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EL GUÍA IGNORANTE

Pablo Julián Moreno Castro. Psicólogo. Especialista en Filosofía de la Ciencia. Máster en


Museología. Corporación Maloka, Colombia. Jefe de Salas Interactivas.
pjmoreno@maloka.org.
Museografía y Museos y Centros de Ciencias
Comunicación oral
Palabras clave: explicación, motivación intrínseca, libre aprendizaje.

Resumen
Teniendo como fundamento la obra de Rancière, “El Maestro Ignorante”, el presente trabajo
pretende realizar una reflexión acerca del papel del guía en el museo, tanto como mediador
dentro de las salas, así como en el de constante “aprendiz”, papel a cual más inexorable en la
empresa de ir alcanzando el grado de profesionalización de su labor.
La reflexión parte de la propuesta de Rancière, a propósito de una experiencia pedagógica
particular que viviera Joseph Jacotot (1770-1840) -artillero del ejército, secretario del
Ministerio de Guerra, director de la Escuela Politécnica y profesor universitario-. A partir de
esta experiencia, Rancière hace una crítica importante a la educación tradicional y se centra en
dos aspectos fundamentales: la explicación y la autodeterminación.
Estos dos aspectos serán el eje de la reflexión, abordando el papel de la explicación en el
ámbito museístico, y particularmente en el museo de ciencias, considerando si su carácter es
necesario o accesorio. Igualmente se abordará la importancia que tiene la autodeterminación y
la motivación intrínseca en los escenarios de educación informal, cuyo fundamento, el libre
aprendizaje, es capital en ese doble papel de los guías como “maestros” y “aprendices”.
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“No existe hombre alguno sobre la tierra


que no haya aprendido alguna cosa por
sí mismo y sin maestro explicador”

J. Rancière. El Maestro Ignorante (1)

El papel de los mediadores en el ámbito del museo (llámense guías, monitores, animadores,
interpretes, etc.) suscita siempre reflexiones sobre su quehacer, su relación con el
conocimiento y con el público en las salas de exposición, su formación, su papel frente a los
diversos públicos y su alcance frente a los objetivos del museo etc. Estas reflexiones son
generalmente de orden práctico, aunque por supuesto, la forma de responder a las exigencias
del día a día que plantean tales inquietudes están sustentadas de manera explícita o implícita
en supuestos que tienen que ver con esferas relacionadas con campos como la epistemología,
la psicología o la pedagogía.

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El presente trabajo se concentra en primer lugar en las reflexiones que puedan suscitarse con
relación a un ámbito más general como el de la Educación, para posteriormente acotar algunas
consideraciones que a propósito de los museos de ciencia y del trabajo de los mediadores se
generan.
La reflexión surge a partir del ensayo de Jacques Rancière, El Maestro Ignorante, cuyo título
de por sí es, por lo menos, inquietante para quienes hemos tenido alguna relación con la
educación en el sentido institucional del término, ya sea padeciéndola o haciéndosela padecer
a otros. Rancière parte de una experiencia pedagógica particular que viviera Joseph Jacotot
(1770-1840) -artillero del ejército, secretario del Ministerio de Guerra, director de la Escuela
Politécnica y profesor universitario-. Jacotot, de origen francés, viviendo en los Países Bajos y
puesto ante la necesidad de enseñar a un grupo de alumnos que desconocían el francés tanto
como él mismo el holandés, decide buscar entre él y sus aprendices un lazo mínimo común y
para ello utiliza una versión bilingüe del Telémaco de Fénelon. Hace llegar a sus alumnos el
texto con la instrucción de que lo estudien, que comparen los textos en ambos idiomas y que
escribieran en francés lo que entendieran del texto. El resultado no pudo ser más inesperado
para Jacotot, donde era previsible una pobreza en el uso del idioma se encontró con el mismo
nivel que muchos nativos franceses habrían alcanzado. Las bases de lo que sostenía su
ejercicio como maestro se venían abajo: para él hasta ahora la tarea del maestro era transmitir
sus conocimientos a sus discípulos para llevarlos a alcanzar su ciencia, y el acto esencial para
lograr esto era la explicación. Pero ¿qué pensar ahora que sus alumnos no habían recibido
ninguna explicación? Si no era gracias a él, quien con su ciencia y su saber había logrado que
aprendieran, ¿merced a qué artilugio se había obrado tal resultado? Si atendemos al epígrafe
que encabeza el texto y a una de las grandes conclusiones de Jacotot, que viene a ser el
reverso de la moneda para el epígrafe citado, que no hay que saber para enseñar, podemos ir
atisbando la respuesta.

La respuesta está en la naturaleza de las relaciones que se han establecido entre el maestro, los
aprendices y el conocimiento. Para Jacotot, lo que ha propiciado su experimento, y que
insistió en probar enseñando otras materias en las que era comprobadamente incompetente,
como la pintura y el piano, es que al establecer entre alumno y maestro una relación basada en
la confianza, el saber del maestro se torna absolutamente accesorio. El maestro confía en la
inteligencia del alumno para que este se enfrente directamente al conocimiento; el maestro
entrega el poder y funda una relación de paridad; lo que le da el maestro al aprendiz en este
caso es la posibilidad de dejar de ser un subordinado de la inteligencia y las capacidades de
otro. El maestro ignorante enseña a los aprendices a usar sus propios saberes y a actualizar sus
capacidades. Para Jacotot el asunto tiene que ver en primer término con creer que es posible
poner a conversar directamente inteligencias, que por principio, son iguales; en segundo
término es una cuestión de voluntades, la del maestro para declinar el poder del que le ha
investido su ciencia y su saber, y la del aprendiz para asumir lo que probablemente ha
experimentado en más de una oportunidad: que ha sido capaz de aprender algo sin que haya
necesitado de un maestro explicador.

Una de las principales consecuencias de lo planteado radica en la revisión del papel del
maestro, pues no es de ninguna manera la abolición de su figura lo que se concluye aquí,
estamos hablando de redimensionar su papel. Tampoco estamos hablando de la erradicación
de su saber, ya que es diferente hablar de un maestro ignorante que de un ignorante que ha
decidido ser maestro. Su saber en este caso ya no es el centro de la relación que se establece
con el aprendiz, su erudición ya no resulta indispensable en este intercambio ni en la
construcción del conocimiento, es su actitud frente al conocimiento, por un lado, pero
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principalmente frente al educando; lo que tiene que inculcar no es conocimiento, es
autodeterminación.

Si en términos generales la conclusión que se desprende de los expuesto es que el maestro


explicador es una figura que pervierte y desbalancea la relación con el aprendiz, ¿qué
tendremos que decir entonces sobre el “guía explicador”?

La idea de que el papel del guía dentro de las exposiciones no es el de explicador no es, por
supuesto, para nada novedosa en el ámbito de los museos de ciencia. Se tiene ya sea la
claridad, la noción o la intuición de que la explicación no es el fundamento de la presencia del
guía en las salas de exposición, sin embargo ¿por qué resulta en ocasiones tan difícil
desprenderse de esa figura? Las razones probablemente sean las mismas por las que muchas
veces caemos en el ámbito museístico en la reproducción de modelos y esquemas propios de
la educación formal y por las que muchas veces nuestros públicos llegan demandando
explicaciones: hemos crecido en medio de y hemos asimilado ciertas relaciones pedagógicas
surgidas de la modernidad, aquellas que Jacotot y Rancière hacen evidentes en la
caracterización de dos formas diferentes de asumir la relación maestro-aprendiz: la del
Maestro Sabio y la del Maestro Ignorante.

Las razones para revisar el papel del explicador en el museo de ciencia obviamente no tienen
por que ser diferentes de las que se han sugerido para considerar el tipo de relaciones que
establece el maestro explicador en la educación en general, sin embargo, el ejercicio de la
museología de las ciencias nos permite reforzar la idea con algunos argumentos particulares
adicionales:

Si consideremos al museo de ciencia como un lugar que permite poner al visitante en contacto
con estímulos encaminados a generar actitudes favorables hacia el conocimiento y la cultura
científica, por medio de objetos y fenómenos, principalmente (2), el terreno al cual se le
apunta en un museo no es al de proporcionar explicaciones sobre ninguna materia intensiva o
extensivamente, el terreno es de manera primordial el de la emoción; el museo proporciona
estímulos que generan curiosidad, amplían horizontes, siembran dudas, etc. En consonancia
con lo expuesto, el museo debe provocar, debe decirle al visitante “existe un mundo amplio e
interesante por conocer”, a la información irá accediendo poco a poco: en un libro, un
documental, una conferencia, el museo mismo podrá ser una fuente, no la más exhaustiva, por
supuesto; y la explicación la irá construyendo el visitante en la medida en que logre asumir
que el proceso depende primordialmente de él. Uno de los mayores compromisos que tendría
el museo es contribuir a que el sujeto quiera y crea que puede.

¿Cuál es el papel del guía dentro de esta perspectiva? En primer lugar es claro que la labor del
guía debe sustentarse en la exposición, y no al contrario. El éxito de una exposición
(interprétese y mídase esto como se desee) debe basarse primordialmente en lo qué expone y
en cómo se hace esto, no en la labor de un guía; si se basa en éste, probablemente el mejor
medio de presentar lo que se quería no era una exposición (¿quizás era un documental, o una
performance?). No se descarta por supuesto que una exposición pudiera eventualmente
fundamentar su propuesta en la labor del guía, pero el caso sería más una excepción que una
regla, y a condición de que sea buscado de manera premeditada, y no como solución a
falencias expositivas. El guía complementa la exposición, y la forma primordial de hacerlo es
por medio de la conversación: el guía acota, pregunta, maneja cierto nivel de información,
promueve la participación y el asombro, todo dentro de los parámetros de la intención del
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museo de ciencias, es decir, proporcionar experiencias estimulantes a partir del contacto con
fenómenos y objetos.
Para terminar quisiera agregar una breve acotación relacionada con el papel de los guías,
ahora como “aprendices” y no como “maestros”. Uno de los grandes retos que tiene trabajar
con guías en un museo está en la formación que deben recibir para afrontar su labor.
Independientemente de los programas que puedan implementarse, del tiempo que pueda
destinar la organización para este proceso-ya sea continuo o solo de carácter inicial- la
amplitud de los temas que tienen que abordar, etc., la cuestión a considerar después de esta
sucinta reflexión es, por supuesto, la relación que ha de proponer el museo que se establezca
entre el guía y el conocimiento. Tendrá que ser una relación en la que se le reconoce al guía la
posibilidad de enfrentarse directamente al conocimiento y de establecer una relación de igual
a igual con otras inteligencias. La primera responsabilidad del museo estará en fundar esta
relación y en posibilitar la actualización de las capacidades de los guías; a partir de esto ya
vendrán los programas, las sesiones, los documentos de apoyo, etc. pues nada de esto tendrá
sentido mientras los guías y el museo no asimilen que la cuestión depende esencialmente de
voluntades y autodeterminación.

Bibliografía
1. Rancière, Jacques. El Maestro Ignorante. Barcelona : Laertes, 2002.

2. Wagensberg, Jorge. Hacia una museología total por conversación entre la audiencia, los
museólogos, arquitectos y constructores. En el Museo Total. Barcelona: Sacyr. SAU. 2006.

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