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La memoria.

(Entre Freud, Derrida y Nietzsche)

Lo inconsciente abre la posibilidad real de una memoria que lo guarda todo, efectivamente si
su contenido es lo reprimido, eso que jamás debe volver a reaparecer, habría que preguntarse el
porqué de esa imposibilidad de vuelta. La consignación de cualquier experiencia es estar relegada al
olvido, pero ese olvido no es sólo economía afectiva, sino pura excedencia; esto quiere decir que la
energía que se guarda siempre excede los significados que podamos atribuirle. Ese resto, como si se
tratase de un resto arqueológico, quedaría inscrito en lo inconsciente, sus rastros no son más que los
de una huella que reaparecerá sólo como signo. En esto la contención de las cargas en muchos casos
es imposible, su latencia en ciertos momentos amenaza con devastar y destruir toda la sistemática
psíquica. Freud en el “Malestar de la cultura” descubrirá que ese impulso a la destrucción es
inherente a lo inconsciente; las pulsiones estarán enfrentadas a la líbido, será la pugna entre eros y
tanatos que en muchos casos, inexplicablemente, se contendrá y potenciará como un devenir
destructivo.

“No olvidemos nunca esta distinción griega entre mnéme o anámnesis por una parte,
hypómnema por la otra. El archivo es hipomnémico. Y señalemos de pasada una
paradoja decisiva sobre la que no tendremos tiempo de volver, pero que sin duda
condiciona todo este propósito: si no hay archivo sin consignación en algún lugar
exterior que asegure la posibilidad de la memorización, de la repetición, de la
reproducción o de la re-impresión, entonces, acordémonos también de que la repetición
misma, la lógica de la repetición, e incluso la compulsión a la repetición, sigue siendo,
según Freud, indisociable de la pulsión de muerte. Por tanto, de la destrucción.
Consecuencia: en aquello mismo que permite y condiciona la archivación, nunca
encontraremos nada más que lo que expone a la destrucción, y en verdad amenaza con la
destrucción, introduciendo a priori el olvido y lo archivolítico en el corazón del
monumento. En el corazón mismo del «de memoria». El archivo trabaja siempre y a
priori contra sí mismo.”1

Tomando en cuenta esta cita; para los griegos habrían tres tipos de memoria, cada una se
establecerá en sus relaciones de intensidad en el aparato psíquico; por un lado estará la mneme o
“memoria viva”, la cual estará relacionada a los procesos básicos de sobrevivencia, ubicación en el
espacio y lo que se entenderá por memoria operativa o a corto plazo; una segunda instancia será la
anamnesis que operará como una prótesis, lugar de las consignaciones como: conceptos, recuerdos
y afectos; en un tercer lugar, estará la hipomnesis o baja memoria; de carácter inconsciente a la cual
no se tiene acceso, ya que su contenido es todo lo reprimido.

1
Derrida, Jacques. Mal de archivo, una impresión freudiana. Editorial Trotta. Pág. 19
A la noción de impresión anexémosle la de archivo; pero ¿qué sería el archivo? Es la
consignación de esa impresión.

“No hay archivo sin el espaciamiento instituido de un lugar de impresión. Fuera, en pleno
soporte, cualquiera que éste sea, actual o virtual.” Un archivo es siempre la posibilidad real de la
pérdida; se guarda lo que no se quiere perder pero en su registro se posibilita su olvido, ya que el
sentido y las cargas de cada signo en lo inconsciente siempre remitirán a otros signos y a otras
cargas en donde el sentido de éstas nunca se volverá a manifestar, el signo se abre a siempre nuevos
significados; por ejemplo, si anotamos un nombre en una libreta, al que quizás nunca volvamos,
pero si lo hacemos, no sabremos porqué lo anotamos, ni cual es su sentido; aun registrando ese
nombre, lo hemos perdido. Aun así, esta excedencia que se pierde puede aparecer nuevamente, pero
detrás de otro signo y quizá con otras intensidades. Lo inconsciente en sus transferencias de cargas,
o la lucha de cargas y contra-cargas, en la producción deseante, en la invención y conjunción
constante, harán remitir cualquier signo a cadenas que nunca tienen un origen, más que esa
pretensión de archivación, en la cual se han perdido en nuestro inconsciente (el único origen de
cualquier recuerdo es esa pretensión, nunca el acontecimiento como tal). Esa amenaza de volver es
la que conocemos como pulsión; toda pulsión amenaza con destruir todo; la realidad, la mediación
del yo, incluso todo deseo; ya que el fin último, su exceso, es la muerte.2

Esta memoria inconsciente remite a ese pasado perdido, a eso inmemorial que se debió
recordar (como la lucha de clases o algún trauma) pero que fue olvidado. Si la memoria que
propone el freudismo tanto como el marxismo apelan a buscar eso perdido, eso que debimos
recordar pero aun así ha sido olvidado, debemos establecer un tipo de memoria que no nos
mantenga pendientes de las cargas que conflictúan el aparato psíquico; hay que pensar lo
inconsciente y esa memoria en un olvido activo; ya que la melancolía misma con la que se ve y se
repite la frase “todo tiempo pasado fue mejor” no es más que la añoranza del registro y archivación
de acontecimientos que jamás se repetirán que no corresponden a una posibilidad real de crear
nuevas situaciones, nuevos enfrentamientos, nuevas creaciones. Amarrarse a una memoria que
olvida, y no a un olvido activo sólo nos mantendrá perdidos en ese origen que no es más que ese
deseo de archivación, ya que la memoria es tensión, es cruce de fuerzas.

“el “arte del olvido” [vi] aparece como necesario para que el pasado no se convierta en
un peso demasiado grave en la vida de los hombres que, de no ejercitar ese arte,

2
La pulsión de muerte tiende así a destruir el archivo hipomnémico, salvo que se lo disfrace,
maquille, pinte, imprima, represente en el ídolo de su verdad en pintura. Otra economía está así
en obra, la transacción entre esta pulsión de muerte y el principio de placer, entre Tánatos y
Eros, mas también entre la pulsión de muerte y esa aparente oposición dual de principios, de
arkhaï, por ejemplo, el principio de realidad y el principio de placer. La pulsión de muerte no es
un principio. Incluso amenaza toda principalidad, toda primacía arcóntica, todo deseo de archivo.
Esto es lo que más tarde llamaremos el mal de archivo.
acabarían por desear la muerte como única posibilidad de olvido. La salud se relaciona
con un cruce entre lo histórico y lo ahistórico, que permite la felicidad en el “umbral del
instante”. De allí la necesidad, frente a la historia monumental que hace que “los
muertos entierren a los vivos” y a la historia del “anticuario” que momifica el instante
vital y encierra a la vida en una vitrina; de un historicismo crítico, que juzga, condena,
disuelve y quiebra el pasado para poder vivir.”3

3
Cragnolini, Monica. Memoria y olvido: los avatares de la identidad en el “entre” Artículo en
Escritos de Filosofía, Academia nacional de Ciencias, Buenos Aires, Nros 37-38, enero-dic. 2000,
pp. 107-113

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