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2. ¿Quién es Dios?
3. ¿Cuál es la esencia metafísica de Dios?
4. ¿Cómo sabemos de Dios?
5. ¿Qué significa que Dios es simple Espíritu?
6. ¿Qué significa que Dios es infinitamente Perfecto?
7. ¿Cuál es la esencia física de Dios?
ATRIBUTOS DIVINOS:
8. Inmutabilidad de Dios
9. Eternidad de Dios
10. Unicidad de Dios
11. Omnipresencia de Dios
12. Omnisciencia de Dios
o Salvación y predestinación
o El Libro de la Vida
o Señales de Predestinación
o Divina Providencia
13. Omnipotencia de Dios
14. Misericordia Infinita de Dios
15. Justicia Infinita de Dios
16. ¿Podemos llamar a Dios "Madre"?
Ahora bien, no se ama a quien no se conoce. Hay personas con quienes uno se
encanta desde el momento de conocerlas. Si eso es así entre los seres humanos, que
estamos llenos de defectos, ¡cómo será con Dios que es infinitamente perfecto y sin
defecto alguno! De allí que sea importante conocer a Dios para poder amarlo -si es que
aún no lo amamos- o para amarlo más y mejor –si es que ya hemos comenzado a
amarlo.
2. ¿QUIEN ES DIOS?
Dios es un Ser que existe por Sí mismo desde siempre, absolutamente simple
Espíritu, infinitamente perfecto, Creador de cielo y tierra, y soberano Señor de todas
las cosas.
Como Dios es infinito y perfecto, ningún ser creado puede comprender plenamente su
naturaleza. Dios, por tanto, resulta incomprensible, inaccesible a nosotros, seres
humanos imperfectos y limitados. Así dice San Pablo de Dios: “Al Unico Soberano, Rey
de Reyes y Señor de los Señores, al único inmortal, que vive en una Luz inaccesible y
que ningún hombre ha visto ni puede ver, a El sea el honor y el poder por siempre
jamás” (1 Tim. 6, 15-16).
Para nosotros conocer a Dios, para intentar atisbar lo que Dios es, dependemos
de las revelaciones que El nos ha hecho de Sí mismo, contenidas en la Biblia.
“Moisés contestó a Dios: ‘Si voy a los hijos de Israel y les digo que el Dios de sus
padres me envía a ellos, si me preguntan: ¿Cuál es su nombre, yo ¿qué les voy a
responder?’ Dios dijo a Moisés: ‘Yo soy: YO-SOY’” (Ex. 3, 13-14).
Esta idea que aparece desde el comienzo de la Biblia, en el libro del Exodo,
también aparece al final, en el último libro, el Apocalipsis: “Yo soy el Alfa y la Omega,
dice el Señor Dios, El que Es, el que era y el que ha de venir, el Señor del Universo”
(Ap. 1, 8).
San Agustín, uno de los Padres de la Iglesia, explica lo que significa la aseidad de
Dios así: “Oíd lo que se dijo a Moisés cuando preguntaba el nombre de Dios: Yo soy El
que Soy. Mira si alguna otra cosa es: junto a Dios ninguna creatura tiene verdadero
ser, pues lo que de verdad es no conoce mudanza alguna. Todo cuanto se muda y
fluye y en ningún tiempo cesa de cambiar, eso fue y será, pero no es, porque lo que
fue, ya no es; lo que será, todavía no es, y lo que viene para pasar será para no ser.
Pero en Dios no hay fue y será, sino únicamente es.”
Sin embargo, será sólo en el Cielo, cuando contemplemos la esencia de Dios tal
como es en sí misma, lo que se denomina la “Visión Beatífica”. Entonces conoceremos
a Dios plenamente, de la misma manera como El desde siempre nos conoce a
nosotros. “Cuando El se manifieste en su gloria seremos semejantes a El, porque lo
veremos tal cual es” (1 Jn. 3, 2b).
Para entender esta realidad, es necesario saber que en Filosofía se describen dos
clases de sustancia: espiritual y física.
Una sustancia física está formada por partes. El aire que respiramos, por
ejemplo, está compuesto de nitrógeno y oxígeno. Y estos elementos químicos a su vez
están compuestos de moléculas y átomos, y los átomos de neutrones, protones y
electrones. Las sustancias físicas llevan en sí los elementos de su propia composición,
ya que sus partes pueden separarse unas de las otras.
En los tres casos: Dios, Angeles y almas, hay una inteligencia que no depende de
la sustancia física para actuar.
Sin embargo, es cierto que en esta vida nuestra alma está unida a un cuerpo físico y
éste le sirve de apoyo para sus actividades. Pero no hay una relación de dependencia
entre ellos. De hecho, cuando se separa del cuerpo por la muerte, el alma aún vive,
pues es sólo espíritu.
Que Dios sea infinitamente Perfecto significa que no hay nada bueno, deseable o
valioso que no lo tenga Dios y que, además, lo tenga en grado absolutamente
ilimitado.
Las perfecciones de Dios son Dios mismo … o como se diría en Teología: son de
la misma sustancia de Dios. Esto significa que, para ser exactos, no deberíamos decir
“Dios es bueno”, sino “Dios es Bondad”. Ni tampoco “Dios es sabio”, sino “Dios es
Sabiduría”.
Tampoco diríamos Dios ama, sino que Dios es el Amor mismo. Así lo expresa San
Juan: “Dios es Amor” (1 Jn. 4, 8b).
“Fascinados con tanta belleza, los consideraron como dioses, pero entonces, ¿no
debieron haber sabido que su soberano es todavía más grande? Porque sólo son
creaturas del que hace que aparezca toda esa belleza … Porque la grandeza y la
belleza de las creaturas dan alguna idea del Que les dio el ser” (Sb. 13, 2-5).
“Si el alma tuviese un solo atisbo de la alteza y hermosura de Dios, no sólo una
muerte apetecería por verla ya para siempre, … pero mil acerbísimas muertes pasaría
muy alegre por verla un solo momento, y, después de haberla visto, pediría padecer
otras tantas por verla otro tanto”
El problema está en que asumir a Dios y explicarlo es sumamente difícil para los
seres humanos, que somos limitados en saber y en lenguaje para expresar la infinita
perfección de Dios.
Bien dijo San Agustín (354-430), Obispo de Hipona, Doctor de la Iglesia, uno de
los últimos representantes de la Patrística, que Dios no sería Dios si no fuera
muchísimo mayor que la capacidad de comprensión de los seres humanos.
Todos los atributos divinos Dios los posee sin medida: todos son infinitos. Esto
que parece evidente y harto conocido es muy importante de retener y de saber aplicar
en nuestra vida espiritual, porque algunos en nuestro tiempo han querido destacar
ciertos atributos divinos, como la Misericordia, por ejemplo, y opacar otros, como
sucede con la Justicia Divina. Y uno de los más sorprendentes errores es el pretender
esconder o soslayar su Omnipotencia, oponiéndola a su Bondad.
Que no nos suceda como los ciegos de aquella fábula que tocando cada uno una
parte de un elefante, creyeron ver en cada parte la totalidad del animal: el que palpó
una pata pensó que un elefante era como un árbol; el que tomó contacto con la
trompa pensó que era como una serpiente; el que tocó el colmillo creyó que un
elefante era como un cuerno. Ninguno de los ciegos pudo saber cómo era el animal,
pues sólo pudo apreciar una de sus partes.
En la antigüedad, los Persas pensaban que Dios era fuego … y Dios es luz,
ciertamente. Los Caldeos, en cambio, pensaban que era una bellísima estrella … y Dios
es ciertamente hermosísimo. Ahora bien, estos conceptos insuficientes y reduccionistas
de Dios no son errores prevalentes sólo en las antiguas civilizaciones. En efecto, se da
el caso en nuestros días que muchos de nuestros contemporáneos, influidos por los
conceptos New Age, piensan que Dios es mera energía. Pero Dios es muchísimo más
que energía, Dios es Todopoderoso … o más precisamente: Dios es la Omnipotencia
misma.
ATRIBUTOS DIVINOS
8. INMUTABILIDAD DE DIOS
Ser inmutable es ser siempre el mismo, sin experimentar ningún tipo de cambio
o mutación. No cambian ni Dios, ni sus designios. Así nos dice la Sagrada Escritura:
“El proyecto del Señor subsiste siempre, sus planes prosiguen a lo largo de los
siglos” (Sal. 32, 11).
“Hace tiempo que fundaste la tierra, y los cielos son la obra de tus manos; ellos
perecerán, pero tú permaneces. Todos se gastan como la ropa, los cambias como un
vestido, y se mudan, pero Tú eres el mismo, tus años no se acaban” (Sal. 101, 26-
27).
“Todo don valioso, todo regalo precioso viene de la alto y ha bajado del Padre de
las Luces, en Quien no hay cambio, ni variación” (St. 1, 17).
Por eso, cuando la Biblia dice, por ejemplo, que Dios se arrepintió de haber creado a
los seres humanos, o cuando habla de la ira divina, son términos que el escritor
sagrado usa en forma figurativa, pudiéramos decir “humanizada”, que no deben
tomarse en forma literal.
Los designios de Dios son estables. Si Dios hace un milagro, no es que está
cambiando sus planes, sino que El desde siempre dispuso las leyes de la naturaleza y
desde siempre previó las excepciones que El mismo haría.
Si, como dice San Juan, “Dios es Amor”, y Dios no cambia, Dios desde siempre
ha sido Amor, es Amor y seguirá siendo Amor para siempre.
En efecto, nos dice el Catecismo (cf. #218) que el pueblo del Antiguo Testamento
pudo descubrir que la razón que Dios tuvo para revelársele y para escogerlo como Su
Pueblo, fue precisamente su Amor Infinito e Inmutable, apreciación que recoge la
Biblia muy claramente: “Te ha elegido por el amor que te tiene y para cumplir el
juramento hecho a tus padres” (Dt. 7, 8) … “porque amaba a tus padres” (Dt. 4, 37)
… “sólo con tus padres estableció Yavé lazos de amor” (Dt. 10 ,15).
Y si estos enunciados de amor del libro del Deuteronomio fueran insuficientes
para convencernos que Dios es Amor siempre, ¿qué decir de la clemencia y la
misericordia de Yavé, Quien no cesó de salvar al Pueblo de Israel, a pesar de sus
repetidas infidelidades y reclamos?
Y ¿qué decir de las declaraciones de amor que Dios, como Esposo fidelísimo, hace
a su Esposa infiel, a su Pueblo –prefiguración de su Iglesia- a través de uno de sus
Profetas? “Por eso ahora la voy a conquistar, la llevaré al desierto y allí le hablaré a su
corazón…
Y allí ella me responderá como cuando era joven. Aquel día, dice Yavé, ya no me
llamarás más ‘Señor mío’, sino que me dirás ‘Esposo mío’ … Yo te desposaré para
siempre. Justicia y rectitud nos unirán, junto con el amor y la ternura. Yo te desposaré
con mutua fidelidad, y conocerán Quién es Yavé” (Os. 2, 16…23.
El mismo Dios de ayer, de hoy y de siempre, el Dios que es Amor –y que es todo lo
demás que es, con todos sus atributos- y que es así, tanto en el Antiguo, como en el
Nuevo Testamento, como hoy y como siempre, para toda la eternidad. “Dios no se
muda”, dice bien Santa Teresa de Jesús. Dios es siempre el mismo. He allí la
Inmutabilidad de Dios.
9. ETERNIDAD DE DIOS
De allí que al darnos su nombre “Yo Soy”, en seguida nos dice que “Yo Soy” es su
nombre “para siempre” (Ex. 3, 14-15).
Sólo Dios es eterno: sin principio ni fin. De allí que, a pesar de que a veces se
diga que el alma es eterna o que los Angeles son eternos, en realidad es más
apropiado hablar de los Angeles como seres inmortales, mas no eternos, pues inmortal
significa que no tendrá fin, pero que sí tuvo principio. Y los Angeles son seres creados;
no existen desde la eternidad.
El medir nuestro tiempo con reloj de eternidad, nos hace pacientes para esperar
el momento del Señor. Dios nos atiende y nos sacia en el momento que más nos
conviene, no cuando nosotros creemos que debe ser.
De allí que San Pedro, el primer Papa, nos pueda decir: “Delante del Señor, un día es
como mil años y mil años son como un día” (2 Pe. 3, 8).
Unicidad no es lo mismo que unidad. Unidad significa que Dios es uno. Unicidad
significa que es único.
Un ser puede ser uno sin ser único. Si en el mundo no existiera sino un solo ser
humano, ése sería no solamente un ser humano, sino que sería el único.
Otro error con respecto de la unicidad de Dios es el dualismo, por medio del cual
se admite un doble principio supremo: uno del bien, del que proceden todos los bienes,
y otro, del mal, del que proceden todos los males.
“Omnis” viene del latín “todo”. Es así como Omnipresencia significa que Dios está
siempre presente en todas partes.
Y cuando decimos que está en todas partes, no es que una parte de Dios esté en
un sitio y otra en otro: Dios está Todo El en todas partes.
Si Dios nos conoce con ese conocimiento infinito y detallado, ¿nos damos cuenta,
entonces, que nuestros pecados los cometemos en presencia de Dios? Si nos
avergonzamos de nuestros pecados ante nuestros semejantes, ¿cómo no
avergonzarnos ante Dios que todo lo ve? ¿Cómo pretender escondernos de El para
pecar?
Cuando San Pablo en Atenas, sintiendo gran malestar, pues la ciudad estaba
llena de ídolos, al serle requerida una explicación a sus enseñanzas por parte de
filósofos griegos, comienza a hablarles del “Dios desconocido”, al que los atenienses –
en medio de tantos ídolos- también habían dedicado un altar, en ese famoso discurso
en el Areópago proclama:
“El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él, siendo Señor del Cielo y de la
tierra, no vive en santuarios fabricados por hombres … En realidad Dios no está lejos
de cada uno de nosotros, pues en El vivimos, nos movemos y existimos” (Hech. 7, 24
y 28).
“¿No saben ustedes que son Templo de Dios, y que el Espíritu de Dios habita en
ustedes?” (1 Cor. 3, 16).
Ahora bien, en los seres que no están en gracia, Dios está presente solamente
dándoles el ser. Y esto es así porque el pecador no permite que la gracia divina lo
penetre, está cerrado a la vida de Dios en su alma. Su alma está muerta en vida, es
decir, está muerta a la vida sobrenatural, aunque tiene vida natural.
Es la presencia propia del Cielo. Si bien Dios está presente en todas partes, no en
todas partes se deja ver. Sólo en el Cielo lo veremos tal cual es.
“Ahora vemos como en un mal espejo y en forma confusa, pero entonces será cara a
cara. Ahora solamente conozco en parte, pero entonces le conoceré a El como El me
conoce a Mí” (1 Cor. 13, 12-13).
Dios, entonces, conoce todas las cosas: conoce todo lo que ha existido y lo que
puede llegar a existir, todo lo que se ha hecho y todo lo que pueda llegar a ser hecho.
Dios conoce perfectísimamente todas las cosas. Y las conoce, no de una manera
confusa o general, sino con un conocimiento clarísimo y singular, el cual llega hasta las
más mínimas diferencias y detalles.
Esto significa que Dios conoce íntimamente todo lo material y lo espiritual:
conoce una partícula de polvo que pueda atascar un mecanismo delicado y conoce
igualmente el sentimiento secreto de una persona.
Ahora bien, la forma de conocer de Dios y nuestra manera de conocer son bien
diferentes. El ser humano va conociendo una cosa tras otra, lentamente, algo parecido
a como un niño que comienza a hablar, palabra tras palabra.
No así Dios. Dios conoce todas las cosas de una sola vez. Y las conoce así desde
toda la eternidad. El conoce a todos los que hemos vivido, cada árbol y cada planta,
cada pensamiento nuestro. Y todo esto, en un instante.
Los especialistas requieren casi una vida para obtener conocimiento en una
determinada especialidad. Dios lo conoce todo … todo, todo … instantánea y
completamente.
Dios inclusive conoce lo que hubiera sucedido en un caso dado, pero que no llegó
a suceder. Por ejemplo, Dios sabe qué hubiera sido de una persona si en vez de haber
estudiado para ser Médico, hubiera estudiado Ingeniería.
Otro ejemplo: Dios conoce también lo que hubiera sido de una persona con
vocación sacerdotal que, no siguiendo el llamado de Dios, decidió seguir otro camino.
Aplicando esto a un caso del Evangelio, Dios supo qué hubiera sido del joven rico si
hubiera dejado sus bienes y hubiera seguido a Jesús, quien lo llamó para ser uno de
sus discípulos. (cf. Mt. 19, 16-26).
Este conocimiento de Dios que incluye todas las otras alternativas posibles de un
instante concreto de la vida de cada uno de nosotros y de la historia de la humanidad
lo hace Juez infinitamente Justo, pues al conocer todo, toma en consideración todas las
posibilidades. Este tipo de conocimiento divino está descrito por Cristo en el Evangelio,
cuando se refiere a dos ciudades donde había hecho muchos milagros:
Dios sabe cómo dirigir todo de la mejor manera para llevar a cabo su plan de
salvación para cada uno de nosotros. La Sabiduría Infinita de Dios es el funcionamiento
de su Omnisciencia.
Dios conoce perfectamente todas las cosas, “por que todo queda desnudo y al
descubierto a sus ojos” (Hb. 4, 13), “incluso lo que ha de acontecer por libre acción de
las criaturas”
La Omnisciencia de Dios siempre ha llevado a los seres humanos de todos los tiempos,
sobre todo a los cuestionadores de la Fe y a aquéllos que no están muy a tono con la
Voluntad de Dios, a preguntarse lo siguiente:
Si Dios lo sabe todo, por supuesto sabe si me voy a salvar o a condenar, ¿para qué,
entonces, esforzarme en tratar de lograr la salvación?
A sabiendas de que vamos a tratar el tema teológico más difícil y complicado,
intentaremos aclarar lo mejor posible este dilema, pero partiendo de la premisa de que
la respuesta totalmente cabal no la obtendremos durante nuestra vida en la tierra.
Como este tipo de dudas casi insolubles las pone en nuestra mente el Enemigo
de Dios, para tratar de que muchos se desvíen hacia esta aparente calle sin salida,
observemos que –como en todas sus proposiciones- hay una mentira. No en vano San
Juan dice del Demonio: “Cuando habla, de él brota la mentira, porque es mentiroso y
padre (o inventor) de toda mentira” (Jn. 8, 44).
Es cierto: Dios conoce el mal que haremos los seres humanos. Pero … ¿podemos decir
que hacemos algo malo porque Dios conoce que lo vamos hacer? No. En otras
palabras: Dios conoce el mal que voy a hacer, y lo conoce porque lo voy a hacer. Pero
no es que lo hago porque Dios lo conoce de antemano. Son dos cosas muy distintas y
contrapuestas. ¿Vemos la confusión en la que intenta meternos el Enemigo?
Así que quien se condena se condena a sí mismo. No se condena porque Dios conozca
de antemano este hecho.
Dios no nos hizo creaturas estilo robots. Dios nos hizo libres. Y desea que
optemos por El libremente. Para esto nos da todas las gracias necesarias para ser
salvados. Se preocupa por nosotros día y noche, cada instante de nuestra vida. Y está
pendiente de cada pecador para que se arrepienta y se salve.
“Vengan para que arreglemos cuentas. Aunque sus pecados sean colorados,
quedarán blancos como la nieve” (Is. 1, 18).
En resumen, Dios predestina para el Cielo a los buenos, pero jamás predestina a
los malos al Infierno. La condenación se da porque el pecador no se arrepiente de su
pecado y persiste en esa actitud hasta el momento de su muerte.
De allí que, tan pronto como en el año 855 en el Concilio III de Valence, la Iglesia haya
proclamado: “Y no creemos que los malos se perdieron, porque no pudieron ser
buenos, sino porque no quisieron ser buenos” (Denz. 321)
Pues Dios es quien produce en ustedes tanto el querer como el actuar tratando
de agradarle” (Flp. 2, 13).
Pero El, en forma gratuita, les regala su perdón, mediante el rescate que se dio
en Cristo Jesús” (Rm. 3, 24).
Así, no depende eso del querer o del esforzarse de uno, sino de Dios, que tiene
compasión” (Rm. 9, 16)
¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste ¿por qué te sientes orgulloso
como si no lo hubieras recibido?” (1 Cor. 4, 7).
Bien dice, entonces, el Magisterio de la Iglesia, según el Concilio de Quiercy (año 855):
“Dios Omnipotente quiere que todos los hombres sin excepción se salven (1 Tim. 2, 4),
aunque no todos se salvan. Ahora bien, que algunos se salven es don del que
salva; pero que algunos se pierdan es merecimiento de los que se pierden” (Denz.
318).
“No se alegren porque someten a los demonios; alégrense más bien porque sus
nombres están escritos en el Cielo” (Lc. 10 , 20).
“El que venza vestirá de blanco. Nunca borraré su nombre del Libro de la Vida;
más bien lo proclamaré delante de mi Padre y de sus Angeles” (Ap. 3, 5).
Dios conoce con exactitud y sin equivocarse cuántos y cuáles son los seres
humanos que se salvarán y quiénes se condenarán. Como hemos dicho, no por este
conocimiento se condenan los que se condenan, sino porque así lo quisieron
libremente.
Los nombres de los salvados quedan, por así decirlo, como impresos en el
conocimiento divino. Ese conocimiento de Dios por el que firmemente conoce quiénes
se salvarán se llama Libro de la Vida.
Estas señales son como una serie de puntos de una línea que va dirigida al Cielo.
O como la línea descrita por un avión que va en ascenso. No así la línea contraria: la
de un avión en caída. Bien se dice que uno muere como vive. Y una dirección en
descenso es muy difícil convertirla en ascenso en el último momento.
He aquí las principales señales de divina predestinación que suelen citar los
Teólogos. Es lógico que, mientras más señales reúna una persona, mejor dirigida
estará su línea hacia el Cielo. Y si las tuviera todas, podría tener una muy firme
esperanza que su nombre está escrito en el “Libro de la Vida”.
De esto deducimos que nada es más importante para nosotros en esta vida
terrena que tratar de tener todas estas señales de divina predestinación, ya que
ningún negocio es más importante en esta vida que nuestra salvación eterna.
Esta es la mayor señal de todas, ya que sólo el estado de pecado puede ser
causa de la no perseverancia final. Por el contrario, una señal muy clara de
condenación eterna es vivir habitualmente en estado de pecado, sin preocuparse ni
poco ni mucho por salir de ese estado de ausencia de gracia divina.
“El mismo Espíritu le asegura a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si
somos hijos de Dios, somos herederos. Nuestra será la herencia de Dios, y la
compartiremos con Cristo, pues si ahora sufrimos con El, con El recibiremos la gloria”
(Rm. 8, 16-17).
Es otra gran señal. Con la oración, una oración que no sea sólo una lista de peticiones
a Dios, sino que sea una oración sincera, constante, entregada, generosa, oblativa;
una oración que sea diálogo y no monólogo; en fin, con una oración verdadera,
seguramente se obtiene la gracia de la perseverancia final.
“El que ora se salva ciertamente, y el que no ora, ciertamente se condena. Todos
los bienaventurados se salvaron porque oraron, y los condenados se condenaron por
no haber orado … Y serán eternamente desgraciados porque pasó el tiempo de la
oración”.
Dos veces cita la Biblia una misma sentencia sobre el orgullo y la humildad,
indicativa de cómo la humildad es garantía de gracia y de virtudes.
Los posibles candidatos a la condenación se desesperan cuado algo les sale mal,
cuando tienen alguna adversidad, o cuando les llega algún sufrimiento, alguna
enfermedad o algún tipo de privación. Pero lo más grave aún es que tienen el
atrevimiento –expreso o secreto- de reclamarle a Dios y de oponerse a sus designios o
de acusarle por su adversa situación.
El salvado reconoce que lo que parece malo en esta vida es bueno, porque es
bueno para la Vida Eterna. El salvado sabe que el sufrimiento, aceptado como Dios lo
espera, es fuente de gracia y salvación.
El salvado sabe que sufriendo en esta vida purifica su pecado y va quedando libre
de la inclinación al pecado, condiciones ambas indispensables para acceder al Cielo
directamente, sin pasar por el Purgatorio.
“Más bien alégrense de participar en los sufrimientos de Cristo, pues en el día en
que se nos descubra su gloria, ustedes estarán también en el gozo y la alegría” (1 Pe.
4, 13).
“Si ahora sufrimos con El, con El recibiremos la gloria” (Rm. 8, 17b).
“Si hemos muerto con El, con el también viviremos. Si sufrimos pacientemente
con El, también reinaremos con El” (2 Tim. 2, 11-12).
Amar a Dios es complacer a Dios. Si no, ¿qué significan estas palabras del Señor?
“Si me aman, cumplirán mis mandamientos.” (Jn. 14, 15-24).
Aquí Jesús nos está mostrando las exigencias del Amor de Dios. Amar a Dios es
complacerlo en todo: en hacer su Voluntad, en cumplir sus mandamientos, en guardar
sus palabras.
Amar a Dios es, entonces, amarlo sobre todas las personas y sobre todas las
cosas; amarlo a El, primero que nadie y primero que todo ... y amarlo con todo el
corazón y con toda el alma.
Ahora bien, con respecto de esta señal del cumplimiento del mandamiento del
amor a través de la obras de misericordia y del ejercicio de la caridad, conviene
precisar que, aún siendo una señal muy importante, no se puede tomar ésta como la
única señal de salvación.
En una interpretación un poco limitante del momento del juicio universal descrito
en el Evangelio de San Mateo (Mt. 25, 31-46), en nuestros días se tiende a acentuar el
mandamiento del amor al prójimo por encima e –inclusive- en desmedro del “primero
y más importante de los mandamientos”: el mandamiento de amar a Dios con todo el
corazón, con todo el alma y con toda la mente (Mt. 22, 37).
“El que come mi carne y bebe mi sangre, vive de Vida Eterna, y Yo lo resucitaré
en el último día” (Jn. 6, 54). “El que come de este pan vivirá para siempre” (Jn. 6,
58).
Con esta solemne promesa del mismo Cristo en revelación privada (no forma
parte de la Biblia), que coincide con su promesa sobre la Eucaristía y la Vida Eterna en
revelación pública (contenida en la Biblia), las personas interesadas en su eterna
salvación tienen cuidado de realizar esta práctica eucarística no sólo nueve veces
seguidas, sino en forma constante y permanente.
Más recientemente, el Papa Juan Pablo II lanzó una Carta Apostólica sobre el
Rosario, insistiendo en su necesidad.
San Simón Stock recibió de la Virgen en 1251 una promesa de salvación para
aquéllos que murieran con el Escapulario del Carmen. Sin embargo, para evitar malos
entendidos y pretendidas seguridades de salvación, aun viviendo en pecado mortal, la
Iglesia agregó la palabra “piadosamente” a la promesa mariana: “El que muera
piadosamente con él, no padecerá el fuego eterno”. “Piadosamente” significa el llevar
el Escapulario por lo que éste significa: imitación a María, seguros de que imitándola
obtendremos de ella la gracia de la perseverancia final.
El salvado sabe que en la Iglesia le son dados los medios de salvación, pues en
ella recibe los Sacramentos, medios indispensables para recibir la gracia divina.
Dios, por supuesto, conoce todas nuestras necesidades mejor que nosotros
mismos y se ocupará de ellas si se las dejamos a El. Bien nos lo dice Jesucristo:
“Todas esas criaturas de Ti esperan que les des a su tiempo el alimento. Apenas
se lo das, ellos lo toman, abres tu mano y se sacian de bienes” (Sal. 104, 27-28).
Dios creó el universo y todo lo que hay en él. Pero también lo preserva, lo
mantiene y lo gobierna. El universo se volvería nada –volvería a su situación inicial de
no existir- si no fuera porque Dios lo mantiene con su poder infinito.
“¿Cómo podría durar una cosa que Tú no quisieras? ¿Qué podría subsistir si Tú
no lo hubieras llamado? (Sab. 11, 25).
Por el mismo poder de su Voluntad por el cual creó el universo, Dios hace
también que continúe en la manera que El desea y hasta tanto el lo desea.
En su Sabiduría y Bondad Infinitas, Dios cuida de todas las cosas, las ordena y
las dirige hacia el fin para el cual las creó.
La Divina Providencia se extiende aún a las cosas más pequeñas. “El hizo a los
pequeños y a los grandes; El se preocupa por todos” (Sab. 6, 7b).
“Entonces no teman, pues hasta los cabellos de sus cabezas están contados. Con
todo, ustedes valen más que los pajaritos” (Mt. 10, 30-31).
“No anden preocupados por su vida con problemas de alimentos, ni por su
cuerpo con problemas de ropa. ¿No es más importante la vida que el alimento y más
valioso el cuerpo que la ropa?” (Mt. 6, 25)
“Miren cómo crecen las flores del campo, y no trabajan ni tejen. Pero Yo les digo
que ni Salomón, con todo su lujo, pudo vestir como una de ellas. Y si Dios viste así el
pasto del campo, que hoy brota y mañana se echa al fuego, ¿no hará mucho más por
ustedes? ¡Qué poca fe tienen!” (Mt. 6, 28)
Así mismo con el pecado. Dios, por supuesto, no quiere el pecado. Pero también
del pecado Dios puede sacar un bien: el arrepentimiento del pecador, para que se
manifieste su infinita Misericordia; la humillación de la persona para que crezca en
humildad y, por tanto, en santidad.
De allí que San Agustín enseñe: “El Dios Omnipotente no habría permitido que
hubiese mal en sus obras si no fuese tan Omnipotente y Bueno que consiga sacar bien
del propio mal”.
(Catecismo de la Iglesia Católica # 309 a 314 – 324 - 307)
Como regla general, para preservar y gobernar el mundo, Dios utiliza las leyes de
la naturaleza. Pero sabemos que El sigue siendo Dueño y Señor de la naturaleza. De
allí que, cuando así lo decide con su Sabiduría Infinita, puede cambiar las leyes de la
naturaleza: cambiar la naturaleza de las cosas creadas, aumentar o disminuir sus
fuerzas, sustituir esas fuerzas por su poder divino, etc. Es decir, Dios puede realizar
“milagros” cuando así lo decide.
Pero Dios que, en su Omnipotencia y en su Sabiduría Infinita, saca bien del mal,
reordena la historia humana para su mayor gloria y el mayor bien.
Sin contar los daños morales que cada uno de los seres humanos hemos podido
causar y también los daños causados por grupos humanos y/o naciones, analicemos a
título de ejemplo sólo una cosa en la que la mayoría de los que en este tiempo
habitamos la tierra estamos de acuerdo: la destrucción del medio ambiente. Dios nos
confió la naturaleza y ¿podemos decir que hemos sido competentes en mantener el
equilibrio ambiental que Dios nos entregó?
Dios puede hacer todo lo que desee o decida hacer. Decidir y hacer es para Dios
un mismo acto (cf. Sal. 147, 5). Dios no puede hacer lo que no desee hacer. No puede
hacer algo malo; tampoco puede contradecirse o crear algo contradictorio (un círculo
cuadrado, por ejemplo).
Y nos explica por qué. Porque Dios ha creado todo, rige todo y lo puede todo. Es
decir su Omnipotencia es universal, es decir que abarca todo. Pero, adicionalmente, no
olvidemos que ese poder divino es amoroso, porque Dios es nuestro Padre (cf. Mt. 6,
9), y misterioso porque sólo lo descubrimos en la fe y se manifiesta en nuestra
debilidad (2 Co. 12, 9 y 1 Co. 1, 18).
Demostrar el poder infinito de Dios es innecesario. Sólo con conocer algo del
universo extraterrestre y del planeta tierra, quedamos admirados. Por las distancias
que nos separan de otros planetas, así como el tiempo que tardan las naves espaciales
en llegar a ellos, podemos intuir el poder divino.
Para darnos una idea de la inmensidad del poder de Dios, pensemos que algunos
de esos astros son tanto más grandes que el sol, que si ocuparan el espacio de éste,
tardaríamos en observar su levante desde la tierra más el tiempo que el que el sol
tarda en levantarse y ponerse.
Dios, por supuesto, puede hacer cosas que son imposibles para los hombres. Son
los milagros, en los que las leyes de la naturaleza puestas por Dios mismo, son
suspendidas y/o superadas por El.
Los tres jóvenes preservados del fuego en el horno ardiente (Dn. 3) o Daniel
librado de los leones en el foso (Dn. 6, 10-24). Y San Pedro librado del la prisión (Hch.
12, 1-19).
Como puede verse por los relatos, en estos tres casos, Dios ejerció su
Omnipotencia a través de Angeles. Pero Dios tiene muchísimas maneras de actuar con
su poder infinito por medio de otros o también directamente: el paso del Mar Rojo, las
maravillas en los 40 años del pueblo de Israel por el desierto, etc.
"Y dijo Yavé a Abraham: ¿Por qué se ha reído Sara? ¿Por qué ha dicho: Cómo
voy a tener un hijo ahora que soy vieja? ¿Hay acaso algo imposible para Yavé?” (Gn.
18, 13-14).
“Yavé hace cuanto quiere en los cielos, en la tierra, en el mar y en todos los
abismos” (Sal. 134, 6).
“Tú has hecho los cielos y la tierra con el gran poder de tu brazo; nada es
imposible para Ti” (Jer. 32, 17).
“Yo soy Yavé, Dios de todos lo vivientes. ¿Hay algo imposible para mí? (Jer. 32,
27).
“Respondió Job diciendo: Sé que lo puedes todo y que no hay nada que te
cohiba” (Job, 42, 2).
“Para los hombres esto es imposible, mas para Dios todo es posible” (Mt. 19,
26).
Aclaremos un poco más lo posible y lo imposible para Dios. Dios puede realizar
todo lo que sea intrínsecamente (metafísicamente) posible, o sea, puede hacer todo
aquello que no implique una contradicción. Por ejemplo, no es posible que la luz de
una vela esté prendida y apagada a la vez, porque esto encierra una contradicción.
Así que, aunque nos impresionen y sobrecojan las muestras que conocemos del poder
infinito de Dios, el perdonar nuestros pecados, sanar nuestra alma enferma a causa de
éstos e irnos purificando de sus consecuencias para llevarnos a la santidad es la
muestra máxima de la Omnipotencia Divina.
“Tan cierto como que soy vivo, palabra de Yavé, que no deseo la muerte del
malvado, sino que renuncie a su mala conducta y viva” (Ez. 33, 11).
Dios nos muestra su Misericordia en la forma como busca al pecador, bien sea a
través de beneficios o de sufrimientos. También nos la muestra por su disposición a
perdonar, sin importar la gravedad, ni la frecuencia del pecado, requiriendo sólo el
arrepentimiento (cf. Sal. 50, 18-19).
Dios envió el Profeta Natán a David para reprenderlo y para que se arrepintiera
de sus pecados (cf. 2 Sam. 1-14 y Sal. 50).
Perdonó al buen ladrón, arrepentido y crucificado a su lado (cf. Lc. 23, 39-43).
Sobre este caso hay que decir que Dios sí puede perdonar a un pecador al final de su
vida, si está verdaderamente arrepentido. Pero todos los autores espirituales
desaconsejan dejar el arrepentimiento para el final.
“Vengan para que arreglemos cuentas. Aunque sus pecados sean colorados,
quedarán blancos como la nieve; aunque sean rojos como púrpura, se volverán como
lana blanca” (Is. 1, 18).
“Hay más alegría en el Cielo por un pecador que se arrepienta que por noventa y
nueve justos que no necesitan arrepentirse” (Lc. 15, 7).
Nadie se condena porque ha cometido pecados muy graves, pero muchos podrían
condenarse por cometer pecados de los que no se arrepienten.
Hemos visto cómo Dios nos muestra su Misericordia Infinita en varios pasajes de
la Escritura. He aquí otros pasajes que enuncian esa Misericordia Divina:
“Pero Tú eres un Dios de perdón, lleno de piedad y ternura, que tardas en
enojarte y eres rico en bondad” (Neh. 9, 17b).
“¿Qué Dios hay como Tú, que borra la falta y que perdona el crimen; que no se
encierra para siempre en su enojo, sino que le gusta perdonar” (Miq. 7, 18).
“Tú eres, Señor, bueno e indulgente, lleno de amor con los que te invocan” (Sal.
86, 5).
“¡Cuán grande es la misericordia del Señor y su perdón con los que se convierten
a El!” (Si. 17, 29).
“Pero Dios es rico en misericordia. ¡Con qué amor tan inmenso nos amó! Estábamos
muertos por nuestras faltas y nos hizo revivir con Cristo. ¡Por pura gracia ustedes han
sido salvados!” (Ef. 2, 4-5).
Dios premia todo lo bueno y castiga todos los malos actos. Pero hay que tener
claro que nos premia o nos castiga sólo parcialmente durante nuestra vida terrena,
porque el premio o castigo pleno tendrá lugar en la otra vida.
La destrucción de Sodoma y Gomorra (cf. Gn. 18, 20-21; 19; 13; 24-25).
Muerte del Sumo Sacerdote Helí y de sus hijos (cf. 1 Sam.3, 12-14; 4, 11, 17-
18).
Muerte del hijo de David con Betsabé (cf. 2 Sam. 12, 14-19).
Muerte de otro hijo de David, Absalón, quien originó una guerra civil, pero fue
derrotado por las milicias del rey (cf. 2 Sam. 17, 1; 12, 14; 18, 9-10, 14b-15).
Pero hay que tomar en cuenta que la Justicia Infinita de Dios será plena sólo en
la vida eterna, pues es frecuente la objeción de que los malos no son castigados aquí y
por el contrario los que tratan de obrar bien pueden sufrir una serie de inconvenientes
y calamidades.
Ante esta argumentación hay que decir que Dios nunca prometió que los rectos
recibirían su recompensa en esta vida. Lo que sí nos dijo fue que éstos recibirán
felicidad eterna en el Cielo y que los malos serán castigados.
Sin embargo, tenemos que creer firmemente que Dios es infinitamente Justo y
que su justicia sobrepasa nuestros humanos juicios y las apariencias en esta vida, y
que El premiará justísimamente a los buenos y castigará justísimamente a los malos.
Por eso hay que recordar siempre que esta vida no es el final, es sólo pasajera y
muy breve: lo verdaderamente importante y perdurable viene después, y es en ese
después cuando Dios ejecutará su justicia definitiva.
“El pagará a cada uno de acuerdo con sus obras. Dará Vida Eterna a quien haya
seguido el camino de la gloria, del honor, de la inmortalidad, siendo constante en
hacer el bien; y, en cambio, habrá sentencia de reprobación para quienes no han
seguido la verdad, sino más bien la injusticia. Habrá sufrimientos y angustias para
todos los seres humanos que hayan hecho el mal … La gloria, en cambio, el honor y la
paz serán para todos los que han hecho el bien” (Rom. 2, 6-10).
Dios premia la más pequeña buena acción y castiga el más pequeño pecado.
Ninguna acción, buena o mala, por pequeña que sea quedará fuera del juicio divino.
“El que dé un pequeño vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, no quedará
sin recompensa” (Mt. 10, 42).
“Yo les digo que en el día del juicio tendrán que dar cuenta hasta de lo dicho que
no podían justificar” En otras traducciones: “hasta de las palabras ociosas” “hasta de
lo dicho inútilmente” (Mt. 12, 36).
“Los hombres juzgan por las apariencias, pero Dios juzga el corazón” (1Sam. 16,
7).
“Porque todos ésos han dado de lo que les sobra, mientras que ella, no teniendo
recursos, ha echado todo lo que tenía para vivir” (Lc. 21, 4).
“Porque eres justo en todo lo que haces, todos tus caminos son rectos, tus obras
son verdaderas y todos tus juicios son irreprochables” (Dn.3, 27).
“Tú eres justo, Señor, y rectos son tus juicios” (Sal. 119, 137).
“Porque el Señor es justo y ama la justicia, los que son rectos contemplarán su
rostro” (Sal. 11, 7).
“Hermanos: no se tomen la justicia por su cuenta, dejen que sea Dios quien castigue,
como dice la Escritura: ‘Mía es la venganza, Yo daré lo que se merece’, dice el Señor”
(Rm. 12, 19).
“Tu Misericordia va más allá de los cielos y tu fidelidad alcanza hasta las nubes”
(Sal. 107, 5).
“Brilla como luz en las tinieblas para los rectos de corazón; El comprende, es
clemente y justo” (Sal. 111, 4).
“El Señor es muy bueno y justo, nuestro Dios es compasivo” (Sal. 115, 5).
La Misericordia Infinita de Dios va más lejos que la Justicia, porque Dios otorga a
la creaturas muchos más beneficios que los que justamente les corresponde.
“También en el hecho que los justos sufran en este mundo aparece la justicia y la
misericordia. Pues por tales sufrimientos se les limpian pequeñas manchas, y el
corazón, dejando lo terreno, se orienta más a Dios. Dice Gregorio : Los males que en
este mundo nos oprimen, nos empujan a ir a Dios”. (Suma I, 21, 4)
Pero la verdad es que Dios está por encima de esas diferenciaciones. Tratar de
encasillar a Dios en esos términos terrenos y naturales es no darnos cuenta que Dios
es mucho más que eso y que, por ser Quien es, supera infinitamente nuestros
conceptos limitados y nuestra insuficiente terminología humana.
Pero hay que tener en cuenta que estos errores teológico-bíblicos no son
originales, sino que nos vienen del paganismo, del gnosticismo y de la mal llamada
“metafísica”.
Aclaremos que cuando la Biblia dice que los seres humanos fuimos hechos a
imagen y semejanza de Dios (cf. Gn. 1, 26), no se refiere a nuestra naturaleza
sexuada, como sugieren los paganos y los gnósticos y “metafísicos”. Se refiere a que,
siendo Dios espíritu, nos dio un espíritu semejante al suyo el cual nos permite pensar,
razonar, decidir y amar. Es decir, nuestra alma nos asemeja a nuestro Dios.