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Tres puntos de inflexión a propósito de “1984” y su actualidad

“1984”… ¿descripción o prospectiva?


La mayoría de los lectores de 1984 de George Orwell, ven la novela como la
descripción alegórica de una sociedad extrema, extrapolación de la
experiencia estalinista, y reducen su intencionalidad a fines de denuncia,
alegato y hasta de propaganda ideológica. En cualquier caso, es considerada
poco menos que una obra panfletaria bien escrita.
Lo cierto es que, tras la caída del muro y la escenificación de la perestroika, la
cultura media optó por pensar la “dictadura comunista” (al igual y en paralelo
con el del nazismo) como una tormenta pasajera que no habría alcanzado los
extremos sino mediante idiosincrasias personales. A estos personajes clave,
quienes siguen sin abandonar las ideas de realización de un mundo justo, en
particular mediante el control burocrático del Estado, los consideran traidores a
la causa o unos degenerados. Precisamente, esto explica por qué la obra de
Orwell -como tantas otras de su tipo, y pienso ahora en El castillo...- acabó
tergiversada: sin duda para desviar la crítica que esas obras dirigían a la
burocratización en general, a la que sin embargo no se le podía dejar de
atribuir el resultado extremo, sino para fortalecer, sobre la base de una
resignación acomodada, a los burócratas socialdemócratas y liberales
convertidos en liberadores y defensores del mejor de los mundos posibles,
básicamente, a la consideración de que más valía quedarse con lo dado... y, en
todo caso, esperar a las siguientes elecciones... Será en realidad esta
motivación la que, en seguida, atribuyó el fin del horror y todos sus extremos al
rol de una camarilla reconvertida de la que Gorbachov fue su primera cabeza
visible y Yeltsin el resistente payaso que suele protagonizar las comedias
finales, siendo que ni siquiera ha acabado de embozarse suficientemente con
Putin siempre detrás del trono… es decir, como figura visible de la estructura
más o menos incólume Ejercito Rojo, único poder (aún) digno de tal nombre en
Rusia, poder económico, sin duda atómico y más ampliamente energético, que
los rusos llaman “tandemocracia”, adaptando de esta forma el término genérico
a las circunstancias particulares, tal como se hace aquí al hablar de
“partidocracia”.
En la sopa germinal de Orwell, se encontraban quizá los aún insuficientes
conocimientos que podían tenerse en 1949 de los excesos del estalinismo
(capciosos por otra parte para la inmensa mayoría de los intelectuales de la
época, que globalmente preferían saber sólo lo que convenía saber en defensa
de la URSS y en favor de la consecución de su Imperio... de “justicia”; es decir,
en nombre de lo que se dignificó como compromiso del intelectual... con “los
desheredados de la Tierra”), datos que eran relativizados o ignorados bajo las
ambiguas declaraciones aliadas o las denuncias anarquistas y trotskistas que
se consideraban propias de un enemigo interno (como las denuncias de Volín
que seguramente poco y nada trascendieron de los marcos de la discusión
entre anarquistas, o como las capciosas de Trotski y sus seguidores, cuya
figura tiene un significativo rol fantasmal en la novela, a tono con la lucidez de
Orwell). La obra de Solyenitzin, por su parte, no fue difundida en Occidente
hasta la década de los setenta y tardaría aún en no ser vista como
“contrapropaganda anticomunista” y las pocos conocidas denuncias de Ciliga
(El país de la mentira desconcertante, ¡nunca publicado en castellano que yo
sepa!) que vería la luz en una versión completa recién en 1977, siendo sus
detalles hasta entonces marginados por el trostkismo mismo o convertidos a
ojos públicos en meras referencias anarquistas que podían fácilmente resultar
poco fiables. Lo que Orwell pudo escuchar serían voces disidentes que más
que descripciones de primera mano denunciaban autoacusándose
sospechosamente gracias a la inevitable manera combativa en que utilizaban
los datos. Todo esto es pues insuficiente para explicar la elaboración del
mundo que nos ofreció Orwell mediante su novela y debemos explicárnoslo del
mismo modo que nos explicamos la obra de Kafka y en general cualquier obre
de arte literaria de significación. Esto sólo pudo llevarse a cabo en la medida en
que Orwell fue capaz de observar el mundo real a través de sus propias
idealizaciones frustradas.

Lo que se instalaría así de manera generalizada, además y sobre la base de


ese posicionamiento, sería el estilo de pensamiento por excelencia de la
burocracia (burocrático y filoburocrático): el tacticismo; tacticismo relativista que
no sólo concitará aplausos en cada demostración práctica de astucia puesta en
escena por “los listos” gobernantes (principales, secundarios, periféricos,
regionales, de hasta las más pequeñas y ridículas áreas institucionales u
orgánicas) sino que se asumirá como propio de la conducta grupalista de las
masas occidentales, para las cuales Occidente sería una isla a salvaguardar en
un océano de termundismo burocratizado en expansión. El Paraíso, borrado
del más allá… igualmente borrado del futuro… ya habría sido alcanzado así
escenográficamente y todos deberíamos ocupar en el sus puestos… aunque el
paisaje mostrase un progresivo deterioro, aunque fuese perdiendo poco a poco
su pintura, desliéndose con cada día de sol… ¡Sería, para esa manera de
pensar, lo único que nos queda!
Esa manera de pensar (y como tal debe entenderse) y de valorar las cosas (al
punto de ordenar sólo unos aspectos y ni siquiera incluir otros, incluso como si
sobraran o fueran meros complementos), se ha vuelto dominante precisamente
a instancias de la decadencia o ruina intelectual paralela y complementaria en
tanto se necesita apenas (y no fundamentalmente sin embargo) una imparable
proletarización generalizada que afecta a los intelectuales y en todo caso les
ofrece como vía de escape en principio siempre abierta un lugar en alguna de
las pirámides burocráticas existentes o posibles, en donde se realiza la
inevitable claudicación. El proceso se completará a través del mecanismo
educativo y se sacralizará como una expresión más (por tanto indiscutible so
pena de lesa humanidad) de la democratización e integración de todos los
seres humanos, de la igualdad y de la solidaridad. Así, bajo el concepto vacío y
desconcertante de "democratización de la cultura", se ahonda en el de su
"licuefacción" e inmediata “vaporización”. Lo que sus defensores y panegíricos
no dicen es cómo puede perdurar en el tiempo algo que primero se escurre
entre los dedos y por fin, obra del calentamiento global que no es climático
precisamente, se expande en el aire y desaparece en la atmósfera dando lugar
a un Paraíso en franca dilución.
Este proceso, con componentes que se reproducen desde las más primitivas
coyunturas del tiempo de los hombres (aparición de la autoconciencia,
idiosincrasia simiesca del hombre, domesticación de la naturaleza), partes que
conforman las facetas básicas del asunto, ha redundado masivamente, entre
otras cosas, en esa única salida posible, la de la resignación, que de todos
modos también encierra la asunción de un cierto optimismo formal, el
optimismo delegado en los que gobiernan y que permite una manera feliz de
ver el mundo. Precisamente, esa visión optimista restringida es la que parece
haber logrado marginar la vieja idea de que la felicidad pueda ser alguna vez
alcanzada... Es como si, aceptada la falacia del Paraíso Futuro, finalmente
mesiánico fuese obra de Dios o del Hombre, se hubiese instalado en la
mayoría de la gente la idea de que debemos ver todo lo "alcanzado" hasta
ahora como digno de satisfacción y, a fin de cuentas, como garantía de no
retorno... esto es, como garantía de no retroceso. Esta manera de ver las
cosas, indudablemente líquida en el sentido que le diera con descarado
beneplácito el mencionado Baumann, resultaría así la precondición para no
retroceder y asegurar incluso el avance que tanto prometiera la modernidad de
manera… "exagerada". Habría, por tanto, que ser más modesto y aceptar el
estado de cosas alcanzado... habría que saber valorar, positivamente claro, lo
que tenemos para que no se nos escape... Habría, incluso, que exigir, a lo
sumo, reformas… lo más simples posibles, por añadidura. Reconocernos
“revolucionarios” a través de la exigencia pacífica y simplificada, elemental,
vaporosa.
Con un pie en la superstición o el mito... se pretende aventar la magia negra
mediante el sortilegio de ignorar cualquier supervivencia de la obra del mal en
las grietas y los poros abiertos... Ignorarlos acabaría por producir su
desaparición, invocarlo podría reavivarlo.
Esta es la especie de magia blanca a la que apela la mayoría de los bien
educados...
Si se quiere tener una visión coherente del mundo, hay que concluir pues que
la derrota del estalinismo, como también la del fascismo, el nazismo y todas las
formas totalitarias modernas, no sólo no significaron derrotas de la burocracia
sino que pasos decisivos de su consolidación sistemática como clase, es más,
sólo cabe comprender que esa derrota fue posible como consecuencia de la
lucha en el seno mismo de esa clase, entre facciones, es decir, como lucha
interburocrática, términos a los que cada vez se iría reduciendo más toda
política incluida la que se practica en el ámbito intelectual. Hoy en día,
podemos comprobar en cada situación mínimamente conflictiva, dónde se
dirimen los recambios, quiénes eligen a los gobernantes, quiénes los
defenestran, y qué métodos son los que se ponen en práctica. Las elecciones
son en este contexto apenas un ritual, utilizable incluso dentro de una
estrategia superior como un recurso más entre otros y… bajo
condicionamientos directamente referibles a la fuerza bruta (el 11-M y hasta el
15-M no fueron sino manifestaciones de violencia tanto como lo fuera el asalto
del Palacio de Invierno, que es siempre algo en lo que las cosas pueden
terminar si la correlación de fuerzas y el contexto lo permite y lo requiere). Y
todo esto ya está presente en síntesis en 1984.
Es inevitable reconocer que un personaje como el Brian de 1984, estaría muy
bien anclado en la realidad en marcha a partir de 1949, cuando Orwell publica
su novela.
Esta conducta se pone de manifiesto, como he dicho, no sólo en el ejercicio de
su actividad política, generalmente reducida y cada vez más, a la concurrencia
electoral o a la abstención militante, sino incluso cuando la gente lee. Y por lo
tanto, cuando piensa. Y en el caso de 1984 esto simplemente se confirma,
produciéndose el fenómeno que el propio texto describe cuando habla de la
reconstrucción del pasado en función del presente.
Así, no se sería la proyección al límite de una sociedad concreta pasada, en
decadencia o futura, sino más bien de la puesta en términos alegóricos de una
mecánica que se ha extendido a la sociedad actual en toda su dimensión, lo
que concita el apoyo generalizado de la inmensa mayoría de los habitantes de
nuestras sociedades democráticas y occidentales. No en base a un
omnipotente y a su Partido omnipresente con su monstruosa red de
telepantallas y telecontroladores (carísima hasta el extremo de lo imposible, e
impracticable por tanto... pero, sobre todo, ¡innecesaria!), sino en base al
pequeño gran hermanito que la mayoría lleva dentro, que la mayoría necesita,
que da a esta sociedad absurda su consistencia y resistencia ante el caos que
construye paso a paso... y en cuya construcción crea el camino que conduce,
más o menos inestablemente, a la tiranía que Orwell entreveía. Entreveía,
precisamente, en cada uno de esos actos y conductas, en cada una de esas
maneras de pensar.
Expresiones todas de las tendencias que Orwell fue capaz de ver desarrollarse
a su alrededor, ¡en 1949!, y que sentía que podrían derivar en la instauración,
¡en Inglaterra como en cualquier otra parte (aunque situar la acción en
Inglaterra no puede considerarse una casualidad sin más)!, de un régimen de
corte stalinista. En 1949, igual que hoy, la mayoría rebuzna convencida de su
propia seguridad (basada en una pura fe y en la ignorancia supina de todas las
manifestaciones en contrario): ¡Eso es... imposible! Sinceramente, ni Orwell, ni
Kafka antes, ni yo hoy (entre algunos otros excéntricos, ni más ni menos
inteligentes que nadie en particular sino apenas especialmente desenraizados)
pensamos: ¿Y eso... por qué; por qué vamos a suponer que los casos
producidos, desde la Rusia de 1917 a la Alemania de 1933... que por los pelos
y quizás por culpa de la poco práctica elección del enemigo alegórico, el racial
en lugar del más efectivo social e ideológico, no triunfó y perduró en la Europa
Occidental, llegando a la China de Mao, la Kampuchea Democrática, la Corea
del Norte y la Cuba de los Castro, la actual Rusia, la actual China, la pléyade
de países de África y Latinoamérica, emergentes o no, de Medio Oriente,
Indochina, la Polinesia, etc., han sido ¡todos ellos!, tormentas pasajeras y
periféricas? Indudablemente, sigue siendo eficaz la fe en la democracia
representativa y la libertad de expresión, reunión, etc. que la caracterizan.
Tanto que muchas de las novísimas dictaduras han adoptado su disfraz más
desconcertante con notable evidencia, como es el caso de los mencionados
países latinoamericanos de sur a norte, los asiáticos de este a oeste, los
africanos de norte a sur; como puso de manifiesto el Sr. Henrique, dueño o
CEO de Radio Venezuela en una entrevista que le hicieron en la cadena Ser
sin que, por cierto, entre los pocos que la escuchasen hubiese quien captara
hasta qué punto nuestro país, y en algún grado todo el mundo, está a sólo un
paso de la situación descrita. (1)
En 1984, Orwell intentó desentrañar el misterio de esas tormentas, un misterio
que la inmensa mayoría de los miembros de la sociedad occidental guarda
celosamente en su corazón y su mente. Ese mismo sentimiento y esa misma
manera de pensar y conducirse que Milan Kundera descubriese un día en la
conducta de una vieja amiga, ex prisionera del régimen comunista de
Checoeslovaquia durante 15 años y por fin liberada y rehabilitada en 1966 (una
persona de un valor y dignidad extraordinario, como nos cuenta Kundera),
cuando vio cómo ella provocaba en su hijo un profundo sentimiento de culpa
que lo obligaba a la autocondena; esa observación llevó al sutil escritor checo a
la siguiente conclusión documental:
"Lo que el Partido nunca consiguió hacer con la madre, la madre consiguió
hacerlo con su hijo. Ella lo forzó a identificarse con la acusación absurda, a ir a
buscar la falta, a hacer una confesión pública. (... era) un miniproceso
staliniano... (... concluyendo por fin que...) los mecanismos psicológicos que
funcionan en el interior de los grandes acontecimientos (aparentemente
increíbles e inhumanos) son los mismos que los que rigen las situaciones
íntimas (absolutamente triviales y muy humanas." (Milan Kundera, El arte de la
novela, Tusquets Editores, Fábula, Barcelona, mayo 2000, págs. 125-126)
Es obvio que la madre, como la mayoría de nuestros contemporáneos, no lo
reconocería, al menos no con facilidad si es que fuera capaz de tamaña
inteligencia... y desapego. Algo a lo que se añadiría sin duda la negación de
que la marcha hacia esos "extremos" simplemente continúe a través incluso de
sus francos retrocesos y zigzagueos, dando un paso atrás o marcando el paso
en el sitio para volver a avanzar dos nuevos pasos, y que no puede cesar con
los ineficaces (pero sobre todo consustanciales) auxilios de la educación, de
la experiencia propia -y menos de la indirecta- o de la sujeción de todos a una
moral férrea donde la pudiera haber de nuevo (y que no sea, precisamente, de
índole stalinista y por tanto represora de la peligrosa vitalidad, tal como lo viera
Orwell y lo manifestara en su novela, enseñanzas y reglas morales que sólo
sirven para el control social de las masas y los individuos; es decir, que no
derive del establecimiento de una burocracia separada que asuma su
cumplimiento); una marcha, en fin, conducente inexorablemente hacia esa
realidad "incomprensible" e "inhumana"... se llegue o no mañana... aquí o allá...
lejos o cerca... sobre la base de esos elementos germinales que, sin
embargo, no pueden ser atribuidos ni a la ignorancia, ni al olvido, ni tampoco a
la maldad intrínsecamente humana, aunque, según lo veo, sí a la congénita
debilidad humana que ata a los individuos al deseo de sobrevivir y de
reproducirse tal y como sean y apelando a lo que tengan más a mano,
incluidos aquellos hombres más fáciles de dominar (y hasta condescendientes
en serlo) para, una vez conseguidas las condiciones adecuadas… preocuparse
entre otras cosas por reproducirlas (inclusive mediante la selección artificial).
Es decir, la certidumbre de lo inmediato a lo que se aferran como si el mundo
sólo se pudiera sostener en las condiciones conocidas.
De ahí a que sea la propia idiosincrasia personal y socio-profesional de cada
uno en este mundo -donde, como se dice simplemente pero con razón, "aún se
puede pensar y hablar, que es lo que a mí me interesa"- lo que lleva a preferir
desconocer los detalles. Incluso a pesar de que consten, que uno se encuentre
cara a cara con ellos al ver ciertas películas o dramas y al leer ciertos textos,
ello no dará lugar a conciencia alguna salvo en contadas excepciones: cuando
algo nos predispone a escucharlo como única explicación operativa posible.
Algo que Orwell señala más o menos inútilmente, lo que precisamente hace de
su novela una obra de arte que sólo puede ser cuando no persigue sino la
expresión de lo que el autor siente, sin la menor pretensión de ser comprendido
y seguido, de ayudar a nadie, de servir de algo… más allá incluso de que lo
pudiera soñar en un momento de debilidad y de esperanza vana.
Hay párrafos más que significativos en 1984 (las citas se remiten a la edición
castellana de Destino, colección Literaria -de bolsillo- de 2008) a través de los
cuales puede apreciarse claramente (para quien lo quiera ver y asumir) que el
autor lo que prioritariamente hizo y sin duda pretendió fue resaltar los detalles
singulares que ya estaban presentes en la realidad de los 40, en todo caso
augurando un desarrollo aún más nefasto que el alcanzado y aparentemente
derrotado: con una perspectiva de estabilidad perpetua.
Esos aspectos que indudablemente lo agobiaban, esos que hoy (y en el hoy
actual aún más) se nos hacen a todos tan pesados como inamovibles, al punto
en que llegamos a sentirlos como los antiguos héroes de la tragedia sentían su
Destino. Por ello, esos detalles se convierten en las pautas que soportaban la
fantasía de una sociedad totalitaria como la de su novela y harán de la alegoría
un alegato verosímil, incluso una advertencia (esta faceta moral era inevitable y
tiene a su vez otras connotaciones sobre las que volveré). Esos elementos,
tomados de la vida cotidiana de las masas, los intelectuales y los gobernantes
y políticos profesionales de finales del siglo XX, eran para Orwell la base
germinal de la monstruosidad generalizada que consigue extrapolar con la
fuerza que provee el estado del arte en su novela, la literatura auténtica que
conocemos como buena. Y sólo secundariamente era una referencia al poco
palpable régimen estalinista, del que entonces se tenían escasos datos dignos
de crédito y aún menos reconocibles, como he dicho, y que, al salir doblemente
triunfante, depurado y bendecido, de la mano de sus aliados finales, Inglaterra
y EE.UU., contra los nazis, los fascistas y los militaristas japoneses (con
franquistas y peronistas a la zaga)... consiguió que quedara en el olvido la
breve pero no por ello irreal e inefectiva alianza previa no casual con los nazis
que sólo hoy han comenzado a reconocerse en toda su amplitud aunque no
siempre en toda su significación (préstamo de territorio para maniobras antes
del comienzo de la guerra, devolución de judíos alemanes que llegarían
huyendo hasta la URSS...) Todo lo que le sirvió de cortina de humo para toda
la crueldad, injusticia y mentira, entre las lindezas más conocidas y divulgadas
previas (esto es, practicadas desde 1917) y sin solución de continuidad luego.
Porque, no olvidemos que se podían contar con los dedos de una mano, cinco
dedos como máximo diga el Partido lo que diga , a quienes en 1949 tenían una
mirada crítica y radical como la que sostuvo Orwell. Algo que, a mi modo de
ver, está volviendo a pasar en todos los aspectos con relación a los regímenes
que abundan a nuestro alrededor... y hasta entre nosotros... aunque se trate de
formas menos exacerbadas que aún guardan las apariencias.
El alegato de Orwell debe ser entendido en consecuencia y a la luz de estas
consideraciones, como un alegato contra las sociedades occidentales del
presente y como denuncia de los pasos sin retorno que ellas venían dando
desde hacía tiempo, pasos en la dirección que a Orwell repugnaba y que no ha
dejado nunca de extender sus nubarrones negros sobre nuestras cabezas
(volveré sobre este aspecto que dejo ex profeso subrayado). En cualquier
caso, lo indiscutible es que, si hay alguna sociedad descrita en 1984, aunque
bajo los sedimentos de su propio futuro imaginario, esa es nuestra sociedad
occidental actual, la parte de la misma que está en pleno desarrollo voraz, la
parte devoradora que tiende, como bien vislumbrara Orwell, a acabar con el
resto (o a marginarlo, tal y como sucede en la novela con los proles y su vida
cotidiana). Y es que esa sociedad, es la porción dominante, lo era en 1949 y lo
es hoy aún más.
Juzgad si no es así a la luz de las citas que siguen... y comparad con lo que
últimamente tenemos tan a mano para después juzgar...
1) "El enemigo circunstancial representaba siempre el absoluto mal, y de ahí
resultaba que era absolutamente imposible cualquier acuerdo pasado o futuro
con él" (pág. 47)
2) "Todo lo que ahora era verdad, había sido verdad eternamente y lo seguiría
siendo" (pág. 48)
3) "Saber y no saber, hallarse consciente de lo que es realmente verdad
mientras se dicen mentiras cuidadosamente elaboradas, sostener
simultáneamente dos opiniones sabiendo que son contradictorias y creer sin
embargo en ambas; emplear la lógica contra la lógica, repudiar la moralidad
mientras se recurre a ella, creer que la democracia es imposible y que el
partido es el guardián de la democracia; olvidar cuanto fuera necesario olvidar
y, no obstante, recurrir a ello, volver a traerlo a la memoria en cuanto se
necesitara y luego olvidarlo de nuevo; y, sobre todo, aplicar el mismo proceso
al procedimiento mismo. Esta era la más refinada sutileza del sistema: inducir
conscientemente a la inconsciencia, y luego hacerse inconsciente para no
reconocer que se había realizado un acto de autosugestión. Incluso
comprender la palabra doblepensar implicaba el uso del doblepensar." (págs.
48-49)
4) "La expresión por la nueva y feliz vida (...) eran las palabras favoritas del
Ministerio de la Abundancia. (...) Por lo visto, habían habido hasta
manifestaciones para agradecerle al Gran Hermano el aumento de la ración de
chocolate a veinte gramos cada semana. Ayer mismo, pensó, se había
anunciado que la ración se reduciría a veinte gramos semanales. ¿Cómo era
posible que pudieran tragarse aquello, si no habían pasado más que
veinticuatro horas? Sin embargo, se lo tragaron." (pág. 77)
5) "Se hablaba allí de los obispos y de sus vestimentas, de los jueces con sus
trajes de armiño, de la horca, del gato de nueve colas, del banquete anual que
daba el alcalde, de la costumbre de besar el anillo del Papa. También de una
referencia al jus primae noctis (...) según la cual todo capitalista tenía el
derecho de dormir con cualquiera de las mujeres que trabajaban en sus
fábricas." (pág. 94)
En estos cinco ejemplos, ¿vamos a negar que están representados así todos
nuestros políticos y todos los que ostentan una posición de dominio en
cualquiera de las estructuras que definen nuestras sociedades (Estado,
Centros de Enseñanza e Investigación, Empresas, Ejército, Policía…), y sin
duda y casi en ese primer lugar que se conoce como el de los "más papistas
que el papa", los periodistas que se han puesto y aún están al servicio de las
más flagrantes mentiras desconcertantes y los más ostensibles y cotidianos
cambios de opinión, es decir, enterramiento expeditivo de las consignas de
ayer noche por las de más reciente acuñación, todo ello a la velocidad de la
internet y los mensajes de telefonía móvil? ¿Y vamos a seguir negando que
muchos son los que lo niegan en nombre de unas diferencias que no son
capaces de fundamentar sino en nombre de la fe y la esperanza... es decir, las
mismas defensas inútiles que sirvieron al desarme antes de que la serpiente
abandonara el huevo y comenzara a correr libremente por los campos de
Europa y del resto del mundo? Y no digamos acerca del alcance que la
neolengua está alcanzando (en la calle y desde periódicos, televisión, radio y
desde las tribunas políticas)... obligando a los académicos de la (vieja) lengua
a arrinconarse y a calzarse el monóculo de aumento y hacerse el miope fijando
la atención en el nombre de la y griega y otra serie de viejas costumbres
formales producidas a lo largo de la Historia, ahora, como en 1984, a reescribir
desde "la lógica contra la lógica"... Y todo porque se deben a su perfil socio-
profesional... y al régimen del que viven cómodamente como jerifantes.
Y esto me lleva directamente a hacer un paralelo que servirá de complemento
al tema.
Se trata de un documento audiovisual (expuesto en el marco del ciclo
organizado a final del año pasado por los Archiveros Españoles) que, a su
manera, abunda en este asunto, no sólo por lo que pone en evidencia a través
de los personajes que participan en la historia sino por la actitud que hacia los
sucesos manifiesta el propio director y por fin la generalidad de los
espectadores (hasta donde he podido escuchar y extrapolar). A través de esto,
podré demostrar hasta qué punto estamos involucrados en una marcha que
todos vemos como peligrosa y nefasta desde una cierta distancia... para
justificar nuestro rol en la marcha en cuanto somos reclutados, es decir, en
cuanto la marcha comienza a llamarnos a filas. Y cómo y por qué es
precisamente esto lo que impide que una marcha como esa pueda ser detenida
o sea que se pueda evitar su increíble repetición con variaciones.
En el documental cinematográfico al que me refiero, titulado "S-21: La Machine
de mort Khmère rouge” (S-21: La máquina de muerte Jemer Roja) realizado en
2002 (Camboya/Francia) por Rithy Panh, pintor y uno de los pocos
supervivientes de ese campo (el numerado “S21” del régimen), se interroga a
los funcionarios también supervivientes con la intención de llegar a comprender
cómo se pudo llegar a tales grados de absurdidad y horror... Sin embargo, al
final, no parece quedar otra respuesta que nos lleve más allá de la idea de una
némesis divina o de la intromisión del maligno y la malignidad en la vida de los
hombres...
Sin duda, la respuesta es sin embargo muchísimo más simple y más tangible,
por más que no nos lo quiera parecer por la repugnancia que nos provoca a
priori. Se trata de la que limpia y casi ingenuamente es expuesta por uno de los
guardias: "Teníamos que hacerlo para conservar la posición y mejorarla...".
Se tiende de inmediato a la incomprensión que esconde la ridícula exigencia de
que “el otro” se comporte de manera “racional”, pero esto sólo esconde la
pretensión extendida de que el mundo funcione de modo de resultarle
cómodo. Está muy claro, sin embargo, que esa declaración nos dice que la
maquinaria establecida (instituida debería decirse, creada) se había impuesto
por encima incluso de cualquiera que fuese el plan racional (ideológico) que la
justificaba. La maquinaria había legitimado una figura socio-profesional, los
guardianes-torturadores, a los que se les habría impuesto hasta dar significado
a su vida, un significado patriótico y revolucionario para el que "los
otros" habían dejado de ser vistos como miembros de la propia humanidad, la
de los revolucionarios, para ser considerados meros engranajes de la
maquinaria enemiga, simples piezas a "destruir", a "aniquilar", en una rediviva
reproducción involuntaria de la barbarie nazi.
La supervivencia y la mejora profesional de aquellos guardianes estaba
vinculada a un hacer las cosas bien que no tenía consideración alguna por la
lógica y el cosmopolitismo kantianos (a los que se aferra el autor) ni por
criterios occidentales de amor al prójimo y demás consideraciones eufemísticas
que ni las más puras de las religiones (a las que también se aferra el autor) ha
dejado de lado cuando se trató de pensar en términos de "los enemigos". Y ahí
está La Inquisición y Las Cruzadas para certificarlo para no remontarnos a la
conquista bíblica de la Tierra Prometida.
¿Por qué, cómo fue posible, qué lleva "al hombre" a una conducta que se dice
propia de animales siendo por el contrario inencontrable en ningún animal; una
conducta que se dice salvaje como una forma de expulsarla vergonzosamente
de nuestras propias tendencias idiosincrásicas y de esa forma ponerla en
cualesquiera sean los otros?
Si, precisamente, estudiamos de cerca y radicalmente esa mecánica de
expulsión, de clara separación y alejamiento de nosotros mismos de esas
etiquetas, vemos que ello se hace en dos situaciones diferentes mediante dos
artilugios opuestos que desde cada una de ellas la otra resulta
incomprensible... Una de esas situaciones es la que viven los individuos que no
necesitan tomar partido extremo, la otra, opuesta, es la que viven los que se
hallan inmersos en una de esas. En el primer caso, la supervivencia está
garantizada por unas condiciones dadas cuyas causas se atribuyen a la
racionalidad humana y demás virtudes. En las segundas, se explican las
conductas en nombre de la falta de otra salida que la obediencia. En las
primeras, se ignora sin embargo que las mismas nacieron de situaciones
previas en donde los ancestros hicieron lo que ahora consideran salvaje y
aborrecible: conquistar a sangre y fuego, ganar y conservar el poder a
cualquier precio, desatar guerras, producir matanzas masivas y asesinatos
convenientes, oprimir y explotar hasta el agotamiento, aniquilar y repoblar, etc.
Todos los países occidentales avanzados deben su actual estatus a un pasado
del que se rescatan unos valores que estuvieron al servicio de mezquinos
intereses y que no tuvieron escrúpulos de ningún tipo, es más, fueron
amparados por una rígida moral que primaba desde los diez mandamientos
hasta la virtud y la honradez...
El mismísimo pasado debería mostrarles que quienes se aprestan a conquistar
lo que no tienen (y por supuesto no hablo ni de justicia ni de bienestar... como
se dice en sus slogans y lo hicieran antes y en los demás casos, sino... de
territorio y hegemonía para el propio grupo, ¡nada más!) no hacen sino,
crueldad y absurdo más o menos, que lo que hicieron ellos.
En definitiva... buscar el medio para sobrevivir mediante el más cómodo y
simple método depredador que esté al alcance de la mano, método en el que
se cifran todas las aparentes garantías de éxito. Y puede parecer que se
equivocan, que una extraña ceguera los conduce hacia lo que nos parece una
barbarie. Pero no es así si se mira con atención y desprejuicio. Los que
gozamos del poder (o mejor dicho, los que gozamos de sus migajas gracias a
ponernos a la sombra de los depredadores absolutos y dándoles nuestro apoyo
a cambio… o cuanto menos adoptando como natural y criterio reformista las
instituciones que sostienen su dominio, algo por cierto casi totalmente
inevitable), sugerimos con mucha facilidad a los demás que se resignen, que
procuren transitar una vía de paulatino virtuosismo y honestidad, de trabajo
duro y leal, de solidaridad, fraternidad, etc. Pero esos jefes jemeres rojos que
organizaron en la selva a sus milicias con la promesa de conducirlos al
paraíso... no podían pensar de ese modo, un modo que los condenaba a
envejecer sin nada a cambio, o al menos sin todo el poder que deseaban para
sí... Y esos guardianes que actuaban como las herramientas últimas del
régimen... a quienes una férrea disciplina ponía contra la espada y la pared en
un crescendo alucinante... miembros de una sociedad que les daba esa
profesión particular o los condenaba a la misma aniquilación (como los jemeres
rojos llamaban a las ejecuciones sumarias y artificialmente justificadas por sus
jueces-abogados-verdugos todo en uno) que merecía todo el que llegara hasta
allí, etiquetándose por ese hecho de contrarrevolucionario... ¿salvo huir, ser
uno más de los prisioneros o ser golpeado en la cabeza por detrás al borde de
una fosa común... qué podía quedarle, qué debía preferir, partiendo de la base
de que hay de todo en este mundo? Como dice uno de ellos en la película,
además de "obedecer": era "la única manera de hacer carrera". Se refería
nada más ni nada menos que a torturar vilmente para arrancar confesiones
imaginarias, e incluso retocarlas apoyándose en su mayor sapiencia,
cualificación y experiencia acumulada (para lo cual contaban con manuales a
los que debían ceñirse) en los casos en los que el pobre prisionero no tuviera
suficiente imaginación ni supiera escribir aceptablemente bien.
¿No es algo que nos inculcan y a lo que nos sentimos obligados y que se llama
profesionalidad? ¿No es exactamente eso lo que sentía Winston Smith, el
protagonista de 1984, a quien "Lo único que le angustiaba era el temor de que
la falsificación (esta era la misión en su trabajo en el Ministerio de la Verdad) no
fuera perfecta" (ibíd., pág. 226)?
¿Qué cabe pues sino admitir que nuestra conducta nace de la conformación y
reconformación que se origina en base a las relaciones entre una
idiosincrasia dada, el grupo en el que la misma se refuerza y la situación en
la que se encuentran los demás grupos respecto del nuestro? Esos tres
elementos definen a un ser débil, y señalan cómo esa debilidad congénita,
contrapartida de la posesión de un cerebro capaz de reflexionar y gestionar
un lenguaje, etc., obliga al agrupamiento, el sometimiento, la adopción de
patrones y estilos de pensar, de mitos, de banderas, de trampas y mentiras, de
conductas y prácticas, etc., etc., etc. En fin, de nada que no intuyera Esquilo
entre otros y reflejara en las palabras de aquel noble que, tal como lo invoca
mediante el parlamento asignado a Aquiles en una de sus obras, dijo al ver...
"...el plumaje de la flecha que lo había atravesado: no hemos sido víctimas de
otra cosa que de nuestras propias alas" (Esquilo a través de Aquiles, citado de
Sófocles de Karl Reinhard, Ensayos/Destino, Barcelona, 1991, pág. 18).
En fin, tal y como rezaba uno de los tres lemas de 1984 -síntesis honda y
radical de las reglas generales de conducta a las que se tiende a responder en
sociedad, y a las que aquellos celosos y profesionales guardianes del S21,
tomados de entre millones de seres similares, poseedores todos de un cerebro
humano básicamente idéntico, respondieron sin necesidad alguna de haber
leído la novela ni, como es obvio, de haber pretendido llevarla a la práctica-...
para muchos, para cada vez más en la medida en que el mundo fragmentado
y complejizado de la humanidad se reproduce bajo el progreso de la
domesticación...

"...la libertad es la esclavitud"

Reconozcámoslo en lugar de negarlo hasta que la ceguera ilusa nos lleve por
delante a todos.
Esto nos lleva al siguiente problema que subyace a “la mundaneidad”.
“1984”… ¿esperanza o pesimismo?

1984 se materializa en el caldo de cultivo en el que George Orwell (como buen


intelectual) sufría y se ahogaba -sólo así se puede explicar que fuera escrita...
y tan bien escrita-. En este sentido, se podría decir que Winston Smith es su
Mister Hyde o algún desdoblamiento equivalente... en cierto modo -sólo en
cierto modo- nacido en un caldo socio-histórico relativamente diferente del de
Stevenson pero extrapolado en cada caso a partir de la realidad en la que
respectivamente escribieron...

Los resultados de la observación de la realidad circundante por parte de un


pensador valiente que, a pesar de todo, no podía renunciar al bagaje filosófico
e ideológico que arrastraba (me refiero al pesado bagaje del racionalismo y en
particular al de su conformación marxiana), se acuciaron realimentando la
decepción detonante. En realidad, al menos hasta aquí, no estoy diciendo nada
novedoso sino de algo que vale para toda obra artística y su autor e incluso
para todo pensador sensible y no comprometido, es decir, para todo excéntrico
(algo que creo que se es por una combinación de decisión propia y
circunstancias).

Sin embargo, se suele dejar de lado todo esto cuando se encara una crítica o
un análisis de un texto, ya que, como he sostenido en la primera parte, se
selecciona aquello que, cuanto menos, evite perturbar la tranquilidad ideológica
o mítica de quienes los encaran; tranquilidad que ha hecho raíces en aquello a
lo que se aferra uno para garantizar la supervivencia. Sea esto real, y lo sea en
un contexto dado, o acabe resultando, al cabo de la ruina de ese contexto, algo
puramente imaginario... y por ende muy decepcionante.

En la novela, en particular, nos encontramos con la siguiente situación que,


nuevamente, se suele tomar sólo como un intento muy imaginativo de describir
una dictadura burocrático-política de corte estalinista (sin duda el modelo de
referencia considerado y utilizado) llevada al límite. Winston y Julia, la pareja
trasgresora, representa dos modos de oposición profunda y creciente al
régimen, una oposición que se agudiza en la medida en que la trasgresión
toma formas concretas (especialmente al establecer el hogar/refugio secreto).
Al final de la primera parte, tiene lugar en el cuarto clandestinamente alquilado,
un debate acerca de lo que debería o no hacerse para luchar efectivamente
contra el Partido... y en ese momento Winston propone unirse a la hipotética
Hermandad de la que nada sabe salvo que "lucha en contra" mientras Julia
sostiene que la única lucha de importancia se libra mediante las trasgresiones
intrascendentes, cotidianas, secretas...

La segunda parte empieza no obstante con la frase: "Al fin lo hicieron", que en
el fondo adelante la respuesta de "los otros" (o "ellos") que sobrevendrá como
consecuencia de la decisión que ha tomado la pareja, por lo visto de mutuo
acuerdo... Lo que "hicieron" es ponerse a disposición de la Hermandad como
militantes de base... quieren "hacer algo", no pueden seguir estando "callados"
o mantenerse "pasivos"... hasta que un día los detengan sin más por sus
"travesuras". Si tienen igualmente que morir o "ser vaporizados", si tienen que
desaparecer de la Historia y del Pasado como si no hubiesen existido nunca,
preferían que sea por una acción significativa, históricamente significativa, que
deje o intente dejar huella en la posteridad... gracias a desviarla de su curso
actual, gracias a salvar... "el pasado", por el que la pareja, a instancias
obviamente de Winston, acabará brindando con O'Brien (no olvidemos la
preocupación de Winston por la posteridad y la sensación suya de que en ese
régimen y gracias a la visible inamovilidad basada en impuesta "mutabilidad del
pasado", nada de lo que el pudiera escribir (y denunciar) tendría sentido dado
que si la situación se perpetuaba "no le haría ningún caso", aunque tampoco lo
tendría si cambiaba radicalmente porque "carecería de todo sentido para ese
futuro" (1984, ed. cit., pág. 14 y pág. 39); una evidente preocupación intelectual
(y sin duda de Orwell). Y, cuando el final se anuncia y por fin se precipita, será
informado dos veces de que la situación es inmune a la denuncia y la crítica
individual (ibíd., págs. 262-263) y que debe "perder toda esperanza de que la
posteridad te reivindique" (ibíd., págs. 310-311). Ya desde un inicio, pues, se
pone en tela de juicio la propia actividad del intelectual, incluida la de él mismo,
claro. Y sin duda Orwell se refiere a su propio espacio-tiempo cuando se dice
en realidad a sí mismo, en 1949, Winston mediante por supuesto:

"El Diario quedaría reducido a cenizas y a él lo vaporizarían. Sólo la Policía del


Pensamiento leería lo que él hubiera escrito antes de hacer que esas líneas
desaparecieran incluso de la memoria. ¿Cómo iba usted a apelar a la
posteridad cuando ni una huella suya, ni siquiera una palabra garrapateada en
un papel iba a sobrevivir físicamente?" (ibíd., pág. 39)
Y sin embargo... continúa... y llevado de la mano de su propia idiosincrasia...
marcha hacia ninguna parte (ya que no queda espacio sino para ninguna). Sin
duda, y este es uno de los descubrimientos intuitivos que más valoro de Orwell
y que para la mayoría hoy sigue pareciendo secundario, la propia idiosincrasia,
el peso del aparador pesado de la propia obra (para usar el término que
emplea Nietzsche en su Zarathustra), el amor propio en fin ligado a un perfil
convertido en piel e indesprendible... manda. Sin duda, en línea con lo que ya
expuse en la primera parte de este apresurado ensayo, como...

"...habló el noble cuando vio el plumaje de la flecha que lo había atravesado:


no hemos sido víctimas de otra cosa que de nuestras propias alas" (Esquilo a
través de Aquiles, citado de Sófocles de Karl Reinhard, Ensayos/Destino,
Barcelona, 1991, pág. 18).
Ahora bien, O'Brien está dispuesto a admitir nuevos soldados para la causa
que se supone lidera un fantasmagórico Goldstein; alter ego obvio de Trotski,
que por una parte es un guiño literario a la realidad, pero además servirá, como
fantasma, de instrumento del poder consolidado investido del necesario “traidor
perpetuo” o del “enemigo del pueblo” por antonomasia; ejemplo en todo caso
del carácter eufemístico, imaginario, fantasmagórico, que reviste en realidad la
propia lucha entre camarillas intercambiables, luchas que, si se sabe leer y
rumiar la realidad a fondo, no sólo se encuentran de las “dictaduras de Partido
Único”. La oposición de la Hermandad no pasa de ser un espantajo útil a la
propaganda del Partido Interior, del INGSOC, construido por los propios
fabricantes de ideología (en realidad, no tienen ideología sino que la fabrican,
la sugieren si acaso, se justifican en un discurso fragmentado e incoherente
que no explica nada pero que sirve para hacer creer... qué son y qué no son;
qué son, qué pueden ser y qué no pueden ser... etc.)
Pero la puesta en escena, la caricatura, la copia imaginaria, exige ser fiel al
original aunque no haría falta todo eso para cumplir con sus fines. Lo exige
porque es una caricatura o una copia y porque esa es la Gran Burla a la que se
debe condenar al disidente (esto lo podemos ver en el montaje teatral
televisado en Irán no hace aún demasiado, donde se montó aquel reality show
de confesión cruento por parte de una mujer sumariamente acusada y
condenada por adulterio y supuesto asesinato… de la que por cierto se ha
dejado ya de hablar). Claro, tratándose de una organización clandestina
extrema y dadas las circunstancias imperantes para la supuesta lucha, se
requiere un comportamiento riguroso y una lealtad a toda prueba... Y la
caricatura se vuelve inmediatamente equivalente al Partido de los viejos
tiempos, al que fuera antes de la toma del poder... y que en completa
correspondencia apunta a un futuro también equivalente. La caricatura es pues
pedagógica: si Winston y Julia quieren acabar con el Régimen existente
aunque sintieran que "Cualquier intento (...) tenía que fracasar" (ibíd., pág.
164)... tendrían que recrear otro idéntico. Si querían luchar en serio... debían
luchar para que todo siguiese igual. Esta es la doble trampa del Régimen... una
trampa perfecta en sí misma en tanto representa la realidad imperante y la
única que puede tener cabida en el plano de lo imaginario (apunto aquí, de
nuevo para ciertos lectores menos avezados: la literatura, el arte literario, no
sentencia la incondicionalidad real, tan sólo la utiliza... pero, sin embargo, ella
apunta a una perspectiva real, a una perspectiva que lucha por imponerse
contra viento y marea... aunque sin duda, en los hechos, se la pueda ver
naufragar -volveré sobre esto en la tercera parte-).

Salvando las distancias (para que mis lectores no puedan objetar que no lo
considero), es la trampa y la burla que en las democracias representativas
impone el recambio político mediante la celebración de elecciones periódicas
donde se asume la apariencia de que cada uno valga un voto... aunque a
veces la apariencia es aún más miserable.

Si miramos el problema descarnadamente y sin las vanas ilusiones que a la


mayoría se les hacen necesarias para soportarlo, un régimen de esas
características resulta casi omnipotente. Y esa es la vuelta final de la tuerca:
Winston y Julia, al juramentarse hasta las últimas consecuencias (o casi,
porque hay una pequeña salvedad que sin problema les será inmediata y
fácilmente concedida: permanecer juntos... y seguir ahondando juntos la
violación de las normas establecidas, o sea, corroborando su culpabilidad),
admiten desde el principio que los métodos y los resultados serán los de
siempre. Y esto es también algo que vale cuando se acepta la validez o las
supuestas bondades de la democracia representativa: admitir, justificar y,
consiguientemente adoptar, que así debe ser, que sólo se puede luchar contra
el régimen sobre las bases que les ofrece el propio Régimen... en el caso de
nuestra pareja, por O'Brian, en su caso, un grado extremo de lealtad y
predisposición al método de lucha para garantizar una acción eficaz. Que sólo
un doble del Partido puede luchar y sustituir al Partido; un clon...
Pero El Régimen es más que un conjunto de normas políticas instituidas...
también es su pasado, su evolución, su marcha previa en la dirección final, su
resultado...

En el caso límite que se escenifica en la novela, observemos por otra parte el


interesante hecho de que Winston y Julia responden ante todo al principio de la
lucha en contra, donde el ideario resulta tan absolutamente secundario que
apenas se comenzará a conocer, y sólo hasta cierto punto, en un segundo
término (Winston no termina ni siquiera de leer lo fundamental, pero, además,
las promesas de algo diferente, de una alternativa feliz, no parecen sino
dejarse en manos de las propias ilusiones de los destinatarios de esa lectura).
No puedo sino pensar que Orwell, de ese modo, insiste en la imposibilidad
absoluta de otro mundo mejor que pueda ser distinto del de las utopías y las
construcciones imaginarias irrealizables. Especialmente porque al habernos
adentrado ya tanto en el horror, su institucionalización misma lo ha vuelto
irreversible... creándose una situación en donde cualquier método revierta en el
punto de partida.

Sin la menor posibilidad de retorno o de arrepentimiento y obviamente ninguna


de participación crítica o creativa en el proceso, Winston y Julia se alistan en
un ejército de hormigas para combatir un hormiguero y resultan doblemente
condenados: en un segundo plano por ellos mismos, por su propia culpa, por
desear ser ellos, en todo caso, parte del propio recambio.

Winston y Julia vislumbran con matices, una o dos veces, la supuesta salida...
proletarizarse en el sentido concreto de adoptar la forma de ser de "los proles
(que) continuaban siendo humanos" (ibíd., pág. 205), ya que "seguir siendo
humanos, aunque esto no tenga ningún resultado positivo, los habremos
derrotado" (ibíd., pág. 206; se entiende que usa "humanos" en el sentido
mencionado en pág. 205) y convertirse en felices inconscientes, en unos niños
a perpetuidad... y, en todo caso y a lo sumo, rebeldes, como propone ella,
"burlar las normas y seguir viviendo a pesar de ello" (ibíd., pág. 164), ya que
"Dentro de tí no pueden entrar nunca" (ibíd., pág. 206). Pero, más allá de que
salir de ese mundo en el que parecen anclados les resulta al parecer imposible,
no se pueden resistir a sus propios impulsos... revolucionarios, es decir,
básicamente dictatoriales (o vamos a seguir diciendo que Lo Bueno es lo
propio y por ello Lo Justo para todo el mundo... lo quieran relativamente unos o
lo rechacen otros?) Y por eso aceptan todas las cláusulas del juramento de
lealtad, inclusive la de estar dispuestos a las crueldades más abyectas y
gratuitas siempre que les sean simplemente ordenadas.

Por añadidura, esa disponibilidad para "matar", "torturar", infringir daños


gratuitos incluso a inocentes por excelencia y por fin estar siempre dispuestos
a "morir por la causa" se compromete no sólo sin contrapartida alguna sino
aumentando las miserias y los riesgos. Es como si sólo les hubiese bastado
tener la perspectiva ilusoria de hacer algo en contra (y en ese sentido de actuar
como seres sensibles, vivos y conscientes, sujetos de unos deseos sin duda
eróticos... de los que parece estar empedrado el camino a los infiernos), de
manera inevitable, aceptando incluso perder todo derecho a saber algo del
propio curso de la acción a la que se suman de manera atómica, de sus
posibles éxitos, de sus posibles fracasos reales... Es como la promesa de
entrar en una sueño del que esperan salir alguna vez de repente con los desos
cumplidos. ¡Esta es la mecánica cruel de la promesa! ¡Y ello les será incluso
echado en cara; es decir, serán situados ante su propia imagen de míseros y
débiles seres humanos, a los que, por serlo ni más ni menos, se les reserva un
único lugar posible, el del infierno!

Y, otro hecho significativo y absurdo a la vez que inevitable, para ganarse la


entrada en la conspiración, lo primero es la confesión de los delitos: "Somos
criminales del pensamiento. Además, somos adúlteros." (ibíd., pág. 211).

Sí: ¡una trampa rotunda!

Todo esto es aceptado y adoptado por la pareja, al unísono y sin vacilaciones...


salvo... separarse (lo que, dicho sea de paso, cuando la pregunta llega parece
pedir una respuesta coincidente y coherente con el resto... lo que provoca un
conflicto interno, especialmente en Winston, el personaje que representa una
motivación cerebral detrás de su conducta, y por fin la coincidencia en la
negación común... lo que también resulta de una forzada coherencia interna en
Winston). Lo que resulta una pincelada maestra de Orwell es por fin la actitud
alegre y condescendiente que manifiesta O'Brien ante ello. No sólo porque todo
es un puro teatro donde las respuestas todas no son significativas y todas
igualmente utilizables en contra de las víctimas (que ya estaban lógicamente
en la mira del Partido y de su Policía del Pensamiento), sino porque sin duda,
en un proceso revolucionario de tipo conspirativo... se pueden admitir
ocupaciones no contradictorias con la idiosincrasia de cada uno de sus
miembros... ("Hacéis bien en decírmelo...", aceptará sin más O'Brien, ibíd., pág.
214); lo importante es la "perfección", la "competencia", la "laboriosidad" (ibíd.,
págs 226-227 y 236). Y dar las labores de asesino al asesino nato así como las
de logística en la retaguardia al pusilánime... Todo puede servir a la causa,
todo puede valer... Menos pensar, menos saber, menos criticar, menos dudar,
menos no obedecer ciegamente... (ibíd., pág. 236)

Insisto y resumo: más allá de los detalles, lo que Winston y Julia aceptan es
una militancia imaginaria que se basa en los mismos presupuestos (lealdad, fe
ciega, desconocimiento, dogma, promesas de futuro...) que definen al Régimen
imperante y a su Partido, y esto apunta a dos cosas muy significativas: no
parece haber una alternativa sustitutoria, ni otra vía para producir "un cambio",
que el método del enemigo; la segunda, el resultado final sólo puede ser algo
tan parecido que sólo podrá resultar equivalente. Por ello, son devueltos al
Partido, no del todo leales a lo Único que puede existir y donde se puede hacer
algo... es decir, ser lo que son, sino convencidos de que nada que pueda
llamarse vida pueda darse en otra parte ni a través de ningún camino... Incluso,
que es en ese mundo donde, bajo las condiciones impuestas, está todo lo que
se puede vivir y todo lo que puede ser amado... en definitiva y en síntesis: El
Gran Hermano.

Ahora bien... ¿de dónde en definitiva saca Orwell estas conclusiones


pesimistas? Tiene que ser y sólo puede ser, de su presente, del mundo que
tenía a su alcance, que podía observar, cuya decadencia contemplaba y sufría
en carne propia, cotidianamente...

Orwell, entendámoslo, no sugiere la existencia de un país donde se haya


construido tal régimen rodeado de otros donde la libertad y la humanidad
campearía, oponiéndose y asfixiándolo hasta que se rinda y libere al hombre
allí encerrado de nuevo... No, en realidad el mundo de Orwell es todo el mundo
occidental (para él el determinante, en ese sentido, adoptando el tradicional
punto de vista marxiano, por ejemplo, al apuntar al rol destructivo de los
medios de producción -pág. 243-; el mundo en fin donde se resolverá todo).
Esto, como he señalado en el apunte, lo informa Orwell a través de la lectura
harto exhaustiva que lleva a cabo Winston de parte del manual de Goldstein
(es lo menos literario de la novela), a través del fantasma Goldstein, o sea,
informar al lector más que dar fe de la supuesta ideología del personaje que
aquel es por partida doble. En esa lectura hay a lo sumo una perspectiva de
explicación que no se nos revela, ni siquiera a Smith. Nada de promesas,
ninguna esperanza de alcanzar el paraíso negado por la realidad: tan sólo,
insisto, una eventual elucidación de qué ha conducido a que las cosas llegaran
a ser de esa manera... inevitables, inamovibles, casi... naturales.

Orwell, es evidente, observó esas causas naturales como formando parte de la


propia democracia representativa de mediados del siglo XX en el que vivía (y
gracias a la cual, o sea a sus fisuras e incompletitud, podía escribir y publicar...
claro que siendo tergiversado y reducido a lo menos peligroso que pudiera ser),
donde ya hacía rato (¡un par de siglos!) que las camarillas se sucedían unas a
otras sin que se pueda cumplir nunca la voluntad del pueblo. Y esto menos que
ayer y poco más que mañana, en todo caso con fugaces ramalazos de paz
aparente y promisoria.

Esto, en el límite, es lo que Orwell denuncia, lo que lo lleva a un pesimismo sin


alternativa (véanse las referencias al pasado, su presente y el nuestro en
realidad, en ibíd., pág. 200, y en los textos atribuidos a Goldstein a partir de
pág. 245) Su mención al uso de la guerra con fines de distracción y reducción
del bienestar peligroso por su empuje hacia la democracia/bienestar (una idea
falsa -anclada como acabo de señalar en el marxismo originario-, ya que no es
necesario eso para ello, y porque responde la guerra a la continuación de la
política de dominio interburocrático, sólo detenida por el equilibrio, como lo de
los mosquetes demostró) y su reducción (marxista) a los planes oligárquicos
de destrucción con fines de dominio, un dominio que asegura, a través de
Goldstein, que se remonta al hombre primitivo ("neolítico" -ibíd., pág. 245-),
abundan en la misma dirección: nada "nunca ha cambiado", generalizará
caricaturesca pero también premonitoriamente (ibíd., pág. 246).

Y aquí asoma, más de hecho que de derecho, más de una manera ambigua y
ambivalente que como parte y resultado del proceso, una realidad que en
Orwell pesa a medias del lado del pesimismo y que sin embargo es decisiva,
aunque no tanto causa, como se piensa sino como parte de la interactiuvidad,
resultado y consecuencia al unísono. Se trata de la idiosincrasia de las masas
(y su evolución a instancias de la burocratización y desarrollo tecnológico-
industrial generalizados, un proceso que de todas manera no considero lineal
ni mucho menos) así como de la idiosincrasia del estamento productor de ideas
(intelectual) y su propia evolución, es decir, del conjunto del pueblo o de la
ciudadanía, cualesquiera sea el nombre que se le quiera dar excluyendo o no a
propios y a convenientes, todos ellos separados del ejercicio real del poder
político o dependientes de unos representantes cada vez más ungidos como
"únicos posibles" y que se conforman de manera estrictamente profesional
(debiéndose añadir precisamente la evolución de estos últimos y de las
instituciones que integran, gestionan y recrean).

Esas idiosincrasias no tienen sólo las facetas que Smith-Orwell valora o


denuesta respectivamente (bucólica la de las masas laboriosas en la cual pone
toda su esperanza de futuro... hasta que no pudiendo asumirla no quede de
ello nada; ilusa y conflictuada la intelectual; ultra seudorracional la burocrático-
política, casi una máquina, casi hormigas de un hormiguero perfecto...). Tiene
también la faceta de la debilidad y del deseo de justicia per se, de la exigencia
de que alguien, Dios o el Estado, la administre y la establezca respondiendo a
su mejor conveniencia dentro de "lo aceptable", y también la faceta del
resentimiento y de la impotencia, todo lo cual forma parte inseparable de su
idiosincrasia, realimentada y exacerbada de manera creciente a tenor de la
marcha de las cosas (la complejización y la burocratización con su vida propia
o autonomización relativa, incrementa la estrechez del espacio participativo de
mil modos o mediante mil mecánicas confluyentes) y todo lo cual, por fin, los
lleva a soñar con una tiranía buena, justa, virtuosa, redistribuidora... ¡para cada
uno!... lo cual hace cada vez más utópica, lejana, imposible su advenimiento...
o, en otras palabras y de manera obvia, reduce las alternativas, como el 1984,
a una sóla, precisamente, a.... "la adoración del Gran Hermano",
definitivamente institucionalizado, definitivamente tiránico...

Claro que esto tampoco es sencillo ni un resultado garantizado... Siendo los


tontos los que resultan listos en esta historia, justo es señalar que no hay lugar
para una reducción al hormiguero perfecto ni a la necesaria racionalidad
maquinal demoledora e inútil. Pero del optimismo, que excede a 1984 y allí
brilla por su ausencia, les hablaré, como ya he dicho, en una tercera y última
entrega.
“1984”… ¿irreversibilidad ad infinitum o colapso in progress?

George Orwell situó el futuro previsible (a la luz de las evidencias que había
estado observando) a sólo treinta y cinco años de su tiempo... en un mundo
que tenía por centro neurálgico a la mismísima Inglaterra... ¡el escenario por
excelencia del conflicto final entre "los medios de producción" y "las relaciones
de producción", ni más ni menos!

Orwell conforma ese mundo de tal modo que parece absolutamente


irreversible.

En 1984, el futuro del presente, la única oposición efectiva a la que se puede


acudir, como hemos visto, es inventada por el propio régimen además de
prometer lo mismo y bajo un nombre minimamente diferente: al Gran Hermano
no se le ocurrió mejor enemigo imaginario que una temible y lúcida
Hermandad... Tal vez mera simplificación recomendada y bendecida por los
neolingüistas.

El futuro, gracias a la sistemática dedicación del aparato del Estado a borrar y


recomponer el pasado, desaparece, por fin, en la eternidad...

¿Es esta una prospectiva razonable, es admisible, es en todo caso realizable;


toma en cuenta un cuadro suficientemente completo de la realidad de la que,
como hemos demostrado en las dos partes previas de este ensayo, parte, en
concreto, la sociedad post bélica visible en 1949?

Orwell se apoya en observaciones sutiles (como he dicho: retroalimentadas en


la fragua fructífera de la frustración, que cada vez se hace menos
desprejuiciada) de las circunstancias que lo llevarían además a atar cabos a lo
largo de la Histórica Humana, permitiéndole así completar sus capítulos aún
irrealizados mediante la construcción imaginaria, específicamente literaria.
Podemos a nuestra vez reconstruir esas observaciones llevando a cabo el
proceso inverso, es decir, remontando la corriente del tiempo desde el futuro
supuesto hasta nuestro presente. Precisamente, lo que Orwell intentara
provocar inventando y proyectando en sus lectores potenciales coetáneos y de
la posteridad... "comunicar con el futuro", aunque fuera "imposible por su propia
naturaleza" (ibíd., pág. 14). Hacerlo nos permite el siguiente inventario mínimo:

a) las masas trabajadoras no pueden ni pretenden gestionar el mundo sino sólo


obtener el máximo de bienestar posible gracias a la buena gestión de los
especialistas (cuando no de un rey sabio). Pero las propuestas o, si se quiere,
los sueños idílicos relativos a dictaduras proletarias o populares o a la
autogestión han demostrado ser pura propaganda al servicio de una camarilla
que consigue autolegitimarse seudorracionalmente para acabar estableciendo
prioridades pragmáticas que ponen por encima de cualquier meta mesiánica y
ni siquiera son capaces -supuesto que les interesara- de llevar a cabo. Los
gobernantes pretenden representar al pueblo sólo para gobernar lo real con
aparente realismo... Pero ello los lleva simplemente a mantenerse en el poder
en la medida de lo posible, sin responder más que a su propia mecánica sin
contenido. Esto es en el fondo lo fundamental, ya que los intereses personales
y de grupo se reconforman y redefinen en la medida en que el proceso avanza,
como es costumbre en el comportamiento de todo mecanismo u organismo
inestable.

b) la intelectualidad se ha proletarizado y/o burocratizado, dando de entre sus


filas cada vez más miembros potenciales de la futura dictadura, miembros que
son reclutados por el Partido Interior aparte de los que combaten en los frentes
de batalla inciertos y más o menos puestos en escena (el Partido Exterior, del
que se sabe poco aunque sí que es un escalón más bajo y al parecer menos
sólido en sus convicciones, podría ser un intento vago de dibujar a la carne de
cañón militante que obedece a la camarilla y da su vida por ella bajo la bandera
de la patria o del líder). O sea, se trata de un estamento útil pero en el que no
se puede confiar. A unos se los vigila, a otros de los expone a las balas.

c) la técnica y la ciencia en la que esa sociedad descansa se han


superinstitucionalizado hasta más allá de sus básicas razones de existencia (la
conquista y la opresión, sobre y de los otros). Así se llega a la producción de la
destrucción, llamada guerra, reducida a su vez, en una nueva vuelta de tuerca,
a la función de control social y psicológico, donde esos objetivos de destrucción
y de odio combinados permiten canalizar todas las energías de la sociedad. Es
decir, la guerra ya no pretende la conquista ni el poder omnímodo sobre el
enemigo (lo no humano) sino la estabilidad y cohesión internas, donde lo no
humano por fin ha sido completamente fagocitado y esclavizado
simultáneamente. La técnica, en manos del Partido Único, es por tanto no sólo
irrebatible sino inutilizable y su carácter de creación, de producto artificial, se
hace ostensible mientras la idea (fundacional) de progreso, que parecía
inseparable a la ciencia y sus aplicaciones queda definitivamente vaciada de
toda significación: no hará falta ya inventar nada nuevo: lo inventado ha
comenzado a ser, en 1984, en 1949 y hoy, suficiente para los fines del
Gobierno: continuar per eternum mudando el pasado según lo exijan las
circunstancias, controlar el pensamiento, reducir el lenguaje en sus
significaciones y su operatividad, torturar para domesticar mentalmente,
mantener un estado de guerra sin vencedores ni vencidos, mantener un
sistema de comunicación, agitación y propaganda centralizado, mantener un
cierto balance en la producción de bienes de consumo básico, y poco más). La
famosa recomendación de Maquiavelo al Príncipe será ya innecesaria: no hará
falta mudar de la bondad a la crueldad hacia los súbditos según las
circunstancias, bastará sustituir o incluso eliminar las palabras bueno y malo y
convertirlas en servicios equivalentes al futuro. "The Big Brother is ungood".

d) la lengua debe ser sometida a la invariabilidad variable donde todo es


apariencia teatral con personajes mudables. "The Big Brother" es demócrata y
democrático haga lo que haga porque fue elegido... o porque está al mando...
"... is ungood".

¿Falta algo en este cuadro cuyo progreso podríamos observar como hizo
Orwell, esto es, si dejamos a un lado el temor de renunciar a los viejos
atavismos mágicos y a las supersticiones que lo disfrazan y animarnos a...
mentar al diablo?
A mi modo de ver hay tres cosas notables que se pueden añadir al cuadro, y
que ya existían en 1949 , que existieron en 1939, y en 1789... e incluso desde
los tiempos clásicos en cierto modo:

a) la vocación filotiránica de las masas, en cuyo marco incluyo a la mayoría


amplia de los intelectuales de hoy (obreros del pensamiento) que en los hechos
se suman a sus filas de uno u otro modo; los que, aunque su base tenga una
idiosincrasia particular, se confunden cada vez más con la masa para contribuir
y converger al mismo resultado: la convergencia masiva que se deriva de la
reducción -o licuefacción- posmodernista de lo significante -su expresión
psicológico-social-, por una parte, y de la concomitante producción de
burocratización que lleva a cabo la democracia representativa (su expresión
socio-institucional), por la otra. Vocación filotiránica de las masas o “pueblo”
que resulta del fraguado circunstancial periódico (crisis social mediante) del
deseo (aspiración) del buen soberano, y que, en los pensadores o
intelectuales, nace de su particular manera de pretender el poder: la de intentar
transformar el poder efectivo o potencial en un títere de sus ideas; algo que les
evitar verse directamente involucrados en las prácticas realistas
indispensables, colaterales, etc., esto es, que la suciedad y el horror no
manchen sus delicadas e inexpertas manos. Esto cuando no deriva en su
metamorfosis decisiva. Y aclaro: crisis social y no "económica" ni "política" ya
que la razón de fondo de los fenómenos de indignación por pérdida de
derechos sociales, en el extremo por hambre, deriva a mi criterio de la
imposibilidad de toda gestión buena, la del soberano bueno o, in extremis, la de
los sabios detrás del trono. Y en todo caso de la pérdida del estado de
equilibrio que resulta de los inevitables embates interburocráticos.

b) el carácter intrínseco que reviste la lucha intestina por el poder en el seno de


la propia camarilla burocrática en detrimento incluso de la complicidad
criminal establecida para mantenerse como "grupo de ladrones" (el peligro
consciente de que todos lo perderían todo si se hundiese el bote... al haber
participado todos en todo). Por cierto, dicho sea de paso y como apunte a las
evidencias que deberían admitirse como prueba del fenómeno descrito: el
progreso en la dirección señalada de todos los gobiernos hacia un
funcionamiento típicamente mafioso, diluye los límites tradicionales existentes
(los licua) entre la criminalidad tradicional y la política, como se puede
constatar hoy en día en todas partes, y, también, convierte La Ley
adecuadamente modelada y/o tergiversada y/o soslayada en un instrumento
tiránico útil al servicio tanto de la persecución como de la discriminación (como
lo percibieran algunos de los afectados por esas prácticas, de repente situados
en el límite de la lucidez -véase mi nota 1-).

c) la tendencia excéntrica de los individuos más reflexivos y a la vez más


resistentes a la marginación y a la persecución; fenómeno que debemos
mencionar porque sin lugar a dudas se manifiesta... todavía al menos... es
decir, de una manera marginal y como restos de un proceso de extinción (un
proceso, por cierto, que tiene en su base, como todos ellos, aquí y en terrenos
propios de otras ciencias, la presión adaptativa del entorno, en concreto: la
progresiva pérdida de valor social de “la sabiduría”).
La filotiranía de las masas (idílica pero minimalista, a diferencia de la filotiranía
de los filósofos que sería maximalista salvo momentáneas claudicaciones
ingenuas), descarta por falta de amor propio de parte de cada uno de sus
miembros la posibilidad y la capacidad de gobernar (a los demás, claro, ya que
la idea de autogobernarse en masa y en condiciones de alta complejidad
encierra incongruencias insalvables incluso en el límite, y sólo cabe como ideal
alternativo del cosmopolitismo que la motoriza).

Y ella es la base ideológica de su conformación como masa. El individuo que


renuncia al poder directo porque no se siente capaz de asumir la tarea del
tirano se suma a la masa o se convierte en su servidor privilegiado (tanto los
co-tiranos de segundo orden como los demás cómplices o servidores actúan
en realidad como cualquiera de los individuos de la masa, incluso si
proviniesen del conjunto de los tiranos potenciales, y como estos se diferencian
del resto de esa masa por ser capaces de ensuciarse la manos cumpliendo
órdenes y prodigando alabanzas para hacer una carrera superior o
secundaria). De ahí que bastantes miembros de segundo orden de las
pirámides gobernantes provengan de uno u otro modo de la masa para
integrarse al gobierno tiránico en uno u otro grado, y, por supuesto, que
provengan de la intelectualidad proletarizada o burocratizada, lo que se ha
vuelto cada vez más ostensible, como es evidente). En este sentido, la
descripción que Tocqueville hace del proceso revolucionario francés de 1789
desnuda una generalidad típica del comportamiento de las masas: el carácter
idiosincrásico de la masa y de los individuos que la integran y definen. El tema
fue visto por muchos pensadores de enjundia desde el Renacimiento:
Maquiavelo, Hobbes, Spinoza, Kant, Hegel... pero Tocqueville logra escapar en
buena medida del cosmopolitismo idílico que caracterizó a la modernidad, es
decir, del que ocultaba formalmente su verdadera significación, por concreta,
por real, por radical, que soñaba y pedía soñar con su realización en un futuro
mesiánico al que no se debía renunciar por nada. Y que permitía que
gobernaran los “especialistas” sobre la base de que las masas no quieren
gobernarse, de que sus miembros se reconocen incapaces de gobernar a los
demás –que es la definición real de la gobernación factible y reduce a una
mentira la idea de la “autogestión” y similares-. Lo reconocen explícitamente y
cada vez más ostensiblemente: se resignan a ser gobernadas “por otros” de
quienes, eso sí, esperan “ser escuchados”... eso sí, exigen parte del botín
obtenido a costa de quien haga falta, esto es, aceptando la sistemática
marcha hacia la productividad (de artificialidad) y la redistribución. Dos cosas
que inevitablemente llevan al agotamiento de recursos y a la consecución de
daños colaterales, es decir, a contradecir profundamente la propia racionalidad
a la que se supone que se debería permanecer leal. Dos cosas que apuntan
por cierto a la base y la meta artificial que puso y vuelve a poner una y otra vez
todo en marcha y en la misma dirección: el colapso o el caos.

El diagnóstico de Tocqueville es lapidario e indiscutible: "las masas no querían


libertad sino reformas", es decir, que se les dejara de expoliar hasta la muerte.
Lo demás es pura esperanza vana que ni Dios ayuda a alcanzar sino todo lo
contrario, como refleja la leyenda de Babel.
El siguiente componente es descartado por Orwell que lo reduce a una pura
comedia controlada, la comedia del fantasmagórico Goldstein que de todos
modos utiliza para darnos algunas explicaciones causales. Es una perspectiva
plana (por referencia a los encefalogramas de un cadáver) la que propone
1984 y a la luz de los datos expuestos parece el único resultado posible. No
sólo en la imaginación literaria la selección artificial ha sido aplicada por una
sociedad para depurarse. Más de una vez se han creando variantes realistas
aunque increíbles de Morloks y Elois (las subespecies de La máquina del
tiempo de Wells) y no hay nada en nombre de qué negarle a un grupo
poseedor de varias docenas de patas, de miles de millones de docenas de
patas (poder institucional, poder tecnológico y neotecnológico...) conseguirlo al
fin.

Sin embargo... encuentro una dificultad que me parece insalvable y que


incluso excede cualquier referencia a las cuestiones de productividad que
plantearía la nulidad dominante que esas perspectivas apocalípticas de hecho
producirían: la productividad sería sin duda lo que menos importaría siempre y
cuando se pueda apelar al exterminio o a las drogas... Y si no, considérese la
fantasía de un mundo completamente estalinizado o reconformado mediante la
revolución cultural maoista o a imagen de la Kampuchea Democrática o la
Corea del Norte... o sea, donde no haga ni siquiera falta competir técnico-
militarmente con el enemigo...

Sin embargo, sí que veo una dificultad para la realización y perpetuación de


tales pesadillas.

En Ante la guerra, Castoriadis expuso su visión pesimista que sin afirmar que
podría conducir al 1984 orwelliano sí parecía ser nada más que su antesala, al
menos en caso de triunfo soviético, es decir, de las fuerzas sociales burcráticas
representantes por antonomasia de la Fuerza Bruta en sí. La caracterización, a
mi modo de ver, era realista: nada persigue una tal Fuerza que se pueda
señalar como significativa, nada que levante ella misma para justificar -y
camuflar- sus pasos en la niebla puede ser considerada auténtica y ni tan
siquiera simbólica o alegórica o camuflaje de otra que bajo el maquillaje
pudiera ser seriamente dibujada: es la neolengua la que habla, el doblepensar,
que dice lo que simplemente parece útil para que todo siga marchando hacia la
nada, para que el equilibrio se mantenga o se dirima en beneficio propio, para
que los que escuchen reciban lo que quieren o prefieren oir, etc. En neolengua
sólo hay tacticismo, no estrategia; o la estrategia única se reduce en todo caso
a la conservación del mando "a cualquier precio" y no a la consecución de
metas, no a construir utopías sino a conservar una ficción básicamente
desconcertante, ilusa, aunque esto sea incluso secundario. No hay ideología
en el sentido que se le diera al término y como se entendiera históricamente,
sino extinsión del pensamiento; puro... amor, puro amor al Gran Hermano, diga
y haga lo que diga, sea real o fantasmal; es la pura adopción de un mundo sin
pasado ni futuro...

Sin embargo, en Ante la guerra, la cúspide queda retratada como algo no


homogéneo ni se la ve cohesionada por nada... Puesto que nada existe, nada
se pretende, eso es una consecuencia lógica. Puesto que la única aspiración
es sentarse en el sillón del jefe y/o a su vera... ser El Tirano o uno de los
diferentes Tiranillos de segunda fila en el espacio donde las pirámides
proliferan como hongos, la práctica política en la cúspide se reduce a la
fabricación de la conjura o a la adulación, a morir por el líder existente y el
propio puesto o a aspirar a conquistar otro superior, eventualmente el que
ocupa el propio líder... En el mundo del hombre, por otra parte, la
perentoriedad irremediable de la muerte lleva más tarde o más temprano al
punto de ruptura del precario equilibrio que en realidad ofrece la estructura
piramidal (algo que siempre puede anticiparse y que siempre está anunciado...
bajo el nombre de magnicidio).

Ese punto de desequilibrio, deseado y compuesto hasta donde se puede en


cada momento por unos y temido y evitado por otros, todos ellos
intercambiables en primera y/o última instancia, punto que parece haber sido
eliminado del futuro y con el futuro del panorama de 1984, es en la realidad
insoslayable, forma parte de la mecánica de esa estructura de poder (del
mismo modo que el asesinato o la revuelta formaban parte de la tiranía clásica
-como el Herón, de Jenofonte, y la Historia, lo refleja-). Y ese desequilibrio
resulta ser nuestra única esperanza... aunque sólo sea para conseguir un mero
respiro más o menos perentorio. Un respiro hasta la siguiente fase de equilibrio
en el límite, o el último respiro antes del colapso al que la superposición
piramidal enloquecida provoque la ruptura de todas sus costuras.

Sin duda, no es como supone o sugiere Winston, el intelectual, en voz alta (es
decir, mientras es registrado por la Policía del Pensamiento): "...aquel pájaro
cantó para nosotros", sino tal y como sostiene sencillamente Julia
enmendándole la plana: "No cantaba para nosotros. (...) Tampoco,
sencillamente, estaba cantando" (tal como redondea la sentencia,
enmendándose a su vez a sí misma de manera inmediata y corrigiendo el
previo desliz antropomórfico dicho en primera instancia, situado en el lugar en
el que puse los puntos suspensivos entre paréntesis, a saber: "Cantaba para
distraerse, porque le gustaba." (ibíd., pág.268). Nuevamente, Orwell nos
sorprende (aunque para muchos pasará desapercibida la intención o no calará
en su manera de ver y de pensar las cosas) al volver a señalar a la naturaleza
del pájaro y no a la proyección de la nuestra en él, en atención a nuestra
conveniencia psicológica o ideológica a la manera en que la practica
inutilmente Winston... lamentable o inevitablemente arrastrándola también a
ella. Y nada es el ser humano en todas sus manifestaciones que nos diga, más
allá de nuestra perplejidad congénita y de nuestra confusión concomitante, que
nos permita tratarlo con otro enfoque. En todos los casos, se trata de unos
resultados particulares.

Por esto no me parece factible conseguir o producir que la clase gobernante


permanezca sin fisuras ni tensiones. Si un tirano pudiese tener todo el poder
del mundo entre sus manos y no sólo pudiese seleccionar los más idóneos
miembros de la masa para reducirlos a ganado de uno u otro tipo, sino también
a sus compañeros de ruta... sólo obtendría a su muerte un vacío tal que en
cualquier caso conduciría al colapso, del que tarde o temprano saldrían
renovados creadores de mitos. Esto, en fin, sólo podría implantarse en el límite
mediante un tirano eterno o inmortal, un dios terrible y estúpido al que movería
el capricho y a quien amenazaría el hartazgo al estar absolutamente privado
específicamente de amor.

En De la tiranía, Jenofonte nos hace ver entre otras cosas interesantes, lo que
desespera al tirano, lo que precisamente Simónides le indica el camino para
conseguirlo. Se trata, respectivamente, del amor que por cualquiera de los
camino de su consecución llevaría al propio tirano a la autodestrucción o
autodilución de su dominio. Esa necesidad tiránica es lo que la hacía en sí
misma defectuosa o imperfecta. Lo que pondría en entredicho la necesidad de
continuar con el Terror...

Precisamente, lo que no parece factible, lo que parece imposible viviendo del


hombre, es todo tipo de perfectibilidad, tanto la vista como maléfica por la
Historia real como la benevolente según prometen las utopías, sea la del estilo
de la República de los Sabios socrático-platónica, sea la del propio Reino del
Superhombre llena aún de cierto platonismo residual.

Parece a todas luces imposible que en base a seres humanos se pueda


conformar una subespecie capaz de funcionar como lo haría una maquinaria
programada. No sólo ni fundamentalmente al respecto de las masas (porque
mutilarlas o drogarlas las haría inservibles) sino respecto de los propios
dirigentes, que alcanzarían igualmente la incapacidad absoluta. De ahí que no
sea aceptable la explicación histórica que Orwell nos ofrece a través del
larguísimo texto atribuido a Goldstein (es decir, de O'Brien y su omnipotente
equipo), donde la burocracia política habría alcanzado un imposible
superracionalismo maquiavélico (ibíd., págs. 228-263) y cuyo "secreto" queda
al final en el misterio... seguramente por esa imposibilidad que invita a la
catarsis.

Lo específicamente humano es la introducción de la artificialidad en el


Universo. La creación humana es creación de artificialidad, cuyos resultados,
artificiales, se incorporan a la realidad del mundo como objetos reales o
acciones de objetos reales... convirtiendo el mundo real en el mundo
apariencial o "de la voluntad y de la representación"... aunque sólo en un
sentido alegórico. La fuerza principal del hombre es su capacidad para crear
artificialidad, y esa capacidad es en buena medida falta de cordura dentro de
los límites de lo efectivo u operativo. No es inteligencia ni conciencia ni
sensatez ni sabiduría ni sentido de la justicia.... sino todo lo contrario: locura en
ciertos grados (aquí se ve cómo y en qué sentido “la conciencia paraliza”...) Se
requiere gran amor propio, confianza máxima en uno mismo, intrepidez,
carácter temerario, predisposición a superar lo que sea que venga -los
avatares, penalidades, obstáculos, percances, designios divinos, etc., o sea,
ser héroes y semidioses rebeldes, no dudar, no vacilar, no caer en la
desesperanza, no permitir que la mano tiemble, estar dispuestos a todo en
nombre de la obra -uno mismo como proyecto-, ser un príncipe, un rey, un jefe,
sentirse la conciencia y/o la voz de muchos, sentirse impulsado o motivado al
mesianismo, avanzar a toda costa en la consecución de los sueños
idealizados, edulcorados, justificados, adornados, complejizados para
embaucar y embaucarnos, es decir, para hacerlos realizables a través de
sucedáneos similares o supuestas construcciones previas, caiga quien caiga...
estar más allá del bien y del mal aunque en nombre de la propia valoración de
lo bueno y lo malo... ser capaz de inventar e imponer la creencia generalizada
en el mito del cual es figura clave o decisiva, una valoración conjetural,
ideología, dogma, visión, una incondicionalidad, un absoluto retrospectivo (que
reescriba toda la historia, que sitúe el origen del mito en el pasado remoto, que
sea una revisión de lo tradicional o una recuperación de algo aún más primitivo
o primigenio, en principio algo con atributo de natural) que sea capaz de rodar
y crecer como una bola de nieve, integrando y definiendo un estilo de
pensamiento, un magma de significaciones, un camino, una marcha gloriosa...
que produzca un botín que se pueda repartir.

La Tiranía, nacida en el límite pero a instancias de esos deseos compulsivos


de realizar los sueños de unos y de otros, es expresión de la voluntad
humana de dominación y domesticación (de la preferencia por contar con 24
patas en lugar de sólo con dos, como se dijera en el Fausto como signo de una
locura irresistible). Parece inevitable. Parece que sólo queda la resignación en
el sentido laxo del término, en un sentido nihilista.

Sin embargo, me pregunto si podría construirse un Edén donde el propio


sentido de esa locura pudiera ser anulado... donde esa atracción cómoda
perdiera su sentido y se vaporizara por simple ausencia de necesidad...

Y esto nos lleva a contar con mi propio ejemplo como caso de la mencionada
excentricidad y reflexividad inevitable (aunque tal vez extirpable, en cuanto sea
molesta y el molestado tenga la capacidad de extirparla).

Winston siente (con Orwell) que escribir ha dejado de tener sentido


cualesquiera que sea la perspectiva de futuro, pero no puede dejar de
hacerlo... hasta que la única perspectiva lo demuele definitivamente, es decir,
cuando deja de existir toda alternativa, toda duda. Winston, por fin, renuncia a
ser un individuo; ha sido, por fin, domesticado como mera pieza del mecanismo
integrador que realiza en falso el cosmopolitismo soñado (en esto equivale a
las pesadillas de Huxley o de Wells): una raza separada, una subespecie,
domina a los demás convirtiéndose en su cabeza inseparable; instituyendo dos
humanidades en nombre de la unicidad. Sería, por una parte, una realización,
auténtica por factible, del sueño cosmopolita (el de Kant, el de Marx... los
cuales habrían devenido claramente en engaños y, a lo sumo, autoengaños).
Pero una situación tan extrema sólo podría establecerse de manera
imperdurable por no decir interminable si la tiranía perfecta de 1984 lograse
eliminar de entrada el nacimiento de la subespecie que tiende siempre a
quejarse y a proponer utopías, o, en todo caso, como en 1984, a demoler a
posteriori esas personalidades en cuanto sean detectadas, para lo cual estaba
la Policía del Pensamiento precisamente. No podemos garantizar sobre estas
bases que ello sea imposible. La técnica y la ciencia en manos del poder se
acercan peligrosamente (desde el punto de vista de la preservación de los
excéntricos al menos) a una fase en la cual esas opciones se vuelvan
técnicamente factibles. La ingeniería genética, las drogas farmacéuticas, los
sistemas electrónicos, la sofisticación represiva... podrían incluso discriminar
por exceso para cubrir al máximo los riesgos de los molestos. La ciencia
ficción abunda en jueguecitos extraordinarios para el exterminio feliz y hasta
útil de tales individuos, sean rebeldes irracionales o conspiradores en potencia
(carreras de alto riesgo, por ejemplo; una suerte de "encierros" o "corridas",
como las que incorporé yo mismo a la novela que sigo prometiendo...) En
realidad, seamos capaces de reconocerlo, el proceso de domesticación
iniciado hace miles de años ha progresado sistemáticamente en la dirección de
su propia significación. Domesticar fue convertir los frutos en comestibles, los
animales en domésticos, es decir, consistió en adaptar, moldear, mutar sus
propiedades naturales mediante su sometimiento a nuevas imposiciones a fin
de cuentas naturales pero también artificiales (naturales en tanto la creación de
artificialidad es natural en el hombre). Y los hombres, convencidos de su propia
humanidad a la vez que de la inhumanidad de todo lo que fuera ajeno o
extraño a la identidad propia, (mujeres incluidas, que como bien señaló Veblen
fueron las primeras víctimas), cosas ambas inseparables y autocatalíticas, se
dieron a la domesticación de los demás (es decir, a la selección artificial
primaria pero ya efectiva de, por ejemplo, la práctica misma de la guerra y otras
incluso más indiscriminadas, aún demasiado ideológicas o míticas, como la de
acabar con una raza sin más consideraciones, etc.) como complemento de sus
prácticas exterminadoras (la capacidad de domesticar, por lo visto, se
conformó en el homo sapiens mucho después de que desaparecieran los
neandertales... porque si no... menudos mayordomos tendríamos ahora...). El
propio Sócrates de Platón es partidario de medidas de ese tipo con vistas a la
instauración de la República de los Sabios...

No hemos llegado aún a una situación tan extrema, pero es innegable que, si
no consideramos más que las dos tendencias mencionadas (filotiranía masiva
y potencia exterminadora), los días de la excentricidad y de la brillantez están
sentenciados, y puede verse en el horizonte lo que ya viera Orwell en 1949 y lo
que daría lugar, con Nietzsche, a que sólo reste reir... aunque ya sólo se trate
de la risa de los fantasmas a cuya condición serán finalmente reducidos (es
decir, a nuestra actual subespecie de cuestionadores), fantasmas aherrojados
entre tapas de libros polvorientos y registros magnéticos que se volatilizan, que
nadie se preocupará por preservar siquiera como reliquias porque, al final,
perderán todo interés.

En cierto modo, la perspectiva parece volver a apuntar a la utópica República


de Sabios, tantas veces soñada... donde las masas aceptarían su condición y
los dictámenes racionales de sus gobernantes: hoy se puede comer mucho,
mañana poco, etc., lo que no parece factible. Unos Sabios que podrían ser
molestados para la atención de los asuntos cotidianos y nimios, es decir,
alejados momentáneamente de su mundo reflexivo e inútil... lo que no parece
factible. Unos Sabios que se contentarían con ser alimentados y vestidos sin
pretender más privilegios u honores que los que les concederían a los dioses
individuos primitivos, y no unos ciudadanos seudorracionalistas y sofisticados
como los del presente... sin duda, un imposible.

Pero... ¿podría haber aún diversos Edenes para grupos reducidos de Sabios
que estuviesen dispuestos a dejar los demás atrás, a abandonar el resto del
mundo a su suerte, incluso a manos de Morloks; tal vez a manos del proceso
de autodestrucción anunciado... ? ¿Serían realmente Sabios, se podrían
reproducir como Sabios desde entonces...? Parece claramente imposible
imaginar a la vista de lo que estamos viviendo, un mundo en el que todos los
humanos puedan conformar una sociedad única y a la vez desfragmentada...
La humanidad sólo puede vivir grupalmente, o sea, fragmentada, separada o
en lucha, por lo que la humanización universal soñada por la filosofía moderna
(o tan sólo agitada como se agitan las banderas aglutinantes) sólo puede
realizarse como opresión y/o exterminio sistemáticos y cíclicos destinados al
colapso. Pero, sea o no de un modo transitorio, muchos grupos a lo largo de la
Historia supieron construirse o crearse un mundo satisfactorio (aunque fuese a
costa de someter y mandar, de legislar y contentar, de aniquilar y ponerse en
riesgo de ser aniquilados... en fin, de hacer trampas en nombre de la seguridad
y la certeza...)

No podemos aventurar sino lo que puede vislumbrarse, y, suponer a la manera


de Orwell aunque sin coincidir con su pronóstico, que vamos hacia un colapso
inevitable... Tal vez algunos puedan hallar un Oasis como el mencionado, tal
vez todo simplemente se encamine de nuevo hacia el mismo fin... y se siga
realizando el "eterno retorno". Eso es lo más sensato... a pesar de lo cual, sin
duda por ese pertenencia idiosincrásica al conjunto, asimismo heterogéneo, de
los individuos más excéntricos y más reflexivos, reconozco que me cuesta
dejar de acariciar la idea de ese Oasis idílico donde, para resolver todas las
reticencias occidentales adquiridas por mí y a las que en una u otra medida
aún soy propenso, imagino que los esclavos necesarios para solaz de nuestra
simple y buena manada podrían ser sólo máquinas especializadas, algunas
fabricantes hasta de sí mismas... programadas para no pedirnos nada... no
molestarnos... permitirnos dar la cara a nuestra propia insatisfacción congénita
que se mueve entre resignaciones y alegrías... buscando sin hallar...
aferrándose a una u otra creencia...

Hace poco he comenzado a leer Ensayo sobre el don, de Mauss, donde,


nuevamente, encontré un caso antiguo, esta vez incluso primitivo a la vez que
más próximo a nosotros en el tiempo, de grupos humanos simples que se
sentían en su entorno "muy ricos" y "muy felices", y que, incluso lo eran a tal
extremo, que ponían esa riqueza y esa felicidad constantemente en riesgo,
precisamente mediante la práctica de lo que se denomina plotach... "una
operación social total y... aniquiladora", como lo define Mauss (Ensayo sobre el
don). El Progreso moderno y el Progreso teatral posmoderno, no son sino
formas renovadas que no han permitido escapar de esas dinámicas.
Entenderlo, debería servir para algo, aunque tal vez sólo se trate de una nueva
ilusión de realización imposible.

Sin embargo, la idea de que los hechos puedan obligarnos a vivir de otra
manera, renunciando a la idea de unificar a la humanidad o igualarla a nuestra
imagen y semejanza, podría ser una alternativa de futuro menos cruel...
aunque sea por un tiempo... Algo así da un pequeño giro al sueño de
Sócrates!, aunque sin desembarazarse del todo del mismo. ¡A mí, que lo sueño
y lo desprecio por momentos, me produce risa! ¡Sé que se trata de un sueño
infantil y tramposo, es decir, de otro juego!
Notas:
(1) En la entrevista, Miguel Henrique Otero señala que el caso venezolano (entre “otros” que
no menciona pero con los que aquel formaría un espectro de regímenes "mucho más
inteligentes") es "más sofisticado" que, por ejemplo, el cubano, en tanto mantiene y "usa el
aparato legal" contra la oposición en lugar de anularlo.

Esta caracterización, por otra parte, se corresponde con el criterio general de que la
democracia representativa engendra burocratización y que a su vez ésta se conforma en el
límite como dictadura camuflada; lo que vengo exponiendo en mi blog Una nueva conciencia
desde sus primeros posts propiamente políticos, como por ejemplo, en el post "Leonas y
leones". Esto no es algo completamente nuevo (Platón en cierto modo si no lo comprendía bien
al menos reconocía las evidencias), aunque sí intenta ser ignorado, pero su tratamiento merece
ser tratado más exhaustivamente, por lo que lo dejaré para otra oportunidad.

Es interesante notar de paso cómo la burocracia se manifiesta como un problema que afecta
con un signo común a todos los demás grupos sociales a pesar de los conflictos que estos
tengan entre sí y de la diversidad de percepciones que los estos tienen de sus propios
problemas; esto no sólo pone en evidencia el carácter específico de la burocracia y de sus
intereses sociales (y antisociales, justo en las antípodas de su supuesta encarnación de lo
general) sino la apariencia de una sociedad capitalista democráticamente depurada de sus
nefastas consecuencias… algo que alimenta el embanderamiento mencionado en lo general.

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