Sunteți pe pagina 1din 70

Rojo Cereza

Daniel R. Moya Fuster


"El vino se parece al hombre: nunca se sabe hasta qué punto se

le puede apreciar o despreciar, amar u odiar; ni cuantos actos

sublimes o crímenes monstruosos es capaz de realizar. No seamos,

entonces, más crueles con él que con nosotros mismos y tratémosle

como a un igual."

Charles Baudelaire

2
Prefacio

Con la culpa arraigada

no hay peor forma de morir que seguir viviendo.

Yo soy el asesino de Ramón Alger.

Sí, yo asesiné a Ramón Alger, pero podría haberle quitado la vida a cualquier

otro.

No sólo asesiné a Ramón Alger también hubo otros crímenes que cometí, pero

de éstos ni me inculparon, ni mucho menos me juzgaron. Nadie excepto mi maestro

Emilio Castro Téllez que conoce mi obra y mi vida llegaron a relacionar todos ellos; él

fue el único que me juzgó y condenó. Me juzgó descarada y públicamente culpable y

me condenó a su silencio y su marcha.

En las páginas que siguen voy a dar un pormenor de lo sucedido antes, durante y

después del asesinato de Ramón Alger para que el lector siga los hechos

cronológicamente y no tenga dudas al respecto. No es mi intención, en este caso, crear

3
incertidumbre ó sospecha de forma que los hechos serán narrados fiel y en consonancia

con lo realmente sucedido.

La forma en la que se inicia este prefacio podría parecer, a juicio de algunos, la

desnudez de la obra, la obscenidad de la revelación de un final, pero tenga por seguro el

lector que el final de los hechos no es en sí el asesinato de Ramón Alger sino el

asesinato de la razón y la desconfianza que perpetran los propios habitantes de Gor a la

sombría del miedo.

En un primer momento pensé titular a esta obra con la famosa frase de Plinio el

Viejo “In vino veritas” (en el vino (está) la verdad) pero al margen de parecerme

pretencioso e incluso pedante, encontré ya un libro con ese título , no se entienda aquí ,

ni mucho menos, que el filósofo Soren Kierkegaard me pareciera en mi humildad

pedante, todo lo contrario su obra “Etapas en el camino de la vida”, a la que pertenece

esta obra se hizo merecedora de mis halagos y comentarios cuando alguien después de

la publicación de esta tercera novela hiciera referencia a la maestría del danés. Claro

que hubo incluso quien mencionó a Platón y su obra “El banquete” para intentar situar

el estilo y la trama de mi obra. Eso sí me pareció pretencioso. Yo lo único que hice fue

asesinar a Ramón Alger, colgarlo por los pies y después describir lo que veía.

Como se desprenderá de este último comentario la primera edición de esta

novela vio la luz sin este prefacio. En realidad decidí que la desconfianza debía seguir

campando por Gor como si de una maldición bíblica se tratara por lo que no debía

confesar la autoría del crimen al menos en ese momento.

Ahora, con la edición que tiene el amable lector en sus manos le devuelvo la

tranquilidad a Gor, si es que alguien queda vivo allí. Nadie puede condenarme por los

crímenes que se sucedieron en Gor desde que salí de allí hasta la publicación de esta

edición, fui inductor pero no ejecutor.

4
He de confesar, también, que el acto en sí de acabar con la vida de Ramón Alger

simplemente por azar, me produjo una sensación que no sé exactamente como clasificar

sin caer en la desmedida pero yo diría, con todo el recato, que a uno le hace sentirse

cercano al conocimiento y el poder, es decir, uno se siente una especie de dios

caprichoso, nunca culpable y sin obligación alguna de dar explicaciones y sin tener

acaso un motivo para sus actos.

Según me contaron los que registraron la casa de Ramón Alger el mismo día del

hallazgo de su cadáver, parece ser que éste había pasado la noche anterior haciendo

inventario pormenorizado de sus propiedades y bienes y, también, estudiando

detenidamente las posibilidades de hacerse con más tierras de las balconadas de Gor.

Sus tierras comprendían ya tres de las doce viñas de las que nacían tintas cada Abril.

Entrado el invierno, aproximadamente por Octubre, según los recibos y papeles

encontrados negociaba con el dueño de la bodega de Albuñan el precio de la vendimia

de ese año. Ramón Alger no pisaba uva, sólo la cultivaba y luego la vendía, esto es casi

un pecado, venial, pero pecado en Gor.

En el inventario se recogía, también, el precio actual del oro y, por pura

operación matemática de peso y valor, el precio que la gran piedra de oro que su padre

encontró en el regato la última vez que bajó a rastrillar.

Por las pruebas encontradas se sabe que se sirvió en un vaso de vidrio sin

categoría alguna un tinto de su cosecha pisada por otros, también se encontró un cigarro

puro medio consumido y el mapa de la garganta de Gor sobre la mesa.

En él había acotado todas las balconadas con sus medidas exactas, el número de

pagos cultivados, el nombre de su propietario y la cantidad vendimiada el último año.

5
En algunas de las anotaciones ya se había tachado a su antiguo propietario y anotado el

nombre de Ramón Alger sobre ellas.

Su paso se encontró con el mío en las cercanías de la Roca de los Cuchillos. En

un primer momento Ramón Alger me pareció más asustado que sorprendido. Como si

temiera cualquier encuentro.

Hacía ya años que no lo veía y me costó al principio reconocerlo. El hombre

fuerte de antes se me presentó enjuto y nervudo, carcomido.

--¡Alted! Me has dado un susto de muerte.

--Y la muerte misma es lo que te traigo, Ramón Alger, la muerte misma.

Le golpeé en la cabeza repetidas veces con mi bastón de monte hasta que perdió

el conocimiento. No sangró.

Le até una soga a los pies y lo arrastré hasta las primeras tierras de labor que

encontré, las de José Romeu. A la rama más gruesa del olivo lo alcé con esfuerzo y allí

lo dejé colgado. Intenté entonces imaginarme a cualquier otro goreño, hombre ó mujer,

colgado como un cerdo boca abajo como lo estaba ahora Ramón Alger...

Intenté también, mientras recobraba el aliento, acordarme de la última vez que

caté un buen vino en la capital y su proceso.

El vino se cata lentamente y en este proceso intervienen fundamentalmente los

dos sentidos cercanos a la marca del ángel1.

Soy un catador de vinos casi perfecto, al menos eso dicen, los sentidos

necesarios para ello los tengo muy entrenados y son, casi, infalibles. Mi marca del ángel

es experta en la sensación del vidrio y por su oquedad han viajado miles de aromas y

sensaciones. Esta marca del ángel que tanto ha influido en mí y el hecho de sentirme

casi un dios arrebatándole la vida al azar a cualquiera en ocasiones, lo reconozco ahora,

1
Al final de este relato se incluye una apostilla explicativa de esta leyenda. El lector puede o quizás debe
ir a esa apostilla para continuar en este punto, después.

6
me elevaron a los altares y ahí sigo afianzado. Ni el dolor ni la reclusión perpetua me

apartan un ápice de esta creencia.

Quizás piense el lector que mis condiciones emocionales ó mentales andan un

poco fuera de lo considerado normal pero la línea que separa la normalidad de la locura

fue trazada por un ser que se sintió, también, como un díos por encima de todos los

demás, con el poder del conocimiento más íntimo de la naturaleza humana.

Si la declaración judicial permitiera el uso de una literatura más trabajada y

exquisita vendría ésta a ser un calco de lo que sigue pues, como dije, no tengo el más

mínimo pudor o remordimiento que anule mi capacidad de decir la verdad y así la uso.

Alboreaba cuando llegué al alto de La Sagra, detuve el coche bajo el sauce

blanco, recliné el asiento y tracé minuciosamente los actos que iba a cometer aquella

tarde, desde el lugar hasta el arma que utilizaría, la forma y el escenario.

Dejaría pistas y claves, huellas y restos orgánicos; quería que todos supieran que

había sido un asesinato brutal y premeditado.

Tenía que ser un espectáculo de terror y sangre; dejaría las huellas de mis

zapatos italianos en el charco ensangrentado y el cadáver quedaría colgado por los pies

sobre una rama de olivo, como una lámina de los desastres de la guerra.

La sangre debía darme pie a describirla como si se tratara de un vino. Este punto

es realmente importante y el lector debe recordarlo. Tenía que oler la sangre, tenía que

saborear la sangre.

Me daba igual la víctima. Desde mi propio padre hasta Dimas Freixa, el dueño

de la taberna, pasando por Marcos Luengo, uno de mis maestros. Me daba igual, sólo

quería tener un escenario y describirlo con aromas y colores, incluso cataría su sabor

7
para clasificarlo. La sangre, como los vinos, tiene sus cualidades propias, distintivas y

únicas.

Ahí, creo, había una buena novela, de hecho así lo demostraron las ventas de la

primera edición.

Así, golpeé brutalmente en la cabeza a Ramón Alger; una vez inconsciente, le

anudé una cuerda a los pies y a peso muerto lo levanté hasta la rama del olivo de la viña

de José Romeu.

Y es que no somos nadie, que lo mismo se muere un burro que un obispo pensé

mientras lo levantaba como a una bestia, como las que elevábamos para destripar desde

el cuello hasta los cuartos traseros en tiempos de matanza. El matarife manejaba los

cuchillos con la suavidad y precisión de un cirujano o un escritor mientras las mujeres

recogían la sangre rojo cereza por la que se le iba la vida al animal.

Así, boca abajo, quedó colgado Ramón Alger. Al cabo de poco tiempo su cuello

se hinchaba y las venas se le inflamaban, era el momento de descorchar, el momento del

degüelle de la botella. Le ahogué la boca con un trapo que até en su nuca.

Fue entonces cuando le corté el cuello profundamente hasta notar que la cuchilla

desgarraba con esfuerzo la yugular de Ramón Alger.

La sangre brotó en desbandada inundando las raíces, la tierra cercana y todo mi

cuerpo.

Y allí lo dejé, boca abajo, desangrándose como un animal. Entre estertores de

muerte y gritos ahogados.

Bajé hasta el regato y allí en un baño frío la sangre se desprendió de mi cuerpo y

corrió el curso del río deshaciéndose como se agua el vino en el cáliz de mi liturgia.

Tengo una especial atracción por los zapatos italianos, sobre todos los Born, casi

comparable con mi pasión por los vinos. Los zapatos italianos que uso tienen una suela

8
muy especial, personalizada en el tacón con mis iniciales y sin ningún tipo de dibujo. Es

un lujo que me prometí después de muchos años de sentir los cantos rodados horadando

las plantas de mis pies mientras rastrillaba el río.

Volví al alto de La Sagra, hice un ato con la ropa y los zapatos y me puse ropa y

calzado nuevos. El ato lo sepulté unos metros más allá, cerca del paso junto al sauce

blanco. Volví al coche que había dejado oculto en la cueva abandonada del Llano del

Ángel y tomé el camino a Gor.

Los siguientes pasos a seguir serían, por un lado, generar la desconfianza entre

todos los vecinos del pueblo –Gor es un pueblo aislado y con difícil comunicación con

el exterior- quería ver cómo reaccionaban, cómo se temían, cómo se odiaban y, con un

poco de suerte, cómo se mataban entre ellos. Excepto Marcos Luengo el resto de los

goreños no tienen una mente ágil y son fácilmente maleables. Ser superior a ellos no

será complicado. Con Marcos Luengo tendré un cuidado especial.

Quería ver cómo se desarrollaba la historia en el pueblo, en cada casa y en cada

uno. Ya sólo tendría que poner mis manos a trabajar, a fluir las palabras y describir lo

que veía. Sería una gran novela y es que si las ideas no te surgen por iniciativa propia

hay que agujerear hasta el último terrón de tierra y encontrarlas.

La muerte atrae más muerte y sobre todo deja al descubierto las miserias más

profundas de los seres humanos. La sospecha arraigada, al contrario que una mancha de

aceite en el mar, va cubriendo primero a un número de personas más o menos grande

para luego, reducirse al entorno más cercano y, si lo hago bien, la sospecha llegará,

incluso, al interior de cada uno. Yo mismo dudaré de mi culpabilidad.

Ahora mi novela ha resultado ser un éxito, incluso mayor que el de las dos

primeras. Supongo que el morbo de ser una historia real y que el autor del libro es,

9
también, el autor del propio crimen ha tenido algo que ver en el éxito de ventas. Seguiré

cobrando derechos de autor incluso después de muerto.

Sí, yo asesiné a Ramón Alger, pero podría haberle quitado la vida a cualquier

otro.

Brindemos, pero sólo con un buen vino y si puede ser con uno del cementerio de

los Alted de Gor a temperatura ambiente y en copa de vidrio pero cuidado, cuanto más

añejo sea el vino, más aire precisa para desprender su mejor aroma y equilibrar el poder

tánico y la fruta por lo que la boca del vaso ha de ser amplia. Si no pudiese ser un vino

de Gor añejo y se nos obligase a tomar un vino joven deben tener en cuenta que éstos

precisan un fondo más grande y una boca más cerrada.

Colocar el vino en el receptáculo adecuado es la forma más segura de tener una

mejor primera impresión del vino a degustar. Las copas de Chardonnay y de Cabernet

Sauvignon deberían orientar el flujo del vino hacia el centro de la lengua para que haya

un mejor balance entre la acidez y la fruta.

Téngase esto siempre en cuenta, si por medidas carcelarias no fuera posible

introducir cristal en la celda, por favor, sólo un vaso de agua. Dicen en la Armada de los

Estados Unidos que aquel que brinde con agua será sepultado en agua, ser sepultado en

el mar no me importaría en absoluto, aunque los jóvenes mexicanos van aún más allá

cuando afirman que al que no se acaba el líquido con el que brinda le aguardan siete

años sin orgasmos; cuídese el lector que para su cuidado se exponen aquí ambas

maldiciones, a mi ya me son indiferentes ambos castigos.

10
Nota de Martín Fries e Hijos, Editores:

La primera edición de la obra que tiene usted en sus manos se publicó sin estas

páginas pues así se entregó por el autor y así se dio a la imprenta. Ahora, cinco

años después de aquella exitosa primera edición y tras la trágica muerte de su

autor, se publica este prefacio que apareció no escrito sino grabado con la

propia voz del autor y que, por su contenido, hemos creído necesario dar a su

público conocimiento.

11
I

A la sombría de La Sagra, en lo más profundo de la garganta partida por el río se

construyó a principios de siglo el pueblo de Gor.

El conjunto de no más de cincuenta casas se había construido sobre la ladera

pétrea con sudores y cargas de dinamita por los propios mineros que rastrilleaban el río.

Las almas de los creyentes de Gor se purgan en el santuario de Yebra con

autorización obispal para el culto, a mitad de camino, entre Gor y Albuñan. Éste es el

primer pueblo que uno se encuentra de bruces cuando saliendo de Gor se supera la

escalada de La Sagra y se llega a la cara este del macizo.

Albuñan es el centro del valle que anuncia el principio de las tierras de labor y el

pueblo donde nacieron los primeros que construyeron Gor.

Gor tiene un único acceso que atraviesa la garganta después de descender por

curvas que guardan un peligro incierto tras cada una de ellas. La carretera acaba en el

pueblo una vez atravesado el puente que se eleva sobre el fondo oscuro de la garganta

unos quince metros y su ancho permite el paso justo de un solo vehículo.

No hay nada más allá de la villa de Gor.

Hacía ya años que ningún vehículo circulaba por la garganta y su estruendo

choca contra las paredes perdiéndose en un infinito reflejo recíproco que cae hacia el río

mezclándose entre sus ecos y correntías de cantos rodados.

12
El pueblo cuelga sobre los acantilados y alguna de las casas abren sus ventanas

hacia el vacío, hacía el estómago de la tierra. Sobre las laderas angostas los pequeños

bosques de sauces blancos dejan caer sus ramillas péndulas hacia el vacío y en algunas

balconadas crecen salvajes vides de cepas tintas de las que se cosecha un vino espeso y

bronco. Es un vino púrpura con un aroma carozo y algo resinoso, abocado, ácido con un

notorio amargor y de cuerpo pesado. Lo invade todo al degüelle de la botella y su aroma

se hace aún más intenso pasado ese tiempo que el vino necesita para respirar.

Cuando ya sólo bajaban arrastradas por el río piedras impuras y no oro, más de

uno prefirió ser deglutido por los peñascos y las pizarras afiladas antes que dar la razón

a los habitantes de Albuñan que los tacharon de locos cuando los primeros decidieron

instalarse en la garganta para sacarle el oro al río.

A veces es más fácil una huída brutal que una afrenta lenta y vergonzosa.

Así se hizo grande el cementerio de Gor. Se eligió para camposanto un terreno

junto al santuario, a mitad de camino. Los primeros muertos de Gor fueron incinerados

y arrojadas su cenizas a las corrientes del río.

Me marché del pueblo en contra de la opinión de mi padre cuando ya escaseaba

el oro y la juventud se me iba entre las piedras y las corrientes.

Mi padre no entendía cómo alguien podía pretender ganarse la vida sólo con

escribir historias. Todo lo que no sea sudor en la frente y dolor de espalda no es un

trabajo digno. Sólo los delincuentes, los señoritos y los funcionarios se ganan la vida sin

sudar. Escribir no es un trabajo digno.

La última discusión que mantuvimos mi padre y yo acabó a golpes, no sobre

nosotros mismos sino sobre las cosas. Me enfureció de tal manera que en un momento

determinado lo agarré por la pechera como si se tratara de un guiñapo y levanté la

13
mano con el puño cerrado y los ojos encendidos. Intervino de nuevo mi madre y, como

siempre, se puso descaradamente en mi contra.

Nunca se lo perdoné.

Los Alted y en general todos los goreños tenemos este genio que prende rápido y

se deshace en golpes y violencia para luego apagarse igualmente rápido. Tenemos el

genio de una botella de espumoso. Nunca hubo reyertas que provocaran heridos en Gor.

Había como una sensación de mutua protección, como si estuviéramos en peligro de

extinción y todos fuéramos conscientes de ello.

Yo sólo quería ser escritor de éxito y la verdad es que lo fui, al menos durante un

tiempo. Mis dos primeras novelas tuvieron buena acogida y me abrieron muchas puertas

y otros tantos límites por batir. La primera de ellas la dediqué a mi madre y la segunda a

uno de mis maestros, Emilio Castro Téllez. Me gustaba sentirme así, admirado, casi

rico, envidiado y perseguido por la prensa.

Hace ahora ya cuatro años que no consigo escribir nada que valga la pena. No

encuentro, aunque busque, un tema que me atraiga y me fuerce a escribir a diario. Por

eso vuelvo a Gor, al silencio de esta garganta, al aislamiento total.

Es mucho más fácil acostumbrarse al halago que a la indiferencia. Y así lo hice.

Fui halagado, analizado, deificado y agasajado. ¿Quién puede resistirse a eso?

Es cierto que uno puede sentirse totalmente solo mientras está rodeado de

cientos de personas, lo sé porque lo viví. Uno puede estar solo en un centro comercial

un sábado por la tarde, en una avalancha dominguera o en una conferencia abarrotada

en la que uno es el protagonista , pero al fin la soledad la crea uno mismo, le acompaña

como un amigo inseparable y es totalmente ajena al entorno. De hecho la soledad es,

hoy en día buscada por muchos. En el metro, por las calles, en las oficinas, todos nos

aislamos para sentirlos de alguna manera solos. Es una soledad querida.

14
En Gor no hay periódicos, no funcionan los teléfonos y la señal de televisión es

pésima, la radio se ha convertido en el único contacto con el exterior de la garganta.

Esto sí es una soledad cruel.

La Sagra es un gigante que mantiene sus dominios a salvo. Las grandes paredes

verticales de roca son como lienzos de una muralla a los pies de las cuales en pequeñas

parcelas se distribuyen los únicos cultivos del pueblo. Su macizo se extiende brusca y

repentinamente hasta las proximidades del mar. En ocasiones y desde el alto de La

Sagra, en días de brisa de poniente que alejan las brumas y las nubes, se podía ver el

cielo partido en dos por una delgada línea índiga. En el espejo cuarteado del mar se

reflejaba el sol de mediodía con destellos que dañaban los ojos.

Sólo unos pocos días al año uno podía ver el mar y sentir que el mundo no se

encierra en Gor.

Los años no han hecho que mi padre perdone el abandono, mas bien al contrario,

se le ha agriado con el poso y los años. Es un hombre amargado como un vino podrido.

Siempre lo recuerdo así, infeliz, desenamorado, triste con su propia vida, violento y

nunca interesado por nada. Era un hombre que no parecía haber sido niño o joven,

nunca. Como si hubiera nacido amargamente adulto.

Me miró con desgana cuando abrí la puerta de la casa. Estaba sentado en la

mecedora del hogar, fumando y balanceándose, sólo , con la casa a oscuras, con la sola

luz del fuego casi en ascuas. A la sombría de La Sagra la humedad del campo hace que

las temperaturas de la noche sean siempre frescas, a pesar de que en las cuevas y las

casas de Gor, construidas unas en las entrañas de la misma montaña y las otras con

recios muros de piedra, la temperatura era casi siempre constante.

El infierno del odio, de la soledad, le quemaba por dentro.

15
--Llegas como cuando te fuiste: anunciando algo trágico. Anoche apareció

Ramón Alger con el cuello rebanado brutalmente. Le encontraron desnudo, colgado por

los pies, desangrado como se desangra a una bestia.

--Yo no tengo culpa.

--Nadie ha dicho, todavía, que la tuvieras.

--Ni siquiera lo insinúes. Acabo de llegar. ¿Has visto el cadáver?

--Claro, todos los de Gor lo hemos visto para nuestro horror. Allí sigue colgado,

esperando a la policía y al juez de Albuñan. Deberías verlo, te convencerá de que la vida

es en ocasiones, una aberración, un insulto a la felicidad.

--Sí, quiero verlo. Quiero ver el lugar donde han encontrado el cadáver.

--Pues tendrás que ir tú sólo , aquí nadie quiere ya salir de casa, nadie se fía ya

de nadie.

Nadie, efectivamente, ha querido acompañarme, de hecho, muchos de ellos no

han querido ni siquiera abrirme la puerta. Hay una sensación de miedo y abandono en

todo Gor. Las calles están vacías y no hay ruidos de vida, sólo el aire que silva por la

chimenea de la garganta y las hojas que se abanican al son de la brisa. Hay un silencio

de miedo, expectante , anunciador de una tormenta de grandes males.

Al menos Dimas Freixa me ha permitido el paso a la taberna que regenta desde

siempre. No hay nadie más.

--Lo tuyo tiene delito. Te vas del pueblo al día siguiente de que tu madre se

matara tirándose por la ventana sin siquiera quedarte al entierro y apareces hoy después

de que algún animal matara a Ramón Alger como si fuera un cerdo. ¿Huyes o persigues

a la muerte?

--Ella me persigue.

16
--A ti no puedo darte el mismo vino que al resto pero tienes que probar éste, es

la última cosecha de mis viñas. A los demás les doy de un vino que traigo de Albuñan y

que empaquetan en cartón y yo lo aboco en la barrica. Todos creen que es un buen vino.

Pero contigo no tengo nada que hacer.

Desde el fondo de la barra, apoyada sobre el quicio de la puerta una mujer-niña

de piel canela semidesnuda nos mira con ojos de miedo.

--No te preocupes. No puede entender nada de lo que se le dice. Es de no sé qué

país del África. Eso si cocina de maravilla y -dándome un codazo en el esternón con

mirada de vicio carnal, me confiesa- ya sabes, una fiera.

--Que cerdo eres, pero si sólo es una niña.

Pocos en Gor eran capaces de decirle las verdades a Dimas Freixa en su propia

cara, sólo los que no dependemos de su servicio para vivir ni le tememos a su

demostrada y evidente fuerza bruta podíamos ser así de sinceros con él.

Con un grito violento y un ademán la envía a la trastienda. La mujer-niña corre

asustada.

Se me acerca y puedo inhalar su aliento.

--Por ahí fuera hay alguien que cuelga por los pies a la gente y le rebana el

cuello como a un cerdo.... lleva cuidado Alted, ¿quien sabe?...a lo mejor soy yo.

A mi Dimas Freixa no me da miedo a pesar de su metro noventa y más de ciento

cincuenta kilos de puro sudor, grande como un monte y la color tostada, desabrido y

violento

--¿Quién sabe? ...quizás pueda ser yo, también.

--¿tu?. Mira Alted, para colgar a un tío por los pies a peso muerto, hay que tener

un poco más de fuerza que tu. La tuya es justo la necesaria para coger un bolígrafo.

Todos sabíamos que no podías ni con la pica.

17
--Bueno quizás pudimos hacerlo entre dos. O quizás mi fuerza te sorprendiera.

El cadáver sigue colgado de una rama en la viña de José Romeu junto a uno de

los regatos del río. Allí espera a que Julián Rúa lleve la noticia a Albuñan y la policía y

el señor juez den las instrucciones para levantar el cadáver. Julián Rúa tenía esa

inocencia propia de los que nacen como arrancados del vientre materno en su contra y a

destiempo. No pudo nunca trabajar en el río porque no era realmente consciente de lo

que hacía pero, sin embargo, tenía una memoria prodigiosa por lo que, desde siempre,

se ocupaba de llevar esporádicos encargos a Albuñan o hacer algún recado o compra. A

nadie le importaba que a Julián Rúa le insultaran en Albuñan, él no sabía qué querían

decir y a menudo nos preguntaba por qué decían que todos los de Gor eran como él.

Cuando apareció el cadáver se le dijo que fuera corriendo a Albuñan en busca de

la policía y el juez.

Al menos han tenido la decencia de cubrir el cuerpo con una sábana

envolviéndolo y anudándola sobre los pies. La parte baja del saco mortuorio está

arañada. Alguna alimaña ha estado intentando hacerse con el botín sin duda atraída por

el olor de la sangre derramada.

La tierra de la pequeña parcela de vides es un completo charco de sangre de

color rojo cereza, brillante, con aromas varietales de fruta roja y especias. Un aroma

suave, con cuerpo, dulcemente tánico y prolongado.

Nunca había visto una escena como aquella pero era como un empalamiento

brutal de Goya y sus desastres. Puedo imaginarme el horror de aquel que encontró el

cadáver y el miedo que todos ellos tenían ahora.

18
Mi padre seguía donde le dejé, sentado junto al fuego quemando tabaco y

bebiendo vino.

--Sí, estaba donde dijiste; ¿Quién ha podido ser?

No fue capaz de mirarme a la cara pero era costumbre mantener una

conversación con él sin que en ningún momento a lo largo de la misma su mirada se

cruzara con su interlocutor.

--La primera persona que vemos por aquí desde hace meses ajena al pueblo eres

tú y acabas de llegar, así que, por lógica, debe tratarse de alguno de ellos. ¿No crees,

genio?

--¿Alguien del pueblo?

--De entre estos que ahora dicen que tienen miedo está esa bestia que ha sido

capaz de degollar a Ramón Alger de esa manera.

--Ten en cuenta que lo mismo podrían decir de ti.

--¿Qué crees que no lo han dicho ya?. La única diferencia es que yo sé que yo no

lo hice y sin embargo de ellos no puedo asegurarlo. La desconfianza hacia el prójimo es

la enfermedad de los pueblos. Y este pueblo huele ya profundamente a podrido. Ha

tenido que ser un hombre fuerte para levantar ese peso.

--O dos hombres

--Un secreto no se puede guardar entre dos.

--Es cierto. Habría que mirar si en la rama del olivo hay signos de rozaduras,

significaría que alguien usó una cuerda como polea para elevarlo. Suponiendo siempre

que lo colgaran después de muerto.

--Tu cabeza sigue creando historietas que sólo ves tú. Será mejor que no

comentes estas cosas con las gentes del pueblo. Te volverán a tachar de loco, como

entonces y no es que a mi me importe en absoluto, yo también lo pienso así.

19
--Ni me importó entonces, ni me importa ahora. Algún día todos os daréis cuenta

de lo que valgo y agacharéis la cabeza avergonzados. Sólo dadme tiempo.

20
II

De entre los visillos de la primera casa, calle abajo, hay alguien espiando quién

sube, quién baja y quién se encierra en casa. Observa cualquier movimiento extraño que

pueda delatar al asesino que todos buscan. Sin embargo el espía y su actitud nos parece

a los que andamos tranquilamente por el empedrado mucho más sospechosa que nuestro

pacífico paseo.

Suben la cuesta dos ancianas enlutadas con el cabello blanco tapado por un

pañuelo negro anudado al cuello. A mitad de subida se quedan quietas cogidas del

brazo. Me miran con miedo mientras se acercan cada vez más a la pared de la casa

temiendo que las roce, que las vea, ¿que las mate?. Nunca lo haría a la luz del día en una

calle a la vista de tanto vigía.

Cuando llego a su altura las saludo con un “buenos días” al que no contestan.

Parece que la visita al santuario no les garantiza , en absoluto, la inmunidad ante el mal

y los malvados. Se aferran a los rosarios y se les contrae el corazón, pero no pasa nada.

Se presinan y continúan calle arriba una vez paso de largo sin crimen ni violencia.

Junto al caño de la fuente de la encrucijada de calles, en la que tantas veces nos

refrescamos en verano al volver desde lo más profundo, se han sentado hoy los dos

hermanos Pascual. A pesar de compartir la misma carga genética como cualquier otro

par de gemelos, el carácter de los Pascual es tan diferente entre ambos como lo puede

21
ser entre alguien que no comparte lazos sanguíneos. Tienen la misma edad que mi padre

pero su aspecto es mucho más jovial. Quizás sea la costumbre de andar por los

alrededores, de subir y bajar la garganta varias veces al día sólo por entretenerse y por

buscar hierbas aromáticas y medicinales. Lo cierto es que nadie en Gor, conoce la

garganta y la montaña como ellos. Quizás ese ejercicio les hace parecer tan sanos, tan

jóvenes y fuertes. Desde lejos les oigo discutir. Andrés, le pregunta a Juan Pascual

dónde estuvo la noche del crimen. Antes de contestar me ven acercarme y los gemelos

callan.

--Cuanto tiempo sin verte, Alted.

--Bueno, he pasado unos años en la capital.

--¿y?

--Bueno, necesitaba la tranquilidad de Gor.

--Te vimos llegar con tu coche

--Y quién no- dijo Andrés Pascual mirando detalladamente mis zapatos- las

paredes de la montaña amplían los sonidos como un eco aumentado. Fue difícil no

percatarse de que alguien venía. Pero tu eso ya lo sabes. Has vivido aquí muchos años.

--Si, - afirmó Juan Pascual- por eso todos los de aquí tenemos este genio tan

extraño que nos hace gritar por nada. Los sonidos en la garganta se amplifican como en

un gramófono. Por eso nos volvemos locos la mayoría de nosotros. Aunque, - me mira

fijamente - algunos antes que otros. Supongo que ya sabrás lo de Ramón Alger

--Claro, es algo salvaje ¿tienen alguna idea de quién pudo ser? Y , sobre todo,

¿cómo es que nadie oyó nada?.

--Bueno, -se anticipo Andrés Pascual- hay opiniones para todos los gustos y cada

uno de nosotros tenemos un sospechoso. Todos tenían algo contra Ramón Alger. Era un

vicioso y un avaro. Nunca se relacionaba con nadie y su parcela era la mejor de todas.

22
En cuanto al ruido yo , sinceramente, no oí nada pero estoy convencido de que alguien

de Gor tuvo que haber odio algo. Es imposible que alguien se desangre de esa manera

sin emitir un sólo grito. Supongo que el asesino le tapó la boca antes de matarlo.

--¿De quien será ahora esa tierra?. Ramón Alger no tenía familia.

--Imagino que del ayuntamiento de Albuñan que fue quien otorgó los títulos de

propiedad cuando se creó el pueblo. O algún hijo natural que aparezca de pronto, que

por cierto a mí no me extrañaría en absoluto. Era un cerdo que se acostaba con cualquier

fulana de Albuñan por lo que , en el caso de que apareciese alguno, sería complicado

negarlo. La tierra será para el Ayuntamiento de Albuñan, seguro.

--¡Tonterías!. La tierra es de quien tiene el título de propiedad de la misma. Y el

de Ramón Alger ha desaparecido.

--¿Quieres decir que habéis registrado la casa?

--¡No!, nosotros no. Nos lo dijo Damián Fanjul. Su parcela linda con la de

Ramón Alger y es el más interesado y, - me susurra Juan Pascual- también el más

sospechoso, al menos para nosotros.

--Pero, si no recuerdo mal, Damián Fanjul había perdido un pie en el

desprendimiento del ochenta y cinco ¿no?

--¿y?

--Pues que le hubiera resultado bastante complicado subir a un árbol el cuerpo y

mantener el equilibrio al mismo tiempo. ¿No les parece?. Además las huellas en el

charco de sangre son pares.

--...Hay quien dice que no fue Damián Fanjul, sino tú, hermano - nos aclaró Juan

Pascual. Tú tienes dos pies y nadie te vio en toda la tarde.

--Yo no pude ser. No llegué al pueblo hasta la noche.

--¿ah no?, ¿y dónde estabas? ¿eh?

23
--En Albuñan. Tenía asuntos que no te importan. Llevas unos bonitos zapatos,

Alted. ¿Me dejas ver la suela?

--¿para?

--Como dices había huellas en la tierra junto al árbol donde colgaron a Ramón

Alger. Unas huellas muy curiosas de zapatos poco comunes por aquí. Son huellas lisas

de un pie normal y sólo con la marca “IA” en el tacón.

--Pero si él llegó ayer, todos lo vimos.

--Hay otras formas de llegar a Gor. Yo ,por ejemplo, la tarde del crimen fui y

volví de Albuñan andando. Fueron sólo siete horas de camino y nadie se enteró.

--O eso crees tú. A mi ya me han dicho que te vieron llegar de noche, alterado y

con la respiración agitada.

--Ya te he dicho que mis asuntos no te importan, en cuanto a Alted, teniendo

coche ¿para qué iba a venir andando?, chocheas.

--Precisamente para no hacer ruido.

El peor miedo es el de la sospecha pues ésta es el preaviso del verdadero terror,

la declaración de guerra entre la razón y los sentidos. El miedo a tener miedo. Miedo a

todos, sospecha de todos. La sospecha se expande como el aceite en un cuenco de agua

hasta alcanzar a todos. Una vez que todos somos sospechosos, la sospecha se interioriza

y nos obliga a dudar incluso de nuestros propios actos. ¿Puede alguien bajo los efectos

del miedo olvidar haber cometido un crimen? .

24
III

En ocasiones los Alted nos vemos atacados por una indomable angustia

impronunciable y secreta que nos abalanza a hablar independientemente de que lo que

se diga o quién lo oiga merezcan nuestra atención.

Mi padre fuma y bebe mientras se balancea junto al hogar envuelto en ese halo

de humo de tabaco y amargor de vino. Hoy su angustia es especialmente cruel, tal vez le

han venido recuerdos que no quiere o tal vez busca, sin éxito , la juventud que no tuvo y

que ahora , como haciendo inventario de su vida, necesita ,al menos, rellenar con cosas

que no ocurrieron y rebuscar entre sus recuerdos alguna sonrisa o, quién sabe, algún

abrazo realmente ofrecido.

--Las tierras son lo único que tiene valor aquí desde que el río dejó de escupir

oro. Sabes que el primero en comprar tierras en la garganta fue mi padre y lo hizo para

dejar de recoger las uvas a escondidas. La terraza de tierra que compró tiene las vides

más antiguas de la comarca. Antes de que el Marqués de Riscal introdujera en el país la

Cavernet Sauvignon ya brotaban casi salvajes los racimos de uva tinta con ese color

intenso , taninos vigorosos y aromas a grosella , trufa ,café, pimiento verde y cassis.

Luego un día de agosto mientras se refrescaba en el regato llegó lo del oro. Pero

a mi padre siempre le interesó más el vino, y por lo tanto, la tierra.

25
¡Menudo vino!

Me río yo de los caldos franceses y de las denominaciones de origen. No hacía

falta ser un sommelier experimentado para saber que aquel vino era el mejor ya no de la

comarca sino del país. Lástima que el terreno fuera tan escaso y que los intentos por

trasplantar las vides a otros entornos dieran como fruto una uva menos generosa y su

maridaje con los platos no fuera ni siquiera parecido.

Hubo quien intentó compararla con la que se produce en Burdeos pero aún así

las nuestras tenían sus diferencias y un cepaje aún más antiguo que las gabachas.

Podríamos haber sido ricos pero mi padre prefirió tener una cosecha escasa e

incomparable. Creo que el año más amable recogimos cerca de trescientos kilos de uva.

Y aquello no dio para muchos excesos y mucho menos para comercializar.

El pámpano de estas viñas es siempre de porte erguido y horizontal de racimos

más bien pequeños por lo que la baya siempre suele ser pequeña de forma redondeada y

siempre cubierta por una pruina media. Durante el envero la uva cambia de color verde

al rojo cereza pálido para luego ir oscureciéndose. Es como un reloj vital. El color nos

dirá exactamente la edad del fruto.

Cuando la paso por madera de roble, como me enseñó mi padre, se puede sentir

un suave aroma a tabaco con notas de humo, incienso o cedro. Así está el cementerio de

casa, con un par de botellas de cada año, a cual mejor. Sólo de la primera cosecha nos

queda una botella. Así me lo dijo mi padre. Cuando muera quiero que abras una de las

botellas de la primera cosecha y ahora, por si acaso y sin saber muy bien porqué, te lo

digo a ti, cuando muera yo, abre una botella de la segunda pero nunca, ¿me oyes?,

nunca dejes ningún año sin botella. ¿Serás capaz de entenderlo?

--Creo que sí padre, creo que seré capaz de entender eso y prácticamente

cualquier cosa. Si aún duda de mí de esa forma debería haberme visto dando

26
conferencias, con la gente escuchando lo que yo digo y leyendo mis historias como si

fueran ciertas.

--¡Ah, si!,olvidaba que eres una celebridad, me dijeron en Albuñan que habías

publicado una novela.

--Una no..., dos.

--¿Cuántas ediciones?

--Unas quince, no sé, perdí la cuenta.

--¿Se supone que eso es un éxito, no?

--Si , lo fue.

--Y , entonces, ¿qué hace en este lugar abandonado de todo un escritor de éxito?.

--Perdí las ideas. Hace años que no escribo.

--Pues aquí, de momento, ya tienes un crimen. Y vendrán más. Quizás esto te

inspire una novela.

--¿Mas crímenes?. No. No creo. Había un ensañamiento brutal sobre la víctima y

un ritual muy concreto, dedicado especialmente al muerto. No creo que el asesino

piense repetir. Ya ha cumplido su tarea.

--Ah , sí, me olvidaba de que eres un experto en crímenes macabros y extraños

comportamientos de la psique humana.

--Así que leyó las novelas.

--No , sólo leí las críticas.

--¿Porqué le cuesta tanto admitirlo?

--Porque no te lo mereces.

--¿Porqué siempre me trata así, padre?

--No sigas llamándome así, sabes que no lo soy. Tu madre ya estaba preñada

cuando me casé con ella. No sé quien lo habrá hecho pero sin duda ha tenido mucho

27
más valor que yo. Nunca fui capaz de matar a Ramón Alger por abandonar así a tu

madre. Pero me he arrepentido tantas veces de no haberlo hecho. Una por cada uno de

tus cumpleaños.

--¿Mi padre?

--Si, ya puedes ponerte de luto.

28
IV

Nadie sabía de qué vivía pero Marcos Luengo era el único del pueblo que no

trabajaba nunca. Se levantaba cuando los hombres ya andaban agotados y con el

espinazo roto en el regato del río, se acercaba entonces a la taberna y allí desayunaba

mientras hablaba con Dimas Freixa de todo lo divino y lo humano menos de trabajo.

Nunca nadie supo , y sigue sin saber, de qué vive Marcos Luengo.

Hay , claro está, quien se aventuró a decir que era hijo de un terrateniente de

Albuñan; que había estudiado en la capital y que a su regreso al pueblo se encontró, al

poco tiempo, huérfano y heredero, lo cual le alegró más que apenarle pues con sus

padres no había tenido contacto desde antes de ingresar en el internado y no había pena.

Hubo gente que habló y especuló pero nadie supo a ciencia cierta porqué al niño nunca

le visitaron. Sólo cumplían religiosamente con la paga mensual. Una vez terminada su

carrera universitaria Marcos Luengo volvió al pueblo hecho todo un hombre, sin

compromiso conocido y holgando en mangas de camisa por las viñas del padre.

La madrugada del cuatro de Octubre, justo al repique de las campanas en honor

de las fiestas patronales de Albuñan, aparecieron muertos sus padres en su propia cama.

No había signos de violencia, no habían robado nada, interrogaron a Marcos Luengo y

éste dijo que no había visto ni oído nada sospechoso durante la noche a pesar de que

había estado despierto hasta bien entrada la madrugada leyendo a Carlos Arturo Franco

29
y su espléndida “Historia de la Química”. Se embulló tanto en la alquimia griega que las

horas se pasaron con sabor a vino del sesenta y viejas fórmulas mágicas.

Después de los interrogatorios el juez dictaminó que se trataba de muertes

naturales aunque con un serio motivo para la duda.

La casa nunca se vendió, los campos se dejaron de cultivar y Marcos Luengo se

marchó a Gor.

Siempre hubo alguien que dijo pero lo cierto es que nadie supo, ni sabe, de qué

vive Marcos Luengo.

Me gustaban las charlas con Marcos Luengo y , no sé exactamente porqué, pero

se estableció entre nosotros un vínculo íntimo de desnudez del alma.

Marcos Luengo me enseñó el amor a los libros y al vino en su esencia más

mística y alquimista. Me rescató del rastrillo y el reuma que la búsqueda del oro en el

río acababa por provocar a todos.

--Hacia tiempo que no te veía, Alted, querido amigo. Es grato poder charlar con

alguien más a parte de Dimas Freixa que, con sus limitaciones, no me da para grandes

disquisiciones.

--Yo también me alegro de volver a verte Marcos Luengo. Aunque sea en estas

circunstancias.

--¿qué circunstancias?

--Lo del crimen de Ramón Alger, ya sabes.

--Bueno, no le des más importancia. Ramón se lo ganó a pulso el solito a base de

odios y años. Nadie le soportaba ya, nadie le va a llorar, sólo están asustados por si

ahora les toca a ellos. No están tristes por Ramón Alger, están asustados.

--Bueno, podrías explicarme esto, acabo de llegar y me he encontrado con un

muerto colgado de un olivo, no tengo más datos.

30
--Mira , estamos genéticamente concebidos para creer ciegamente en fuerzas que

no podemos ver. Hay quienes les ponen un nombre y las atribuyen a un único hacedor

superior y siempre invisible. Se llame como se llame es siempre la explicación humana

de algo que no alcanzamos a entender sin la magia y los milagros que, por cierto, son

también creaciones de los propios humanos. Estamos, querido amigo, definitivamente

perdidos en un mar profundo de dudas y temores para los que no teniendo explicación o

antídoto los humanos creamos catedrales y seres superiores. Y al fin lo que nos queda es

la gran duda de si sólo somos, tristemente, el producto de una casualidad vital. Y aquí ,

querido amigo, en esta fragilidad en la que nos vemos es cuando surge el miedo horrible

a la muerte, a ser el próximo, a leer en las esquelas las edades de los muertos para saber

que ya nos podría tocar a nosotros, que vamos ganando puestos en la fila para subir a la

parca. Sólo tiene miedo el que no cree en nada.

--¿Y tú?, ¿en qué crees?

--¿Yo?, en nada.

--Luego temes.

--Por supuesto. Veras. No sentir miedo es como no sentir dolor. Sabes que hay

determinado tipo de gente que no puede sentir dolor. Recuerdo que una de las grandes

atracciones de las calles de Bombay a principios de los 90 era un niño de no más de diez

años que era capaz de clavarse puñales en los brazos y caminar por carbones ardiendo

sin sentir ningún dolor. Los científicos, como te decía, buscaron la explicación y

encontraron que se trataba de la mutación de un gen cuya responsabilidad es estimular

las neuronas sensoriales alterando un canal de sodio que permite que una carga eléctrica

fluya en las neuronas enviando una señal al cerebro. Así el chaval, con el gen totalmente

alterado, sufría quemaduras graves sin sentir, de hecho perdió parte de su lengua por su

propio mordisco.

31
No sentir miedo puede hacerte caer, sin duda, en el horror y acabar colgado por

los pies como un cerdo, desangrado en mitad de ningún sitio. Y ahora, dejémonos de

parlamentos aburridos y vayamos a lo realmente interesante. ¿Qué estás escribiendo

ahora?. Me gustaron mucho tus dos novelas aunque, si he de serte sincero, la primera

me pareció mucho más natural y estructurada que la segunda que fue, a mi entender,

una secuela que no aportó nada.

--Bueno, a mi la segunda me aportó mucho más que la primera, me permitió

vivir tres años sin hacer nada. Fue un gran éxito de ventas.

--Tú y yo sabemos que eso no quiere decir nada. Hay mucho borrego. Pero, ¿en

qué trabajas ahora?

--¿Ahora?, pues...hace como cuatro años que no soy capaz de escribir nada. Al

menos nada que valga la pena. Por eso he vuelto a Gor. Confío en que esta angustiosa

soledad me traiga un relato, una idea, un olor, un sabor, algo que tire de mí como tira la

primera frase de una novela.

--Entiendo. ¿Y qué casualidad?. Llegas y hay un asesinato.

--Cosas del azar, imagino

--Sí, eso pensará el muerto también. ¿Y el vino? , ¿Sigues aprendiendo?

--Si, lo intento, es mi gran pasión. Aprovecho cuanto puedo para leer catas de

nuevos vinos y, sobre todo, saborear algún buen caldo. El vino es la sangre de la tierra.

--La tierra no tiene sangre, es un ente inanimado. Sólo los seres vivos tenemos

sangre. Sólo nosotros podemos generar inconscientemente un líquido como ese.

--Como el vino

--Dices cosas que no te conviene. La gente de aquí es un poco simple y

probablemente no lo entiendan pero ten cuidado. Sobre todo con Dimas Freixa. Quizás

sea el más astuto.

32
--No entiendo.

--Cuida tu vida, es la única que tienes. Cuídate de Dimas Freixa.

33
V

--Dicen que Ramón Alger fue el único que le plantó cara a Dimas Freixa cuando

éste apareció por el pueblo con esa mujer-niña. Les faltó poco para llegar a las manos,

ya sabes que Dimas Freixa es muy violento y se prende rápidamente. Ramón Alger

estuvo a punto de denunciarle por abusar de una menor. Cosa que todos sabíamos pero

sólo Ramón Alger dijo en alto y en la propia taberna de Dimas Freixa.

--¿Hace mucho de esto?

--¿Estas cosas no se olvidan aunque hayan pasado años?. Dimas Freixa tenía

motivos suficientes para deshacerse de Ramón Alger.

--Realmente le tenía que dar igual; por esa misma razón tendría que haber

matado a todo el pueblo.

--Bueno, quizás haya empezado por Ramón Alger para continuar por cualquiera

de nosotros.

--¡No jodas!

--Bueno si realmente el motivo para matar a Ramón Alger fue que supiera que

Dimas Freixa estaba abusando de la mujer-niña, sería lo lógico ¿no?

--Pues no lo había pensado así

--Nunca viste más allá de tus narices hermano. Parece mentira que seamos tan

iguales físicamente y tan diferentes mentalmente.

--Siempre acabas insultándome.

34
--Es costumbre de la familia Pascual no decir más de cinco frases sin insultar al

otro; deberías saberlo, eres uno de nosotros.

--¿Cómo crees tú que será hacerlo con una mujer de ébano como esa?

--No es una mujer, es una niña. Debería estar jugando con muñecas y no

soportando el peso de ese cerdo encima, mientras le babea y su sudor le baña la boca.

No sé como será hacerlo con ella pero me puedo imaginar lo asqueroso que debe ser

hacerlo con él. A mí sí me gustaría cortarle el cuello a ese cerdo. Claro que con ese peso

cualquiera lo alza a peso muerto para colgarlo por los pies y cualquiera encuentra rama

de olivo que le aguante.

--Dices siempre unas cosas tan extrañas...¿serías capaz de matar a alguien?.

--Pues claro, cualquiera puede, incluso tú, dime ,si quieres que siga

protegiéndote, porqué la ropa que llevabas la tarde del crimen estaba manchada de

sangre. No podré encubrirte si no me lo cuentas todo. Somos hermanos, ¿no?.

--¿Sangre?. ¿Yo?

--Vamos deja de balbucear. Pareces tonto. Si no quieres contarme nada será peor

para ti porque entonces empezaré a pensar que pudiste haber sido tú y no sé cómo

vamos a sobrellevarlo. De momento bebamos antes de morir.

--¿Nos hacemos un aperitivo con el Bermejo.

--¿El Malvasía semidulce ?. Perfecto. Creo que todavía nos quedan unas cuatro

botellas de las seis que nos regaló Marcos Luengo cuando volvió de las islas.

--A ver si bebiendo se te afloja la mollera y la lengua y me cuantas de quién es la

sangre de tu ropa. In vino veritas como dijo Plinio el Viejo.

--¿Sangre?, ¿Yo?

--Cuidado con los vasos, tranquilízate, ya que importa.

--Bebamos antes de morir.

35
--¿Morir?, ¿Yo?

36
VI

Katiana es una niña convertida en mujer a golpes.

Me recordaba enormemente a la tahitiana de túnica rosa sentada sobre la arena

de la playa que pintó Gauguin. No es exactamente africana. Tiene una larga melena de

pelo liso, separado en dos con precisión y recogido en una coleta a la altura de la nuca.

Estaba descalza y sentada bajo el emparrado del porche de la taberna.

Dibujaba soles, nubes y olas sobre la tierra humedecida del porche. Cuando me

vio acercarse lo deshizo todo e intentó marcharse.

--No, por favor, no te vayas. Quería hablar contigo.

--¿Quién le ha dicho que le voy a entender cuando me hable?

--No soy tonto. Se que no eres de ningún país del África como dice ese bestia de

Dimas Freixa.

--Nací en San Francisco de Paula, uno de los suburbios de la Habana, cerca de la

Finca Vigía –usted que es escritor la conoce- ¿verdad?

--Si, claro. Hemingway era un genio.

--Me robaron de casa y me trajeron en la bodega de un barco hace ya cuatro

años. Desde entonces prefiero no hablar con nadie, sólo quiero vivir y no volver a la

bodega de ningún barco. ¿Sabe?, allí de donde vengo a los amigos los llamamos mi

37
tierra o mi sangre. Yo ni tengo tierra ni tengo sangre y, por lo tanto, no puedo tener

amigos. Haré lo que quiera pero no me haga daño.

--No quiero que hagas nada, tampoco te haré daño, ¿por qué iba a hacértelo?

--Usted me da miedo. No sé porqué le hablo. Tendría que seguir haciéndome la

muda, la ignorante.

--¿Te doy miedo?

--Si; detrás de usted vienen gentes que ya no viven.

--¿Ah , si?. ¿Y quiénes son?

--Una señora mayor con sangre en la cabeza que lleva de la mano a un hombre al

que conozco de vista con el cuello abierto por un lado. Creo que son esposos. También

un hombre vestido muy elegante con un paño blanco doblado en el brazo.

--No tengas miedo, son imaginaciones tuyas.

--Bueno, mi madre también los veía y me enseñó a no temerles pero sí a

escucharles. Y los que le acompañan me dicen que no hable con usted..

--Tonterías.

--Dime, ¿viste a Ramón Alger el día que le mataron?

--¿Se refiere al hombre que le acompaña cogido de la mano de la anciana?

--Supongo.

--Sí, por la mañana estuvo en la taberna. Me trajo algo de comer, como todos los

días. Sabía que mi dueño no me alimenta bien. Luego cuando se iba se encontró con él y

discutieron. Mi dueño le dijo que dejara de venir o se arrepentiría. Lo zarandeó

violentamente y le hizo caer. El hombre bueno , entonces, se levantó y le amenazó con

denunciarle. Sabía que no podía luchar con mi dueño, es muy fuerte, muy fuerte. Luego

se fue y ya no le he visto hasta que ha venido acompañándole a usted.

--¿Crees que Dimas Freixa pudo matarle?

38
--Si lo hubiera hecho él, su alma no le estaría acompañando a usted. Las almas

arrebatadas violentamente se quedan junto a lo último que han visto, junto al que les

hizo daño.

--Tonterías. Yo no maté a mi madre, se cayó por la ventana.

--La muerte le rodea, señor. Ambos le están esperando, hasta entonces, irán con

usted a todos los sitios. Sentirá viento frío sobre la nuca y como si nunca estuviera solo.

La cabeza se le llenará de desasosiego y no le dejará centrarse en nada. Las noches

serán largas y llenas de sudores y miedos.

--Tonterías. Tonterías

--La culpa de usted es como una cadena para ellos que les ata a su pie. Seguirán

con usted hasta que se libre de lo que ha hecho.

--Deja de decir tonterías, ¿quieres?

--Si va a pegarme tiene que saber que ya no me dan miedo los golpes; todas las

partes de mi cuerpo los conocen. Y al dolor se le teme sólo por desconocido. Así que no

encontrará ningún placer pegándome porque yo no sufriré.

--No voy a pegarte. ¿Por qué habría de hacerlo?. Pero será mejor que no sigas

diciendo tonterías. Ni conmigo ni con nadie.

--Eso fue lo primero que aprendí, ya en el barco. Es mejor hacerse pasar por

muda que quedarse muda a golpes. Nadie aquí sabe que les entiendo. Tampoco usted

diga nada.

--Tranquila. Tú estás a salvo.

39
VII

Ya nadie busca oro en Gor.

Todos ellos son viejos; los jóvenes nos fuimos marchando hartos de rastrillar en

busca de las piedras y acabar con el espinazo quebrado. Tenía que haber vida más allá

de estas montañas, y la encontré. También la encontraron otros que se marcharon antes

y después que yo. Cuando yo abandoné Gor sólo quedábamos cuatro. Íbamos a los

bailongos que las mayordomas de Albuñan organizaban el último domingo de mayo en

las fiestas de La Virgen de Las Flores. Veíamos y deseábamos a las mozas pero a los

goreños nos tienen como apartados, como infectados de un virus que nos ataca a la

cabeza y a la razón haciéndonos vivir apartados de todos a la sombría de La Sagra.

Nadie quería el contagio. Nos conformábamos entonces con observar los revuelos de las

faldas y las afortunadas parejas consentidas del pueblo.

Germán Bleda era el único que se atrevía a comprar bebidas en el bar del

emparrado de la plaza porticada de Albuñan. Aguantaba murmullos, rumoreos y diretes

pero cuando había conseguido la botella de tinto y ya en la puerta de salida, levantaba el

dedo y como brinda un matador su faena , miraba a todos los presentes saliendo del

local con semejante desplante torero y temerario. Hubo ocasiones de peligro pero

Germán Bleda era rápido y pendenciero.

40
Germán Bleda era, sin duda, mi mejor amigo.

La última noche que le vi estábamos en el viñedo bebiéndonos una de las

botellas de mi abuelo que conseguí estraperlear de casa sin demasiado esfuerzo.

Era un vino de intenso color rojo cereza, brillante y limpio. Nariz compleja con

un fondo de fruta roja madura y especias. Elegante paso de boca con una leve acidez de

entrada. Sabroso, redondo y con un tanino amable muy pulido hasta su complejo y

elegante final, pleno de matices.

Era un vino para la ocasión.

--No aguanto más esta maldita cortijada. ¿No te das cuenta Alted?. Aquí no hay

nada para nosotros. Por el río ya solo bajan las inmundicias de nosotros mismos, todo

son piedras y frío, y dolores de espalda y trabajo desde antes que el sol, y comidas en

fiambreras a la sombra de algún árbol para no perder tiempo y seguir con la espalda

doblada y los pies helados. No hay nada aquí para nosotros, ni siquiera mujeres solteras.

La más joven es Cristina Brú , la de la tahona, y debe rondar los cincuenta.

--Algo habrá en otro sitio ¿no?

--Yo me voy esta noche. Iré andando hasta Albuñan y allí cogeré el primer

autobús que salga hacia cualquier sitio. Lo siento pero no te escribiré. No escribiré a

nadie y nunca volveré aunque me tenga que morir de hambre y cabezonería en cualquier

acera de cualquier ciudad.

--Pues a mí me gustaría saber cómo te ha ido.

--¿Te irás tu también?

--Lo pienso a menudo. Me gustaría dedicarme a escribir.

--¿Y para comer?

--Me gustaría dedicarme a escribir para vivir.

41
--De ilusos y escritores fracasados están los albergues de transeúntes llenos.

Dedícate a otra cosa, hombre.

--Algún día os daréis cuenta de que tengo razón. Escribiré y lo haré bien. Algún

día sabréis de mí por mi trabajo. Bastante tengo yo con la burla de mi familia para que

tú te regocijes también en esto. Algún día...., algún día....

--¿Algún día?, Anda, pasa la botella, Alted.

Efectivamente Germán Bleda no me escribió nunca.

Al cabo de tres años yo también me marché de Gor.

Publiqué mi primera novela importante. Aquello fue genial. Vendimos mucho,

se rodó, incluso, una película con bastante éxito, se hicieron camisetas con el cartel de la

película y todo un merchandising absurdo. A raíz de su estreno las ediciones del libro

aumentaron en una adecuada campaña publicitaria que diseñó la editorial. Mi primera

novela se tituló “El vacío” y surgió de la escena de la persecución por los tejados de la

genial “Vértigo” de Hitchcock y en la que Scottie trata de luchar contra su vértigo

subiéndose poco a poco a un escabel; al menos eso era lo que contaba en las entrevistas.

En mi novela el protagonista no consigue vencer su miedo y cae irremediablemente al

vacío. Después de una trama creo que bastante bien conseguida , todas las situaciones

abocan al protagonista al suicidio arrojándose desde la ventana de su casa hacia el vacío

de la montaña pero el miedo al suicidio y el miedo al vértigo le hacen retroceder aunque

al final acaba cayendo a ese vacío hambriento. Una vez destrozado en el suelo, una

mano cierra arriba la ventana.

Como todas las obras de éxito la mía también tuvo sus críticos que la tachaban

de burda imitación con sorpresa, el más ingenioso de ellos la comparó con una tragedia

clásica griega sin griegos y sin tragedia. También hubo buenas críticas, claro, e

42
invitaciones a cenas de alcurnia y tertulias sesudas con lo mejor de la cultura de la

capital. Llegamos a ser habituales de la tertulia del Gijón, tradicional y añeja donde las

hubiere. A todos les llamó la atención mis conocimientos sobre enología y siempre me

pedían recomendaciones. Hubo quien me propuso escribir una novela sobre el vino. No

lo desprecié nunca. Algún día, me dije, algún día.

Era una vida amable. Aprendí mucho sobre literatura y sobre la misma vida. La

mayoría de mis contertulios eran bastante mayores que yo, alguno de ellos pedantes,

pero todos sin excepción, excéntricos y amantes de cualquier tipo de arte. Manuel

Vendrell , el camarero del café, nos bautizó como la tertulia de los bebedores de arte.

“¡Aquí están los bebedores!”, voceaba cuando entrábamos en tropel. ¿Cuál para hoy?

Me preguntaba inmediatamente, “un Malvasía canario, por ejemplo, pero a dieciocho

grados exactos. Si no está a esa temperatura prefiero beber agua del grifo”. El Malvasía

siempre estaba a dieciocho grados, ni más, ni menos. Otros días, sobre todo los de crudo

invierno, apostaba por el Fondillón.

El Fondillón procede de las uvas Monastrell , de grano pequeño y muy dulce que

se vendimian maduras con el fin de aumentar su ya alta concentración de azúcares,

llegando a alcanzar los mostos un grado alcohólico no inferior a los dieciséis grados. Es

un vino rancio y enterizo, con un toque ligeramente dulce o suavemente abocado, muy

limpio de paladar y muy fragante de nariz, cuyo color va evolucionando desde el rojizo

al ámbar a medida que se añeja. Mi amigo y gran escritor Emilio Castro Téllez,

alicantino de pro y buena persona, me presentó al Fondillón en un aperitivo en el que

firmamos junto a otros muchos el primer manifiesto de escritores en memoria del genial

escritor Franz Kafka al que ambos admirábamos y admiramos.

Emilio Castro Téllez era mucho más mayor que yo, con un pasado pleno y un

presente amable ; maestro de la palabra y viajero incansable. Lo que amaba de verdad,

43
así me lo dijo, era la palabra pero yo creo que era la palabra la que flirteaba con él y él

se dejaba llevar. Es un genio metido en un cuerpo de hombre bueno y humilde. Es mi

maestro.

Cuando le envié el primer borrador de mi segunda novela me llamó al cabo de

unos días: “tenemos que vernos urgentemente”.

--Al principio pensé que lo de tu primera novela y tu vida era una casualidad

vital de la que habías tomado la trama. Ahora me he dado cuenta, Alted, de que eres tú

el que provocas las situaciones para tener algo de qué escribir. Ese es un juego muy

peligroso al que no debes jugar. Si no tienes nada de qué escribir lo mejor que puedes

hacer es dejarlo, no escribas, márchate, vuelve a Gor y zarandea las aguas del río.

Mi segunda novela se titulaba “¿Cual para hoy?” y su personaje principal era el

camarero de un café que descubre la trama criminal de un grupo de escritores que se

reúnen en su local para urdir crímenes perfectos. Cada uno de los escritores tenía

alguien a quien odiaba, un crítico, una ex-mujer, un banquero avaro, un hermano

vicioso, etc. Sobre la mesa de la tertulia se exponía un caso concreto –que coincidía con

un caso real que afectara a alguno de ellos- y después de barajar opciones, métodos y

normas para la eliminación de rastros uno de los tertulianos por estricto orden alfabético

se “ocupaba” del caso.

Al cabo de unos días la noticia publicada en los periódicos confirmaba el hecho

y la perfección del crimen pues ninguno de ellos acabó con la detención de nadie. Cada

caso se sucedía con la periodicidad incontestable de tres meses. Cuando ocurrió el

tercero el camarero del café ató cabos y en un ejercicio de habilidad mental reunió

pequeños comentarios que alcanzó a oír mientras servía los cafés y los vinos con las

historias aparentemente ajenas que narraban los periódicos.

44
Nunca se juzgó a nadie pero el camarero insistió en ser admitido en la tertulia a

cambio de un silencio de soborno. Exigió en exceso. Nadie quiso admitirle y la ronda de

turnos volvía a la primera letra del abecedario.

El camarero apareció metido boca abajo en una de las barricas de amontillado

que tenían en el sótano. El café apareció destrozado y con la caja reventada por lo que la

policía, lógicamente, pensó en un robo siendo sorprendido el camarero todavía en el

local.

La novela tuvo bastante éxito y en una pirueta con concesión literaria incluida, el

director y guionista de la primera película tomó ésta como segunda parte. El éxito

estaba garantizado.

No volví a hablar nunca más con Emilio Castro Téllez aunque seguí su obra

como se siguen las indicaciones de un mapa.

Sigo bebiendo Fondillón en algunas tardes de invierno como ésta. Es curioso

cómo los sabores, los olores y los colores son capaces de recrearte situaciones que uno

pensaba que tenía olvidadas o, al menos, guardadas en un arcón escondido en algún

lugar remoto de la memoria.

--A tu salud Emilio Castro Téllez.

45
VIII

Las goreñas no hablan a menos que su marido lo permita explícitamente. Es una

costumbre absurda que aquí se sigue bajo amenaza de paliza brutal de forma que es

inútil preguntar a ninguna de ellas sobre el asesinato de Ramón Alger sin la presencia de

su marido. Sólo queda Cristrina Brú, la de la tahona, la única mujer soltera del pueblo.

Por la noche Cristina Brú cuece la masa hasta altas horas de la madrugada, duerme en

una pequeña habitación que tiene en la planta alta de la tahona y abre a primera hora

para que los hombres que bajan a la labor puedan llevarse el pan recién hecho. Luego, a

eso de las once vuelve a la cama. Es la única mujer que entra en la taberna de Dimas

Freixa sola. Y lo hace todas las tardes. Bebe como un hombre o más. Aprecia un buen

vino pero , de común, bebe el licor que destila Katiana, la mujer-niña de Dimas Freixa.

En las laderas de La Sagra y en los marjales del río Katiana, ayudada de un raño

oxidado recogía mentas, tomillos, sahareñas, cantueso rizado, alhucema , almoradux,

colicosa, jara y manzanilla de sierra; luego mezclado todo en proporciones desconocidas

procuraba un licor amarillento con un sabor a la tierra profunda de la garganta,

azucarado y altamente alcohólico. Es un licor para hombres rudos y para Cristina Brú.

Nunca ningún hombre mantuvo conversación con Cristina Brú en la taberna.

Ella entraba sola, se sentaba en la mesa del rincón junto al ventanal y en plena soledad

46
sacaba un cuaderno de tapas negras y escribía nadie sabe qué. Podrían ser notas de

compra, albaranes de pedidos u octavas reales. Lo mismo daba, sólo era una mujer.

Cuando Katiana la veía entrar en la taberna todas las tardes, sentía una especie

de alivio interno. Era la única persona del local que no le miraría los pechos antes de

pedirle una bebida, es más, sin haber hablado nunca con ella -Katiana era muda por

temor- sabía que podía confiar en Cristina Brú en el caso de que alguno de aquellos

borrachos se propasara en algún momento.

Esa tarde entré en la taberna de Dimas Freixa con la intención de

emborracharme violentamente. Necesitaba que el alcohol me limpiara la conciencia y

los recuerdos. Como si la puerta de entrada en la taberna sostuviera un resorte de alarma

todos los presentes, menos Cristina Brú, se volvieron hacia mí. No esperaban a nadie.

--¿Te importa si me siento contigo Cristina Brú?

--Tú verás. Lo mismo luego estos animales de labranza te degüellan como a

Ramón Alger.

--¿Tu crees que fue uno de ellos?

--En realidad ninguno de ellos tiene reaños ni fuerza como para rebanarle el

cuello a un hombre y menos aún para colgarlo de un olivo después.

--¿Y tu?

--Seguro. Pero alguien se me adelantó.

--¿Se te adelantó?

--Ramón Alger era un mal bicho. No creo que encuentres a nadie en el pueblo

que no lo quisiera ver muerto o mejor aún en una agonía prolongada y cruel.

--A nadie se le puede desear eso.

47
--¿Y tú quién eres?

--Soy hijo de Alejo Alted. Me marché del pueblo hace unos años.

--No tienes ni idea de lo que era Ramón Alger. Si tuvieras un mínimo de

conocimiento, sólo un mínimo, te darías cuenta de que se merecía eso y aún más.

--Sin embargo alimentaba a escondidas a la mujer-niña todos los días y se

enfrentó a Dimas Freixa porque abusaba de ella.

--¿quién te ha contado tal cosa?

--Ramón Alger ganó en una partida de póker a la mujer-niña, le interesaba

mantenerla bien alimentada. A pesar de eso Dimas Freixa se negó a dársela,

¿comprendes?

--Cerdos

--¿A que ahora también tu tienes ganas de ver a Ramón Alger agonizante?

--Quizás. ¿Y tú?. ¿A ti que te hizo Ramón Alger?

--¿A mí?. Sólo un hijo.

--¿Un hijo?

--Si, ¿qué pasa?, ¿Eres incapaz de imaginarme desnuda haciendo el amor con

alguien?. Pues ya ves. Me hizo un hijo y no quiso saber nada ni de él ni de mí. Me

golpeé el vientre hasta abortar a las cinco semanas. Le dejé el feto en la puerta de su

casa metido en una cesta de pan con una nota en la que le aconsejaba que diera a probar

el pan a su gato antes de comerlo él.

--¿Bebes?

--Pásame la botella, hoy no me hace falta vaso.

--Vaya, veo que eres de los míos; buscamos en el alcohol la esencia de la eterna

tranquilidad.

--Hoy si.

48
IX

La profunda garganta de La Sarga sobre la que literalmente cuelga Gor fue en

tiempos remotos el fondo de un lago glacial de ahí que las cualidades arcillosas de este

terreno permitieran a los goreños habitar el interior de la misma tierra. Muchas de las

casas de Gor están excavadas en las paredes de la misma montaña. La peculiar

característica de este terreno arcilloso es que una vez mojado con la lluvia , el agua es

incapaz de traspasarlo por lo cual las cuevas se mantienen calientes y secas. Son cálidas

en el invierno y frescas en verano. Las cuevas se construyen hacia el interior de la

montaña siendo la primera estancia el recibidor, la cocina (con nevera natural) y el

comedor y más adentro con las paredes adornadas con gruesos arañazos de acerada

punta de pico, las habitaciones.

Muchos de los pueblos de la comarca tienen sus propias cuevas.

La taberna es una de las cuevas más grandes de todo Gor. La cocina y los

almacenes quedan en lo más adentro mientras que la barra ocupa transversalmente la

cueva y las mesas el resto de la estancia. Dimas Freixa heredó de su padre la cueva, el

negocio y los clientes. Todo Gor es cliente de Dimas Freixa.

Es sábado, los hombres no han bajado a lo profundo. Hoy han decidido reunirse

en la taberna. Hay que tomar decisiones y decidir qué se hace con el cadáver de Ramón

49
Alger. No puede seguir pudriéndose colgado de un olivo boca abajo. El juez y la policía

de Albuñan no llegan. Todos dudan de que Julián Rúa haya llegado vivo a Albuñan.

Y con razón.

Cuando llego a la taberna parece que soy ya el último. Las mujeres , por

supuesto, se han quedado en casa temerosas y encerradas a llave, sólo Cristina Brú y la

mujer-niña están sentadas en la mesa junto al ventanal de los geranios.

Los hombres fuman y aguardan a que alguien ponga el orden necesario.

Dimas Freixa alza la voz para avisar de que no se servirán más bebidas hasta que

se acabe la reunión, como es costumbre en los consejos de vecinos.

--Como sabéis, en Gor no hay uno que mande y otros que obedezcan así que, si

os parece empezaré yo mismo exponiendo la situación y luego cada uno que hable

cuando quiera siempre en orden, por favor. Si os parece también haremos como si ésta

reunión fuera un consejo de vecinos más solo que todos sabemos que el tema a tratar no

tiene nada que ver con el reparto de parcelas en el regato, ni con el precio del vino a

vender a los de Albuñan. Hoy tenemos un muerto colgado por los pies.

Los goreños susurran sus comentarios y el ambiente se vuelve solemne y oscuro

y parece como si en cualquier momento Dimas Freixa fuera a bendecir la jarra del vino

infame que producen sus viñas.

--Nosotros, los Pascual, tenemos claro que no hemos sido.

--¿Seguro?

--Bueno, yo Juan Pascual puedo jurar que no he sido.

--¿Alguien tiene alguna duda? –intermedió Dimas Freixa

--¿No eras tú el que intentó comprarle en repetidas ocasiones el terreno a Ramón

Alger por un precio de risa y éste se negó?. ¿No has entrado tú a la casa de Ramón

Alger, una vez muerto, para buscar las escrituras de los terrenos?.

50
--¿Hiciste eso hermano?

--Sí, es cierto. Intenté comprarle las tierras a Ramón Alger cuando me confesó

que estaba mal enfermo y ya no podía trabajarlas debidamente, también me dijo que

para el poco tiempo que le quedaba no iba a pasárselo destripando tierras y malezas.

Pero no quiso nunca deshacerse de las tierras, era un cabezón. Por otro lado tengo que

aclarar que no entré en casa de Ramón Alger una vez muerto. Ni se me ocurriría, eso me

inculparía sin duda. Sin embargo y muy a mi pesar he de confesar que mi hermano

Andrés volvió a casa muy de madrugada, agitado y con la camisa manchada de sangre.

Sangre que no ha podido o no ha querido explicarme de dónde salió.

--¿Sangre, yo?. Estuve en Albuñan esa tarde, es cierto. No voy a contaros lo que

estuve haciendo porque no os interesa a ninguno.

--No seas memo, Andrés Pascual, todos sabemos que vas a Albuñan a espiar el

baño de las jóvenes en la balsa redonda.

--¿Espiar, yo?. No os importa lo que estaba haciendo pero no espiaba a nadie. La

mujer con la que estaba quería estar conmigo.

--¿Y la sangre?, hermano. ¿Nos vas a decir a todos de quién era esa sangre?.

--Sabéis que conozco palmo a palmo la garganta y sus salidas. Fui el primero en

abrir un paso transitable a base de pico para aligerar la llegada a Albuñan. Este paso

arranca en lo alto de la calle, junto a la fuente grande y se dirige casi en paralelo a la

carretera hacia la cumbre en una subida suave y escalonada. Una vez en el alto el paso

cruza junto al sauce blanco. Allí hice una pequeña zona de descanso, unos bancos con

troncos talados a la sombra del sauce y una piedra pizarra con el mapa del paso tallado a

martillo. Luego el paso desciende serpenteante bordeando viñedos y terrazas hasta la

entrada sur del pueblo. Todos habéis andado por él alguna vez pero yo lo conozco mejor

que nadie porque lo parí aquel otoño. Cuando venía de regreso, la noche era cerrada y

51
oscura. Me detuve a descansar junto al sauce blanco y al retomar el paso tropecé con

algo que no estaba allí a la ida. Parecía como si alguien hubiera excavado ó removido la

tierra del paso. Ese socavón no estaba allí cuando pasé a primera hora de la tarde.

--¿Y la sangre?, hermano, ¿y la sangre?

--Caí violentamente y rodé paso abajo. Alguna rama me rasgó la ropa y sangré.

¿Veis?. Esta es la herida ¿la veis?. Yo no he matado a nadie. Tú, hermano, no deberías

haber dudado de mí como yo no dudo de ti.

--Dudé de ti como de todos ellos. La duda no tiene familia. No deberías fiarte de

mí ni de nadie. Es posible que no debas siquiera fiarte de ti.

Dimas Freixa, masculinamente serio, y alzando la voz quiere que alguien acuse

directamente y que se dejen de sospechas.

--¿Alguien sigue dudando de Andrés Pascual?

Nadie dice nada. Todos hemos dado por válida la prueba que presenta Andrés

Pascual en su defensa, la cicatriz todavía sangra.

Rompe el silencio la silla arrastrada por Cristina Brú. Puede que fuese la primera

vez que una mujer hablaba en alto en la taberna de Dimas Freixa desde que fue abierta.

Su padre, al menos nunca le contó caso alguno.

--Yo personalmente acuso a Juan Pascual. Todos sabemos hasta donde llega su

codicia; ¿ o es que ya no recordáis cuando se murió Julián Gil?. Con el cuerpo sobre la

mesa de la cocina de su casa, rodeado de cirios y plañideras, no tuvo el menor pudor y

convenció con mentiras a la viuda destrozada para que renegara del viñedo en su favor.

Firmó mientras acunaba al pequeño Samuel Gil. Total por cuatro tahúllas. Todos

estábamos allí, ¿no os acordáis ya?.

--Sí es cierto- confirmó José Romeu – lo recuerdo perfectamente por el asco que

me produjo. No hay nadie en Gor cuya codicia se beneficiara más con la muerte de

52
Ramón Alger que la de Juan Pascual. Lo he pensado siempre. Sabía que Juan Pascual ,

algún día acabaría deshaciéndose de Ramón Alger de una u otra manera. No me fío de ti

--acusa a Juan Pascual mirándole directamente a los ojos y volviéndose mira también a

Damián Fanjul- ¿o quizá fuiste tú?.

Podía intervenir en ese momento y mencionar el derrumbe del ochenta y cinco

en el que Damián Fanjul perdió su pie derecho prácticamente aplastado por las rocas.

Ramón Alger se equivocó en la carga de dinamita, o al menos, todos quisieron ver que

aquello había sido involuntario, de hecho había ocurrido ya antes y nadie pensó en que

fuera intencionado pero he preferido dejar que Dimas Freixa, encendido en sudores ,

acusara a Damián Fanjul abierta y brutalmente.

-¿Tenías que vengarte de él, verdad, Damián Fanjul?. ¿Cómo pudiste esperar

tanto?. ¿Cómo se conserva el odio en el cuerpo aguardando la ocasión adecuada?. Está

claro que has conseguido que todos sospechemos de todos pero yo sé que fuiste tu.

Recuerdo perfectamente de quién te acordabas cuando te amputamos el pie. De hecho

prometiste matar a Ramón Alger mientras a borbotones te quedabas cojo para siempre.

Yo, al menos, sé que has sido tú. Has sido muy astuto viejo Damián Fanjul.

-No debes hablar tan claro de alguien cuando tu mismo tienes , también ,

motivos suficientes como para cortarle el cuello a Ramón Alger y al resto de los que

estábamos en aquella partida de cartas, ¿Recuerdas?. Lo perdiste todo o mejor Ramón

Alger te lo ganó todo incluso a la mujer-niña. ¿Te acuerdas?; luego alegaste que Ramón

Alger había manipulado las cartas y te negaste a pagar lo apostado. Al cabo de unos

días Ramón Alger me dijo que iba a denunciarte en Albuñan por abuso de menores y

proxenetismo. Dos días después apareció colgado del olivo viejo de mis tierras. Yo,

José Romeu te acuso a ti, Dimas Freixa.

53
Marcos Luengo es capaz de analizar minuciosamente las situaciones y al cabo

obtener el resultado más insospechado y la vertiente más abrupta dejando las

suposiciones de todos en meras estupideces.

-¿No os dais cuenta?. Está claro que la víctima fue elegida con toda la intención

en un plan trabajado a lo largo de mucho tiempo. El plan era conseguir que todos

absolutamente todos los goreños tuviéramos algo en contra de Ramón Alger. Es más, es

posible, incluso, que el asesino pensara en que nosotros mismo nos matáramos

mutuamente quien sabe si para conseguir las tierras o la explotación única del regato.

Yo, por ejemplo, ni trabajo ni me importan las tierras, ni juego a las cartas y el sexo lo

olvidé con la sífilis que sufrí en la universidad después de una borrachera absurda.. De

forma que mis motivos para querer asesinar a Ramón Alger habían de ser otros. Y el

asesino los encontró y los procuró perfectamente. Es hora de contarlo y reconocerlo.

Cuando tenía diez años mis padres, bueno, los que se decían mis padres, me dejaron en

el Centro Juan XXIII de Zaidín. Allí me dejaron hasta que cumplí los veinticuatro.

Había acabado mi carrera de Medicina y quería ejercer. Regresé a Albuñan y me

encontré con unos padres a los que no conocía de nada pero a los que odiaba

profundamente. El odio se siembra lentamente y se recolecta de un golpe. En el autobús

de vuelta coincidí con Ramón Alger. El ya había perdido el pie derecho y no podía

trabajar así que cada cierto tiempo tenía que ir a la capital a arreglar papeles me dijo,

para lo de la pensión. No sé exactamente porqué pero congeniamos, incluso antes de

que el autobús saliera de la estación central. A mitad de camino ya le había ofrecido a

Ramón Alger que esos papeles ,que no eran más que informes médicos , se los podría

firmar yo mismo, sin salir del pueblo, estaba colegiado y en posesión del título

pertinente. Me explicó que los dolores en la escalada de La Sagra eran terribles y aún

aumentaban más cuando tenía que ir contrarrestando la fuerza de la bajada. Un día –me

54
dijo- muero en el intento. Cuando me ofrecí a aliviarle ese viaje se me abrazó y creo que

casi lloró. Luego le conté que el dolor más grande que yo sentía no era un dolor del

cuerpo sino del odio. Un odio fermentado durante catorce años. Debes hacer algo, me

dijo, yo si fuera tú, acabaría con ellos. Es más, un médico siempre sabe cómo hacer que

una muerte parezca accidental, ¿O no?. Un día de Octubre los que se llamaban mis

padres aparecieron muertos en la cama víctimas de un infarto. Extraño por la

coincidencia pero infarto al fin. Pedí al juez que viniera otro médico de la capital para

que certificara la causa, no quería intervenir personalmente para evitar suspicacias. Mi

colega corroboró que se había tratado de un infarto fulminante, que primero lo había

sufrido el hombre y muy probablemente ante los dolores y el sufrimiento de éste la

mujer tuviera un colapso cardio-respiratorio que degenerara en un infarto cerebral.

Después de enterrarlos en el cementerio de Albuñan y no habiendo dejado testamento

escrito me convertí en el tío más rico de toda la comarca. Una tarde de Noviembre me

visitó Ramón Alger, imaginé que quería mi firma pero no era así. Quería mi dinero o al

menos una parte. Intentó chantajearme y al principio, efectivamente, lo consiguió.

Vendí todas las tierras y la casa de Albuñan y decidí trasladarme a Gor. Sería mucho

más fácil urdir un plan para acabar con Ramón Alger viviendo entre vosotros. Tenía el

compuesto preparado y el día elegido, de hecho, ¿Te acuerdas Dimas Freixa?, había

comentado entre vosotros que había visitado a Ramón Alger como médico y lo había

encontrado mal enfermo. El futuro de Ramón Alger no se estiraba en el tiempo.

-Si, es cierto, lo recuerdo perfectamente porque sentí, lo reconozco, una especie

de alivio –asevera Dimas Freixa.

-Pues bien, el día elegido fue el lunes pasado. Escondido frente a la casa de

Ramón Alger estuve esperando a que regresara pero no lo hizo. Luego vino la noticia de

que había aparecido colgado por los pies y degollado. Alguien se me había adelantado.

55
Así que yo, Marcos Luengo confieso que intenté matar a Ramón Alger pero alguien me

ganó esa mano.

Dimas Freixa rompiendo la regla de los consejos de vecinos y mientras abría una

botella de su vasto tinto se dirigió a todos como intentando sacar alguna conclusión.

-Está claro que así no encontraremos al asesino que mató a Ramón Alger. Lo

que a mí, personalmente, me resulta al menos curioso son dos cosas. Primero –bebe un

trago para aclararse la garganta y maltratarse el estómago- sólo hay dos personas aquí

que no parecen culpables, todos los demás tenemos o teníamos motivos suficientes para

rebanarle el cuello a Ramón Alger. Esas dos personas son , la negra y el Alted. –Todos

nos miran intentando averiguar qué quiere decir Dimas Freixa- y lo segundo es ¿Dónde

está Julián Rúa?. Hace dos días que salió de Gor para llevar la denuncia al juez de

Albuñan y no tenemos noticias de él. Es posible que también esté muerto, a estas

alturas. ¿Qué opináis?

Como la mujer-niña no tiene intención de hablar y así seguir en su mudez por

miedo, tengo que hablar para todos aunque he de pensar bien todo lo que voy a decirles,

el momento es dramático y al mismo tiempo excitante; hay un clímax argumental

perfecto y los personajes se han concentrado en un mismo escenario, la taberna de

Dimas Freixa; esta escena puede llenar, sin duda, todo un capítulo, hay tantas historias y

tantas intrigas que , posiblemente, me den para más de una novela. Todos tienen o

tenían motivos para degollar a Ramón Alger pero todos, también, parece que tienen

coartadas perfectas o al menos eso parecía.

-Cuando llegué a Gor, Ramón Alger ya estaba muerto. Mi padre lo puede

confirmar y todos oísteis mi coche llegando. ¿Cómo podría haberlo matado?.

En un esfuerzo racional Dimas Freixa concluye –Entonces, sólo queda la negra.

56
X

No podía permitir que se culpara del asesinato a la pobre mujer-niña; pero

tampoco podía desvelar mi culpabilidad. Me di cuenta de cómo la mujer-niña de entre

las faldas llevaba escondido un cuchillo grande. No se si sería capaz de usarlo en algún

momento pero el miedo , a veces, nos arma de un valor irracional y era posible que si

alguien se intentara acercar al menos se defendiera desesperadamente empuñando el

cuchillo.

No tuve más remedio que intervenir.

--¿Qué motivos podría tener la mujer-niña para matar a Ramón Alger?. ¿No

estaría más justificado que lo hubiera hecho alguien con algún motivo concreto?. Me

parece una estupidez acusar a la mujer-niña. Miraos primero a vosotros. Cualquiera de

vosotros pudo hacerlo. Cualquiera de vosotros podría seguir matando. Decid ahora la

verdad ¿Acaso confiáis en alguno de vosotros?. Yo, personalmente, creo que de entre

vosotros está el asesino de Ramón Alger y Julián Rúa. Ninguno de nosotros debería

poder juzgar este caso. Hay que intentar avisar a la policía de Albuñan.

--¿Quién se atreverá a ir?

--Deben ser dos que se protejan mutuamente.

--Sí, claro. ¿Y si uno de los dos es el asesino?. Volveremos a donde estábamos

pero seremos uno menos.

57
--Es la única solución que nos queda. Hay que avisar a alguien de fuera.

-De momento alguien podría fotografiar el escenario del crimen, las huellas, la

cuerda, el charco y el entorno; así podríamos descolgar al pobre Ramón Alger y dejarlo

en un nevero hasta que llegue la policía o el juez. Es inhumano tenerlo ahí colgado y,

además, alguna alimaña, acabará comiéndole los ojos.

Dimas Freixa que se había erigido ya en cabecilla del consejo propuso que los

dos que debían ir a Albuñan fueran Andrés Pascual, por su conocimiento del paso y

Marcos Luengo por su capacidad médica de descripción del cadáver y la gravedad del

asunto.

Tanto Andrés Pascual como Marcos Luengo sabían que si marchaban juntos

tendrían que escudriñar la maleza y , también, intentar averiguar que pensaba el otro.

Cualquiera de los dos podría ser el asesino.

Dimas Freixa y Alejo Alted se encargaron de descolgar el cadáver de Ramón

Alger , quién sabe, probablemente ambos necesitaban confirmar que Ramón Alger

estaba definitivamente muerto, oler su carne corrupta y ver como le rodeaban las

moscas.

La tierra se había secado pero aún guardaba el color rojo cereza que se había

oscurecido como cuando madura la uva. Cargaron el cadáver sobre la espalda de Dimas

Freixa y emprendieron la subida hacia Gor.

Habían vaciado el nevero de la cueva de Ramón Alger. Ahí aguardaría a la

policía y al juez.

58
Hacía ya como una hora que Andrés Pascual y Marcos Luengo habían

emprendido el paso hacia Albuñan, probablemente no había siquiera alcanzado la mitad

de la subida de la garganta.

Se sentaron junto a la correntía del Brezo, habían superado , quizás, la más

abrupta subida. A partir de ese momento la inclinación del terreno no superaría el cinco

por ciento y con el trabajo de Andrés Pascual el paso se había convertido en una

continua pero suave subida que culminaba en el sauce blanco.

--Andrés Pascual, permíteme que te haga una pregunta, eso sí, necesitaría que la

respuesta fuese lo más sincera posible pues me aliviaría enormemente y haría de mí un

acompañante mucho más agradable y colaborador.

--Tú dirás, Marcos Luengo. No tengo ningún problema en contestarte a ninguna

pregunta. A ti, precisamente, te tengo mucho aprecio y , he de confesarlo, una envidia

insana. Ya me gustaría a mí poder vivir sin trabajar.

--Dime. El corte que llevas en el costado, por su uniformidad y limpieza no es un

desgarro producido por una rama. Cualquier estudiante de medicina de primer año

sabría reconocerlo. Dime. ¿Cómo te lo hiciste?.

--Sabía que te darías cuenta. ¿Recuerdas que os hablé de una mujer a la que

estaba viendo en Albuñan?. Nunca me dijo que tenía un hermano que odiaba a los

goreños y , es más, cuando nos sorprendió venía avisado por los amigos que me habían

visto entrar en la casa en plena noche; o sea que venía ya preparado para cualquier cosa.

Sin mediar palabra se abalanzó sobre mí y me clavó el cuchillo en el costado. Su

hermana salió en mi defensa y le golpeó brutalmente con la lámpara. Así pude escapar

de una muerte segura. Como comprenderás no era como para contarlo en la taberna de

Gor.

--¿Que ha pasado con la mujer?

59
--La han desterrado a la capital. La casarán con alguien lo antes posible y tendrá

montones de hijos que no desea.

--¿Realmente os queréis?

--Desde hace años

--Y porqué no os marcháis de estas tierras. Hay otro mundo ahí afuera. Podéis

ser felices en otro lugar. Yo no sería capaz de vivir sin tener a la persona que quiero y

aún más sabiendo que la fuerza alguien al que no ama.

--Tú puedes hacerlo Marcos Luengo , tienes dinero pero yo vivo de lo poco que

nos da el río y las viñas. No hay como para establecerse fuera de aquí, a mi edad.

--Me quieres decir, Andrés Pascual, que tienes el corazón joven para enamorarte

y , al mismo tiempo, viejo como para no luchar por él.

--La vida me ha tratado mal tantas veces que una más sólo ocupa un rincón del

alma y nada más. ¿Un vino?

--Me gustaría ser todo de vino y beberme yo mismo, dijo el poeta. Bebamos.

--¿qué poeta?

--¡Hombre!..El nuestro, al que mataron en Viznar.

--¡Ah! El rojo homosexual.

--No seas bruto hombre, eso al final dio igual. Dime Andrés Pascual ¿Cómo

definirías el olor de tu sangre?. Desde que te hirió ese hombre hasta que cesó la

hemorragia tuviste tiempo suficiente como para poder definir su olor ¿no?

--Verás, no es la primera vez que huelo mi sangre. Ya tuve otras experiencias

igual de desagradables cuando recogíamos oro del río. En algunas ocasiones tuve que

coserme algún que otro corte en los pies y en las manos como éste , ¿ves?, este casi me

deja con nueve dedos. El olor de la sangre es algo complicado de explicar. Es de una

esbelta elegancia con una bellísima expresión aromática rica en notas de frutos negros,

60
sotobosque , cueros y minerales. En fin , me imagino que así como huelen todas las

sangres.

--¿Acaso no has olido otras sangres?

--Yo no maté a Ramón Alger

--No quería insinuar eso

--Si , sí querías, desconfías de mí a pesar del costado rajado por esa bestia.

--Nadie sabe con exactitud a qué hora asesinaron a Ramón Alger. Tal vez te lo

encontraste cuando regresabas de Albuñan. Tal vez sabía lo tuyo con esa. Recuerda que

Ramón Alger lo sabía todo de todos. Tal vez tuviste que matarle.

--O tal vez no. Tal vez fuiste tú y ahora con astucias pretendes hacerme creer

que fui yo o al menos de que existe esa posibilidad. Tal vez fuiste tu Marcos Luengo.

Tu has olido muchas más sangres que yo ¿verdad?. Tú podrías, seguro, quitarle la vida a

alguien sin sentir arcadas ó prejuicios. Dime ¿Cómo es la sangre de Ramón Alger?.

--Cundo llegué ya estaba muerto y la sangre, como los vinos, lo sabes

perfectamente, cambia de aroma al contacto con el aire. La sangre de Ramón Alger

empezaba a secarse entre los terruños pero olía a fruta roja y especias. Un aroma suave,

con cuerpo, dulcemente tánico y prolongado. No , Andrés Pascual, yo no asesiné a

Ramón Alger aunque , lo reconozco, no me hubiera importado de tener el suficiente

valor para ello.

--¿Alguien como tu no tiene el valor necesario?. Disculpa pero no te creo. Sigo

pensando que necesitabas asesinar a Ramón Alger para seguir impune del otro

asesinato.

--Si es cierto, lo necesitaba.

61
XI

En el día de la fecha y ante el oficial de guardia de esta Comandancia de

Albuñan cuya identificación y firma constan al pie, se presenta el que dice llamarse

Marcos Luengo con evidente síntomas de lucha, leves heridas en ambas manos y algo

aturdido.

El declarante dice haber sido atacado por el que le acompañaba , Andrés

Pascual, ambos son vecinos de la partida de Gor de este ayuntamiento y que en legítima

defensa golpeó a su supuesto atacante hasta dejarlo sin sentido , tirado en tierra, a la

altura del Sauce Blanco en el paso que sube La Sagra desde la citada partida y que

acaba en este municipio.

Declara , así mismo, no saber si el susodicho acompañante yace muerto allí

donde lo dejó.

Preguntado por el motivo del ataque que supuestamente recibió de Andrés

Pascual dice que fue, probablemente, envuelto en una especie de locura transitoria y que

sólo le gritaba “¡fuiste tu!, ¡fuiste tu!” mientras le golpeaba con algún bastón o arma no

punzante.

Es entonces cuando el declarante, médico titulado pero no ejerciente, comunica a

este cuerpo de guardia que hace tres días, o sea, el lunes próximo pasado, alguien del

que no se sabe ciertamente dato alguno asesinó vilmente al también vecino de Gor

62
Ramón Alger, al que el escribiente de este dice conocer de años. El cadáver fue

encontrado colgado por los pies con el cuello degollado y totalmente desangrado en

tierras propiedad de José Romeu.

Declara que fue encargado de enviar noticia de lo sucedido a esta comandancia

el también goreño Julián Rúa al que este oficial de guardia y el escribiente conocen

sobradamente y manifiestan no haber visto desde el mes pasado. Parece ser, según

indica el declarante, que pudo haberse perdido por el camino, cosa extraña pues el

mensajero conocía perfectamente el paso y lo hacía varias veces al mes para entregar y

recoger encargos. Este último punto lo ratifica el oficial de guardia firmante pues el

mensajero era conocido personalmente y en alguna ocasión trasladó citaciones y

documentos oficiales desde la comandancia a la pedanía de Gor, documentación que él

mismo entregó al mensajero.

Se apunta la posibilidad de que dado su escaso raciocinio y su evidente

minusvalía psíquica pudiera haberse desviado del paso por cualquier motivo imaginable

perdiéndose entre la maleza y, ¡Dios no lo quiera! Caer por alguna de las balconadas

hacia el fondo de la garganta.

Temiéndose, por tanto, que las víctimas mortales de Gor puedan elevarse a tres,

punto éste que el declarante duda pues, según dice, cree muy probable que el número de

asesinatos sea mayor dado el clima de desconfianza, terror y aislamiento que reinaba en

Gor iniciaron el camino a estas dependencias.

Es posible, apunta el declarante, que los goreños hayan decidido tomarse su

propia justicia de forma que puede que se hayan matado, con o sin razones, entre ellos

mismos.

Escuchada con atención y convicción la teoría del declarante y teniéndose en

cuenta lo que la costumbre nos tiene enseñado a cerca de lo frecuente que viene siendo

63
entre los goreños la pérdida de razón y la comisión de actos irracionales el oficial de

guardia decide avisar a su inmediato superior pues la gravedad del caso así se valora. Se

le explica clara y concisamente a ése los hechos y las sospechas descritas.

Entendido el asunto se presenta en las dependencias de esta Comandancia el

capitán Samuel Cruz el cual ya había contactado de camino con los servicios de la

central de la capital pues temía que serían precisos más efectivos de los que se disponen

en Albuñan.

El Capitán Samuel Cruz reconoce al declarante pues recordaba haber instruido

las diligencias pertinentes en el caso de la muerte extrañamente coincidente de sus

progenitores. Aunque siempre quedaron dudas razonables no pudo probarse asesinato

alguno entonces. Se sorprende el Sr. Capitán de volverse a encontrar al declarante

inmiscuido en otro u otros asesinatos a lo que el declarante contesta con algo de

prepotencia que el siguiente en ser asesinado podría haber sido él, mostrando entonces a

los presentes las heridas de ambas manos y brazos a lo que el señor Capitán Samuel

Cruz le contestó (cito literalmente a petición del declarante y para futuras acciones

legales): “Buena coartada” .

El señor Capitán ordena la formación de un grupo armado para que se dirija

rápidamente a Gor en evitación de males mayores. Para el desplazamiento rápido toman

el vehículo todo terreno equipado con material antidisturbios y armas cortas.

El señor Capitán deja órdenes precisas al grupo para que a la altura del Sauce

Blanco , punto en el cual se pierden las señales de radio, den un primer parte de

situación aunque éste sea el de sin novedad. Ordena también que se deje en el

mencionado punto el aparato de radio conectado y que de los seis números desplazados

, uno de ellos quede a menos de quince minutos de marcha del aparato, luego en fila de

64
a uno se acerquen a Gor sólo dos efectivos quedando los otros tres a distancias similares

para poder transmitir al más cercano a la radio la situación encontrada.

Los efectivos abandonaron las dependencias de esta Comandancia a las

veintidós horas y quince minutos por lo que se calcula por el Señor Capitán que a las

cuatro de la madrugada aproximadamente debían recibir la primera comunicación por

radio.

Mientras tanto tendrían tiempo suficiente los efectivos de la central de llegar

hasta Albuñan y marchar con más autoridad hacia Gor.

Se requiere por vía de urgencia la presencia del Sr. Juez de guardia para que

proceda al levantamiento del cadáver ó los cadáveres que pudieran hallarse en Gor.

65
Epílogo

Fui interrogado e imagino que también fui el principal sospechoso por ser, que

yo sepa, el único superviviente o al menos el único que no fui asesinado en Gor dejando

a un lado a Marcos Luengo.

De nada de lo sucedido se me pudo inculpar pues no hallaron , porque no los

había, motivos que me impulsaran a cometer crimen alguno. Sólo el Capitán Samuel

Cruz dudó de mi declaración pero, al final, no tuvo más opción que admitirla como

veraz.

Las brigadas que inspeccionaron Gor durante varios días llegaron a la conclusión

de que lo ocurrido en Gor había sido fruto de una especie de terror colectivo que nubló

en extremo la razón de los goreños.

No dudo, en absoluto, que así fue.

Para el Capitán Samuel Cruz sólo quedaba por aclarar el primero de los

asesinatos que, efectivamente, fue el detonante de ese supuesto terror.

--Quizás no fuera ninguno de ellos el asesino a pesar de que todos tenían

motivos y razones que pudieran conducirlos a cometer el asesinado de Ramón Alger.

Quizás el verdadero asesino sólo quería provocar este baño de sangre en Gor. Quizás

fue usted señor Alted.

--O quizás no- le contesté sin preocupación ni temor alguno.

66
Seguí el curso de las investigaciones a través de la prensa de la capital. Guardé

crónicas y artículos para utilizarlos en mi novela, incluso guardé aquel que daba cuenta

de la extraña aparición , quince días después de los hechos, del pobre e inocente Julián

Rúa.

Según el redactor había estado escondido en una de las cuevas de La Sagra

alimentándose de bayas y bebiendo de una de las fuentes que se despistan del río.

Preguntado por los motivos de tal desaparición el pobre Julián Rúa dijo que conforme

ascendía por el paso iba recapacitando sobre lo ocurrido y lo que pudiera estar por

pasar. Que entre esos pensamientos se le aparecieron visiones de los asesinatos de todos

los goreños de forma que le asaltó el pánico y decidió esconderse en la cueva y quedarse

allí solo para siempre. No pretendía volver a Gor nunca pero un agente le descubrió

cuando bebía en la fuente vieja. Quiso huir pero no pudo. Sólo alcanzó a decir: “Yo no

he matado a nadie”.

Según cuenta el redactor, el caso se daba por cerrado una vez aparecido el

verdadero asesino pues ni la autoridad competente ni la opinión pública habían creído

sus razones para esconderse. Siendo el objeto de tal huída el de librarse del castigo

pertinente.

Sí, publiqué mi novela y está siendo un gran éxito pero yo desde que volví de

Gor no puedo conciliar el sueño y las horas se estiran inexplicablemente. Veo y siento

cosas que no quiero. Tengo las ideas huidas de nuevo y las conferencias, firmas y

entrevistas no me atraen. Algún crítico me tachó de indigno profesional y mi editor me

recrimina esta actitud constantemente pero no puedo ni quiero estar con gente. Quiero

estar aquí a solas. Yo y todos a los que asesiné.

Acabo de recibir una nota de mi maestro Emilio Castro Téllez, dice: “Espero por

mi bien que nunca escribas sobre mi. Vende libros como este último y acabarás

67
colgándote de una lámpara. Tranquilo, al cabo de un tiempo el olor alertará

subrepticiamente a los vecinos y algún forense abrirá en canal lo que quede de tu

pecho. Lástima, podrías haber sido un buen escritor. Brindemos”.

Precisamente mi maestro me ha abierto los ojos a una nueva trama que sería,

seguro, un gran éxito de ventas. Si bien los delitos cometidos ya están publicados y sólo

bastaría con aseverar que se trata de hechos reales podría ya no dejar por escrito mi final

sino grabado, de forma que mientras vaya subiéndome a la silla y ajustándome el nudo a

la garganta iría describiendo lo sentido y lo esperado, gritaría en mis últimos estertores

de muerte cómo se me viene la falta de aire y cómo mis órganos dejan de funcionar

hasta que con el último resquicio de aire de mi garganta salga un brindemos y mi copa

de vino caiga definitivamente de mi mano dejando sobre la alfombra un charco rojo

cereza como lo dejaría mi sangre.

--Brindemos.

68
Apostillas
La marca del ángel

La marca del ángel es el leve surco vertical que recorre el espacio entre nuestra

nariz y nuestros labios.

Si el rostro es la representación carnal del alma y , según el arquitecto Vitrubio,

la distancia desde la parte inferior de la barbilla a la nariz y desde el nacimiento del

pelo a las cejas es, en cada caso, la misma, y, como la oreja , una tercera parte del

rostro , va resultando que los órganos que nos sirve el olfato y el gusto son la tercera

parte del alma. Se ha comprobado repetidas veces que grandes sumilleres sometidos a

una cata “a ciegas” describen –excepto el color, lógicamente- perfectamente el vino en

cuestión, su calidad e incluso su cosecha y procedencia, lo cual nos lleva a la conclusión

de que los sentidos que no le pueden faltar a un amante del vino son el olfato y el gusto.

La frontera entre nuestro órgano olfativo y nuestra boca, es decir la zona

nasofaríngea, la establece ese pequeño surco convexo que forma la hendidura bucal.

Esta aparentemente insignificante parte del rostro humano resulta totalmente

necesaria y útil para un buen amante del vino pues es en ella donde siempre se apoyará

el vidrio fino de la copa tanto en la segunda como la tercera fase de la cata.

69
Olor y sabor.

Un buen sumiller pondría color sólo con el olor y el sabor de un buen vino.

Un ángel, cuenta la leyenda sufí, posa un dedo sobre los labios del bebé en el

instante anterior a su nacimiento. Esa breve caricia borra en el infante la memoria del

paraíso del cual procede y le susurra una única palabra “aprende”.

Un río cumplía la misma función que el ángel judío entre los griegos antiguos.

Antes de reencarnarse, las almas debían beber del Leteo, uno de los ríos del Hades, para

destruir el recuerdo de sus vidas pasadas. Sus dulces aguas provocaban un olvido

completo y placentero de todo lo aprendido previamente pues si el hombre conservara

memoria de todo lo vivido sería dueño de toda ciencia , la del bien y la del mal.

Esa sabiduría es la que rodea al niño durante el embarazo convirtiéndose así el

vientre materno en el paraíso soñado.

Todo lo ha de olvidar para volver a aprenderlo a lo largo de su nueva vida.

Si no lo olvidara acabaría siendo el mismo Dios.

70

S-ar putea să vă placă și