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Levantar nuestra voz en la cotidianeidad del transcurso de nuestra vida, es hoy una
urgencia como fundamento de una participación respetuosa donde todos somos invitados
a opinar en la fraternidad de un medio que día a día camina buscando progreso y bien
para cada habitante de nuestro país.
De este modo, e inmersos en la interpelación que nos llama a hacer un eco de los
movimientos sociales, que exigen una consideración frente al avance de un monopolio de
ideas, pensamientos e instancias de nefasto egocentrismo de manipulaciones de la
información; nos sentimos profundamente llamados a revertir con respeto y solidaridad
todo cuanto respecta a un bullado progreso social en detrimento del desarrollo
sustentable del ecosistema que es regalo de Dios, quien nos puso en medio de el para
ser buenos administradores y no individualistas forjadores de idearios económicos que
sólo solventan las mezquindades de sectores que en una hegemonía del pensamiento,
aún no renuncian a la vanidad de sentirse seguros en la riqueza que aplasta con mano de
hierro, desconociendo la alabanza del Salmista que reza: “¡Cuán numerosas son tus
obras, Yahvé! Todas las hiciste con sabiduría, de tus creaturas se llena la tierra” (Sal 104,
24)
Por tanto, como jóvenes expresamos nuestra preocupación, pretendiendo hacer nuestro
el grito de la tierra, el grito de quienes habitan en ella, clamando por un trato justo que
considere íntegramente el inextinguible gozo por ser colaboradores de Dios en la tarea
creadora.
Queremos construir, junto a muchos hermanos de nuestro país una nación a imagen y
semejanza del Dios que nos sostiene en sus brazos que acogen a todos; donde no
hacemos oídos sordos de la Palabra de Vida que nos llama desde el Génesis, con la
bendición y envío: “Sed fecundos y multiplicaos, henchid la tierra y sometedla…Y así fue.
Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien” (Gn 1, 28.31)
Así entonces, desde nuestro ser eclesial, y llamados por la luz de la memoria de nuestro
carisma franciscano, en consonancia con la alabanza de Clara de Asís que exulta:
¡Gracias Señor porque me creaste!, dejamos a la reflexión personal que suscite por el
Espíritu Santo, una conciencia de amor fraterno donde se haga patente el llamado
siguiente: