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La guerra personal de Hitler contra el Arte

Por Simón Alberto Consalvi


Analítica

Entre las primeras obsesiones de Adolfo Hitler se contó su designio de que el arte
cumpliera una misión preestablecida en la sociedad. Desde sus inicios, el caudillo del
nacionalsocialismo le declaró la guerra a la pintura como se había concebido a través de
los siglos, pero de modo esencial contra los grandes movimientos que en las dos primeras
décadas del siglo XX le imprimieron vitalidad e imaginación, como el dadaísmo, el
cubismo y el surrealismo.
De modo y manera que en la Alemania de Hitler, (como a lo largo y ancho del mundo
que lograra conquistar el Tercer Reich e imponer su ideología), el arte tendría que
atenerse a las normas dictadas por el Estado, y los pintores abdicar los privilegios de la
imaginación.
El arte, en una palabra, no sólo sería un instrumento en la creación de la nueva sociedad y
del “hombre nuevo”, sino paralelamente un instrumento contra las desviaciones y
corrupciones que erosionaban los sistemas políticos. Si el Tercer Reich estaba llamado a
reinar sobre el mundo por un periodo de mil años, sus fundamentos tenían que ser
sólidos. De ahí que el Estado nacionalsocialista emprendiera una cruzada cultural
destinada a ejercer el dominio sobre las artes, pero esencialmente sobre la mente y la
formación de los artistas. Hitler consideraba que el arte debía reflejar la sociedad como él
la estaba modelando. Según el Fûhrer, el arte debía “crear imágenes que representen
criaturas divinas, no híbridos del hombre y del mono”. Un arte para la raza aria.

A lo largo del régimen nazista, 1933-1945, tuvieron lugar dos episodios relacionados con
el arte que la historia registró con estupefacción. Ambos tuvieron lugar en julio de 1937.
En Munich, Hitler inauguró la “Gran Exposición de Arte Alemán”. De los muros
colgaban los lienzos de los pintores que interpretaban (o creían interpretar) la estética de
Hitler. Un denominador común los identificaba: el mal gusto, los músculos del hombre
ario, la superioridad y la arrogancia, la fuerza como símbolo, el hombre-robot. El dios
Adolfo por todas partes. Realismo grosero y castrado. Pero, al propio tiempo, el arte
cumplía otra misión, la misión innoble de distraer y darle un rostro humano al régimen
más despiadado de la historia. “Los ciudadanos cerraban los ojos ante los aspectos más
horribles del régimen y se regodeaban ante su fachada artística: una forma incruenta de
asumir el control de toda la cultura de un país”, según escribió Peter Adam en El Arte del
Tercer Reich.

Un día después de la Gran Exposición, Hitler inauguró la que los nazistas llamaron “Arte
Degenerado”. De los muros colgaban obras de figuras fundamentales del arte en el siglo
XX. Los cuadros no tenían identificación, sino breves referencias ofensivas e injuriosas
de tal grado que un crítico refirió que el propio Fûhrer se sintió “impresionado”. Quién
sabe si eso era posible. Para 1937, el régimen había retirado de los Museos 16.000
pinturas de vanguardia, de los cuales envió 650 a la exposición del “Arte Degenerado”.
Allí estaban Klee, Ernst, Van Gogh, Chagall, Kandinsky, Grosz, Kokoschka, Picasso,
Munch y tantos otros.

Hay estudios claves sobre este periodo oscuro de la historia contemporánea. Entre ellos
se inscribe Banned and Persecuted, Prohibidos y perseguidos / La dictadura del Arte bajo
Hitler de Werner Haftmann. Un análisis de la gran batalla del nazismo contra la libertad
de creación. La vida y la obra de los grandes pintores que huyeron de Alemania que
Haftmann sigue en cada uno de los países que les dieron asilo. En Los Ángeles County
Museum of Art se llevó a cabo en 1991 un homenaje al Arte degenerado, Degenerate
Art / The fate of the Avan-Garde in Nazi Germany en donde se exhibieron más de 150 de
las obras expuestas en Munich, bajo la curaduría de Stephanie Barron. El gran catálogo
permite al espectador lejano asomarse a los abismos del nacionalsocialismo, y de aquel
Tercer Reich que iba a prolongarse por mil años. En A History of the Twentieth Century,
el historiador inglés Martín Gilbert cuenta que los nazis se proponían esterilizar a los
pintores del “arte degenerado”, según testimonio de Oscar Kokoschka.
Conviene preguntarse, ¿qué llevó a Hitler a librar esta guerra a muerte contra el Arte?
Hitler comenzó siendo pintor. El crítico Peter Adam dice que fue muy prolífico. Durante
sus años de Viena pintó más de 700 cuadros. “Contando las acuarelas, los óleos y los
dibujos se calcula que produjo entre 2.000 y 7.000 obras. Personalmente prefería las
acuarelas y los óleos que había pintado en su primera época, entre 1905 y 1908. Concedía
también alguna importancia a lo producido en la prisión de Lansberg (1923-1924),
mientras cumplía condena por el fallido golpe de Munich”. Era más copista que pintor, y
prefería sus dibujos arquitectónicos. En sus primeros tiempos, vendía sus dibujos en la
calle. Ya todopoderoso, prohibió que sus obras fueran exhibidas o que se escribiera sobre
su arte. Sospechaba que su mediocridad como pintor podría afectar su imagen de “gran
estadista y generalísimo del Tercer Reich”.
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