tener “otro” hijo, y debe evitarse a toda
costa que sea un sustituto o el reemplazo de algún pariente fallecido anteriormente.
Tener una nueva pareja, debe ser exactamente eso: una “nueva” y diferente pareja.

Hacemos notar que el intento de sustituir una persona con otra puede ser también
una forma de “negar” la realidad ante la desaparición de la anterior. Y podrá tener
los mismos efectos nocivos para la salud mental que ya hemos anotado
reiteradamente.

- Autoprotagonismo

Este suele ser un error triste y lamentable, desafortunadamente más común de lo


que sería de desear. Nos referimos a que existen algunas personas que quieren
“aprovechar” el fallecimiento de un ser querido para intentar llamar la atención sobre
sí mismas y muchas veces para lograr favores inspirando lástima o compasión
debido a su “triste y dolorosa situación”.

Aunque en este caso no existe el peligro de afectarse sicológica o mentalmente, no


deja de ser deplorable que se falte al respeto a la memoria de un ser querido y que
se asuma esta indigna actitud en lugar de honrar y dignificar el recuerdo de una
persona importante para nuestras vidas; es evidente que esta actitud no
corresponde a un proceso de duelo correctamente elaborado y en su momento
podrá generar sentimientos de culpa u otras emociones contrarias que pueden
afectar a las personas que asumen descarada e inmaduramente este protagonismo,
o al resto de sus parientes.

Tengamos presente que el único protagonista en esta dolorosa historia... no está, se


ha marchado; honremos su memoria dignamente, recordémosle con afecto, gratitud
y cariño, y procuremos que sea digno de homenaje y respeto su recuerdo entre las
demás personas que nos conocen o que le conocieron.

- Las comparaciones.

Este es otro de esos errores tan comunes, tan dañinos y tan desconocidos en su
manejo.

Suele presentarse de dos maneras diferentes: comparando la forma como una


persona procesa su duelo frente a otro doliente que lo hace y lo siente de manera
diferente, o comparando este proceso con otros anteriores, en otras familias o en
otras circunstancias.

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Un ejemplo para facilitar la comprensión de este importante punto: - Un esposo se
queja de que su esposa lleva varios meses lamentando con gran tristeza el
fallecimiento de su señora madre y le dice: - “Cuando murió mi mamá yo no lloré
tanto! Yo también perdí a mi madre y no me afectó tan gravemente! Usted llora
demasiado, en la oficina hay una empleada que perdió a su madre hace tres meses
y ya está muy tranquila!”
Segundo ejemplo: Dos hermanas que han perdido a su señora madre, una de ellas
le dice a la otra: “Y usted porqué no está llorando? acaso usted no la quería? Y
usted porqué no está vestida de luto? Como se nota que a usted no le duele, usted
no tiene corazón ni sentimientos, míreme yo como estoy de triste!”

No se debe comparar la sensibilidad de una persona con otra, así sean de la misma
familia. El que una persona llore y se lamente mucho simplemente podría significar
– comparada con otra pariente – no que le amara o le añore más, sino que es más
sensible, tal vez un poco más débil emocionalmente. El verdadero amor, el
recuerdo respetuoso y el homenaje a su memoria no necesariamente se cualifica de
acuerdo a la cantidad de llanto derramado, no.

Pero de la misma manera, si una persona no tiene la tendencia a manifestar su


tristeza o dejar entrever sus penas, si una persona es especialmente fuerte y de fácil
recuperación o manejo de su dolor; si una persona no suele llorar,
(independientemente que se trate de un hombre o de una mujer) esto tampoco
significa que se deba esperar que las personas a su alrededor también reaccionen
con la misma fortaleza, entereza o con similar calma. Que una persona manifieste
sus penas no significa más amor y que una persona sea más calmada y tranquila no
significa menos afecto o respeto.

Indudablemente cada persona siente, piensa y reacciona de manera diferente,


particular e individual. Ni siquiera dos hermanos gemelos sienten o reaccionan
exactamente igual frente a una determinada situación emocional. Utilizar o no un
vestido negro o de luto es una decisión y una elección también personal y particular,
hay quien siente que de esta manera expresa mejor su respeto y su añoranza, otra
persona de la misma familia puede considerar – acertadamente – que la mejor
manera de expresar su homenaje a la memoria del ser querido ausente es de una
manera distinta, sirviendo a la familia doliente, orando, atendiendo a las actividades
o compromisos pendientes, haciendo donaciones, escribiendo sus memorias, etc. Y
para esto no necesita vestirse de riguroso luto si así no lo desea, eso no demerita su
actitud ni desmerece de su amor y su respeto.

El que un proceso de duelo le tome a una persona mucho tiempo (?) o se manifieste
de manera muy triste y penosa, normalmente no significa que se trata de quien más
le amaba, la mayoría de las veces lo que esto demuestra es que esta persona no
está procesando su duelo cómo debería ser.

Y valga la pena reiterar en este punto que procesar adecuadamente un duelo por la
pérdida de un ser querido no significa olvidarle, ni dejar de quererle para que no
duela, ni negar, disimular, evitar o “esconder” los sentimientos, no, a lo que nos
referimos es a convertir la energía del dolor en un homenaje de amor respetuoso
que dignifique la memoria del ser amado que ya no está entre nosotros.

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Concentrémonos en apoyar a las personas que se encuentran mucho más afectadas
y dolidas en lugar de criticarlas o negarles su sano y humano derecho a
manifestarse y dejar fluir su pena; si usted ha podido manejar su duelo con mayor
entereza entonces ahora respalde, apoye, consuele y ayude amorosa y
pacientemente a quienes son más sensibles y se encuentran más afectados, esta
puede ser una excelente manera de demostrar el verdadero amor por la persona
fallecida y la mejor forma de hacer homenaje a su memoria: sirviendo y amando a
sus seres amados.
- La Idealización

La intensa confusión que suele presentarse ante la muerte de un ser querido


importante y a la cual nos hemos referido ampliamente en los primeros capítulos, es
la causa de este error tan común pero también tan nocivo para nuestra salud mental
y emocional.

Se refiere exactamente al “endiosamiento” del pariente fallecido por parte de algunos


de sus dolientes. Es un poco aquello a lo que se refiere la voz popular cuando reza
“No hay muerto malo”, dicho sea con todo respeto y consideración.

Lamentable y tristemente en algunas ocasiones la ya mencionada confusión lleva a


algunos dolientes a “santificar” la memoria del ausente recientemente fallecido, a
veces incluso se convierten su habitación y sus enseres personales en una especie
de “mini museo” en el que se evita mover, cambiar de lugar o utilizar aquellas cosas
que eran de su pertenencia y uso particular.

Alguna personas llegan incluso a bloquear el proceso de información lógica para


concentrarse en “justificar”, disculpar y hasta “acreditar” cualquier comportamiento o
actitud del ausente, así no haya sido, en vida, exactamente un modelo de santidad.
Repetimos: dicho sea con todo respeto y sólo por la buena intención de esta
corrección.

Lamentablemente esta actitud es un delicado obstáculo para el normal desarrollo del


proceso de duelo, y esto se debe a que este comportamiento equivocado tiene un
significado a veces oculto, en muchas ocasiones simplemente se intenta disfrazar,
enmascarar u ocultar la realidad del hecho, como ya lo hemos analizado
detalladamente en el capítulo “No tocar o deshacer”. En otras ocasiones es la
manifestación de no revelados, procesados ni enfrentados sentimientos de culpa, a
lo cual nos vamos a referir en un capítulo especialmente dedicado a tan importante y
trascendente asunto.

Permítannos exponer aquí una experiencia testimonial que nos sirva como
ilustración para permitir una mejor comprensión del tema: Ante el fallecimiento de su
hijo adolescente, una madre acongojada hizo ampliar a un tamaño bastante grande
una fotografía del joven fallecido, luego le hizo colocar alrededor como marco una
camándula de artesanía formada por cuentas de madera tan grandes que la
extensión de la misma era de casi dos metros.
Luego entronizó este cuadro en un lugar importante de su casa y al frente le colocó
una mesa de dos niveles que contenía en la parte superior una cantidad importante
de velas, velones y veladoras.

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En el segundo nivel se podían observar gran profusión de imágenes de santos,
crucifijos, figuras de ángeles y vírgenes, láminas con escenas bíblicas, escapularios,
camándulas, relicarios y cosas similares.
Frente a esta mesita la señora colocó un reclinatorio en el cual cada día pasaba
largas horas rezando rosario tras rosario frente a la fotografía descrita.

Es evidente que esta actitud no era psicológica, mental ni socialmente correcta, así
lo entendió el hijo mayor de la señora, quien a pesar de su propio duelo y su dolor de
hermano logró entender que algo no andaba bien y solicitó ayuda profesional para
su atribulada madre.

Indudablemente estamos en capacidad de entender que la ausencia de un ser


amado nos genera intensos sentimientos de añoranza, pero debemos esforzarnos
en lograr entender que nada, absolutamente nada nos lo podrá devolver y lo mejor
que podemos hacer es convertir la energía del dolor en un homenaje de amor
respetuoso que dignifique la memoria del ser amado que ya no está entre
nosotros, como ya lo hemos repetido y lo seguiremos reiterando varias veces más.

Nuestros seres queridos eran personas normales que cometían los errores normales
de los seres humanos, consideramos muy difícil y eventual que se encuentre entre
nosotros una persona tan santa que amerite ser llevada a los altares (ojalá hubiesen
muchas) y de ser así, no es a nosotros a quienes corresponde determinarlo de esa
manera ni santificarle personalmente. Lo mejor, lo más indicado y lo humanamente
correcto es procesar nuestro duelo de tal manera que podamos seguir adelante con
calidad de vida, seguramente tal y como nuestro ser querido ausente lo desearía.
Recuerde el capítulo: “Hagámosle una pregunta”.

- La sensación o el sentimiento de infidelidad.

Altamente frecuente. Nos ocurre cuando, por ejemplo, “sentimos” que todo lo que
hacemos o dejamos de hacer puede de alguna manera ofender o molestar a la
persona fallecida, quien seguramente nos está observando “desde arriba”.

Puede suceder, por ejemplo, que alguna situación fortuita nos motive a reírnos
involuntariamente, esto puede ocasionar un sentimiento de “no puedo reírme debido
a que estoy de duelo o por que acaba de morir esta persona”.
Igual puede suceder con cualquier sentimiento grato, algunas personas consideran
que no tienen derecho ni siquiera a sonreír ni a tener ninguna distracción, como ir a
un cine por ejemplo, debido a la muerte reciente de aquel ser amado.
Esto no tiene razón de ser, está bien no irse de fiestas ni participar de actividades
muy recreativas como signo de respeto y de duelo, pero un caso eventual es
inclusive aconsejable como reposo y siempre servirá para superar un poco el estrés
y ayudar así al proceso de recuperación.

También suele suceder que algunas parejas de cónyuges se abstienen de reanudar


sus normales relaciones íntimas porque consideran que por ahora no es debido ni
oportuno disfrutar del placer que este acto representa, se llega a considerar que no
se debe experimentar nada parecido a un poco de alegría debido al duelo presente,
y en segundo lugar, porque también tienen la impresión de que el ser querido
fallecido “les está mirando”, cosa que obviamente no sólo no está sucediendo sino
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que además no tendría ningún significado para un ser que, como ya dijimos, está en
otra dimensión muy por encima de nuestra capacidad de entendimiento.

Es importante entender que nada que hagamos ahora y aquí, puede ofender,
incomodar ni molestar a la persona fallecida, ella ya está en otra dimensión muy por
encima de nuestras humanas limitaciones, lo que respetamos y cuidamos con amor
es “su memoria” (su recuerdo) no su persona.

- Inseguridad y temores.

Es posible que nos hayamos enterado alguna vez de que cuando alguien muere en
un establecimiento público, una discoteca, un bar o un restaurante, por ejemplo, este
lugar casi siempre debe cerrar definitivamente sus puertas o casi sin excepción
tiende a desaparecer, nadie quiere volver allí, es un poco como si la imagen o el
“fantasma” de quien allí murió generase el temor de que en el mismo sitio se seguirá
presentando aquel hecho doloroso.

Cuando nos ocurre que, por ejemplo, alguien de nuestra familia ha salido una noche
y tristemente por alguna circunstancia murió esa noche y ya no regresó, tenemos la
tendencia a temer salir (casi inconscientemente) o a que salgan en las noches otros
parientes; es el temor de que se repita exactamente el triste suceso. O si en
determinado lugar, en un río, o en una curva de la carretera alguien se accidenta y
pierde la vida, queda como la sensación de que de cierta manera ese sitio tiene
alguna participación en el hecho y que, de pronto, allí vuelva a suceder lo mismo a
alguien más de nuestros seres queridos.

Es fácil entonces entender que este tipo de temores son altamente limitantes, el
hecho de que una persona haya fallecido en aquel accidente automovilístico no
significará, en modo alguno, que cada vez que alguien viaje en automóvil esté
corriendo más peligro de lo normalmente entendido.

Pretender que no debemos pasar por un determinado lugar (donde alguien murió) o
que no se debe salir a ciertas horas, o dejarnos llevar por el temor de viajar en
avión, por ejemplo... es un temor limitante, y podría no permitirnos seguir adelante
con la suficiente calidad de vida, por esto debemos superar tales temores que
además no son muy lógicos.

Si alguna persona ha muerto en un accidente presentado en determinado cruce de


calles, ¿podría esto significar que toda persona que pase por allí... está en peligro?
Si bien la congestión vehicular puede hacer más peligroso un determinado cruce, o
los pasos a nivel con las carrileras del tren, también es cierto que tales sitios suelen
estar profusamente señalizados, más bien suele ocurrir que se presentan más
accidentes en otros sitios con menos advertencias y en donde, por consiguiente, las
personas suelen tomar menores precauciones.

Cuando hemos tenido un fallecimiento especialmente triste en el seno de nuestro


hogar, es posible que la tardanza en la llegada de alguno de nuestros parientes nos
pueda preocupar o alarmar, pero pensemos cuidadosamente que “lo normal es que
la gente llegue tarde, pero llegue”.

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Una frase que hemos escuchado de alguien que sabe del tema dice: “Es más normal
llegar tarde que no llegar”. Reflexionemos sobre esto.

- Las imágenes temidas.

Cuando el fallecimiento de aquel ser amado se ha presentado en circunstancias que


podemos entender y definir como eventualmente muy dolorosas, por ejemplo: en un
incendio, por ahogamiento, en una explosión o en un accidente de aviación, solemos
ocupar nuestra mente con imágenes en las que “intentamos” imaginar cómo serían
sus últimos momentos y qué tanto sería el dolor padecido por esta persona amada.

Obviamente estas atemorizantes imágenes, objetivamente fruto de nuestra


imaginación, suelen ocasionarnos efectos emocionales bastante tristes y dolorosos.
Visualizar un estado de dolor en una persona que amamos se convierte con el paso
de los días en una sensación angustiante y cada vez más difícil de procesar.

Providencialmente nuestra naturaleza humana tiene una característica especial,


regalo de Dios Padre, que ha previsto la ocurrencia de aquellos dolorosos sucesos.

Los seres humanos tenemos una determinada capacidad para resistir sensaciones
dolorosas, para citar un ejemplo: solamente las mujeres son capaces de resistir el
dolor que produce un parto. Este nivel de resistencia normalmente lo conocemos
como “umbral del dolor”.

Cuando un ser humano siente un dolor muy intenso y que es superior a su “umbral
del dolor” generalmente suele perder el sentido, desmayarse. Veamos un ejemplo
vivencial que nos puede ayudar a entenderlo de la mejor manera: cuando alguna
persona se está ahogando, suele llegar a un momento en que pierde la consciencia,
se desmaya, se dice que “perdió el sentido”,pero aún no ha perdido la vida, de
hecho si se le rescata en ese momento y se le aplica “respiración artificial”,
recuperará el sentido y volverá a su vida normal.

Cuando accidentalmente sufrimos un golpe importante en alguna parte de nuestro


cuerpo, generalmente la sensación dolorosa suele presentarse horas después, no
en el preciso instante, esto también se presenta con las caídas, fracturas y hasta con
procesos quirúrgicos.

De esta manera, nuestra naturaleza se ha configurado para evitarnos sensaciones


dolorosas que sean superiores a nuestra capacidad de soportarlo.

No teman, no fue tan doloroso, nuestra naturaleza, Dios misericordiosamente se ha


hecho cargo de prevenir aquella situación.

- El sentimiento de culpa.

Y finalmente, estudiemos uno de los más graves y delicados errores que solemos
cometer ante el desorden emocional presentado por la muerte de un ser querido.

Comencemos con un par de ejemplos que nos ayuden a interpretar y entender mejor
la situación a la que queremos referirnos:
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- Se encontraba una familia departiendo y compartiendo algunos brindis en el
antejardín de su casa, en determinado momento le solicitaron a Andrea, una
hermosa niña de diez años, que fuera hasta la tienda de la esquina para traerles
otra botella de licor; cuando la niña regresaba de la tienda aquella, pasó un
peligroso delincuente en motocicleta disparando como un loco, con tan mala
fortuna que la niña resultó muerta en el suceso. La familia de Andrea se
lamentaba, en medio de su dolor, ya que sentían que “ellos la habían enviado a
encontrar la muerte”, dolorosamente se repetían: “si no hubiésemos estado
bebiendo, o si no la hubiéramos enviado a la tienda, Andreíta aún estaría con
nosotros”. El dolor era desgarrador.

Otra historia que nos ilustra más sobre el punto que estamos tratando:

- Sergio fue galardonado como el mejor bachiller del año en su colegio. Después
de la ceremonia de graduación Sergio se acercó a su señora madre, una viuda
de quien era el único hijo, y le pidió que lo apoyara para irse de excursión a la
costa atlántica con sus condiscípulos. La orgullosa madre hizo el esfuerzo
necesario para poder premiar a su hijo con el paseo que tanto lo ilusionaba.
Lamentablemente Sergio perdió la vida en un accidente ocurrido en el mar
durante la excursión. Cinco años después su madre aún lloraba
inconsolablemente mientras repetía: “Yo lo envié a morir” y otras frases
similares.

Aquí es muy importante incluir, por fin, un concepto del cual hasta el momento nos
hemos ocupado poco, y es la presencia de un Ser Supremo que, independiente de
la forma como cada quien lo interprete o del nombre que se le de, es definitivamente
el único dueño, Señor y dador de la vida, es el único Ser que puede y determina
quien, dónde, cuándo, como, y por qué. Si este concepto es de fácil comprensión
para nosotros, tanto mejor, de no ser así... de todas maneras seguirá siendo.

Lo que debemos intentar entender es que nosotros, los seres humanos normales,
los que no andamos por ahí colocando bombas en aldeas y municipios alejados, ni
en centros comerciales, carreteras ni similares, no tenemos influencia directa sobre
la vida ni la muerte de nuestros seres queridos. Es muy probable que, cuando ese
Ser Supremo que amorosamente reconocemos como nuestro Dios, decida dar por
terminada la vida de alguien de nuestros afectos o de nuestros parientes, aquella
persona podría estar en relación directa con nosotros pues precisamente por eso
nos duele hoy, porque éramos cercanos, porque seguramente compartíamos un
espacio y teníamos vidas comunes entrecruzadas, de modo que aquella
circunstancia será sólo eso: una circunstancia que nos une en ese momento
determinado, como en muchísimos más.

En otras palabras: es muy fácil que la muerte de aquella persona coincida con
alguno de los muchos instantes del diario compartir. Esto jamás significará que
tenemos manejo ni poder directo sobre la vida ni la muerte de este ser querido.

Entonces, solamente Dios, como tú le llames, le conozcas o le interpretes, puede


tomar la decisión de dar por concluida una vida. Sólo el tiene el poder para esta
decisión.
23
¿Han escuchado la frase tan común: Nadie se muere la víspera? significa de
manera exacta que solamente moriremos en el día, la hora y las circunstancias que
correspondan exclusivamente a la decisión que sólo el Dios Creador y Dador de vida
haya determinado.

Ocasionalmente por ahí se escucha decir: No hay tal cáncer, derrame cerebral ni
nada parecido, uno sólo se muere de “turno”. Realmente esto tiene más sentido de
lo que parece.

Hace algunos años el Doctor Ernesto Samper, mucho antes de ser presidente de los
colombianos, fue víctima de un atentado en el cual recibió siete balazos, y a pesar
de sus grandes heridas logró sobrevivir y ganar las elecciones. Un directivo sindical
que ocasionalmente se encontraba a su lado en aquella amarga fecha, recibió por
accidente dos de aquellos disparos y él si murió en forma instantánea. Turno?
Un popular locutor deportivo de la ciudad de Medellin conocido como “El Paisita
Múnera Eastman” también fue víctima de un atentado en el cual recibió varios
disparos a quemarropa y hasta fue herido en su rostro y cabeza, logró sobrevivir
increíblemente. La voluntad de Dios.

En 1994, un avión que desde los Estados Unidos se dirigía a la ciudad de Cali se
accidentó cerca de la ciudad de Buga y solamente sobrevivió una pequeña niña.
Sólo ella! y el avión estaba totalmente destrozado. Voluntad de Dios. No le tocaba
el “turno”.

Y de seguro hemos conocido casos de personas que han muerto a raíz de


circunstancias tan leves, evidentemente tan triviales o en pequeños accidentes
caseros que... no nos queda más que concluir que definitivamente sólo un poder
superior a la propia existencia es quien decide cuando dar por terminada una vida,
independientemente de nuestra interrelación con tal persona.

La parte que se nos hace difícil de comprender es el porqué?, porqué en estas


circunstancias?, porqué ahora?, porqué a él o a ella?, porqué de manera tan
dolorosa?, etc. Ya que Dios no nos ha dejado la opción de conocer sus designios
divinos, sólo nos ha dejado la orientación de confiar en Él, creer en Él, entregarnos a
Él, amar y respetar su Voluntad, no entenderle, sólo amarle y acatarle. Esa es su
orientación y su enseñanza, las demás preguntas no tienen una respuesta
medianamente lógica. Por qué? sólo Él lo sabe, bendita sea su Santa Voluntad.

Entonces, aún a pesar de que aquello sea difícil de entender, lo que si podemos
comprender es que no somos nosotros los directa ni indirectamente causantes del
fallecimiento de nuestros seres queridos (por lo menos en condiciones cotidianas
eventuales y normales) y que son solamente las normales circunstancias de nuestra
convivencia las que nos generan el sentimiento de culpa que no es otra cosa que la
misma confusión que suele acompañarnos en cualquier proceso de duelo por la
muerte de alguien que amábamos y que era, y sigue siendo, muy importante en
nuestras vidas.
………………………………………………………………………..

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ACTITUDES QUE AYUDAN AL PROCESO

Ahora, así como hemos descrito y analizado las principales dificultades en el


proceso de duelo, veamos también cuales pueden ser algunas actitudes y
comportamientos que serán de gran ayuda en la búsqueda del consuelo y la paz
interna que nos permitan, de alguna manera, poder seguir adelante cumpliendo con
nuestra misión de vida.

Algo muy frecuente y normalmente triste y doloroso, suele ser la sensación de que
algunas cosas se nos han quedado pendientes, que la muerte de este ser querido
nos ha impedido cumplir, culminar o complementar algunas circunstancias de la vida
que compartíamos y esta sensación de vacío o de hechos inconclusos nos queda
como un rescoldo que nos quema y nos corroe el alma.

Cómo hubiésemos querido poder compartir un último abrazo, cuánto daríamos por
poder repetirle una última vez: “...claro que te he querido, te quiero mucho, mucho”.
Si alguna circunstancia trivial ocasionada por la convivencia ha hecho que
tuviésemos algún disgusto reciente y se nos ha quedado sin arreglar o aclarar
suficientemente, suele ser muy triste el deseo de haber perdonado o haber pedido
perdón y dejar totalmente aclarado aquel asunto.

Queremos compartir con nuestros lectores esta frase del autor y conferencista
mexicano Carlos Cuauhtémoc: “Por qué tenemos que esperar a que los seres
queridos se nos mueran para pensar en lo que hubiéramos querido decirles?”

Siempre existirá algo que no agradecimos suficientemente (por lo menos así lo


sentimos), o algo que hubiésemos querido agregar o aclarar, y ese último abrazo
que nos dejado los brazos extendidos.....

Permítannos aquí hacer una anotación muy precisa, ya sabemos que nadie tiene la
vida comprada y que la muerte aparece cuándo y donde menos se la espera, el
levantarnos en la mañana no nos garantiza que tal vez podamos llegar vivos a la
noche y cuántos de nosotros quizás no vivamos hasta... la próxima semana?

Si no quisiéramos quedarnos con los brazos vacíos con la nostalgia de un último


abrazo... porqué no compartimos ese abrazo tan importante con nuestros seres
queridos ahora mismo? Ya!

Porqué no vamos hoy y ahora mismo a decirles a estas personas que amamos...
que les amamos? Hasta cuándo queremos esperar para brindarles y manifestarles
nuestra gratitud por... todo lo que nos haya merecido que les estemos agradecidos?
Para cuándo estamos esperando pedirles perdón por los errores con que les
hayamos ofendido tal vez, o cuándo pensamos perdonarles las tonteras con que a
veces nos afectamos pero que, a pesar de todo, les seguimos queriendo?

Nuestros abrazos no son nuestros, no nos pertenecen, los tenemos sólo con el fin
de compartirlos y entregarlos a todas las personas que cruzan por nuestro sendero,
venimos con una provisión inacabable de abrazos para repartir abundantemente
entre todas las personas, grandes o pequeñas... que quepan entre nuestros brazos.

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Para qué quieres guardar tus abrazos? Entonces que piensas hacer con ellos?
Nunca se te acabarán, cada vez que entregas un abrazo estás recibiendo otro a
cambio, nunca se agotarán. Hay muchísimos más de donde sacaste estos... y
abundarán aún más a medida que los compartes.

Tus abrazos no son tuyos, a ti no te sirven para nada, no puedes abrazarte tu


mismo(a), repártelos, compártelos, úsalos, entrégalos, distribúyelos abundante y
generosamente. No guardes ningún abrazo, ni palabra cariñosa, ni gratitud, ni
mensaje del corazón para entregar mañana.... tal vez ese mañana no llegue nunca.

Así, tal vez no tengas que volver a sentir vacíos tus brazos extendidos, con lo
doloroso que esto suele ser, cuando por la voluntad de Dios tengas que despedirte
de otro ser amado.

Estos vacíos, estos espacios inconclusos, normalmente los conocemos como “ciclos
pendientes” y es importante poder llenarlos y atenderlos en la mejor forma, como
parte trascendental en el proceso del duelo y en la búsqueda del necesario
consuelo.

CERRAR LOS CICLOS PENDIENTES

Hablar de…

A pesar de que puedan presentarse accesos de llanto, y como reiteración de lo


importante que es la aceptación del fallecimiento como punto de partida para un
benéfico y consolador proceso de duelo, recomendamos con vehemencia que
siempre que se presente la ocasión procuremos “hablar de” la persona ausente, no
evitar el tema, conversar acerca de sus virtudes, sus gracias, sus detalles o
simplemente de sus características humanas, aquello que hizo que le amáramos y
que hoy le extrañemos tanto.

Mostrar sus fotografías, escuchar o cantar las canciones que le gustaban, mostrar
sus trabajos, sus pinturas, etc. Mantenerle “presente”, aunque, como ya dijimos,
durante un período de tiempo se pueda presentar algo de llanto. No olvidar la gran
importancia del capítulo que se refiere al manejo del llanto como terapia y como
proceso de sanación.

“Hablar de” la persona ausente, de una manera calmada, reflexiva, coloquial aunque
triste, destacar sus logros, reírnos de sus travesuras o anécdotas simpáticas, es una
actividad que obra como un bálsamo curativo y cicatrizante, nos ayuda a tenerle en
la justa dimensión del momento, lejano pero cerca de nuestro corazón.

Hablar con…

Realmente consideramos que esta es, tal vez, la parte más importante de todo el
tema y de todo este aprendizaje. Si la persona en duelo, triste y dolida por la
ausencia de este ser amado tan especial, logra llevar a cabo la parte del proceso
que describiremos a continuación como “Terapia de Sanación”, llenará su alma de
sentimientos curativos y de un amor balsámico que actuará como un calmante
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cicatrizante sobre sus heridas de ausencia y encontrará un mejor sentido a sus
recuerdos, no olvidando sino recordando con cariño y gratitud.

- Terapia de Sanación

Es muy importante tener en cuenta que esta actividad solamente se recomienda


efectuarla después de seis u ocho semanas del deceso, cuando normalmente el
duelo ha entrado en su segunda etapa.

Programaremos un día, una fecha especial que utilizaremos para “hablar con”
nuestro ser amado ausente. Será un día (una mañana o una tarde serán
suficientes) en que podamos disponer de tiempo, espacio y tranquilidad.
Comenzaremos por apagar los teléfonos, equipos de radio y televisores y ojalá el
timbre de la puerta. La idea es que ojalá nada nos interrumpa dentro de lo normal.

Intentamos crear una atmósfera de paz, serenidad y… por qué no? espiritualidad.

Esto debe hacerse en un lugar en el cual se nos facilite recordar y sentirnos muy
cerca de la persona fallecida, para cada persona suele ser diferente, puede ser en la
iglesia, o en el cementerio, o en un lugar especial del campo, o en su habitación, o
en cualquier lugar donde logremos sentir que estamos cerca de él o de ella.
De ser posible, dependiendo del gusto y la disponibilidad de cada persona, puede
ser aconsejable encender una velita aromática o un pebetero con alguna esencia
suave y grata para perfumar el ambiente. De igual manera se puede colocar alguna
música ambiental, a bajo volumen y que sirva como un fondo gratificante y relajante.

Vale la pena anotar que este ejercicio no tiene ningún tipo de significado
místico, esotérico, espiritista ni nada que lejanamente se le pueda parecer.

Sólo se trata de crear una ambiente o una atmósfera tranquila que facilite nuestra
concentración para poder lograr lo que nos proponemos: “Hablar” con nuestro ser
querido ausente.

(Nota importante: queremos reiterar que de ninguna manera esta actividad se


asemeja a una sesión espiritista o nada que se le parezca, como podrán observar en
la descripción que sigue a continuación, la idea es “decirle a nuestro pariente
fallecido cuánto le hemos amado y le extrañamos”, no espere respuestas
sensoriales, auditivas ni nada parecido.)

Procederemos entonces a “hablar” teniendo en mente que nos estamos dirigiendo a


la persona que extrañamos y quien “seguramente” nos estará escuchando.

1º. – Agradecerle. Es indudable que una persona que ha sido importante para
nuestras vidas, seguramente ha hecho méritos por los cuales siempre le estaremos
agradecidos. Es posible que no hayamos tenido nunca la oportunidad, o no
hayamos caído en la cuenta, de manifestar nuestra gratitud por… tantos detalles,
por… cosas aparentemente intrascendentes en aquel instante, pero tan importantes
en estos momentos, como: cada sonrisa, cada mirada, cada palabra y cada
momento compartido.

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Dile: Gracias! … por ser amigo,… por ser padre, consejero, compañero, confidente,
sustento, apoyo, compañía, etc. O por ser madre…, amiga, consejera…. Y mil
cosas más. ¡Gracias por lo que me dijiste, por tu apoyo en momentos especiales,
por lo que compartimos… porque me hiciste reír, porque me acompañaste,
porque…! etc. etc.

Simplemente utiliza tus mismas palabras, las mismas con las que normalmente
entablarías una conversación con aquella persona, dile exactamente lo que le dirías
si estuviese allí presente delante de ti, no tienes que hablar con palabras
rimbombantes ni diferentes a las mismas con las que te expresas regularmente.
Manifiéstale tu gratitud por las cosas reales y objetivas que sientes que le debes
agradecer, las cosas por las cuales le amaste.

Deja que hable tu corazón, no racionalices acerca de lo que sientes ni acerca de lo


que debes decir, ni el cómo ni de qué manera, solamente abre tu corazón…. Deja
que tus palabras broten de lo más profundo de ti.

Es normal, ojo! Es muy normal que este sea un momento muy emotivo, muy
fácilmente se presentará el llanto y hasta es posible que para algunas personas sea
un poco difícil seguir adelante, pero es tan significativo y sanador este proceso que
se debe procurar realizarlo hasta lograrlo de la mejor manera. Suele ser más fácil
cuando cada doliente lo hace de manera individual e íntima, podría suceder que
queremos decirle cosas muy personales o que no deseamos compartir con otros
parientes, definitivamente recomendamos que cada persona efectúe esta actividad
de manera particular.

Vuelca pues tu corazón y aprovecha este momento para agradecer todo lo que
creas o sientas que no agradeciste suficientemente en su momento, dile Gracias!
Desde lo más profundo de tu alma… te estará escuchando.

2. – Perdonarle. En segundo lugar y después de que sientas que has agradecido


todo lo que tenías pendiente, comienza ahora a repetirle palabras de perdón por
todas las cosas que, como seres humanos falibles que somos, hayan sido sus
errores o humanas equivocaciones, de aquellas que cometemos todos los días y la
mayoría de las veces hasta sin mala intención.

Es posible que hayan por allí refundidas en tus recuerdos algunas pequeñas
molestias, disgustos o diferencias que no hayan sido debidamente aclaradas en su
momento, aquí y ahora es la mejor oportunidad para sanar, perdonar y olvidar todas
aquellas cosas que, seguramente no han sido graves, pero… aunque lo hayan sido,
y aunque en alguna etapa de nuestras vidas hayamos tenido un disgusto
verdaderamente importante, este es el momento oportuno y adecuado para borrarlo
totalmente y llenar de paz y amor nuestro corazón.

A pesar de haberse marchado ya, a pesar de que no están presentes y existe una
tendencia muy humana a “purificar” a quienes han fallecido, y eso está bien, no hace
ningún daño a nadie, pero es mucho más “sanador” y proporciona mucha más paz
interior y consuelo a nuestro corazón manifestar nuestro perdón y ponerlo de
presente. Se trata de limpiar, subsanar, reparar, restaurar, y curar.

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3. – Pedirle perdón. A continuación, y esto puede ser en la misma ocasión o
posteriormente en otra oportunidad, de acuerdo con nuestra disponibilidad de
tiempo; entonces vamos a pedirle perdón… desde el fondo de nuestra alma y con
todos nuestros mejores sentimientos, pidámosle perdón por aquellas ocasiones en
las cuales, nosotros también, cometimos errores, pequeñas injusticias seguramente
sin mala intención.

Es importante, tanto para el punto anterior como también para este, que detallemos
claramente y definamos la circunstancia a la cual queremos referirnos para
perdonar y para pedir perdón, no se trata de decir simplemente: ”Te pido perdón por
todos mis errores”, no, debemos poder decir: “Te ruego, o te pido que me perdones
por aquel día en que no te atendí en debida forma”, o “te ruego me perdones por
aquella otra ocasión en que me necesitabas y no acudí en tu ayuda….etc.

Limpia totalmente tu corazón, ya es hora de cerrar este ciclo y poner en orden estos
detalles que, ya no valen la pena, no sigas cargando con estos tristes y malos
recuerdos que realmente, a la hora de las verdades definitivas… no valen la pena.
En muchas ocasiones suele ser bastante triste tener algo pendiente con la persona
fallecida y saber que se ha ido sin poder arreglar, sanar y curar algunas heridas o
enmendar algunos errores humanos, normales en cierta medida. Pero puedes estar
seguro de que allí donde se encuentra… te ha escuchado y te ha perdonado.
¿Realmente le has pedido perdón de todo corazón y con la mejor intención?
Entonces si te ha escuchado y sin ninguna duda te ha perdonado.

4. – Despedirnos. Y esta es definitivamente la parte más importante de todo este


proceso de sanación emocional y afectiva. De poder despedirnos y decirle
definitivamente adiós (o hasta luego) desde el fondo de nuestra alma, depende en
gran medida que el proceso de duelo se desenvuelva en forma sana y consoladora.

Sabemos objetivamente que no es fácil, en ningún momento hemos dicho que nada
en la elaboración de un duelo sea proporcionalmente sencillo, nada, sólo hay que
hacerlo, debe hacerse, por todas las razones ya suficientemente expuestas: por
responsabilidad directa con las demás personas que forman nuestro círculo de vida
y principalmente por el homenaje de amor que debemos hacer, con nuestra vida, a
la memoria de este ser querido tan especial que hoy ya no está entre nosotros.

Entonces: no te preocupes por el llanto que corre por tus mejillas, no te preocupes si
no logras articular las palabras que quieres decir, no te preocupes si sientes que tu
corazón late alocadamente y te parece que no vas a poder respirar o continuar,
concéntrate específicamente en el amor, en despedirte amorosamente de tu ser
querido que, puedes estar seguro, te está escuchando.

Dile adiós!! Yo me despido! Yo te dejo ir! Ve en busca de la luz! Ve hacia donde


Dios te está llamando! Ve en busca de los premios que Dios tiene para darte! Yo
me despido, yo te despido! Gracias! Muchas gracias!! Y adiós!!

Este ejercicio puede efectuarse cuantas veces se considere útil o necesario; en


muchas ocasiones solemos recordar eventualmente algunas otras cosas que
quisiéramos agradecer, perdonar o por las cuales pedir perdón, podemos

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programarnos para efectuar este proceso de sanación muchas veces, es altamente
benéfico, consolador y curativo para nuestra alma.
……………………………………………………………………
Hagámosle un homenaje.

Fundamentalmente, este trabajo, este estudio y la grabación que usted se encuentra


escuchando, han tenido como soporte e inspiración una idea muy concreta: la mejor
manera de procesar un duelo por una persona que amamos y se ha marchado, es la
de hacer con nuestra vida y con el amor que compartimos un homenaje de gratitud
que honre y dignifique su recuerdo.

La persona amada siempre seguirá viva en nuestro corazón mientras sobreviva el


amor que compartíamos, entonces, no dejemos que aquel amor se convierta sólo en
dolor, eso no es lo que nuestro ser querido ausente merece, más bien esforcémonos
en recordarle con dignidad, con gratitud y con ese amor vivo que es precisamente la
razón por la cual era y seguirá siendo importante para nosotros.

Hagámosle un homenaje en y con nuestra vida. Muchos libros, poemas y canciones


se han escrito en memoria de personas cuyo recuerdo se quiere perpetuar; se ha
colocado a puentes, monumentos, estadios, escuelas y universidades el nombre de
aquella persona a quien se quiere recordar y homenajear; ciudades enteras han
servido para hacer este tipo de homenaje a una memoria. Qué puedes hacer tú?

Orienta toda la energía que anda desatada ahora dentro de ti y no la dejes que sólo
se convierta en dolor y pena, eso no es lo que merece tu ser querido, ni sería lo que
elegiría, tal vez ahora mismo quiere decirte que levantes tu cabeza, que vayas más
adelante y que seas un ejemplo digno de lo que su vida significó para ti.

Desde tu corazón, en tu vida, en tu cotidianidad, a través de tu trabajo, en tus


relaciones con la familia, en tu propio proceso de superación, desarrollo humano y
crecimiento personal, encontrarás una y mil oportunidades para honrar y dignificar el
recuerdo de esta persona amada que ahora se ha marchado.

Que tu vida, a partir de ahora, sea el mejor homenaje que le puedas ofrecer a su
memoria.
……………………………………………………………………
Finalmente, algunas consideraciones especiales que siempre debemos tener en
cuenta:

No nos olvidemos de los demás miembros de la familia que están a nuestro


alrededor. Por ejemplo, que el dolor por la muerte de un hijo no nos lleve a
olvidarnos de sus hermanos, los cuales están viviendo su propia pena y también aún
requieren de nosotros.

De igual manera si ha fallecido nuestra madre, que esta pena no nos lleve a
olvidarnos de nuestro padre quien ha perdido a su pareja de muchos años y está
sufriendo su propio dolor. Que nuestra consideración, tolerancia y comprensión

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alcancen para todos aquellos que de una u otra manera están pasando por este
doloroso trance.

El procesar adecuadamente nuestro duelo, nos debe convertir en personas más


maduras; la superación y el crecimiento personal derivados de un proceso de duelo
superado con dignidad, con responsabilidad, con respeto y amor, deben ser nuestro
mejor homenaje a la memoria del ser querido que se ha marchado.

Para terminar, acudamos al bálsamo curativo de la Fe. Es indiscutible que cualquier


fallecimiento y en cualquier circunstancia es la voluntad de Dios, independiente de la
imagen que tengamos de El. Es Dios el creador de la vida, sólo El conoce el cuando,
el cómo y el porqué. El será el mejor apoyo y proveedor del consuelo que
necesitamos. Solo Dios es el dueño, amo y Señor de nuestro tiempo; aceptemos y
acatemos respetuosamente su Santa Voluntad, El nos proveerá del alivio, descanso
y recuperación que necesitamos.

Una última reflexión: “Dios no da a nadie, cargas mas grandes de las que es capaz
de sobrellevar”.

Que la misericordia divina y el amor del Padre eterno nos provean abundantemente
del consuelo y del valor suficiente para poder seguir adelante con una vida digna,
que sea un homenaje de amor a la memoria de ese ser querido que ya no está entre
nosotros.

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