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1. ¿Por qué es importante conocer a Dios?

2. ¿Quién es Dios?
3. ¿Cuál es la esencia metafísica de Dios?
4. ¿Cómo sabemos de Dios?
5. ¿Qué significa que Dios es simple Espíritu?
6. ¿Qué significa que Dios es infinitamente Perfecto?
7. ¿Cuál es la esencia física de Dios?

ATRIBUTOS DIVINOS:

8. Inmutabilidad de Dios
9. Eternidad de Dios
10. Unicidad de Dios
11. Omnipresencia de Dios
12. Omnisciencia de Dios
o Salvación y predestinación
o El Libro de la Vida
o Señales de Predestinación
o Divina Providencia
13. Omnipotencia de Dios
14. Misericordia Infinita de Dios
15. Justicia Infinita de Dios
16. ¿Podemos llamar a Dios "Madre"?

1. ¿POR QUÉ ES IMPORTANTE CONOCER A DIOS?

El secreto de la verdadera felicidad está en Dios. Por eso es importante buscar a


Dios, encontrar a Dios, porque sólo Dios puede llenar ese deseo de felicidad que El
mismo ha puesto en el corazón de cada uno de los seres humanos. Sólo amando a
Dios sobre todas las cosas, podremos ser verdaderamente felices.

Ahora bien, no se ama a quien no se conoce. Hay personas con quienes uno se
encanta desde el momento de conocerlas. Si eso es así entre los seres humanos, que
estamos llenos de defectos, ¡cómo será con Dios que es infinitamente perfecto y sin
defecto alguno! De allí que sea importante conocer a Dios para poder amarlo -si es que
aún no lo amamos- o para amarlo más y mejor –si es que ya hemos comenzado a
amarlo.

Dios es poco amado, porque es poco conocido. Si nosotros lo conocemos y lo


amamos, nuestro testimonio de amor a El puede servir para que otros lo amen
también.

2. ¿QUIEN ES DIOS?
Dios es un Ser que existe por Sí mismo desde siempre, absolutamente simple
Espíritu, infinitamente perfecto, Creador de cielo y tierra, y soberano Señor de todas
las cosas.

Esta definición, si bien incluye la esencia misma de Dios, no es una definición


exhaustiva, pues no incluye todos las atributos divinos, los cuales veremos más
adelante.

Sin embargo, es un intento de colocarnos ante el Ser perfecto, omnipotente e infinito


que es Dios. Y es un intento también de comenzar a ubicarnos nosotros en nuestra
verdadera realidad: si Dios es todo eso y mucho más, ¡qué poca cosa somos nosotros,
sus creaturas!

3. ¿CUAL ES LA ESENCIA METAFISICA DE DIOS?

La esencia de Dios, o lo que se llama en Teología “la esencia metafísica de Dios”


es su “aseidad”. Aseidad viene del latín “a se” (por Sí, por Sí mismo) que nos indica
que Dios existe por Sí mismo.

Dios no necesita de nada ni de nadie para existir, Dios se basta a Sí mismo, es


decir, Dios es auto-existente y auto-suficiente.

Como Dios es infinito y perfecto, ningún ser creado puede comprender plenamente su
naturaleza. Dios, por tanto, resulta incomprensible, inaccesible a nosotros, seres
humanos imperfectos y limitados. Así dice San Pablo de Dios: “Al Unico Soberano, Rey
de Reyes y Señor de los Señores, al único inmortal, que vive en una Luz inaccesible y
que ningún hombre ha visto ni puede ver, a El sea el honor y el poder por siempre
jamás” (1 Tim. 6, 15-16).

4. ¿COMO SABEMOS DE DIOS?

Para nosotros conocer a Dios, para intentar atisbar lo que Dios es, dependemos
de las revelaciones que El nos ha hecho de Sí mismo, contenidas en la Biblia.

¿De dónde hemos extraído la idea de la “aseidad” de Dios? Recordemos el pasaje


de Moisés y la zarza ardiente (Ex. 3, 1-14). Al recibir la instrucción de Dios de sacar los
israelitas de la esclavitud a que era sometido en Egipto, Moisés le preguntó a Yavé qué
respuesta debía dar si le preguntaban por autoridad de quién estaba actuando.

“Moisés contestó a Dios: ‘Si voy a los hijos de Israel y les digo que el Dios de sus
padres me envía a ellos, si me preguntan: ¿Cuál es su nombre, yo ¿qué les voy a
responder?’ Dios dijo a Moisés: ‘Yo soy: YO-SOY’” (Ex. 3, 13-14).

Esta idea que aparece desde el comienzo de la Biblia, en el libro del Exodo,
también aparece al final, en el último libro, el Apocalipsis: “Yo soy el Alfa y la Omega,
dice el Señor Dios, El que Es, el que era y el que ha de venir, el Señor del Universo”
(Ap. 1, 8).

Dios también se ha revelado a algunos de sus Santos. Un día se mostró a Santa


Catalina de Siena en oración: “¿Sabes, hija mía, lo que eres tú y lo que soy Yo? Si
aprendes estas dos cosas serás muy dichosa: Yo soy El que Soy, y tú eres la que no
eres”.

San Agustín, uno de los Padres de la Iglesia, explica lo que significa la aseidad de
Dios así: “Oíd lo que se dijo a Moisés cuando preguntaba el nombre de Dios: Yo soy El
que Soy. Mira si alguna otra cosa es: junto a Dios ninguna creatura tiene verdadero
ser, pues lo que de verdad es no conoce mudanza alguna. Todo cuanto se muda y
fluye y en ningún tiempo cesa de cambiar, eso fue y será, pero no es, porque lo que
fue, ya no es; lo que será, todavía no es, y lo que viene para pasar será para no ser.
Pero en Dios no hay fue y será, sino únicamente es.”

Sin embargo, será sólo en el Cielo, cuando contemplemos la esencia de Dios tal
como es en sí misma, lo que se denomina la “Visión Beatífica”. Entonces conoceremos
a Dios plenamente, de la misma manera como El desde siempre nos conoce a
nosotros. “Cuando El se manifieste en su gloria seremos semejantes a El, porque lo
veremos tal cual es” (1 Jn. 3, 2b).

(Catecismo de la Iglesia Católica #203-209, 212-213, 228-231)

5. ¿QUE SIGNIFICA QUE DIOS ES SIMPLE ESPIRITU?

Para entender esta realidad, es necesario saber que en Filosofía se describen dos
clases de sustancia: espiritual y física.

Una sustancia física está formada por partes. El aire que respiramos, por
ejemplo, está compuesto de nitrógeno y oxígeno. Y estos elementos químicos a su vez
están compuestos de moléculas y átomos, y los átomos de neutrones, protones y
electrones. Las sustancias físicas llevan en sí los elementos de su propia composición,
ya que sus partes pueden separarse unas de las otras.

Contrariamente, una sustancia espiritual no tiene partes, no es posible separarla


en diversos componentes. Esto en Filosofía se expresa diciendo que la sustancia
espiritual es simple.

Conocemos tres clases de sustancias espirituales: la de Dios, el Espíritu


absolutamente perfecto, y también la de los Angeles y la de las almas humanas.

En los tres casos: Dios, Angeles y almas, hay una inteligencia que no depende de
la sustancia física para actuar.

Concepto éste importante, pues nuestra alma (sustancia espiritual) no proviene


de la materia (sustancia física), como con las teorías materialistas se nos trata de
inculcar.

Sin embargo, es cierto que en esta vida nuestra alma está unida a un cuerpo físico y
éste le sirve de apoyo para sus actividades. Pero no hay una relación de dependencia
entre ellos. De hecho, cuando se separa del cuerpo por la muerte, el alma aún vive,
pues es sólo espíritu.

6. ¿QUE SIGNIFICA QUE DIOS ES INFINITAMENTE PERFECTO?


Infinito significa ilimitado, que no tiene límite. Todo lo creado es finito, tiene
límites, por más grande que pueda ser. Por ejemplo, hay límite en el agua de los
mares, hay límite en la energía del átomo. Pero Dios no tiene límites de ninguna clase.

Que Dios sea infinitamente Perfecto significa que no hay nada bueno, deseable o
valioso que no lo tenga Dios y que, además, lo tenga en grado absolutamente
ilimitado.

Las perfecciones de Dios son Dios mismo … o como se diría en Teología: son de
la misma sustancia de Dios. Esto significa que, para ser exactos, no deberíamos decir
“Dios es bueno”, sino “Dios es Bondad”. Ni tampoco “Dios es sabio”, sino “Dios es
Sabiduría”.

De hecho, la Sabiduría parece sinónimo de Dios en algunos pasajes de los libros


sapienciales: “Antes de los siglos fui formada, desde el comienzo, mucho antes que la
tierra” (Prov. 8, 23). “La Sabiduría construyó su casa … ¡Vengan a comer mi pan y a
beber mi vino que he preparado!” (Prov. 9, 1 y 5).

Tampoco diríamos Dios ama, sino que Dios es el Amor mismo. Así lo expresa San
Juan: “Dios es Amor” (1 Jn. 4, 8b).

La perfección ilimitada de Dios significa también que no hay nada bueno,


deseable o valioso en el universo que no sea reflejo de Dios, el cual posee esa cualidad
en medida inconmensurable.

Tal es el caso de la belleza infinita de Dios. Como Dios es la hermosura misma, la


belleza que podemos encontrar en la naturaleza es un pálido reflejo de la hermosura
infinita de Dios. Lo dice el libro de la Sabiduría sobre la actitud de los seres humanos
respecto del fuego, el viento, la brisa, el cielo estrellado, el agua, las estrellas:

“Fascinados con tanta belleza, los consideraron como dioses, pero entonces, ¿no
debieron haber sabido que su soberano es todavía más grande? Porque sólo son
creaturas del que hace que aparezca toda esa belleza … Porque la grandeza y la
belleza de las creaturas dan alguna idea del Que les dio el ser” (Sb. 13, 2-5).

Son los místicos quienes mejor expresan la infinita hermosura de Dios. El


franciscano Fray Luis de Estella en sus “Meditaciones devotísimas del Amor de Dios”,
escribe esto:

“Toda hermosura, comparada con la hermosura del Señor, es fealdad muy


grande. ¡Oh hermosura tan antigua y tan nueva, cuán tarde te conocí y cuán tarde te
amé!”

Y el Doctor Místico, San Juan de la Cruz, en su “Cántico Espiritual” dice así:

“Si el alma tuviese un solo atisbo de la alteza y hermosura de Dios, no sólo una
muerte apetecería por verla ya para siempre, … pero mil acerbísimas muertes pasaría
muy alegre por verla un solo momento, y, después de haberla visto, pediría padecer
otras tantas por verla otro tanto”

7. ¿CUAL ES LA ESENCIA FISICA DE DIOS?


La esencia física de Dios son sus atributos, o cualidades, o perfecciones, todas
ellas elevadas al infinito. Ahora bien, el tener que describir los atributos de Dios en
forma separada no quita nada a la absoluta simplicidad divina, la cual –como hemos
dicho- consiste en que en Dios, puro y simple Espíritu, no hay partes ni componentes.

El problema está en que asumir a Dios y explicarlo es sumamente difícil para los
seres humanos, que somos limitados en saber y en lenguaje para expresar la infinita
perfección de Dios.

Bien dijo San Agustín (354-430), Obispo de Hipona, Doctor de la Iglesia, uno de
los últimos representantes de la Patrística, que Dios no sería Dios si no fuera
muchísimo mayor que la capacidad de comprensión de los seres humanos.

Todos los atributos divinos Dios los posee sin medida: todos son infinitos. Esto
que parece evidente y harto conocido es muy importante de retener y de saber aplicar
en nuestra vida espiritual, porque algunos en nuestro tiempo han querido destacar
ciertos atributos divinos, como la Misericordia, por ejemplo, y opacar otros, como
sucede con la Justicia Divina. Y uno de los más sorprendentes errores es el pretender
esconder o soslayar su Omnipotencia, oponiéndola a su Bondad.

No podemos adaptar la medida de los atributos divinos a nuestra conveniencia, ni


quitar y poner atributos a Dios, según nuestro capricho. La esencia física de Dios no
depende del conocimiento que tengamos de ésta o de nuestra aceptación, porque Dios
es lo que es independientemente de nuestra ignorancia y de nuestros deseos. De allí la
importancia de conocer adecuadamente los atributos divinos.

Que no nos suceda como los ciegos de aquella fábula que tocando cada uno una
parte de un elefante, creyeron ver en cada parte la totalidad del animal: el que palpó
una pata pensó que un elefante era como un árbol; el que tomó contacto con la
trompa pensó que era como una serpiente; el que tocó el colmillo creyó que un
elefante era como un cuerno. Ninguno de los ciegos pudo saber cómo era el animal,
pues sólo pudo apreciar una de sus partes.

Nosotros estaríamos en una posición similar, si quisiéramos percibir, retener o


admitir sólo alguna o algunas de los atributos divinos. Si bien no podemos captar la
inmensidad infinita de Dios, pues es demasiado grande para nuestra capacidad mental,
podemos –sin embargo- revisar todos sus atributos y saber que todos ellos los posee
en medida infinita.

En la antigüedad, los Persas pensaban que Dios era fuego … y Dios es luz,
ciertamente. Los Caldeos, en cambio, pensaban que era una bellísima estrella … y Dios
es ciertamente hermosísimo. Ahora bien, estos conceptos insuficientes y reduccionistas
de Dios no son errores prevalentes sólo en las antiguas civilizaciones. En efecto, se da
el caso en nuestros días que muchos de nuestros contemporáneos, influidos por los
conceptos New Age, piensan que Dios es mera energía. Pero Dios es muchísimo más
que energía, Dios es Todopoderoso … o más precisamente: Dios es la Omnipotencia
misma.

ATRIBUTOS DIVINOS
8. INMUTABILIDAD DE DIOS

Ser inmutable es ser siempre el mismo, sin experimentar ningún tipo de cambio
o mutación. No cambian ni Dios, ni sus designios. Así nos dice la Sagrada Escritura:

“El proyecto del Señor subsiste siempre, sus planes prosiguen a lo largo de los
siglos” (Sal. 32, 11).

“Hace tiempo que fundaste la tierra, y los cielos son la obra de tus manos; ellos
perecerán, pero tú permaneces. Todos se gastan como la ropa, los cambias como un
vestido, y se mudan, pero Tú eres el mismo, tus años no se acaban” (Sal. 101, 26-
27).

“Porque Yo, Yavé, en nada he cambiado” (Mal. 3, 6).

“Todo don valioso, todo regalo precioso viene de la alto y ha bajado del Padre de
las Luces, en Quien no hay cambio, ni variación” (St. 1, 17).

¿Por qué es importante para nosotros darnos cuenta de la inmutabilidad divina?


¿Por qué es importante convencernos de que Dios no cambia? ¿Qué significado tiene el
poema de Santa Teresa sobre la paciencia: “Dios no se muda, la paciencia todo lo
alcanza. Quien a Dios tiene, nada le falta”?

Dios es siempre el mismo. Dios siempre ama la virtud y siempre detesta el


pecado. Cuando perdona y ama al pecador arrepentido, es el pecador el que cambia,
no Dios.

Por eso, cuando la Biblia dice, por ejemplo, que Dios se arrepintió de haber creado a
los seres humanos, o cuando habla de la ira divina, son términos que el escritor
sagrado usa en forma figurativa, pudiéramos decir “humanizada”, que no deben
tomarse en forma literal.

Los designios de Dios son estables. Si Dios hace un milagro, no es que está
cambiando sus planes, sino que El desde siempre dispuso las leyes de la naturaleza y
desde siempre previó las excepciones que El mismo haría.

Dios es el mismo en el Antiguo Testamento, en el Nuevo Testamento y en la


actualidad. ¡No nos confundamos! El Dios del Antiguo Testamento no es un Dios
“castigador”, como suele escucharse en algunos corrillos cristianos –o de parte de
algunos de nosotros- al compararlo con Jesucristo Dios en el Nuevo Testamento.

Si, como dice San Juan, “Dios es Amor”, y Dios no cambia, Dios desde siempre
ha sido Amor, es Amor y seguirá siendo Amor para siempre.

En efecto, nos dice el Catecismo (cf. #218) que el pueblo del Antiguo Testamento
pudo descubrir que la razón que Dios tuvo para revelársele y para escogerlo como Su
Pueblo, fue precisamente su Amor Infinito e Inmutable, apreciación que recoge la
Biblia muy claramente: “Te ha elegido por el amor que te tiene y para cumplir el
juramento hecho a tus padres” (Dt. 7, 8) … “porque amaba a tus padres” (Dt. 4, 37)
… “sólo con tus padres estableció Yavé lazos de amor” (Dt. 10 ,15).
Y si estos enunciados de amor del libro del Deuteronomio fueran insuficientes
para convencernos que Dios es Amor siempre, ¿qué decir de la clemencia y la
misericordia de Yavé, Quien no cesó de salvar al Pueblo de Israel, a pesar de sus
repetidas infidelidades y reclamos?

Y ¿qué decir de las declaraciones de amor que Dios, como Esposo fidelísimo, hace
a su Esposa infiel, a su Pueblo –prefiguración de su Iglesia- a través de uno de sus
Profetas? “Por eso ahora la voy a conquistar, la llevaré al desierto y allí le hablaré a su
corazón…

Y allí ella me responderá como cuando era joven. Aquel día, dice Yavé, ya no me
llamarás más ‘Señor mío’, sino que me dirás ‘Esposo mío’ … Yo te desposaré para
siempre. Justicia y rectitud nos unirán, junto con el amor y la ternura. Yo te desposaré
con mutua fidelidad, y conocerán Quién es Yavé” (Os. 2, 16…23.

Entonces … ¿Quién es Yavé?

El mismo Dios de ayer, de hoy y de siempre, el Dios que es Amor –y que es todo lo
demás que es, con todos sus atributos- y que es así, tanto en el Antiguo, como en el
Nuevo Testamento, como hoy y como siempre, para toda la eternidad. “Dios no se
muda”, dice bien Santa Teresa de Jesús. Dios es siempre el mismo. He allí la
Inmutabilidad de Dios.

9. ETERNIDAD DE DIOS

La Eternidad de Dios es una consecuencia de su Inmutabilidad. Y esto es así


porque cuando hablamos de “eternidad” estamos hablando de “no-tiempo”. El tiempo
es en sí mismo “cambio”, medición de movimiento. El tiempo comenzó con la creación
del universo cambiante. Dios no cambia, todo lo creado cambia.

Ahora bien, debido a nuestra inteligencia y lenguaje limitadísimos, tenemos que


hablar de pasado, futuro y presente de Dios: decimos, por ejemplo, “Dios siempre fue
y siempre será”. O bien, “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre”. Pero, en
realidad, estrictamente hablando, en Dios no hay ni pasado ni futuro.

Dios es Eterno porque no cambia, porque es Inmutable. Para Dios, no hay


sucesión de tiempo, ni medición de duración. Para Dios hay sólo un “eterno presente”.
Dios simplemente “es”.

De allí que al darnos su nombre “Yo Soy”, en seguida nos dice que “Yo Soy” es su
nombre “para siempre” (Ex. 3, 14-15).

¿Qué aplicación tiene para nuestra vida espiritual y nuestro progreso en la


santidad este concepto de que Dios vive en un eterno presente?

Una aplicación muy importante es el aprender a vivir en presente, como Dios. Si


vivimos anclados en el pasado, lamentándonos de lo que ha sucedido o lo que dejamos
de hacer, o lo que hubiera podido ser si tal cosa hubiéramos hecho, Dios no está allí,
pues su nombre no es “Yo fui”. Y si vivimos pensando en el futuro, preocupados por lo
que nos sucederá o por lo que puede venir, o planificando innecesariamente, Dios
tampoco está allí, pues su nombre no es “Yo seré”. Pero al acostumbrarnos a vivir en
presente, allí encontraremos a Dios, pues su nombre es “Yo soy”.

Si Dios es Eterno, entonces nunca hubo un momento en que Dios no existiera.


También significa que Dios nunca dejará de existir. Dios no tuvo principio, ni tendrá
fin.

Sólo Dios es eterno: sin principio ni fin. De allí que, a pesar de que a veces se
diga que el alma es eterna o que los Angeles son eternos, en realidad es más
apropiado hablar de los Angeles como seres inmortales, mas no eternos, pues inmortal
significa que no tendrá fin, pero que sí tuvo principio. Y los Angeles son seres creados;
no existen desde la eternidad.

Asimismo, es preferible hablar de nuestra alma inmortal, pues no muere, sino


que se separa del cuerpo al morir la persona humana, pero hubo un momento, el de
nuestra concepción, en que fue creada por Dios, es decir, en que tuvo un principio.

Para tener una idea de lo que es la Eternidad de Dios, pensemos que a si


alguien se le ocurriera tomar un solo granito de arena y ponerlo en el mar, y hacer ese
movimiento sólo cada mil años, llegaría un momento en que se acabaría la arena. Ese
tiempo larguísimo que tomaría esta absurda tarea es ¡nada! si la comparamos con la
Eternidad de la existencia de Dios.

El medir nuestro tiempo con reloj de eternidad, nos hace pacientes para esperar
el momento del Señor. Dios nos atiende y nos sacia en el momento que más nos
conviene, no cuando nosotros creemos que debe ser.

De allí que San Pedro, el primer Papa, nos pueda decir: “Delante del Señor, un día es
como mil años y mil años son como un día” (2 Pe. 3, 8).

10. UNICIDAD DE DIOS

Unicidad no es lo mismo que unidad. Unidad significa que Dios es uno. Unicidad
significa que es único.

Un ser puede ser uno sin ser único. Si en el mundo no existiera sino un solo ser
humano, ése sería no solamente un ser humano, sino que sería el único.

Dios, entonces, es uno y, además, es único, pues existe solamente un Dios. No


existe más que un solo y verdadero Dios.

Desde el comienzo de la humanidad ha habido la tendencia a negar este atributo


divino. Harto conocido es el politeísmo, error que admite varios o muchos dioses.

El Politeísmo se presenta en varias formas:

Demonolatría: culto a espíritus malignos (considerados buenos y malos) común


en griegos y romanos, subsiste hoy en algunos orientales y en Oceanía, y revitalizada
en nuestros días por el New Age (canalizaciones, comunicación con supuestos
“ángeles”, maestros ascendidos, etc.)
Sabeísmo: culto a los astros, corriente en Persia, con algunos adeptos en Grecia.

Antropolatría: culto a los hombres (Júpiter y Saturno en Grecia, los emperadores


en Roma y los antepasados en China). También revitalizada por el New Age (culto a
maestros y gurúes).

Zoolatría: culto a los animales, propio de Caldea, Egipto y la India.

Fetichismo: culto a la naturaleza inanimada, como los ríos, la tierra, el fuego,


árboles, ídolos, etc., practicado por los egipcios y aún hoy por algunas tribus indígenas
y africanas. Idem con el New Age (por ejemplo, Gaia o madre tierra)

Otro error con respecto de la unicidad de Dios es el dualismo, por medio del cual
se admite un doble principio supremo: uno del bien, del que proceden todos los bienes,
y otro, del mal, del que proceden todos los males.

Dualismos hay el persa, el egipcio, el hindú, etc. En la actualidad se encuentra


muy revitalizado este error también con el New Age, haciendo ver que el bien y el mal
forman parte de una misma unidad dualista (yin/yan).

En el campo teológico, está el Maniqueísmo, herejía dualista introducida en


Persia por Mani, contra la cual luchó arduamente San Agustín, proponía dos deidades:
Dios y Satanás.

Entre las sectas modernas, el mayor y más fantasioso atrevimiento dualista lo


trae el Mormonismo, el cual -entre otros muchos errores- iguala a Cristo y Satanás.

11. OMNIPRESENCIA DE DIOS

“Omnis” viene del latín “todo”. Es así como Omnipresencia significa que Dios está
siempre presente en todas partes.

Y cuando decimos que está en todas partes, no es que una parte de Dios esté en
un sitio y otra en otro: Dios está Todo El en todas partes.

Entonces, si no podemos hablar de tiempo refiriéndonos a Dios, tampoco


podemos hablar de espacio, pues la presencia de Dios no tiene límites.

De allí que el sabio Rey Salomón, en su oración al dedicar el Templo de


Jerusalén, exclamara: “Si los cielos invisibles no pueden contenerte, ¿cómo
permanecerás en esta Casa que yo te he construido?” (1 Rey. 8, 27)

El santuario de Dios es el infinito. Esto es un gran consuelo. Tal vez lo tomamos


como algo ordinario, pero ¿nos damos cuenta de que por la Omnipresencia divina
podemos recurrir a Dios en cualquier lugar, pues El está allí donde nosotros estemos?
En cualquier parte de nuestro mundo Dios está con todos y cada uno de nosotros, para
ayudarnos, para compadecerse de nosotros, para que nos refugiemos en El, para
comunicarnos con El en oración.
Es así entonces como no hay un sitio donde Dios no esté. El mismo nos lo dice en
la Biblia: “Los ojos de Yavé están en cualquier lugar, observan a los malos y a los
buenos” (Prov. 15, 3).

Pero si la Omnipresencia divina es un consuelo para nosotros, también es un aviso.


Dios lo ve todo, lo observa todo … hasta nuestros más ocultos pensamientos, deseos e
intenciones: buenos y malos. Y además los conoce desde siempre, antes de que
tengan lugar en nuestro presente. Y no hay caso en tratar de escapar a su presencia.
Bien lo dice el Salmista:

Si Dios nos conoce con ese conocimiento infinito y detallado, ¿nos damos cuenta,
entonces, que nuestros pecados los cometemos en presencia de Dios? Si nos
avergonzamos de nuestros pecados ante nuestros semejantes, ¿cómo no
avergonzarnos ante Dios que todo lo ve? ¿Cómo pretender escondernos de El para
pecar?

Lo dice también el Profeta Jeremías: “¿Puede un hombre esconderse en un


escondite sin que Yo lo vea? El cielo y la tierra ¿no los lleno Yo?, dice Yavé?” (Jer. 23,
24).

Cuando San Pablo en Atenas, sintiendo gran malestar, pues la ciudad estaba
llena de ídolos, al serle requerida una explicación a sus enseñanzas por parte de
filósofos griegos, comienza a hablarles del “Dios desconocido”, al que los atenienses –
en medio de tantos ídolos- también habían dedicado un altar, en ese famoso discurso
en el Areópago proclama:

“El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él, siendo Señor del Cielo y de la
tierra, no vive en santuarios fabricados por hombres … En realidad Dios no está lejos
de cada uno de nosotros, pues en El vivimos, nos movemos y existimos” (Hech. 7, 24
y 28).

Nos está hablando el Apóstol de los Gentiles precisamente de la Omnipresencia


de Dios, presencia divina que es indispensable para que podamos vivir, movernos y
existir. Es decir, Dios nos da el ser y también nos lo conserva, ya que su presencia
está en todo lo creado.

Como resumen de lo que significa la Omnipresencia de Dios, tomemos este breve


párrafo de la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino:

“Dios está en todas partes:

o por potencia, en cuanto a que todos están sometidos a su poder;


o por presencia, en cuanto a que todo está patente y como desnudo a sus ojos;
o por esencia, en cuanto está en todos como causa de su ser.”
Ahora bien, además de esta presencia común y natural de Dios en todo lo
creado, mediante la cual nos mantiene vivos, nos tiene ante su mirada divina y nos
somete a su poder infinito, se dan otros tipos de presencia divina sobrenaturales, a
saber:

o Presencia de inhabitación en el alma:

“¿No saben ustedes que son Templo de Dios, y que el Espíritu de Dios habita en
ustedes?” (1 Cor. 3, 16).

Es una presencia especial de Dios en el alma que participa de la gracia divina, y en


virtud de esta participación, habita en ella en forma sobrenatural la Santísima Trinidad.

Ahora bien, en los seres que no están en gracia, Dios está presente solamente
dándoles el ser. Y esto es así porque el pecador no permite que la gracia divina lo
penetre, está cerrado a la vida de Dios en su alma. Su alma está muerta en vida, es
decir, está muerta a la vida sobrenatural, aunque tiene vida natural.

Presencia Personal o Hipostática:

Esta presencia se da solamente en Jesucristo. Es lo que se denomina en Teología


“Unión Hipostática”: la humanidad de Jesucristo y la divinidad de Dios unidas. Por
medio de esta unión, Jesucristo es verdadero Dios y verdadero Hombre.

o Presencia Sacramental o Eucarística:

Es la presencia real de Jesucristo, con todo su Ser de Hombre y todo su Ser de


Dios, en la Eucaristía, bajo las especies de pan y de vino.

o Presencia de Visión Beatífica:

Es la presencia propia del Cielo. Si bien Dios está presente en todas partes, no en
todas partes se deja ver. Sólo en el Cielo lo veremos tal cual es.

“Ahora vemos como en un mal espejo y en forma confusa, pero entonces será cara a
cara. Ahora solamente conozco en parte, pero entonces le conoceré a El como El me
conoce a Mí” (1 Cor. 13, 12-13).

12. OMNISCIENCIA DE DIOS

Si “omnis” significa “todo” y “sciéntia” significa “conocimiento”, la “Omnisciencia”


divina significa que Dios lo sabe todo. Y cuando decimos “todo”, es absolutamente
todo. Hasta nuestros más ocultos pensamientos, Dios los conoce mejor que nosotros, y
los conoce antes de que siquiera se nos puedan ocurrir.

Dios, entonces, conoce todas las cosas: conoce todo lo que ha existido y lo que
puede llegar a existir, todo lo que se ha hecho y todo lo que pueda llegar a ser hecho.

Dios conoce perfectísimamente todas las cosas. Y las conoce, no de una manera
confusa o general, sino con un conocimiento clarísimo y singular, el cual llega hasta las
más mínimas diferencias y detalles.
Esto significa que Dios conoce íntimamente todo lo material y lo espiritual:
conoce una partícula de polvo que pueda atascar un mecanismo delicado y conoce
igualmente el sentimiento secreto de una persona.

Ahora bien, la forma de conocer de Dios y nuestra manera de conocer son bien
diferentes. El ser humano va conociendo una cosa tras otra, lentamente, algo parecido
a como un niño que comienza a hablar, palabra tras palabra.

No así Dios. Dios conoce todas las cosas de una sola vez. Y las conoce así desde
toda la eternidad. El conoce a todos los que hemos vivido, cada árbol y cada planta,
cada pensamiento nuestro. Y todo esto, en un instante.

Los especialistas requieren casi una vida para obtener conocimiento en una
determinada especialidad. Dios lo conoce todo … todo, todo … instantánea y
completamente.

Dios inclusive conoce lo que hubiera sucedido en un caso dado, pero que no llegó
a suceder. Por ejemplo, Dios sabe qué hubiera sido de una persona si en vez de haber
estudiado para ser Médico, hubiera estudiado Ingeniería.

Otro ejemplo: Dios conoce también lo que hubiera sido de una persona con
vocación sacerdotal que, no siguiendo el llamado de Dios, decidió seguir otro camino.
Aplicando esto a un caso del Evangelio, Dios supo qué hubiera sido del joven rico si
hubiera dejado sus bienes y hubiera seguido a Jesús, quien lo llamó para ser uno de
sus discípulos. (cf. Mt. 19, 16-26).

Este conocimiento de Dios que incluye todas las otras alternativas posibles de un
instante concreto de la vida de cada uno de nosotros y de la historia de la humanidad
lo hace Juez infinitamente Justo, pues al conocer todo, toma en consideración todas las
posibilidades. Este tipo de conocimiento divino está descrito por Cristo en el Evangelio,
cuando se refiere a dos ciudades donde había hecho muchos milagros:

Dios sabe cómo dirigir todo de la mejor manera para llevar a cabo su plan de
salvación para cada uno de nosotros. La Sabiduría Infinita de Dios es el funcionamiento
de su Omnisciencia.

Dios conoce perfectamente todas las cosas, “por que todo queda desnudo y al
descubierto a sus ojos” (Hb. 4, 13), “incluso lo que ha de acontecer por libre acción de
las criaturas”

12. OMNISCIENCIA DE DIOS


- Salvación y predestinación

La Omnisciencia de Dios siempre ha llevado a los seres humanos de todos los tiempos,
sobre todo a los cuestionadores de la Fe y a aquéllos que no están muy a tono con la
Voluntad de Dios, a preguntarse lo siguiente:

Si Dios lo sabe todo, por supuesto sabe si me voy a salvar o a condenar, ¿para qué,
entonces, esforzarme en tratar de lograr la salvación?
A sabiendas de que vamos a tratar el tema teológico más difícil y complicado,
intentaremos aclarar lo mejor posible este dilema, pero partiendo de la premisa de que
la respuesta totalmente cabal no la obtendremos durante nuestra vida en la tierra.

Es necesario que entendamos que el misterio de la divina predestinación es,


como nos dice el Concilio de Trento, “un arcano misterio, indescifrable mientras
vivamos en este mundo”. (cf. Denz. 805)

Solamente a la luz de Dios, en medio de la Visión Beatífica, podremos ver


claramente cómo Dios ha dispuesto y ordenado todo maravillosamente, con su
Sabiduría y su Amor Infinitos.

Como este tipo de dudas casi insolubles las pone en nuestra mente el Enemigo
de Dios, para tratar de que muchos se desvíen hacia esta aparente calle sin salida,
observemos que –como en todas sus proposiciones- hay una mentira. No en vano San
Juan dice del Demonio: “Cuando habla, de él brota la mentira, porque es mentiroso y
padre (o inventor) de toda mentira” (Jn. 8, 44).

Este “brillante” dilema humano (que no es tan humano, porque es invento de


Satanás, aunque nos hace creer que es una “brillante” idea nuestra) parte de una
mentira, la cual consiste en una confusión.

¿Cuál es esa confusión? El creer que “predestinación” y “conocimiento previo” son la


misma cosa. Y no lo son. Así que tenemos que comenzar por diferenciar una cosa de la
otra. Es decir: no se condena nadie porque Dios conozca esto por adelantado.

Es cierto: Dios conoce el mal que haremos los seres humanos. Pero … ¿podemos decir
que hacemos algo malo porque Dios conoce que lo vamos hacer? No. En otras
palabras: Dios conoce el mal que voy a hacer, y lo conoce porque lo voy a hacer. Pero
no es que lo hago porque Dios lo conoce de antemano. Son dos cosas muy distintas y
contrapuestas. ¿Vemos la confusión en la que intenta meternos el Enemigo?

Para mejor entender este planteamiento, vamos a tomar un ejemplo de la vida


humana actual: la Bolsa de Valores. Si un estudioso del mercado financiero llegar a
predecir que las acciones de una determinada empresa van a tener un alza de x% en
un lapso de tiempo determinado –digamos unos 6 meses- ¿podríamos decir que quien
causó el alza en el mercado de valores fue la persona que predijo dicha alza? No. Lo
que sucedió fue que esa persona tiene un conocimiento superior y anticipado del
comportamiento de esa determinada acción y del mercado de valores, y ese
conocimiento le permitió predecir lo que iba a suceder.

Dios no predestina a nadie a la condenación en el Infierno. Los que se condenan llegan


al Infierno por que deliberadamente cometen uno o más pecados graves y persisten en
ese pecado o esos pecados hasta su muerte. Libremente rechazan uno o más
Mandamientos de la Ley de Dios, y -lo que es más grave aún- rechazan también las
gracias continuas y abundantes que Dios les da para su salvación eterna,
especialmente las gracias de su Misericordia Infinita para el arrepentimiento y perdón
de sus pecados.

Así que quien se condena se condena a sí mismo. No se condena porque Dios conozca
de antemano este hecho.
Dios no nos hizo creaturas estilo robots. Dios nos hizo libres. Y desea que
optemos por El libremente. Para esto nos da todas las gracias necesarias para ser
salvados. Se preocupa por nosotros día y noche, cada instante de nuestra vida. Y está
pendiente de cada pecador para que se arrepienta y se salve.

“Vengan para que arreglemos cuentas. Aunque sus pecados sean colorados,
quedarán blancos como la nieve” (Is. 1, 18).

Dios no ha predestinado a nadie para la condenación. Todo lo contrario: nos ha


destinado a todos para la salvación. Es lo que se llama en Teología “la Voluntad
Salvífica Universal de Dios”.

Somos libres de aceptar o no, de ser salvos o no.

Esta tentación sobre la predestinación y la salvación es tan grave que la Iglesia,


desde el Concilio de Trento, a mediados del Siglo 16, en tiempo de la Reforma
Protestante, condena claramente a aquéllos que sostengan que la gracia de la
justificación no se da sino a los predestinados a la vida eterna y que los demás,
aunque son llamados, no reciben la gracia por estar predestinados al mal por el poder
divino. Los que así piensan fueron condenados en este Concilio (cf. Denz. 827).

En resumen, Dios predestina para el Cielo a los buenos, pero jamás predestina a
los malos al Infierno. La condenación se da porque el pecador no se arrepiente de su
pecado y persiste en esa actitud hasta el momento de su muerte.

En virtud de la voluntad salvífica universal de Dios, (término que significa que


Dios quiere que todos los seres humanos se salven) y, en atención a los méritos de
Cristo, Dios nos ofrece a todos –sin excepción- los auxilios necesarios y suficientes –
sobreabundantes, inclusive- para que todos nos salvemos.

Si aprovechamos todas las gracias de salvación que Dios continuamente y en


sobreabundancia derrama sobre cada uno de nosotros, a través de la oración, de los
Sacramentos (especialmente de la Confesión y de la Sagrada Comunión), de las
enseñanzas de su Iglesia, nuestra meta final será el Cielo, no el Infierno.

De allí que, tan pronto como en el año 855 en el Concilio III de Valence, la Iglesia haya
proclamado: “Y no creemos que los malos se perdieron, porque no pudieron ser
buenos, sino porque no quisieron ser buenos” (Denz. 321)

Pero, veamos otro detalle: La divina predestinación es gracia total y


absolutamente gratuita, sin que nadie la pueda merecer.

“Nadie puede venir a Mí si no lo atrae mi Padre que me envió” (Jn. 6, 44).

Ustedes no me escogieron a Mí. Soy Yo quien los escogí a ustedes, y los he


puesto para que vayan y produzcan fruto, y ese fruto permanezca” (Jn. 15, 16).
Pues por gracia de Dios han sido salvados, por medio de la fe. Ustedes no tiene
mérito en este asunto: es un don de Dios” (Ef. 2, 8).

Pues Dios es quien produce en ustedes tanto el querer como el actuar tratando
de agradarle” (Flp. 2, 13).

Pero El, en forma gratuita, les regala su perdón, mediante el rescate que se dio
en Cristo Jesús” (Rm. 3, 24).

Así, no depende eso del querer o del esforzarse de uno, sino de Dios, que tiene
compasión” (Rm. 9, 16)

¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste ¿por qué te sientes orgulloso
como si no lo hubieras recibido?” (1 Cor. 4, 7).

Bien dice, entonces, el Magisterio de la Iglesia, según el Concilio de Quiercy (año 855):

“Dios Omnipotente quiere que todos los hombres sin excepción se salven (1 Tim. 2, 4),
aunque no todos se salvan. Ahora bien, que algunos se salven es don del que
salva; pero que algunos se pierdan es merecimiento de los que se pierden” (Denz.
318).

12. OMNISCIENCIA DE DIOS


- El Libro de la Vida

Con frecuencia en la Sagrada Escritura se habla del Libro de la Vida, en el que


estarían escritos los nombres de los salvados y no los de los condenados.

Cuando los 72 discípulos regresaron de la misión que Jesús les encomendó,


llegaron felices porque los demonios se les sometían. Y Cristo les respondió:

“No se alegren porque someten a los demonios; alégrense más bien porque sus
nombres están escritos en el Cielo” (Lc. 10 , 20).

“El que venza vestirá de blanco. Nunca borraré su nombre del Libro de la Vida;
más bien lo proclamaré delante de mi Padre y de sus Angeles” (Ap. 3, 5).

“Y todos la adoraron (a la Bestia), todos los habitantes de la tierra cuyo nombre


no se halla escrito, desde el principio del mundo, en el Libro de Vida del Cordero
sacrificado” (Ap. 13, 8).

¿Qué significa esta misteriosa expresión de estar escrito en el cielo o en el Libro


de la Vida?
En realidad, el Libro de la Vida coincide con la divina predestinación, tal como pre-
existe eternamente en el conocimiento de Dios.

Dios conoce con exactitud y sin equivocarse cuántos y cuáles son los seres
humanos que se salvarán y quiénes se condenarán. Como hemos dicho, no por este
conocimiento se condenan los que se condenan, sino porque así lo quisieron
libremente.

Los nombres de los salvados quedan, por así decirlo, como impresos en el
conocimiento divino. Ese conocimiento de Dios por el que firmemente conoce quiénes
se salvarán se llama Libro de la Vida.

12. OMNISCIENCIA DE DIOS


- Señales de predestinación

Hay ciertas señales que podemos descubrir en nosotros mismos y en otras


personas, que aunque no den una certeza absoluta de la perseverancia final, pueden
ser indicativas de que, bien nosotros mismos y también otras personas, son firmes
candidatos para llegar a la salvación eterna, confiando siempre en la Misericordia
Divina.

Estas señales son como una serie de puntos de una línea que va dirigida al Cielo.
O como la línea descrita por un avión que va en ascenso. No así la línea contraria: la
de un avión en caída. Bien se dice que uno muere como vive. Y una dirección en
descenso es muy difícil convertirla en ascenso en el último momento.

He aquí las principales señales de divina predestinación que suelen citar los
Teólogos. Es lógico que, mientras más señales reúna una persona, mejor dirigida
estará su línea hacia el Cielo. Y si las tuviera todas, podría tener una muy firme
esperanza que su nombre está escrito en el “Libro de la Vida”.

De esto deducimos que nada es más importante para nosotros en esta vida
terrena que tratar de tener todas estas señales de divina predestinación, ya que
ningún negocio es más importante en esta vida que nuestra salvación eterna.

1ª. Señal- Vivir habitualmente en gracia de Dios:

Esta es la mayor señal de todas, ya que sólo el estado de pecado puede ser
causa de la no perseverancia final. Por el contrario, una señal muy clara de
condenación eterna es vivir habitualmente en estado de pecado, sin preocuparse ni
poco ni mucho por salir de ese estado de ausencia de gracia divina.

“El mismo Espíritu le asegura a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si
somos hijos de Dios, somos herederos. Nuestra será la herencia de Dios, y la
compartiremos con Cristo, pues si ahora sufrimos con El, con El recibiremos la gloria”
(Rm. 8, 16-17).

“Y si nuestra conciencia no nos condena, queridos, acerquémonos a Dios con


toda confianza. Entonces, cualquier cosa que pidamos, Dios nos escuchará, ya que
guardamos sus mandatos y procuramos hacer lo que es de su agrado. Su mandato es
que creamos a su Hijo Jesucristo y que nos amemos los unos a los otros, tal como El
nos tiene ordenado. El que guarda sus mandatos permanece en Dios y Dios en él. Y
por el Espíritu que Dios nos ha dado sabemos que El permanece en nosotros” (1 Jn. 3,
21, 24).
2ª. Señal – Espíritu de Oración

Es otra gran señal. Con la oración, una oración que no sea sólo una lista de peticiones
a Dios, sino que sea una oración sincera, constante, entregada, generosa, oblativa;
una oración que sea diálogo y no monólogo; en fin, con una oración verdadera,
seguramente se obtiene la gracia de la perseverancia final.

San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia y gran maestro espiritual


aseguraba con una gran precisión:

“El que ora se salva ciertamente, y el que no ora, ciertamente se condena. Todos
los bienaventurados se salvaron porque oraron, y los condenados se condenaron por
no haber orado … Y serán eternamente desgraciados porque pasó el tiempo de la
oración”.

3ª. Señal –Humildad verdadera:

La humildad es la mejor garantía de la gracia y de todas las demás virtudes.

Dos veces cita la Biblia una misma sentencia sobre el orgullo y la humildad,
indicativa de cómo la humildad es garantía de gracia y de virtudes.

El Apóstol Santiago nos recuerda seriamente en su única y breve Carta esta


grave sentencia del Libro de los Proverbios (Prov. 3, 34): “No piensen que la Escritura
dice en vano: ‘Dios resiste a los orgullosos y concede sus favores a los humildes’” (St.
4, 6).

Y el Evangelio está lleno de ejemplos de Cristo perdonando todo tipo de pecados


(cf. la mujer adúltera, el ladrón arrepentido, etc.), pero también siendo implacable con
el orgullo y la terquedad de los fariseos.

4ª. Señal – Aceptación cristiana del sufrimiento:

Los posibles candidatos a la condenación se desesperan cuado algo les sale mal,
cuando tienen alguna adversidad, o cuando les llega algún sufrimiento, alguna
enfermedad o algún tipo de privación. Pero lo más grave aún es que tienen el
atrevimiento –expreso o secreto- de reclamarle a Dios y de oponerse a sus designios o
de acusarle por su adversa situación.

Por el contrario el candidato a la salvación eterna es paciente en el sufrimiento,


sabe reaccionar como Job: “Si aceptamos de Dios lo bueno ¿por qué no aceptaremos
también lo malo?” (Job 2, 10b).

El salvado reconoce que lo que parece malo en esta vida es bueno, porque es
bueno para la Vida Eterna. El salvado sabe que el sufrimiento, aceptado como Dios lo
espera, es fuente de gracia y salvación.

El salvado sabe que sufriendo en esta vida purifica su pecado y va quedando libre
de la inclinación al pecado, condiciones ambas indispensables para acceder al Cielo
directamente, sin pasar por el Purgatorio.
“Más bien alégrense de participar en los sufrimientos de Cristo, pues en el día en
que se nos descubra su gloria, ustedes estarán también en el gozo y la alegría” (1 Pe.
4, 13).

“Si ahora sufrimos con El, con El recibiremos la gloria” (Rm. 8, 17b).

“Si hemos muerto con El, con el también viviremos. Si sufrimos pacientemente
con El, también reinaremos con El” (2 Tim. 2, 11-12).

5ª. Señal AMOR A DIOS = hacer su Voluntad.

“Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la Ley?”, preguntó a Jesús


un Maestro de la Ley. Y Jesús respondió: “’Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma y con toda tu mente’. Este es el primero y más importante
de los mandamientos” (Mt. 22, 36-37).

Amar a Dios es complacer a Dios. Si no, ¿qué significan estas palabras del Señor?
“Si me aman, cumplirán mis mandamientos.” (Jn. 14, 15-24).

Aquí Jesús nos está mostrando las exigencias del Amor de Dios. Amar a Dios es
complacerlo en todo: en hacer su Voluntad, en cumplir sus mandamientos, en guardar
sus palabras.

Amar a Dios es, entonces, amarlo sobre todas las personas y sobre todas las
cosas; amarlo a El, primero que nadie y primero que todo ... y amarlo con todo el
corazón y con toda el alma.

6ª. Señal – AMOR AL PROJIMO:

Después del “primero y más importante de los mandamientos, viene otro


semejante a éste: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt. 22, 38-39).

Ahora bien, con respecto de esta señal del cumplimiento del mandamiento del
amor a través de la obras de misericordia y del ejercicio de la caridad, conviene
precisar que, aún siendo una señal muy importante, no se puede tomar ésta como la
única señal de salvación.

En una interpretación un poco limitante del momento del juicio universal descrito
en el Evangelio de San Mateo (Mt. 25, 31-46), en nuestros días se tiende a acentuar el
mandamiento del amor al prójimo por encima e –inclusive- en desmedro del “primero
y más importante de los mandamientos”: el mandamiento de amar a Dios con todo el
corazón, con todo el alma y con toda la mente (Mt. 22, 37).

Lamentablemente, se hace creer que haciendo caridades, dando limosnas y no


haciendo daño al prójimo, ya se tiene la salvación asegurada. ¡Grave error! Y grave
riesgo para aquéllos que creen tener asegurada la salvación eterna porque no le han
hecho mal a nadie o porque han hecho algunas o muchas obras de filantropía.

Es bueno acotar que “filantropía” no es lo mismo que “caridad”. La Caridad –el


amor verdadero- viene de Dios, que es la fuente del Amor. Es así como nuestras obras
de amor al prójimo –para no ser mera filantropía- tienen que estar fundadas en el
Amor de Dios y en nuestro amor a Dios.

Las obras de misericordia, tanto materiales como espirituales, son señales de


salvación, pero siempre y cuando estén enraizadas en un verdadero amor a Dios,
siempre y cuando en hacerlas, revelamos a Dios que habita en nosotros, pues vivimos
en su gracia, y no nos revelamos a nosotros mismos, lo cual sería la antítesis del
Amor.

7ª. Señal – Amor a la Sagrada Eucaristía:

“El que come mi carne y bebe mi sangre, vive de Vida Eterna, y Yo lo resucitaré
en el último día” (Jn. 6, 54). “El que come de este pan vivirá para siempre” (Jn. 6,
58).

El candidato a la salvación conoce y vive estas palabras de Jesús. Sabe que la


Sagrada Comunión es el alimento indispensable de su alma. Necesita la Sagrada
Hostia, pues si no su vida espiritual se debilita. Siente hambre del Cuerpo de Cristo,
por lo que recibe la Eucaristía con la mayor frecuencia que le es posible.

Con relación a la divina predestinación y la salvación eterna, conviene recordar


aquí una promesa que, si bien es revelación privada, fue acogida y promovida por la
Iglesia con mucha claridad y con gran insistencia hasta mediados del Siglo 20.
Lamentablemente en nuestros días no se promueve como se promovía anteriormente.
Se trata de la devoción de los Primeros Viernes.

He aquí las palabras de Jesucristo a Santa Margarita María de Alacoque en 1676:


“Yo te prometo, en el exceso de la Misericordia de mi Corazón, que su Amor
Todopoderoso concederá a cuantos comulgaren nueve primeros viernes de mes
seguidos, la gracia de la perseverancia final, o sea, que no morirán en desgracia
mía ni sin recibir los sacramentos, y que mi Corazón se constituirá en seguro asilo
de ellos en aquel momento”.

Con esta solemne promesa del mismo Cristo en revelación privada (no forma
parte de la Biblia), que coincide con su promesa sobre la Eucaristía y la Vida Eterna en
revelación pública (contenida en la Biblia), las personas interesadas en su eterna
salvación tienen cuidado de realizar esta práctica eucarística no sólo nueve veces
seguidas, sino en forma constante y permanente.

8ª. Señal – Devoción a la Santísima Virgen Maria:

La devoción a la Virgen es señal de salvación. Y entre todas las devociones


marianas, destaca principalmente la del Santo Rosario, no sólo porque la misma Virgen
María lo pide en sus apariciones, sino que la misma Iglesia ha insistido siempre en esta
devoción del Rosario.

Más recientemente, el Papa Juan Pablo II lanzó una Carta Apostólica sobre el
Rosario, insistiendo en su necesidad.

Habiendo agregado al Rosario los nuevos Misterios Luminosos, que contemplan


algunos pasajes y mensajes de la vida pública de Jesucristo, en esta exhortación para
toda la Iglesia Católica y también para otros cristianos, el Papa JPII nos mostraba
cómo el Rosario es una oración eminentemente bíblica y cómo su práctica nos va
configurando más y mejor a Jesucristo, llevados de la mano de María.

Sería imposible considerar que la Santísima Virgen María dejará desatendida la


petición del Ave María: “ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra
muerte”. Así que puede asegurarse que quien rece el Rosario todos los días,
esforzándose por vivir en gracia, recibirá la gracia de la perseverancia final, por
mediación de María, quien –además de ser nuestra Madre- es la compañera segura de
los salvados en el momento de su muerte.

Otra importante devoción mariana, semejante a la de los Nueve Primeros


Viernes, es la promesa de la Santísima Virgen María en Fátima sobre los Cinco
Primeros Sábados.

He aquí las palabras de la Santísima Virgen María en 1925 a Lucía, la vidente de


Fátima, que murió ya anciana en 2005: “Haz saber que yo prometo asistir a la hora de
la muerte a todos aquéllos que en los Primeros Sábados de cinco meses
consecutivos se confiesen, reciban la Sagrada Comunión, recen cinco Misterios del
Rosario y me hagan compañía durante un cuarto de hora meditando en los quince
misterios del Rosario (se refiere a los Gozosos, Dolorosos y Gloriosos), con intención
de darme reparación”.

Otra devoción mariana importante es la del Escapulario de la Virgen del


Carmen, pero sólo cuando éste es utilizado adecuadamente, no como fetiche de
protección para peligros físicos, sino como señal de que nos revestimos con esta
prenda que nos recuerda constantemente imitar a María en su seguimiento de la
Voluntad Divina.

San Simón Stock recibió de la Virgen en 1251 una promesa de salvación para
aquéllos que murieran con el Escapulario del Carmen. Sin embargo, para evitar malos
entendidos y pretendidas seguridades de salvación, aun viviendo en pecado mortal, la
Iglesia agregó la palabra “piadosamente” a la promesa mariana: “El que muera
piadosamente con él, no padecerá el fuego eterno”. “Piadosamente” significa el llevar
el Escapulario por lo que éste significa: imitación a María, seguros de que imitándola
obtendremos de ella la gracia de la perseverancia final.

9ª. Señal – Amor y obediencia a la Iglesia:

El salvado se siente miembro de la Iglesia y se comporta como tal, obedeciéndola


y sirviéndola. Reconoce las fallas de las personas que –junto con él o ella- forman
parte de la Iglesia, pero sabe que la Iglesia es de origen divino, pues fue fundada por
Jesucristo y que El, según su promesa, estará con ella hasta el fin del mundo.

El salvado sabe que en la Iglesia le son dados los medios de salvación, pues en
ella recibe los Sacramentos, medios indispensables para recibir la gracia divina.

El salvado obedece el Magisterio de la Iglesia, es decir, las enseñanzas del Papa y de


los Obispos, y no critica esas enseñanzas, ni se opone a ellas, pues sabe que las
autoridades eclesiásticas reciben esa autoridad del mismo Cristo.
12. OMNISCIENCIA DE DIOS
- Divina Providencia

Dios, por supuesto, conoce todas nuestras necesidades mejor que nosotros
mismos y se ocupará de ellas si se las dejamos a El. Bien nos lo dice Jesucristo:

“No anden tan preocupados ni digan: ¿tendremos alimento? ¿qué beberemos?, o


¿tendremos ropas para vestirnos? Los que no conocen a Dios se afanan por eso, pero
el Padre del Cielo, Padre de ustedes, sabe que necesitan todo eso”. (Mt. 6, 31-32)

“Fíjense en las aves del cielo, que no siembran, ni cosechan, no guardan


alimentos en graneros. Sin embargo, el Padre del Cielo, el Padre de ustedes, las
alimenta. ¿No valen ustedes mucho más que las aves? (Mt. 6, 26)
Tenemos la seguridad de que Dios conoce nuestras necesidades y que nos da cada
cosa a su tiempo:

“Todas esas criaturas de Ti esperan que les des a su tiempo el alimento. Apenas
se lo das, ellos lo toman, abres tu mano y se sacian de bienes” (Sal. 104, 27-28).

Esta atención amorosa de Dios y el gobierno y la dirección que Dios ejerce en el


universo es lo que se denomina “Divina Providencia”. “Providencia” viene del verbo
latino “providére” que significa “proveer”.

Dios creó el universo y todo lo que hay en él. Pero también lo preserva, lo
mantiene y lo gobierna. El universo se volvería nada –volvería a su situación inicial de
no existir- si no fuera porque Dios lo mantiene con su poder infinito.

“¿Cómo podría durar una cosa que Tú no quisieras? ¿Qué podría subsistir si Tú
no lo hubieras llamado? (Sab. 11, 25).

“El, cuya palabra es poderosa, mantiene el universo” (Hb. 1, 3b).

Por el mismo poder de su Voluntad por el cual creó el universo, Dios hace
también que continúe en la manera que El desea y hasta tanto el lo desea.

En su Sabiduría y Bondad Infinitas, Dios cuida de todas las cosas, las ordena y
las dirige hacia el fin para el cual las creó.

La Divina Providencia se extiende aún a las cosas más pequeñas. “El hizo a los
pequeños y a los grandes; El se preocupa por todos” (Sab. 6, 7b).

“¿Acaso un par de pajaritos no se venden por unos centavos? Pero ni uno de


ellos cae en tierra sin que lo permita vuestro Padre” (Mt. 10, 29).

El Señor nos pide que confiemos en su Divina Providencia, pues El está


pendiente de todo:

“Entonces no teman, pues hasta los cabellos de sus cabezas están contados. Con
todo, ustedes valen más que los pajaritos” (Mt. 10, 30-31).
“No anden preocupados por su vida con problemas de alimentos, ni por su
cuerpo con problemas de ropa. ¿No es más importante la vida que el alimento y más
valioso el cuerpo que la ropa?” (Mt. 6, 25)

“Miren cómo crecen las flores del campo, y no trabajan ni tejen. Pero Yo les digo
que ni Salomón, con todo su lujo, pudo vestir como una de ellas. Y si Dios viste así el
pasto del campo, que hoy brota y mañana se echa al fuego, ¿no hará mucho más por
ustedes? ¡Qué poca fe tienen!” (Mt. 6, 28)

Dios no quiere directamente ningún mal físico, entendido como privación de


algún bien físico (por ejemplo, una enfermedad). Tampoco quiere directamente
ninguna carencia, como una privación injusta de la libertad, una situación económica
difícil, pero permite estos llamados “males” para obtener mayores bienes. Estos
llamados “males” pueden resultar “bienes” cuando los aprovechamos como lo que son:
gracias de privación, de sufrimiento, de dolor, para crecer en nuestra vida espiritual.

Así mismo con el pecado. Dios, por supuesto, no quiere el pecado. Pero también
del pecado Dios puede sacar un bien: el arrepentimiento del pecador, para que se
manifieste su infinita Misericordia; la humillación de la persona para que crezca en
humildad y, por tanto, en santidad.

De allí que San Agustín enseñe: “El Dios Omnipotente no habría permitido que
hubiese mal en sus obras si no fuese tan Omnipotente y Bueno que consiga sacar bien
del propio mal”.
(Catecismo de la Iglesia Católica # 309 a 314 – 324 - 307)

Como regla general, para preservar y gobernar el mundo, Dios utiliza las leyes de
la naturaleza. Pero sabemos que El sigue siendo Dueño y Señor de la naturaleza. De
allí que, cuando así lo decide con su Sabiduría Infinita, puede cambiar las leyes de la
naturaleza: cambiar la naturaleza de las cosas creadas, aumentar o disminuir sus
fuerzas, sustituir esas fuerzas por su poder divino, etc. Es decir, Dios puede realizar
“milagros” cuando así lo decide.

La Providencia de Dios dirige el curso de la historia de la humanidad.


Especialmente en la Biblia vemos cómo guió al pueblo de Israel, cómo preparó a la
humanidad para la venida del Mesías, y –aunque no está escrito y tal vez no nos
damos cuenta- sigue también guiando a la humanidad hacia el fin de este mundo
terreno y el paso a la eternidad.

Los seres humanos participamos en la historia de la humanidad durante el


tiempo que nos toca vivir en el mundo. Esta participación de las criaturas en el curso
de la historia humana es lo que se llama en Teología “causas segundas”, siendo Dios
siempre la “Causa Primera”, que dirige y ordena todo hacia el fin para el cual El ha
creado el mundo.

Dios nos ha permitido a sus criaturas colaborar con El en la historia de la


salvación. Ahora bien, si cada uno de nosotros, viviéramos según el plan de Dios, si
hubiéramos actuado o estuviéramos actuando según sus designios, podríamos decir
que hemos sido o estamos siendo colaboradores adecuados en su plan de salvación de
la humanidad.
Sin embargo, tristemente, sucede que en la mayoría de los casos, los seres
humanos más bien hemos distorsionado o estamos distorsionando el plan divino con
nuestros pecados y nuestros errores.

Pero Dios que, en su Omnipotencia y en su Sabiduría Infinita, saca bien del mal,
reordena la historia humana para su mayor gloria y el mayor bien.

Sin contar los daños morales que cada uno de los seres humanos hemos podido
causar y también los daños causados por grupos humanos y/o naciones, analicemos a
título de ejemplo sólo una cosa en la que la mayoría de los que en este tiempo
habitamos la tierra estamos de acuerdo: la destrucción del medio ambiente. Dios nos
confió la naturaleza y ¿podemos decir que hemos sido competentes en mantener el
equilibrio ambiental que Dios nos entregó?

Para resumir cómo funciona la Divina Providencia, he aquí la solemne declaración


dogmática del Concilio Vaticano I:

“Todo lo que Dios creó, lo conserva y gobierna con su Providencia, alcanzando de un


confín a otro poderosamente y disponiéndolo todo sabiamente (cf. Sb. 8, 1). Porque
“todo está desnudo y patente ante sus ojos” (Hb. 4, 13), aún lo que ha de acontecer
por libre acción de las criaturas” (Denz. 1784).

(Catecismo de la Iglesia Católica # 301 a 308 – 321 a 324)

13. OMNIPOTENCIA DE DIOS

Dios puede hacer todo lo que desee o decida hacer. Decidir y hacer es para Dios
un mismo acto (cf. Sal. 147, 5). Dios no puede hacer lo que no desee hacer. No puede
hacer algo malo; tampoco puede contradecirse o crear algo contradictorio (un círculo
cuadrado, por ejemplo).

Por ser omnipotente, Dios es el Todopoderoso. Nos dice el Catecismo de la


Iglesia Católica que, de todos los atributos divinos, sólo la omnipotencia es nombrada
en el Credo o Símbolo de los Apóstoles. (Catecismo de la Iglesia Católica #268). Por
algo será …

Veamos: la Omnipotencia Divina no es un concepto lejano o poco importante


para nuestra vida cristiana. Tampoco puede ser un concepto intimidante (por ejemplo,
temer el infinito poder de Dios). Por el contrario, nos dice el Catecismo, que confesar
ese atributo divino “tiene gran alcance para nuestra vida”.

Y nos explica por qué. Porque Dios ha creado todo, rige todo y lo puede todo. Es
decir su Omnipotencia es universal, es decir que abarca todo. Pero, adicionalmente, no
olvidemos que ese poder divino es amoroso, porque Dios es nuestro Padre (cf. Mt. 6,
9), y misterioso porque sólo lo descubrimos en la fe y se manifiesta en nuestra
debilidad (2 Co. 12, 9 y 1 Co. 1, 18).

Demostrar el poder infinito de Dios es innecesario. Sólo con conocer algo del
universo extraterrestre y del planeta tierra, quedamos admirados. Por las distancias
que nos separan de otros planetas, así como el tiempo que tardan las naves espaciales
en llegar a ellos, podemos intuir el poder divino.
Para darnos una idea de la inmensidad del poder de Dios, pensemos que algunos
de esos astros son tanto más grandes que el sol, que si ocuparan el espacio de éste,
tardaríamos en observar su levante desde la tierra más el tiempo que el que el sol
tarda en levantarse y ponerse.

Dios, por supuesto, puede hacer cosas que son imposibles para los hombres. Son
los milagros, en los que las leyes de la naturaleza puestas por Dios mismo, son
suspendidas y/o superadas por El.

Aparte de los milagros de Jesús, en la Biblia tenemos muchísimos más ejemplos


del poder divino.

Los tres jóvenes preservados del fuego en el horno ardiente (Dn. 3) o Daniel
librado de los leones en el foso (Dn. 6, 10-24). Y San Pedro librado del la prisión (Hch.
12, 1-19).

Como puede verse por los relatos, en estos tres casos, Dios ejerció su
Omnipotencia a través de Angeles. Pero Dios tiene muchísimas maneras de actuar con
su poder infinito por medio de otros o también directamente: el paso del Mar Rojo, las
maravillas en los 40 años del pueblo de Israel por el desierto, etc.

La Omnipotencia Divina aparece no sólo presente en muchas narraciones bíblicas,


sino expresamente apoyada con textos específicos:

"Y dijo Yavé a Abraham: ¿Por qué se ha reído Sara? ¿Por qué ha dicho: Cómo
voy a tener un hijo ahora que soy vieja? ¿Hay acaso algo imposible para Yavé?” (Gn.
18, 13-14).

“Yavé hace cuanto quiere en los cielos, en la tierra, en el mar y en todos los
abismos” (Sal. 134, 6).

“Tú has hecho los cielos y la tierra con el gran poder de tu brazo; nada es
imposible para Ti” (Jer. 32, 17).

“Yo soy Yavé, Dios de todos lo vivientes. ¿Hay algo imposible para mí? (Jer. 32,
27).

“Respondió Job diciendo: Sé que lo puedes todo y que no hay nada que te
cohiba” (Job, 42, 2).

“Pues todo el mundo es delante de ti como un grano de arena en la balanza y


como una gota de rocío de la mañana, que cae sobre la tierra. Pero tienes piedad de
todos, porque todo lo puedes” (Sb. 11, 23-24).

“Para los hombres esto es imposible, mas para Dios todo es posible” (Mt. 19,
26).

“Porque para Dios nada es imposible” (Lc. 1, 37).

Aclaremos un poco más lo posible y lo imposible para Dios. Dios puede realizar
todo lo que sea intrínsecamente (metafísicamente) posible, o sea, puede hacer todo
aquello que no implique una contradicción. Por ejemplo, no es posible que la luz de
una vela esté prendida y apagada a la vez, porque esto encierra una contradicción.

Por lo tanto, las contradicciones no están comprendidas dentro de la


Omnipotencia Divina. Y es más correcto decir que tales cosas no pueden ser hechas,
en vez de decir que Dios no puede hacerlas.

Dios no puede “negarse a Sí mismo” (2 Tim. 2, 13). Dios no puede no existir.


Tampoco Dios puede pecar. Porque Dios no puede fallar en su acción o realizar una
acción defectuosa.

Ahora bien, la mayor muestra de la Omnipotencia Divina está en la Misericordia


de Dios y en el poder de perdonar los pecados.

Lo dijo Jesucristo al curar al paralítico y ser criticado secretamente por los


maestros de la Ley: “Qué es más fácil: decir ‘Queden perdonados tus pecados’ o
‘Levántate y anda’. Sepan, pues, que el Hijo del Hombre tiene poder en la tierra para
perdonar los pecados” (Mt. 9, 5-7).

Lo dice el Libro de la Sabiduría: “Tienes piedad de todos, porque todo lo puedes”


(Sb. 11, 24).

Y esto lo corrobora la Liturgia de la Iglesia en una oración de la Santa Misa: “Dios


manifiesta en grado máximo su Omnipotencia, perdonando y usando de su
Misericordia”.

Así que, aunque nos impresionen y sobrecojan las muestras que conocemos del poder
infinito de Dios, el perdonar nuestros pecados, sanar nuestra alma enferma a causa de
éstos e irnos purificando de sus consecuencias para llevarnos a la santidad es la
muestra máxima de la Omnipotencia Divina.

14. MISERICORDIA INFINITA DE DIOS

Que Dios es infinitamente misericordioso significa que perdona a todos los


pecadores verdaderamente arrepentidos. Es decir, Dios perdona enseguida cualquier
pecado o pecados cuando nos arrepentimos de veras.

“Tan cierto como que soy vivo, palabra de Yavé, que no deseo la muerte del
malvado, sino que renuncie a su mala conducta y viva” (Ez. 33, 11).

Dios nos muestra su Misericordia en la forma como busca al pecador, bien sea a
través de beneficios o de sufrimientos. También nos la muestra por su disposición a
perdonar, sin importar la gravedad, ni la frecuencia del pecado, requiriendo sólo el
arrepentimiento (cf. Sal. 50, 18-19).

En la Sagrada Escritura vemos las variadas formas en que Dios muestra su


Misericordia con el pecador:
Como el Buen Pastor que busca la oveja perdida hasta encontrarla (cf. Lc. 15, 4-
7).

Dios envió el Profeta Natán a David para reprenderlo y para que se arrepintiera
de sus pecados (cf. 2 Sam. 1-14 y Sal. 50).

Jesús busca a la Samaritana (cf. Jn. 4, 1-30).

Al hijo pródigo lo deja caer en calamidades y en la indigencia para que regrese a


casa (cf. 15, 11-32).

Defiende a la mujer adúltera (cf. Jn. 8, 1-11).

Recibió con compasión a la mujer pecadora (cf. Lc. 7, 36-47).

Perdonó al buen ladrón, arrepentido y crucificado a su lado (cf. Lc. 23, 39-43).
Sobre este caso hay que decir que Dios sí puede perdonar a un pecador al final de su
vida, si está verdaderamente arrepentido. Pero todos los autores espirituales
desaconsejan dejar el arrepentimiento para el final.

Con respecto al ladrón arrepentido, éste es un caso único en la Sagrada


Escritura. Si analizamos los demás ejemplos de arrepentimiento, no son en el último
instante de la vida de los pecadores. Sobre este caso, San Agustín muy sabiamente
apunta que Dios perdonó a un hombre en el último momento para que nadie caiga en
desesperanza, pero perdonó sólo a uno, para que nadie caiga en presunción, que son
los dos pecados contra la esperanza: uno que consiste en no tener esperanza y otro
que consiste en abusar de la esperanza.

Como vemos por estas muestras de pecados y pecadores de la Sagrada


Escritura, Dios está dispuesto a perdonar al más grande pecador, si se arrepiente, no
importa que el pecado sea lo más horrible:

“Vengan para que arreglemos cuentas. Aunque sus pecados sean colorados,
quedarán blancos como la nieve; aunque sean rojos como púrpura, se volverán como
lana blanca” (Is. 1, 18).

"Un corazón contrito y humillado tú Sañor no lo desprecias" (Sal 50, 19).

Se alegra tanto con el arrepentimiento del pecador que nos dice:

“Hay más alegría en el Cielo por un pecador que se arrepienta que por noventa y
nueve justos que no necesitan arrepentirse” (Lc. 15, 7).

Nadie se condena porque ha cometido pecados muy graves, pero muchos podrían
condenarse por cometer pecados de los que no se arrepienten.

Hemos visto cómo Dios nos muestra su Misericordia Infinita en varios pasajes de
la Escritura. He aquí otros pasajes que enuncian esa Misericordia Divina:
“Pero Tú eres un Dios de perdón, lleno de piedad y ternura, que tardas en
enojarte y eres rico en bondad” (Neh. 9, 17b).

“¿Qué Dios hay como Tú, que borra la falta y que perdona el crimen; que no se
encierra para siempre en su enojo, sino que le gusta perdonar” (Miq. 7, 18).

“Rasguen su corazón y no sus vestidos, y vuelvan a Yavé su Dios, porque el es


bondadoso y compasivo; le cuesta enojarse y grande es su misericordia; envía la
desgracia, pero luego perdona” (Joel 2, 13).

“Yo sabía que Tú eres un dios clemente y misericordioso, paciente y lleno de


bondad, siempre dispuesto a perdonar” (Jon. 4, 2b).

“Tú eres, Señor, bueno e indulgente, lleno de amor con los que te invocan” (Sal.
86, 5).

“El Señor es ternura y compasión, lento a la cólera y lleno de amor; si se


querella, no es para siempre; si guarda rencor, es sólo por un rato. No nos trata según
nuestros pecados, ni nos paga según nuestras ofensas. Cuanto se alzan los cielos
sobre la tierra, tan alto es su amor con los que le temen. Como el oriente está lejos
del occidente, así aleja de nosotros nuestras culpas” (Sal. 103, 8-12).

“Porque el Señor es compasivo y misericordioso, perdona los pecados y salva en


el día de la angustia” (Si. 2, 11).

“Pues cuánta es su grandeza, tanta es su misericordia” (Si. 2, 22b).

“¡Cuán grande es la misericordia del Señor y su perdón con los que se convierten
a El!” (Si. 17, 29).

“El Señor es clemente y compasivo, tardo a la cólera y grande en Amor (Sal.


145, 8).

“Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación: (Lc. 1, 50).

“Sean misericordiosos, como es misericordioso el Padre de ustedes” (Lc. 6, 36).

“Pero Dios es rico en misericordia. ¡Con qué amor tan inmenso nos amó! Estábamos
muertos por nuestras faltas y nos hizo revivir con Cristo. ¡Por pura gracia ustedes han
sido salvados!” (Ef. 2, 4-5).

15. JUSTICIA INFINITA DE DIOS

Dios premia todo lo bueno y castiga todos los malos actos. Pero hay que tener
claro que nos premia o nos castiga sólo parcialmente durante nuestra vida terrena,
porque el premio o castigo pleno tendrá lugar en la otra vida.

La Sagrada Escritura tiene muchísimos ejemplos de castigos en esta vida:


El Diluvio (Gn. 6, 5-7; 10; 17; 22-23).

La destrucción de Sodoma y Gomorra (cf. Gn. 18, 20-21; 19; 13; 24-25).

Muerte del Sumo Sacerdote Helí y de sus hijos (cf. 1 Sam.3, 12-14; 4, 11, 17-
18).

Muerte del hijo de David con Betsabé (cf. 2 Sam. 12, 14-19).

Muerte de otro hijo de David, Absalón, quien originó una guerra civil, pero fue
derrotado por las milicias del rey (cf. 2 Sam. 17, 1; 12, 14; 18, 9-10, 14b-15).

Pero hay que tomar en cuenta que la Justicia Infinita de Dios será plena sólo en
la vida eterna, pues es frecuente la objeción de que los malos no son castigados aquí y
por el contrario los que tratan de obrar bien pueden sufrir una serie de inconvenientes
y calamidades.

Ante esta argumentación hay que decir que Dios nunca prometió que los rectos
recibirían su recompensa en esta vida. Lo que sí nos dijo fue que éstos recibirán
felicidad eterna en el Cielo y que los malos serán castigados.

Dios en esta vida da bienes y males a unos y otros, premios y correcciones a


unos y otros. Bien lo dice el Señor: “Hace lucir el sol sobre buenos y malos, y hace
llover sobre justos y pecadores” (Mt. 5, 45).

Sin embargo, tenemos que creer firmemente que Dios es infinitamente Justo y
que su justicia sobrepasa nuestros humanos juicios y las apariencias en esta vida, y
que El premiará justísimamente a los buenos y castigará justísimamente a los malos.

“Si ustedes quieren obedecerme, comerán lo mejor de la tierra; pero si ustedes


insisten en desobedecerme, será la espada la que los devore” (Is. 1, 19).

Por eso hay que recordar siempre que esta vida no es el final, es sólo pasajera y
muy breve: lo verdaderamente importante y perdurable viene después, y es en ese
después cuando Dios ejecutará su justicia definitiva.

“El pagará a cada uno de acuerdo con sus obras. Dará Vida Eterna a quien haya
seguido el camino de la gloria, del honor, de la inmortalidad, siendo constante en
hacer el bien; y, en cambio, habrá sentencia de reprobación para quienes no han
seguido la verdad, sino más bien la injusticia. Habrá sufrimientos y angustias para
todos los seres humanos que hayan hecho el mal … La gloria, en cambio, el honor y la
paz serán para todos los que han hecho el bien” (Rom. 2, 6-10).

Dios premia la más pequeña buena acción y castiga el más pequeño pecado.
Ninguna acción, buena o mala, por pequeña que sea quedará fuera del juicio divino.

“El que dé un pequeño vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, no quedará
sin recompensa” (Mt. 10, 42).
“Yo les digo que en el día del juicio tendrán que dar cuenta hasta de lo dicho que
no podían justificar” En otras traducciones: “hasta de las palabras ociosas” “hasta de
lo dicho inútilmente” (Mt. 12, 36).

Dios juzga según la intención de cada cual. Dios ve el corazón y no la apariencia.


Y así será su juicio.

“Los hombres juzgan por las apariencias, pero Dios juzga el corazón” (1Sam. 16,
7).

“Porque todos ésos han dado de lo que les sobra, mientras que ella, no teniendo
recursos, ha echado todo lo que tenía para vivir” (Lc. 21, 4).

“Este servidor conocía la voluntad de su patrón: si no ha cumplido las órdenes de


su patrón, recibirá un severo castigo. En cambio si es otro que hizo, sin saber, algo
que merece azotes, recibirá menos golpes” (Lc. 12, 47-48).

Ahora veamos citas bíblicas sobre la Justicia Divina:

“Porque eres justo en todo lo que haces, todos tus caminos son rectos, tus obras
son verdaderas y todos tus juicios son irreprochables” (Dn.3, 27).

“Tú eres justo, Señor, y rectos son tus juicios” (Sal. 119, 137).

“Porque el Señor es justo y ama la justicia, los que son rectos contemplarán su
rostro” (Sal. 11, 7).

“Hermanos: no se tomen la justicia por su cuenta, dejen que sea Dios quien castigue,
como dice la Escritura: ‘Mía es la venganza, Yo daré lo que se merece’, dice el Señor”
(Rm. 12, 19).

15b. ARMONIA ENTRE LA JUSTICIA Y LA MISERICORDIA DE DIOS

La Misericordia es un regalo de la bondad de Dios para que aceptemos su


Justicia, que es una expresión de su Sabiduría, que es El mismo.

Dicho en palabras de Santo Tomás de Aquino: “La Justicia de Dios es el orden en


las cosas, adecuado a su Sabiduría” (Suma I, 21, 2). Y también: “La Misericordia no
anula la Justicia, sino que es como la plenitud de la Justicia” (Suma I, 21, 3).

Podría parecer extraño que dos cuestiones aparentemente contrapuestas puedan


ser presentadas de manera armónica y complementaria.

Veamos citas bíblicas que muestran esta armonía:

“La Gracia y la Verdad se han encontrado, la Justicia y la Paz se han abrazado;


de la tierra está brotando la verdad, y del cielo se asoma la Justicia” (Sal. 84, 11).
“La Justicia y el derecho son el asiento de su trono; la Misericordia y la fidelidad,
van delante de Ti” (Sal. 88, 15).

“Tu Misericordia va más allá de los cielos y tu fidelidad alcanza hasta las nubes”
(Sal. 107, 5).

“Pues cuánta es su grandeza, tanta es su misericordia” (Si. 2, 22b).

“Brilla como luz en las tinieblas para los rectos de corazón; El comprende, es
clemente y justo” (Sal. 111, 4).

“El Señor es muy bueno y justo, nuestro Dios es compasivo” (Sal. 115, 5).

La explicación teológica es la siguiente: Según la Justicia, Dios distribuye


justísimamente a todas sus creaturas lo que les corresponde según la naturaleza que
El mismo les ha dado. Pero según la Misericordia, la creatura no merece nada, sino en
virtud de que Dios le ha dado previamente todo (desde su misma existencia), y se lo
ha dado gratuitamente.

La Misericordia Infinita de Dios va más lejos que la Justicia, porque Dios otorga a
la creaturas muchos más beneficios que los que justamente les corresponde.

“Dios, al obrar misericordiosamente, no actúa contra sino por encima de la


justicia. Ejemplo: Si a quien se le deben cien denarios se le dan doscientos, quien hace
esto no es injusto, sino que obra libre y misericordiosamente. Lo mismo sucede cuando
se perdonan las ofensas recibidas”. (Suma I, 21, 3)

“También en el hecho que los justos sufran en este mundo aparece la justicia y la
misericordia. Pues por tales sufrimientos se les limpian pequeñas manchas, y el
corazón, dejando lo terreno, se orienta más a Dios. Dice Gregorio : Los males que en
este mundo nos oprimen, nos empujan a ir a Dios”. (Suma I, 21, 4)

16. ¿PODEMOS LLAMAR A DIOS MADRE?

No, no podemos llamar a Dios “Madre”. Lo llamamos “Padre”, no porque haya


algún rechazo a la feminidad o a la maternidad, sino porque Jesucristo nos ordenó que
le llamáramos “Padre” (cf. Mt. 6, 9).

Además, Jesús se refería a El como su Padre y nuestro Padre, y El mismo lo


llamaba así (más de 50 veces en el Evangelio Jesús se refiere al Padre o a su Padre).
Y, en un momento tan difícil como fue su oración la noche antes de morir, hasta lo
llamó: Abba (Mc. 14, 36), que tiene en arameo la connotación del trato cariñoso en
diminutivo equivalente a “Papi” o “Papito”.

Es cierto que la palabra “Padre” es indicativa de algunas cualidades propias de


los padres naturales: protección, atención, liderazgo, fuerza, seguridad, estabilidad,
diligencia, etc.
Pero algunas de estas cualidades pudieran caracterizar también a la madre.
Igualmente las cualidades más típicas de la feminidad y maternidad pueden estar
presentes en los padres: afecto, ternura, sensibilidad, cuidado, solicitud, dedicación,
sacrificio, magnanimidad, etc. Si observamos las parábolas más elocuentes del amor
paternal de Dios: la del hijo pródigo (cf. Lc. 15, 11-32) y la de la oveja perdida (Lc.
15, 1-7), podemos ver en el padre y el pastor rasgos paternales y también rasgos que
solemos asignar a las madres.

Pero la verdad es que Dios está por encima de esas diferenciaciones. Tratar de
encasillar a Dios en esos términos terrenos y naturales es no darnos cuenta que Dios
es mucho más que eso y que, por ser Quien es, supera infinitamente nuestros
conceptos limitados y nuestra insuficiente terminología humana.

Algunos cristianos creen que están descubriendo un concepto muy novedoso y de


gran amplitud, porque incorpora una visión feminista de Dios, y equivocadamente
pretenden con esta “novelería” elevar la dignidad de la mujer.

Pero hay que tener en cuenta que estos errores teológico-bíblicos no son
originales, sino que nos vienen del paganismo, del gnosticismo y de la mal llamada
“metafísica”.

En cuanto al paganismo, desde el comienzo las religiones paganas en sus mitos


sobre la creación degradan la acción creativa de la divinidad. Sectas modernas, como
el Mormonismo, también caen en esta aberración.

Para los metafísicos, seguidores de una corriente de pensamiento gnóstica y new


age, la creación de los seres humanos a imagen y semejanza de Dios se referiría, entre
otras cosas, a que los seres humanos poseemos la masculinidad y la feminidad.
Concepto no sólo reduccionista, sino abiertamente equivocado y contrario a la teología
bíblica y a las enseñanzas de la Iglesia.

Aclaremos que cuando la Biblia dice que los seres humanos fuimos hechos a
imagen y semejanza de Dios (cf. Gn. 1, 26), no se refiere a nuestra naturaleza
sexuada, como sugieren los paganos y los gnósticos y “metafísicos”. Se refiere a que,
siendo Dios espíritu, nos dio un espíritu semejante al suyo el cual nos permite pensar,
razonar, decidir y amar. Es decir, nuestra alma nos asemeja a nuestro Dios.

El alma humana -entendimiento y voluntad- es nuestra participación en la naturaleza


divina (cf. CIC #356), no sólo porque los seres humanos poseemos entendimiento y
voluntad, sino adicionalmente porque en el uso recto y virtuoso de esas cualidades que
constituyen nuestra alma, podemos participar en la vida de Dios, al optar por El y por
lo que El desea de nosotros.

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