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TOO WICKED TO LOVE

BARBARA DAWSON-SMITH

Abril 1816, Wessex, Inglaterra

Jane Mayhew abrió la puerta de la habitación y se detuvo en seco. Delante de sus ojos
se desarrollaba la peor de las escenas: bajo las sábanas el señor del lugar estaba
desnudo, o eso es lo que ella supuso. Tenia que estarlo forzosamente, al igual que la
mujer que lanzaba gemidos de placer a su lado.
La entrada intempestiva de Jane interrumpió sus movimientos. El hombre se giró
molesto, la sabana se deslizó y la luz de la mañana hizo brillar su musculoso torso.
-¡Maldición! ¿Es usted Jane? ¿Qué diablos quiere?
La intrusa sostuvo su mirada sin pestañear.
-Lord Chasebourne-dijo-necesito hablar con usted inmediatamente.
-¿Y de que por Dios? ¿Su casa se ha incendiado?
-No milord. Se trata de algo de la mayor importancia.
-Mas tarde. Vuelva dentro de una hora.
Su mano se deslizó bajo la sábana y su acompañante empezó a reír y a moverse sin
ningún pudor.
Jane no se dejó intimidar.
-Milord, no me moveré hasta que no me haya escuchado. A solas.
Para demostrar su determinación, y también porque las piernas le flaqueaban, se sentó
con dignidad en una otomana lacada en oro, colocando su paraguas empapado entre sus
botines llenos de barro.
Nunca se hubiera creído capaz de tanta audacia, su natural timidez que la impelía a la
lectura y la contemplación, había desaparecido.
Ethan Sinclair, sexto conde de Chasebourne, y Jane Mayhew se conocían desde la mas
tierna infancia. El siempre había sido arrogante, maleducado y le encantaba provocar a
las chicas. Era un incorregible mujeriego.
El la miró fijamente. En el silencio que siguió solo se oía el tictac del reloj y el ruido de
la lluvia en los cristales. Al fin dio una palmada en las nalgas de la mujer que estaba en
su cama.
-Hasta ahora preciosa. Seguiremos después.
-Pero Ethan...
-No discutas.
Ella se bajó de la cama a regañadientes y se puso una bata rosa que recogió de la
alfombra. Sus pechos se veían a través de la tela transparente.
Jane bajó la cabeza con pudor, por el rabillo del ojo vio como la mujer lanzaba un beso
en dirección a Ethan ante de desaparecer moviendo provocativamente las caderas.
Aunque Jane desaprobaba la conducta de esas mujeres fáciles y despreocupadas que no
tenían escrúpulos a la hora de compartir la cama con un hombre, a veces las envidiaba
ya que eran hermosas. Ella se veía a si misma demasiado delgada. ¡Ojalá pudiera
parecerse a esas magníficas criaturas con sus largos cabellos dorados, sus labios rojos y
carnosos y su cintura de avispa! Sacudió la cabeza, esas ideas eran absurdas. Por nada
del mundo hubiera querido seducir a ese miserable. El pensar que una vez se creyó
enamorada de Ethan Sinclair la mortificaba. No le había visto desde hacia años, pero el
no había cambiado pero sin embargo su opinión sobre el había empeorado.
En ese momento el la estaba mirando cómodamente apoyado en las almohadas, con una
mano detrás de la cabeza y completamente relajado. Parecía como si tuviera por
costumbre recibir a solteronas amargadas en su dormitorio, la sábana apenas ocultaba su
desnudez. Si esperaba con eso impresionarla estaba equivocado. Jane había cuidado a su
padre durante su larga y penosa enfermedad de modo que la anatomía masculina no
tenía secretos para ella.
-Sigue usted teniendo un don especial para meter la nariz donde no la llaman-dijo el por
fin-Acaba de fastidiarme una mañana que parecía deliciosa. Al menos podía haber
tenido el detalle de hacer que la anunciaran.
-Su mayordomo no quiso entregar mi mensaje, de modo que decidí coger al toro por los
cuernos.
-¿Nunca le han dicho que las mujeres conquistan a los hombres siendo dulce y sumisa?
-No quiero conquistarle. No tengo nada en común con esas...criaturas.
-No me cabe ninguna duda querida.
Jane no lo demostró pero estaba herida. La mirada burlona de Ethan le daba una
imagen de si misma que siempre había detestado. Ethan Sinclair era un enigma para
ella, era un libertino, estaba considerado como el mejor amante de Inglaterra y sin
embargo se había divorciado de su esposa alegando que era infiel cuando el no había
dejado de acumular amantes.
Jane se puso en pie, estirada como una vara.
-Por favor milord, no cambie de tema. Ya le he dicho que he venido para hablar con
usted de algo sumamente importante.
-Por favor, vaya a esperarme al vestíbulo. Me gustaría vestirme.
La tomaba por tonta. En cuanto ella le diera la espalda, llamaría de nuevo a su puta.
Los hombres solo pensaban en su propio placer y Ethan no era una excepción.
-No-contestó-No me iré mientras no me haya escuchado.
-Como quiera.
Apartó las sábanas con despreocupación. Dos cosas llamaron de inmediato la atención
de Jane. En primer lugar, aunque ella les sacaba media cabeza a la mayor parte de los
hombres de los alrededores, Ethan era mucho mas alto que ella. En segundo lugar, su
cuerpo atlético no tenia nada que ver con el de su anciano padre.
Aferró el mango del paraguas, molesta. Sus mejillas enrojecieron y fingió estar
admirando una cómoda de caoba.
-¿Qué es lo que la preocupa Chipie?
Ella aborrecía el apodo de su infancia.
-Señorita Mayhew si no le molesta-le corrigió.
-¡Perdón!
El había entrado en el vestidor contiguo desde el cual le llegaba a Jane el ruido de la
ropa, súbitamente sintió mucho calor con su austero vestido negro de cuello alto.
-Acepto sus disculpas, sin embargo no me iré sin haberle dicho el motivo de mi visita.
-La escucho.
Jane se concentró en el pequeño discurso que traía preparado.
-Bien. Esta mañana he sido testigo de algo intolerable.
Volvió la cabeza para fulminar al conde con la mirada pero no le vio.
-He venido a decirle que nunca permitiré que abandone a Marianne-continuó.
El salió del vestidor vestido con una camisa cuyos faldones caían sobre unos
pantalones ajustados que se abrochaban en los tobillos.
-¿Marianne?-preguntó el mientras se abrochaba los botones de plata de las mangas-
¿Quién es?
-No finja que la ha olvidado.
-Marianne...-repitió el-Marianne...Veamos, estuvo Mary, condesa de Barclay. Hace
siglos que no la veo. Marian Phillip, la actriz...Nuestro idilio solo duró una noche, eso
no le da derecho a sentirse abandonada.
-Escuche-dijo Jane-Si empieza a enumerar todas sus conquistas vamos a estar aquí todo
el día. Es usted una alimaña de la peor clase.
-Un veleta, un traidor, un bribón, un don nadie...
-Ethan, seamos serios. Tiene que ser justo con Marianne.
-¡Pero si lo estoy deseando! Pagaría lo que fuera con tal de librarme de ella y de usted.
Lo único que necesito es que me diga quien es.
Jane le fusiló con la mirada.
-¡Pagar! ¿Cree que unas simples monedas bastaran para pagar sus deudas, Ethan
Sinclair, para devolverle el honor? Se equivoca por completo. Lo menos que debería
hacer es educar a su hija.
El se dio la vuelta bruscamente mientras se anudaba la corbata blanca.
-¿La Marianne de la que me habla es un bebe?
-Una niña de la que debería ocuparse.
Los negros ojos del conde analizaron a Jane y estalló en carcajadas.
-No gracias, prefiero a las mujeres maduras.
-Cuando haya terminado de decir tonterías...
-Jane, no es hija mía. Siempre he tomado las máximas precauciones para no dejar
bastardos detrás de mi.
Jane tuvo que contenerse para no preguntarle como, solo tenía una vaga idea sobre la
forma en que se concebían los niños. En cuanto a los métodos de contracepción, nunca
había oído hablar de ellos.
-Usted es su padre-insistió-Y aquí tengo la prueba.
Le entregó un objeto brillante, un anillo. El miró el sello del anillo, era una C
entrelazada con hojas de acabo. Lo había heredado doce años antes cuando murió su
padre.
-Este anillo desapareció hace seis meses-dijo examinándolo-¿Dónde lo encontró?
-Enganchado en la manta de Marianne junto con una tarjeta con su nombre. Alguien ha
dejado esta mañana a la niña delante de mi puerta.
Al salir de su casa, Jane había estado a punto de tropezar con un cesta en la que había
un bebé. Se había agachado para mirar su carita de ángel, sus ojitos rodeados de largas
pestañas, su minúscula nariz, su boquita sonrosada. La había cogido con unos brazos
temblorosos de emoción y entonces asaltó una inmensa alegría.
-¿No vio a nadie?-preguntó Ethan.
-No, pero seguro que fue una de sus...mujeres.
-¡Tonterías!
Se puso el anillo en el dedo meñique y luego se miró en el espejo para hacer el nudo de
la corbata.
-Si ese bebé fuera mío, la madre lo hubiera dejado delante de mi puerta. Yo trato bien a
mis amigas, al final de la relación les envío un buen regalo.
-Parece que una de ellas recibió un regalo extra nueve meses después-respondió Jane.
-¿Eso cree? Seguro que se trata de una cualquiera que desea que su hijo tengo un futuro
mejor. Pregunte a los granjeros, seguro que le dicen que alguna chica del pueblo ha
estado embarazada últimamente.
-Siento desilusionarle, pero la manta del bebé es de excelente calidad y por si fuera
poco, quien escribió el nombre de Marianne fue una persona culta.
-Enséñemelo, quizá pueda reconocer la letra.
Jane encogió los hombros desanimada. Deseaba creer que el ignoraba la existencia de
la niña pero esa falta de interés le parecía indecente.
-No la he traído, pero estoy segura de que el bebé es suyo.
-¿De verdad? Alguien le ha querido gastar una broma y usted se lo ha creído.
-Y usted esta dispuesto a cualquier cosa para eludir sus obligaciones. El anillo es suyo
¿no? Sin embargo cualquier excusa es buena para deshacerse de su propia hija. La
verdad es que no me extraña en un hombre divorciado.
Intercambiaron una mirada hostil.
-Tiene una lengua muy larga Chipie-gruñó Ethan.
-Vale mas una lengua larga que un corazón de piedra. ¿Cómo se puede renegar de un
pequeño ser indefenso que no ha pedido venir al mundo? Le guste o no, Marianne es su
hija, y usted, Ethan Sinclair, es un monstruo.
Ethan sostuvo la desdeñosa mirada de Jane apretando los puños.
-¿Dónde está la niña?-preguntó de repente-Quiero verla.
-Esta en mi casa, mi tía Wilhelmina la esta cuidando.
-Considere que su responsabilidad ha terminado-contestó Ethan con frialdad-A partir de
ahora se ocupara de ella mi ama de llaves.
Con una helada educación abrió la puerta de la habitación.
-Buenos días señorita Mayhew.

Jane bajó por la escalera de mármol. Había cumplido con su deber y debería estar
satisfecha, sin embargo estaba preocupada.
En el vestíbulo los criados estaban abriendo las contraventanas del salón y barrían las
cenizas de la chimenea. El aroma de la cera eliminaba poco a poco el olor del alcohol y
tabaco.
Solo pensar que la pequeña Marianne iba a vivir en ese antro de libertinaje le ponía a
Jane la carne de gallina. Además el conde de Chasebourne carecía de instinto paternal
como había podido comprobar. Al pensar en todo eso empezó a arrepentirse de
marcharse. ¿Cómo podía confiar un alma inocente a un canalla así? ¿No era ella la que,
en definitiva, estaba abandonando a Marianne?
Al salir contempló el jardín golpeado por la lluvia y el viento. Había venido para que
Ethan Sinclair fuera consciente de sus pecados y había descubierto que el solo se
preocupaba por su comodidad. Al contrario que ella que siempre había tenido un gran
sentido del sacrificio, el conde solo pensaba en divertirse. Tenia veintiséis años, la
misma edad que ella pero no compartían los mismos valores.
Jane comprendió de pronto la enormidad de su error. No podía dejar a esa inocente
criatura en ese antro de perdición, en esa mansión cuyo dueño pasaba la mayor parte del
tiempo fornicando con mujeres de mala vida.
En lugar de tomar el camino que llevaba a su casa se dirigió havia el pueblo con paso
decidido. Tenía otros proyectos para Marianne.

-¡Maldita bruja!
Ethan se quitó las gafas y releyó el documento oficial que acababan de entregarle, un
párrafo en concreto que le conminaba a abandonar sus derechos de paternidad sobre un
bebé llamado Marianne confiando su custodia a Jane Ágata Mayhew.
Ethan estaba furioso y no entendía porque. En el fondo no quería una bastarda que
mientras no se demostrara lo contrario no tenía una sola gota de su sangre en las venas.
Sin embargo estaba loco de rabia. No solo Jane Mayhew le había estropeado la mañana
sino que además estaba empeñada en fastidiarle todo el día.
Ethan Sinclair, es usted un don nadie.
La frase todavía resonaba en sus oídos. Una ligera tos le volvió a la realidad.
-Milord-murmuró el señor Grigsby, el anciano notario del pueblo balanceándose de una
pierna a la otra-Si quiere cambiar algo estoy a su disposición.
-No, está perfecto.
-Grigsby se inclinó con un respeto casi servil.
-En ese caso, milord, haga el favor de firmarlo. Necesitaremos dos testigos.
-Naturalmente.
Ethan tiró de un cordón, sonó una campana y entró un lacayo. Ethan le ordenó que
fuera a buscar a su ayudante y al mayordomo. Poco después los dos estaban allí. Se
sentó en su escritorio, cogió una pluma y la mojó en el tintero. Su mano se quedó
inmóvil encima del documento.
Un don nadie.
Jane Mayhew no había mejorado con la edad, siempre había tenido mal carácter y
físicamente carecía de cualquier atractivo. La volvió a ver con su horroroso vestido
negro cuyo cuello la debía de estar estrangulando, y con su moño. Su ojos gris azulado
hubieran resultado bonitos si no hubieran tenido esa mirada tan severa. Tenia unos
rasgos regulares pero anodinos, la piel demasiado pálida y su aspecto recordaba al de un
militar. Nada en ella evocaba la suavidad femenina que a el tanto le gustaba.
Hoy se había mostrado mas autoritaria que nunca. Recordaba un día, hacia mucho
tiempo, que ella le descubrió en un establo cuando se disponía a disfrutar de los
encantos de una criada. Le acusó de violación incluso aunque la supuesta victima le
hubiera prácticamente seducido. Sin embargo tenía que admitir que Jane Mayhew sabría
como educar a una niña mejor que el.
Ethan Sinclair firmó al final del papel. Se acabó.
Resonaron unos pasos en el pasillo, un susurró de seda precedió la entrada de una
mujer. Lady Rosalind hizo su aparición en la biblioteca. A los cuarenta y cinco años
todavía conservaba la figura de una jovencita. No había ni una sola arruga en su
hermoso rostro rodeado de rizos rubios.
-Ethan querido-murmuró con una tierna sonrisa-hace mucho que no nos vemos. Ven a
darme un beso.
No podía haber llegado en peor momento. Ethan se inclinó a regañadientes y depositó
un beso en la mejilla de su madre.
-Buenos días-le dijo.
-¡Dios mío!-exclamó ella mirando a los reunidos-¿He interrumpido una reunión de
negocios?
-Si-respondió secamente su hijo-Ve a esperarme al salón. Acabo enseguida.
-Eres tan gruñón como tu padre. Llego de Italia después de varios meses de ausencia y
mira como me recibes.
Despidió al notario y a los dos testigos con un gesto.
-Señores, déjennos.
Ethan les hizo una señal para que se fueran apretando las mandíbulas. Antes de salir, el
notario cogió el documento del escritorio.
-Voy a entregárselo a jane Mayhew milord.
Sopló en la firma para secar la tinta todavía fresca.
-¿Jane Mayhew?-se extrañó lady Rosalind con una mirada penetrante.
-No es nada importante madre.
Lady Rosalind arrebató el papel de las manos del notario y lo leyó.
-Jane Mayhew, la hija de mi querida amiga Susan-murmuró-¡Que tristeza que perdiera a
su madre tan joven! ¿Pero que veo? ¿Jane ha encontrado un bebé?
Entrecerró los ojos.
-¿Tuyo?
Ethan extendió la mano.
-Madre, devuélveme ese documento.
Lady Rosalind apretó la hoja contra su pecho.
-¿Vas a renunciar a tu hija sin que eso te rompa el corazón?
Ethan suspiró.
-Dudo mucho que yo sea el padre de esa niña.
-Bueno, teniendo en cuenta tu reputación-contestó su madre-dudo mucho que Marianne
sea tu única descendiente. Y te prohíbo que la abandones como si fuera un vulgar gatito.
Con un gesto tan imprevisible como elegante, lanzó el documento a la chimenea. Ethan
se precipitó para recuperarlo pero ya era tarde.
-¡Maldición!-gruñó.
Su madre chasqueó los dedos.
-Ethan sígueme. Vamos a visitar a mi nieta.

Jane estaba paseando por la cocina con el bebé en brazos, Marianne se retorcía y
lloraba, su carita de ángel estaba roja como un tomate.
-Shh, tesoro...la leche se está calentando...Ten un poco de paciencia.
El bebé lanzó un grito penetrante que sobresaltando a Wilhelmina que estaba sentada
cerca del fogón y cuya papada tembló del susto.
-¡Señor que suplicio!-suspiró la anciana secándose la frente con un pañuelo-Has debido
pincharla con un imperdible cuando le has cambiado los pañales.
-Te aseguro que no tía Wilhelmina, he tenido mucho cuidado. Marianne tiene hambre,
esos es todo.
-Tendrías que haber dejado que Lucy Crockett la amamantara.
-¿Lucy Crockett? Jamás, es demasiado sucia.
-No entiendo porque dejaron esta criatura en nuestra puerta-continuó Wilhelmina
gruñendo-Es del conde Ethan Chasebourne. ¡Que individuo tan inmoral! Y divorciado
además. Afortunadamente nadie te vio salir de su casa.
Jane contuvo una sonrisa. La buena Wilhelmina tendría un ataque si supiera en que
circunstancias encontró al señor de la casa. ¡En la cama con una mujer!
-Exacto-respondió-pero por el momento prefiero conservar a Marianne aquí. Toma,
cógela mientras le preparo el biberón.
-¡Nooo!-gritó Wilhelmina asustada-No tengo ninguna afinidad con los bebés, ya lo
sabes.
-No hagas tanto jaleo. Me educaste de modo que tienes algo de experiencia.
-Educar no significa tocar. Tu querido padre, Dios tenga su alma, contrató una niñera.
Además, no me casé y tuve hijos por culpa de mi delicada constitución.
-Bueno, no te vas a morir por cogerla.
Jane depositó con autoridad al bebé en el regazo de su tía. Los brazos de la anciana se
cerraron instintivamente alrededor del la criatura que gritó mas fuerte.
-Piedad...piedad-gimió
Por una vez Jane no prestó atención a las quejas de su tía. Tenía otras cosas que hacer.
Para empezar tenía que ocuparse de la leche. Metió un dedo en la cacerola, demasiado
caliente. Añadió leche fría, lo vertió todo en una botella y luego puso la tetina atándola
con una hilo. Si ese método funcionaba con los corderos también tenia que funcionar
con los bebés.
Decidida a probar su teoría, cogió a Marianne , la apoyó en su brazo y frotó la punta de
la tetina en la boquita rosada de la niña. ¡Milagro! El llanto se interrumpió bruscamente
y el bebé empezó a succionar con avidez. Jane se relajó. Demasiado rapido por
desgracia. De pronto la niña soltó la tetina y empezó de nuevo a llorar. Jane intentó
calmarla en vano. Marianne se negaba a beber. El llanto se hizo mas agudo mientras el
delantal de Jane se manchaba con la leche. Se le escapó la botella que resbaló por la
mesa hasta caer en el suelo donde estalló en mil pedazos.
-¡Compasión!-gritó Wilhelmina-¿Qué vamos a hacer?
Jane no tuvo tiempo de contestar, la puerta crujió sobre sus goznes y una voz de
hombre dijo:
-Tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe.
La dos mujeres se giraron al mismo tiempo. En la entrada estaba Ethan Sinclair,
magnifico con su traje de dandy: pantalón marrón, botines de ante, chaqueta larga verde
oscuro. La corbata blanca realzaba su bronceado y Jane tuvo de pronto vergüenza de su
aspecto desaliñado. Estaba despeinada y llevaba un vestido sin forma oculto bajo el
manchado delantal. Apretó instintivamente a la pequeña contra su pecho y fulminó a
Ethan con la mirada.
-¿Ha pasado el notario por su casa?
-Ese es precisamente el motivo de mi visita.
-De nuestra visita-dijo una voz de mujer.
Jane contempló a la recién llegada cuyo fino rostro estaba enmarcado por una cascada
de rizos rubio-rojizos. Su vestido era de seda beige, era delgada en extremo y parecía
haber descubierto el elixir de la eterna juventud. Lady Rosalind era la madrina de Jane
pero nunca se había preocupado por eso.
-Milady-barbotó Jane-Creía que estaba en el extranjero.
Lady Rosalind admiró al bebé que continuaba llorando.
-He vuelto. Por nada del mundo me hubiera perdido la temporada en Londres.
-Condesa-perdóneme si no me levanto-susurró Wilhelmina con voz de moribunda-El
lumbago me esta matando.
-Quédese sentada querida.
Lady Rosalind se acercó evitando cuidadosamente los cristales de la botella.
-¿Y quien es este pequeño tesoro? ¿Mi nieta verdad?
Jane miró a Ethan quien asistía impasible a la escena. No ha firmado, pensó
amargamente, no solo no ha firmado si no que además viene a reclamar a Marianne.
-Tienes carácter-le estaba diciendo lady Rosalind a la niña con esa voz cantarina y
encantadora de la que Jane se acordaba tan bien-Y tienes unos buenos pulmones, se te
oye desde el jardín. ¡Que ojos azules tan bonitos! Tu papá tenía los mismos ojos cuando
era pequeño. Esperemos que los tuyos no se oscurezcan después.
Mientras hablaba, lady Rosalind acariciaba a Marianne que se había callado. Miraba
fijamente a la condesa pero desgraciadamente la tregua duró poco y poco después sus
gritos volvían a oírse.
-Tiene hambre-explicó Jane desesperada-He intentado darle leche con una botella pero
el resultado ha sido un desastre.
-¿Ha buscado una nodriza?-preguntó lady Rosalind.
-La cocinera preguntó en el pueblo pero no encontró a nadie apropiado.
-Le sugerí que se la confiara a mi ama de llaves-intervino Ethan-pero no quiso hacerlo.
Se quiso arreglar sola pero es evidente que no sabe nada de bebés.
Ingrato. Monstruo. Ella había salvado a su hija mientras que el...el...se revolcaba en la
lujuria. Los grises ojos de Jane brillaron de ira. Con un súbito impulso dejó la niña entre
los brazos de Ethan.
-Veamos si usted lo hace mejor señor sabelotodo.
El cogió al bebé estirando los brazos.
-¿Tiene miedo de que le ensucie el traje?-se burló Jane.
-Abandone este juego absurdo-la fulminó el-Yo nunca he dicho que supiera como criar
a un niño.
-Entonces debería haber firmado el documento del notario y volver a la cama con su
ramera. ¡Perdón!-exclamó dirigiéndose a la condesa que empezó a toser.
-No se disculpe Jane. Conozco los...puntos débiles de mi hijo.
Ethan le entregó el bebé que gritaba y sollozaba.
-Ten madre, cógela.
-Intenta consolar a tu hija.
-¡No es mi hija!
Miró a su madre enfadado pero ella se limitó a cruzarse de brazos. Ethan dirigió una
mirada implorante a las otras dos espectadoras de su drama. Ellas habían adoptado la
misma postura, los brazos cruzados y la espalda rígida. Jane sonreía mientras que el
bebé gritaba. Ethan buscó un lugar donde dejar a la niña. No, en la mesa no, ni tampoco
sobre una silla. ¡En una de las habitaciones! Sujetó a Marianne y se dirigió a las
escaleras .
Entonces se produjo el milagro.
Marianne dejó de llorar.
-Gruua-dijo
La miró con sorpresa, ella también le miraba con sus azules ojitos llenos de lágrimas.
Olía a leche y agua de rosas, era un pequeño ser puro, inocente, indefenso. Sintió que le
invadía una ternura inexplicable, le acarició la sedosa mejilla con un dedo y sintió el
irresistible impulso de protegerla.
Marianne.
¿Quién le había puesto ese nombre? ¿Quién la había abandonado en la puerta de su
gruñona vecina? ¿Era realmente hija suya?
El bebé se llevó el minúsculo puño a la boca pero de pronto como si el encanto se
hubiera roto lanzó un grito agudo. Ethan se volvió hacia las tres mujeres que como si
fueran las tres Parcas estaban esperando su reacción.
-Seguro que hay una nodriza en los alrededores-dijo.
-Dios mío que horror-exclamó Wilhelmina-Esta pequeña va a morir de hambre.
-¡Tia Willy!-gruñó Jane.
Miró a Ethan y a su madre.
-La verdad es que la cocinera encontró a alguien, Lucy Crockett, la esposa del posadero,
pero no es muy recomendable. Por lo tanto decidí prescindir de ella.
-¿Pero quien se cree usted que es?-explotó Ethan-¿Va a dejar a la pequeña con hambre
con la excusa de que ninguna mujer es lo suficientemente buena bajo su punto de vista?
Para empezar, ni siquiera es su hija.
Al oír estas palabras, Jane bajó la cabeza. Parecía pequeña, casi frágil y Ethan se
preguntó si alguna vez habría pensado en casarse y tener hijos. Un impulso de
compasión le empujó a acercarse a ella, impulso que ella cortó en seco.
-Por lo que usted mismo dijo, tampoco es suya. Firme el condenado documento y no
hablemos más. La dejará conmigo y usted será libre para continuar con su vida de
libertino.
-¡Vaya!-exclamó el-Esta mañana proclamaba usted a los cuatro vientos que Marianne
era hija mía, hasta el punto de que no pudo esperar ni un solo minuto para comunicarme
la noticia.
Notó con satisfacción que ella enrojecía. Jane sostuvo su ardiente mirada.
-He cambiado de opinión. Usted no seria un buen ejemplo para Marianne. No quiero
que su conducta la pervierta.
-No tema. Las mujeres a las que pervierto tienen todas mas de dieciocho años.
Las mejillas de Jane se pusieron escarlatas. ¿Era posible que ella soñara en secreto con
ser seducida? Se preguntó Ethan. Seguro que no. Solo era una cabezota, una solterona
que se pasaba la vida leyendo libros polvorientos.
-Puede que tenga una solución-declaró lady Rosalind-Este invierno, en Italia, descubrí
una doncella extraordinaria. Gianetta es una maravilla, sobre todo como peluquera,
nadie consigue hacer mejor los rizos, trenzas, recogidos...
-Madre, por favor, ¿dónde quieres llegar?-cortó Ethan impaciente por calmar al bebé
que continuaba gritando.
-Ten la bondad de no interrumpirme. Gianetta tiene una hija de ocho meses.
-¿Y?
-Si alimenta a su hija también puede ocuparse de Marianne.
-¿Dónde está?
-Deshaciendo mi equipaje en Chasebourne. Pero te lo advierto, Gianetta será ante todo
mi doncella y mi peluquera.
-Si alimenta a Marianne la recompensaré tan generosamente que nunca abandonara tu
servicio.

Alguien estaba cantando en un melodioso idioma que Jane no reconoció. Debe ser
italiana, se dijo, pero no pudo traducir las palabra de la canción cuya melodía sin
embargo la emocionaba.
A medida que se acercaba al cuarto de los niños oyó otros sonidos.
Gianetta estaba dando el pecho a Marianne sentada en un sillón rosa con rayas blancas.
La morena y voluptuosa joven había conseguido calmar de inmediato a la recién nacida,
en cuanto sus labios tocaron el pezón de la nodriza, Marianne se había calmado.
Jane, emocionada, contempló la enternecedora escena, pero nuevamente la asaltó el
temor de perder a Marianne. Su mano subió al cuello buscando el medallón ovalado que
era el único recuerdo que le quedaba de su madre. Susan Mayhew había sido una de las
mejores amigas de la condesa. El tiempo había pasado tan deprisa que Jane ya no se
acordaba de cuando había sido la última visita de su madrina. Las habitaciones de lady
Rosalind combinaban el lujo y la elegancia: suntuosos tapices, espejos enmarcados en
oro, techos decorados con trampantojos de ángeles...
En este lugar Jane sentía con mayor intensidad su condición de pariente pobre, en su
casa el mobiliario de su habitación era de una austeridad espartana, se reducía a una
cama de madera, un escritorio y unas cuantas perchas en las cuales colgaba sus vestidos.
Tres en total, uno para la iglesia, otro para estar en casa y otro para salir, todos de color
negro, ya que estaba de luto por su padre. Nunca la había molestado la monotonía de su
guardarropa hasta hoy. Las maletas de su madrina contenían toda clase de ropa distintos
colores, pañuelos de gasa, cintas rosas, medias de seda y saltos de cama transparentes.
Pero ese tipo de cosas solo le quedaba bien a las damas elegantes como la condesa y a la
rubia y exuberante amante de Ethan. Criaturas de ensueño que frecuentaban los bailes y
ponían en el mundo hijos ilegítimos que luego abandonaban sin ningún remordimiento.
Sin embargo Jane no tenía nada de criatura de ensueño ni de dama elegante, cuando las
jóvenes de su edad asistían a fiestas ella se tuvo que quedar cuidando de su padre
enfermo. Nunca había abandonado los alrededores de Wessex. Parecía normal que
alguien le hubiera confiado una criatura que nadie quería.
-Señorita...
Gianetta le hizo señas para que se acercara, se había cerrado el corpiño sobre los
pechos llenos de leche. Marianne se había quedado dormida y una gota de leche
asomaba por la comisura de sus labios. Jane la levantó y luego se la puso sobre el
hombro. La invadió una gran ternura ¿cómo se podía querer tanto a alguien cuya
existencia se desconocía esa misma mañana?
Jane había actuado sin pensar, no tenía que haberse precipitado en busca de su vecino,
debería haber esperado antes de informarle de su descubrimiento. Ahora Marianne no
volvería a la casita. La niña encarnaba sus mas profundos secretos. Sueños escondidos
en lo más recóndito de su alma, sueños que nunca se harían realidad.
Una nueva preocupación la asaltó ¿qué pasaría cuando la condesa volviera a Londres?
Nunca consentiría en dejar a su doncella en Wessex ¿se llevaría a Marianne con ella?
¿tendría que decirle adiós?
Apretó al bebé en sus brazos con los ojos llenos de lágrimas. No tenía ningún derecho
sobre la pequeña y a menos que se hiciera indispensable, Ethan no dudaría en decirle
que se largara. Nunca volvería a ver a la niña, ese pensamiento le heló la sangre. Si
habían dejado la cesta con la niña en su puerta, no podía haber sido una casualidad. La
Providencia lo había decidido y ella , Jane, no podía permitir que una criatura inocente
creciera al lado de un padre inmoral y una abuela caprichosa que apenas se ocuparía de
ella como había hecho con su hijo cuando este era pequeño.
El destino había designado a Jane como el ángel guardián de Marianne y ella se iba a
hacer cargo de esa responsabilidad. Se dirigió a la habitación contigua donde destacaba
una cama con dosel y se detuvo en la puerta. Lady Rosalind estaba hablando con su
hijo, su rostro estaba rojo de rabia, tenía las manos apoyadas en las caderas y parecía
estar dándole una lección de moralidad. Jane quiso irse pero su madrina la invitó a
quedarse.
-¡Aquí la tienes!-dijo con tono de reproche-Solo tienes que decirle tu mismo lo que has
decidido.
El corazón de Jane dejó de latir. Todavía con la niña apretada contra si miró
alternativamente a sus dos anfitriones.
Ethan la miró con ese aire altivo que ella tanto detestaba.
-Tengo la intención de buscar a la madre de la niña Jane. Me voy mañana a Londres y
me llevo a Marianne.

-¡No, a Marianne no!-murmuró Jane hundida-No quiero que se la lleve.


Ethan la miró.
-¿No quiere? ¿Puedo recordarle que fue usted quien insistió en que tenía que ocuparme
de ella?
-Luego me di cuenta de que no es usted un padre apropiado.
-¿Si? Ya que por lo visto piensa usted que es una madre ejemplar ¿me pude decir como
espera alimentarla?
Su mirada acarició el pecho de Jane que parecía inexistente bajo la especie de saco que
hacía las veces de vestido. Le asaltó un recuerdo. Cuando eran niños treparon a un
sicomoro, Ethan quiso mirar por debajo del corpiño de Jane, perdió el equilibrio y
aterrizó en los arbustos, Jane se había reído a carcajadas. En ese momento no estaba
riendo, con la cabeza alta y una actitud desafiante dijo:
-Gianetta la alimentara.
Lady Rosalind alzó las cejas.
-Me opongo. Yo también me voy a Londres y no puedo prescindir de sus servicios.
Jane estaba desesperada, se volvió suplicante hacia la condesa.
-Gianetta podría quedarse unos meses, solo hasta que Marianne pueda tomar otra cosa.
-Imposible-contestó lady Rosalind-Lo siento mucho.
La luz de esperanza que por un momento había brillado en los grises ojos de Jane se
apagó de golpe. Pareció tan triste que Ethan sintió un poco de remordimiento. Seguro
haber encontrado a la criatura era el hecho mas importante que le había sucedido a Jane
en toda su vida desde el incidente del sicómoro cuando ambos tenían doce años.
-Jane-dijo con una voz mas suave-no hay otra solución. Intente comprenderlo.
La tristeza se esfumó dando paso a la rebelión.
-Si, hay otras solución, yo también iré a Londres, sino ¿quién vigilaría al bebe?
¡Que Dios se apiade de nosotros! Pensó Ethan que no tenia ningún deseo de cargar con
su terrible vecina.
-He contratado una niñera, recomendada por una de las mejores familias de Londres.
-Iré de todas formas.
Viendo que era inútil razonar con ella, el conde intentó convencerla con su encanto. La
cogió por el codo y la condujo con suavidad hacia la puerta.
-Veamos Jane, ya ha socorrido a Marianne. Sin usted solo Dios sabe donde habría
acabado ese angelito, pero ahora reflexione, no puede abandonar su casa y sus lecturas
para cambiar la tranquila vida del campo por la locura de la capital del vicio.
-Justamente por eso, quiero protegerla de la inmoralidad.
-Ella estará segura, le doy mi palabra. Y si se demuestra que no soy su padre, tendrá
derecho a reclamarla.
Jane soltó su codo y le enfrentó.
-¡Ah!-dijo triunfante-Se ha traicionado. Si realmente le importara la niña no le se
molestaría en averiguar quien la engendró.
-¡Bobadas! Nada me obliga a criar a la bastarda de otro hombre.
-Sus palabras demuestran que yo soy la persona mas apropiada para quedarse con
Marianne. Me da completamente igual quienes sean sus padres.
-¡Ya basta! He dicho que me ocuparé de ella con la condición de que sea hija mía-gruñó
Ethan exasperado.
-¿Y si no es así la entregara a la asistencia pública? ¿La abandonara en un hospicio?
¿Tiene una idea de cómo tratan a los huérfanos en Inglaterra?
Lady Rosalind dejó de estudiar su reflejo en el espejo veneciano y dio unas palmadas.
-Me estáis levantando dolor de cabeza entre los dos, parece que todavía tengáis diez
años. Jane, estoy de acuerdo en que nos acompañes a Londres, es una excelente idea.
La expresión de Jane se relajó.
-¡Gracias milady!
-¡Oh no!-suspiró Ethan.
-La discusión ha terminado-concluyó la condesa-Jane tiene un argumento de peso,
Marianne no solo necesita una niñera sino también una madre.
Ethan fulminó a su madre con la mirada.
-¡Cuando yo era pequeño me confiaste a una niñera!
-La situación ahora es totalmente distinta-le respondió su madre alzando los hombros-
Tu padre, Dios lo tenga en la Gloria, pensaba que un chico no tenía que estar pegado a
las faldas de su madre. Esas eran sus palabras. Yo me sometí a su voluntad.
Porque eso te convenía, pensó Ethan amargamente.
-Sea lo que sea-continuó lady Rosalind-tengo la respuesta a nuestro problema.
Ethan frunció el ceño, la sonrisa de su madre no le engañaba.
-Jane se quedará en Wessex-insistió.
Lady Rosalind desecho sus palabras con un gesto.
-Vamos a ver Ethan, no seas tan testarudo, después de todo Jane es mi ahijada, he
olvidado mis deberes como madrina durante mucho tiempo y quiero enmendarlo.
Atrajo a Jane a sus brazos.
-Querida niña-dijo-te invito a venir a Londres.

Jane tenia la nariz pegada al cristal admirando la ciudad mientras la carroza se abría
paso entre las diligencias y las carretas, nunca había visto tantas casas y tanta gente.
Siguiendo las instrucciones de la condesa, Gianetta y Marianne venían detrás en el
vehículo que llevaba el equipaje, Ethan las precedía montado en su maravilloso alazán.
Después de su disputa no había vuelto a dirigir la palabra a Jane excepto para pedirle la
carta en la que la madre del bebé había escrito el nombre de la niña, examinó
brevemente la letra sin hacer ningún comentario.
Londres era una ciudad sorprendente, Jane esperaba ver una sucesión ininterrumpida de
palacios pero el carruaje había entrado en la ciudad por el sur, atravesaron una
callejuelas flanqueadas por puertas que se daban a patios abandonados donde se secaba
la ropa. Unos crios sucios y con los pies desnudos estaban jugando en la calle.
El carruaje se metió por un puente que cruzaba el Támesis y unas casas mejores
sustituyeron a los chamizos de los suburbios. Multitud de gente andaba por la calle de
tierra. Mendigos y vendedores ambulantes se mezclaban con criadas, prostitutas y
hombres vestidos con elegancia.
Por fin el vehículo se adentró en los barrios elegantes con mansiones de piedra tallada,
calles pavimentadas bordeadas por las brillantes vitrinas de los joyeros, y los
escaparates de los comercios.
-Londres es muy triste comparado con Roma-comentó lady Rosalind-Pero ninguna otra
ciudad del mundo ofrece tantas distracciones. Aquí las recepciones son dignas de la
realeza.
Jane se apoyó en los cojines de terciopelo carmesí.
-¿Es verdad que la gente baila hasta la madrugada?-preguntó-Es una idea extraña esa de
sacrificar una buena noche de sueño para dar saltitos hasta que sale el sol.
Lady Rosalind se echó a reir.
-Espera a encontrarte en los brazos del hombre de tu vida bailando un vals, querida, y
rezarás para que el baile no termine nunca.
Extrañamente Jane se imaginó a si misma con Ethan dando vueltas sin parar, pero la
voz agria de su tía la hizo bajar de las nubes.
-Mi sobrina no sabe bailar y no veo porque motivo debería empezar ahora. A los
veintiséis años la flor de la juventud ya se ha marchitado.
-Exagera usted Wilhelmina-dijo la condesa dirigiendo una mirada pensativa a Jane.
Esta suspiró, sabía de sobras que tenia un aspecto físico poco atractivo. Demasiado alta,
patosa, vestida con una capa de lana negra abotonada hasta la barbilla, un gorro del
mismo color enmarcando sus facciones vulgares. Se sentía fea y nunca había estado a
gusto en sociedad.
-He venido para dedicarme a Marianne-declaró-Las diversiones sociales no me
interesan.
-¡Eres tan joven todavía!-contestó lady Rosalind con ojos traviesos-Deja ya de
comportarte como si tuvieras mas de cuarenta años. Estoy segura de que te gustaran las
fiestas.
-Jane es inmune a las frivolidades-dijo Wilhelmina-Por eso la autoricé a venir a Londres
y a vivir además bajo el mismo techo que su hijo a quien no se le pasará por la cabeza
seducir a una solterona.
¡Solterona! Hacia mucho tiempo que Wilhelmina le había colgado esa etiqueta a su
sobrina. A Jane le hubiera gustado protestar pero se contuvo.
-Nunca habríamos salido de Wessex sin la amable ayuda de mi madrina, la condesa.
Wilhelmina se llevó la petaca de licor a la boca.
-Yo no puedo entender porque hemos tenido que hacer este viaje-gimió-No consigo
respirar en esta sucia ciudad.
-¡Entonces no respire!-le lanzó lady Rosalind-¡Por fin hemos llegado!
El carruaje se detuvo y un lacayo bajó la escalerilla. Jane bajó la primera y la luz del sol
la hizo guiñar los ojos. El edificio que su madrina había llamado casa, era
absolutamente magnifico. Estaba construido con piedra de Pórtland y ocupaba la mitad
de la calle, estaba flanqueado por dos torres, un amplio porche con dos hileras de
columnas conducía a la puerta principal.
-Vengan-dijo lady Rosalind.
Arrastró a la joven antes de que esta pudiera coger su única maleta.
-Los criados subirán las maletas y Gianetta instalará a la niña en la antigua guardería.
¿Dónde se ha metido mi hijo?
Otro lacayo mantenía la puerta abierta. Una mujer estaba en el vestíbulo, su nariz
aguileña le daba un aspecto severo.
-Milord llegó hace mas o menos una hora-dijo inclinándose-Hizo que le prepararan el
faetón y volvió a marcharse casi de inmediato.
-Habrá ido a su club-supuso lady Rosalind entregando el abrigo al lacayo-Esperemos
que vuelva a tiempo para la cena. Jane te presento a la señora Crenshaw nuestra ama de
llaves. Jane es mi invitada al igual que su tía la señorita Wilhelmina Mayhew.
-Milord ya me avisó.
El ama de llaves miró a las dos invitadas. Jane se sintió evaluada y catalogada. Era
evidente que debía ser muy distinta de las hermosas mujeres que Ethan llevaba a la casa.
Wilhelmina suspiró al tiempo que se apoyaba en una columna y se quitó el sombrero
blanco con volantes, luego se secó la mofletuda cara.
-¡Hay escalones!-se quejó-Eso no es práctico. Estoy muerta de cansancio. Me gustaría
tomar una taza de té para rehacerme.
-Entonces acompañe al mayordomo mientras la señora Crenshaw le enseña a Jane sus
habitaciones-dijo lady Rosalind dirigiéndose rápidamente hacia la escalera principal. La
cena se sirve a las ocho, tengo un invitado importante, de modo que sean puntuales.
El ama de llaves iba delante de Jane, sus tacones golpeaban el suelo de mármol blanco
y negro y una gran lámpara de cristal lanzaba destellos con los rayos del sol del ocaso.
Esto era un palacio, se dijo Jane impresionada por la magnificencia de las estatuas
griegas y la pasamanos blanco y oro.
El ama de llaves se detuvo en el primer piso y señaló con la cabeza el pasillo iluminado
por grandes ventanas.
-Esas son las habitaciones de Milord-anunció-Está prohibido el paso, sobretodo a la
habitación de la torre.
-¿Por qué?
-Nunca hago preguntas señorita. El no deja entrar a nadie excepto a mi para hacer la
limpieza.
La habitación de la torre...El antro donde seducía a sus victimas. La fértil imaginación
de Jane, alimentada por las lecturas, le hizo imaginar un lugar lleno de recovecos, sedas
y cojines.
-Es aquí señorita.
El ama de llaves empujó una puerta y luego se apartó para dejarla pasar. Jane entró en
una habitación cuyo color dominante era el azul con ligeros toques de amarillo. Las
ventanas daban a un patio lleno de árboles dando la impresión de que estaba en el
campo.
Jane se soltó las cintas del sombrero y de inmediato el ama de llaves cogió el sombrero
con la punta de los dedos antes de desparecer en el tocador del cual volvió rápidamente
diciendo:
-Sus maletas llegaran enseguida. Le enviaré una doncella para deshacerlas.
-¡No! Ya lo haré yo-dijo Jane.
Le daba vergüenza que vieran su guardarropa.
-¿Dónde está Marianne?-preguntó.
-¿Marianne?
-El bebé...
Se contuvo a tiempo antes de añadir “la hija de Ethan”. ¿Cómo habría justificado el la
presencia de la pequeña?
-¡Ah el bebé!-dijo el ama de llaves-Está en la guardería. Me gusta la decisión de milord
y de su madre de adoptar una pequeña huérfana.
Hizo una reverencia y se retiró. Jane se quitó el abrigo. Decididamente Ethan
Chasebourne era un monstruo, había conseguido dar la vuelta al asunto a su favor
haciéndose pasar por un benefactor. ¿Cómo podía alguien dejarse engañar por un
hombre divorciado que además era un libertino notorio? Además ¿por qué se había ido
tan deprisa? Para encontrar a la madre de Marianne sin duda. Y si la encontraba le
devolvería a la niña sin dudarlo un solo momento. No tendría ningún remordimiento por
confiar a la criatura a la misma mujer que la había abandonado.

Jane se puso su mejor vestido negro y subió al segundo piso, deseando volver a ver a
Marianne. La niña estaba instalada en la antigua guardería que era una gran habitación
soleada en la que Ethan había pasado los primeros años de su infancia.
Le llegaron voces desde la habitación del fondo, entró en ella. Era un lugar lleno de luz,
tapizado con un tejido a rayas blancas y amarillas. Dos lacayos estaban moviendo una
pesada cuna con dorados y una doncella, con un trapo limpiaba los muebles. Gianetta
llevaba a Marianne en un brazo y a su propia hija en el otro mientras lo dirigía todo con
un incomprensible galimatías.
-No romper. Aquí no bueno. Bueno.
Jane cogió a Marianne y esta la miró con sus ojos de un azul intenso. Sonrió y se formó
un hoyuelo en su suave mejilla. Jane sintió que su corazón se llenaba con una oleada de
ternura. La pequeña la reconocía. Nada podría separarlas. Nunca. Sobre un hombre de
mala reputación como Ethan.
-¿Ha dormido algo?-preguntó.
Gianetta asintió vigorosamente con la cabeza.
-Si, las dos dormir. La mía todavía sueño.
Riendo, le dio un sonoro beso en la mejilla a su hija que se chupaba el pulgar mirando a
Jane con sus grandes ojos marrones.
-Póngala a dormir la siesta, yo me quedaré con Marianne.
La italiana desapareció y Jane se sentó cerca de la ventana acunando a Marianne. El
bebé sonreía encantado. La felicidad era esto, esa sensación de plenitud, ese sentimiento
de eternidad.
Se quedó sentada un rato, empezó a hacerse de noche, las sombras se alargaban en la
habitación, Gianetta volvió para alimentar a Marianne que ya se quejaba impaciente.
Jane la entregó a la nodriza de mala gana.
-Buena noche tesoro mío.
Se tocó el apretado moño que tenía en la nuca. No se había soltado ni un solo pelo.
Levantó el bajo de su vestido negro y salió de allí.

El salón del primer piso, decorado en color verde jade y oro era tan grande como la
casita de Jane con jardín incluido. Wilhelmina estaba sentada en una silla delante del
fuego de la chimenea hablando con la condesa y un hombre distinguido de unos
cincuenta años.
Apartado de ellos, Ethan estaba sirviéndose una copa. Alcohol evidentemente, no pudo
evitar pensar Jane. Vestido con un traje gris oscuro y una camisa con chorreras de un
blanco inmaculado, estaba mas seductor que nunca. De modo que había vuelto de su
escapada. ¿Habría visto a la madre de Marianne? No pudo hacerle la pregunta ya que
lady Rosalind se acercó a ella y la tomó por los hombros.
-Esta es mi ahijada-le dijo a su elegante invitado que se había puesto de pie-Recordará a
mi amiga Susan, Peter. Jane es su hija.
El hombre asintió con la cabeza.
-Me acuerdo-respondió-Lady Susan se casó con un erudito, creo que se la llevó a vivir
al campo.
-Éramos vecinos suyos. Jane, te presento al duque de Kellisham.
-Encantada-murmuró Jane.
Tendió torpemente la mano al duque quien se inclinó galantemente y se la besó.
-El gusto es mío señorita Mayhew. Creo que acaba usted de llegar.
-Eh...Si. Lady Rosalind ha tenido la amabilidad de invitarnos.
-¡Que viaje mas agotador!-dijo Wilhelmina con su voz quejosa-Y desde que la artritis
ha convertido mi vida en un calvario...
Lady Rosalind la interrumpió.
-Ya que estamos todos aquí, el duque y yo tenemos que anunciarles algo antes de la
cena.
Sonriendo, le hizo una seña a Peter quien se aclaró la garganta.
-Lady Rosalind me ha hecho el honor de concederme su mano.
Se hizo un silencio roto únicamente por el crepitar del fuego en la chimenea. Ethan le
lanzó a su madre una dura mirada, permaneció impasible con el codo apoyado en la
repisa de la chimenea, con el vaso en la mano, pero una sombra veló por un instante sus
ojos.
Jane adivinó su desagrado, la noticia no le gustaba, sin embargo, el duque, que parecía
un hombre tranquilo y sensato, parecía el marido ideal para lady Rosalind que tenia un
temperamento fogoso. Fue hacia su madrina y la besó en la mejilla.
-Felicidades-murmuró-¿Ya han fijado la fecha de la boda?
-A principios de junio-respondió lady Rosalind con una risa llena de alegría. El pastor
de Saint George bendecirá nuestra unión.
-¡Ha guardado muy bien el secreto lady Rosalind!-lanzó Wilhelmina con tono acusador.
Apenas ha vuelto de su viaje y ya se vuelve a casar. Es una buena sorpresa.
La condesa pasó el brazo por debajo del de su prometido y le miró con adoración.
-Peter y yo nos conocemos desde hace años. Incluso nos escribimos muchas cartas
mientras estuve de viaje.
-La verdad es que le pedí que se casara conmigo por carta-añadió el duque.
Intercambiaron una sonrisa como si estuvieran solos en el mundo.
Jane miró a Ethan con un nudo en la garganta. Estaba pálido. Todo el mundo sabía que
su matrimonio con lady Portia había sido un fracaso. El escándalo había estallado un
año antes cuando al volver a su casa de improviso, el conde encontró a su esposa en una
comprometedora postura con un lacayo. Les denunció por adulterio. Cuando ganó el
caso pidió el divorcio en el Parlamento.
Jane sentía compasión por Portia. Desde luego ella había engañado a su marido pero
este la había engañado centenares de veces. Ethan se mostró implacable cuando el fue el
primero en ponerle cuernos a su mujer.
En este momento, una vez recuperada su máscara de hombre de mundo, entregó una
copa de jerez a cada uno antes de proponer un brindis:
-A la salud de los jóvenes novios.

Cuando terminó la suculenta cena, en el momento de los postres lady Rosalind dijo:
-Parece que lord Byron deja Inglaterra. Abandona a su mujer y a su hija, todo Londres
habla de lo mismo.
-¡Buen viaje!-se burló Ethan-Que se vaya a otra parte a recitar sus empalagosos poemas.
-¡Lord Byron es un gran poeta!-se ofuscó Jane-He leído toda su obra y me ha
encantado. Sus versos revelan una rara espiritualidad.
La mirada del conde se posó sobre ella. Ethan la miró como si la viera por primera vez.
-Nunca hubiera pensado que fuera sensible a toda es tontería romántica. Ese tipo de
literatura se le caería de las manos a cualquier mujer medianamente inteligente.
-Hablando de eso-suspiró Wilhelmina evitando que su sobrina respondiera-confieso que
me caigo de sueño. Ese viaje me a agotado literalmente.
Todos se levantaron de la mesa. Ethan se disculpó pretextando una cita pero Jane le
atrapó en el pasillo.
-Lord Chasebourne...Ethan...espere.
El se volvió mientras se ponía el abrigo.
-¿Qué quiere? ¿Otro comentario literario?
Los limpios ojos de Jane se clavaron en los suyos.
-El compromiso de su madre le han cogido por sorpresa ¿verdad?-dijo ella con
tranquilidad.
-Nada de lo que haga mi madre puede sorprenderme ya.
-Pero desaprueba su matrimonio con el duque.
-¿He dicho yo algo así?
-Lo ha pensado.
-¿Ahora lee la mente?
-No. Soy observadora. Le lanzó una de sus miradas. Nadie se ha dado cuenta aparte de
mi.
El suspiró exasperado pero Jane prosiguió con determinación.
-Es maravilloso que el duque esté enamorado de lady Rosalind. La ama sin lugar a
dudas. Le fue fiel todo el tiempo durante su ausencia...
-Escuche Jane...
-Ella debió sentirse muy sola después de muerte de su padre hace diez años.
-Nueve.
El sacó de su bolsillo un reloj y miró la hora.
-Ahora, si ha terminado de aburrirme con sus buenos sentimientos haga el favor de
disculparme. Tengo un compromiso para esta noche.
-¿Con quien?
-¡Maldición! Sigue haciendo preguntas...
-Y las seguiré haciendo hasta que obtenga una respuesta. Me gustaría saber si esta tarde
ha salido a buscar a la madre de Marianne. Y si va a continuar investigando esta noche.
Entonces el hizo algo inesperado, le dio unos golpecitos en la cabeza como si fuera una
niña.
-Es tarde Chipie. Vaya enseguida a acostarse y no se mezcle en los asuntos de los
hombres.
Ella le miró bajar las escaleras con el abrigo golpeando las pantorrillas. No había
contestado a su pregunta lo cual significaba que había dado en el clavo. Estaba
buscando a la mujer que había puesto a su hija en el mundo.
Jane apretó los puños.
Nunca permitiría que entregara a Marianne a esa mujer sin escrúpulos que la había
abandonado.

Jane se inclinó por encimad e la barandilla de la escalera intentando ver en la


oscuridad. El candelabro estaba apagado pero algunas velas aclaraban tenuemente el
vestíbulo. La sombra de Ethan se perfiló en la pared cuando se dirigió a un lacayo.
-Que me traigan la calesa.
-Si milord.
El lacayo salió mientras Ethan desaparecía por el pasillo. Jane no lo pensó mas,
disponía de unos diez minutos antes de que los mozos de establo trajeran el carruaje.
Bajó hasta la entrada y se metió por un pasillo que pensó que la llevaría hasta la parte de
atrás de la mansión.
No se había equivocado, después de atravesar varias habitaciones entre ella una sala de
música donde el teclado de un piano brillaba en la oscuridad, desembocó en una galería
que rodeaba un pequeño jardín. Se escondió detrás de una fuente y observó el establo a
través de los árboles.
Se pegó a la pared, un soplo de aire frío la hizo estremecerse y lamentó no haber cogido
el chal, pero el tiempo apremiaba.
Se oyeron voces y se escondió detrás de un roble. Dos mozos, uno alto y delgado y el
otro bajito y rechoncho, entraron en el establo para poner los arneses a los caballos. El
pie de Jane pisó una rama que se rompió con un ruido seco. Por suerte en ese mismo
instante, un caballo relinchó sacudiendo las crines plateadas.
Los dos mozos no pueden verme gracias a que llevo un vestido negro, se dijo
tranquilizándose. Unas antorchas iluminaron el establo dibujando un cuadrado de luz en
el patio. Jane se acercó a los arbustos, resonaron unos pasos y liego el cochero, pequeño
y regordete, rodeó la pared.
-Vaya tiempo mas asqueroso-gruñó.
-Horrible-asintió el mas delgado-Si milord se entretiene en casa de su querida, vas a
estar dando vueltas en la niebla.
-¿A cual va a visitar esta noche?-preguntó el regordete-¿A la rubia que se llevó a
Wessex?
-Meteté en tus asuntos-dijo el cochero.
Los otros dos empezaron a reir por lo bajo y el cochero no tardó en imitarles. La partida
era inminente, era ahora o nunca, Jane salió de su escondite y se dirigió al carruaje.
Puso la mano en una rueda y miró hacia delante. Los mozos y el cochero continuaban
haciendo bromas obscenas. Era su única oportunidad, bajó la manija de la puerta que se
abrió sin ruido porque había sido engrasada recientemente. No se atrevió a bajar el
pescante, se izó sin dificultad y se metió dentro. Buscó con una mano su amuleto de la
buena suerte, un medallón de su madre que llevaba bajo el corpiño de lana. Luego se
dejó caer en el asiento tapizado de terciopelo.
Justo a tiempo.
El vehículo se inclinó, señal de que el cochero se había sentado en su sitio. El
chasquido de las riendas fue seguido por el ruido de los cascos, la calesa arrancó, vio
pasar los árboles y luego apareció la fachada de la mansión . La calesa se detuvo, Ethan
salió de la casa, la luz de las antorchas iluminaba su rostro, con su abrigo negro tenía
una belleza diabólica. Se acercó. Jane esperó tranquilamente. Un lacayo abrió la puerta.
Ethan se subió al pescante. Cuando vio a su pasajera clandestina, acurrucada en las
sombras, se inmovilizó.
-¡Maldición!
Ella sostuvo su mirada con valentía.
-Si se dirige a ver a la madre de Marianne, le acompaño-dijo.
-Parece muy segura de si misma. ¿Qué le hace creer que no voy a tomar parte en una
orgía, a recorrer todos los antros y burdeles de la ciudad?
Jane no cedió.
-Dígame la verdad ¿Dónde vamos?
-No vamos a ninguna parte. Salga de mi carruaje.
En nombre del cariño que sentía por Marianne, Jane decidió no enfadarse.
-Ethan, se lo ruego, me gustaría hacerle algunas preguntas a la mujer que abandonó a
Marianne. No puede poner el destino de una niña indefensa en las manos de alguien que
no la quiere. ¿Cómo puede saber que será deseada, querida y educada correctamente?
-Confíe en mi buen juicio.
-Su juicio no es infalible. Mire lo que pasó con su propia esposa.
Las palabras se le habían escapado y tuvo miedo de haber ido demasiado lejos. No
podía ver la expresión de Ethan pero notó que se había sobresaltado. Sin embargo
cuando habló, su voz parecía perfectamente controlada.
-Estoy mas cualificado que usted para juzgar a los demás. Usted no conoce nada de la
vida.
-Si quiere que me baje, sáqueme usted mismo. Pero tenga cuidado, una escena así en
publico podría ser perjudicial para su imagen de caballero.
Sus miradas se cruzaron.
-Es usted muy fuerte-dijo el por fin.
Dio un golpe en el techo, dando así la señal de arrancar.
Jane suspiró, su estratagema había funcionado. Ethan no abrió la boca, de vez en
cuando un haz de luz iluminaba su expresión adusta.
-¿Dónde vamos?-preguntó de nuevo ella.
-Ya lo verá.
Su misterioso tono la preocupó.
-Al menos no me llevará a ningún antro de pecado...
El se rió.
-¡Un antro de pecado! ¿Se le ha ocurrido a usted sola?
-No. El reverendo Gillespie lo dijo en su sermón del domingo-dijo ella con tono
remilgado.
-Ese estúpido describiría la Capilla Sixtina como la antecámara del infierno.
-Ethan respóndame en lugar de burlarse. ¿Vamos o no a un...un...
-...burdel?
Ella agradeció la oscuridad que ocultaba sus mejillas enrojecidas y luego se forzó a
decir las palabras que se negaban a salir de su boca.
-¿La madre de Marianne es una...prostituta?
-Pronto lo sabrá.
-¿Cómo se llama? ¿Dónde vive? ¿Fue la pobreza lo que la hizo abandonar a su bebé?
-Podrá verlo por si misma como deseaba. No le diré nada mas.
Jane se acordó de Ethan cuando era niño, en esa época Ethan era alegre y animado. Su
padre, demasiado severo, acabó por mandarle interno y Jane solo le veía de vez en
cuando en verano. Al crecer empezó a ir con compañías poco recomendables, en
especial con John Randall, un notorio libertino, ella les veía pasar en su carruaje en
compañía de mujeres desvergonzadas. A los veinte años quemaban la vida por los dos
extremos. Randall murió en el campo del honor en Waterloo.
-Ethan, nunca le di el pésame.
-¿Por qué?-preguntó el sobresaltado.
-Por el capitán Randall. Supe que había muerto y sé que era su mejor amigo.
El no dijo nada, no se oía nada mas que el ruido de los cascos de los caballos en la
calzada.
-Y un libertino-murmuró Ethan-Como diría la gente de bien ¡uno menos!
Jane le miró asombrada.
-John Randall murió como un héroe. Ni se me ocurriría desacreditarle.
-Me importan muy poco sus ocurrencias. Guárdeselas para usted.
Ella no pudo sonsacarle ni una palabra mas y el trayecto continuó en un silencio
opresivo. Dejaron atrás la zona elegante, a veces se veía una figura solitaria en la calle.
El carruaje empezó a ir mas despacio al llegar al final de una calle estrecha antes de
introducirse en un oscuro paseo. Por fin se detuvo delante de un viejo edificio.
Al bajar, Jane notó una gotas heladas en su rostro. Se estremeció y cruzó los brazos,
Ethan cogió una de las linternas del coche para iluminar el camino. Poco a poco se vio
una casa de ladrillo rojo, la puerta pintada de blanco tenía un llamador de bronce
envejecido. Ethan llamó y los golpes resonaron en la noche.
Jane estaba excitada, pronto estaría en presencia de una de las amantes de Ethan, el la
abrazaría y a lo mejor la besaría. Intentó imaginar como sería el beso. ¿Fogoso o tierno?
¿Exigente o delicado?
Después de lo que le pareció una eternidad, por fin se abrió la puerta. Una joven criada
que no debía tener mas de doce años apareció en ella. Al ver a Jane sus ojos se abrieron
de asombro y luego miró a Ethan.
-¿Milord?
-Quiero ver a tu señora. Dile que lord Chasebourne esta aquí por favor.
La niña se apartó para dejarles pasar a un vestíbulo sombrío y estrecho, despareció y
ellos esperaron. La luz amarillenta de la linterna dejaba ver las paredes agrietadas. Una
escalera de madera llevaba hasta el primer piso, Jane esperaba encontrar una casa con
una decoración sobrecargada pero no una cueva. ¿Sería allí donde la pequeña Marianne
había nacido? Su madre vivía en la pobreza, pensó experimentando una cierta simpatía
por la desconocida.
La pequeña criada bajó dando saltos por los escalones.
-Suba milord, la señora le espera.
Ethan indicó a Jane que fuera delante y ella siguió a la criada llena de curiosidad. ¿Iba a
ser recibida por una mujer de vida alegre con la cara pintada y ajada antes de tiempo?
Entró en un salón en el que se respiraba la miseria. Un sofá ajado, algunas sillas, una
alfombra desgastada hasta la trama. En una mesa una mujer barajaba lentamente las
cartas haciendo un solitario, un vaso de cristal medio lleno estaba cerca de su codo, sus
rubios cabellos caían sobre sus hombros revelando su cuello de cisne y un blanco
escote, sus ojos color violeta resaltaban en el rostro aristocrático. ¡Era tan hermosa! Jane
tuvo la impresión de que la conocía.
Lo recordó de golpe, era algo que había sucedido cinco años antes, un hermoso día de
verano. La mujer se reía a carcajadas sentada en un landó.
Jane estaba escondida detrás de un haya. Había estado esperando durante horas el
carruaje que llevaba a Ethan Sinclair y a su joven esposa hasta su casa en el campo.
¡Como envidió a lady Portia ese día!
-¿Portia?-dijo Ethan con frialdad.
-¡Querido que sorpresa!-respondió ella con una sonrisa triste-Perdona que no me levante
pero he estado de tiendas todo el día. Estoy agotada.
-Por favor.
-Siéntense-dijo Portia mirando a Jane-¿Le gustaría tomar una taza de té?
Ethan se adelantó.
-No.
Cogió a Jane por el codo.
-Te presento a Jane Mayhew ¿Te acuerdas de ella?
Portia frunció el ceño.
-El caso es que el nombre me recuerda algo pero...
-No pretendas ignorar quien es Jane-lanzó el furioso-Fuiste a su casa hace algunos días.
-¿En serio?
-Portia, deja ese juego estúpido. Me sería muy fácil comprobar que dejaste Londres
durante dos o tres días y que fuiste a Wessex dejando un regalo a Jane Mayhew, mi
vecina.
-¿Un regalo? ¿Pero que estas diciendo?
-¿Lo sabe Smollet? De todos modos ¿sigues con el o has encontrado otro amante?
Los ojos de Portia, dos lagos insondables miraron a otra parte, dio la vuelta a otra carta,
distraída.
-George ha salido. No quería dejarme sola, pero yo insistí.
-¿Ha salido? ¿Para jugarse tu dinero?
-¿Cómo te atreves? Puede que sea de clase baja pero se comporta como un caballero, a
diferencia de ti.
Ethan barrió con una mano las cartas que cayeron al suelo, se apoyó en la mesa y miró
fijamente a Portia con una mirada penetrante.
-Ahórrame los detalles de vuestra gran felicidad. Me importa un comino. Por una vez en
tu vida dime la verdad.
Su rudeza hizo que Jane interviniera.
-Por el amor de Dios Ethan, ni siquiera le ha explicado de que se trata.
Se acercó a Portia y continuó:
-Hace algunos días encontré un recién nacido en mi puerta. Un bebé de unos dos meses.
El anillo de lord Chasebourne estaba enganchado en la manta y deduje que la criatura
era su hija bastarda.
-¡Y yo creo que alguien quiere hacerme daño!-explotó Ethan-Alguien que conoce a Jane
y su sentido de la moral, dejó a la niña en su casa a propósito. Y ese alguien solo puedes
ser tu Portia.
La boca de Portia se abrió pero no salió ningún sonido. Por un momento se quedó
inmóvil como petrificada. Luego echó la cabeza hacia atrás y una carcajada, tan sonora
como una campanilla, salió de ella.
-¡Ay Señor, es demasiado divertido!
-No para mi-explotó el-Has dado a luz a la bastarda de Smollet, confiésalo. Puedo
imaginar lo que sucedió después. ¿Cómo deshacerse de esa carga? Dejándola en casa de
la vecina del bueno de Chasebourne.
-¡Cállese!-exigió Jane-¡Esto es demasiado!
Portia por el contrario parecía divertirse mucho.
-Lo siento. La criatura debe ser de alguna de tus incontables amantes pero no es mía.
-Unas cuantas averiguaciones hará que tus mentiras salgan a la luz.
Portia acogió la acusación con una sonrisa serena.
-¡Mi pobre Ethan! Hubiera sido imposible que tuviera un hijo hace dos meses y aquí
está la prueba.
Se levantó. Su delgada figura se ensanchaba en la cintura no dejando lugar a dudas
sobre su estado. Lady Portia estaba embarazada.

Una vez en la calle, Jane dio vía libre a su indignación.


-¡Su conducta ha sido incalificable! ¡Pobre lady Portia! Lo ha perdido todo: marido,
casa y reputación. Y usted la ha tratado como una vulgar mujer de vida alegre.
-No juzgue sin saber.
-Sé lo que veo. Obtuvo el divorcio acusando a su esposa de adulterio, como si usted
fuera irreprochable. En este país se juzga a la gente con dos raseros distintos. ¿Por qué
los maridos tienen derecho a engañar a sus mujeres?
El estalló en una sonora carcajada y sus blancos dientes brillaron en la penumbra.
-El asunto no tiene nada que ver conmigo ya que no me volveré a casar nunca.
Le entregó la linterna con autoridad y luego se acercó a la calesa para decirle algo al
cochero. Seguidamente giró los talones y desapareció en las sobras de la calleja, el
sonido de sus pasos se fue alejando y no quedó mas que la niebla.
El frío le llegaba a Jane hasta los huesos, estaba al borde de las lágrimas, por enésima
vez maldijo la atracción que sentía por ese hombre y que se remontaba a la infancia.
Pero el Ethan Sinclair del presente no tenía nada en común con el niño que la sedujo en
el pasado. Era un extraño, pensó, un ser inmoral que coleccionaba mujeres como otros
coleccionaban mariposas. Y además era un egoísta que solo se preocupaba por su
propio placer y un arrogante.
-¿Señorita?-llamó el cochero-Milord desea que la lleve a la residencia Chasebourne.
La fina lluvia caía sobre la cara de Jane, resistió la tentación de volver a la comodidad
de su habitación. Por fin tenía la oportunidad de comprender al hombre en que se había
convertido Ethan.
-Espéreme aquí-dijo-Ahora vuelvo.
Dio media vuelta y volvió sobre sus pasos.
Ethan dio un violento puñetazo en el saco de cuero relleno. La sala de boxeo estaba
vacía. Las pesas estaban esparcidas por el suelo y el lugar olía a sudor. Aparte de la luz
amarillenta que proporcionaba una lámpara de aceite que colgaba del techo el resto de la
estancia estaba sumida en la oscuridad.
Ethan golpeaba como un loco, el eco de los golpes resonaba en el vacío, se odiaba por
haber permitido a Jane asistir a una escena tan lamentable. Portia no había perdido la
oportunidad de mostrar sus dotes de actriz, parecía la victima de un oscuro drama.
En este país se mide a la gente con dos raseros.
La observación era acertada pero por razones distintas a las que Jane creía. Había una
parte de el que nadie conocía. Una parte oscura que Portia nunca sospechó que existiera.
¿Se hubiera salvado su matrimonio si hubieran sido mas honestos entre ellos? ¿Si ella
hubiera respetado su deseo de ser padre? Cuando el la sorprendió con el lacayo, su
matrimonio ya era un fracaso.
¡Como si usted hubiera sido fiel!
¡Al diablo con esa solterona y sus buenos sentimientos! Golpeó y golpeó, su frente
estaba perlada de sudor. Si el era el padre de Marianne ¿quién era la madre?
Dos hombres acompañados de una joven pelirroja entraron en el gimnasio. Se reían a
carcajadas. En otras circunstancias Ethan hubiera apreciado su compañía, pero no esta
noche. Esta noche quería estar solo. El mas alto cogió a la chica por la cintura antes de
dirigirse a el.

-No llore por favor.


Inclinándose sobre el brazo del ajado sillón marrón, Jane le pasó a Portia su
pañuelo. Esta se secó los ojos. El fuego moría en el hogar y en la tenue luz esta
parecía una madona.
-Estoy maldita-sollozó-La gente huye de mi como si estuviera apestada. Vaya donde
vaya incluso los viejos amigos me evitan.
-Lo siento. De verdad.
-Es usted muy amable. No puede imaginarse lo humillante que es que la gente no la
salude.
-Me imagino lo que siente.
-A veces me encuentro con alguien conocido que cuando me ve aparta de inmediato
la vista. Es como si no existiera. Incluso aquellos que yo creía que eran mis amigos
me han abandonado.
-Sus amigos no son demasiado caritativos.
-Las reglas de la sociedad no tienen nada que ver con la caridad. Sobre todo para las
mujeres, un solo paso en falso es suficiente para condenarnos para siempre. Lo he
perdido todo: mi lugar en la sociedad, mis privilegios, mi identidad. Ethan fue
implacable.
-Usted le engañó...
-Si. Después de haber soportado durante años sus infidelidades, después de haber
pasado multitud de noches esperándole mientras el estaba con otra mujer. El ya no
me amaba, ya no me respetaba. Ni siquiera quería darme un hijo. Un niño Jane. Un
pequeño ser que me hubiera consolado en mi soledad. En los últimos tres años de
nuestro matrimonio se negaba a compartir mi cama. Mi vida se había convertido en
una pesadilla.
De nuevo estalló en lágrimas. Acarició su redondeado vientre.
-Querida Jane ¿ahora somos amigas verdad?
-Desde luego.
-¿Puedo contar con su discreción?
Jane asintió con la cabeza.
-Por supuesto que si.
-Cometí un terrible error comprometiéndome con George Smollet. No he querido
decirle nada a Ethan pero...
-¿Qué ha pasado?
-Me ha abandonado llevándose el poco dinero que me quedaba.
-¡Oh no!-dijo Jane-¿Esta segura?
Portia asintió.
-Se ha ido a Francia. Bajo su aspecto de caballero es un verdadero patán.
-Pero Portia, está usted embarazada de su hijo.
-Por desgracia si. Hemos estado viviendo en pecado y ahora estoy siendo castigada. Se
lo ha llevado todo. Necesito dinero Jane. Ethan solo me da una pequeña pensión.
-¿No pueden ayudarla sus padres?
-También ellos me han abandonado. No tengo a nadie mas en el mundo. A nadie.
-¡Si yo pudiera hacer algo!-exclamó Jane con el corazón encogido-Solo dispongo de
una pequeña renta. Ya ve, tenemos algo en común. La familia de mi madre también
cortó toda relación con ella cuando se casó con un profesor sin dinero.
-No Jane. No piense que quiero su dinero. Todavía me queda algo de orgullo. En
cambio podría usted ayudarme de otro modo.
-¿Cómo?
-No me atrevo a decírselo.
-Dígamelo se lo ruego. Si puedo ayudarla de alguna forma no dudaré en hacerlo.
Portia hizo una profunda inspiración. Una luz de desesperación brillaba en sus bellos
ojos de color violeta.
-Necesito entrevistarme con Ethan a solas-murmuró-Podría usted convencerle para que
me recibiera.

-¡Vaya, vaya! Un resucitado-exclamó el mas bajo de los dos hombres-¿Cómo le va


Chase? Al pasar hemos visto luz y hemos decidido entrar.
Su acompañante acarició a la pelirroja quien soltó una risita.
-Esperábamos divertirnos un poco.
Disimulando su irritación, Ethan dirigió su mejor sonrisa a los dos dandis.
-Keeble, Duxbury, encantado de verles de nuevo. ¿Qué les trae por aquí?
-El destino querido amigo-respondió Keeble intercambiando una mirada de complicidad
con Duxbury-¿Podemos hablar?
-¿Hablar? Hubiera apostado a que tenían algo mejor que hacer-hizo notar Ethan
echando una ojeada a la prostituta.
-La noche no ha hecho mas que empezar-rió Duxbury.
Arrastraron dos sillas y se sentaron al lado de Ethan. La ramera se sentó sobre las
rodillas de Duxbury.
Ethan se frotó los entumecidos dedos. Esos dos hombres le desagradaban
profundamente. Malhablado, paticorto y rechoncho, el vizconde de Keeble llevaba un
cuello y una corbata tan apretados que parecía estar a punto de ahogarse. Su pelo rizado
“a la griega” parecía mas bien un nido de buitres en la cima de una roca pelada que la
cabellera de un efebo.
-Supimos que había llegado a la ciudad ¿nos es cierto Duxbury?-dijo.
-Estaban hablando de usted en casa de los Barclay esta noche-contestó el honorable
James Duxbury cuyos ojos azules brillaban en medio de su rostro-¡Fue horrible!
Ninguna de mis acompañantes permitió que la llevara a una habitación.
-Pero no perdimos el tiempo del todo-añadió Keeble.
-¡Oh no!-aprobó Duxbury-Al fin descubrimos algo interesante.
Metió la mano por debajo de la falda de la pelirroja que de nuevo soltó una risita.
-Ella no imbécil-gruñó Keeble-El.
Se volvió hacia Ethan.
-Corren algunos rumores sobre usted, no es que me guste murmurar pero...
-Entonces no lo haga-contestó Ethan secamente.
El vizconde se aclaró la garganta.
-Creo que le hago un favor poniéndole al corriente. Todo Londres esta hablando de
usted.
-¿De que se trata esta vez? ¿De mi harén?
-¿Su harén?-articuló Duxbury lleno de admiración-Decididamente tiene usted toda la
suerte de su parte.
El rechoncho rostro de Keeble puso una expresión de compasión.
-Escuche, amigo, los rumores hablan de una joven que vive bajo su techo. Y con un
bebé. Hablan y hablan. Parece ser que la criatura es el fruto de sus amores ilegítimos
con esa joven, y que se pasea usted con ella sin ningún pudor.
La aristocracia británica condenaba sin dudar a los renegados. Ethan sofocó una
carcajada. ¿Jane la madre de su hija? Era probable que durmiera con una armadura en
vez de un camisón.
-La joven a la que refieren es una amiga de mi familia, invitada de mi madre. El bebé es
una niña que encontramos. Mi pupila, si lo prefieren.
Keeble frunció el ceño con expresión escéptica.
-¿Una niña encontrada? ¡Vaya! ¿Y quienes son sus padres?
-Nadie lo sabe-respondió Ethan fríamente.
-¿Entonces porque no la entregó al hospicio?
-Por caridad querido amigo. Nadie podrá acusar al conde de Chaseborne de no ser un
perfecto caballero.
-¡Esta si que es buena! ¿Usted un perfecto caballero?-exclamó Duxbury riendo tan
fuerte que estuvo a punto de caerse de la silla.
Keeble resopló.
-Pellízcame, debo estar soñando.
Se secó los ojos con la manga.
-Condenado Chase, es usted incorregible. Y ahora díganos la verdad. ¿La criatura es
suya?
-Hable con total libertad-le animó Duxbury-Somos como tumbas.
Los dos le miraron llenos de esperanza.
Ethan suspiró. La historia no tardaría en saberse en toda la ciudad. Por un momento
volvió a ver a la pequeña Marianne con sus ojitos llenos de confianza. Apenas acababa
de llegar al mundo y ya se enfrentaba a la maldad de la gente.
-Marianne es una huérfana-declaró con voz solemne-Pueden decírselo a todo el que
pretenda lo contrario.

La noticia se propagó con la velocidad de un rayo. A partir del día siguiente, lady
Rosalind recibió cantidad de visitas, Wilhelmina se encerró en su habitación con su
botella de “medicina” pretextando una migraña y a Jane le hubiera gustado poder hacer
lo mismo pero no se atrevió a dejar que su madrina afrontara sola la situación.
Igual que si fuera una reina presidiendo la corte, lady Rosalind se dedicó a elogiar a su
hijo quien había tenido “un gran corazón al acoger a la pequeña huérfana”
-Me siento muy orgullosa de el-suspiró dirigiéndose a un grupo de visitantes-Ethan
tiene un corazón de oro.
Las visitas sonreían asintiendo con la cabeza. Jane notó la expresión soñadora de las
damas en cuanto se pronunciaba el nombre del “benefactor”. Al contrario que Portia, la
vergüenza del divorcio no había alcanzado a Ethan, que seguía siendo un excelente
partido.
-¿Pero donde esta hoy?-preguntó lady Bagwell, una imponente matrona cuyo labio
superior estaba oscurecido por la sombra de un bigote negro y que escrutaba con ojos de
águila la estancia como si esperara descubrir a Ethan detrás de las cortinas.
-Esta atendiendo sus obligaciones-respondió lady Rosalind-Los negocios le ocupan
enormemente.
Era una mentira piadosa. Según el ama de llaves, Ethan se había retirado a sus
habitaciones y esperaba no ser molestado. Seguramente está pagando las consecuencias
del vino que bebió anoche, pensó Jane con desprecio. De todas formas ella no pensaba
obedecer sus ordenes. Le había prometido a Portia que intercedería en su favor y tenia
la firme intención de mantener su palabra.
-Fanny y yo nos sentiríamos muy felices si pudiéramos saludar a su hijo-continuó lady
Bagwell volviéndose hacia una joven morena de mejillas sonrosadas-¿No es verdad
querida?
-Si mamá.
-¡Que pena que haya salido!-se lamentó lady Rosalind-Pero permítanme presentarles a
Jane Mayhew. Es la hija de Susan Spencer, mi querida y añorada amiga.
Lady Bagwell miró el vestido negro de Jane.
-La acompaño en el sentimiento. ¿Esta usted de luto por su madre?
-Por mi padre, milady, murió el año pasado. Mi madre murió poco después de que yo
naciera.
-Ya va siendo hora de que renueve su guardarropa-declaró lady Rosalind-Mañana la
acompañaré a la modista.
-¿Cómo?-barbotó Jane-Pero yo no...
-Me encanta ir de tiendas. Nos vamos a divertir como locas, será como si acompañara a
la hija que nunca he tenido.
La melancolía que por un momento veló sus ojos, desapareció tan rápidamente como
había aparecido y una sonrisa apareció en sus labios.
-Acaba de llegar el duque de Kellisham. Por favor excúsenme.
La condesa se dirigió hacia el duque que estaba conversando con un tímido joven.
Jane suspiró. Lady Rosalind ignoraba que no podía permitirse ninguna frivolidad. La
escasa pensión que había heredado de su padre era apenas suficiente para las
necesidades mas acuciantes de Jane y de su tía. Sin embargo, por un momento, se
imaginó vestida con un vaporoso vestido de color azul corriendo hacia un hombre como
si fuera Isolda.
-....lord Chasebourne?
-¿Perdón?-dijo al darse cuenta de que lady Bagwell seguía hablando.
-Le preguntaba si era usted vecina de lord Chasebourne.
-Eh...Si.
Sus mejillas enrojecieron sin motivo mientras la otra esperaba impaciente a que
continuara.
-Vivo en una casita en Wessex.
-Dicho de otra manera, en una cabaña-soltó lady Bagwell con despreció-¿Su padre no
pertenecía a la aristocracia?
-Desde luego que si milady. A la del corazón y la mente. Era un historiador muy
famoso. Su ensayo sobre el oscurantismo es célebre en toda Europa.
-¡Ah!-dijo lady Bagwell con los labios tan fruncidos que Jane se preguntó como era
posible que pudiera seguir bebiendo su té-¿Y nunca le buscó un marido?
-Eh...
Invariablemente aparecía la misma pregunta. Pero el eminente profesor Héctor
Mayhew, volcado en cuerpo y alma en sus estudios, nunca se dio cuenta de que su hija
había crecido. Creía que ella estaba satisfecha con la vida que llevaba. Jane se había
dedicado durante horas a buscar oscuras referencias en viejos volúmenes polvorientos y
pasando a limpio los apuntes de su padre. Cuando el cayó enfermo asumió con
naturalidad el papel de enfermera. Día y noche le había dado sus medicinas y leído en
voz alta. Y los años pasaron.
Afortunadamente encontró a Marianne.
-Ni el ni yo pensamos nunca en el matrimonio.
-¡Que me esta diciendo!-se indignó lady Bagwell-Una mujer solo existe si está casada
¿no es cierto querida?
-Si mamá-respondió Fanny dócilmente.
Lady Bagwell inclinó el busto hacia delante, su labio con bigote tembló.
-Fanny hará un buen matrimonio. La he educado para casarse con un conde como
mínimo. ¿No estas de acuerdo querida?
-Si mamá.
Lady Bagwell miró torvamente a Jane como si se estuviera enfrentando a un rival. De
repente cogió a su hija de la mano.
-Esos son el duque de Kellisham y su sobrino Robert-le susurró en el oído-No hagas
caso del sobrino. Intenta conquistar al duque.
Como si fuera un perro bien entrenado, Fanny se puse en pie de un salto antes de hacer
una profunda reverencia. Lady Rosalind se acercó del brazo del duque de Kellisham. Un
joven de apariencia austera les seguía, sus cabellos castaños no conseguían disimular
sus orejas de soplillo. Después de las presentaciones, Robert se sentó al lado de Fanny
mientras la madre de esta intentaba atraer la atención del duque hacia su hija.
Lady Rosalind cogió a Jane del brazo.
-Si nos disculpan...
Se llevó a su ahijada al otro extremo del salón y se echó a reir.
-Lady Bagwell nunca dejará de asombrarme. Creo que Fanny y Robert harías una buena
pareja pero ella parece decidida a casar a su hija con Kellisham. Un yerno con la edad
de sus suegra. No me negara que no tiene sentido.
-Anuncie su compromiso y se calmara.
-Haremos oficial el compromiso la semana próxima. ¿Te he hablado del baile?
-No milady.
-Será el mejor de toda la temporada. Lo estoy disfrutando por anticipado. Siempre y
cuando las cosas se desarrollen según lo previsto.
-¿Las cosas?
Una luminosa sonrisa iluminó el rostro de lady Rosalind.
-Quiero hablar de Marianne. No he oído la mas mínima critica hacia Ethan y eso es
indispensable si queremos que ella siga viviendo con nosotros. La próxima semana
estaremos todos muy ocupados con los preparativos del baile, es la ocasión ideal para
que hagas tu presentación en sociedad.
-A propósito de mi guardarropa...No tengo medios para comprar ningún vestido.
-Bobadas. Mi hijo será quien pague la factura.
-¿Ethan?-exclamó Jane mortificada-¡Jamás!
-Mi hijo es muy generoso, nunca hace preguntas sobre mis gastos, ni siquiera se dará
cuenta de que está pagando tu ropa.
-No. No es honrado. Aunque Ethan no lo sepa yo lo sabré.
-Pero Jane, los hombre tienen que pagar nuestros gastos. Y siendo tu madrina es mi
deber asegurarme de que estés bien vestida.
-Una madrina solo tiene la obligación de aconsejar a su ahijada.
-Me estas dando la razón. No se puede aconsejar a alguien que está mal vestido.
Perdóname, Kellisham tiene una expresión sombría que no me gusta. Lady Bagwell ha
debido mencionar a Marianne. Y hablando de ella, mi hijo ha ordenado que su carruaje
esté preparado dentro de media hora, de modo que debemos asegurarnos de las visitas
hasta que el se haya ido.
Se alejó rápidamente en dirección a su prometido. Jane dio un hondo suspiro, su
madrina no la había convencido del todo en cuanto al vestuario pero antes de tomar una
decisión pensó que tenía una misión mas importante que cumplir. Dejó el salón sin
hacer ruido, escapando asó a las miradas de reprobación que las visitantes dirigían hacia
su peinado pasado de moda y a su austera vestimenta.
Atravesó el vestíbulo corriendo y subió las escaleras de dos en dos levantándose la
falda. Se deslizó en el ancho pasillo pero, en vez de dirigirse al ala de la casa donde
estaba instalada, se encaminó a los apartamentos del dueño de la mansión. Una espesa
alfombra de color granate ahogaba el ruido de sus pasos. En el aire flotaba un olor de
cera de abeja y limón.
Se detuvo delante de una puerta doble, blanca y dorada. El refugio de Ethan. La
habitación prohibida según el ama de llaves.
Dudó un momento sin saber si se atrevería a desafiar la prohibición. Decidió que si ya
que el bienestar de una criatura era mas importante que los caprichos de un adulto. Con
esa convicción golpeó la puerta y esta se abrió. Un lacayo con la cara de una comadreja
la miró educadamente.
-¿Qué puedo hacer por usted señorita Mayhew?
-Quiero hablar con lord Chasebourne enseguida.
-Un momento por favor, voy a transmitirle su mensaje.
-Me parece que no lo ha comprendido. No tengo ningún mensaje para el. Es necesario
que le vea.
La puerta entreabierta solo dejaba ver un cristal por el que entraba la luz. El lacayo,
inflexible empujó la puerta.
-Le notificaré su deseo. Buenos días.
Jane adelantó un pie y su grueso zapato de paseo impidió que la puerta se cerrara.
-Déjeme pasar. Sé que esta aquí.
-Lo lamento. Las buenas costumbres impiden que entre usted en la habitación de un
hombre sin chaperón.
-Ethan ¿está ahí?-gritó Jane-En cuanto a usted, dígale a su amo que no me moveré ni
una pulgada sino me recibe.
Por un segundo, Jane y el lacayo se miraron fijamente como dos luchadores antes de
entrar en combate.
Después resonó la voz de Ethan.
-Wilson, déjela entrar. Solo es Jane.
Ella se sintió como si la hubiera dado un puñetazo, pero de inmediato la imagen de
Marianne devuelta a una madre indigna que intentaría de nuevo deshacerse de la niña, le
devolvió el valor y entró.
En contra de lo que se había esperado, la habitación estaba decorada sobriamente y no
parecía algo así como un palco de la ópera donde el depredador atraía a sus victimas.
Miró a su alrededor gratamente sorprendida. La tapicería de rayas azules y grises y las
cortinas de tonos marrones eran de buen gusto. Un sillón estilo Voltaire tenía un lugar
de honor delante de la chimenea al lado de una mesita baja llena de libros. Nada dejaba
adivinar que era la habitación de un libertino. Evidentemente podía recibir a sus
conquistas en la famosa estancia de la torre. Jane se preguntó porque escalera secreta se
accedería a ella.
Ethan se estaba arreglando delante de un espejo de pie. Llevaba una camisa blanca y
unos pantalones rojizos abotonados a la altura de los tobillos que marcaban los
músculos de sus piernas. Jane tosió un poco molesta. Detestaba la turbación que el
provocaba en ella sin saber porque. Sus ojos se encontraron con los de Ethan y este le
dedicó una sonrisa casi amistosa.
-¡Chipie!-bromeó mientras se anudaba la corbata-Decididamente le encanta visitarme en
mi habitación últimamente.
-Necesito hablar con usted. En privado.
-Eso querrían un montón de mujeres. Pero no para hablar precisamente.
-Al contrario que ellas yo quiero mantener con usted una conversación seria. Siempre y
cuando sea usted capaz de eso.
Ethan le hizo una seña con la cabeza al lacayo y este desapareció.
-Tiene valor-respondió-Si la descubren en mi dormitorio su reputación se verá
seriamente dañada. Seria una verdadera lastima que la creyeran una mujer ligera de
cascos sin haber obtenido el menor placer.
¡Dios mío que mirada! A Jane le dio la impresión de que el podía ver a través del tejido
de su vestido. Estuvo a punto de cruzar los brazos sobre su pecho pero se contuvo.
-No tengo elección, estaba a punto de irse de nuevo sin mi.
-Los hombres son libres de hacer lo que les apetece-se burló el-Son ustedes las mujeres
quienes necesitan escolta.
-Y usted tiene tendencia a abusar de ello-respondió ella con malicia-El resultado es que
un marido puede engañar a su esposa con toda tranquilidad y ella no tiene derecho a
pagarle con la misma moneda.
La sonrisa burlona de Ethan desapareció.
-Cuidado Chipie. Los juicios deben basarse en hechos, no en suposiciones.
-Lo sé todo-respondió Jane sin inmutarse-Después de que se fuera ayer, volví a casa de
lady Portia.
El se crispó pero consiguió conservar su sangre fría.
-¡Vaya! ¿Y que le dijo?
-George Smollett perdió en el juego todo su dinero antes de abandonarla.
Y mientras fue su esposa solo sufrió humillaciones pensó.
Se retorció las manos incómoda.
-Me rogó que le dijera que lamenta lo que pasó y que desea reconciliarse con usted.
-¿Si?-dijo el.
-Desde luego, ella le decepcionó-prosiguió valientemente Jane-pero creo que es sincera.
Se oyeron las ruedas de un carruaje en el pavimento. Ethan miró a Jane.
-Seamos claros-dijo el fríamente-No tengo ninguna intención de hablar de Portia con
usted, ni ahora, ni ningún otro día. ¡Nunca!
-Dele al menos la oportunidad de explicarse y...
-El tema está cerrado-la cortó el con un tono que no admitía réplica-Si eso es todo lo
que tenía que decirme, puede retirarse.
-Eso no es todo-contestó Jane decepcionada-También quería hablar con usted de la
madre de Marianne.
-Ya vuelve a empezar con su cruzada-gruñó el cansado.
-Deseo conocer el nombre de la mujer que dejó a su hija en la entrada de mi casa.
Supongo que la lista es larga pero llevaré mi investigación hasta el final.
-Pídamelo con amabilidad. Se cogen mas moscas con miel que con vinagre-dijo el con
un brillo burlón en sus ojos oscuros.
-Dígame los nombres de esas mujeres...por favor-imploró ella con su voz mas dulce-Si
tiene un papel podré anotarlos.
Se dirigió hacia una pequeño escritorio, se sentó e hizo ademán de coger una hoja de
papel. La mano de Ethan, ancha y poderosa, se abatió sobre el papel. Su proximidad
producía en ella una extraña sensación que no podía identificar. En la cabeza de Jane se
formaron unas ideas locas y se preguntó si la piel de Ethan tendría el sabor de las
especias exóticas.
El cogió la hoja en la que figuraba una larga lista de nombres, la enrolló y la metió en
una urna griega.
-La próxima vez que se encuentre en la habitación de un hombre pídale permiso para
utilizar sus cosas.
Se inclinó sobre ella, estaba tan cerca que Jane se ordenó olvidar la dulce fiebre que la
consumía.
-¿Puedo cogerle algo para escribir milord?-preguntó con una exagerada educación.
-Sírvase usted misma.
Ella cogió una hoja en blanco y una pluma. Levantó la tapa del tintero y mojó la punta
de la pluma.
-Estoy lista.
-Aurora Darling, lady Esler, Diana Russel, la vizcondesa Greeley.
La pluma corría veloz sobre el papel.
-¿Y después?
-Eso es todo.
-¿Solo cuatro?
-Cuatro.
Ella miró en dirección al rollo de papel que estaba en la urna. Allí había muchos mas
nombres aunque la mayor parte de ellos estuvieran tachados. Ethan parecía haber
eliminado a varias de sus amantes por distintas y variadas razones. Aunque solo fuera
por la fecha de nacimiento de Marianne.
Jane tuvo que convenir que eso tenía sentido.

No había nada que diferenciara el burdel de los edificios vecinos. Estaba situado en un
barrio residencial, con dos casas particulares a los lados con los porches idénticos, y
mostraba la tranquila apariencia de un honesto hogar burgués. Unas cortinas de
macramé en las ventanas impedían ver su interior.
Ethan golpeó la aldaba de bronce. No hubo respuesta. Mientras volvía a llamar, Jane
lamentaba su audacia. Debería haber dejado que fuera a ver a Aurora Darling el solo.
Ese lugar de perdición le provocaba un gran temor. El temor al infierno, y si no hubiera
sido por Marianne nunca hubiera ido. Para darse valor recordó a la niña dormida en su
cuna como si fuera un ángel. Ya que la Providencia se la había confiado, tenia el deber
de asegurarse de que tuviera un futuro decente.
-Las chicas todavía están durmiendo-supuso Ethan llamando mas fuerte.
-¿En plena tarde?
-Cuando se trabaja de noche, se duerme de día.
Levanto las cejas y la miró con atención.
-Caramba Chipie, parece que se esta ruborizando.
-Dudo que sepa reconocer la diferencia entre ruborizarse y tener pudor.
-Es cierto. En los ambientes que me muevo cada vez se encuentran menos vírgenes.
-En mi mundo en cambio, lo que es raro es ver libertinos.
-Tocado querida.
Una mujer abrió la puerta, era bajita y regordeta, tenia unos enormes pechos que
parecían querer salir de su corpiño rojo. Tenia los cabellos del color de las zanahorias y
los ojos color avellana pintados. Miró a los recién llegados con suspicacia, pero su
mueca se convirtió en una sonrisa cuando reconoció a Ethan.
-¡Lord Chasebourne! Hace años que no se le ve por aquí, si la memoria no me engaña.
El rozó los dedos regordetes de la mujer con los labios.
-Tu memoria es excelente Minnie. ¿Cómo te va locuela?
Minnie batió las pestañas mientras se reía.
-¡Muy bien!
-Quisiera ver a Aurora ¿Está disponible?
Minnie sonrió descubriendo unos dientes manchados de rojo de labios.
-Es un poco pronto para retozar ¿no cree?. Vuelva esta noche y veremos lo que se puede
hacer.
Sus ojos avellanados miraron fijamente a Jane, digna y pálida en su ancho vestido
negro.
-¿La monja viene con usted? Aquí vienen predicadores de todo tipo que nos hablan de
los méritos de la redención. ¡No se habrá vuelto puritano!
Ethan rompió a reir.
-No Minnie. Estoy aquí por un asunto personal. Sé buena y vete a buscar a Aurora.
Toma, por las molestias.
Puso un soberano en la mano carnosa de Minnie. La mano de la prostituta se cerró con
avidez en la pieza de oro, abrió la puerta de par en par y se apartó para dejarles pasar.
-Entren pues, pónganse cómodos mientras subo.
Diciendo esto, subió la escalera de madera tan rápido como lo permitía su gran
envergadura.
Jane siguió a Ethan hasta un salón decorado de forma excéntrica y vulgar. Tapicería
rosa con rayas doradas, cojines de terciopelo marrón y estatuas de ninfas desnudas. Un
gigantesco cuadro encima de la chimenea representaba el rapto de las Sabinas por unos
caballeros con armaduras de bronce. El ambiente estaba saturado por un perfume
empalagoso.
Ethan se sentó en un sillón y estiró las piernas.
-¿La decoración es lo que esperaba?-preguntó burlón.
-Absolutamente y usted parece estar como pez en el agua.
-Los muebles no destruirán su virtud, deje la agresividad y siéntese.
Jane obedeció.
-Si temiera por mi virtud no hubiera aceptado su hospitalidad.
-¡Maldición! No pierde usted la oportunidad de humillarme. Sin embargo hubo un
tiempo en el que yo no la disgustaba.
-¡Está soñando!-dijo ella mientras luchaba con valentía con una oleada de recuerdos.
-Tiene razón, no le gustaba. ¡Le fascinaba! Siempre estaba espiándome, siempre
dispuesta a causarme algún problema.
-¿Qué problemas?
-Un vez bajé a la mina de estaño de Denby con unos amigos. Usted se apresuró a
decírselo a mi padre.
-Porque tenia miedo de que se quedara atrapado y que le ocurriera alguna desgracia.
-¿Y la vez que besé a Elisa Fairchild detrás de la iglesia? ¿Por qué me tiro piedras?
-Alégrese de que no se lo dijera al vicario. Estaba profanando un cementerio.
-Diga mejor que lo estaba consagrando. Los espíritus libres no reniegan de sus pasiones,
al contrario que las ratas de confesionario entre las cuales se encuentra usted, gozan del
cuerpo que Dios les ha dado. ¡Vaya! Ahora se esta ruborizando.
Ella le lanzó una mirada de furia.
-¡Si, de cólera! Piense en los inocentes nacidos de esas supuestas pasiones...y que son
abandonados en la entrada de mi casa.
El brillo de regocijo que brillaba en los ojos de Ethan se apagó.
-Decididamente esa pequeña tiene suerte de tenerla a usted como protectora.
Un ligero ruido interrumpió la conversación. Entró una mujer, parecía como si una de
las estatuas hubiera cobrado vida de repente. Unos rizos rojizos le acariciaban los
hombros, su corpiño, de color rosa, realzaba su piel de un blanco cremoso. Una boa
alrededor de su cuello dejaba caer sus plumas sobre sus pechos. La boca, demasiado
roja para ser natural, unas pestañas increíblemente espesas. Vista desde lejos parecía
muy joven pero al acercarse se podían ver una finas arrugas en los ojos.
Jane se esforzó por disimular la curiosidad con una mirada impasible. Era la primera
vez que veía tan de cerca de una de esas criaturas que vendían su cuerpo a los hombres.
No cabía ninguna duda de que un bebé en esa casa cuyas habitantes vivían de sus
encantos, hubiera perturbado las actividades nocturnas de estas.
-¡Ethan!-exclamó la recién llegada tendiéndole los brazos y envuelta en una nube de
perfume-¡Que maravillosa sorpresa!
Ethan se levantó y la besó en la mejilla.
-¡Querida Aurora! Espero no haberte despertado.
-No. Estaba bebiendo un té.
Una sombra de inquietud nubló su mirada cuando reparó en Jane.
-¿Quién es?
-Jane Mayhew, mi vecina-dijo Ethan haciendo hincapié en la última palabra.
-Perdóneme señorita-murmuró Aurora-Sin duda ha pensado que no soy demasiado
amable. Milord no debería traer una dama a un sitio como este.
-Jane acepta el riesgo-intervino Ethan-Estoy seguro además de que has comprendido
cual es la razón de nuestra visita Aurora.
-Pues no. Podría explicármelo.
El la miró con intensidad.
-Hace algunos días alguien dejó un paquete delante de la puerta de Jane. Tengo razones
para creer que fuiste tu.
-¿Cómo? ¿Yo? ¿Pero porque? Nunca había visto a la señorita, ni siquiera conozco su
dirección en Londres.
-Vive en Wessex.
-Entonces eso lo aclara todo. No he dejado la ciudad desde hace semanas, salvo una vez
para ir a Oxford.
Al decir eso apartó la mirada y miró a lo lejos como si estuviera viendo algo que nadie
mas veía. Jane la estudió buscando alguna semejanza con Marianne. Aurora tenía los
mismos rasgos delicados del bebé pero mientras que la niña tenía los ojos azules, los de
su supuesta madre eran marrones. Se decidió a hablar con franqueza y preguntó a
quemarropa:
-Señorita Darling ¿dio usted a luz a una niña hace dos meses?
Una expresión de pesar atravesó el rostro de la mujer.
-¿Qué? ¿Alguien dejó un bebé en su puerta?
-Si. Con un sello con las armas del conde de Chasebourne prendido en la manta que la
cubría que me hizo pensar que el era el padre. Ahora estamos intentando descubrir
quien es la madre.
Aurora se sentó en un sofá, su vestido de gasa se levantó como una corola rosa
alrededor de su delgada figura. Frunció el ceño y Jane pensó que su aspecto era de
culpabilidad.
-Pobre criatura-murmuró-¿Pero porque la abandonaron en su casa y no en la de su
padre?
-Eso es lo que yo me pregunto-intervino Ethan-Aurora, hace aproximadamente un año
tuvimos una relación. Dime la verdad por favor ¿has tenido o no un hijo mío?
Aurora Darling continuó sentada en silencio. Sobre la chimenea un reloj dorado con un
péndulo dejaba pasar los segundos. De pronto, Aurora se enderezó. A la luz del día su
adorable rostro parecía preocupado.
-No Ethan, no he tenido un hijo tuyo. No soy tan tonta como para creer que me va a
creer sin pruebas, voy a contarle una historia que posiblemente le convencerá de mi
inocencia.
-Adelante-la animó Ethan-Pero cuidado con las mentiras Aurora.
-En el fondo es muy simple. Yo también tengo una hija bastarda, y no es hija suya, lo
juro por ella.
-Jane que se había puesto en pie, se volvió a sentar. En toda su tranquila existencia
nunca había oído una historia tan emotiva.
-Su nombre es Isabel-continuó Aurora con la mirada puesta en la ventana-Tiene doce
años y vive con una gobernanta en Oxfordshire. Voy a visitarla tan a menudo como me
es posible. Rara vez la traigo aquí, solo los días que no recibimos clientes desde luego.
Espero que algún día tendré ahorrado el dinero suficiente para dejar Londres e irme a
vivir con ella al campo.
Se dio la vuelta bruscamente con los ojos brillantes de lágrimas.
-Ya ve, Ethan, si hubiera tenido un hijo suyo me lo habría quedado. Nunca hubiera
abandonado a mi hijo.
El corazón de Jane se encogió, Aurora estaba diciendo la verdad. Nadie era capaz de
llorar con tanta sinceridad. Ethan se levantó y atrajo a Aurora entre sus brazos mientras
le acariciaba la espalda.
Jane se removió en su silla molesta. Le parecía que estaba mirando una escena de amor
por el ojo de una cerradura. Un año antes, Ethan y Aurora habían sido amantes, ahora el
la estrechaba contra su cuerpo con una gran ternura.
Jane bajo la cabeza. Ser abrazada así...Oír palabras dulces...Subir con el a una de las
habitaciones y después....
¡Basta! Le dijo la voz de su conciencia. Su corazón latía a cien por hora y se reprochó
esos pensamientos lascivos. Jane ya había estado en la habitación de Ethan y no había
sucedido nada, por la simple razón de que el nunca la miraría como miraba a esa frágil y
hermosa mujer.
-¡Encantadora!-decretó lady Rosalind con satisfacción-Con este vestido estaras
absolutamente encantadora.
Jane lanzó una escéptica mirada a la revista de moda que estaban hojeando. Las dos
mujeres estaban sentadas delante de una mesa iluminada por una cúpula de cristal en la
tienda de moda mas famosa de la ciudad.
El vestido en cuestión tenía un escote escandaloso, las mangas cortas y transparentes
como nubes, la falda vaporosa concebida para estilizar la figura. Sin duda alguna le
encantaría a Aurora Darling o a Portia, pero desde luego no era para una pueblerina que
parecía un mozo de granja y que prefería los libros a los bailes. Tendría un aspecto
ridículo si se vestía así, concluyó Jane.
-Este modelo no me pega-afirmó-Además teniendo en cuenta que mis ahorros solo me
permiten comprar un vestido, prefiero uno mas practico.
-¿Practico? ¿Para la fiesta de mi compromiso? ¡Ni hablar querida!
Lady Rosalind se dirigió hacia los rollos de tela tocado amorosamente una de ella: una
maravillosa seda color verde agua.
-Creo que este tejido sería muy adecuado.
-¡Pero se sale de precio! Un tweed...Como mucho una tela de paño...
-Excelente elección condesa.
Alta, con el rostro altivo, el cuello aprisionado por el cuello de la camisa, el propietario
de la tienda inclinó la cabeza coronada por una pelambrera rizada.
-Gracias-respondió lady Rosalind-Pero pensándolo bien me pregunto si a la piel de mi
ahijada no le iría mejor un color un poco mas intenso.
El hombre miró a Jane de arriba abajo con afectación.
-¡Por supuesto! Es usted muy observadora milady.
Revolvió entre las telas y sacó una de satén color esmeralda.
-¿Puedo sugerir este, adornado con una sobrefalda de gasa verde?
-¡Magnifico!-aplaudió lady Rosalind-Envié los dos a casa de mi modista en Bond
Street.
-¿Cuánto cuesta?-se alarmó Jane.
El vendedor la ignoró, toda su atención estaba centrada en la condesa.
-Milady permítame enseñarle lo último que he recibido: muselina azul para un vestido
de tarde, angora dorada para un chal que combina de maravilla con este popelín a rayas
ideal para un vestido de paseo.
-¡Perfecto! Póngame dos medidas de cada uno y también de esa seda rosa y algunos
metros de batista blanca.
Jane exclamó llana de pánico:
-¡Pero es demasiado caro! Habíamos acordado...
-Tranquila mi niña, ya nos pondremos de acuerdo mas tarde. No soporte que mi ahijada
se pasee con harapos.
Jane bajó la mirada hacia su vestido se sarga negra. Su mejor vestido. ¿Qué tenia de
horrible? Los diferentes arreglos que le había hecho no se notaban. De acuerdo, era
demasiado corto pero ¿quién se iba a fijar en eso?
Determinada a poner fin al desenfrenado gasto de su madrina, Jane la siguió hasta la
mesa sonde, con su jovial consejero, estaba escogiendo unos botones de nácar.
-Milady, aprecio su amabilidad, sin embargo solo compraré tela para un vestido.
-¡Bobadas! Toca esta seda antes de protestar.
Jane acarició la tela, era tan sedosa, tan fina comparada con la sarga negra. Dio un
profundo suspiro. ¡Llevar un vestido pagado por Ethan! ¡Eso estaba fuera de lugar! Jane
apartó la mano como si se hubiera quemado.
-¡No!-insistió-No se disguste...
-Vamos Jane, acepta este regalo. Me harás muy feliz.
-¿Pongo sus compras en la cuenta de lord Chasebourne como siempre?-preguntó el
dueño de la tienda.
-Si.
-¡No!-gritó Jane al mismo tiempo-¡Se lo prohíbo señor!
Lady Rosalind levantó los brazos.
-¡Tu ganas cabezota!
Jane se sintió aliviada. Acababa de conseguir una amarga victoria, como resultado no
tendría vestido para el baile. Bueno diría que tenia dolor de cabeza y se quedaría en su
habitación, nadie notaría su ausencia. Además no había venido a Londres para bailar
sino para velar por Marianne. Con los ojos húmedos, simuló examinar un algodón gris.
Entonces lady Rosalind le guiñó un ojo al vendedor sin que su recalcitrante ahijada se
diera cuenta.

Jane estaba descansando en el jardín sentada en la hierba bajo un peral en flor, un


abejorro volaba entre los rosales, una brisa primaveral mecía las hojas de los árboles.
Jane estaba muy a gusto. Marianne, tumbada en una manta a su lado, estudiaba curiosa
los juegos de sobra y luz entre los árboles.
Jane acarició con ternura los cabellos de ángel que se escapaban del gorro de la niña.
Con su vestidito rosa, Marianne parecía una princesa de cuento de hadas. La garganta de
Jane se cerró, ese pequeño ser inocente había conquistado su corazón en poco tiempo.
Se oyó un ruido de pasos, se enderezó haciendo visera con la mano. Su corazón se
desbocó cuando vio a Ethan en el paseo con el negro pelo brillando bajo el sol. Llevaba
un abrigo marrón y unos pantalones a juego. Unos botones dorados brillaban en su
chaleco, se detuvo a su lado y apenas dirigió una mirada a la niña.
-Me ha hecho llamar Jane.
El tono de su voz mostraba un profundo descontento. Nunca ninguna mujer le había
tratado como si fuera un criado.
Jane no se dejó intimidar.
-Pensé que le gustaría unirse a nosotras.
-Creí que tenía algo urgente que decirme.
-Por supuesto. Hoy Marianne ha intentado coger su sonajero.
-¿Su sonajero?
-Si.
Jane cogió el juguete de plata y lo sostuvo por encima del bebé.
-Mira princesa, mira lo que te enseña tía Jane.
La niña dejó de mirar las hojas para mirar el brillante objeto, estiró su bracito y su
manita tocó torpemente el sonajero.
-¿Lo ve?-dijo Jane llena de orgullo-Intenta cogerlo...Acaba de comprender que puede
tocar los objetos ¿no es maravilloso?
El murmuró una respuesta ininteligible, dejándose caer sobre la hierba cogió el
sonajero y lo agitó ante los ojos de Marianne. Ella siguió el objeto con la mirada y
volvió a estirar la mano. Esta vez sus minúsculos dedos consiguieron cerrarse alrededor
del mango pero el sonajero se le escapó.
-Es encantadora-murmuró Ethan con voz emocionada.
Jane estaba estupefacta. Por primera vez Ethan demostraba algo de ternura por su hija.
¿Sería un buen padre? Por el momento no podía responder a esa pregunta, pero sin duda
se había equivocado al hacerle venir al jardín. Quizá hubiera debido guardarse el
descubrimiento para si misma. Si Ethan empezaba a encariñarse con Marianne
reclamaría su custodia...Y Jane volvería sola a Wessex.
Entonces notó una mancha de tinta en un dedo de Ethan, se preguntó a quien habría
escrito. Con toda seguridad se trataba de una carta personal, de lo contrario se la habría
dictado a su secretario.
-¿A continuado con la investigación?-preguntó con aplomo-Sé por la señora Crenshaw
que ha pasado el día en su habitación con la orden de que no le molestaran.
-Usted no ha hecho caso ya que me ha enviado una nota con mi ayuda de cámara,
invitándome a venir al jardín urgentemente. La próxima vez, piénselo dos veces antes
de molestarme con estas tonterías.
-Marianne no es una tontería, es su hija.
-Eso está por demostrar.
-¿Cuándo veremos a las demás damas de la lista?
Ethan apretó los dientes. Detestaba que se metieran en sus asuntos.
-Esta noche-dijo lacónico-Este preparada a las diez.
-¿Por qué tan tarde?
-Si no le va bien esa hora lo siento por usted.
Se levantó y Jane le imitó. Sus miradas se encontraron.
-Estaré preparada-dijo.
-¡No lo dudo!
Un gorrión lanzó un alegre gorjeo al cual Marianne respondió. La brisa alborotó el pelo
de Ethan pero una sombra en sus ojos puso a Jane a la defensiva.
Me esta escondiendo algo, se dijo ella.
No tuvo tiempo de hacer preguntas, unas voces desde la casa rompieron el silencio.
Lady Rosalind y el duque de Kellisham aparecieron en la galería. Hacían una pareja
perfecta, ella, tan hermosa y elegante, y el tan alto y distinguido.
-¡Maldición!-juró Ethan entre dientes.
-¿Qué sucede?
El se agachó, cogió a Marianne y luego, pensándolo mejor, la puso con autoridad en los
brazos de Jane.
-Llévela rápidamente a la guardería-le dijo en voz baja-Mientras lo hace les distraeré.
Jane le devolvió la criatura sin pensar, se puso las manos en las caderas con actitud
desafiante y le dijo:
-No puede esconderla eternamente como si se avergonzara. Es su hija y tiene derecho a
estar en el jardín al sol.
-¡Demonios! Nos han visto.
El duque conducía a su prometida a través de la rosaleda. La condesa le estaba diciendo
algo que Jane no pudo oír. Vio que el duque sacudía la cabeza con expresión de
terquedad y luego saludó a Jane con la cabeza antes de dirigirse a Ethan.
-De modo que esta es la niña que se encontraron. Su bastarda.
-Su nombre es Marianne-dijo Ethan con el rostro enrojecido-¿Quiere cogerla en brazos?
Después de todo pronto será su nieta.
Marianne bostezó. El duque miró a su futuro hijastro con los brazos colgando a los
lados del cuerpo.
-¿Se ha vuelto loco? ¡Que vergüenza! ¡Traer a su propia casa el fruto de sus aventuras!
-¿Y eso que tiene que ver con usted Kellisham?
Había acomodado al bebé en sus brazos y desafiaba al duque con la mirada. De modo
que no había querido esconder a su hija sino evitar la confrontación y protegerla, pensó
Jane.
Lady Rosalind intentó, conciliadora, calmar los ánimos.
-He hecho circular el rumor de que Marianne es una huérfana. Ya te lo he dicho Peter.
Además la gente empieza a aceptarla.
-Querida, siento decepcionarte pero nadie se cree ese cuento.
-Tendrán que acostumbrarse. Yo por mi parte creo que Ethan es muy valiente-afirmó la
condesa mirando a la niña que dormía en brazos de su padre.
-Por lo menos que la envíe al campo-la contradijo Kellisham-Contrate un ejercito de
nodrizas si es necesario, pero deje de colocar a esta pequeña delante de toda la alta
sociedad londinense.
Jane no pudo contenerse por mas tiempo.
-Milord, Ethan no la coloca, se comporta honorablemente y si algunas mentes obtusas
prefieren la hipocresía a la verdad es su problema.
Se hizo un pesado silencio. El duque fulminó a Jane con la mirada pero ella no se
doblegó. Ethan la miró con admiración mientras lady Rosalind intentaba sonreir.
-¿Lo ves querido? Incluso Jane cree que mi hijo tiene razón. Las malas lenguas
acabaran por callarse.
-¡Rosalind por favor! Tienes mas experiencia que esta señorita, sabes muy bien que la
gente seguirá murmurando. La reputación de tu hijo ya no es demasiado brillante...
-No puedes reprocharle por su divorcio Peter. La culpabilidad de su ex mujer esta
demostrada. Es de agradecer que no le haya endosado un hijo de otro hombre.
Jane volvió a ver los ojos tristes de Portia, casi había olvidado la promesa que le había
hecho.
-Me estas dando la razón-dijo el duque triunfante-Un caballero tiene que asegurar su
descendencia. Por eso los hijos ilegítimos no tienen ningún lugar en la sociedad.
-¡Métase en sus asuntos!-dijo Ethan con rudeza-La decisión de conservar en mi casa a
mi descendencia es cosa mía.
-Mi joven amigo, se olvida de sus deberes con su madre, ella también se verá afectada
por sus acciones.
-Mi madre es la encarnación de la diplomacia, y está acostumbrada a hacer frente a toda
clase de escándalos.
Esa declaración no parecía un elogio, en la voz de Ethan vibraba un sordo reproche. El
duque se enfadó.
-Chasebourne, es usted un impertinente. No toleraré que se falte al respeto a Rosalind.
-Peter, cálmate-murmuró la condesa posando la mano en el brazo de Kellisham-Ethan
solo quería decir que doy poca importancia a las murmuraciones.
-El duque podría apoyar a lord Chasebourne-dijo Jane-y negar los rumores por el bien
de lady Rosalind. Nadie se atrevería a dudar de su palabra.
-Es un excelente argumento-aprobó Rosalind.
-¡No mentiré!-replicó el duque con obstinación-La niña no es una huérfana.
-¿Quién ha dicho nada de mentir? Querido, solo te ruego que te refieras a Marianne
como una niña abandonada. Por otra parte, es cierto ya que Jane la encontró en la
entrada de su casa.
-Pero no puedo...
Lady Rosalind le puso un dedo en los labios.
-Schh...Tu expresión enfadada impondrá el silencio incluso entre las lenguas mas
viperinas empezando por lady Bagwell.
Le dirigió una sonrisa sensual.
-Me defenderás ¿verdad Peter?
El frunció los labios y pareció dudar. Poco a poco su expresión severa se dulcificó.
Bajo la mirada de lady Rosalind su enfado se disolvía como la nieve al sol. Cogió la
mano de su prometida y se la llevó a los labios. Jane no pudo reprimir una sonrisa de
ternura. Ethan sin embargo permaneció impasible.
-Tus deseos son órdenes querida.
Miró a Ethan
-Joven, parece que he sido elegido para hacer el papel de su abogado.
-El abogado del diablo.
Los dos hombres se desafiaron con la mirada. Ethan le entregó a Jane la niña. Marianne
olía bien y Jane no pudo evitar aspirar su perfume.
-¿Por qué desaprueba el matrimonio de su madre con el duque?-preguntó ella cuando la
pareja se alejó hacia la casa.
-Kellisham es un puritano y un santurrón, lo ha podido observar usted misma. No está
hecho para ella. Ella se casa con el solo por su título y su posición social.
-No lo creo-murmuró Jane-¿Ha notado la forma en que se miran? Se aman Ethan.
-¡Amor! Además, ¿qué puede saber una solterona como usted del amor?
¡Una solterona! Esas palabras fueron como una puñalada para Jane. Sin detenerse a
pensar contestó:
-Una solterona como usted dice comprende mejor los sentimientos que un degenerado.
Usted conoce el deseo y la pasión pero seguro que no sabe lo que es el amor señor
conde.
-De acuerdo-admitió el.
Levantó la mano. Por un momento ella creyó que le iba a acariciar el pelo pero lo que
hizo fue acariciar la suave mejilla del bebé.

Eleanor Esler agitó un bollo bajo el hocico de su caniche blanco. La viuda del marques
de Esler tenía el pelo color rojo fuego y unos ojos brillantes. Sentía un amor
desmesurado por los animales y poseía dos gatos siameses que dormían la siesta sobre
la alfombra persa. La paredes estaban pintadas con dibujos de caballos. Inclinándose
sobre el caniche ofreció una espectacular vista de su escote. La sensual marquesa era lo
opuesto a Jane quien se mantenía rígida, sentada en un sillón y con las manos
enguantadas sobre las rodillas. Decididamente, pensó, Ethan escogía siempre el mismo
tipo de mujer. Pare el solo contaba el aspecto físico, la inteligencia no era importante
para el.
Eleanor tiró el bollo y el perro lo cogió al vuelo.
-¡Bravo bola de nieve!-alabó-Te has ganado de sobra la recompensa después de haber
bailado para mamá cariño.
-Vas a conseguir que se ponga enfermo-hizo notar Ethan-Con todas esas golosinas...
-No seas aguafiestas. Nos hemos divertido juntos-dijo la marquesa con una coqueta
sonrisa-Es un bribón-dijo dirigiéndose a Jane.
-No lo sabía-respondió esta con frialdad.
-Tenga cuidad si la atrae hasta un rincón oscuro. Es capaz de tomarse toda clase de
libertades.
-¿De verdad?
Ethan elevó los ojos al cielo, Eleanor como siempre estaba exagerando. Estaba lejos de
pensar en tomarse la mas mínima libertad con Jane, ni si quiera la oscuridad mas
absoluta conseguiría acabar con sus inhibiciones. Ninguna caricia, por experta que
fuera, conseguiría calentar ese frígido cuerpo. Sin embargo un brillo de nostalgia en sus
ojos hacia pensar...No, nada de nostalgia, rectificó, mas bien reproche. Jane Mayhew
era un reproche viviente.
-Lady Esler-empezó sin dar vueltas inútiles-ese es el motivo de nuestra visita.
-La verdad es que casi lo estaba esperando, sobre todo después de oír lo que se decía en
casa de los Herrington-contestó Eleanor-Perdona mi franqueza Chase, pero parece ser
que has llevado a tu bastarda a tu casa.
El rumor cada día se hacía mas insistente. Ethan forzó una sonrisa.
-Te voy a decir la verdad Eleanor, con la condición de que tu hagas lo mismo.
-Eso está hecho querido. No hablaré con nadie de esta entrevista-prometió lady Esler
poniéndose una mano en el pecho.
-Entonces debes saber que esa niña puede ser mía.
-¿Puede?
-Todavía no es seguro. Jane Mayhew y yo estamos intentando aclarar la duda. Ahora
dinos lo que sabes.
-¿Sobre que?
-Sobre la niña por supuesto.
La marquesa frunció el ceño.
-¿Qué quieres que yo sepa?
-Probablemente mucho.
-¿Yo?
-¿Eres su madre Eleanor? ¿La abandonaste en la puerta de mi vecina?
-¿Abandonarla yo? ¿Realmente crees que yo soy la madre de...tu hija?
La consternación y la pena se reflejaron en su hermoso rostro. Sus labios se fruncieron.
Con ternura levantó al caniche para abrazarlo.
-¡Dios mío Chase!-murmuró-¡Ojalá fuera cierto!
-¿Puedes demostrar lo contrario?
-Por desgracia si que puedo.
Apretó la mejilla contra el hocico del perro quien gimió de felicidad.
-Voy a confesarte un secreto que solo sabía mi querido Harry.
-Puedes contar con mi discreción y la de Jane.
-Tiene usted mi palabra de honor lady Esler-añadió Jane tranquilamente.
Los blancos dientes de la marquesa se hundieron en su labio inferior, la sombra de una
inmensa tristeza ensombreció sus verdes ojos.
-Hubiera dado cualquier cosa por tener un niño-susurró-Lo intenté todo, pero...
Una lágrima asomó por la comisura de sus ojos.
-Me quedé embarazada poco después de mi matrimonio-continuó-Hace doce años. ¡Que
feliz fui! Harry era el mas dichoso de los hombres. El medico me recetó reposo, pero...
La frase flotó en el aire antes de terminar con una nota melancólica.
-Milady-la animó Jane-¿Qué sucedió?
-¡La despreocupación de la juventud! Yo era joven, imprudente y sobre todo
terriblemente inconsciente. Me cansé de estar en la cama y poco a poco volví a la vida
de antes. Al principio todo iba bien. Una mañana me caí del caballo y perdí a mi hijo.
Jane le tomó la mano, Ethan se aclaró la garganta.
-Lo siento-murmuró.
Las lágrimas caían ahora con total libertad por las pálidas mejillas de Eleanor.
-Perdí a mi hijo-repitió como una letanía-Y el médico me dijo que nunca podría tener
hijos.
Jane estaba sentada cerca de la ventana de su habitación con una carta en la mano. El
sol se estaba poniendo y la luz era insuficiente para leer pero se sabia de memoria cada
palabra del mensaje.
Los criados estaban encendiendo las lámparas en el vestíbulo y la luz ámbar de las
llamas se mezclaba con el color púrpura del crepúsculo. El baile de compromiso de lady
Rosalind estaba empezando a dejarse notar pero Jane había decidido no asistir a pesar
del interés de su madrina. No se encontraba a gusto en medio de la altiva aristocracia
inglesa y sus maneras afectadas.
Los preparativos habían durado ocho días. Bajo la supervisión de la dueña de la casa,
lacayos y doncellas limpiaron, sacudieron y desempolvaron, todo relucía desde los
dorados bronces hasta las lámparas de cristal.
Jane se inclinó nuevamente hacia la carta sin leerla. Diez minutos antes estaba segura
de no querer asistir al baile, con un poco de suerte nadie notaria su ausencia, después un
lacayo le había traído la nota y sus planes se rompieron. Leyó la misiva:

Mi situación es desesperada. Es urgente que hable con lord Chasebourne, pero el no


quiere recibirme. Esta noche estaré en la parte de atrás de la casa. A medianoche
llévele fuera para que pueda hablar con el.
Se lo suplico, no me olvide, es usted mi única esperanza, mi única amiga. Cuento con
usted
Portia.

¿Cómo podía no atender a esa llamada desesperada? ¿Y como se las arreglaría para
convencer a Ethan de que viera a su ex esposa por la cual solo sentía desprecio? Respiró
profundamente y pensó que tenía que asistir al baile aunque no tuviera nada que
ponerse. Ahora se arrepentía de haber rechazado el regalo de su madrina.
¡Bueno! Se dijo con su habitual sensatez, lo importante era llevar a Ethan hasta el
jardín, no bailar una cuadrilla. Encontraría la forma de hacerlo.
Subió al cuarto de los niños, Marianne era para ella la única fuente de alegría en el
mundo, cuando llegara el momento de separarse de ella se le rompería el corazón. Al
igual que la infortunada marquesa de Esler, se vería condenada a la soledad.
Ahora podía poner un rostro a cada nombre de la famosa lista de Ethan. Cada una de
esas mujeres se había ganado las simpatías de Jane. No eran unas arrastradas, ni unas
egoístas que solo buscaran su propio placer como pensó al principio. Solo eran unos
seres patéticos que sufrían por sus errores pasados. Solo una de ellas le había
desagradado. La había conocido unos días antes. Diana Russel, una celebre actriz que
trabajaba en un teatro de Haymarket. Era muy bella, con una cintura de avispa, una
lujuriosa cabellera y senos exuberantes. En cuanto se enteró del motivo de su visita se
enfureció ¿cómo podían pensar que una diva como ella podía estropear su figura para
traer al mundo una bastarda? Además no tenia tiempo para algo así. Diana Russel se
dedicaba en cuerpo y alma a su arte y todo lo demás eran cosas sin importancia.
Hablaba con una voz de contralto, con dramatismo y se acompañaba con unos gestos
teatrales. Al final se había sentado en las rodillas de Ethan, le había abrazado y besado.
En la boca.
Jane hubiera querido esconderse bajo tierra. Bajó la mirada pero por el rabillo del ojo
vio como las manos de la actriz se deslizaban por debajo del chaleco de Ethan. El beso
duró un minuto de reloj antes de que Ethan se decidiera a apartarla con gentileza. Jane
se sintió mortificada.
-¿Qué está haciendo usted sola a oscuras?
Lady Rosalind estaba en el quicio de la puerta.
-¡Milady! No la había oído llamar.
-No me extraña, estabas en la luna. ¡Betty! ¡Alice! Encended las velas y la chimenea.
Deberíais haberlo hecho hace ya una hora.
-No es culpa de ellas-dijo Jane-Vinieron pero las despedí. Encender tantas velas para
una sola persona es un derroche.
-Bobadas. Quiero admirar mi obra.
-¿Su...obra?-dijo Jane sin entender de que hablaba.
Entonces les vio. Uno, dos, tres lacayos entraron en la habitación como si fueran los
Reyes Magos. Cada uno de ellos llevaba una gran caja de cartón que depositó en la
mesa.
-Pero que...
-¡A mi también me gustaría saberlo!-gritó Wilhelmina desde la puerta de la habitación
contigua.
Entró embutida en un camisón granate y con su petaca en la mano.
-Estaba descansando antes de la fiesta pero toda esta actividad me ha despertado-se
quejó.
-Justo a tiempo para arreglarse-la contradijo lady Rosalind con suavidad-Solo quedan
dos horas antes de que lleguen los invitados. Afortunadamente mi modista ha enviado
los vestidos de jane.
-¿Los vestidos? ¿Es que hay mas de uno?-se extrañó Wilhelmina.
-Seguramente es un error-rectificó Jane-Yo solo encargué un vestido.
Como de costumbre lady Rosalind ignoró sus protestas.
-¡Me encanta abrir los paquetes!
El candelabro que los criados habían encendido antes brillaba y en la chimenea brillaba
un alegre fuego. Lady Rosalind cogió a Jane por el brazo y la llevó hacia los paquetes.
Contenían verdaderas maravillas: vestidos, zapatos, sombreros, chales y ropa interior.
Jane se dejó caer en la silla del tocador llena de asombro.
-Se lo he repetido varias veces, este gasto esta por encima de mis posibilidades.
-Querida, no estropees esto-murmuró lady Rosalind abrazándola-Durante años he sido
negligente contigo, por favor, acepta este regalo.
-Pero ¿cómo?-susurró Jane mientras las doncellas sacaban del interminable montón de
cajas unos vestidos y sombreros maravillosos. No puedo aceptar que Ethan pague todo
esto.
-¿Ethan?-se alarmó Wilhelmina bebiendo un sorbo de su licor medicinal-Una joven no
debe recibir unos regalos tan...íntimos de un hombre. ¡Y mas si ese hombre es un
libertino!
-Cuidado Wilhelmina,-gruñó la condesa-El libertino en cuestión es mi hijo.
La tía de Jane bajó la cabeza.
-Y además el no va a pagar nada de todo esto-continuó lady Rosalind-Lo he pagado con
mi propio dinero...La herencia de mi padre. Jane, te ruego que aceptes este regalo de tu
madrina.
La seda y el satén brillaban en el fondo de las cajas y Jane las devoraba con los ojos. En
cuanto a la ropa interior, ignoraba que pudieran existir tales maravillas. Tenía la boca
seca solo con imaginar su caricia en la piel.
-¿No ha cargado el importe en la cuenta de Ethan?-preguntó en voz baja-¿Me lo jura?
-Si. Ya está. ¿Estas satisfecha?
Jane cogió las suaves manos de su madrina.
-Entonces le doy las gracias. Es usted un ángel.
Lady Rosalind sonrió.
-Un ángel cuya memoria deja mucho que desear ya que olvidé durante mucho tiempo a
la hija de mi querida Susan. Levántate, tenemos el tiempo justo para arreglarte.
Se puso detrás de su ahijada y sus ágiles dedos empezaron a desabrochar los botones
del informe vestido negro. Jane saltó asustada.
-¡No! ¡No pienso ir al baile!
-¿Por qué? Tan solo dame una buena razón para no hacerlo.
-No pertenezco as u mundo.
-¡Tonterías! La sangre que corre por tus venas es tan azul como la de cualquier miembro
de la nobleza.
-No sé bailar.
-Eso no es algo grave querida-intervino Wilhelmina-Me harás compañía, nos
sentaremos apartadas y veremos como bailan los demás. Señor, mis nervios son
demasiado frágiles para soportar durante mucho tiempo el ruido de la música.
Subiremos pronto a acostarnos.
-Pero los nervios de Jane son mas resistentes-declaró la condesa desabrochando el
corpiño negro-Además bailar es la cosa mas fácil del mundo, solo hay que dejarse llevar
por el caballero.
-No tengo facilidad para conversar.
-Entonces no digas nada. Los hombres solo hablan de si mismos, y adoran a las mujeres
que les escuchan.
-La gente va a murmurar-lloriqueó Wilhelmina-A su edad no se puede flirtear.
-¡Vamos a ver!-cortó lady Rosalind-Murmuraran mas si una encantadora joven se queda
sentada con su anciana tía.
-Bueno...yo no...
-Lo sé, lo sé, usted no querría por nada del mundo que murmuraran sobre su sobrina.
Lady Rosalind empujó suavemente a Wilhelmina hasta la puerta.
-Vaya a vestirse ahora, gracias por sus buenos consejos, pero no me gustaría
aprovecharme de su tiempo.
Una vez libre de su cargante invitada, lady Rosalind levantó los ojos al cielo.
-¡Señor, libranos de las solteronas! Si alguna vez me vuelvo tan pesada insúltame,
pégame, haz lo que sea para devolverme la razón.
Jane estalló en carcajadas.
-Puede que la tía Willy tenga razón, uno no puede fingir ser lo que no es.
-¡No quiero oír eso! Una sala de baile es el campo de batalla de las mujeres, hermosa
niña. Es ahí donde hay que desplegar toda la astucia y la estrategia necesarias para
conquistar al hombre que se ama. ¡En guardia! ¡Presenten armas!
Lady Rosalind dio unas palmadas y las doncellas se llevaron las cajas vacías. Una de
ellas fue a buscar a Gianetta. La condesa ayudó a Jane a desembarazarse de sus viejas
ropas.
No mas sarga negra, no mas faldas ajadas. Lady Rosalind ordenó a su ahijada que se
fuera tras el biombo para ponerse su nueva ropa interior de batista blanca, fina como la
seda, la camisola se deslizó por sus caderas vaporosamente y tuvo la sensación de verse
envuelta en una nube.
-Ya está. Estoy lista para ponerme el vestido.
-Todavía no pequeña. Ven aquí.
Jane salió de detrás del biombo molesta, el espejo le devolvió su propio reflejo, la
camisola moldeaba su cuerpo como una segunda piel brillante. El escote revelaba sus
pechos que aunque pequeños eran redondos y bien situados. El ligero tejido dejaba
entrever su cintura y sus caderas. En la parte baja del vientre se veia una sombra, en el
lugar donde las mujeres honestas no se miraban jamás.
Sin notar nada, lady Rosalind la hizo sentarse delante del espejo, equipada con un bote
de cristal azul y una borla, empezó a empolvar a conciencia el cuello, la nuca y los
hombros de Jane. En ese momento entró Gianetta con su blanca cofia empuñando un
peine y un cepillo de pelo.
-¿Marianne está dormida?-preguntó Jane.
-Si-respondió la italiana-Como un angelo.
Jane se levantó.
-Voy a subir un momento. A veces se despierta en mitad de la noche y...
La condesa la obligó a sentarse de nuevo.
-Esta noche cuidará de ella la niñera, tu eres libre para divertirte por una vez y disfrutar
del talento de Gianetta.
Empezaron a trabajar, parecían un ballet dirigido por el mas meticuloso de los
coreógrafos. Lady Rosalind puso sombra de ojos encima de los ojos grises de Jane y
luego puso colorete en sus mejillas. Le espesó las pestañas con máscara de ojos y le
endulzó los labios con una crema rosa brillante. Entretanto Gianetta se ocupaba de su
pelo. Cepillo, peine, horquillas y los hierros de rizar se movían en todas direcciones.
Aprisionada por las ballenas del corsé, Jane ni siquiera se atrevía a respirar, sus dos
expertas doncellas le pasaron por fin el vestido por encima de la cabeza. Cuando se miró
en el espejo se quedó boquiabierta. No tenia nada que envidiar a la mujer mas hermosa
del reino.
-Acaba de nacer una beldad-exclamó la condesa.
La imagen que devolvía el espejo, con un halo de la luz dorada de las velas, solo tenía
un remoto parecido con la antigua Jane. Esta miro maravillada a la criatura de ensueño
que, desde el espejo le devolvía su sonrisa extasiada. Unos rizos negros con reflejos de
cobre rodeaban su rostro que se había suavizado como por arte de magia. Era alta,
delgada, tenia un cuello de cisne y unos bonitos hombros blancos realzados por el color
verde esmeralda de la tela que caía sobre la falda verde pálido del vestido.
Jane se miró cada vez mas fascinada por su nuevo aspecto, se olvidó de que no podía
respirar y de que su belleza se debía al engaño. Notaba como subía en su interior una
extraña excitación, se preguntó si estaba soñando ya que si eso era un sueño no quería
despertar nunca.
-Tienes una cintura perfecta-la alabó lady Rosalind-Y tus largas piernas van a hacer de
ti una bailarina sin igual.
Jane miró sus zapatos de satén verde bordados con hilo de oro.
-Carezco de gracia...Le pisare los dedos de los pies a mi pareja.
-Querida niña, la imagen que uno tiene de si mismo es la que ven los demás.
Convéncete de que eres elegante y graciosa y así es como te verán los demás.
-Haré todo lo que pueda.
Jane depositó un beso en la mejilla de su benefactora.
-Gracias, gracias por todo.
Lady Rosalind puso entre las manos de su protegida un abanico de plumas.
-Ahora escúchame. Eres inteligente pero careces de malicia. Si te interesa algún hombre
no bailes con el de inmediato. Hazle languidecer. Haz que te desee.
¡Ethan! ¿Sería posible que el la deseara?
Jane reprimió un estremecimiento.
-¡Bueno! No sé nada de los sutiles juegos de la seducción.
-Fíate de tu instinto. Si todo va bien al final de la noche te pedirá un beso.
-¿Un..beso?-barbotó Jane-¿Se supone que tengo que acceder?
-Eso, tesoro, dependerá de tu propio deseo.
Con estas palabras lady Rosalind se fue seguida por Gianetta.
Jane avanzó hacia el espejo acompañada por el suave roce de la seda y la exquisita
fragancia que se desprendía de ella. Se miró de nuevo durante un rato, tenia el extraño
sentimiento de que por primera vez era ella misma, de que durante veintiséis años había
sido otra persona, esta noche, como por arte de magia, se sentía hermosa, tan hermosa
como todas esas mujeres a las que Ethan admiraba.
Se le escapó una carcajada, se sentía fuerte, como si nada pudiera resistírsele. Fuerte,
feliz y alegre. ¡Libre por fin!
Dentro de poco una procesión de carruajes subiría por el paseo, los invitados se
reunirían en los salones, Ethan la invitaría a bailar...
De pronto se le borró la sonrisa. ¡Portia! ¡Su promesa! Tiró la nota a la chimenea y la
vio desparecer entre las llamas. Creyó volver a ver la frase escrita con la fina letra de
Portia.
A media noche, llévele fuera...

Ethan y su madres esperaban en el iluminado vestíbulo para recibir a los invitados


retrasados. Lady Rosalind se había superado a si misma con una decoración de lirios,
fuentes y estatuas de dioses paganos recreando el ambiente de un templo griego.
-¿Cuánto me ha costado esta cosa?-la provocó Ethan en voz baja.
Se la veía espléndida con su vestido de seda blanca adornado con bordados dorados, le
dio un pequeño golpe en el brazo con su abanico de marfil.
-Basta de preguntas, sé amable y acompáñame arriba, Kellisham me esta esperando para
abrir el baile.
-Desengáñate madre, tu prometido debe estar inmerso en su única pasión: la política.
Debe estar encerrado en la biblioteca disfrutando con sus viejos amigos.
La radiante sonrisa de la condesa despertó el resentimiento que Ethan creía
desaparecido para siempre.
-Exactamente querido. Esta noche no.
-Todavía estas a tiempo para cambiar de opinión-soltó sin poder contenerse-Tu duque
es demasiado viejo. Nunca podrá satisfacer tu preferencia por la carne tierna.
Lady Rosalind se sobresaltó.
-Ethan por favor, ahórrame tus observaciones crueles y fuera de lugar.
La tristeza velaba sus ojos, una pena que Ethan prefirió ignorar. Nunca le había
perdonado su relación con John Randall, su mejor amigo. Había ocurrido un año antes.
Absorbido por los problemas de su divorcio, Ethan no se había dado cuenta de nada
hasta que fue demasiado tarde. Su madre y su mejor amigo le habían traicionado.
Dejó que la ira explotara, Randall era su mejor amigo, su compañero de juergas y
además lady Rosalind podía ser su madre. Era una vergüenza. En un acceso de rabia
Ethan había golpeado a Randall quien encajó los golpes sin devolverlos.
Un mes después la muerte le encontró en el campo de batalla. El capitán Randall se
contaba entre las victimas de la terrible batalla de Waterloo donde estaba al mando de la
caballería.
Ethan sacudió la cabeza para alejar ese doloroso recuerdo. Lady Rosalind le observaba.
-Te pido perdón madre.
-¿Por qué desapruebas todo lo que hago?
-A fin de cuentas mi aprobación no tiene importancia después de todo, nunca la has
pedido.
-Fue mi primera aventura desde que murió tu padre hace nueve años.
-Eso no disculpa tu comportamiento.
-Los dos éramos adultos y estábamos de acuerdo ¿Tan difícil era entenderlo?
¿Difícil? No solo impensable.
Llegaron a la entrada del abarrotado salón de baile.
-Ahí esta Kellinsham-dijo Ethan con frialdad-Supongo que no sabe nada de tu aventura
con Randall.
Un escalofrió recorrió a lady Rosalind y se volvió hacia su hijo.
-No se lo digas jamás, te lo suplico.
El duque de Kellisham les había visto y una sonrisa iluminaba sus aristocráticos rasgos.
Ethan estuvo tentado por un momento a desvelarle la verdad aunque solo fuera por pura
maldad.
-No temas madre-respondió sin embargo-Tu secreto está en buenas manos.
Lady Rosalind se acercó a su prometido aliviada.
-Vuestra Gracia, esta noche está magnifico.
-No tanto como tu querida.
Se acercó la mano de su futura esposa a los labios.
-Perdónenos Chasebourne, los músicos están esperando.
Lady Rosalind le guiño un ojo a su hijo.
-Encuentra pronto una acompañante, entre nosotros tenemos una joya que todavía no
has descubierto, es la dama de verde de ahí.
Ethan siguió a su madre con la mirada mientras ella se abría camino entre la gente
cogida del brazo de Kellisham. La sala burbujeaba con las conversaciones y las risas de
los invitados. Damas y caballeros se congregaban en torno al gran buffet mientras
esperaban el primer baile. Los espejos reflejaban la luz de los candelabros y el brillo de
las joyas de las damas. Mientras esperaba a que la orquesta empezara con la cuadrilla,
Ethan saludó a algunos conocidos.
De repente la vio.
Maravillosa, alta, esbelta, vestida con un traje de seda esmeralda, estaba rodeada por
una corte de admirados dandys.
Al principio no la reconoció, ella estaba de pie delante de una de las puertas
acristaladas que daban al jardín, sus rizos castaños acariciaban sus hombros de
alabastro. Admiró la curva de su cuello, sus senos pequeños y redondos, su delgada
cintura. La miró a la cara que estaba medio escondida tras un abanico de plumas y le
pareció que su cara le resultaba familiar.
Atravesó la multitud y a medida que se acercaba a ella le pareció que ya la conocía. Su
rostro tenia unos rasgos menos suaves de lo que estaba de moda y la forma de inclinar la
cabeza.... Cada vez estaba mas seguro de que la conocía. Una breve mirada a su dedo
anular donde no brillaba ningún anillo le desconcertó mas todavía. Habitualmente sus
“amigas” estaban casadas.
Decidido a resolver el misterio, se acercó mas.
Ella estaba escuchando educadamente a Keeble quien estaba acompañado por el
inevitable Duxbury que la devoraba con los ojos. El vizconde estaba diciendo sus
tonterías de costumbre.
-Un harén en el campo ¿se da usted cuenta? Nos lo confesó el mismo. ¿No es cierto
Duxbury?
El honorable James Duxbury asintió.
-Es cierto. ¡Ese es nuestro Chase! Lejos de mi hablar mal de el pero de todos modos...es
un gran mujeriego.
-A lord Chasebourne le gustaría participar en esta conversación-dijo la dama de verde-
Le encanta que se hable de el.
Como un solo hombre los dos petimetres se volvieron hacia Ethan que no se dignó
mirarles. Toda su atención estaba concentrada en la mujer.
Ella le dirigió una mirada perspicaz.
Dos ojos grises con reflejos azulados.
¡Los ojos de Jane!
¿Dónde estaba el austero moño, el cuello alto de la ropa, el horrible vestido negro? Se
había producido un milagro. Alguna hada con su varita mágica había cambiado a
Cenicienta por una princesa. El corazón de Ethan empezó a latir con fuerza. Con la luz
suave de las velas la boca de Jane, de un rosa irreal, parecía estar hecha para ser besada.
Sus sedosos cabellos y su cremosa piel parecían estar pidiendo que los acariciaran. Un
medallón de oro se movía entre sus pechos que parecían tan suaves que Ethan tuvo
ganas de enterrar su rostro entre ellos. Notó horrorizado el aguijón del deseo que surgía
de lo mas profundo de si mismo.
Avanzó hacia el trío con una sonrisa mundana.
-Keeble, Duxbury ¿cómo están?
-¡Hola Chase! Esta jovencita es muy divertida aunque solo sea por su inocencia-se rió
Keeble acariciando con su mano cubierta de anillos de diamantes su chaqueta de
brocado-Una verdadera rareza ¿no es cierto Duxbury?
-Es perfecta-contestó Duxbury sin dejar de mirar a Jane.
Ethan detestó sus bromas. Esos dos imbéciles se estaban burlando de alguien que tenia
un corazón puro. Se giró para no romperles la cara a golpes y se dirigió a Jane.
-Parece que es usted quien tiene un harén-dijo sonriendo.
Esperaba que ella le contestara con una de sus respuestas ácidas pero ella desplegó el
abanico con el arte de una consumada coqueta. Por primera vez notó la profundidad de
su mirada y le invadió la imperiosa necesidad de descubrir todos sus secretos.
Eso era una ridiculez, Jane no tenia secretos. Bajo la atención de lady Rosalind, se
había metamorfoseado en una maravillosa criatura y eso era todo.
-Los músicos están afinando sus instrumentos-dijo Keeble-Me prometió usted el primer
baile señorita, no lo olvide.
-Yo soy el anfitrión, por lo tanto reclamo ese derecho-contestó Ethan
Con una suave sonrisa, Jane puso la mano sobre el brazo de Keeble.
-Lo siento Chase. Estoy comprometida hasta medianoche ¿Quiere que le apunte en mi
carné de baile? Mientras tanto segura que encuentra una acompañante que le guste.
Los dos dandys rieron a la vez que Ethan enseñaba su dentadura en una sonrisa tan
deslumbrante como fingida. Miro a Jane y a Keeble alejarse hacia la pista de baile. Ella
delgada y orgullosa, el bajo, rechoncho y pegado a sus talones. El vicio y la virtud,
pensó con despecho.
La orquesta empezó la cuadrilla. El duque de Kellisham y lady Rosalind empezaron a
bailar y luego se les unieron el resto de los bailarines. Ethan no se movió, no podía dejar
de mirar a Jane. Decididamente las sorpresas no dejaban de producirse, ella era hermosa
y a el le gustaba. Incluso le gustaba demasiado. Esa revelación le atravesó como un
puñal. Hasta entonces no se había interesa en las vírgenes y mucho menos en las
solteronas. Prefería que sus mujeres fueran experimentadas, y he aquí que de pronto le
quemaba el deseo de conquistar a Jane.
-Ethan querido, te he buscado por todas partes.
Una rubia se dirigía hacia el.
En una fracción de segundo la recordó: la borrachera en su casa de campo, su
acoplamiento, Jane entrando como una furia en su habitación.
-¡Ah! Claudine..
-¡Claudia! No me digas que has olvidado nuestra noche de amor, no te creería.
-¿Cómo podría haberme olvidado? Eres inolvidable.
-¿Entonces porque no te pusiste en contacto conmigo, niño malo?
-¿Perdón?
Buscó con la mirada a Jane y a Keeble entre la gente que bailaba.
-Me prometiste que nos volveríamos a ver. Sigo esperando tu invitación.
Se apretó contra Ethan.
-Tengo mucho frío cuando estoy sola en mi cama-murmuró.
Los avances de ella le dejaban frío, ignoraba por que razón la sensualidad de Claudia
no tenia ya efecto en sus sentidos. Posiblemente porque tenia una nueva responsabilidad
que al principio le pareció absurda: proteger la virtud de Jane. Y el mejor modo de
hacerlo era meterse en la pista de baile. Cogió a Claudia por la cintura.
-Perdóname por haber sido tan negligente ¿Quieres bailar?
Evidentemente no ha tardado mucho en encontrar una pareja-se dijo Jane.
Una rubia cuya rostro de muñeca no le era totalmente desconocido. ¡Ah si! Ya lo
recordaba, era la mujer que estaba en la cama de Ethan cuando entró en su habitación
para hablarle de Marianne.
Las mejillas de Jane se cubrieron de rubor.
-Querida mía, querida mía-estaba diciendo Keeble continuando con un monólogo del
cual ella se había perdido el principio.
-Perdone mi distracción, estaba concentrada en los pasos del baile.
-Le estaba diciendo lo bien que baila, tan ligera, tan graciosa. Es usted un ángel querida.
-De todas maneras tenga cuidado con los dedos de sus pies.
Keeble soltó una ruidosa carcajada.
-Seductora y divertida. Nunca le perdonaré a Chase por haberla mantenida escondida.
-¿Escondida? Esta usted equivocado. Yo no formo parte de su harén.
-No quería ofenderla pero me preguntaba como se habían conocido.
-Somos vecinos. Nuestras madres eran amigas, eso es todo.
Una mueca de decepción torció los gordos labios del dandy.
-¿Eso es todo?-repitió-¡Y yo que esperaba que usted me contara las orgías que el
organiza en el campo! ¿Nunca la invitó?
-Ni una sola vez.
-Pero al menos conocería usted a su exmujer, lady Portia, que, entre nosotros ya no
tiene nada de dama.
Por suerte, el siguiente paso del baile les separó librando a Jane de responder. La
curiosidad malsana de esa lengua viperina le recordó bruscamente su misión: atraer a
Ethan hasta el jardín.
Ethan estaba conversando con la rubia, parecía estar de excelente humor y se reía a
carcajadas. Levantó los ojos y sus miradas se cruzaron. La sonrisa de Ethan se borró
como si la transformación de Jane le molestara.
El corazón de la joven se encogió, avía cedido a las exigencias de lady Rosalind con el
único objetivo de gustarle a ese hombre. Cuando Ethan la descubrió se había sentido
tranquilizada, la había mirado asombrado, por un instante la miró de la misma forma
que miraba a las demás mujeres, y al momento siguiente pareció perder el interés en
ella.
Keeble se inclinó ante Jane, el baile avía terminado, le besó la mano apretando sus
gruesos labios con mas fuerza de lo que exigía la buena educación.
-Ha sido un gran honor bailar con usted Jane ¿Puedo llamarla por su nombre?
Ella libero su mano de la de el.
-Si lo desea...
-Me parece que la conozco desde siempre. ¿Quiere dar un paseo conmigo por el jardín?
Su expresión lasciva le puso a Jane la piel de gallina.
-Me gustaría pero estoy viendo que su amigo Duxbury se esta acercando y le he
prometido el siguiente baile, lo siento.

El segundo baile no tuvo nada que envidiar al primero, al tiempo que se movía,
Duxbury miraba sin ninguna vergüenza el escote de la joven y en sus ojos brillaban de
lujuria. Jane le piso deliberadamente el pie sin conseguir colmar su ardor, el también el
pidió dar un “pequeño paseo”. Ella se negó. Pensó que todos los hombres eran unos
degenerados, inquieta por el futuro de la pobre Marianne.
Su preocupación se apaciguó con los siguientes bailes. Al rigodón le siguió la vuelta y
luego una danza escocesa. Jane se sentía como en un remolino, parecía que todos y cada
uno de los hombres quisieran probar suerte con ella, la mayor parte se comportaron con
mas cortesía que Duxbury y Keeble. Por primera vez en su vida la “solterona” fue
consciente de su poder de seducción con los hombres, estos la encontraban hermosa,
encantadora e inteligente.
Ethan por su parte la ignoraba olímpicamente, estaba rodeado por sus admiradoras y las
hacia reir a carcajadas. Jane decidió no prestarle ninguna atención. Al día siguiente
volvería a ser una solterona como la tía Wilhelmina que parloteaba en un rincón
mientras se daba un atracón de dulces, pero esta noche era hermosa, y deseable. Y tenia
intención de disfrutarlo.
El reloj de péndulo marcaba las horas mientras la fiesta llegaba a su apogeo, el
champán corría como un río y Jane bebió algunas copas de esa bebida mágica que
inmediatamente la mareó. Estaba bebiendo otro trago cuando alguien le quitó la copa de
la mano. Ethan la fulminó con la mirada.
-Ha bebido demasiado.
-Devuélvame mi copa.
-No.
Dejó la bebida en la bandeja de un lacayo que pasaba en ese momento.
-Si continua bebiendo va a empezar a tambalearse como una fulana. ¿No le da
vergüenza comportarse de este modo?
Jane bufó.
-¿Y quien es usted para decirme algo así? Si va a darme lecciones de moral prefiero
encontrar a alguien mas alegre. No me será difícil.
La cabeza le daba vueltas pero se esforzó por que no se notara.
-Me prometió un baile.
Un vago recuerdo se abrió paso en la brumosa mente de Jane. El baile formaba parte de
su plan para llevarle al jardín donde le esperaba Portia. Le miró por el rabillo del ojo.
-¿Qué hora es?
-Casi media noche. La hora en la que la hermosa princesa se convierte de nuevo en
Cenicienta.
-Dicen que así se termina el cuento-dijo ella aturdida.
Hermosa, la había llamado hermosa.
-Y usted no lo cree-dijo Ethan dándole unos golpecitos en la mano-Evidentemente es
usted pragmática, Jane. No es el tipo de mujer que pierda la cabeza o que pida
cumplidos.
De modo que la seguía considerando como una solterona amargada y cargante. Le miró
frunciendo el entrecejo.
-La música ha vuelto a empezar-declaró ella-¿Vamos a la pista?
-No sin que antes me haya dado algunas explicaciones.
-No tengo porque darle explicaciones.
-Ha coqueteado mucho esta noche, pero todos esos hombres no saben quien es usted
realmente. Ignoran que esta interpretando una comedia siguiendo sin duda las ordenes
de mi madre.
-¿Si? ¿Y si no fuera una comedia? ¿Y si fuera así como soy realmente? ¿Y si la
mariposa hubiera salido por fin de su crisálida?
Ella dio una vuelta sintiendo con deleite como la seda acariciaba su piel, luego le miró
de reojo ¿La encontraba el deseable? ¿Por qué apretaba la mandíbula?
-Jane, ya basta. No esta siendo usted misma.
-Mis admiradores, por el contrario creen que soy autentica. Ahora venga si no quiere
perderse el baile.
Avanzó hacia la pista rogándole que la siguiera. ¡Mientras no la dejara plantada! Se
moriría de vergüenza. Afortunadamente la siguió. Los violines hicieron sonar los
primeros acordes. ¡Un vals! Jane empezó a retroceder, las reglas marcaban que ese baile
lo bailaran los novios o las parejas casadas.
-Me parece que vamos a tener que esperar-murmuró decepcionada.
De modo que no bailarían juntos, era el momento de llevar a lord Chasebourne fuera
donde le dejaría en manos de otra mujer. Bajó la cabeza, una lagrima brillaba en sus
pestañas y la secó rápidamente con el dorso de la mano.
-Al diablo esas reglas estúpidas-dijo Ethan-Somos adultos. Es mas, tenemos la misma
edad y tiene el derecho de bailar cuando le apetezca.
-Pero lady Rosalind dijo que...
-Hay que vivir peligrosamente.
La tomó de la mano y luego la cogió por la cintura, empezaron a dar vueltas entre las
demás parejas. Sorprendida, se dejó llevar en ese torbellino que le despertaba todos los
sentidos. Se dejaba llevar, y en los brazos de Ethan se sentía tan ligera como una pluma.
Igual que en sus sueños.
La miradas de desaprobación seguían sus movimientos, su madrina le dirigió una
amable sonrisa mientras que el duque de Kellisham fruncía el ceño. Una extraña
exaltación invadió a Jane. Estaba bailando en una nube con el libertino mas notorio de
todo Londres, pero el escándalo no la asustaba, le daba igual lo que pensaran los demás.
Solo le importaba Ethan.
-¿Se esta divirtiendo Chipie?-preguntó el.
Ella se rió echando atrás la cabeza.
-¡Mucho!
-La gente esta murmurando.
-Dejémosles que lo hagan.
-Mmmm-dijo el mirando con deseo la sensual forma de su boca-Esta noche esta
corriendo muchos riesgos. Tenga cuidado no vaya a ser que uno de esos dandys se
encapriche de usted porque intentara atraparla en sus redes.
-Soy un pez difícil de atrapar, solo morderé el anzuelo que he escogido.
-¿Y cual ha elegido Jane?
Tu, estuvo a punto de responder ella. Se contuvo a tiempo recordando los sabios
consejos de lady Rosalind: “Rodéate de misterio”
-Adoro la luz de la luna en el lago, la sensación de la seda en mi piel, los...
-No sabe lo que está diciendo. ¿Quiere hacerme creer que de la noche a la mañana se ha
convertido en una mujer frívola?
Imitando a las amantes de Ethan sonrió provocadora.
-¿Por qué no? Puede que haya descubierto mi feminidad.
-Bobadas. La conozco, solo es una beata, prefiere leer libros llenos de polvo antes que
asistir a los bailes para conseguir un marido.
-He cambiado de idea.
-En ese caso no olvide lo mas importante. No tiene dote. Cuando esos buitres lo sepan,
levantaran el vuelo a la busca de una presa mas lucrativa.
A ella le daba completamente igual, no pensaba casarse, el único hombre que le
importaba estaba bailando con ella y notaba su poderoso brazo alrededor de su cintura,
su mano posada en la de ella...Jane cerró los ojos. Los tres tiempos del vals ejercían
sobre sus nervios el efecto de un elixir mágico. La felicidad estaba al alcance de su
mano...No tuvo tiempo de seguir con ese dulce sueño...el baile terminó.
Jane volvió a abrir los ojos, miro extrañada alrededor suyo, estaban en el balcón cerca
de la balaustrada de piedra. La luna ponía reflejos de plata en la oscura cabellera de
Ethan y las sombras de la noche ocultaban su rostro.
-Chipie ¿Cómo se encuentra? Por un momento me ha parecido que se iba a desmayar.
Ella abrió la boca pero solo consiguió emitir un suspiro. La cabeza le daba vueltas, el
estaba pegado a ella y ella experimentaba una sensación muy extraña. Seguramente era
culpa del champán, pensó, las burbujas doradas. Se apoyó en Ethan y el la cogió por los
hombros.
-¿Un desvanecimiento?-preguntó el-Debería sentarse.
-Mmmm-balbuceó ella.
Su pecho estaba aplastado contra el musculoso torso de el, sus piernas parecían de
algodón y sentía unas ganas terribles de besar a ese hombre.
¡Me estoy volviendo loca!
-¿Jane?
El le acarició la mejilla. ¿Se estaría dando cuenta por fin de que ella era una mujer?
Jane se quedó inmóvil, con los ojos cerrados, esperando un beso que no llegó. En algún
lugar sonó un reloj, con cada golpe la magia desaparecía, se abría paso la realidad. Con
la duodécima campanada se convirtieron en un hombre y una mujer que acababan de
bailar un vals y que conversaban amistosamente.
Jane retrocedió
¡Medianoche!
La hora en la que Cenicienta abandonaba a su príncipe.

10

Ethan aspiró profundamente el aire fresco, todavía podía sentir el calor de Jane junto a
el, un calor que le quemaba. ¿Qué le estaba sucediendo? Para el Jane siempre había sido
el arquetipo de la solterona amargada, desearla era una locura, quizá ella se hubiera
lanzado a su cuello pero era evidente que el único culpable era el champán. Por esa
razón la había arrastrado hasta el jardín, para que los demás no se dieran cuenta de que
estaba borracha.
Nunca se hubiera atrevido a aprovecharse de la situación, sin embargo, si ella no se
hubiera apartado, estaba seguro de que la habría besado. Un deseo tan repentino como
inesperado le asaltó en el mismo instante en que ella se apoyó en el. Todavía ahora la
deseaba con desesperación.
No le había hecho el amor a ninguna mujer desde el día que Jane irrumpió en su
habitación en Wessex. Esta noche ella no tenia nada en común con ese espantapájaros
que menos de una semana antes le había echado a perder el día. Ahora era una diosa que
paseaba cogida de su brazo. Miró la fascinante blancura de sus hombros bajo la luz de la
luna. Su vestido revelaba una cuerpo delgado, atractivo y ágil que no se podía adivinar
bajo sus habituales ropas informes. Estaba apoyada con los codos en la balaustrada
admirando el jardín y su menuda cintura hacia mas evidente la forma redondeada de sus
nalgas.
-¡No se incline tanto!-le gritó llevándola hacia atrás lo cual le permitió tocar su cuerpo-
¡Se va a caer!
Ella se colgó de el titubeando.
-La loca se sujetaba a la barandilla-le dijo-Y ahora me sujeto a usted.
Era una sensación maravillosa abrazar a una mujer tan alta.
-Volvamos Jane.
-Todavía no. Tengo calor y me duele la cabeza. ¿Le gustaría dar una vuelta por el
jardín?
Ethan suspiró.
-De acuerdo-asintió temeroso de que ella hiciera el ridículo si volvía al baile en ese
estado.
La cogió por la cintura para ayudarla a bajar los escalones. Había linternas iluminando
los arbustos y otras parejas también estaban paseando mientras a lo lejos se oía la
música.
Procurando evitar cualquier contacto con su compañera, buscó desesperadamente
alguna distracción. Posó la mirada sobre el medallón que ella llevaba alrededor de su
cuello.
-Es bonito.
-Es lo mas bonito que tengo. Pertenecía a mi madre. Siempre lo llevo.
Disimulado entre sus camisas abotonadas hasta el cuello, pensó el. Si saber porque se
encontró deseando que en ese momento ella volviera a llevar uno de sus vestidos
informes que llevaba siempre.
-¿Quiere sentarse?-preguntó señalando un banco de piedra.
-Prefiero andar, cuando estoy en el campo ando durante horas.
-Como quiera, pero no debemos estar ausentes mucho tiempo sino empezaran a
murmurar.
-Me da completamente igual lo que piensen los demás.
-Las mujeres solo poseen su reputación, si la pierden no les queda nada.
-Mientras que los hombres continúan pecando tranquilamente con total impunidad.
El sonrió. Por fin podía reconocer a su antigua Jane en esa ácida respuesta.
-¡Exactamente!-respondió contento por haber recobrado a la Chipie de su infancia-Por
ejemplo si se pasea por estos paseos oscuros con gente como Keeble o Duxbury...
-¡Y por supuesto, con usted no corro riesgos! La idea de aprovecharse de mi posición de
débil mujer ni siquiera se le pasaría por la cabeza.
-Por supuesto que no-se apresuró el a responder.
-De verdad Ethan, no carece usted completamente de dignidad-decretó ella.
-¿Qué estoy oyendo? ¿Un cumplido?
-Si. Incluso creo que incluso tiene buenos sentimientos. ¿Se acuerda cuando hizo
compañía durante horas a Yarborough, su viejo guardabosques? ¡Eso fue muy amable
por su parte!
-Solo cumplí con mi obligación. Un furtivo le había disparado.
-Yarborough solo era un criado, hubiera podido usted dejarlo al cuidado de otra
persona.
Asintió vigorosamente con la cabeza antes de continuar:
-Es usted un hombre generoso le guste o no. ¿Por qué sino estaría usted aquí perdiendo
su tiempo conmigo en vez de divertirse con una de sus amigas?
-La amabilidad no tiene nada que ver. Ha bebido usted como un soldado, solo pretendo
evitarle hacer el ridículo.
-Eso demuestra su bondad, estoy segura de que no se negaría a ayudar a una mujer
desgraciada.
El entrecerró los ojos intentando averiguar lo que quería decir con eso.
-Jane vaya directa al grano. ¿Necesita dinero? Solo tiene que decirlo y me sentiré muy
feliz de ayudarla.
-Solo quería que se diera cuanta de que tiene un alma caritativa.
Estaban precisamente en el lugar donde la semana pasada habían estado jugando con
Marianne. Obligó a Jane a sentarse en un banco con suspicacia.
-Esta refiriéndose al bebé ¿no es así? Es otro de sus intentos para obligarme a
reconocerla.
-No lo ha entendido-resopló ella.
Los demás paseantes estaban volviendo a la casa para la cena. Pronto Ethan tendría que
interrumpir el paseo pero no lo iba a hacer sin antes descubrir a que estaba jugando
Jane.
-Al contrario, lo he entendido muy bien-replicó apretando las manos de Jane entre las
suyas-Su devoción por Marianne es admirable. Sin embargo ya le he prometido que
asumiría mis responsabilidades, con la condición, naturalmente, de que sea realmente
hija mía.
Se calló, sorprendido al descubrir la ternura que la niña despertaba en el. Su disipada
existencia empezaba a aburrirle, hubiera dado cualquier cosa por tener hijos y una
esposa que le amara, pero un felicidad así solo era una fantasía, en la vida real las
mujeres eran frívolas igual que su madre, infieles como Portia, caprichosas,
manipuladoras e interesadas y exprimían a los hombres como si fueran limones.
-Usted es el padre de Marianne-afirmó Jane-Seguro que tendremos la prueba cuando
vayamos a ver a lady Greeley.
-Puede ser.
¡Dios nos libre!, pensó el, Serena Badrick, vizcondesa de Greeley, que en un tiempo
fue una gran belleza, era una amante experimentada. Sus amantes le habían puesto el
sobrenombre de “La Tigresa” y formaba parte de los que Ethan llamaba “sus errores”.
Serena era muy posesiva, defecto que Ethan aborrecía. Su idilio, corto pero intenso,
estuvo a punto de acabar en un derramamiento de sangre. Los dos amantes se pelearon y
Ethan se sentía afortunado de haber conservado intactos sus genitales.
-Es extraño que todavía no haya aparecido por la ciudad-dijo pensativo-Si tarda en
hacerlo iré a vela a Hampshire.
-Iremos-rectificó Jane.
El sonido de los violines hacia vibrar el aire nocturno. Ethan se enderezó.
-Volvamos dentro. Mi madre no tardará en anunciar su compromiso.
-¡Oh no, todavía no!-murmuró Jane-Me siento débil. Por favor esperemos un momento,
no puedo enfrentarme a la gente con este mareo.
Parecía completamente desesperada. Ethan la miró mas detenidamente.
-Dígame al menos que no va a vomitar como aquel día en el lago ¿se acuerda?
-¿Qué lago?
-En Wessex, remó hasta la isla para comprobar si yo estaba allí con una mujer.
-¡Ah, si ya me acuerdo! Se trataba de Harriet Hubert.
-¡Que memoria!
En esa época el tenia quince años y se disponía a iniciar a la hija del carnicero en las
delicias del amor cuando Jane surgió como un ángel vengador para castigar el pecado.
La pobre Harriet había salido corriendo mientras gritaba. En cuanto a Ethan, no tuvo
mas remedio que volver a casa con Jane. Se pelearon como dos carreteros. Entretanto
estalló una tormenta, mareada por las olas del lago, Jane se había asomado por la borda
y había vomitado la cena.
-¿Se encuentra mal?-se preocupó Ethan.
-No me encuentro del todo bien.
-Pronto se sentirá mejor.
Se volvió a sentar en el banco. Jane se puso la mano en la frente como si fuera a
desmayarse, el le cogió las manos para reconfortarla y ella apoyó la cabeza en el
hombro de Ethan sin pensar. El sintió los rizos sedosos acariciándole la barbilla, eran
amigos desde niños, era normal que el se preocupara por ella
-¿Le pasa a menudo?-preguntó ella.
-¿El que?
-Mirar la luna con una mujer entre sus brazos. Para mi es la primera vez.
Una sonrisa brilló en los labios de Ethan. ¡Querida Chipie, siempre tan franca!
-¿Cómo?-la provocó-¿Nunca ha besado a un chico?
-Nunca. Crecimos en el mismo pueblo a años luz uno del otro.
Su tono soñador conmovió a Ethan.
-Se evitó un montón de problemas Jane. Créame, es mejor que haya conservado la
inocencia.
-¿Usted cree?-dijo ella bajando sus largas pestañas-Hay algo que nunca le he dicho
Ethan, cuando besaba a todas esas mujeres...
-Alto, ya conozco el resto. Usted era la voz de mi conciencia, quería salvarme de la
condenación eterna.
-En absoluto-susurró ella-Estaba celosa...
Hizo una profunda inspiración.
-Yo también quería que me besaran-continuó-Saber lo que se sentía al ser acariciada y
amada....
-Jane...
-Y ahora que soy adulta me sigo haciendo las mismas preguntas. Nada ha cambiado,
sigo siendo la misma. Me gustaría saber.
La luz de la luna iluminaba su rostro encantadoramente ingenuo. De modo que Jane
sabía lo que era el deseo insatisfecho, se dijo. Había escondido su naturaleza apasionada
bajo sus harapos durante años, del mismo modo que el se escondía detrás de su fachada
de seductor. En el fondo eran parecidos.
Con una diferencia de todas formas. Jane acababa de abrirle su corazón. En ese
momento estaba sentada muy recta con la cabeza agachada.
-Perdóneme-murmuró-No se que me ha ocurrido para decirle todas esas tonterías.
El la cogió por la barbilla obligándola a levantar la cabeza.
-No debe avergonzarse de sus sentimientos, son perfectamente normales.
-Por favor olvide lo que le he dicho. Demos un paseo antes de volver a entrar.
-No Chipie, su educación ha sido descuidada y voy a remediarlo de inmediato.
Se inclinó y su boca rozó la de Jane.
Los labios de ella eran suaves, infinitamente mas suaves de lo que el había imaginado.
Ella se tensó entre sus brazos y puso las palmas de las manos contra el pecho de el para
rechazarle. ¡Querida Chipie! Apenas la había tocado y ya estaba a la defensiva.
Divertido, acentuó la presión sobre su boca, sus dedos acariciaron los sedosos rizos, ella
entreabrió los labios dejando escapar un pequeño gemido y sus brazos se anudaron en el
cuello de Ethan.
Un deseo fulgurante le atravesó, el solo había querido besarla y ahora se consumía por
poseerla. Su beso tenia el sabor del champán, en la mirada extraviada de ella brillaba la
luz de la pasión. Esta criatura de fuego no podía ser Jane. Su Jane.
Cuando sus lenguas se tocaron ella emitió un pequeño grito maravillado. Su ingenuidad
y su torpeza atizaron el ardor de Ethan. Abandonó su boca para deleitarse con la dulce
carne de su cuello y sus hombros, sus manos cogieron los pechos de Jane y sus pezones
se endurecieron al instante. El tuvo ganas de atrapar las puntas endurecidas pero se
contuvo. No podía robarle la inocencia a su amiga de la infancia.
-Jane-dijo con voz ronca-es suficiente.
-No. Otra vez, por favor.
Ella le acarició el rostro con las yemas de los dedos.
-Hay gente en las ventanas y podrían vernos-dijo el con el corazón enloquecido.
Se oyeron pasos y Jane se sobresaltó.
-¡Ay Señor! Casi me olvido.
Ethan se llevó el dedo índice a los labios pero fue demasiado tarde; alguien apareció en
el sendero, una mujer.
Ethan le hizo una seña a Jane para que se mantuviera en silencio, esperarían a que la
intrusa desapareciera y luego volverían a la casa. No debía quedarse solo con Jane, la
tentación era demasiado grande.
Estaba divagando. Jane nunca había sido su tipo. No iba a atacar a una virgen inexperta
que había esperado veintiséis años para tener su primer beso. Sin embargo la llama que
ardió en el cuando sus labios tocaron los de ella...No pudo seguir soñando ya que Jane
le tiró de la mano.
-Lord Chasebourne venga-dijo con voz estridente-Tengo ganas de volver.
-¡Maldición!
Ethan frunció los labios. Algo se le escapaba, un momento antes ella se lanzaba a sus
brazos y ahora estaba desesperada por entrar en la casa. ¿Por qué había cambiado de
idea tan repentinamente? ¿Acaso lo lamentaba? El debía haberla asustado. La siguió
buscando una excusa para justificar su paseo por el jardín. Ella se encontraba mal y el
fue a ayudarla, si, eso es lo que les diría a los curiosos.
Entonces la mujer que estaba escondida en las sombras apartó la capucha de su capa.
La luna iluminó sus rubios cabellos, sus rasgos familiares. Ethan se quedó paralizado en
el sitio.
¡Portia!
Esa traidora de Jane le había llevado a una trampa.

11

Jane se apartó para que Ethan pudiera hablar a su ex mujer, esta, con la cabeza
inclinada, las manos unidas sobre la suave curva de su vientre y su bello rostro
iluminado por la luz de la luna, parecía una santa.
La voz corrosiva de Ethan rompió la armonía de ese hermoso cuadro.
-¿Cómo diablos has entrado? No me lo digas, siempre has tenido la habilidad de seducir
a mis criados.
-Ethan no te enfades-murmuró Portia-Te negabas a verme, solo me quedaba este
pequeño subterfugio para poder encontrarme contigo.
-Desde luego que se trata de un engaño.
Lanzó una negra mirada en dirección a Jane quien balbuceó:
-Escuche al menos lo que tiene que decir.
-Ahora entiendo mejor lo que decía sobre mi naturaleza...caritativa-gruñó el.
Estaba siendo sincera, le hubiera gustado gritar a Jane, pero prefirió guardar un
prudente silencio.
-Vuelva al baile-conminó el secamente-antes de que acaben dándose cuenta de su
ausencia.
Jane les siguió con la mirada mientras ellos entraban en una habitación débilmente
iluminada de la entrada. Pensó que formaban una hermosa pareja, el alto y viril y ella
frágil y graciosa. Era indudable que Portia le convenía mas a Ethan que la propia
Jane...Jane que había actuado para forzarle a escuchar a su antigua esposa. ¡Como debía
despreciarla! Pensó con la garganta cerrada. Aunque la palabra “actuación” no fuera del
todo adecuada. Cuando el la tomó entre sus brazos, ella no fingió ni la pasión ni el
deseo.
Dio media vuelta y volvió por el sendero. Por un momento se había sentido hermosa y
deseable, mareada por una extraña exaltación. Ahora el encanto se había roto y ella
retomaba su ingrato papel de solterona. Ethan nunca le perdonaría que se hubiera
prestado a una intriga así.
Subió enfadada las escaleras de la entrada, la acogió el sonido de las risas, el murmullo
de las voces y retazos de conversaciones, sin embargo para ella la fiesta había perdido
todo el encanto. Los efectos del champán ya habían desaparecido y de nuevo tuvo la
sensación de que su lugar no estaba entre esa gente elegante.
Los invitados estaban cenando en el comedor iluminado con múltiples candelabros, la
gran sala de baile medio vacía evocaba un sueño que acababa.
De puntillas para no atraer la atención de los músicos que estaban descansando, se
dirigió a la puerta doble y la abrió. En el descansillo oyó con mayor claridad las risas de
los invitados. Estaba a punto de subir por la escalera de mármol cuando alguien la
llamó.
-Mi querida niña ¿no cenas? ¿Dónde vas?
Como un hada con su vestido de gasa blanco bordado en oro, lady Rosalind estaba
subiendo los escalones recubiertos de una lujosa alfombra azul oscuro. Jane se dio la
vuelta de mala gana y haciendo un esfuerzo sobrehumano dirigió a su madrina una
sonrisa forzada.
-Yo...Quería descansar un momento en mi habitación.
-En efecto, pareces cansada ¿Estabas con mi hijo en el jardín?
Jane miró a lady Rosalind cuyos ojos brillaban maliciosos.
-Si milady. Hemos hablado un momento.
-¿Le gustó tu vestido?
-Si...creo que si, aunque no ha dicho nada.
-Habéis estado fuera mucho tiempo ¿De que habéis hablado?
Jane tragó con esfuerzo y la condesa esbozó una sonrisa llena de comprensión.
-Da igual, dime solamente donde está.
Las palmas de las manos de Jane se humedecieron.
-No...No lo sé.
-Tengo que encontrarle-insistió lady Rosalind-Le he buscado por todas partes. Os he
buscado por todas partes. Vamos a anunciar el compromiso y Kellisham se enfadará si
Ethan no esta presente. Bastante mal se llevan ya los dos...
-Pero ¿por qué? ¿Por qué Ethan no soporta al duque?
Lady Rosalind suspiró
-Porque Kellisham se parece demasiado a su padre.
-¿Y?-quiso saber Jane intrigada.
-Mi difunto esposo era un moralista, hizo todo lo que pudo para domar el carácter
salvaje de su hijo. Quería modelar a Ethan a su imagen y semejanza. Nada le detenía, ni
restricciones, ni prohibiciones. Intenté intervenir pero fue en vano. En fin creí que lo
mejor era separarles de modo que dejaba a Ethan a menudo en el campo mientras
nosotros vivíamos en Londres.
De Chasebourne padre Jane solo conservaba el vago recuerdo de un aristócrata altivo e
irascible.
-Perdóneme-murmuró-pero ¿por qué se casa con el mismo tipo de hombre?
Lady Rosalind cogió las manos de su ahijada.
-¡Que inocente eres!-exclamó-Siento una gran ternura por Kellisham, pero muchas
veces la vida se encarga de escoger en nuestro lugar.
Jane bajó la cabeza preguntándose se su madrina habría adivinado lo que la
atormentaba.
-Opino igual-dijo-Es usted muy juiciosa.
La condesa le apretó la mano.
-Comparte mas a menudo mi opinión y tendrás toda mi simpatía querida. Y ahora, mi
intuición me dice que sabes muy bien donde se encuentra el sinvergüenza de mi hijo.
Jane se mordió los labios mientras mantenía una dura lucha interior entre admitir que lo
sabía o fingir que lo ignoraba. Su natural honestidad tuvo la última palabra.
-Supongo que lo descubrirá, esta con Portia que quería verle.
-¿Con Portia? ¿En esta casa?
-Si. Llegó hace unos minutos.
-¡Que atrevimiento! ¿Cómo se atreve a venir a mi casa para comprometer a mi hijo?
-Es culpa mía-gimió Jane-Viendo su aspecto es evidente que necesita dinero. Me
convenció de que la ayudara.
-Jane, eres demasiado buena. Tu ingenuidad será tu perdición. No puedes ni imaginar el
modo que esa zorra se ha aprovechado de la generosidad de Ethan. ¿Dónde están?
-Abajo.
-Gracias.
Con un ruido de tafetán y gasa, lady Rosalind bajó la escalera, su furiosa expresión
entristeció a Jane mas de lo estaba “espero que no me desprecie ella también”-se dijo.
Apoyado en la mesa de madera maciza de la biblioteca, Ethan contemplaba a la mujer
que en un tiempo consideró como la esposa perfecta. Las pequeñas llamas de las velas
bañaban los finos rasgos de Portia con un resplandor rojizo. Sentada en un sillón de
cuero, se alisaba la falda rosa pálido como si quisiera exhibir mejor su abultado vientre.
Sin embargo la conmovedora visión de su embarazo no afectaba a Ethan. Portia siempre
perseguía algo, y ahora iba a intentar, como de costumbre, aprovecharse de la situación.
Hija única de un conde, lady Portia Lovett combinaba la gracia y la belleza con una
impecable educación. Ethan la había visto por primera vez en el hipódromo. Ese día ella
estaba resplandeciente, semejaba una joven Venus...y también una niña consentida por
unos padres demasiado cariñosos. Ethan experimentó un verdadero flechazo por ella,
sin embargo se había jurado a si mismo que solo cortejaría a mujeres viudas o casadas.
Pero Portia le atrajo como un imán. El mismo día que se conocieron ella le rozó los
labios con un beso. Había ido a una escuela para jóvenes de buena familia pero sabía
muy bien como seducir a un hombre.
Besos, caricias, promesas...Aturdido por la pasión Ethan confundió deseo y amor. Una
noche, mientras los dos tortolitos intercambiaban apasionados besos, el padre de Portia
les sorprendió. Ethan no tuvo mas remedio que pedir la mano de la joven. Y la mano fue
concedida.
Por supuesto ella se las había arreglado para que su padre llegara en el momento
oportuno, pero Ethan eso lo supo mas tarde, ya que a lo largo de su matrimonio fue de
una desilusión a otra.
En ese momento ella le miraba con sus grandes ojos violetas, con esa expresión
suplicante que era experta en fingir.
-Ethan-dijo con la melodiosa voz que adoptaba siempre que quería conseguir algo-
Ethan perdóname por haberte alejado de tus invitados. Si mi situación no fuera tan
desesperada...
Dejó la frase en suspenso, su labio inferior comenzó a temblar actuando como una
consumada actriz.
-¿Qué te sucede Portia? ¿Tienes deudas de juego?-le preguntó el con los brazos
cruzados sobre el pecho-Yo ya no soy responsable de tus tonterías por si lo has
olvidado. Pídele a tu padre que te ayude.
-Mi familia ha renegado de mi. Papá tiene vergüenza de tener una hija divorciada...Me
evita. Y de todos modos su fortuna no es tan grande como la tuya.
-Te di una suma que te hubiera permitido vivir cómodamente hasta el fin de tu vida.
-Si, y te lo agradezco-suspiró ella con la expresión de una mártir a punto de ser lanzada
a los leones-Pero no me queda nada. George Smollett huyó llevándose todo lo que tenía.
El lo sabía por Jane. En labios de Portia las cosas sonaban de otro modo. El tal Smollett
debía haber abandonado a su víctima por otra presa mas rica.
-¿Por qué no le denuncias? Le arrestaran y le obligaran a devolverte el dinero.
-Se ha ido Ethan. Ha volado al continente, no le encontrarían nunca.
-Eso no es problema mío.
-¿Cómo puedes ser tan insensible? Te lo suplico, eres mi única esperanza. Dame cinco
mil libras y nunca volverás a oír hablar de mi.
Se puso de pie y se acercó a el. Su mano se deslizó por el muslo de Ethan hacia su
entrepierna.
-Querido, ayúdame. Te lo pagaré bien.
Asqueado la apartó bruscamente.
-Detente. No me vas a engañar.
-¿Estas molesto por no haber podido hacerme un hijo en los cuatro años de nuestro
matrimonio? No creas que es una cuestión de virilidad Ethan-declaró ella con voz
venenosa.
-Nunca quisiste un hijo mío-gritó el-Decías que un embarazo deformaría tu figura.
De forma extraña, el rostro de Jane sustituyó al de Portia. Jane si que querría a su hijo,
habría peleado con uñas y dientes para conservar a Marianne. Jane tenía un instinto
maternal del que carecía Portia por completo.
Pero ¿y ese beso? Se preguntó. ¿Estaba calculado para que el se entretuviera hasta la
llegada de su ex mujer? Le costaba creerlo. A pesar de su mal carácter, Jane era una
persona recta y leal, incluso aunque esa noche le hubiera desvelado una faceta
insospechada de su personalidad.
-¿Y que tiene Jane Mayhew que ver en esto?-ironizó Portia como si le hubiera leído el
pensamiento-¿Estas pensando en seducir a esa solterona desechada?
-No sé de que estas hablando.
-¿Qué hacíais en este banco cuando he llegado?
-La ponía en guardia sobre ciertas víboras como tu que llevan la traición en la sangre.
Portia se rió.
-Guarda tu pequeño secreto, me da completamente igual. Pero no abuses de su
confianza, me disgustaría mucho.
-Sin duda quieres tener tu ese privilegio.
La risa de Portia se desvaneció. Sacudió la cabeza.
-Jane fue lo bastante gentil como para demostrarme un poco de amistad con mis
dificultades.
Como si Portia conociera el significado de la palabra amistad! Ethan frunció el ceño.
Su ex esposa había manipulado a Jane, con mentiras y lágrimas de cocodrilo, supo
ganarse sus simpatías. Tocó todos los resortes: el buen corazón de jane, su ingenuidad,
su costumbre de defender las causas perdidas...
-Escucha-dijo abruptamente-Te propongo una cosa: una casa en el campo donde podrás
criar a tu hijo tranquilamente. Y eso es todo.
Portia entrecerró los ojos.
-Pero yo no tengo ninguna gana de exiliarme. Necesito dinero.
-Olvida el dinero. Lo perderías en el juego. La casa en el campo o nada.
-Quiero vivir en Londres.
-Entonces lo harás bajo un puente.
Ella cogió un libro de la estantería y lo lanzó con furia a la cara de Ethan quien se
agachó para evitar el golpe.
-¡Eres un miserable!-gritó ella-Un rufián. Le diré a Jane como eres.
Llamaron a la puerta, y esta se abrió dando paso a lady Rosalind. Al entrar en la
biblioteca la madre de Ethan dirigió a su antigua nuera una mirada llena de furia.
-Tu ya no vives en esta casa. ¡Sal de aquí inmediatamente!
-Encantada. No te he echado de menos vieja, ni a ti ni a tu encantador hijito.
Se fue con la cabeza alta cerrando la puerta con violencia. Lady Rosalind levantó la
mirada al techo.
-Esta ramera se cree que es la reina. Hiciste bien en librarte de ella.
-No hablemos mas de eso, volvamos al baile.
-Me he dado cuenta de que esta encinta.
-No soy el padre de la criatura, no te preocupes.
-Supongo que después de las veces que te ha negado un heredero debes estar furioso.
-¿Quién te ha dicho que ella me lo negó?-preguntó el fríamente.
-Lo he adivinado. No erais felices y se notaba. No dejes que ese matrimonio
desafortunado te amargue querido.
-Es un poco tarde para que te preocupes por mi, madre.
-Y sin embargo es verdad. Deberías volver a casarte-insistió ella-No todas las mujeres
son como Portia.
El dejó escapar una risa amarga.
-¿Por qué quieres que me compre la vaca cuando tengo la leche gratis?
Su madre frunció el ceño.
-Por Marianne. Necesita una madre.
-Jane se ocupa muy bien de ella.
Lady Rosalind lanzó un pequeño grito y se llevó el abanico a los labios. Un luz brilló
en sus pupilas.
-¡Dios mío! Es una excelente solución ¿Por qué no lo he pensado antes?
-¿Pensado que, madre?
Ella le cogió del brazo sonriendo.
-En Jane querido. Sería una esposa ideal.
12

La carroza rodaba por un camino de campo. Dos cuervos daban vueltas lentamente bajo
un cielo plomizo. Amenazaba tormenta pero por el momento la naturaleza estaba
cubierta por sus adornos primaverales. Jane se vio invadida por una oleada de nostalgia,
echaba de menos Wessex.
Wilhelmina estaba dormitando en el asiento, su bonete blanco estaba caído a un lado y
su enorme pecho se movía arriba y abajo con el ritmo de sus ronquidos.
Jane manoseaba pensativa su medallón. Algún día ella seria como su tía, una solterona
amargada que conservaría con añoranza el recuerdo de un beso intercambiado una
noche en un baile.
En el cielo los pájaros seguían dando vueltas. Se prometió a si misma que no pasaría el
resto de su vida lamentándose por un amor perdido. Hacia ya tres días que Ethan no le
hablaba, ni siquiera había tenido la cortesía de responder a sus mensajes, había preferido
hacer el camino a caballo con tal de no estar en el mismo carruaje que Jane. Había
insistido para que llevaran a Wilhelmina en su visita a lady Greeley, solo Dios sabía
porque. Lo mas probable es que fuera para no tener que dirigirse directamente a Jane.
Después del famoso baile la evitaba cuidadosamente, se encerraba en la habitación de
la torre y no aparecía ni siquiera para las comidas. En el transcurso de uno de sus
‘paseos con Marianne, Jane vio una puerta medio oculta bajo una cortina de hiedra, el
jardinero le explicó que era la entrada secreta a las habitaciones del conde, entonces los
celos le atravesaron el corazón...las amantes de Ethan podían deslizarse por allí con total
discreción.
Intentó sonsacarle a lady Rosalind alguna información sobre el encuentro de Ethan con
Portia, su madrina no se había molestado en ocultar que no le gustaba su antigua nuera,
pero fueran cuales fueran los pecados de Portia, no se merecía lo que le estaba
sucediendo se decía Jane. Aunque solo fuera por el hijo que esperaba y que al igual que
Marianne pronto iba a pagar por las faltas de su madre.
Una ráfaga de viento sacudió la carroza, unas gotas de lluvia se estrellaron en los
cristales, el cielo se había oscurecido, un rayo iluminó el cielo y fue seguido por el
estruendo de un trueno. Luego, de golpe, cayó un diluvio. El vehículo se detuvo.
A pesar de la tromba de agua y del ruido que producía sobre el techo del carruaje,
Wilhelmina continuó roncando apaciblemente. Se abrió la puerta y entró Ethan
empapado hasta los huesos. Antes de que pudiera cerrarla cayó sobre Wilhelmina un
chorro de agua que la despertó sobresaltada.
-Ah...¿Hemos llegado por fin?
Ethan se quitó los guantes y se pasó los dedos por el pelo empapado.
-No, todavía queda una hora.
-¡Dios mío! Este viaje es interminable-se quejó Wilhelmina-Y todo para encontrar a la
madre de Marianne. ¡Es vergonzoso!
Ethan se quitó el abrigo. Wilhelmina ocupaba todo el asiento y no tuvo mas remedio
que sentarse al lado de Jane.
-Perdone que haya interrumpido su siesta.
-¡No estaba durmiendo la siesta! Estoy haciendo un echarpe para Jane-respondió
Wilhelmina exhibiendo dos agujas de madera que empezó a mover con ganas-Los
inviernos son fríos y húmedos en Wessex, la pobre puede acabar con reuma como yo.
-¡El frío no me preocupa tía Willy!-objetó Jane-Tengo la sangre caliente.
Comprendió demasiado tarde que sus palabras podían ser malinterpretadas. Ethan no
reaccionó, parecía haber relegado su ardiente beso al olvido. Jane se alisó la falda de
seda marrón con la mano enguantada. Le encantaba su nuevo guardarropa. Medias de
seda, encajes, corpiños escotados, faldas vaporosas...Cada vez que veía su reflejo en un
espejo, se detenía para asegurarse que era realmente ella.
Desgraciadamente Ethan no parecía darse cuenta de su nuevo aspecto.
-Hay una posada a unos diez kilómetros de aquí-dijo-Si la tormenta continua nos
cobijaremos ahí.
Un nuevo relámpago iluminó el cielo, Jane se esforzó en concentrarse en su libro de
poesía, era inútil seguir soñando con ese beso que de todos modos pertenecía al pasado,
era una tontería emocionarse por un breve encuentro que evidentemente no había
significado demasiado para Ethan, para el no era nada, bajo su punto de vista Jane
seguía siendo lo que era en realidad: una solterona llena de prejuicios.
El rítmico ruido de las agujas de hacer punto se hizo mas lento y después cesó del todo,
Wilhelmina cayó de nuevo en una dulce somnolencia. Era una suerte, se dijo Jane, pero
antes de que empezara a hacer preguntas Ethan se adelantó.
-¿Qué esta leyendo?
-Eh...Los poemas de William Blake.
-¡Ah! A mi me parece que su poesía esta plagada de trivialidades.
-No estoy de acuerdo. Blake escribe unos versos admirables.
-¿Entonces porque me mira en vez de leer? ¿Por qué no quiere admitir la verdad? Esos
poemas son empalagosos y aburridos.
-No es cierto.
Jane se interrumpió.
-Ethan, no quiero que nos peleemos. Tengo algo importante que decirle.
-Si se refiere a la noche del baile será mejor que no lo haga.
-Está enfadado conmigo porque organicé el encuentro con Portia. Le pido perdón.
-Detesto las intrigas.
Le miró a los ojos.
-No soy una intrigante, defendí una causa justa. ¿Va a ayudar a Portia?
-Rechazó mi ofrecimiento, puede usted tener la conciencia tranquila, hizo todo lo que
pudo.
-¿Lo rechazó? No lo entiendo. ¿Le ofreció una cantidad ridícula?
-No. Una casa en el campo, pero ella prefería dinero en efectivo. Cinco mil libras para
poder pagar sus deudas de juego.
¡Cinco mil libras!
Jane miró a Ethan asombrada.
-Se refiere a las deudas de George Smollett, el juego es un pasatiempo de hombres.
Ethan levantó las cejas con cinismo.
-Es usted decididamente muy ingenua mi querida Jane.
-En ese caso dígame toda la verdad para que pueda entenderlo.
-El juego ejerce en algunas personas, sean hombres o mujeres, un atractivo irresistible.
La posibilidad de ganar es tan poderosa que están dispuestos a vender a su padre y a su
madre e incluso dejar sin comer a sus hijos.
Jane se quedó de piedra. ¡Que afición tan horrible! ¿Lady Portia era realmente victima
de algo así?
-Usted también juega, y no parece andar mal de dinero-contestó.
-Yo sé controlarme. El dominio de si mismo es el mejor atributo de un jugador.
-A mi siempre me ha parecido un hombre de excesos.
-Mis vicios son mas carnales que mentales-respondió el con una traviesa sonrisa.
Me toma por tonta, constató ella con pesar.
-A propósito de Portia...
-Parece deslumbrada por mi ex mujer.
-Estoy preocupada por su hijo.
El elevó los hombros.
-Eso la honra, cuando nazca veré lo que puedo hacer.
Antes de que ella pudiera expresar su gratitud, el se inclinó hacia Wilhelmina que
roncaba, le cogió la petaca de medicina y se la llevó a la boca. Dio un trago y luego se
secó los labios con el reverso de la mano con una mueca de asco.
-¡Puaj! ¡Que asco!
-¡Deje eso!-susurró Jane-Es su medicina.
-De eso nada, es coñac con melaza...puede que con una pizca de opio.
Acercándose a Jane murmuró
-Me temo que su tía es una borracha.
Esa idea ya se le había ocurrido a Jane, pero siempre se negó a admitirlo.
-Y usted tiene la lengua de una víbora. Todo el mundo tiene defectos.
-Salvo usted Chipie. ¿Cómo la describió Duxbury ¡Ah si! Un modelo de perfección. Le
causó una gran impresión.
De nuevo la estaba provocando.
-Nadie es perfecto Ethan, seguro que he cometido algunos errores.
-Puede ser.
Su mirada se detuvo en la boca de Jane quien reprimió un estremecimiento. ¡Como le
gustaría que la volviera a coger en sus brazos! Dios mío ¿de donde salían esos
pensamientos? Ante todo tenia que proteger a Marianne.
-Hábleme de lady Greeley-dijo.
Ethan miró por la ventana, había estirado sus largas piernas cuidando de no molestar a
Wilhelmina que continuaba roncando.
-La lluvia es preferible a este interrogatorio.
-No quiero molestarle, solo quiero saber, en el caso de que lady Greeley fuera la madre
de Marianne, lo que pudo hacer que la abandonara.
-No lo sé.
-¿Cuanto tiempo duró su relación?
-Una semana.
-¿Es el tipo de mujer que dejaría a su hijo en la puerta de una desconocida?
-Desde luego que si.
Su respuesta, carente de toda duda, irritó a Jane.
-¿Entonces porque mantuvo una relación con alguien tan egoísta?
-¿Tengo que escribírselo? Me fijo mas en los atractivos físicos que en los morales.
-De acuerdo pero ¿por qué una dama como lady Greeley se dirigiría a otra persona y no
directamente a usted? ¿por qué abandonó a Marianne en mi casa?
-Eso es un misterio.
-Sea quien sea la madre de la niña, me parece que su actitud es muy extraña.
-Todo es extraño en este asunto.
Miró el sello de oro que llevaba en su dedo.
-No sé cuando podría haber tenido ocasión de coger este sello. En esa época no lo
llevaba.
-¿Dónde la tenia guardada?
-Estaba en la cómoda, metida en una caja. Me llevó un tiempo darme cuenta de que no
estaba.
-Lady Greeley pudo haberse metido en su habitación cuando hizo una de sus visitas a la
torre.
Ethan se puso verde.
-¿Qué sabe de la habitación de la torre?
Con la boca seca, Jane simuló estar ojeando el libro.
-Solo lo que el ama de llaves me dijo. Que no se le podía molestar cuando estaba usted
allí. Deduje que es ahí donde recibe a sus...
La frase murió en sus labios, Ethan la miraba impasible, ella esperaba una respuesta,
una explicación, pero el guardó silencio. Al cabo de un momento volvió a mirar por la
ventana.
-Ya no llueve. Si me excusa...
Dio un golpe en el techo y el carruaje se detuvo. Se puso el abrigo y los guantes,
empujó la puerta y saltó al suelo. A través del cristal lleno de gotas de lluvia, Jane le vio
rodear el coche para desatar a su caballo.
Wilhelmina volvió a abrir los ojos.
-¿Ya hemos llegado?-preguntó.
-No tía, todavía no.
-Estoy agotada-lloriqueó peleando con su pelota de lana-Daria cualquier cosa por estar
en Wessex.
Jane oyó a su tía quejarse sin moverse. Poco después Wilhelmina se volvió a dormir.
Ahora ya podía reflexionar con tranquilidad. El coche se movía con suavidad, el
habitáculo parecía extrañamente vacío sin Ethan, disimuladamente deslizó la mano por
el lugar donde el había estado sentado. El recuerdo de su único beso inflamó el cuerpo
de Jane. Nunca había experimentado tales sensaciones y tenia que admitir que lord
Chasebourne, notorio libertino, la fascinaba.

Bradick Hall parecía mas una prisión que una residencia. La fachada de piedra gris con
estrechas ventanas era siniestra. Solo el humo que se escapaba de la monumental
chimenea indicaba que el lugar estaba habitado.
Jane andaba sobre el camino de grava, el dobladillo de su vestido se metía en charcos
de barro, Wilhelmina se quedó esperando en el carruaje. Ethan miró a Jane que
avanzaba con el valor de un joven soldado. Las curvas de su cuerpo bajo la capa de seda
le excitaron. Pero, como le ocurría cada vez que la contemplaba, oyó la voz de su madre
diciendo “Jane seria una esposa perfecta”.
Entonces le daban ganas de salir corriendo. La mera idea del jugo conyugal le ponía la
piel de gallina. Se había jurado a si mismo no poner nunca mas su futuro en la manos de
una mujer ¿por qué contentarse con una si podía tenerlas todas?
Subí la escalera de granito detrás de Jane. La puerta de entrada era inmensa, como la de
un castillo.
Ethan llamó.
-¿Lady Greeley esta casada?-preguntó Jane.
-Viuda. Vive con su cuñado.
No le dio tiempo de decir nada mas, la puerta se abrió sobre un Adonis con libra roja
que le miró con sorpresa.
-¿Milord?
-Quisiéramos ver a milady-explicó Ethan
-Lady...G...Greeley? No pueden, está...
-No está en Londres de modo que tiene que estar aquí-le interrumpió Ethan con
impaciencia.
Serena debía estar en compañía de algún hombre, pensó, y su mayordomo tenía
ordenes de no molestarla.
-Soy lord Chasebourne-continuó-Vaya a decirle que la espero en el salón.
Empujó al mayordomo y entró. Jane le siguió. Se dirigieron a una sala mal iluminada,
decorada con armaduras y tapices medievales. Los candelabros apagados incrementaban
el aspecto lúgubre.
-¿Todavía esta ahí? Vaya a decirle a su señora que deseo hablar con ella de inmediato.
-Pero...No puedo...No está...aquí...Quizá lord Greeley quiera recibirle.
Ethan apartó al criado.
-No importa. Sé donde encontrarla.
-Pero milord...
Ignorando las protestas del mayordomo, Ethan se precipitó hacia la escalera de roble.
Pasó por el primer descansillo que tenia un casco y una cota de mallas y se dirigió al
piso superior. Jane subía tan deprisa como podía.
-Ese mayordomo se comporta de forma extraña-murmuró-Dudo que lady Greeley esté
en casa.
-Estoy seguro de que está aquí.
Anduvo por el pasillo débilmente iluminado y se detuvo delante de la puerta del fondo.
Llamó pero no obtuvo respuesta.
-Ethan no puede forzar esa puerta, si se está vistiendo...
El encogió los hombros, se imaginaba mas bien a Serena desnuda en los brazos de su
último amante, escena que era mejor ahorrarle a Jane.
-Tiene razón-dijo-Espéreme aquí.
-¿Para que la interrogue a su manera? Nunca-
-Por una vez demuestre un poco de sentido común. Todo indica que está con un
hombre.
-Eso no puede ser peor que cuando le encontré en la cama con su encantadora rubia.
Ethan la miró, le invadió una extraña sensación como le ocurría cada vez que la veía
así, vestida de seda. Sus cabellos enmarcaban su dulce rostro...tan familiar. Pero los ojos
de Jane, grises, brillantes, penetrantes, seguían siendo los de la Jane de su infancia.
-Muy bien-suspiró-Vamos allá-
Empujó la puerta. Las cortinas estaba echadas y el lugar estaba a oscuras. Un denso
olor de musgo mezclado con tabaco impregnaba el aire.
-¿Serena?-llamó Ethan-Soy Chasebourne, tengo algo que decirle.
Reinaba el silencio mas absoluto.
Ethan atravesó el vestidor en dirección al dormitorio. Abrió la puerta impidiendo que
Jane pasara como si quisiera protegerla. Percibió en la sombra la forma de la gran cama
de columnas. Un lecho vacío.
-¿Serena?
En un rincón de la habitación brillaba una luz naranja.
-¿Quién está ahí?
Crujió una silla, la luz se movió. De pronto se encendió una vela. El rostro sin afeitar
del vizconde Greeley se dibujo en la penumbra. Era un hombre atlético, con el pelo
rubio despeinado. Olia a whisky. Un cigarro reposaba en un cenicero de porcelana al
lado de una botella.
Ethan nunca había sentido aprecio por Edgar Badrick, era un envidioso y un
manipulador. Siendo el menor de una familia numerosa, siempre había deseado las
posesiones de su hermano mayor incluida su viuda. Había heredado el título cinco años
antes cuando su hermano murió en un accidente de caza. Se sospechó un homicidio pero
se cerró la investigación por falta de pruebas.
-Greeley-preguntó Ethan-¿Dónde esta Serena? Tengo que hacerle unas preguntas.
Lord Greeley dio una calada a su cigarro y soltó el humo.
-Llega usted con un mes de retraso-dijo con voz pastosa-Serena esta muerta.
13

Jane se llevó las manos a la cara boquiabierta. Ninguna corona fúnebre, ningún crespón
negro en la puerta, indicaban que la casa estaba en duelo. Ethan por su parte se quedó
atónito, sus sombríos ojos sondearon a su anfitrión.
-Lo siento...No he leído nada en las esquelas de los periódicos en Londres.
-No se han publicado.
La despreocupación de Greeley no engañó a Jane, ese hombre se había encerrado en la
habitación de su cuñada para llorar por su desaparición, estaba segura de ello.
-Milord, usted no me conoce-dijo-pero permítame que le de el pésame.
Greeley miró a Jane con burla.
-Gracias...Señorita, me parece usted demasiado decente para acompañar a Chasebourne,
¿acaso se ha reformado?
-Déjela en paz-exclamó Ethan-¿Cómo murió Serena? ¿Otro accidente?
Greeley aplastó el cigarro antes de levantarse titubeando.
-Es usted despreciable. No sé que me contiene de darle un puñetazo en la cara.
-No me peleo con borrachos pero por una vez estoy dispuesto ha aceptar el desafío.
El odio desfiguraba los rasgos de Greeley.
-¡Fanfarrón! Ha venido para arrastrar a Serena a una de sus trampas diabólicas. Pero
ahora ella esta muerta, algo que evidentemente a usted le da completamente igual. Solo
la deseaba porque su amigo la tuvo antes que usted. El hermoso capitán Randall con su
magnifico uniforme rojo...
Ethan apretó los puños dispuesto a pelearse.
-No es usted digno de pronunciar ese nombre.
Para evitar la pelea, Jane se metió entre los dos hombres.
-¡Deténganse! Por el amor de Dios, no estamos aquí para pelearnos.
Se dirigió al dueño de la casa.
-Lord Greeley, no se ofenda, Ethan esta conmocionado por la noticia. Se lo ruego,
siéntese.
Vacilando, Greeley terminó por dejarse caer en su sillón y escondió la cara entre las
manos. Era la imagen misma de la desesperación.
-No quisiera molestarle-dijo ella con amabilidad-pero ¿podría contarnos el final de lady
Greeley?
-Fiebre-murmuró el-La maldita fiebre se la llevó hace cerca de un mes.
Jane se mordió los labios buscando frenéticamente una manera delicada de abordar la
siguiente pregunta pero Ethan, que no tenia los mismos escrúpulos, se le adelantó.
-¿Era la fiebre consecuencia de un parto?-preguntó secamente-¿Dio a luz una niña?
Greeley saltó como si hubiera recibido una cuchillada. Sus ojos rodeados de ojeras se
fijaron en Ethan...Por un momento Jane creyó que iba a responder afirmativamente
pero, bruscamente, cogió la botella y la lanzó contra la pared. Los trozos de vidrio se
dispersaron por la alfombra y el olor del alcohol lleno el aire. Greeley se inclinó hacia
delante, lívido.
-¡Salgan!-gritó-¡Salgan antes de que les mate a los dos!
Jane, horrorizada, tiró a Ethan del brazo.
-Venga, tenemos que irnos.
El no se movió ni una pulgada.
-No. Antes tenemos que saber la verdad.
-No la sabrá, no va a decirnos nada mas.
Le empujó hacia la puerta.
-Hay una forma mejor de hacerlo-le dijo ella al oído-Sígame.
El salió de mala gana. A penas se hubo cerrado la puerta tras ellos, el ruido de otro vaso
roto llegó desde el interior de la habitación. Greeley lo estaba destruyendo todo en un
nuevo acceso de ira.
Ethan miró belicosamente a Jane con la manos en las caderas.
-La escucho ¿Cuál es esa manera que nos permitirá saber si Serena es la madre de
Marianne?
-Vamos a interrogar a los criados.
-¡Eso es una tontería! Greeley ha debido prohibirles hablar. Uno no divulga que su
cuñada a puesto en el mundo a una pequeña bastarda.
-¿Tiene una idea mejor? ¿Cree realmente que se puede obligar a decir la verdad a un
hombre que llora la desaparición de su cuñada?
-¿Su cuñada?
Ethan soltó una carcajada despectiva.
-Esta llorando por su ramera.
-¿Su ramera? Que...
De repente lo comprendió.
-Insinúa que lady Greeley y el...
-Exactamente.
-¡Esta equivocado! Ella era la viuda de su hermano...Estaban viviendo como hermanos.
-Como hermanos incestuosos. Serena carecía de moral, era peor que una prostituta.
Podía ser, pero el hecho de que pudiera ser la madre de Marianne hacia que Jane la
considerara con indulgencia.
-¿No le da vergüenza? No hay que hablar mal de los muertos.
-Y usted no debería defender a alguien que no conoce de nada.
-No apruebo sus actos, pero me niego a criticarla. ¿Con que derecho la juzga usted?
Usted se acostó con la amante de su mejor amigo.
El se dio la vuelta y la aplastó contra la pared.
-¿Por qué me critica sin cesar? ¿Porque siempre cree que yo soy el villano en este
asunto?
Estaba cerca de ella, demasiado ceca, su olor masculino la turbaba.
-Usted...es el malo de la historia-consiguió articular-porque seduce a las mujeres.
-Y la mujeres me seducen a mi. Es recíproco. ¿Pretende acaso no haber disfrutado con
nuestro beso?
Fue una observación mezquina pero Jane no prestó atención. Esa boca tan cerca de la
suya, la atraía como un imán. Tragó saliva con esfuerzo.
-Tienta a las mujeres honradas-murmuró.
-Pero ellas no me tientan a mi, prefiero las mujeres de mala vida.
-¿Por qué?-no pudo evitar preguntar-¿Por qué continua viendo a mujeres que desprecia?
-Por placer. Me procuran sensaciones que ninguna mujer honrada podría darme jamás.
-¿Cómo puede estar tan seguro? ¿Y la felicidad? Quizá seria mas feliz con una buena
esposa.
-¡Tonterías! Para dejar claras las cosas ¿sabe cual era el juego favorito de Serena?
Atrapó las muñecas de Jane, las levanto por encima de su cabeza y las pegó a la pared.
-Le gustaba que la ataran a los postes de la cama. Entonces dejaba que sus amantes la
acariciaran, le encantaba sentirse violada. Y ahora ¿qué opina Chipie? ¿está
sorprendida?
Ella solo pudo asentir con la cabeza. ¿Cómo podía haber imaginado algo así? Si, estaba
sorprendida y azorada. Por un momento se vio a si misma atada, mientras Ethan
descendía sobre ella...¿Qué le hacia el exactamente a Serena? ¿Qué placeres prohibidos
compartían? Jane suspiró...le daba vergüenza sentir envidia de una muerta.
Ethan la soltó. Con aspecto abatido se pasó la mano por el pelo.
-No tendría que haber hablado de cosas tan intimas.
-No se disculpe. Es posible, ya que el capitán Randall esta muerto, que yo pueda
convertirme en su amiga.
-Y vendría conmigo a recorrer las casas de mala fama de Londres?
-Quería decir que si necesita hablar con alguien...
-No gracias. Si siente algo de amistad por mi, hágame el favor de no perseguirme mas.
Jane le siguió con el corazón encogido.
El no la amaba, no la deseaba. Ella había desperdiciado su vida, con veintiséis años ya
era una solterona que solo tenia los libros para entretenerse. Era demasiado tarde para
cambiar, nunca correspondería al ideal femenino de Ethan. Como mucho podría
convertirse en la madre de su hija bastarda.
El mayordomo les esperaba en el vestíbulo.
-Lo siento milord-dijo en cuanto vio a Ethan-No sabia como anunciarle el fallecimiento
de milady.
-Ahora ya lo sé-respondió Ethan-Pero me gustaría hacerle una pregunta. ¿Tuvo lady
Greeley un hijo antes de morir?
El mayordomo sacudió negativamente la cabeza con tanto vigor que su peluca blanca
estuvo a punto de caer.
-Yo...No lo sé.
-Vamos, vamos, los criados seguro que hablaron de ello, es imposible esconder un
embarazo y todavía mas un parto.
-Milord, yo no soy la persona indicada...
-Por favor ayúdenos-intervino Jane suavemente-Es muy importante para nosotros,
nunca le diremos a nadie quien nos lo dijo.
-Lord Greeley nos prohíbe hablar de rumores.
Ethan deslizó en su mano un soberano de oro.
-Es posible que esto le ayude a superar los escrúpulos.
El mayordomo deslizó la moneda en su bolsillo. Tras otro momento de duda, declaró
en voz baja:
-Tiene razón milord. Yo mismo fui a buscar a la comadrona.
El corazón de Jane dejó de latir.
-¿Era una niña?
-Si.
-¿Dónde está ahora?-quiso saber Ethan-¿Aquí? ¿En una institución?
Jane contuvo el aliento. En un momento sabría la verdad. Una verdad que temía de
repente, porque si Ethan era realmente el padre de Marianne, ella no tendría derecho a
conservarla.
El mayordomo miró a Ethan asombrado. Al fin se persignó con rapidez.
-La niña murió milord. Fue enterrada con su madre.

Ethan leyó la inscripción que había en la lápida de mármol en la cripta de una pequeña
iglesia.
Lady Serena Badrick, vizcondesa de Greeley, esposa bienamada.

Descansaba al lado de su marido, no había ninguna alusión a que hubiera sido madre. A
Ethan no le extrañó, no sentía ninguna pena, después del fracaso de su matrimonio no se
había encariñado con ninguna de sus amantes. Sin embargo cerró los ojos y rezó por el
descanso del alma de Serena, después de todo le había dejado a Marianne...Ya que poco
a poco la certeza de que lady Greeley era la madre de la niña se estaba imponiendo en
su mente.
El y Jane habían dado una vuelta por el pueblo, interrogaron a la comadrona , esta les
confirmó lo que había dicho el mayordomo. Lady Greeley había tenido un hijo en
secreto, no sabia nada mas salvo que la criatura había muerto poco después de su madre.
El vicario les dio una versión totalmente distinta. Nunca había oído hablar de un recién
nacido, en cualquier caso no había ninguno en la tumba de lady Serena.
¿Quién decía la verdad?
Ethan estaba desmoralizado. Al notar una presencia en la iglesia miró en dirección a la
entrada de la cripta. Jane estaba de pie en medio de un haz de luz que entraba por un
tragaluz. Luchó contra el deseo de cogerla en sus brazos. Su devoción por Marianne le
llegaba al alma, su ingenuidad le atraía, era tan amable, tan diferente de las demás
mujeres...tan buena...
-Lleva un buen rato solo meditando-dijo-¿A que conclusiones ha llegado?
-Que Serena es la madre de Marianne.
Jane sacudió la cabeza.
-No es seguro.
-Estoy convencido de una cosa...No hay ningún bebé en la tumba. Porque lo dejaron en
la puerta de su casa.
Su vehemente voz resonaba en la cripta.
-No estoy de acuerdo-respondió Jane-Creo que el hijo de lady Greeley murió como
dijeron el mayordomo y la comadrona.
-No hicieron mas que repetir lo que habían oído. El vicario dijo algo muy distinto.
-Porque lord Greeley, preocupado por proteger la reputación de su cuñada, le escondió
la verdad.
-También pudo pagar a los criados para mentir. Y dio ordenes para que se deshicieran
de la niña.
-¿Pero porque hizo que la dejaran en mi casa? ¿Por qué no en la suya?
-El mensajero debió equivocarse de puerta. O se perdió y dejo el paquete en la casa mas
cercana a la mía.
-No creo en las coincidencias, y de todas formas no puede confirmar que Marianne es
hija suya. Me confesó que lady Greeley tenia relaciones amorosas con su cuñado.
-Se olvida de mi anillo.
-Lord Greeley le odia, quiere que se vea obligado a educar a una criatura que no es
suya.
-Eso es una venganza femenina, ningún hombre habría pensado algo así. Me imagino
mas bien a lord Greeley mandando a la bastarda de su cuñada a un orfanato. De todas
formas no se puede probar nada a menos que se procediera a una exhumación del
cadáver. Dudo que Greeley no lo permita.
Jane no dejó pasar la oportunidad.
-¡Escuche! Hemos interrogado a todas las mujeres de la lista. Aurora Darling, lady
Esler, Diana Russel...Y he llegado a la conclusión de que usted no es el padre de
Marianne.
-Eso le gustaría. Usted quiere quedarse con Marianne.
Jane entrecerró los ojos, el había dado un paso hacia ella pero tuvo cuidado de no
tocarla. El tampoco se fiaba de su deseo.
-Quiero ser la madre de Marianne-dijo ella por fin-Nunca lo he negado, pero no nos
engañemos, es evidente que usted no es su padre.
-Hay una objeción a eso, la edad de la hija de Serena es la misma que la de Marianne.
-Nacen centenares de criaturas todos los días, eso no quiere decir nada.
Le gratificó con una mirada tozuda levantando la cabeza.
-Además, ¿por qué discutir? Me ha dicho un montón de veces que no quería asumir la
responsabilidad de un bebé.
Ella tenia razón. Al principio esperaba que Marianne no fuera hija suya, sin embargo,
con el tiempo, cada vez que pensaba en ella, tan pequeña, tan frágil, le invadía una
oleada de ternura. El deseo de verla crecer, de protegerla, había sustituido para el la
búsqueda del placer.
Miró a Jane. Ella estaba de pie delante del ventanal a la expectativa. Sintió pena por
ella. Jane Mayhew no tenia ninguna alegría en su vida. Y ahora el iba a darle el golpe de
gracia.
-Estamos de acuerdo en un punto-dijo no sin esfuerzo-Es inútil discutir sobre esto. Al
final de la temporada usted volverá a Wessex. Y Marianne se quedará conmigo.

14

En cuanto volvieron a Londres Jane subió al cuarto de los niños. Marianne estaba
parloteando en el agua jabonosa de su baño y salpicaba alegremente las paredes y el
suelo. Lady Rosalind en persona intentaba como podía dominar a la niña.
-Ya...ya...ángel mío. ¿Sabes que eres una niña muy inteligente?
Marianne emitió un gorjeo y cerro su manita sobre una burbuja que explotó. El corazón
de Jane se contrajo. Le ardían los ojos pero movió los párpados hasta que ahuyentó las
lágrimas. No lloraría, todavía no había perdido a Marianne.
Se acercó encontrando de repente un cierto parecido entre la niña y lady Rosalind. Esta
se volvió con una sonrisa.
-¡Ah Jane! No os esperaba hasta la hora del té. Me encanta jugar a las abuelas.
-Mejor-respondió Jane con sinceridad-Es evidente que a Marianne le gusta su
compañía.
-Y a mi también-dijo la condesa llena de orgullo inclinándose hacia el bebé que seguía
haciendo burbujas de jabón.-¿Está mi pequeña sirena preparada para salir del agua?
La niña le dedicó una desdentada sonrisa.
Lady Rosalind la levantó en brazos y luego la acostó en una toalla de lino. La pequeña
se puso a dar patadas furiosa mientras rompía a llorar.
-¡Ya está!-suspiro la condesa-No lo conseguiré.
-Permítame-dijo Jane.
Agitó un sonajero de plata y mientras Marianne intentaba cogerlo la envolvió ágilmente
con la toalla y luego la abrazó. Los ojos de Marianne buscaron los suyos, y una mirada
de reconocimiento iluminó su carita. Entre ella se había forjado un vinculo invisible que
se hacia mas fuerte cada día. Puso los labios sobre los cabellos mojados y perfumados
de la niña ¿cómo podría volver a su casa sin su pequeño tesoro? ¿cómo se
acostumbraría de nuevo a su aburrida vida? Desde el instante que tuvo a Marianne en
sus brazos el amor por ella surgió espontáneamente. La vida en realidad consistía en
querer y educar a un niño. Aunque fuera el de Ethan...
-Jane, serias una madre ideal-dijo lady Rosalind mientras el bebé parloteaba-Se la ve
muy feliz cuando te ve.
Jane se sintió súbitamente presa de vértigo, las lagrimas llenaron sus ojos, se dio la
vuelta apretando a la niña contra su pecho.
-¡Estas llorando!-exclamó lady Rosalind-¿Qué sucede Jane? Por favor dime que te pasa.
-Nunca seré la madre de Marianne. Jamás
Lady Rosalind frunció el ceño.
-¿Eso es lo que te ha dicho mi hijo?
-Si.
-¡Que se vaya al diablo! ¡Gianetta!
La italiana apareció de inmediato.
-¡Mi pequeño ángel!-exclamó cogiendo a Marianne de los brazos de Jane y
desapareciendo para darle de comer.
Jane la vio salir y un acceso de celos le encogió el estómago. Sintió el brazo de lady
Rosalind alrededor de sus hombros y se dejó llevar hasta un sillón cerca de la soleada
ventana.
-Vamos, cuéntamelo todo.
Jane cogió el pañuelo rodeado de encaje que le entregaba su madrina.
-Ya sabe que fuimos a Hampshire para hacerle algunas preguntas a la última persona de
la lista.
-Si, la horrible Serena Badrick...Siento mucho que hayas tenido que enfrentarte a una
criatura tan detestable.
-No la vimos...Esta muerta.
Con pocas palabras le contó a la condesa el viaje, mencionando los rumores según los
cuales la hija de lady Greeley estaba muerta y enterrada con ella.
-Ethan no lo cree y piensa que Marianne es su hija-terminó con un sollozo estrangulado-
Yo le acusé de ser un mal padre.
Su última pelea le vino a la memoria y le pareció oír de nuevo la dura voz de Ethan.
-Cambiaré, me convertiré en un modelo de virtud.
-Usted no puede cambiar, es un libertino, un hombre divorciado, nunca conseguirá
educar adecuadamente a una niña. Necesita una madre.
Entonces el le había lanzado una mirada helada.
-Marianne es mía-había dicho-Me pertenece a mi.
-Quiere quedarse con ella-murmuró Jane arrugando el pañuelo de batista entre los
dedos-Sin embargo no tenemos ninguna prueba de que Marianne sea hija suya y de lady
Serena. Son solo conjeturas.
-Querida, hay que rendirse a la evidencia. Nunca habrá pruebas, en cuanto a mi, me
basta con el anillo. Además Marianne es el retrato exacto de mi hijo cuando tenía su
edad. Hasta los seis meses tuvo los ojos azules.
-Ya me lo dijo-respondió Jane-pero eso tampoco demuestra nada.
-Quizá deberíamos aceptar el hecho de que nunca sabremos la identidad de la madre de
la niña. El destino te la envió, lo sé, pero Jane ¿habrías respetado a Ethan si hubiera
aceptado entregártela?
Con un nudo en la garganta Jane confesó:
-No...Pero no puedo imaginarme la vida sin ella.
-Todavía no has perdido la batalla. Veamos...Ethan parece decidido a ser un padre para
Marianne. Tu por tu parte, quieres ser su madre. De modo que tenéis el mismo objetivo.
¿Has pensado en todas las posibles soluciones a ese problema?
-Ya no se a que atenerme...Y si vuelvo a Wessex no la volveré a ver.
-No me has entendido-dijo suavemente la condesa-Hazlo de manera que mi hijo quiera
conservaros a las dos. Si juegas bien tus cartas conseguirás llevarle ante el pastor.
Jane sintió renacer sus esperanzas, pero sacudió la cabeza lentamente.
-No, milady-susurró-nunca se casará conmigo.
-¿Por qué no? Eres bonita, inteligente y con un sentido práctico muy desarrollado, lo
cual viene muy bien. Cuanto mas lo pienso mas me convenzo de que eres ideal para el.
-Se equivoca-suspiró Jane-El prefiere mujeres como lady Greeley. El mismo me lo dijo.
-¡Tonterías! Todos los hombres dicen las mismas tonterías. El cree que le gusta esa vida
desenfrenada, pero en el fondo de si mismo es consciente de que la felicidad esta al lado
de una esposa fiel y leal. A pesar de las apariencias Ethan es un hombre de honor.
Jane se encogió de hombros sin creer una sola palabra. Desde luego el honor no era una
de las cualidades de lord Chasebourne.
-Ningún hombre de honor hubiera actuado como el, incluso se acostó con la amante del
capitán Randall.
La sonrisa de lady Rosalind desapareció.
-¡Del capitán Randall-repitió con voz neutra.
-Si.
La tristeza ensombreció los azules ojos de la condesa, Jane le cogió las manos entre las
suyas.
-Milady perdóneme por haberla entristecido. Usted también le conocía, ya que Ethan y
el eran amigos. No debería haber hablado así de un hombre que murió como un héroe.
Lady Rosalind miró por la ventana, un rayo de sol iluminó su rostro y, por un
momento, pareció haber envejecido. Luego giró la cabeza y la ilusión se desvaneció.
-Jane, arréglatelas para casarte con Ethan, perdió a su mejor amigo y su matrimonio fue
un desastre. Portia le humilló públicamente, es cierto que tiene muchas amantes pero
ninguna de ellas le hace feliz. Necesita cariño.
-Tampoco será feliz conmigo, siempre estamos discutiendo.
-Porque los dos tenéis una fuerte personalidad. Te lo repito Jane, Ethan necesita una
esposa atenta que le ayude a convertirse en un buen padre.
-Me halaga pero estoy segura de que yo no soy la indicada.
Jane se mordió el labio.
-A veces lamento haberle hablado de Marianne, si no le hubiera dicho nada seria
completamente mía.
-No querida. Conociéndote hubieras acabado llena de remordimientos. No le hubieras
quitado a Ethan la oportunidad de ser padre, de hacerse mejor amando a su hija.
-Si realmente se preocupara de Marianne, se daría cuenta de que necesita una madre.
-Entonces haz algo. Haz que te desee. Conquístale como la noche del baile ¿No te
parece seductor?
Jane enrojeció. Una parte de ella negaba obstinadamente la atracción que Ethan ejercía
sobre ella. La otra parte lo único que deseaba era repetir la experiencia. El deseo corría
por sus venas como un río subterráneo. Se oyó decir a si misma con voz amarga:
-Un buen marido no necesita ser seductor.
-Pero si lo es mejor-respondió lady Rosalind con malicia-Piénsalo. Lo mas importante
es el bienestar de Marianne.
Lady Rosalind se levantó y salió de la guardería.
Sentada en el sillón Jane meditaba. Su madrina le había dado toda clase de consejos sin
precisar los que servían para subyugar a un hombre. ¡Empieza por morderte la lengua y
deja de hacerle reproches! Le dijo una vocecita interior. Las otras damas, como ella
había podido notar, siempre estaban de acuerdo con los hombres...¿Y después? ¿Qué
tenia que hacer para que se fijara en ella? Para conquistarle como había dicho su
madrina.
¡No lo conseguiré!
Pero si Ethan se casaba con ella, ella sería la madre de Marianne.
Era evidente que no iba a ser fácil, Ethan no le había perdonado que hubiera conspirado
con Portia aunque hubiera sido inocentemente. Podía ser implacable como lo fue
cuando su divorcio y sobretodo no tenía ningún deseo de casarse de nuevo. Jane recordó
sus palabras delante de la casa de Portia: “Nunca volveré a cometer el error de casarme
otra vez”
De nuevo sus pensamientos se dirigieron a la niña. Al crecer Marianne, hija ilegítima
de un notorio libertino, sufriría el oprobio de la sociedad, sería desgraciada y estaría
sola en el mundo.
Pero si Jane se casaba con Ethan y adoptaban oficialmente a Marianne, esta se
aprovecharía de todos los privilegios de su clase.
Marianne necesitaba una madre. Después de todo había sido Jane la que había subido
directamente a la guardería y no Ethan, el no se preocupaba en absoluto por el bebé. No
se preguntaba si había dormido bien, si había tenido pesadillas, si había cogido frío
mientras dormía. Desde luego la visitaría de vez en cuando y cuidaría de que no le
faltara de nada, pero el resto sería responsabilidad de lady Rosalind. Sin embargo esta
pronto se casaría y se iría a vivir a la mansión de su nuevo esposo donde, inmersa en el
torbellino social, no tendría tiempo de rodear a su nieta de atenciones.
Solo Jane podía darle el cariño que necesita un niño. Solo Jane estaba dispuesta a
dedicarse a Marianne, a ser una verdadera madre...si Ethan se casaba con ella.
Desde luego sería una esposa rechazada y engañada pero no importaba, por el bien de
Marianne estaba dispuesta a sacrificarse, a casarse con Ethan. Era necesario que lo
hiciera.

Ethan entró en la guardería, el suelo estaba frío bajo sus pies desnudos, solo los
ronquidos de la niñera rompían el silencio.
La luz de su vela se reflejaba en los muebles, los mismos muebles de su niñez. Cuando
era pequeño rara vez venía a Londres, una vez se había puesto enfermo. Metido en la
cama recibió una breve visita de su madre que puso su mano fría en su frente ardiente.
Su padre no había venido a verle.
Desde que podía recordar siempre quiso ganarse el afecto de su padre, pero el quinto
conde de Chasebourne era inaccesible. Después de una infancia solitaria y una
adolescencia desgraciada se convirtió en lo que mas detestaba su padre: un calavera.
Lo peor es que esa forma de vida había arraigado en el, ya no podía ser de otra forma y
sin embargo era necesario que cambiara y la razón de ese cambio se encontraba ahí,
delante de sus ojos.
Se acercó a la cuna y la luz de la vela iluminó la cara de la niña. Marianne, acostada
boca abajo y con la cabeza ladeada dormía apaciblemente. Sus largas pestañas daban
sombra a su rosada mejilla, su minúsculo puño reposaba cerca de su boca. Mientras
dormía se chupaba el pulgar.
Ethan estaba emocionado, hasta ese momento no había podido imaginar que alguien
pudiera estar fascinado por un bebé. ¿Cómo podía uno sentirse atraído por un pequeño
ser que ni siquiera andaba ni hablaba y cuyas únicas actividades eran dormir y comer?
Sin embargo se producían cambios sutiles día a día. Ya miraba los objetos, intentaba
cogerlos y reconocía las caras.
Es mi hija. Y la quiero
Ya no importaba la identidad de la niña, que su madre fuera una degenerada como
Serena Badrick ya no era importante. El tenía la intención de educarla con dignidad.
Se inclinó para taparla con la colcha bordada.
Necesita una madre.
Solo pensarlo le hizo retroceder como si Jane fuera a aparecer en cualquier momento.
Jane que pareció hundirse cuando el le anunció su decisión...Jane que veía en esta niña
su propia felicidad y salud mental, la única forma de escapar a su triste destino de
solterona.
Ethan no iba a renunciar a la niña y no pensaba seguir el ridículo consejo de su madre.
Chipie le haría llevar una vida infernal.
De pronto recordó los labios de Jane, suaves y temblorosos bajo los suyos. Apartó esa
imagen de su mente fastidiado al pensar que se había comportado como un adolescente
en su primera cita amorosa.
Una quemadura en su mano le hizo dar un salto. Hizo una bola con un poco de cera
fundida entre sus dedos antes de lanzarla al hogar lleno de cenizas.
¿Qué le estaba sucediendo? Jane no era ninguna Venus, solo era una solterona que
había bebido demasiado champán, entonces ¿por qué le obsesionaba ese beso?
Afortunadamente dentro de poco ella volvería a Wessex. ¡Buen viaje! Pensó. Jane era la
voz de su conciencia.
Tocó la mejilla de Marianne, el cariño que sentía por ella le sorprendió, era la persona
mas importante para el en el mundo. No necesitaba a Jane.

-¿Le he hablado de mis perros?


¡Solo tres veces!
Jane asintió educadamente.
-Creo que ya los ha mencionado.
-Me siento muy orgulloso de ellos. Forman la manada mas célebre del condado de
Leicestershire. Nunca se les ha escapado ni un solo zorro.
Lord Avery, temible cazador de zorros, se lanzó a una descripción de sus éxitos. Con el
cráneo decorado con una peluca pelirroja, las mejillas encarnadas, el rostro
complaciente y lleno de pecas, estaba considerado como uno de los mejores partidos de
Inglaterra. Jane le escuchaba distraída. A fuerza de sonreir tenia calambres en las
mandíbulas, estaba tranquilamente sentada en el salón de su madrina quien recibía a sus
visitas de los viernes.
El salón estaba lleno a rebosar, Wilhelmina hablaba de las últimas novedades con otra
matrona, lady Rosalind charlaba con un grupo de damas. Entre las visitas, Jane
reconoció a dos caballeros con los que había bailado la noche de la fiesta.
La joven vigilaba la entrada con el rabillo del ojo, esperando la aparición de Ethan que
brillaba por su ausencia. Hacia tres días que apenas se había encontrado con el. El conde
salía a cabalgar muy pronto por las mañanas a Hyde Parck y cuando volvía se
apresuraba a encerrarse en sus habitaciones. Por la noche se negaba a acompañar a su
madre al teatro o a las recepciones donde acudía la condesa con Jane. El proyecto de
seducir a Ethan estaba pues en serias dificultades.
-¿Aceptaría usted?-preguntó lord Avery lleno de esperanza.
Jane parpadeó como si acabara de despertar bruscamente.
-Le pido perdón. No... no le he oído.
El joven enrojeció.
-Mamá me dice que hablo demasiado deprisa. Le he preguntado si querría visitarnos
con su tía...El campo esta maravilloso en primavera. Paseo a mis perros cuatro veces al
día, son encantadores, los va a adorar.
-Gracias por su invitación pero mi tía está cansada y viaja poco últimamente.
-Ya veo...Entonces voy a describirle la propiedad. Nosotros poseemos los mejores
bosques, la caza mas abundante...
Y empezó un discurso interminable. Jane no le escuchó. Acababa de entrar un hombre,
sus espaldas eran anchas y vestía pantalones de montar, una camisa blanca y un chaleco
gris bajo una chaqueta larga azul oscuro. ¡Ethan! Jane se puso en pie de un salto.
-Perdóneme...
Lord Avery miró como se alejaba con tristeza. Jane atravesó la alfombra de Aubusson
en dirección a Ethan quien se había reunido con su madre. La seda color canela de su
vestido se movía entre sus tobillos, sabía que estaba atrayendo todas las miradas con su
profundo escote y su medallón de oro balanceándose entre sus pechos. Unos pendientes
de oro completaban su atuendo. Se le aceleró el pulso cuando estuvo al lado de el. Sin
embargo Ethan apenas la saludó y continuó hablando con su madre.
-Me has mandado un mensaje urgente madre ¿Qué pasa que sea tan importante?
-No tenía otro modo de reunirme contigo. Nunca estás aquí. Siéntate y explícanos lo
que te retiene lejos de esta casa estos días.
-Me encantaría hacerte compañía pero estaba a punto de salir.
-¿Otra vez? Sería de muy mala educación no hacer compañía a los invitados. ¿Dónde
vas?
-A un sitio donde no van las damas.
Lady Rosalind miró a Jane ordenándole que dijera algo, ella buscó frenéticamente algo
que decir.
-Hoy hace un buen día. Si va a salir a dar un paseo iré con usted.
-Excelente idea-aprobó lady Rosalind-Iros rápido y aprovechad el sol.
Ethan se estaba poniendo los guantes.
-No me atrevo a apartar a Jane de sus admiradores. Hasta luego señoras.
Jane se mordió el labio, la asaltó un sentimiento de desilusión. Nunca conseguiría
atraer la atención de ese sinvergüenza, cada día que pasaba sus posibilidades se hacían
mas pequeñas. Dentro de un mes terminaría la temporada y ella tendría que regresar a
Wessex. Sin Marianne.
-¿He oído bien? ¿Le gustaría dar un paseo?-dijo una voz a su espalda.
Se dio la vuelta y se encontró frente a Keeble. El inevitable Duxbury estaba a su lado,
Jane abrió la boca para rechazar la invitación pero lo pensó mejor. Un plan se empezó a
formar en su cabeza.
-Si-dijo al fin-Me encantaría dar una vuelta por la ciudad.
Le pidió permiso a la tía Wilhelmina quien se la concedió “con la condición de no ir
mas allá de Hyde Parck”. Fue a retocar su peinado y se encontraron en el landó
descapotado de Keeble.
Jane levantó su rostro hacia el sol. Estaba encantada y tenía la impresión de ir a una
aventura. Y quien sabe, quizás fuera así.
Los dos hombres se sentaron enfrente de ella y ella les miró con una sonrisa.
-Bueno señores-empezó-parecen estar muy enterados de las idas y venidas de los
miembros de la alta sociedad.
-Pocas cosas se nos escapan ¿no es cierto Dux?-dijo Keeble.
Duxbury asintió.
-No en efecto, aunque no seamos cotillas.
-Entonces supongo que puedo confiar en su discreción.
-Discreción es mi segundo nombre-dijo Keeble.
-¿Si?-se extrañó Duxbury-Creía que era Henry.
-¡Es una broma imbécil! Si esta señorita nos confía un secreto, no lo divulgaré. Eso es
lo que quería decir.
-Yo tampoco. Mis labios estás sellados.
-No es un secreto propiamente dicho-dijo Jane-Mas bien estoy buscando una pista.
Siento mucha curiosidad por saber donde va lord Chasebourne cada tarde. ¿Tiene
alguna idea por casualidad?
Los dos hombres intercambiaron una mirada. Duxbury rió por lo bajo mientras Keeble
le daba un codazo.
-¡No te rías! Es algo serio.
Duxbury se puso las manos en la boca con los ojos brillantes.
-Me imagino entonces que pueden satisfacer mi curiosidad-adivinó Jane.
-Es posible...-respondió Keeble guiñando un ojo-A Chase no le gustará que revelemos
sus secretos.
-No soy una completa extraña, he sido invitada por su madre-argumentó jane con
paciencia-Tengo que hablar de el de algo muy importante. ¿Tendrían la bondad de
llevarme con el?
-¿Ahora?-dijo Keeble-¿Y nuestro paseo por el parque?
-¡No es justo!-gruñó Duxbury-Todas las mujeres persiguen a Chase.
-Yo no “persigo” a lord Chasebourne-aseguró Jane-Pero es de vital importancia que le
encuentre. Se ha ido tan deprisa que no he podido detenerle.
Los dos amigos intercambiaron una mirada cómplice.
-Podría ser divertido ¡no crees?-preguntó Duxbury riendo.
-Si-aprobó Keeble-Pero la prevengo señorita, no es un lugar para damas como usted.
-Comprendo perfectamente su reticencia y le diré al conde que fui yo quien insistió en
ir.
Jane esperaba de todo corazón no estar cayendo en una trampa. De todas formas no
tenía elección. Ya que Ethan la evitaba, era necesario que ella provocara en encuentro.
Keeble le gritó una dirección al cochero quien cambió de dirección. El landó atravesó
la reja con remates dorados de Hyde Parck, giró al este siguió las fachadas de Mayfair y
luego atravesó Covent Garden. Las calles se estrecharon y al fin el vehículo se detuvo
delante de un pequeño edificio de ladrillos negros por el polvo del carbón. Un portal de
hierro y un pequeño patio lo alejaban de la calle. Si era un local comercial no había
ningún letrero que lo demostrara.
-Si quieren esperarme-murmuró Jane bajando del coche.
-¡Está bromeando! No me perdería esto por nada del mundo-anunció Keeble.
Duxbury y el continuaron hasta las escaleras, otro visitante iba delante de ellos, una
especie de bruto con la nariz rota con el que seria mejor no encontrarse en un rincón por
la noche. La curiosidad de Jane estaba en su máximo punto
-¿Qué lugar es este? ¿Un garito clandestino?
Sus acompañantes se rieron.
-Lo sabrá dentro de un momento-dijo Duxbury.
Subieron los escalones iluminados por antorchas hasta una puerta maciza que Keeble
abrió.
-No es necesario llamar-precisó.
Jane entró en un pequeño vestíbulo forrado de madera de roble. No había ningún
mueble. Le llego el sonido de unas voces masculinas apagado por el grosor de las
paredes, avanzó hasta una segunda puerta. No era una casa de mala vida. La habitación
de Aurora Darling estaba decorada con un lujo insolente y flotaba en el aire un perfume
de flores. En este lugar el ambiente estaba saturado de olor a moho y a hombre.
-¿Está usted seguro de que es aquí donde viene todas las tardes?-preguntó Jane inquieta
a pesar de todo.
-Seguro-la tranquilizó Duxbury.
-Por aquí querida.
Haciendo una reverencia, Keeble empujó la puerta.
En lugar de la sala llena de humo y mesas de juego que Jane esperaba encontrar, se
encontró en con un espacio abierto, la luz llegaba desde una vidriera hasta una docena
de hombres medio desnudos. Uno de ellos, tumbado en el suelo, levantaba una barra
metálica, sus músculos traicionaban el esfuerzo que estaba haciendo. Otros daban
puñetazos a unos sacos de cuero. Al final de la sala, un montón de ellos estaban
alrededor de un ring y sobre el estrado de este peleaban dos boxeadores. Los
espectadores les animaban con gritos y silbidos. Uno de los dos combatientes le dio un
directo al otro. Jane tembló, Un olor de cuero, de sudor y de polvo convertían el aire en
irrespirable.
Las apuestas surgían por todas partes. ¿Estaría Ethan entre todos esos brutos ávidos de
sangre? Jane alargó el cuello para intentar verle...Nada.
Keeble se frotaba las manos.
-¡Demonios! Saxton el bárbaro contra Tom Headly el invencible-exclamó-Esto
promete.
-Rápido, vamos a apostar-dijo Duxbury con los ojos brillantes.
Se encaminaron hacia el ring, Jane les siguió dando codazos.
-Señores, tengan la amabilidad de esperarme.
-¿También le interesan los combates de boxeo?-preguntó Keeble ralentizando el paso-
Díganos la verdad señorita. ¿Le gusta mirar a los hombres con el torso desnudo dándose
golpes?
-Por lo general las mujeres se desmayan cuando ven este tipo de espectáculos-añadió
Duxbury con los ojos brillantes-Sin embargo es divertido.
-Si, debe ser maravilloso-murmuró Jane.
-Entonces dese prisa-la apremió Keeble-Si no se va a perder el final.
Se abrieron camino hasta el ring entre los aplausos y los gritos. Se oyó una voz.
-¿Jane?
Ella se dio la vuelta...y se encontró cara a cara con Ethan. El estaba al lado de un saco
de cuero lleno de virutas, con los puños cerrados como para golpear. Un mechón de
pelo le caía sobre la frente y como única vestimenta llevaba los pantalones de montar.
El sudor hacia brillar su torso.
Jane le miró estupefacta y se puso completamente roja. Sus manos estaban húmedas,
sin embargo no era la primera vez que le veía sin ropa. Furioso, el avanzó hacia ella.
-¿Usted aquí? ¿Qué demonios hace en este lugar?-exclamó el.

15

-Ella nos suplicó que la trajéramos-se apresuró a explicar Keeble, con los ojos fijos en
los puños de Ethan-Dijo que le gustaba mucho este deporte.
-Una verdadera loba ¿Quién lo hubiera creído?-añadió Duxbury.
-Vamos amigos, ¿no abandonaran a esta mujer a su suerte verdad?-se burló Jane-Ethan,
estos caballeros han tenido la amabilidad de acompañarme a este, ¿cómo lo llamaría?
Campeonato.
Ethan la miró asombrado.
-¿Desde cuando le gustan los combates de boxeo?
-Desde hace unos tres minutos-se rió ella-Es una experiencia nueva, y debo decir que
me parece bastante excitante.
Ella le miraba de una forma extraña-pensó el confuso. Luego, tomando súbitamente
conciencia de su falta de ropa, cogió la camisa y se la puso. Tenía una confianza
inquebrantable en Jane y apreciaba su manera franca de hablar, pero ella había
cambiado, y ahora la sola presencia de ella a su lado le perturbaba.
-Váyase-le ordenó-Este no es lugar para usted.
-Me quedo-le contestó ella-Puede continuar pegándole al saco. ¿Nos vamos señores?
Les dedico a sus acompañantes una radiante sonrisa y estos la obedecieron de
inmediato. Los ojos de Duxbury estaban fijos en los pechos de Jane, en cuanto a
Keeble, su papada temblaba. Ethan se contuvo para no cogerles del pelo y estampar sus
cabezas una contra la otra. Cogió a Jane por el brazo.
-Tengo que hablar con usted.
-Espere su turno-respondió ella con despreocupación-No puedo abandonar a mis
amigos.
-Somos algo mas que amigos-decretó Keeble pasando un brazo alrededor de su cintura-
Somos sus mas fervientes admiradores.
Ella le sobrepasaba por una cabeza y sin embargo le miraba como si fuera un Adonis.
-Suéltala-le ordenó Ethan bruscamente-¡Inmediatamente!
Por una vez Keeble no insistió.
-Bueno-masculló retirando el brazo-Solo queríamos divertirnos, pero si la quieres para
ti solo, te la devolvemos ahora mismo.
-Aunque no forme parte de tu harén-protestó Duxbury.
-¡Déjalo ya!-exclamó Keeble-Vámonos o nos perderemos lo mejor.
Empujó a su camarada hacia el ring, el primer round había terminado, un chaval corría
agitando una campanilla para anunciar que el combate iba a continuar.
-Entonces es aquí donde pasa las tardes-dijo Jane.
-Si. Y usted por el contrario debería estar en casa tomando el té con mi madre-respondió
el llevándola hasta la salida.
-Tengo que esperar a Keeble y a Duxbury, he venido en su coche.
-El cochero la acompañará y volverá luego a recogerles. ¿Qué estaba haciendo sola con
esos dos? Conseguirá arruinar su reputación si sigue exhibiéndose con ellos.
-Se han comportado muy amablemente, al contrario que usted.
El le soltó el brazo, la nueva Jane le irritaba al máximo, prefería a la mujer que era
antes, valiente, incluso aunque le fastidiara metiendo la nariz en todo.
-Al contrario-dijo-Parece que soy el único hombre capaz de protegerla.
-Entonces deje que me quede con usted, nunca había conocido un lugar como este.
-¡Y con razón! En el gimnasio no se admiten damas.
-Ethan, no sea tan puritano.
Sus límpidos ojos rodeados de espesas pestañas miraron directamente los de Ethan.
-Por favor, me gustaría quedarme. Solo un ratito.
Ese comportamiento casi inmoral no parecía propio de Jane...¡En fin! De la Jane que el
conocía. Esta nueva Jane era definitivamente femenina y provocadora. Tenía una
manera de morderse los labios que invitaba a besarla. ¡Como había cambiado! ¿O sería
que el la estaba descubriendo ahora? No hubiera sabido decirlo. Recordó su confesión:
ella tuvo miedo de que le hubiera ocurrido algo malo en la mina cuando eran pequeños.
Es posible que fuera entonces cuando se estableció un vínculo entre ellos.
Un vínculo que el creyó indestructible.
-Quédese si lo desea-contestó-Pero antes dígame que la empujó a venir aquí. Y no me
diga que fue su pasión por el boxeo.
-¿Cómo puede saber cuales son mis gustos, mis preferencias y lo que me interesa?
-Vamos a ver Jane, hemos crecido juntos y...
-Pero no somos amigos, los amigos se conocen a fondo.
-Yo la conozco. Su madre murió cuando usted nació y la educó su tía. Pasó muchas
horas con su padre en la biblioteca devorando libros viejos.
-Cualquiera podría saber eso. Es lo que yo pensaba. Usted no sabe quien soy ni lo que
pienso.
-¡Muy bien! No puedo leerle el pensamiento, pero siempre sé cuando está mintiendo. Y
hoy lo esta haciendo Jane.
-¡De acuerdo! No estoy aquí por casualidad. Les pedí a Keeble y a Duxbury que me
llevaran hasta usted. He venido...por Marianne. Quiero que hagamos las paces Ethan.
El puso una expresión de desconfianza.
-Perdóneme pero esta súbita buena voluntad me extraña. ¿No será una estratagema para
quitarme a Marianne?
-No se la quitaré, se lo prometo.
-¿Cree que podré convertirme en un buen padre?
-Me aseguró que iba a cambiar.
-Pero no me creyó, estaba convencida de que sería incapaz de educar a un niña.
Era una constatación, no una pregunta.
-Libertino, divorciado, jugador...Será difícil mejorar su reputación...ni siquiera diciendo
que ha cambiado.
Esta mujer no iba a volver a Wessex dócilmente dejando a Marianne, estaba
convencido de ello. Ella se sentía realmente atada a la niña, según Gianetta, Jane pasaba
casi todo el día en la guardería...Y al mismo tiempo que admiraba su devoción, sentía
sospechas. ¿Acaso ella intentaba conquistarle para quitarle a la niña? Decidió ponerla a
prueba.
-Prefiero correr el riesgo de criarla yo solo antes que confiar en solteronas amargadas.
Los ojos de Jane brillaron de ira.
-Yo le proporciono mas amor y atenciones que nadie ¿Cómo quiere que se acostumbre a
un padre que nunca está?
-Parece que hoy también usted la ha abandonado Chipie.
Ella detestaba ese sobrenombre y el lo sabía. Como había previsto, ella se enfureció.
-Yo sería una buena madre y usted lo sabe.
-Le concedo eso, pero yo le daré fortuna y estatus social ¿Qué puede usted ofrecerle a
parte de una casa casi en ruinas y una tía que bebe demasiado?
-Deje a tía Wilhelmina fuera de esto, al menos tenga un respeto por su edad. Ella no
tiene nada que ver con Marianne.
-Wilhelmina le dará un mal ejemplo ¡Mírese! Ha conseguido hacer de usted una
verdadera bruja.
La vió palidecer, era evidente que estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano para
dominar su enfado, parecía tan frágil que el tuvo ganas de abrazarla para consolarla.
¿Sabría ella que se le veía la mitad de los pechos? Quizá no, con Jane nunca se podía
estar seguro de nada.
-Ethan, no quiero pelearme con usted. Intentemos olvidar nuestras diferencias,
encontremos juntos una solución.
El solo tenía en la cabeza una repuesta pero Jane se pondría furiosa y además el se
había jurado no seducir a una virgen. Abrió la puerta del gimnasio.
-Solo hay una solución a nuestro problema-declaró-Vuelve usted a Wessex, ya estoy
harto de pelearme con una solterona amargada.

-¡No Rosalind! No hay ninguna excusa para su mala educación-gruñó el duque de


Kellisham que presidía la mesa-Absolutamente ninguna.
Lady Rosalind jugueteaba con su servilleta.
-Olvídalo querido por favor, Ethan ya es adulto, no podemos decirle como debe
comportarse.
-Era su obligación reunirse con nosotros. ¡Que desprecio a su familia! Y mas después de
haberse puesto en evidencia esta tarde.
-Estoy de acuerdo con Su Gracia-aprobó Wilhelmina abanicándose con una servilleta de
lino-Su comportamiento mientras se leían los poemas sorprendió a todo el mundo. Me
sentí humillada.
La noche había empezado mal, tenia que haber sido una reunión para oír música, pero
la anfitriona, lady Jersey, una nov, decidió repentinamente leer los últimos poemas de
Wordfworth.
-¡Dios mío!-había exclamado Ethan-¡Vaya suplicio!
Algunas risas ahogadas saludaron su observación pero ningún invitado se atrevió a
llevar la contraria a la dueña de la casa. Mientras una actriz recitaba los versos, Ethan,
sentado en la última fila, se dedico a coquetear descaradamente con una joven viuda de
cabellos de ébano. Jane, sentada delante de ellos había oído sus murmullos, la viuda se
comportó como una paloma enamorada.
Extrañamente, Ethan volvió con ellos a la casa olvidando su conquista, pero en lugar de
seguirles al comedor, subió a refugiarse a sus habitaciones.
Un lacayo acababa de depositar delante de Jane un bol de consomé frío, tomó una
cucharada y se la llevó a la boca, estaba delicioso pero su estómago estaba cerrado, las
últimas palabras de Ethan la obsesionaban
Vuelve usted a Wessex.
Esa frase equivalía a una sentencia de muerte para ella.
Consiguió terminar la cena que consistía en lenguado asado, filetes de buey , puré de
patatas gratinadas y sorbete de champán con bizcocho. Cuando lady Rosalind al fin se
levantó, Jane se puso en pie de un salto.
-Solicito su permiso para retirarme, estoy un poco cansada.
-Ven a probar con nosotros el pastel de mirtilo, vamos al salón-dijo lady Rosalind.
-Gracias pero creo que sería una mala compañía esta noche.
Lady Rosalind miró a su prometido.
-Tengo que decirle algo a Jane, enseguida estoy contigo querido.
El duque acompañó cortésmente a la tía de Jane al salón.
-Pareces preocupada-dijo lady Rosalind en cuanto estuvieron solas-¿Es mi hijo el
responsable de que estés así?
-¿Qué le hace pensar...
-La intuición-dijo la condesa-Los dos os evitáis mutuamente. ¿Tuviste algún éxito con
el el otro día?
Jane dio un profundo suspiro.
-Ethan no quiere volver a casarse, me lo dijo el mismo.
-Al menos habláis de matrimonio, es un avance.
-Desengáñese milady, Ethan no siente el menor interés por mi.
-Entonces dime porque te sigue con la mirada cuando cree que nadie le ve.
¿Sería cierto?
La esperanza hizo que el corazón de Jane se hinchara de felicidad por un momento.
-No lo sé. Porque le desagrado, porque está deseando verme partir.
-Al contrario, creo que le fascinas, eres muy diferente de las mujeres que acostumbra a
tratar.
Con gesto maternal, lady Rosalind acarició la mano de Jane.
-Su actitud hacia esa mujer esta noche no quiere decir nada, en el fondo ya no sabe ni
donde está. Te necesita Jane.
-Me temo, milady, que ese tipo de mujeres tiene algo de lo que yo carezco.
-Una dudosa moral-terminó lady Rosalind con una mueca de desprecio-Hay que sacar
partido de tus cualidades, no eres nada consciente de tu encanto Jane.
-Gracias...Pero realmente no estamos hechos el uno para el otro, para el solo soy...
Una solterona amargada.
-Una amiga de la infancia. Te conoció cuando eras una niña y le cuesta admitir que has
crecido. Y ahora, si os habéis peleado, vete enseguida a reconciliarte con el. No dudes
en entrar en su habitación, después de lo que le pasó con Portia no corres ningún riesgo.
El aprendió la lección.
-¿Qué lección?
-Se vio forzado a casarse con ella porque el padre de Portia les sorprendió juntos ¿no lo
sabias?
-No...¿Entonces no fue un matrimonio por amor?
Lady Rosalind hizo una mueca.
-Mas bien fue una trampa.
-¿Quiere decir que Portia...lo hizo a propósito?
-Exactamente. A pesar de su mala reputación mi hijo es un hombre de honor. Portia era
virgen y el aceptó reparar...
¿Acaso lady Rosalind le estaba insinuando que imitara a Portia para conseguir lo que
quería? Su madrina la empujó hacia la puerta del comedor.
-Ve con el querida, a los hombres les gusta que se les adule, no lo olvides...Y también
les gusta pensar que son ellos los que toman las decisiones.
-Yo no puedo hacerle algo asía Ethan, no se dejará engañar.
Lady Rosalind se rió
-¡Por supuesto que si! Es menos indiferente a tus encantos de lo que imaginas. Estoy
segura de que en este mismo momento está pensando en ti.
-No piensa-contestó Jane-rumia.
A lady Rosalind se le escapo otra carcajada.
-¡Ya lo ves! Le conoces mejor que yo. Por el amor de Dios, querida, no le dejes rumiar
mas tiempo.

Jane estaba en la sombra del jardín, el aire de la noche estaba lleno del olor de la lluvia
y a lo lejos se oían truenos. La torre se perfilaba en el cielo lleno de nubes, la luz de una
vela iluminaba una de sus ventanas, Ethan estaba en la habitación prohibida...Y Jane
tenía la intención de seducirle.
Se secó las manos húmedas de sudor en el organdí turquesa de su falda y aspiró
profundamente una gran bocanada de aire. Su corazón latía enloquecido, si Ethan era un
hombre lo bastante leal para casarse con una virgen que el hubiera desflorado, ella se
ofrecería a el. El hacerlo no era algo calculado sino un acto desesperado.
Volverás a Wessex
El tiempo apremiaba, tenía que darse prisa, las revelaciones de la condesa habían dado
un nuevo cariz a los acontecimientos. Jane comprendía ahora la frialdad de Ethan, si el
quería escapara al matrimonio era normal que evitara a todas la vírgenes.
¿Cómo podría romper el muro que les separaba? Se preguntó.
Estaba delante del banco donde, una semana antes, ella tuvo la prueba de que se sentía
atraído por ella. Podía probar suerte de nuevo.
La puerta estaba debajo de la cortina de hiedra pero no tenia valor para abrirla.
Volverás a Wessex.
No, no volvería, no sin Marianne.
Tenía el juego de llaves que había cogido de la cocina mientras el mayordomo servía el
postre en el salón. Cuando se acercó a la puerta las llaves tintinearon alegremente en la
oscuridad, había al menos veinte llaves y las fue probando una a una hasta que se oyó
un clic y la puerta se abrió en la oscuridad.
Jane subió por la escalera de caracol sujetándose a la pared para guiarse por unos
escalones que parecían girar hasta el infinito. Al fin llegó a un estrecho descansillo
donde una sólida puerta impedía el paso.
Puso la oreja en la puerta, no se oía nada, ni un murmullo. Era de esperar que estuviera
solo, pensó, no podría soportar encontrarle de nuevo con una mujer.
La asaltaron las dudas, y se quedó inmóvil un momento pensando. Dar marcha atrás
significaba renunciar a Marianne, la imagen del bebé le dio fuerzas para continuar y con
mano decidida giró el pomo de bronce.

16

Mirando por la estrecha abertura, Jane pudo ver una estancia decorada en tonos ocres y
verdes, vio un trazo de las cortinas y, en el impresionante hogar de la chimenea, un
fuego de carbón encendido.
Empujó la puerta lo mas despacio posible hasta abrirla una centímetros mas. Un viejo
sillón mecedora apareció en su campo de visión, a su lado había una mesa cubierta de
libros. Encima del sillón yacía, olvidado, un libro con un pisapapeles marcando la
página. El abrigo de Ethan estaba encima de un escabel, uno de sus zapatos había
aterrizado delante de la chimenea y el otro cerca de la mesa como si se hubiera librado
de ellos en un ataque de rabia. Jane escuchó atentamente pero solo percibió el ruido que
hacia el carbón que se consumía.
Contando mentalmente hasta tres abrió completamente la puerta, barrió la estancia con
la mirada. Vacía. Para su sorpresa no había ninguna cama con sábanas de seda y un
montón de cojines, tampoco había velas encendidas y desde luego ni rastro de una
amante. En lugar de eso vio estanterías en las paredes llenas de libros, un inmenso
escritorio con muchos cajones sobre el cual una lámpara de aceite iluminaba un montón
de papeles, y un sillón de madera tapizado en terciopelo verde oscuro que parecía estar
esperando el retorno del dueño del lugar. Solo estanterías llenas de libros...
¿Esa era pues la torre de marfil de Ethan? ¿El lugar donde se abandonaba en secreto a
sus vivios? ¿El nido privado cuyo acceso estaba prohibido a todo el mundo?
Vio de pronto otra puerta en la pared, detrás de ella quizá estuvieran el mullido lecho,
los braseros donde se quemaba incienso, la alcoba perfumada de las citas de Ethan
donde el seducía a sus conquistas. La recorrió un escalofrió solo de pensarlo.
Avanzó con cuidado y abrió la puerta, pero para su gran decepción solo descubrió una
estrecha escalera de piedra iluminada por una simple antorcha adosada a la pared.
Sin duda esa escalera debía conducir al dormitorio de Ethan. Iba a dirigirse a ella
cuando un pensamiento la detuvo. ¿Si Ethan no recibía a sus mujeres aquí porque se
mostraba tan misterioso con ese lugar?
La mirada de Jane volvió al escritorio cubierto de papeles ¿Qué hacia entonces en ese
lugar? ¿Quemaba sus papeles de negocios? ¿Hacia apuestas?
Otra duda la sacudió ¿Podría permitirse fisgonear en sus asuntos personales? Por otro
lado ¿qué podía haber de malo en echar una miradita? Después de todo su deseo de
saberlo todo sobre Ethan solo obedecía a un deseo: comprenderle mejor.
Mas tranquila se dirigió al escritorio, un magnífico mueble de caoba con multitud de
huecos llenos de documentos. Una bolas de papel arrugado sembraban el suelo
alrededor de una pequeña papelera. También había papeles en la mesa al igual que
algunas plumas, un sacapuntas y un tintero tapado. La mirada de Jane se vio
súbitamente atraída por un objeto insólito. Un par de gafas con montura de oro estaban
depositadas sobre una pila de hojas de papel. Las cogió con cuidado y las acercó a su
rostro para mirar a través de los cristales. De inmediato se le nubló la vista.
¿Ethan necesitaba gafas?
Este descubrimiento le pareció tan asombroso que empezó a reir. No porque ese
defecto disminuyera su interés por el, sino porque imaginárselo con las gafas
ensombrecía un poco su imagen de sinvergüenza despreocupado.
Dejó las gafas y volvió su atención a las hojas desperdigadas. Nada de facturas ni
contratos como ella había creído, sino borradores llenos de manchas de tinta y de
palabras tachadas. En algunos lugares la punta de la pluma había atravesado el papel
como si Ethan hubiera escrito muy deprisa preso de una violenta emoción. Era difícil
descifrar las palabras y las frases eran cortas. Jane cogió una hoja al azar y sus ojos se
detuvieron en el nombre que había en el encabezamiento.
Marianne.
Jane se dejó caer asombrada en el sillón y luego examinó mas atentamente el contenido
de la página.
Bajo la luz de la luna apaciblemente duerme
Pequeño ángel entre otros tesoros
Nacidos de la vergüenza, pero almas tan puras
A pesar de una angustia que perdura.
En este mundo donde gobiernan las leyes
Ella descansa, sin que su belleza se altere.

Alucinada, Jane recorrió las siguientes estrofas. ¡Un poema! Un poema escrito por
Ethan ¡Imposible!
Continuó la lectura, las palabras expresaban una emoción profunda, sincera, tierna.
Pero entonces, se dijo, quiere a Marianne. Esta constatación la dejó sin aliento. Ethan
había compuesto esos versos llenos de ternura, una poesía tan hermosa que las lágrimas
le llenaron los ojos.
¿Ese era entonces el vicio secreto de Ethan? ¿La poesía?
Vio otros poemas, ninguno de ellos había sido pasado a limpio como si Ethan no
quisiera volver a oír hablar de ellos.
Un poeta.
La sola idea la extrañaba, siempre le había considerado un hombre inteligente, de
acuerdo, pero un hombre que prefería la lujuria a la reflexión filosófica.
Ahora recordaba los rastros de tinta que había notado en sus dedos, las largas horas que
el pasaba en ese lugar hasta la madrugada.
Con la manos temblorosas, hurgó entre los papeles, leyendo pasajes al azar, notando la
sensibilidad de las frases, maravillándose con su estilo.
De modo que el hombre que se burlaba abiertamente de los escritores modernos, el
cínico libertino, era un poeta.
¿Pero quien era realmente? Jane ya no sabía que pensar, era como si el conde de
Chasebourne tuviera dos personalidades. Ella conocía ya al seductor impenitente que
adoraba a las mujeres. Ahora deseaba descubrir al autor de esos versos. Los
sentimientos y los pensamientos que destilaban la conmovían.
Se oyó un trueno a lo lejos seguido de otro ruido mas preocupante proveniente de la
puerta. Un ruido fácilmente identificable, el de pasos que se acercaban.
Jane se puso en pie de un salto con el poema dedicado a Marianne apretado contra su
pecho. Ethan entró en la estancia, al principio no la vio, estaba hojeando un libro.
Vestido con unos pantalones de montar negros y una camisa blanca sin corbata, era de
una belleza diabólica.
Ethan levantó la mirada y su mirada cayó sobre ella. Bajo la sorpresa sus ojos se
entrecerraron y por un momento a Jane le dio la impresión de que podía leer hasta lo
mas profundo de su alma. De pronto el notó el papel que ella sujetaba, sus cejas negras
se fruncieron y su rostro se endureció por efecto de la ira.
-Sé que no debería estar aquí-se apresuró a decir Jane con voz temblorosa-Pero me
sentía sola y pensé...
-¡Maldita mujer!-gruñó el tirando su libro y acercándose a ella con paso decidido.
El primer impulso de Jane fue retroceder, apartarse de su camino, pero no, no quería
huir. El no le daba miedo y ella necesitaba saber porque se esforzaba tanto en disimular
su talento como escritor.
El le arrancó el papel.
-¿Quién le dio permiso para entrar aquí?
-Nadie. Solo tenia curiosidad por ver lo que hacia aquí. Y ahora que lo sé...
-¿Fue mi madre la que le dijo que viniera a curiosear por aquí no? Reconózcalo.
-Ella...
Jane se interrumpió disgustada. Desde luego que lady Rosalind le había dado la idea
pero eso no era lo importante, después de todo ambas deseaban lo mismo: la felicidad
de Marianne.
-Ethan es inútil que insulte a su madre, vine porque quise, nadie me obligó a hacerlo.
-Ya veo. De modo que las dos están decididas a hacerme la vida imposible.
Sus ojos brillaban como oscuros espejos.
-Bien dígame ¿qué se supone que debe hacer ahora? ¿Entregarse a mi?
A pesar de su enfado Jane no pudo reprimir un estremecimiento de deseo ante la idea.
Estaban solos, el podía hacerla suya y a la mañana siguiente se sentiría obligado a
casarse con ella.
Se acercó a el, tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo.
-¿Por qué no?-murmuró-¿Tan sorprendente es que pueda desearme?
Un trozo de carbón cayó del hogar con un sonido seco. Otro trueno estalló mas cerca
esta vez. La luz de la lámpara se reflejaba en el semblante duro y suspicaz de Ethan.
-Váyase-ordenó.
El corazón de Jane dejó de latir, pero ella no podía decidirse a abandonar la partida.
-No, todavía no. Primero hábleme de su trabajo. ¿Por qué nunca me dijo que escribía
poesía?
-Solo son garabatos sin ningún interés. Olvídelo.
-Imposible, es demasiado hermoso, sobre todo el poema de Marianne.
La emoción le impedía hablar.
-Es mi hija, ya se lo dije. Nunca la abandonaré.
-Lo sé. Comprendí sus sentimientos por ella gracias al poema. Tiene un don para
expresar...
-Si le gustan las banalidades sin pies ni cabeza...
De pronto barrió la superficie del escritorio con gesto de enfado. Aterrada ella volvió
en si y se precipitó a recoger los papeles.
-¡Deténgase! ¿Pero que le pasa? Ha debido trabajar durante horas en estos poemas.
-Eso no le incumbe, Métase en sus asuntos.
-Ni hablar. Esos poemas representan sus pensamientos, sus emociones, y solo por eso
deberían ser recopilados y conservados cuidadosamente.
-Sobretodo deberían estar a salvo de las cotillas como usted. Y ahora salga de aquí.
Uniendo el gesto a la palabra la cogió del brazo y la empujó hasta la puerta. Jane se
resistió.
-Es inútil Ethan, no me iré. No le dejaré destruir una parte de si mismo sin hacer nada.
Estaba apretada contra el y podía oír los latidos de su corazón. El la miró fijamente con
malicia, un rayo iluminó la habitación, el tiempo pareció detenerse. Después,
lentamente, la mirada de Ethan se dulcificó.
-No tenia ningún derecho a hurgar en mis cosas.
-Lamento esa intrusión, pensaba que le conocía y ni siquiera sabía que necesitaba gafas
para leer.
-¿Cómo podía haberlo sabido? Además, como dijo el otro día apenas nos conocemos.
-¿Por qué nunca me dijo que era poeta? ¿Por qué se comportó de ese modo tan
desagradable en la reunión literaria? La poesía no es para tomarla a risa. ¿Es consciente
de que posee un don?
-Guárdese los cumplidos, no necesito reconocimiento y menos viniendo de usted.
Aunque la rechazó sin contemplaciones, Jane no podía evitar sentir una gran ternura
por el al verle dar vueltas como un león enjaulado. Lo que mas la sorprendía era que un
hombre que parecía tan seguro de si mismo pudiera despreciar tanto su trabajo. Los
poetas ocupaban un lugar privilegiado en la sociedad, incluso los mas controvertidos
como lord Byron o Shelley. Sin embargo Ethan no parecía ser consciente de su valía.
-He leído poesía suficiente para poder juzgar. Debería publicar sus escritos, yo podría
ayudarle a pasarlos a limpio y...
-Ya basta-la cortó.
La fusiló con la mirada.
-Si cree que su trabajo carece de valor ¿por qué continua escribiendo?-preguntó ella.
Un ligero rubor coloreo las mejillas de Ethan que cruzó los brazos y levantó la cabeza.
-Es una mala costumbre nada mas-gruñó
Ella había recogido las hojas.
-¿Algo así como comerse la uñas o coleccionar amantes?
-Exactamente.
-Bueno pues no estoy de acuerdo. Creo que tiene un gran talento y que debería darlo a
conocer.
-No tengo obligación de hacer nada. Ahora vuelva a su habitación y no se meta mas en
mi vida.
-Escuche...
Ella cogió una hoja y empezó a descifrarla.
-“Bajo estas vastas y silenciosas praderas reposan los que siguen invictos y cuya
sangre...”
Ethan le arrebató el papel de las manos e hizo una bola con el.
-Jane, por última vez, váyase, sino la saco yo.
-No lo hará Ethan, sabe usar las palabras lo cual es poco común. ¿Cómo puede
infravalorarse hasta ese punto? ¿Por qué deja que la gente le considere un inútil?
-Probablemente esa sea mi verdadera naturaleza, usted misma lo dijo-exclamó el.
Ethan lanzó la bola de papel en la papelera pero ese gesto no bastó para apaciguar la
sorda cólera que le dominaba. En ese momento la odiaba. La odiaba por haber entrado
en su último refugio, por haberle despojado de sus defensas.
Con una total tranquilidad, y todavía arrodillada en la alfombra con su falda turquesa a
su alrededor, aparentemente inconsciente de la tempestad que se desarrollaba dentro de
el, Jane le miraba con una tranquila seguridad, convencida de que lo que decía.
Alrededor de ella había montones de hojas, sus poemas.
El empezó a andar de un lado a otro.
-¿Quiere que este orgulloso de mi mismo?-lanzó el-Juzgue por si misma. Mientras
Napoleón entraba en Bélgica con su ejercito yo me quede aquí. Y cuando los hombres
como John Randall sacrificaban la vida por su país, yo bebía y me divertía. Solo me
enteré de la batalla cinco días mas tarde. Todo ese tiempo lo había pasado en la cama
con Serena Badrick.
Todavía recordaba el momento en que había salido de la habitación, cansado y abatido,
el choque que experimentó al leer los periódicos de Londres que se habían apilado en su
escritorio.
Jane se sentó sobre sus talones y le miró con una confianza inquebrantable.
-Escribió esas maravillosas líneas en memoria del capitán y sus hombres. Eso es algo...
El la cortó con un gesto de la mano.
-Esto no tiene ningún valor. Algunas palabras sobre un papel no pueden compararse con
la sangre vertida en el campo de batalla.
-Usted no es un soldado. Usted es un poeta. Es con su obra con lo que conseguirá que
los demás tomen conciencia de los horrores de la guerra.
Ethan se sentía atraído por su inocencia y su sentido común, por la luz que emanaba de
ella. Volviéndose puso las manos en el reborde de la chimenea y contempló las brasas
rojizas del hogar.
-No-insistió-Las palabras no pueden cambiar nada, solo los actos son importantes.
-¿Quién le dijo algo así?
El apretó los dientes- Por una vez no pudo impedir que los sombríos recuerdos salieran
a la superficie.
-Mi padre-dijo después de una ligera duda.
-Bueno, pues estaba equivocado. El hecho de que no le gustara la poesía no significa
que su obra carezca de valor. Simplemente era incapaz de compartir su punto de vista.
Eso es todo.
Ethan suspiró. Ella no entendía nada o no quería entenderlo. A su manera era tan
cabezota e inflexible como el.
-Es mas complicado que todo eso-dijo.
-¿Alguna vez leyó alguna de sus poesías?
-Si.
-¿Y bien?
Ethan se apoderó del atizador y atizó el fuego añadiendo después unos trozos de carbón
del cesto.
-Cuando yo tenía once años-empezó en voz baja-escribí una poesía por su cumpleaños.
Estuve horas perfeccionándola. Cuando se la di apenas la miró, la rompió y la tiró a la
chimenea.
Ethan jamás podría olvidar la visión del papel ennegreciéndose y retorciéndose entre
las llamas.
Furioso de que el pasado pudiera afectarle tanto todavía, volvió a colocar bruscamente
el atizador en su lugar. Jane le puso una mano en el brazo.
-¡Que crueldad por su parte!
Ethan tomo conciencia súbitamente de la cálida presión de la mano de Jane en su brazo,
del peligroso consuelo que le proporcionaba, comprendió que debía alejarse de ella
mientras todavía estaba a tiempo. Sin embargo no se movió.
-Me dijo que acabaría mal si no hacía lo que el me decía, que me convertiría en el
hazmerreír de todos. Y eso es exactamente lo que pasó.
Ethan se aclaró la garganta antes de continuar pero Jane le interrumpió.
-¿Por eso ha renegado todos estos años de su talento? Bueno pues yo no daría ni un
céntimo por el buen juicio de su padre.
-Mi padre quería que yo hiciera algo con mi vida, como el había hecho.
-¡Bobadas! Quería moldearle a su imagen y semejanza en lugar de respetar su
personalidad.
Ethan se negaba a aceptar su razonamiento, le resultaba mas fácil ironizar.
-¿Realmente es usted Chipie, siempre tan dispuesta a recordarme mi sentido del deber y
mis responsabilidades, quien me lo dice?
-Si-dijo ella sin dudar.
Le cogió las manos como una maestra ansiosa por convencer a un alumno obstinado.
-Ha renegado de su talento con el pretexto de que su padre era demasiado estúpido y
autoritario, pero no es demasiado tarde. Tiene que aprender a ser usted mismo.
Su entusiasmo le atraía, nunca hubiera imaginado que ella pudiera apoyarle, solo le
había contado la verdad para desengañarla aún más. Pero se había equivocado.
A juzgar por su expresión, Jane no abandonaría fácilmente su cruzada. En pie delante
de el, le apretaba las manos como si quisiera transmitirle su fuerza.
Cuando ella le miró, sus ojos brillaban con una fe inquebrantable.
¡Maldita fuera! Pensó. ¿Quién se creía que era para querer transformarle en un héroe de
leyenda? Y el, pobre idiota, solo deseaba créela...
Enfadado con ella y con el mismo, la empujó bruscamente contra la pared.
-¡Al diablo la poesía!-dijo-Voy a mostrarle lo que soy en realidad.
Con un movimiento desprovisto de gentileza, se inclinó y se apoderó de la boca de Jane
aplastándola con la suya. Sus manos se deslizaron por sus pechos y sus caderas. Ella era
alta y delgada, casi tan alta como el, pero liviana, dulce y voluptuosa. Y esta vez no
había bebido champán, lo cual era mejor, así comprendería que el solo era un hombre
sin honor, el libertino que todos decían que era. Le acarició el pecho, apretando los
senos a través del rígido corpiño, esperando que en cualquier momento ella le
abofeteara llamándole sinvergüenza. Eso era lo que el deseaba. Si, quería que ella le
rechazara y huyera asqueada, así se encontraría solo por fin.
Pero ella emitió un pequeño gemido de alegría y sus brazos se anudaron alrededor de
su cuello, sus labios se abrieron bajo sus besos.
-Ethan-murmuró ella en un gemido apretando su cuerpo contra el de el.
El deseo le invadió como una oleada, intensa y mareante y el la abrazó con mas fuerza.
La pasión no tenía secretos para el y era sobresaliente en el arte de someter a una
mujer, de hacer que se plegara a su voluntad. Sería un juego de niños seducir a Jane,
convertirse en el centro de su universo, el la dominaría, le daría placer hasta hacer que
olvidara todo lo demás. Su mano se deslizó por su espalda y empezó a soltar los
botones de su vestido. Había llegado a la cintura cuando recupero el sentido.
¡Jane! Estaba a punto de hacerle el amor a Jane Mayhew. Se apartó de ella con las
manos temblando.
-No podemos hacerlo-murmuró.
-¿Por qué no?-se quejó Jane con voz ronca colgándose de el-¿No le gusta besarme?
El levantó la cabeza y vio sus ojos gris azulado, brillantes de deseo, los labios
hinchados tan tentadores como un fruto prohibido.
-Vuelva corriendo a su habitación antes de que su reputación quede definitivamente
arruinada.
Se apartó para dejarla pasar pero ella no se movió.
-Puede que eso sea lo que deseo, que arruine mi reputación.
Con un lascivo movimiento de hombros se desprendió del vestido y este cayó hasta su
cintura.
-Por favor-continuó ella.
Sin dejar de mirarle empezó a soltarse los lazos del corsé.
Ethan no podía apartar los ojos de la cinta rosa que todavía cerraba su ropa interior. El
corpiño realzaba la delgada cintura de ella levantando los blancos pechos cuya sola
visión le volvía loco de deseo. Sin duda ella había bebido demasiado vino en la cena,
era la única explicación coherente con su conducta.
-Maldita sea Jane, cúbrase.
Antes de que ella se terminara de soltar el corpiño el le apartó las manos. Sus dedos
rozaron la piel caliente y suave y ese contacto estuvo a punto de hacerle perder la
cabeza. Todo su ser clamaba por tomarla en sus brazos, acostarla en la alfombra e
iniciarla en los misterios del amor.
Haciendo un esfuerzo sobrehumano consiguió retroceder.
-Vuelva a vestirse-ordenó.
Sin intenciones de hacerlo, Jane bajo la cabeza y le miró a través de sus pestañas, una
mirada terriblemente erótica para tratarse de una virgen.
-¡Oh Ethan! ¡Me gusta tanto! Si no me hace el amor nunca sabré lo que eso significa.
Por favor, déjeme demostrarle que no soy una solterona amargada.
No se hubiera sentido mas sorprendido si ella le hubiera dado un puñetazo. El cerebro
ya no le funcionaba y apenas podía respirar. Todo su cuerpo ardía por Jane.
Incapaz de contenerse, le puso las manos sobre los hombros.
-Dios sabe que usted se merece algo mejor que una relación sórdida-murmuró con voz
sorda-No soy lo bastante bueno para usted.
-Puede que no...Pero es a usted a quien deseo Ethan.
Una ráfaga de viento sacudió las contraventanas y un relámpago iluminó la habitación.
Ahora la tormenta estaba encima de ellos. A Ethan le costaba creer que esa era Jane, la
sensata e ingenua Jane, que le declaraba así su pasión. Sabía que debería sacarla fuera
de ese lugar y cerrar la puerta con llave. No tenía nada que ofrecerle aparte de un breve
interludio amoroso. Pero no podía decidirse a hacerlo.
Ella se mantenía delante de el, contemplándole con sus grandes ojos gris azulado, con
su rostro expresando una imperativa necesidad, un deseo que acabó con los últimos
escrúpulos que le quedaban.
En ese instante se dio cuenta de que estaba perdido.

17

Levantándola en brazos, la llevó hasta la chimenea, Jane sintió renacer la esperanza de


poder conquistarle. La boca de Ethan se aplastó sobre la suya con ansias.
Ella no tuvo tiempo para pensar, para darse cuenta de lo que estaba sucediendo. El
soltó las lazadas de su corpiño y desnudó su pecho, su mano le acarició los pechos
arrancándole un pequeño grito de sorpresa.
Toda su vida había soñado con las caricias de un hombre, de ese hombre, Ethan jugó
con los pezones que se endurecieron. Instintivamente ella se arqueó contra el para sentir
mejor el exquisito roce de sus cuerpos que se apretaban uno contra otro.
El dejó su boca para besarla en la mejilla y el cuello y mordisquearle el lóbulo de la
oreja. A Jane la recorrió un estremecimiento, cuando le lamió los pezones, su vientre
parecía de fuego. Cerró los ojos para disfrutar mejor de ese instante mágico.
-Oh...Ethan...
Las piernas ya no la sostenían, se tambaleó. Se encontraron de rodillas en la alfombra y
Ethan la liberó de su fina camisa de batista dejándola desnuda hasta la cintura.
-Maravillosa-murmuró admirado-¿Cómo pudiste esconder estos tesoros durante tanto
tiempo?
-¿Cómo pudiste tu esconder tus escritos?
-Cada uno de nosotros tiene sus secretos y yo prefiero los tuyos.
De nuevo ella sintió los labios de el en su garganta y se tambaleó por efecto de ese beso
extrañamente delicioso. La lengua de Ethan trazó un hábil recorrido entre sus senos
haciendo que la recorrieran unos deliciosos escalofríos.
Los temblorosos dedos de Jane se entrelazaron alrededor del cuello de Ethan ¿Cómo
había podido ella vivir hasta entonces ignorando esas maravillas? Ahora podía
comprender mejor porque ninguna mujer podía resistírsele.
Pero no, no iba a pensar en sus amantes. No esa noche. A partir de ahora Ethan le
pertenecía y nada mas era importante.
El quitó una a una las horquillas de sus cabellos. La gran masa de pelo oscuro y
ondulado cayó hasta la cintura de Jane.
-¡Oh Señor!-suspiró el-¡Que ganas tenía de besarte, de acariciarte...
Se apoderó de su boca con ardor salvaje.
-¿De verdad?-murmuró ella sin aliento cuando el terminó de besar sus labios-¿Desde
cuando?
-Desde que irrumpiste en mi habitación en Wessex Jane. Desde entonces solo pienso en
ti.
Ella solo deseaba creerle y esa noche se creería todo lo que el dijera. El le iba a enseñar
todo sobre el amor y ella intentaría estar a su altura. Quizá cuando estuvieran casados
volverían a jugar este maravilloso juego. A lo mejor no se enfadaría cuando supiera que
ella había venido a propósito para tenderle una trampa.
El tomó posesión de su boca y ella se colgó de el. El la tumbó con delicadeza sobre la
espesa alfombra delante del fuego de la chimenea, pero no eran las llamas del fuego que
allí ardía lo que les mantenía calientes. Ethan le desabrochó la falda, la ropa no se
resistía a sus experimentados dedos, poco después Jane yacía desnuda bajo la luz de las
llamas cubierta solamente con sus medias de seda y su liguero. Su pudor fue mas fuerte
que su deseo y quiso tapar su sexo con las manos, pero Ethan la cogió de las muñecas y
se las apartó.
-No tengas vergüenza-le dijo amablemente-Eres hermosa.
Las lágrimas inundaron los ojos de Jane. ¡Hermosa! Nunca se había permitido pensar
que lo era. El empezó a acariciarla de nuevo, mas íntimamente, mas provocativamente,
ella se arqueó sin querer, onduló buscando algo que no conseguía definir.
-¿Ethan?
-No tengas miedo...Disfruta.
-¿De que?
-Shh...ya lo verás.
El acarició sus piernas con infinita suavidad y Jane tragó saliva. Se había tumbado a su
lado y le estaba apartando las piernas con la rodilla, todavía estaba vestido y su ropa
hacia un sorprendente contraste con la joven desnuda que se abandonaba a sus caricias.
-¡Estas tan caliente!-dijo el con voz ronca-Si hubiera sabido que lo deseabas tanto no
habría esperado tanto tiempo.
El continuó acariciándola hasta que Jane, temblorosa, dejó escapar un gemido. Ella se
perdió en el deseo, movía las caderas presa de un fuego desconocido.
-Déjate ir-murmuró el tomando posesión de sus labios, ahogando un grito de placer-Te
sujetaré cuando caigas.
-¿Me caeré?
Un instante después un placer indescriptible la hizo marearse y, como en una nube,
tuvo la impresión de que volaba para después aterrizar completamente saciada. Abrió
los ojos y vio que el estaba sentado desnudándose. En sus ojos brillaba una luz salvaje y
respiraba pesadamente, el fuego transformaba su cuerpo en una especie de estatua de
bronce. Jane le miró admirada...No sabía que el miembro viril podía llegar a tener unas
dimensiones tan impresionantes.
El se tumbó a su lado y la cogió en sus brazos. Ella le besó en la mejilla.
-Me ha encantado lo que me has hecho.
-Eso solo era el principio hermosa mía.
-¿Pero que mas puede haber?-preguntó ella con ingenuidad.
En lugar de responder, el la besó, el beso se prolongó y ella notó el sexo de el palpitar
contra su muslo ¿cómo iba el a tomar su placer? ¿Se suponía que ella también tenía que
tocarle...ahí?
Con el corazón acelerado, puso los dedos en el sexo endurecido de Ethan, se extraño de
su calor y de la suavidad de terciopelo de la piel. El se estremeció y Jane retiró la mano
desorientada.
-¿Te hago daño?
-Solo si te detienes-susurró el contra sus labios.
Le cogió la mano y se la guió, ella descubrió el poder erótico que tenía sobre el con una
mezcla de vergüenza y de orgullo. Cuando el deslizó un dedo dentro de ella sin dejar de
besarla, ella empezó a temblar. Ahora ya sabía que la liberación estaba cerca, pero
cuando estaba a punto de alcanzarla el se apartó de ella.
-Por favor...-gimió Jane.
-Dime lo que deseas cariño.
-Tu lo sabes.
-Me pregunto si lo sabes tu-murmuró el.
Se tumbó encima de ella y le apartó los muslos antes de introducir su miembro en la
ardiente humedad del de ella. En ese instante fue cuando Jane comprendió como se
llevaba a cabo el acto amoroso. Hizo un ligero movimiento para apartarse que el tomó
por un gesto de impaciencia. Sus oscuros ojos sondearon los de Jane.
-Suavemente-dijo-No hay prisa.
El volvió a empezar a cubrirla de besos y a acariciarla. Deslizó su lengua por el centro
ardiente del cuerpo de Jane y ella lanzó un grito de sorpresa y placer. Creyó que se iba a
desmayar pero cuando se abandonaba a la boca que la atormentaba, Ethan se enderezó y
luego la penetró de un solo movimiento. Ella se mordió los labios como respuesta al
dolor fulgurante. Ethan se paralizó.
-Perdóname-murmuró.
El la llenaba hasta lo mas profundo de su ser, el dolor se desvaneció convirtiéndose en
una sensación de plenitud como si toda su vida hubiera estado esperando ese momento.
Lágrimas de alegría brotaron de sus ojos.
-Ethan...Ethan...Te amo.
-No te equivoques. No es a mi a quien amas, sino al deseo que te provoco.
Empezó a ir y venir dentro de ella con deliberada lentitud. Los corazones de los dos
latían al unísono. El empujaba cada vez mas fuerte y mas rápidamente pero Jane no
tenía miedo. Feliz y confiada se abandonó a el con una pasión de la que no se habría
creído capaz. Ethan la sometía a embates apasionados. Emocionada hasta perder la
razón, abrazó sus caderas con las piernas. Amaba el peso de su cuerpo sobre el suyo, sus
salvajes movimientos.
-No me equivoco-balbuceó perdida-Es a ti a quien amo Ethan, solo a ti.
Cada empujón les llevaba mas cerca de la cima. Se perdieron en el orgasmo y le sintió
temblar como una hoja.
-Jane...Dios mío...Jane-gritó el escondiendo el rostro en sus cabellos.
Permanecieron inmóviles, abrazados y aletargados.
Poco a poco Ethan volvió en si, podía oler el perfume de Jane, su suave piel pegada a la
suya. Oía el golpeteo de la lluvia sobre el techo. Miró a Jane, ella descansaba en sus
brazos con los ojos cerrados y una lágrima en el borde del ojo.
Señor-pensó-he destruido su vida.
Sin embargo no se arrepentía de nada. Nunca había conocido una mujer mas hermosa,
tan conmovedora en su declaración de amor. Conocía bien a Jane, nunca habría
entregado su virginidad a un hombre al que no amara. A desgana se apartó de ella y
entonces lo que había hecho le golpeó como un látigo. Había dejado que sus
sentimientos le gobernaran y no se había retirado antes del momento fatídico.
Ahogó un juramento y luego rodó sobre su espalda. Solo le faltaba eso.
-¿Ethan? ¿Qué sucede?
El volvió a abrir los ojos. Apoyada sobre un codo, ella estaba mirando con sus grandes
e inocentes ojos. Era la imagen misma de la sensualidad. Unos rizos oscuros con
reflejos de cobre le cubrían los hombros y los pechos...Era la primera vez que perdía la
cabeza hasta el punto de olvidar las mal elementales precauciones.
-Vístete-le dijo.
Le lanzó la camisa, el tejido transparente aterrizó sobre el vientre de Jane y esta lo
cogió.
-¿Vestirme? ¿Es así como termina esto?
Ethan ya estaba de pie y se puso los pantalones.
-Ya es hora de que vuelvas a tu habitación.
-¿Siempre eres tan distante...después?
La tristeza en su voz hizo dudar a Ethan quien se dio cuenta con consternación de lo
grande de su error.
-Te pido perdón-dijo-No debería haberte hecho el amor...
-¿Qué quieres decir?
-Jane, espero no haberte dejado embarazada.
Jane se puso una mano en el vientre. Una expresión de sorpresa pasó por sus pupilas
como si ya estuviera descubriendo una curva sospechosa.
-¡Oh Dios!-murmuró-Pero tu has hecho mil veces el amor y solo existe Marianne...Creía
que sabías como...evitar ese tipo de accidentes.
El no tuvo mas remedio que confesar su culpa.
-Si. Pero acabo de darme cuenta ahora. No pude controlarme.
-¿Y siempre lo haces?
-Si, siempre.
-Entonces ¿por qué conmigo no?
-Fue...Se me olvidó.
La cogió por los hombros.
-Jane si alguna vez descubres que estas embarazada debes decírmelo inmediatamente
¿lo entiendes?
-¿Y entonces? ¿Te casaras conmigo?
Ella sonreía, sus ojos estaban brillantes, los ojos de una mujer satisfecha. Un sudor frío
perló la frente de Ethan. Con el estómago hecho un nudo evitó la mirada de ella.
-No hay motivo...Ya veremos si lo estás.
-¿Si lo estoy?
Se puso en pie de un salto con la camisola apretada contra su pecho y los labios
temblorosos.
-No sé ni siquiera como se sabe que...que se está esperando un hijo.
-Tu flujo menstrual se detendrá...¿Cuándo sangraste por úñtima vez?
Ella enrojeció pero su mirada siguió firme.
-Hace unos días.
El dejó escapar un suspiro de alivio.
-Bien, no corremos mucho riesgo.
El terminó de vestirse.
-¿Cómo puedes estar tan seguro? Vamos a tener que esperar semanas antes de saberlo, y
mientras tanto...
-Mientras tanto tu vas a volver a tu habitación. Si alguien te encuentra aquí tu
reputación estará acabada.
-No si nos casamos.
El sintió un escalofrío en la espalda.
-Ya me cazaron una vez. No me volverá a pasar-declaró.
-Entonces te da igual mi reputación.
El tenía las palmas de las manos húmedas.
-No te pasará nada-afirmó-Con un poco de suerte nadie sabrá nunca que te he seducido.
Sus labios se fruncieron...Los mismos labios que hacia solo un momento suplicaban sus
besos mientras murmuraban palabras de amor. ¿Estaría lamentando haberse entregado a
el? ¡Solo Dios podía saberlo! De todas formas Jane no era la típica mujer llorosa.
De pronto ella le volvió la espalda, se puso la camisola y empezó a buscar el corpiño.
-Ahora que el asunto está arreglado ya es hora de que me vaya-dijo con su voz de
solterona amargada.
Nada estaba arreglado-pensó el, con el corazón en un puño. Había conseguido destruir
su amistad.
La miró mientras se ataba los lazos y luego se ponía el vestido. La seda color turquesa
cayó sobre su cuerpo delgado. Los dedos de Jane se trababan en con los botones de
nácar, el la ayudó a abrocharlos y, al sentir su contacto, ella reprimió un
estremecimiento. ¿Un estremecimiento de que? se preguntó el ¿de asco? ¿de desprecio?
Si, ella debía despreciarle y con razón, no se lo podía reprochar, ella acababa de darse
cuenta de que había entregado su virginidad a un sinvergüenza. El era un hombre
experimentado, sabía desde el principio que si le hacia el amor su amistad se terminaría.
Que una vez satisfecha Jane solo podría verle a través del velo romántico del amor...Y
sin embargo el no había sido capaz de resistirse a ella. De hecho era ella quien le había
seducido a el.
Le asaltaron los remordimientos...y al mismo tiempo las ganas de volver a empezar.
-Jane...murmuró
Quiso ponerle las manos en la nuca pero ella se apartó. Agachándose recogió las
horquillas del pelo que estaban en la alfombra.
-Ya está-dijo-las tengo todas, ahora ya puedo irme.
Cualquiera que la viera adivinaría de inmediato que salía de los brazos de Ethan. El
pelo revuelto, las mejillas ardiendo, los labios hinchados por los besos, era la imagen
misma de una mujer que acaba de hacer el amor. Con pasó rápido ella se dirigió a la
puerta del jardín. El la cogió del brazo.
-Es mejor que salgas por la escalera interior. Está lloviendo a mares.
-Como quieras.
Era mas arriesgado pero había limites para la prudencia. A esas horas dudaba de que
quedara alguien despierto en la casa. La guió hasta la segunda puerta. Una vela en un
nicho proyectaba una luz tenue en los estrechos escalones. En tiempos de lord
Chasebourne padre, la habitación de arriba hacia las veces de granero. Ethan la hizo
transformar en despacho, su refugio de poeta.
Ahora Jane conocía su secreto.
Esa idea le molestaba, era como si hubiera desnudado su alma, nunca había mezclado
su pasión por la poesía con sus otros placeres, y ahora había perdido el control de si
mismo. Y por si fuera poco con una virgen, y no con cualquier virgen ¡con Jane
Mayhew!
En el descansillo ella se detuvo levantando hacia el una mirada indecisa.
-¿Tu ayuda de cámara?
-Wilson se ha ido a dormir.
Ella bajó las escaleras, el la siguió hasta el dormitorio. Jane lo atravesó rápidamente
como si tuviera miedo de que el la llevara a la cama con dosel. El ardía por tomarla en
sus brazos, sin embargo se contuvo. Nunca había traído a una mujer aquí, se encontraba
con sus amantes en la casa de ellas o en su casa de soltero en Haymarket.
Pero Jane se merecía algo mejor que una relación clandestina, esta noche había sido
una equivocación, un acto de locura, un gran error que nunca se volvería a repetir.
Sin embargo, al verla coger el pomo de la puerta que daba al pasillo, su corazón se
encogió. Sin pararse a pensarlo la cogió por la cintura.
-¡Jane! No te vayas.
Ella le miró fijamente a los ojos.
-Ya me he quedado demasiado tiempo.
-Lo sé pero...¡Oh Jane!
La atrajo hacia el para besarla, ella se tensó por un momento y luego respondió a su
beso.
Ahora que sabía que ella todavía le amaba, Ethan se sintió invadido de un sentimiento
de gratitud infinita. Quiso cerrar la puerta con la intención de arrastrar a Jane hasta la
cama.
Entonces sucedió lo peor que podía pasar.
Mientras se besaban, el vio por el rabillo del ojo un movimiento en el pasillo. Tres
personas salieron de las sombras: lady Rosalind, tía Wilhelmina y el duque de
Kellisham loco de ira.

18

Jane se dio también la vuelta...y se quedó inmóvil.


-T..tía Willy-barbotó.
El trío se acercaba ¿cuanto tiempo hacia que estaban ahí? ¿Y porque Jane se sentía tan
mortificada? El que la sorprendieran con Ethan le convenía, pero el joven todavía no
había dicho que quisiera casarse con ella.
Por la expresión de censura del duque de Kellisham era evidente la imagen que
proyectaba Jane con sus cabellos revueltos y cayendo hasta su cintura. En la palma de la
mano tenía las horquillas de esmalte que le había quitado Ethan antes de su apasionada
unión.
-¿Qué significa esto Chasebourne?-tronó el duque.
Ethan sostuvo su mirada.
-Mi madre se lo explicará, después de todo tuvo la habilidad de traerle hasta aquí.
Como si fuera un reina, lady Rosalind levantó una ceja con una expresión de extrañeza
que le hubiera valido un premio como actriz.
-Le estaba enseñando a Su Gracia y a Wilhelmina la galería con los retratos de la
familia. No me imaginé ni por un momento que iba a provocar un drama.
-Estoy seguro de que hubieras llamado a mi habitación para continuar con allí la visita.
-Ethan no me hables en ese tono. Eres tu el que ha sido cogido en falta.
Wilhelmina metió la nariz en su pañuelo.
-Jane ¿cómo has podido?-lloriqueó-Te eduqué con unos estrictos principios. ¡Dios mío
voy a desmayarme! Que alguien me traiga las sales. Y mi medicina.
Llena de culpabilidad, Jane sostuvo a su tía que se tambaleaba. Ethan se precipitó a
ayudarla.
-Señora, vaya a descansar, voy a llamar a mi ayuda de cámara. Jane la acompañará.
-Es lo mejor-declaró lady Rosalind-Kellisham y yo aclararemos las cosas con Ethan.
Jane se dio la vuelta. Era evidente que iban a presionar a Ethan para que se casara con
ella. Si se negaba ella tendría que hacer las maletas y volver a Wessex. Pero no iba a
dejar que nadie decidiera su destino, ella también tenía algo que decir.
-Yo me quedo-dijo-Soy una mujer adulta perfectamente capaz de asistir a una reunión
que tiene que ver conmigo.
-Entonces yo no me retiro a mi habitación-sollozó Wilhelmina-Jane es mi sobrina, es mi
deber velar por sus intereses, sobretodo en las actuales circunstancias.
Lady Rosalind hizo un gesto con la mano lleno de majestuosidad.
-En ese caso, vamos a hablar en los aposentos de Ethan.

Sentada en una banqueta, Jane intentó serenarse. A su lado la tía Wilhelmina se sonaba
ruidosamente con su pañuelo de batista blanca. De pie delante de la chimenea, Ethan se
enfrentaba a su madre y al duque. Su rostro, tan agradable y expresivo unos minutos
antes, se había convertido en una máscara de piedra. El duque de Kellisham con las
aletas de la nariz temblando y las manos a la espalda se paseaba por la habitación.
-Vamos directos al grano-empezó-Chasebourne, ha abusado de una joven que estaba
bajo su protección. No se atreva a buscar excusas...
-No tengo intenciones de negar nada.
-En ese caso tengo que asegurarme de que le haga una proposición honorable a esta
joven.
Se hizo el silencio, solamente interrumpido por los lamentos de tía Wilhelmina. Jane
esperó en tensión la explosión, cosa que no dejaría de suceder cuando Ethan se negara a
hacerlo. Este inclinó la cabeza sin dejar de mirar al duque .
-En efecto, Vuestra Gracia, soy consciente de mis obligaciones con ella.
Sin poder dar crédito a sus oídos, Jane levantó la cabeza, estaba apretando tan fuerte las
horquillas con la mano que se le clavaban en la piel y sin embargo no sentía ningún
dolor. ¿Era posible que Ethan aceptara casarse con ella? Su corazón se encogió. A
juzgar por su actitud, el estaba actuando contra su voluntad. Iba a pagar muy caro por
una aventura de una noche.
-¡Gracias Dios mío! Estamos salvados-exclamó Wilhelmina-Entre nosotros, ¡Quien
hubiera creído que mi querida Jane iba a sucumbir a los avances de un hombre
divorciado, apartado de la sociedad, conocido por sus malas compañías, y...
-Basta tía-cortó lady Rosalind-Alegrémonos mas bien de la unión de nuestras familias.
Se volvió hacia Jane y le dirigió una tierna sonrisa.
-Estaré encantada de considerarte mi hija.
Jane seguía inmóvil como una estatua. Normalmente hubiera debido ser la mas feliz de
las mujeres ya que su plan había tenido éxito: nadie le quitaría a Marianne. Sin embargo
no se alegraba de esa victoria obtenida con un engaño.
Los ojos negros como la noche de Ethan la atravesaron.
-Me gustaría decirle una palabras a mi prometida. En privado.
-No creo que sea lo apropiado-se alarmó lady Rosalind.
-Querida-dijo el duque-podemos concederles unos minutos. Un hombre tiene el derecho
de pedir la mono de su futura esposa en la intimidad.
Diciendo esto Kellisham ayudó a Wilhelmina a levantarse y salió acompañado de las
dos mujeres.
Estaban solos.
Jane se levantó temblando, el corazón le latía tan fuerte que tuvo miedo de que Ethan lo
notara.
-Escúchame-dijo antes de que el pudiera hablar-Sé que no quieres casarte. Si me
entregas a Marianne le diré al duque que he rechazado tu proposición.
-De modo-respondió el con tono helado-que lo que sucedió solo fue una artimaña para
quitarme a Marianne; y ahora utilizas a mi hija como rehén en tu sórdida negociación.
-Solo quiero lo mejor para ella-murmuró.
-¿De verdad? Viniste a mi despacho con la firme intención de seducirme, leíste mis
papeles, fingiste admirar mis poemas...
-No, realmente creo que tienes un don.
-Ya es suficiente Jane. Me has engañado dos veces, la primera con Portia y la segunda
esta noche. Has conspirado con mi madre para que nos sorprendieran juntos.
-Lady Rosalind no tiene nada que ver, actué sola.
-¿Entonces como sabía que tu estabas aquí? ¿Cómo podía estar segura de que nos
encontraría juntos?
-No tengo ni idea...Intuición femenina sin duda. Pero eso no importa, todo esto ha
pasado por mi culpa.
Hizo una pausa, estaba deseando meterse entre los brazos de Ethan. Por desgracia no
podía ser. Continuó con valor:
-Te he traicionado, tienes razón, estaba desesperada. Quiero a Marianne y tenía miedo
de perderla. Intenta al menos entenderlo.
El rostro de Ethan expresaba el mas profundo desagrado.
-Tu has malvendido tu virginidad a un hombre que ni siquiera te gusta.
-No Ethan, era sincera cuando dije que...que te amaba. Te amo desde siempre, desde
que éramos unos niños.
El se rió.
-Entonces no has tenido suerte Jane, te vas a encontrar encadenada a un hombre que te
desprecia.
Su crueldad le dolía, pero en medio de su tristeza Jane no se lo podía reprochar. Ella
había peleado por una buena causa, pensó que el fin justificaba los medios, y ahora, a
los ojos de Ethan, ella solo era una mentirosa, una embaucadora, una farsante. Se
merecía el desprecio de el pero no tenía valor para renunciar a la niña.
-No es demasiado tarde-se forzó a continuar-Te prometo hablar con el duque si me
autorizas a hacerlo Ethan...Si llegamos a un acuerdo, si dejas que Marianne viva
conmigo en el campo...
-¡No! Ella se queda conmigo y no voy a cambiar de opinión.
Jane se puso delante de la ventana con los puños cerrados, la noche había caído del
todo y el jardín estaba inmerso en la oscuridad.
-Te casarás conmigo-decretó Ethan con voz neutra-En cuanto haya obtenido la
autorización del arzobispo. Si es posible mañana por la tarde.
El veredicto cayó como un puñal. Una ráfaga de lluvia golpeó la ventana, Jane podía
ver el reflejo de su futuro marido en el cristal, tenía el rostro pálido, la mirada sombría y
los labios apretados. ¿Por qué se dejaba atrapar así? se preguntó.
Porque tenía sentido del deber, del honor y de la decencia. Todas las virtudes que ella
negaba que tuviera. La invadió una oleada de remordimientos, si hubiera sido honesta
habría rechazado su oferta de matrimonio...Pero estaba Marianne, la pequeña necesitaba
una madre, una presencia femenina. Jane no tenía valor para renunciar a esa dicha, no
soportaría continuar viviendo en su casita de Wessex con la tía Wilhelmina por toda
compañía. Se vio pasados unos años, una solterona con arrugas, llorando por el único
amor de su vida.
Una vez mas dejó que fuera su corazón quien hablara.
-De acuerdo. Me casaré contigo.

-Rara vez he visto una recién casada tan adorable-exclamó lady Rosalind
desabrochando el pesado collar de oro y diamantes-Parecías una princesa mi querida
Jane.
Le entregó la deslumbrante joya a una doncella que lo guardo cuidadosamente en un
estuche de terciopelo.
-¡Que boda tan bonita!-se extasió Wilhelmina-Aunque se haya celebrado a toda prisa. El
anuncio que aparecerá mañana en los periódicos dará mucho que hablar.
-¡Bobadas!-lanzó lady Rosalind-Acogerán la noticia como el suceso del año. Aparte de
mi matrimonio con el duque de Kellisham desde luego.
Su charla dejaba indiferente a la recién casada, ella se sentía vacía, inerte como un
maniquí de madrea. Dejó que le quitaran el corsé y la camisola y luego levantó los
brazos para que le pusieran el camisón. Se sentó en la silla delante del tocador y se quitó
la corona de capullos de rosa blancos y luego las horquillas de marfil. Se cepilló el
cabello con aire ausente, el espejo le devolvía la imagen de su rostro demasiado
anguloso para los cánones de la época.
Ahora era una mujer casada, la esposa de Ethan. En su mano izquierda brillaba un
anillo, un sacerdote había bendecido su unión en una ceremonia privada en presencia de
algunos amigos íntimos y de sus parientes.
Había atravesado el salón del brazo de su tía. Ethan la estaba esperando al lado de la
chimenea de mármol, hermoso como un dios, con su traje azul con galones plateados.
Durante la ceremonia el se comportó con una evidente frialdad, pronunció sus promesas
con voz neutra y le dio a la recién casada un beso en la frente. Sus ojos no evidenciaron
ningún signo de cariño...En cuanto a Jane, por fin vio su sueño realizado, el niño que ni
siquiera se daba cuenta de su presencia era ahora su marido. Pero bastó con que ella le
perteneciera para que el encantador libertino se transformara en un extraño.
Un extraño que la detestaba, que se sentía victima de un engaño.
-Bueno, ya estás preparada-dijo lady Rosalind alisando la manga de encaje blanco de
Jane.
Inclinándose le murmuró al oído:
-No tengas miedo, cuando Ethan te vea esta noche se olvidará de su enfado. Los
hombres son así.
Les hizo una señal a las doncellas.
-Saluden a la condesa y retírense.
Las dos jóvenes criadas hicieron una reverencia antes de desaparecer. ¡La condesa! Era
condesa de Chasebourne. Su nuevo rango le valdría honores y obediencia, ella sería la
señora, un miembro respetado de la alta sociedad.
Y todo lo abandonaría por conseguir el amor de Ethan.
Cuando lady Rosalind se fue la tía de Jane se entretuvo un momento, una afectuosa
sonrisa iluminaba su mofletuda cara.
-Te pido perdón Jane. Muchas veces he criticado al conde y este a pesar de su mala
reputación no ha dudado en casarse contigo lo que demuestra que es un hombre de
honor.
-Yo también tengo que perdonarme a mi misma, ya que yo también le había juzgado
mal.
Su tía le dio un golpecito en el hombro con una ternura maternal.
-No te preocupes querida, tienes la oportunidad de ser feliz. ¡Ojalá yo hubiera tenido el
coraje de actuar como tu!
Jane la miró asombrada.
-¿Forzar a un hombre a casarse contigo?
-Aceptar una proposición de matrimonio.
Sus dedos regordetes arrugaron el pañuelo.
-Nunca se lo he dicho a nadie...
-¿Qué sucedió?
-Cuando yo era joven me enamoré del hijo de un rico granjero. Pero teniendo en cuenta
mi rango social no quise rebajarme a casarme con un hombre que se ganaba la vida
labrando la tierra...Me negué a concederle mi mano.
Los ojos de Wilhelmina se nublaron como si estuviera viendo las imágenes de su
pasado.
-A veces me pregunto si no me equivoqué.
Jane tenía la garganta cerrada. No le extrañaba que su tía tuviera una dependencia de su
botella de reconstituyente. Nunca había podido olvidar su pena de amor. Abrazó a su
tía.
-Lo siento mucho, no lo sabía.
Wilhelmina le devolvió el abrazo apretándola contra su generoso pecho.
-Estoy muy contenta de que no te hayas vuelto como yo, vieja, sola, sin amigos...
-¡No estás sola!-declaró Jane con fervor-Y te puedes quedar con nosotros todo el tiempo
que quieras. Mi casa siempre será la tuya tía Willy.
La anciana le besó la mejilla.
-Que Dios te bendiga Jane, siempre has sido buena.
Se fue resoplando, la puerta se cerró, el silencio envolvió el dormitorio. Pensativa, jane
se volvió a sentar frente al tocador. Nunca había pensado que Wilhelmina hubiera sido
joven y bonita, ahora solo era una anciana rodeada de soledad y añoranza.
Se trenzó el pelo como de costumbre, pero esta noche sus dedos se enredaban en los
mechones, le llegó un aroma floral, se inclinó sobre la mesa y descubrió, entre los
frascos de cristal, uno de perfume...el perfume de Portia. Lo barrió del tocador con la
mano presa de una cólera inexplicable. Portia también había arrastrado a Ethan al
matrimonio con engaños. Jane al menos no traicionaría su juramento de fidelidad.
Empezó a pasear de un lado a otro, la habitación en la que se encontraba estaba al lado
de la de Ethan y estaba lujosamente decorada. Unas cortinas de terciopelo color rosa
tapaban las altas ventanas, un candelabro de plata estaba encima de la chimenea donde
crepitaba un fuego brillante que bañaba con una cálida luz el lecho con dosel que las
criadas habían preparado para la noche. Su noche de bodas.
La mirada de jane vagó hasta la doble puerta blanca y dorada que parecía burlarse de
ella. Estaba cerrada y, mientras la contemplaba, la joven comprendió lo que iba a
suceder. Ethan no traspasaría esa puerta ya que despreciaba a la mujer con la que
acababa de casarse.
Ella había destruido la confianza de Ethan en ella, pero no iba a dejarse dominar por los
remordimientos. Después de todo había contraído matrimonio con un objetivo muy
preciso. Cogió un candelabro y se precipitó fuera de la habitación.

El coñac no le tranquilizaba.
Sentado en su habitación, delante de la chimenea, Ethan bebía, sorbo a sorbo, el oscuro
elixir que habitualmente le aportaba un feliz olvido. La botella de cristal se vaciaba
poco a poco y sin embargo Ethan continuaba despierto, casi sobrio. Tenia la mente
despejada y no conseguía sacar a Jane de sus pensamientos.
La cólera le embargó de nuevo. Bebió un largo trago con la esperanza de tranquilizarse,
pero no lo consiguió. Ella se había aprovechado de su debilidad, le había engañado,
traicionado y llevado por donde quiso. Y el, como un idiota creyó sus mentiras.
Bueno, quizá no todo habían sido mentiras. Ahora recordaba que cuando había querido
irse de la torre, Jane quiso salir por la puerta del jardín. Fue el quien insistió para que
tomara la escalera interior porque estaba lloviendo. ¿Quería eso decir que Jane no estaba
a l tanto de los planes de su madre? Le concedería el beneficio de la duda en ese tema.
Sin embargo le había privado de su libertad y eso el no podía perdonárselo.
Esa noche, cuando ella entró en el salón, engalanada con un vestido dorado, con los
diamantes de los Chasebourne y peinada con una corona de rosas blancas la hubiera
perdonado de todo corazón. Ella había pronunciado los votos sin avergonzarse, con voz
alta y clara, como si realmente tuviera intenciones de honrarle, obedecerle y cuidarle en
la salud y la enfermedad hasta que la muerte los separara. Pero solo quería a su hija y el
lo sabía.
No he mentido cuando te he dicho que te amaba.
El recuerdo de su dulce voz le hizo el efecto de un afrodisíaco. Todos sus sentidos se
inflamaron. Hubiera dado todo lo que tenía por tenerla entre sus brazos, por perderse en
su suavidad. Jane, que le había utilizado como un peón en el tablero de sus
maquinaciones, no debía olvidarse de ello nunca y sobretodo ahora que estaba instalada
en la habitación contigua.
Ethan lanzó una mirada sombría a la puerta de separación. Si hacía caso a sus deseos
abriría la puerta que les separaba y obligaría a su nueva esposa a cumplir con su deber
conyugal. Se levantó de un salto. ¡De ninguna manera! Dejó su dormitorio sin saber
muy bien donde iba, tenía que alejarse lo mas deprisa posible para no sucumbir a la
tentación.
La casa estaba en silencio, todo el mundo estaba durmiendo. Solo la vacilante llama de
una lámpara de aceite puesta en un hueco iluminaba las tinieblas. Cogió la lámpara y
continuó su camino, sus pasos le condujeron hasta la guardería.
Oyó unos ronquidos que venían de la habitación infantil. Ralentizó el paso para no
despertar a la niñera de su hija, prefería que sus visitas nocturnas siguieran quedando en
secreto, siempre se sentaba y miraba a Marianne mientras esta dormía apaciblemente y
verla le llenaba de un indescriptible sentimiento de ternura.
Pero esta noche, una débil luz danzaba en la habitación de la niña. Si la criada se había
olvidado una vela encendida, eso significaría su despido inmediato. Se quedó inmóvil
en el quicio de la puerta.
En la mesa había un candelabro, su luz ámbar iluminaba la mecedora donde Jane se
mecía suavemente con Marianne en los brazos. Las dos estaban dormidas.
Le invadió una oleada de sentimientos contradictorios, ira, indignación, amargura,
ternura. La manita de Marianne descansaba en el pecho de Jane. Cualquiera hubiera
pensado que eran una madre con su hija.
Quiero a Marianne, tengo miedo de perderla.
En medio de su rabia el se había olvidado de lo mas importante, Jane se había jugado el
todo por el todo por amor a esa criatura. Y había ganado la partida. Sin embargo eso no
disculpaba la manera en que lo había hecho.
Ethan dejó la lámpara cerca del candelabros e acercó despacio a la mecedora. Jane
parecía muy frágil. Sus pestañas daban sombra a sus mejilla, su larga trenza formaba
una oscura serpiente sobre su camisón.
Los deseos de soltar los cordones del mismo para besarle la garganta le cortó el aliento.
Maldijo su propia ingenuidad. No podía confiar en una traidora que le había hecho una
jugada diabólica. Cogió a Marianne en sus brazos.

Jane se despertó sobresaltada. Sus brazos se cerraron alrededor del cuerpecito dormido
pero solo encontraron el vacío. Se le escapó un grito.
-¡Marianne!
Una figura se alejaba, se levantó horrorizada.
-No pasa nada-dijo una voz profunda-Soy yo.
Ethan.
El miedo se transformó en alivio, le miró llevar a la niña a su cuna. La había
sorprendido el sueño, había querido mecer a Marianne unos minutos para sentir la
calma que la niña proporcionaba a su corazón.
La luz de la lámpara daba reflejos dorados a la camisa de Ethan. El se inclinó en la
cuna y depositó a Marianne con mil precauciones. Por un momento sus rasgos se
dulcificaron.
El también amaba a la niña.
Con el corazón en un puño, Jane sintió que las lágrimas le enturbiaban la vista. Si tan
solo pudieran formar una familia, si tan solo el se diera la vuelta para abrazarla con sus
fuertes brazos...
Pero el cogió la lámpara de aceite y se dirigió hacia la puerta.
-Ethan espera-murmuró.
-Ve a acostarte-respondió el con rudeza.
Un instante después desapareció en la oscuridad.
Jane ni siquiera hizo el esfuerzo de seguirle, era inútil. Evidentemente el no quería
saber nada de ella, el único lazo que les unía dormía apaciblemente en su cuna:
Marianne. No había nada más.
Jane se volvió a sentar en la mecedora, estaba muerta de tristeza. Lady Rosalind le
había avisado que Portia había usado la misma táctica para obligar a Ethan a casarse con
ella. Sin embargo Jane guardaba el recuerdo de ese magnífico día cuando vio pasar la
carroza nupcial. Aparentemente por aquel entonces, Ethan se sobrepuso al rencor. Por
desgracia en esta ocasión no parecía dispuesto a perdonar a su segunda esposa.
Jane se balanceaba suavemente, reflexionó durante mucho tiempo, la pequeña llama
oscilaba en las sombras, la vela estaba casi consumida cuando se levantó. Había tomado
una decisión.
Tenía que ganarse la confianza de Ethan.

19

-Ya que te niegas a compartir mi cama, simulemos que estamos locamente enamorados,
solo para acallar los rumores.
Estupefacto, Ethan miró a Jane tranquilamente sentada en un banco debajo de las
ventanas de la guardería. Su vestido azul oscuro se pegaba a su cuerpo que el no había
abrazado desde hacia una semana. Se consideraba traicionado y ahora, ella quería que se
comportara como un enamorado.
Intentando calmar su ira dirigió la vista hacia Marianne. La niña estaba acostada
encima de una manta bajo la pierna doblada de su padre intentando coger el reloj de
bolsilla que el movía delante de sus ojos.
-¿A quien le preocupan los rumores?
-Deberíamos tenerlos en cuenta Ethan, por el bien de Marianne. Nuestra actitud la
afectará a ella.
-Solo es una criatura, cuando crezca la gente ya se habrá olvidado de nuestro apresurado
matrimonio.
-Es posible...Pero si supieras lo que dicen...
Jane hizo una pausa llena de suspense.
-Por supuesto tu no sabes nada ya que te escondes en tu torre de marfil.
-Yo no me escondo.
Marianne dio un pequeño grito de queja. De inmediato Ethan bajó la voz.
-Simplemente, estoy trabajando-dijo.
La verdad era que no conseguía concentrarse, las palabras le eludían y la página seguía
obstinadamente en blanco. La inspiración huía de el y el gastaba toda su energía en
vanos esfuerzos.
-Si tu lo dices...-replicó Jane con ligereza.
Inclinó el busto con la excusa de mirar a la niña ofreciéndole una vista privilegiada de
su escote.
-He salido mucho últimamente Ethan. En todas partes, en los salones, me he sentido
observada. Es evidente que han añadido mi nombre a la larga lista de las conquistas del
malvado conde.
-Deja que hablen, pronto habrá un nuevo escándalo que obtendrá su interés.
-eso no es todo. Ayer, en el transcurso del té en casa de los Stanford lord Keeble y su
comparsa Duxbury me informaron amablemente de los rumores que corren a costa
nuestra.
-Esos dos bufones están en el origen de todos los cotilleos de la ciudad.
-Me temo que tienen razón esta vez. Parece ser que toda la ciudad está apostando que
Marianne no es una niña encontrada sino tu propia hija...
-Eso no es nuevo.
-...y la mía. Según los comentarios yo soy su madre natural.
-Sin embargo deberían recordar que en el momento de la concepción de Marianne tu
solo eras una especie de abuela vestida con harapos negros abrochados hasta el cuello y
que habrías hecho huir a una guarnición de soldados.
En lugar de enfadarse Jane sonrió. Se levantó y se agachó par jugar con la niña y Ethan
olió su perfume, una fragancia muy femenina que le provocó.
-¿Tan increíble es –preguntó ella-que hayas sentido pasión por una solterona mal
vestida?
La pasión el todavía podía sentirla, estaba invadido por ella. Desde hacia siete días no
se había acercado a ella pero ella llenaba sus sueños y sus pensamientos. Después de
todo era su mujer. Le pertenecía. Se contuvo para no arrastrarla a la habitación,
desnudarla y tomarla salvajemente haciendo caso omiso de las reglas mas elementales
del pudor.
-La gente no te conoció en esa época, de modo que la cuestión ni siquiera se plantea-
respondió el enfurruñado.
-Keeble y Duxbury añadieron...
-¿Qué? Si te han ofendido...
-Simplemente me informaron de un nuevo rumor según el cual yo estaría de nuevo en
estado de buena esperanza.
Ethan se debatió entre el deseo de tener un segundo hijo y el rencor que no cesaba de
atormentarle. Se sentía engañado, privado de su preciosa libertad, llevado a la fuerza a
ejercer el papel de buen padre de familia...Todo lo que mas odiaba.
-Rumor que se extinguirá por si mismo con el tiempo-hizo notar no sin maldad-
Precisamente dentro de nueve meses.
-¿Seguro?-dijo ella con voz sugestiva-Todavía no podemos estar seguros.
-Lo sabremos dentro de dos o tres semanas.
-Ethan, el problema no es ese. Me molesta que digan que tu me sedujiste, no quiero que
Marianne sepa algún día que su papá se aprovechó de la ingenuidad de su mamá...Es
absolutamente necesario convencer a la sociedad que nos hemos casado por amor.
-No seas ridícula, para entonces ya se habrán olvidado de nosotros.
-No lo harán si seguimos comportándonos con tanta frialdad entre nosotros.
Se levantó y con un gesto inesperado le acarició la nuca. Ethan se sobresaltó y se apartó
como si le hubiera mordido una serpiente.
-¡Para!-gruñó
-¿Por qué Ethan? Hace una semana que te espero todas las noches en mi cama. Nunca
podré olvidar nuestra primera noche, me gustaría volver a vivirla, aprender a satisfacerte
El sintió una gota de sudor humedeciendo su frente, Jane llamaba a las cosas por su
nombre al contrario que las demás mujeres que se perdían en discursos de falso pudor.
¿De donde sacaba tanta temeridad? ¿O era la inocencia? De la mañana a la noche se
había transformado en una seductora, en una tentadora. A veces el echaba de menos a la
antigua Jane, la inofensiva solterona...
-Nuestro matrimonio es una unión forzada-le recordó el con voz cortante-Si esperas que
te trate como mi esposa te equivoca.
Ella se rió con los ojos brillantes.
-¡No seas tan mojigato!
El estuvo a punto de ahogarse.
-¿Yo? ¿Mojigato?
-Si. No hagas que los demás crean que desatiendes a tu mujer tan pronto...Lo quieras o
no acabamos de casarnos. Y todo el mundo sabe que los recién casados están bajo los
efectos del amor...Tu me has embrujado Ethan.
No debía prestar atención a lo que ella decía, se dijo a si mismo, esa era la mujer que le
había encadenado con su astucia.
-¡Basta!-silbó entre dientes- Hasta ahora solo me has proporcionado un montón de
mentiras.
Lejos de enfadarse Jane sonrió al bebé.
-Tu papá está gruñón hoy, necesita quedarse solo un momento.
Jane la cogió en brazos y el la vio alejarse fijándose en la ondulante curva de sus nalgas
bajo la falda azul. Ella se agachó para pasar por debajo de un gran roble y luego salió al
sol. Su piel resplandecía como el nácar, su cabellos morenos jalonados de mechas color
cobre, brillaban como el fuego secreto que ardía en ella.
El quería huir de allí a toda velocidad. Ahora mismo, mientras ella estaba ocupada con
la niña. Ella ya le había seducido una vez, y a el le costó muy caro sentir el mayor
placer que nunca hubiera conocido. Se había comportado como Portia antes que ella,
Portia que le había seducido y después engañado y humillado. Pero Jane no era Portia.
No, Jane no era tan malvada e innoble.
La miró mientras jugaba con el bebé, el amor le cambiaba la cara. Si ella perdia a
Marianne no lo podría soportar, se dio cuenta de pronto. Una niña necesitaba a sus dos
progenitores, se repitió. Aunque solo fuera por el bienestar de Marianne el debía aceptar
ese matrimonio y, después de todo, ¿por qué no aprovechar las ventajas de tal situación?
Comportarse mas amistosamente, compartir las comidas con su mujer, salir con ella de
vez en cuando...Y su cama. ¿Por qué imponerse a si mismo una vida de monje cuando
el deseo de volver a tenerla en sus brazos le devoraba?
Gianetta vio a buscar a la niña y Jane intercambió unas palabras con ella, muy
tranquila, casi alegre, como si no se hubiera peleado con Ethan. Después fue hacia el,
cuando el se levantó ella le siguió. A el le gustaba su manera de cogerle del brazo con
mano firme sin tonterías.
Subió a la habitación con ella.
-Ethan he estado pensando. Marianne no puede ser una niña ilegítima, tenemos que
adoptarla.
-Mi abogado está preparando los documentos. Dentro de un mes será oficialmente hija
nuestra.
-¡Que alegría!-dijo ella exultante pasando sus brazos alrededor del cuello de Ethan.
Olvidando su rencor, la atrajo hacia el. Los senos de Jane se aplastaron contra su pecho,
sus monos subieron hacia su pelo para quitarle la horquillas...Después de todo ella era
suya.
Oyeron el ruido de los cajones al abrirse y cerrarse provenientes del vestidor, Wilson
estaba revisando la ropa de su señor para la cena.
Ethan se separó de Jane a desgana.
-Vuelve a tus habitaciones, te veré a la hora de la cena.
Ella no se movió, Jane nunca le había obedecido de todas formas y eso también le
gustaba. ¡Era tan diferente de sus amantes!
-Despide a Wilson-le murmuró ella en el oído-Yo seré tu ayuda de cámara.
La proposición era tentadora y además ¡al diablo con las conveniencias! La deseaba.
Se dirigió al vestidor y llamó al criado.
-¿Wilson?
El aludido dejó las botas de cuero negro que estaba limpiando. Encima del sillón había
dejado los pantalones y la camisa almidonada del conde.
-Milord, su ropa está preparada, si prefiere ponerse otra cosa...
-Está bien. Ya puede irse.
La cara de comadreja del criado se alargó.
-¿Cómo? ¿Y el abrigo? ¿Y la corbata?
-Ya me las arreglaré.
-Como desee.
El hombre se dirigió a la puerta, dudó un momento y se dio la vuelta.
-Ha llegado un mensaje para usted milord. Lo he dejado en el escritorio, parece urgente.
En ese momento Ethan tenia algo más urgente que hacer. Impaciente volvió a la
habitación. Jane le estaba esperando en la puerta con los ojos brillantes y los labios
entreabiertos. El lacayo volvió con la misiva y las gafas.
-Esta es la carta milord, hay un mensajero abajo esperando su respuesta.
¡Maldición! Ethan cogió el sobre, rompió el sello de cera y sacó una hoja que leyó por
encima.
-¿Qué pasa Ethan?-quiso saber Jane.
El despidió a Wilson.
-Es un mensaje de Portia-dijo secamente-Ha tenido un aborto y te llama.
20

Bajo la luz del anochecer la casa de ladrillo rojo parecía todavía mas ruinosa que la
primera vez que Ethan y Jame estuvieron. Para sorpresa de Jane, Ethan le propuso
acompañarla y ella estaba feliz de que el estuviera a su lado. En ese momento el estaba
de pie en el porche y en silencio.
La puerta se abrió con un gemido, la pequeña criada asomó la cabeza, su expresión era
grave, les hizo una señal para que la siguieran.
Subieron la escalera y atravesaron el salón. La habitación de Portia al contrario que el
resto de la casa estaba bien amueblada con muebles de caoba, sillones tapizados en seda
bordada con hojas y ramas... Portia estaba tumbada en una magnifica cama con dosel.
Apoyada en las almohadas, sus largos cabellos rubios enmarcando su fino rostro y las
manos juntas, tenía un palidez mortal.
Jane se precipitó a su cabecera.
-¡Dios mío! ¿Cómo se encuentra?
Portia abrió sus hermosos ojos violetas y una débil sonrisa se dibujó en sus lívidos
labios.
-Jane, mi querida amiga, estaba segura de que vendría.
Su mirada se detuvo en el hombre que estaba a los pies de la cama.
-¡Ethan que agradable sorpresa!
-No quería que Jane viniera sola-respondió el con rudeza.
-¿Cómo se encuentra?-preguntó Jane.
-Un poco mejor. Siéntese por favor.
Jane se sentó en el borde de la cama.
-¿Qué sucedió?
-Algo horrible. Ayer por la mañana me sentí mal, tenía calambres y luego me dio un
terrible dolor, envié a la criada a buscar al médico pero cuando llegó era demasiado
tarde. Ya había perdido a mi hijo.
Las lágrimas cayeron sobre las pálidas mejillas
Jane la tomó de las manos compadecida. Podía imaginar perfectamente el sufrimiento
de una madre que acaba de perder a su hijo.
-Lo siento mucho-murmuró-Si lo hubiera sabido hubiera venido antes.
Portia levantó los ojos.
-Por desgracia no se podía hacer nada. Usted tiene la suerte de tener a Marianne, yo en
cambio me siento tan sola...tan perdida...
-¿Cómo sabes el nombre de mi hija?-preguntó Ethan suspicaz-Yo no lo he mencionado
jamás delante de ti estoy seguro.
-Me lo debió decir Jane-dijo Portia.
Se miraron fijamente un momento y Portia bajó la cabeza.
-¿Dónde está...George Smollett? ¿Ha regresado?
-No contento con haberse llevado mi dinero me dejó sola para llorar por su hijo.
-¿Era un niño?-murmuró Jane.
-Si. El médico se ocupara del entierro.
-Ethan y yo pagaremos los gastos-propuso Jane sin pensar.
Desafió a su marido con la mirada y para su sorpresa este asintió con la cabeza.
-Como quieras.
-¡Con que suavidad le hablas!-se extrañó Portia-Supe de vuestro matrimonio. De modo
Jane que es usted la nueva lady Chasebourne. No me extraña ¡eres tan hermosa!
Demasiado hermosa para un depravado como...
La amargura le alteraba la voz. Una mueca deformaba su boca pero Jane no se lo tuvo
en cuenta. La pobre mujer estaba en un lamentable estado. Ethan por su parte parecía
menos afectado por las desdichas de Portia. Rodeó la cama y se puso al lado de Jane.
-Necesitas descansar. Adiós.
Los dedos de Portia se cerraron en torno a la muñeca de Jane.
-¡No, esperad! Estoy llena de deudas, los acreedores de George no dejan de
perseguirme. Necesito diez mil libras.
Jane se quedó boquiabierta. ¡Diez mil libras! Las deudas de Portia parecían aumentar
día a día.
-La última vez eran cinco mil-observó Ethan con el rostro impasible.
-Pero después aparecieron otros acreedores. George debe dinero a todo el mundo.
Soltando la mano de Jane, Portia metió la cara en el pañuelo.
-Os lo suplico, no me abandonéis. No tengo a nadie mas en el mundo. Los prestamistas
me persiguen.
Jane miró a Ethan implorante.
-Hay que hacer algo, tenemos que ayudarla.
El continuó firme.
-No estas casada con Smollett-dijo-Nadie puede obligarte a pagar sus deudas.
-Explícales eso a los acreedores que me persiguen.
-En eso caso te repito mi propuesta: veta al campo. No le digas nada a nadie para evitar
a los prestamistas. Uno de mis hombres te escoltará. No veo otra solución a tus
problemas.
-¡No! Es imposible. Soy incapaz de vivir en otro lugar que no sea Londres. Ya te dije
que no quería exiliarme.
-Lo siento. Es lo único que puedo ofrecerte.
Portia apretó los puños.
-¡Animal! Siempre igual de intratable, no tienes ni corazón ni piedad. Te compadezco
Jane por haberte casado con un hombre así. A ti también te maltratará, te engañará y te
humillará. Tu vida con el será un infierno.
Mientras Portia echaba espuma por la boca de la rabia, Jane le puso la mano en su
delicado hombro.
-Cálmate, piensa en tu salud, debes tranquilizarte.
-Si quieres ayudarme intenta convencerle. Diez mil libras son una módica cantidad para
el, su fortuna es enorme.
Jane guardó silencio, se sentía dividida, por un lado entendía a Portia pero aprobaba la
decisión de Ethan que no quería pagar las deudas de juego del amante de su ex mujer.
Sin embargo estaba intentando salvar a Portia de su adicción al juego.
-Reconsidera su proposición-respondió-Lejos de Londres estarás segura. Ethan solo
piensa en lo mejor para ti.
Portia suspiró profundamente, sus hombros dejaron de temblar como si la tensión la
hubiera abandonado.
-De acuerdo-murmuró con voz temblorosa-Tienes razón, debo abandonar Londres, no
tengo otra elección.
Jane, emocionada, la abrazó brevemente.
-No lo lamentarás. En el campo encontraras paz. Te gustará encontrarte con la
naturaleza, pasear por el bosque...
Asaltada por una nueva inquietud Portia se volvió hacia Ethan.
-¿Dónde me vas a enviar?
-A Cornualles. Estate preparada mañana a primera hora, lleva solo una maleta. Yo me
ocupare de hacerte llegar el resto de tus cosas.
Bajando la cabeza, Portia se dejó caer como un peso muerto en las almohadas.
-Iros ya, me encuentro mal.
Antes de salir Jane miró de nuevo a la primera duquesa de Chasebourne, su estallido
intempestivo la había impresionado y lo que dijo todavía resonaba en sus oídos.
La engañará y la humillará.
¿Cuántas veces habría enfrentado Ethan sus accesos de ira?
Apurada por dejar esa casa y respirar aire fresco, Jane salió precipitadamente. La calesa
le esperaba en una esquina de la calle, el cochero y el lacayo estaba esperándoles. Ethan
rodeó con brazo firme la cintura de Jane y la guió hasta el coche, luego la ayudó a subir.
El vehículo arrancó.
-¡Que escena mas atroz!-dijo el-Siento mucho que hayas presenciado ese
enfrentamiento.
-Tu no tienes la culpa. Espero que Portia encuentre la felicidad.
La mano cálida y firme de Ethan cubrió la de ella.
-Portia tiene una noción muy particular de la vida, dudo que sea capaz de apreciar la
verdadera felicidad.
Su proximidad turbaba a Jane pero se esforzó en conservar la cabeza fría.
-Intentó manipularte cuando estuvisteis casados ¿verdad?
-Antes, durante y después.
Los remordimientos torturaba a Jane.
-No me extraña demasiado que me desprecies, me he comportado igual que ella.
-Pero no eres como ella, ella me traicionó de varias maneras.
-¿Cuáles?
-No me apetece hablar de ello.
No contaba con la obstinación de Jane. Esta puso su mano en el antebrazo de el, estaba
deseando conocer la verdad para comprenderle mejor.
-Dímelo. Quiero saberlo todo, es muy importante para mi.
-Chipie, siempre has hecho preguntas impertinentes. ¿No vas a aprender nunca cuando
debes callar?
No, y no era hoy cuando iba a empezar a hacerlo. Alentada por el tono indulgente de su
esposo continuó:
-Portia me confió que solo cometió un error, porque se sentía sola después de haber
soportado tus infidelidades durante años.
Ethan soltó una carcajada.
-Supongo que no te hablo de sus deudas de juego, de sus numerosas conquistas...
-¿George Smollett no fue su único amante?
-Bromeas. El fue el único que dejó que le pillaran con las manos en la masa...Se
revolcaban en mi cama mientras yo escribía en la habitación de la torre. Mas tarde
admitió que lo hizo a propósito para que yo les sorprendiera. Quería vengarse de mi
pretendida frialdad respecto a ella.
-Pero según ella tu ya no compartías su cama. Incluso te negaste a hacerle un hijo.
-Eso es completamente falso. Ella no quería un hijo porque se negaba a engordar. Me
pregunto como lo hizo para quedarse embarazada.
Jane no podía entenderlo, ella hubiera aceptado con alegría llevar los hijos de Ethan,
pero tenía que hacerle a su marido la pregunta que la atormentaba.
-¿Y...tus infidelidades?
El no respondió, solo el ruido de los cascos de los caballos rompía el silencio. Jane
insistió:
-Ethan, ¿engañaste a Portia mientras estuvisteis casados?
-Siempre me ha gustado la compañía de la mujeres, todo el mundo lo sabe.
Frustrada por esa respuesta evasiva, Jane le miró fijamente.
-Un simple si o no seria suficiente. ¿Traicionaste tus promesas del matrimonio?
-No-respondió el por fin.
-¿Nunca?
-Ya te he contestado. Ahora deja de interrogarme así.
Jane estaba perpleja. La respuesta de Ethan la sorprendió. La invadió un extraño
entusiasmo cuando comprendió que el había respetado sus promesas durante cuatro
años mientras su esposa le era infiel.
Su idilio con la madre de Marianne debió suceder después de su divorcio. Ethan se
aprovechó entonces ampliamente de su libertad, pero en el fondo era un hombre de
honor. La pena que se leía en sus ojos era sincera, por primera vez Jane le creyó sin
dudarlo.
El resto del trayecto transcurrió en silencio. La calesa se detuvo delante de la residencia
Chasebourne. Ya era de noche y las dos antorchas que flanqueaban la entrada
proyectaban contra la piedra sus vacilantes luces.
Ethan ayudó a Jane a bajar del coche y no soltó su mano. Entraron en el gran vestíbulo,
sus pasos resonaron en el suelo de mármol.
-Subamos-dijo el.
Era una orden y no una invitación. ¿Cuáles eran sus intenciones? ¿Conversar o una
velada mas intima?
Su corazón empezó a latir velozmente e intentó en vano descifrar en su expresión lo
que tenía en la mente.
La acompañó hasta su habitación y entró detrás de ella. Las velas proporcionaban una
suave luz. Jane era plenamente consciente de la presencia de Ethan, des u poder sobre
ella. El fue a inspeccionar rápidamente el vestidor. La hora de la cena se acercaba y las
doncellas estaban preparando la ropa de sus señores. No había nadie. Cuando oyó el
seco sonido del cerrojo, el corazón de Jane se detuvo. Mientras Ethan se acercaba, ella
se quedó paralizada como una presa ante un depredador. El la observaba atentamente
con su mirada salvaje y una sonrisa de depredador en los labios. Sus dedos soltaros el
nudo del pañuelo y lo dejó caer al suelo.
Jane se estremeció. Cerró los ojos, le temblaban las piernas, le daba vueltas la cabeza.
Le deseaba con todas sus fuerzas.
-Ethan-murmuró temblorosa-Eres un hombre de honor.
-Perfecto. Ahora pasemos a cosas mas serias.
La emprendió con las cintas del corpiño.
-O mejor empecemos desde el principio-añadió con voz ronca.
El la besó.
El beso, apasionado y exigente que le dio estuvo a punto de arrancarle a Jane un grito
de placer. Jane metió los dedos entre el pelo de Ethan apretándole muy fuerte por miedo
a que el se escapara. El besaba divinamente. Podía darle placer únicamente con la fuerza
de sus besos. Jane empezó a abandonarse.
Las capas de ropa de la joven empezaron a caer al suelo como las hojas muertas en
otoño. Poco después estaba desnuda. El le quitó el medallón e inclinándose succionó
lentamente la punta endurecida de un pecho. Después la levantó y la llevó a la cama
depositándola encima de la colcha. Ella le miró como se desnudaba, le gustaba verle
desnudo, después el se tumbó a su lado y la abrazó hasta cortarle el aliento. Ella miró su
cuerpo tan hermoso consumida por la pasión. Abrió las piernas pero el rodó sobre su
espalda llevándola con el.
-Tomame-murmuró el.
Esas palabras cohibieron a Jane, sin embargo cogió el endurecido sexo de el y con un
gesto preciso le guió hacia su santuario secreto al tiempo que emitía un sordo
gemido...Había olvidado la exquisita sensación de sus dos cuerpos unidos en una solo.
-Ethan te he echado tanto de menos...
-Lo que echabas de menos era esto querida.
Ella quiso responder pero el la cogió por las caderas haciéndola moverse mientras le
besaba los pechos. Jane contuvo el aliento, se arqueó y onduló sobre el que le impuso
un ritmo mas lento llevándola inexorablemente a un voluptuoso frenesí. La lentitud de
el la frustraba al mismo tiempo que atizaba el brasero que ardía dentro de ella. Pronto
experimentó mil sensaciones al mismo tiempo: la boca de el entres sus senos, sus manos
en sus nalgas, su sexo enfundado en lo mas profundo de ella...Instintivamente contrajo
sus músculos internos y, cuando el notó que ella temblaba con el orgasmo, dejó escapar
un grito ronco. Sin poder contenerse por mas tiempo la puso debajo de el incrementando
el ritmo. Ella se colgó de Ethan. De repente los dos tuvieron la sensación de que nada en
el mundo era mas importante que el éxtasis de sus dos cuerpos pegados unidos.
Una vez recuperada, Jane siguió tumbada al lado de Ethan, sin querer separarse de el.
Se deleitaba con el calor que el desprendía mientras que el aire frío le acariciaba la
espalda. Su mejilla descansaba en el sedoso pelo del pecho de Ethan y podía oir los
latidos de su corazón. El olor de su piel la mareaba. Con un suspiro de felicidad se
acurrucó entre sus brazos.
A Ethan le gustaba la calma que seguía a la tempestad, apretó a Jane junto a si,
sintiéndola satisfecha y desarmada.
-Tengo que hacerte una proposición-le dijo.
Sujetándose en un codo la miró. Era hermosa.
-Acepto.
-¿Seguro? ¿Sin saber de que se trata?
-Si.
-¿Quiere eso decir que te he conquistado mi dulce bruja?
-¿Y yo te he domado Casanova impenitente?
El esbozó una diabólica sonrisa.
-Eso esta por ve lady Chasebourne.
A ella le encantaba que el la llamara con su titulo, eso demostraba que le pertenecía.
-¿Cuál es esa oferta?-preguntó
-Parece que tenemos algunas cosas en común...en la cama-explicó el-Además me
gustaría tener un heredero. Por lo tanto te propongo que a partir de esta noche demos
curso libre a nuestro deseo.
¿Y el amor?
Su amor por el carecía de reservas, asintió con la cabeza un poco decepcionada pero
dispuesta a aceptar cualquier cosa. Ella le daría lo que su primera mujer se negó a darle.
-Me haría muy feliz llevar a tu hijo Ethan...Si, lo deseo con toda mi alma.
Por un momento los oscuros ojos de su esposo se suavizaron.
-Gracias. Estoy satisfecho con este arreglo.
Cualquiera habría dicho que se trataba de un acuerdo de negocios-pensó Jane
decepcionada. Después intentó razonar consigo misma. Iban a basar su matrimonio en
una atracción mutua, lo cual no estaba tan mal. Ella le enseñaría a amarla, se haría digna
de su confianza. Pero ya que el hablaba de deseo, primero tendría que ganarle en su
propio terreno.
Se volvió hacia el resuelta a hacerle perder el control. Cuando le abrazó por el cuello y
se apretó contra el, sintió que su sexo se endurecía contra su muslo. Maravillada por su
poder deslizó una mano entre ellos y le acarició. Ethan dejó escapar un ronco gemido.
-¿Quien te ha enseñado a hacer eso?-preguntó
-Tu-sonrió ella-Me das ideas.
Cediendo a sus deseos, Ethan tomo posesión de su boca. Tumbándose encima de ella la
penetró con un solo movimiento que la dejó temblorosa. Jane gritó, sus piernas y brazos
se cerraron en torno del cuerpo musculoso de su marido. Necesitaba un vinculo entre
ello...le necesitaba simplemente.
-Te amo Ethan, te amo-murmuró perdida.
El redobló sus esfuerzos haciendo nacer oleadas ardientes en el vientre de Jane.
Acelerando el ritmo le arranco gemidos y gritos. Esta vez el fue el primero en llegar al
orgasmo y el temblor de su gran cuerpo provoco en Jane un increíble placer.
Permanecieron el uno sobre el otro con sus miembros entrelazados. A Jane la invadió un
gran cansancio, sus párpados se hicieron pesados. La somnolencia que se apoderó de
ella se vio súbitamente rota por un movimiento cuando Ethan se deslizó fuera del lecho.
Ella murmuró una protesta ahogada que no pareció impresionarle. La besó en la frente y
la cubrió con la sábana.
El ruido de la puerta al cerrarse despertó por completo a Jane, sin Ethan la habitación le
parecía vacía. Fue consciente de que estaba perdida sin el, aunque estuviera segura.
Para consolarse pensó que debía ser la costumbre, los matrimonios de la nobleza
siempre duermen separados.
Sin embargo le hubiera gustado que el se quedara, que durmiera en sus brazos hasta el
día siguiente.
Entonces vio la realidad. Eran amantes...y extraños para siempre. Esos eran
exactamente los términos del contrato que había expuesto Ethan.

21

-¿Qué te parece este?-preguntó lady Rosalind.


Se miró en el espejo volviendo la cabeza de un lado a otro para estudiar mejor el efecto
del sombrero que llevaba puesto.
Jane la miró a su vez. Era un bonete azul con una cinta bajo la barbilla y adornado con
unas colas de zorro.
-Es un poco...
-Vistoso-le dijo lady Rosalind levantando los brazos para quitárselo.
El sombrerero, un hombre amanerado que estaba esperando tras una mesa llena de
pasamanería, se precipitó hacia sus clientes. Cogió el sombrero y lo colocó en su lugar
en la vitrina. Mientras lady Rosalind se lanzaba a charlar con el, Jane simuló admirar las
pamelas adornadas con flores de seda pero su mente estaba en otro sitio.
Hacia ya quince días que vivía junto a su marido unas noches locamente apasionadas.
El le había enseñado el arte y la forma de complacerle y ella se había desvelado como
una excelente alumna. A cambio el la cubría de caricias. A veces el se deslizaba en su
habitación mientras ella dormía y se despertaba sintiéndole dentro de ella en medio de la
noche. Entonces sus sueños eróticos se hacían realidad.
Pero el siempre volvía a irse a dormir en su propia cama, apenas se cruzaban durante el
día. El no la invitaba nunca a su habitación de la torre y ella evitaba ir para no
molestarle. Varias veces le pidió que la acompañara al parque cuando paseaba a
Marianne o a la biblioteca a coger un libro pero el siempre se negaba educada pero
categóricamente. En sus encuentros nocturnos el solo hablaba de tonterías con tono
ligero. Jane se contentaba con tener solo un amante mientras esperaba que quizá algún
día su marido la amaría.
-¿A milady le gustaría probarse ese sombrero?
Jane parpadeó. El dueño de la tiendo señalaba el turbante de tafetán color verde pavo
real con rayas azul pálido que tenía entre las manos.
-N...No-barbotó-Es para la condesa.
Lady Rosalind se puso el turbante metiendose los cobrizos rizos dentro y luego añadió
un adorno de plumas de avestruz blancas con una sonrisa de satisfacción.
-Es una maravilla, gracias Jane, tuve razón al pedirte que me acompañaras. Mi ajuar ya
casi esta completo. ¿Te he dicho que el duque va a llevarme de viaje de novios al
continente?
-No. ¿Gianetta irá con ustedes?-se alarmó Jane-¿Quién alimentará a Marianne si ella se
va?
Una sonrisa iluminó el rostro de la condesa.
-Hablas como una verdadera madre...Puedes estar tranquila, Gianetta no vendrá, no me
atrevería a privar a mi nieta de su nodriza.
-Me alegro milady.
-Llámame Rosalind, de lo contrario me va a dar la impresión de que en realidad tengo
cien años.
Se le escapó un suspiro.
-Me cuesta creer que mi hijo pronto cumplirá veintisiete años. Su cumpleaños es la
semana que viene ¿lo sabías?
-No mi...Rosalind.
Jane hizo esfuerzos por recordar.
-¿El quince de junio?
-El dieciocho. Dos días antes de mi boda. No le compres un alfiler de corbata, yo le
regalo uno cada año. Es una tradición.
Jane no tenía intenciones de comprarle a su marido un alfiler de corbata, ni gemelos.
Ethan le había asignado una pensión mas que generosa pero un regalo tendría mas valor
si ella lo pagaba con su propio dinero. Dinero que ella no tenía. ¿Pero que se le podía
regalar a un hombre que lo tenía todo? ¿Un libro? Si pero ¿cuál?
La idea surgió espontáneamente y era tan buena que Jane se extrañó de no haberla
tenido antes.
La tarde transcurrió en una angustiosa espera. En cuanto Ethan se fue al gimnasio Jane
se metió en su habitación, el ayuda de cámara estaba en la lavandería. Se levantó la
falda y subió corriendo la escalera de caracol que llevaba a la torre.
Gracias a los gruesos muros el lugar estaba fresco. El hogar estaba recién limpiado y no
tenía cenizas. Miró un instante la alfombra en la que tuvo lugar su prime encuentro con
Ethan. Después de todo no lamentaba haberle engañado, al contrario.
Ella solo había estado una vez en ese lugar y fue para seducirle. En ese momento tenía
otro plan: confeccionarle un regalo muy personal.
La gran mesa de caoba seguía llena de documentos. Los poemas de Ethan estaba allí.
Con manos temblorosas Jane empezó a hojear entre las hojas dispersas con el oído
atento. Se acordaba perfectamente de la ira de Ethan cuando vio que ella había leído sus
poesías. La odió por eso, su obra era una parte de su alma que el escondía a los demás
cuidadosamente. La parte de el a la que ella no tenía acceso.
Pero la sorpresa que estaba preparando no tendría consecuencias ya que solo el la vería,
y le gustaría, de eso Jane estaba segura.
Supuso, y con razón, que Ethan estaba trabajando en los poemas de mas arriba del
montón. La verdad es que hurgó por todas partes teniendo cuidado de volver a poner las
cosas en su sitio, exactamente igual a como las había encontrado. A medida que escogía
entre las hojas tachadas y corregidas, el familiar olor del papel y de la tinta le hicieron
experimentar una profunda nostalgia. Su padre siempre contaba con ella para arreglar la
enorme cantidad de páginas que escribía. Héctor Mayhew afirmaba que no podía
prescindir de la valiosa ayuda de su hija. A ella le hubiera gustado poder volver a pasar
a limpio esas frases garabateadas.
Se fue de allí con un rollo de papeles bajo el brazo, antes de salir echó una última
mirada por encima del hombro. Todo parecía estar como Ethan lo había dejado, nunca
sospecharía que alguien había rebuscado entre sus cosas.
Bajó las escaleras y echó una breve ojeada al vestidor para asegurarse de que estaba
vacío, luego se deslizó entre la puerta de separación y la cerró cuidadosamente. Después
se puso manos a la obra.

Ethan se dirigió al vestidor de su mujer. Le recibió una joven criada con un cubo de
agua vacío en las manos. Le hizo una seña para que no dijera nada, ella le miró con
asombro y se marchó. Ethan entró en la habitación, una bata de gasa beige estaba
colgado de una percha. En el suelo había un par de zapatillas del mismo color. La ropa
interior reposaba en una silla y un perfume de flores llenaba el aire.
Un biombo japonés negro y dorado, estaba delante de la chimenea. Oyó un chapoteo.
Iba a mirar cuando se dio cuenta de que el espejo le devolvía la imagen de Jane mientras
se bañaba.
La estaba viendo de espaldas dentro de la gran bañera de cobre. Su piel enrojecida por
el fuego de la chimenea y el agua caliente, brillaba por el efecto de las gotas de agua.
Unos rizos le caían por la espalda desnuda. Sintió que su cuerpo se ponía tenso por el
deseo. Era increíble, ninguna mujer le había cautivado de esta forma mas de dos
semanas. Jane despertaba en el un pasión insaciable. Durante el día se sorprendía a si
mismo pensando en ella, se le hacía eterna la espera hasta la noche. Esta mañana no
pudo resistir la necesidad de verla y tocarla.
De puntillas rodeó el biombo. Al verle Jane ahogó un grito y después una sonrisa
iluminó su rostro.
-Buenos días Ethan.
-Te levantas pronto-notó el
Ella miró a su marido.
-Tu también señor conde.
-¡Que observadora!
-Supongo que no has venido a decirme que has terminado de leer la traducción de
Topographia Hiberniae de mi padre.
-Es un poco pronto para leer sobre los viajes de un sacerdote a través de la Irlanda del
siglo XII.
Su mirada se detuvo en el cuerpo de ella.
-Por el contrario estaría muy contento de ayudarte con tu baño.
-Frótame la espalda.
El se subió las mangas, se enjabonó las manos y empezó a frotarla con energía. Con la
cabeza inclinada hacia abajo, ella emitió un suspiro satisfecho. Poco a poco las manos
de Ethan se hicieron mas cálidas, se deslizaban bajo las axilas de Jane hacia sus senos,
arrancándole un grito de dicha. Las puntas de sus pechos se endurecieron con las
caricias de el. El podía sentir contra su mano izquierda los latidos desordenados del
corazón de Jane.
Descendió mas hasta los rizos suaves de su entrepierna. Ella abrió las piernas y Ethan
la acarició allí donde su feminidad palpitaba caliente y húmeda. Se arqueó, moviendo
las caderas hasta que sus suspiros se convirtieron en gemidos. Un orgasmo fulgurante la
hizo temblar. Cogiendo la mano que le había dado tanto placer, la besó
apasionadamente.
Un imperioso deseo se apoderó entonces de Ethan. Levantó a Jane en sus brazos
sacándola de la bañera. Sin hacerle daño la aplastó contra la pared mientras se
desabrochaba los pantalones. Ella se estremecía de deseo. Sujetándola con las dos
manos, el la penetró con un poderoso empujón.
Ella se sujetó a el mientras el la tomaba con un vaivén rápido, casi furioso. La pasión
de Jane revivió, empezó a moverse ella también y poco después Ethan la sintió temblar
de placer. Entonces el dio iba libre a su pasión. La violencia de su propio orgasmo le
abrumó.
La mantuvo un instante mas contra el mientras recobraba el aliento. Ella le había
proporcionado un intenso placer y ahora la satisfacción cedía el paso a una apacible
ternura que nuca había conocido con ninguna otra mujer..
Jane...Su esposa...Estaban hechos el uno para el otro.
Esa idea le hizo el efecto de un puñetazo. Se apartó de ella.
-Bueno-dijo ella con una risa juvenil-siempre me había preguntado si se podía hacer el
amor de pie.
¿La dulce Jane tenia pensamientos eróticos?
-¿Tienes alguna otra fantasía?-la provocó.
Roja como un pimiento, ella se dio la vuelta.
-Ninguna que tenga sentido.
El la cogió por la cintura.
-Las fantasías nunca tienen sentido querida. Vamos dímela.
-Una vez leí un libro. La historia se desarrollaba en Oriente. Me pregunté lo que sentiría
si fuera la esclava de un príncipe en su harén.
-¿De verdad? ¿Una esclava?
-No tiene importancia, es una tontería.
-Desde luego que no...
El solo quería someterla sobre unos cojines de seda, plegarla a todas sus exigencias. La
risa de Jane le volvió a la realidad.
-Mírate. El buen Wilson sufriría un ataque si te viera.
En efecto estaba mojado, descamisado y le faltaba un botón a la camisa. Rompieron a
reir, entonces el cogió una toalla.
-Solo me queda secarte.
La envolvió con la tela. De pronto le cogió la mano y la miró atentamente. Tenía una
mancha violeta en su dedo medio cerca dela uña.
-Tinta. ¿Has escrito algo?
Ella encogió los hombros.
-Cartas. Contestaciones a unas invitaciones.
-Recházalas todas, tenemos algo mejor en que ocupar los días...y las noches.
Estaba siendo sincero. De buena gana hubiera dedicado todo su tiempo a hacerle el
amor a Jane. Enrolló la toalla para deslizarla entre la piernas de ella.
-No Ethan-murmuró.
-¿No quieres?-se extrañó el.
-No es eso. Ya voy con retraso.
Recogió toda su ropa interior, el admiró su cuerpo fino y sus gestos felinos.
-¿Con retraso? ¿Dónde vas tan pronto?
Ella se puso la fina camisa y después el corsé.
-Primero voy a ver a Marianne, ayer estaba un poco nerviosa. Gianetta dice que no es
nada pero quiero asegurarme de que está mejor.
-¿Y después?
-Salgo.
-¿Para ir donde?
-De compras-dijo ella vagamente.
El la besó en el cuello.
-Te acompaño.
-¡No! No puedes.
Su vehemencia le sorprendió y frunció el ceño.
-Por supuesto que puedo, quería repasar las cuentas pero pueden esperar.
-Odias ir de compras, te vas a aburrir. Tengo que conseguir el par de zapatos adecuado
para la boda de tu madre.
-Olvídate de los zapatos.
La cogió entre sus brazos.
-Quédate conmigo.
Jane tiró de las cintas de su corsé.
-Hoy no querido. Además lady Rosalind me pidió que pasara por su sombrerero a
recoger un sombrero que le encargó. Tiene demasiadas cosas que hacer, hacerle un
favor es lo menos que puedo hacer.
La cara de Ethan se quedó inexpresiva, no tenía la costumbre de que le rechazaran.
Pero si insistía Jane podría exigir a su vez algunas concesiones, por ejemplo, que la
dejara entrar en su refugio de la torre o leer sus poemas. Pero estos representaban la
faceta mas secreta de su personalidad.
La miró mientras se peleaba con los cordones del corpiño y luego mientras se ponía
alrededor del cuello la cadena de oro de su medallón. Volvía a experimentar la fuerza
del deseo. Después de todo el placer físico era la principal ventaja de su matrimonio.
Su ira contra Jane ya hacia tiempo que se había aplacado, ya no le reprochaba que le
hubiera privado de su libertad. Encontraba grandes satisfacciones en su unión, una
amante dócil y dispuesta instalada a dos pasos de su cama. Jane era una compañera
divertida y una buena madre para Marianne. ¿Qué mas podía desear?

Reinaba una clama absoluta en la imprenta. El olor penetrante de la tinta flotaba en el


aire al igual que otra mas especiada de una tarta de cebolla mordisqueada y abandonad
en una bandeja. Los hombres inclinados en unos pupitres componían unos textos con la
ayuda de pequeños cubos. Una viaja prensa se levantaba, imponente, en el fondo del
lugar.
Había escogido ese sitio segura de que no corría el riesgo de encontrarse con alguien
conocido. Jane se acercó al impresor, una especie de ogro que disimulaba su tripa con
un delantal manchado de tinta.
Abriendo la mano le mostró el medallón de su madre.
-Señor le ofrezco una magnifica joya, es de oro macizo y finamente tallada.
El miró la joya con ojo crítico.
-¿Quién me demuestra que es de verdad?
-Haga que lo tase el joyero mas cercano. Tiene usted dos días antes de la corrección de
las pruebas.
El cogió el medallón con sus gordos dedos, el oro brilló bajo la débil luz. Una oleada
de recuerdos asalto a Jane mientras lo único que tenía de su madre desaparecía en el
bolsillo del delantal lleno de manchas.
No tenía ningún otro objeto de valor entre sus pocos efectos personales, pero por nada
del mundo habría utilizado el dinero de Ethan para hacerle su regalo de cumpleaños- Un
regalo tenia que salir, según ella, del corazón.
Había vuelto a copiar los poemas con su mejor letra antes de devolver los originales a
la habitación de la torre. Después de hacer unas discretas averiguaciones descubrió a
este impresor en una de las callejuelas laterales del Strand. Se pusieron de acuerdo con
el trabajo que había que llevar a cabo, es decir, imprimir el libro y forrarlo con
marroquinería.
-¿Estará listo para el miércoles?-preguntó-Se lo voy a regalar a mi marido, y es
importante que este preparado a tiempo.
-Si pero eso le saldrá mas caro.
-Lo entiendo. No lo olvide; imprima solo una copia. Una sola. Y no le enseñará a nadie
esas hojas.
-Entendido señora Mayhew.
Desde el principio exigió el mayor secreto. Para mayor discreción se presentó a si
misma con su nombre de soltera. El impresor ni siquiera sabía que su marido y el poeta
eran la misma persona. El titulo era elegante y sencillo a la vez: Poemas.
Jane se dirigió a la salida, la excitación se podía leer en el brillo de sus ojos. Dentro de
pocos días se lo regalaría a Ethan. Podría entonces ver en su mirada el mismo placer que
antiguamente veía en los ojos de su padre cuando se publicaban sus tratados. A todos
los escritores les gustaba ver su obra impresa.
Salió de allí, una carroza la esperaba en la esquina de la calle, no había utilizado la
calesa de los Chasebourne pero había citado al cochero en Bond Street donde se suponía
que estaba de compras.
El cochero estaba dormitando en el asiento, un olor a cuero y a caballos llenaba el
ambiente. Se levantó un poco la falda y se apresuró a meterse en la carroza. No se dio
cuenta del vehículo inmóvil un poco mas lejos ni de los ojos que la observaban desde el
interior con una ávida curiosidad.

22

-Hoy sonríes por todo-murmuró Ethan.


Una oleada de felicidad hizo enrojecer a Jane mientras subían la escalera principal. El
duque de Kellisham ofrecía un té en su castillo en honor de su futura esposa.
Esa misma mañana Jane había ido a buscar las poesías a la imprenta, se sintió muy
orgullosa cuando le entregaron el pequeño volumen. Durante un rato acarició la suave
cubierta de piel y hojeado las paginas de pergamino recorriendo con la mirad las
palabras que había escrito Ethan. Estaba deseando que se quedaran solos para poder
darle el libro,
-¿Yo estaba sonriendo? Solo pensaba que hoy es el día de tu cumpleaños.
El le lanzó una mirada penetrante.
-Me da la impresión de que estás tramando algo.
-Una sorpresa que te va a encantar.
El se inclinó para murmurarle en el oído:
-Si la sorpresa implica un revolcón estaré encantado.
Jane le dio un golpe con su abanico.
-Eso no sería una sorpresa.
-Siempre lo es. Mi sorpresa preferida.
Estaban bromeando, a Jane le gustaban sus encuentros, los apasionados embates que a
veces duraban toda la noche, pero sus conversaciones seguían siendo demasiado
superficiales para su gusto. Hasta entonces Ethan no le había dicho nunca que la amaba
y ella necesitaba oírselo decir. Quizá esta noche cuando ella le diera el libro lo hiciera.
El por fin comprendería que podían prolongar la intimidad de sus cuerpos con la de sus
mentes.
Lady Rosalind y el duque de Kellisham recibían a los invitados delante del gran salón,
formaban una encantadora pareja, ella rubia y delicada, el alto y distinguido.
-Querido Ethan, querida Jane-exclamó la condesa-¡Que alegría veros!
-Nos has visto el almuerzo madre-respondió secamente Ethan-¿Lo has olvidado?
Incluso me regalaste el alfiler de corbata como todos los años.
-No dejaré que me estropees el buen humor con tus cínicas observaciones. Dentro de
dos días yo también seré una recién casada.
Miró a su prometido con ojos llenos de adoración.
Jane y Ethan entraron en el inmenso salón con adornos dorados presidido por dos
enormes chimeneas. El recuerdo de su casita brotó espontáneamente en Jane, allí
tomarse el té se limitaba a sentarse frente a su tía delante del fogón y beber a pequeños
sorbos el brebaje en una tazas desconchadas. Aquí sin embargo unos criados con librea
hacían circular unas bandejas de plata llenas de canapés y pastas.
La tía Wilhelmina, instalada en medio del grupo de matronas, atacaba su plato con
buen apetito. Algunos rostros familiares saludaban a Jane, la gente la separó de Ethan.
Estaba recordando las últimas novedades literarias con un caballero maduro forofo de la
literatura cuando una voz dijo a su espalda:
-Parece estar ocultando algo lady Chasebourne.
Se le detuvo el corazón. Se dio la vuelta y vio a Keeble con Duxbury a su lado, su
incondicional alter ego. Parecían una pareja de payasos, uno alto y delgado y el otro
paticorto y regordete. Les sonrió.
-Si es así no lo sabrán.
-Es usted dañina-gimió Keeble con las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta
verde-Pero no es necesario que nos diga nada querida, siempre conseguimos sacar la
verdad a la luz ¿verdad Ducks?
-Si. Desenterrar es la palabra.
-Desentierren todo lo que quieran amigos míos. Estoy viendo a mi marido con dos tazas
de té, si me disculpan...
Se escapó bajó la mezquina mirada de los dos dandys. Cuando se reunió con Ethan
cogió la taza que este le ofrecía.
-¿Qué querían esos dos? ¿Te han molestado?
-En absoluto. A su manera son divertidos.
-Mientras no hagan chistes sobre ti o sobre Marianne...
-¡Por supuesto que no! Eso ya pasó a la historia.
-¿Quiere que provoquemos un nuevo escándalo milady?
De inmediato una oleada de calor subió al rostro de Jane. Si Ethan la besaba en plena
boca en medio de los invitados de su madre ella no podría resistirse a el. Ejercía sobre
ella un irresistible atractivo y el lo sabía. El le cogió una mano y acarició la palma con
el pulgar mientras miraba su expresión. Jane palideció y movió las pestañas...Sonriendo,
el bajó la mirada al escote de su esposa y su sonrisa desapareció.
-¿No llevas tu medallón?
-No...No conseguí encontrarlo esta tarde. Seguro que mañana lo encuentro.
-Pregúntale a tu doncella. Sé muy bien lo que esa joya significa para ti-añadió
apretándole con amabilidad el hombro.
El no sabía que se había deshecho de su tesoro mas preciado para hacerle un regalo.
Unos aplausos interrumpieron su conversación.
-Señoras y señores presten atención por favor.
Lord Keeble, subido sobre un taburete, era quien estaba haciendo la llamada. A su lado
Duxbury exhibía una sonrisa de satisfacción. Evidentemente los dos inseparables
amigos estaba a punto de hacer un brindis.
-Espero que no le estropeen la fiesta a lady Rosalind-murmuró Jane.
-No te preocupes, mi madre sabe defenderse muy bien.
Ella suspiró, estaba deseando volver a casa para entregarle su regalo pero en lugar de
eso tenía que presenciar las bobadas de Keeble.
-Señoras y señores tengo una sorpresa para ustedes-continuó-Tenemos entre nosotros un
talento excepcional, un hombre misterioso que nos ha escondido su talento hasta hoy.
Keeble hizo una pausa para añadir suspense mientras Duxbury asentía con la cabeza.
Un murmullo llenó la sala. La geste se movía y esperaba.
-Su preámbulo es digno de un director de circo-se burló Ethan.
Jane dio un sorbo de té esforzándose por dominar el malestar que la invadía. Había algo
en la forma en que Keeble les miraba a Ethan y a ella que la intranquilizaba.
-¡Keeble!-tronó el duque-Si tiene la intención de contar algún rumor será mejor que baje
de inmediato de ahí.
-Vuestra Gracia, ningún rumor saldrá de mis labios en su noble casa-respondió Keeble
jovial-Ese hombre misterioso es un poeta cuyos escritos sobrepasan a los de lord Byron
o los de Shelley. Tengo el inmenso placer de leerles un extracto de su nueva
recopilación.
La taza de Jane chocó con el plato. Crispó los dedos en la porcelana mientras Keeble
lanzaba una divertida mirada a Ethan.
No, era imposible, el vizconde no podía saber nada del libro. Había tenido cuidado de
que nadie la siguiera a la imprenta. Vio que Ethan fruncía el ceño.
Keeble metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó un pequeño volumen. Jane
sintió que le faltaba el aire. Las tapas eran idénticas a las del libro que le iba a regalar a
Ethan, sin embargo ella había metido el libro en un cajón de su cómoda. No había
ninguna posibilidad de que Keeble lo hubiera sacado de allí. Seguramente eran las
poesías de otra persona, una mera coincidencia, se dijo con el corazón en un puño.
Keeble abrió el libro, se aclaró la garganta con gesto teatral y después empezó a recitar
con voz melodramática:

Para aquel que duerme en Waterloo

Como un soldado vencido


Mides con tu espada
La ensangrentada tierra de la llanura
Mientras otros menos nobles
Esperan que se cumpla tu destino
En la tranquilidad de sus casas.

A medida que oía las familiares palabras, Jane se sentía desfallecer. Una sensación de
irrealidad le causaba vértigo. Era imposible, estaba soñando y despertaría pronto.
Miró a Ethan. Este miraba fijamente a Keeble con los ojos brillantes de rabia. Sus
puños estaban cerrados con tal fuerza que los nudillos estaban blancos. De pronto giró
la cabeza y su mirada se cruzó con la de ella atravesándola con su frialdad. El rostro de
Ethan expresaba incredulidad, ella cerró los ojos bajando la cabeza. Era como si
estuviera contestando afirmativamente a un muda pregunta. No podía negar la verdad,
ella le había dado realmente al impresor los poemas y de una forma u otra, Keeble se
había hecho con una copia.
El vizconde dejó de leer. Un respetuoso silencio envolvía el salón, una mujer resopló y
fue como una señal. Se oyeron admiradas exclamaciones desde todos los rincones.
-¡Bravo! ¡Admirable!
-¿Dónde se puede comprar ese libro?
-¿Quién es el autor?-preguntaron varias personas al mismo tiempo-Díganos el nombre
del poeta.
Cuando Jane volvió a abrir los ojos, Ethan se estaba dirigiendo hacia Keeble y
Duxbury. El vizconde estuvo a punto de caer del escabel. Su sonrisa de triunfo cedió el
paso a una mueca de arrepentimiento.
-Es decir...Quizá no esté todavía preparado para recibir los laureles de la gloria-barbotó-
Puede que su querida esposa nos haga el honor de...
Ethan le arrancó el volumen de las manos.
-Quizá desprecia a las comadrejas-gruñó.
Su puño se empotró en la mandíbula de Keeble quien cayó se espaldas al suelo.
Duxbury le cogió en brazos y los dos volvieron a caer en la alfombra. Una mujer gritó,
se elevó un clamor, todas las miradas estaban puestas en Ethan. La taza de Jane se le
escapó de las manos yendo a parar al suelo. La culpabilidad la destrozaba. Iba a tener
que explicar como habían acabado esos poemas en las manos de Keeble.
El duque se abrió camino hasta Ethan.
-¿Qué significa este escándalo?
-Agradézcamelo. Estoy limpiando su casa de gusanos.
Keeble se frotó la dolorida mandíbula.
-No va a colgarme solo por leer una poesía.
Duxbury se levantó con el pelo revuelto y la corbata torcida.
-Unos poemas actuales, eso es todo-añadió.
Lady Rosalind con los ojos llenos de lágrimas murmuró:
-Ethan ¿Tu escribiste eso? ¿Tu?
El rostro de Ethan enrojeció pero no respondió nada.
-Lo escribiste para John...para el capitán Randall, tu amigo-continuó ella suavemente-
Querido es un maravilloso homenaje a ...
-Se trata de algo privado-cortó el con voz lúgubre-Te agradecería mucho que no
volvieras a mencionarlo.
Los invitados del duque hablaban en voz baja. Todas la miradas estaban puestas en
Ethan, acababan de descubrir que el libertino mas notorio de Londres era un gran poeta.
A pesar de su tristeza Jane no pudo impedir sentir un gran orgullo. Cogió a su marido
del brazo y se despidió de sus anfitriones.
-Vuestra Gracia, milady, discúlpennos. Debemos irnos.
-En efecto-gruñó Ethan.
Fusiló a Jane con la mirada y luego la arrastró a la salida.
-¡Esperen!-gritó alguien-Dígannos donde podemos comprar ese libro.
Una cínica sonrisa estiró los labios de Ethan.
-Creo que deberán conformarse con Byron y Shelley. Buenas tardes.
Sacó a jane del salón y bajaron las escaleras en silencio. Un lacayo les entregó sus
capas y otro llamó a su carruaje. Esperaron en el porche, el cielo estaba gris y el viento
era frío. Ethan no podía estarse quieto y paseaba de un lado a otro incapaz de contener
su agitación. Jane no pudo soportar mas tiempo el silencio.
-Ethan te lo ruego, intenta entenderlo. Yo...
-¡Basta!-la interrumpió-Tendremos esta conversación en privado.
Ella se calló apenada. Solo le quedaba una débil esperanza: hacérselo entender cuando
disminuyera su furia, mientras tanto era inútil intentar convencerlo de su buena fe.
La calesa negra apareció al final del camino. Ethan empujó a Jane al interior y se sentó
enfrente de ella.
-Ahora cuéntamelo todo-dijo.
Ella hizo un esfuerzo para sostener su mirada penetrante.
-Copié algunos de tus poemas y los llevé a una imprenta para hacer un libro.
Le temblaba la voz y estaba al borde de las lágrimas.
-Era mi regalo de cumpleaños para ti-terminó.
-¿También era el cumpleaños de Keeble?
Ella se inclinó hacia el desesperada al ver la desconfianza en los rasgos del hombre que
tanto amaba.
-Yo no le di el libro, encargue solo una copia. ¡Una sola! Pero parece ser que Keeble y
Duxbury me vieron entrar o salir del lugar. Debieron convencer al impresor para que les
hiciera un segundo ejemplar.
-El dinero tiene un gran poder de persuasión.
-Ethan por favor, tienes que ser mas comprensivo. El libro era para ti solamente, nadie
mas tenía que haberlo visto.
El permaneció impasible.
-Sacaste los papeles sin pedirme permiso...Yo no quería que nadie leyera mis poesías
pero a tu no hiciste caso. No solo los leíste tu sino que además los copiaste. Gracias a ti
mis divagaciones han salido a la luz pública.
-Tus poesías no son divagaciones Ethan. Les han impresionado a todos.
-Y han arruinado mi reputación de rompecorazones.
-¡No es divertido!-respondió Jane mirándole directamente a los ojos-Para ser sincera no
estoy demasiado disgustada por que Keeble haya leído tu poesía, ahora todo el mundo
sabe que no eres solamente un libertino superficial.
Ethan miraba por la ventana, solo el ruido de los cascos de los caballos rompía el
silencio. Al fin la calesa se detuvo delante de la casa de los Chasebourne. Un lacayo
abrió la puerta y Jane bajó intentando en vano calmarse. La discusión la había afectado,
una fría lluvia la hizo temblar, miró la magnífica mansión que ahora era suya y sin
embargo hubiera regalado cada piedra de ella a cambio de conquistar el amor de Ethan.
Entonces se dio cuenta de que el no la seguía.
Se dio la vuelta y le vio hablando con el cochero.
¿Se iba a ir antes de que ella pudiera convencerle de la honestidad de sus sentimientos?
Llena de pánico quiso dar marcha atrás pero el se metió en el coche.
-¿Dónde vas?-gritó ella.
-A alguno de los lugares donde van los libertinos superficiales-contestó el sombrío-No
me esperes.
El coche arrancó y Jane retrocedió. Le temblaban las rodillas y tuvo que hacer un
esfuerzo sobrehumano para subir los escalones de la entrada. Ethan no quería oír sus
explicaciones, estaba convencido de que ella le había jugado una mala pasada. Para el,
el regalo de amor de Jane significaba una nueva traición.

El volvió muy tarde, completamente borracho. Al salir de la calesa tropezó. El lacayo


quiso sujetarle pero le rechazó sin contemplaciones.
-Puedo solo-dijo con voz pastosa.
La casa estaba sumida en la oscuridad y cuatro antorchas ardían a un lado y otro de la
entrada. El hubiera jurado que habitualmente solo había dos. Oyó que el coche se
alejaba.
Aspiró profundamente el aire frío y empezó a andar. Un pie delante del otro. Primero el
izquierdo y luego el derecho. Subió los escalones con dificultad, todo el coñac que
había bebido no había conseguido ahogar su tristeza. Recordaba perfectamente todos los
detalles: Jane, las poesías, Keeble en el taburete...
Consiguió llegar hasta la puerta, se chocó contra una columna y se quedó un momento
apoyado en la pared. Tenía el libro en el bolsillo, lo notaba pegado a el. Cuando dejó a
Jane se había puesto las gafas y lo había ojeado. Al volver a leer las palabras que había
escrito experimento una extraña alegría.
Un movimiento en la oscuridad llamó su atención. Un hombre muy alto salió de las
sombras antes de meterse de nuevo en el parque. Guiñando los ojos Ethan intentó ver
algo a través de los árboles. Las nubes ocultaban la luna, la oscuridad se hizo mayor y
no pudo ver nada. Otro espejismo-se dijo-como la confianza que había depositado en
Jane.
Se la imaginó dormida y sintió el deseo de deslizarse a su lado, pero resistió con todas
sus fuerzas. Esa mujer iba a continuar metiendose en sus cosas sin
avergonzarse...incluso querría desnudar su alma.
Le recorrió un escalofrío. Consiguió llegar a la puerta sin tropezar. Con un poco de
suerte conseguiría llegar a sus habitaciones.
Mañana tendría una seria discusión con su mujer.

El sonido de unas voces ahogadas despertó a Jane. Un pálido rayo de luz entraba por la
separación de las cortinas rompiendo la penumbra. Todavía debía ser muy pronto,
pensó. Le dolía la cabeza y tenía los miembros entumecidos. El sueño la había rehuido
hasta el alba.
Los sucesos de la víspera le volvieron a la memoria: el libro de poemas, el fallido
regalo de cumpleaños, la ira de Ethan...
Las voces resonaban en la habitación contigua. Prestó atención. Wilson y una
mujer...Una mujer que lloraba...que incluso sollozaba.
¿Quién sería? ¿una prostituta? ¿una de las criadas?. Salió de la cama asustada. En la
semioscuridad de la habitación cogió la bata de seda y se la puso. No se preocupó de
llamar antes de abrir la puerta de separación.
Las cortinas estaban abiertas dejando pasar la débil claridad del amanecer. Ethan se
paseaba por la habitación en camisón y Wilson iba detrás de el con una camisa blanca
en las manos pidiéndole que se vistiera.
Gianetta, con un gorro de dormir en la cabeza, estaba de rodillas en el suelo llorando.
A Jane la invadió el miedo.
-¿Qué ha sucedido? ¿Le ha pasado algo a Marianne?
Ethan la miró con expresión aterrada, la barba le oscurecía las mejillas, fue hacia ella,
la cogió de un brazo y la llevó a un sillón.
-Siéntate.
Su voz carente de entonación la dejó helada. Asustada liberó su brazo.
-No me sentaré si no contestas primero a mi pregunta-declaró-¿Está enferma Marianne?
¿Has enviado a alguien a buscar al médico? Tengo que verla.
-¡Jane! No está enferma.
Hizo una pausa y luego se paso loas manos por el pelo.
-La han secuestrado-añadió.
23

Jane se quedó paralizada de horror, el mismo pavor que un momento antes atenazaba a
Ethan ahora la dominaba a ella. Se puso la larga tranza en la espalda de un golpe y
sacudió la cabeza.
-¿Cómo podéis estar seguros?
Los sollozos volvieron a sacudir a Gianetta.
-Bebé ir de su cuna mientras y dormir. Alguien robar niña.
Escondió la cara entre las manos.
Wilson, pálido, tomó el relevo.
-Subí a la guardería milady, en efecto la niña no está. No está por ninguna parte.
-Pero tiene que haber una explicación-contestó Jane con voz temblorosa-Alguna de la
criadas se la habrá llevado a dar un paseo. Llámelas ahora mismo.
Ethan posó su mano temblorosa en el hombro de la joven.
-Jane, había una nota en la cuna.
-¿De quien? Quiero leerla.
El hubiera querido ahorrarle esa dura prueba pero era imposible. De mala gana le
entregó el papel que apretaba en su mano. Ella lo cogió, lo alisó y fue hacia la ventana
para leerlo a la luz. Durante un momento solo se oyeron los gemidos de la nodriza
italiana. A Jane se le cayó el papel mientras ella rompía a llorar.
Ethan corrió a su lado, la atrapó en el momento que ella se tambaleaba, los dos
experimentaban el mismo dolor, un sufrimiento intolerable como si una espada le
hubiera atravesado el corazón. Ella aplastó su cara contra el pecho de su marido.
-Vaya a buscar té para milady, y llame a su doncella-gritó Ethan a la nodriza.
Gianetta se puso en pie de un salto y dejó la habitación llorando. Wilson se fue
discretamente por el vestidor.
-Portia...-dijo Jane en un doloroso susurro-Portia ha secuestrado a Marianne.
-Debió entrar en la casa por la noche.
-¿Pero cómo? Creía que estaba en el campo.
-Simplemente volvió.
-¿Cómo ha podido hacer algo así? ¿Cómo pudo llevarse a mi hija?
Le miró con desesperación.
-Tu misma lo has leído. Pide un rescate, cincuenta mil libras para esta noche.
-¿Puedes reunir esa cantidad en un solo día? ¿No estaba tu fortuna invertida en
inmuebles?
-Debería tener suficiente en efectivo.
Al menos eso esperaba. Se apretó las doloridas sienes con los dedos.
-Iré a varios bancos. En último caso empeñaré algo.
-¡Hazlo deprisa!-suplicó Jane-Si Portia se niega a devolvernos a Marianne hasta que
hayamos pagado el rescate ¿quién se ocupará de ella? ¿Quién le dará de comer?
-No te preocupes, esta noche tendré el dinero.
La culpa le roía el corazón, estaba lleno de ira. No conocería el descanso mientras
Portia tuviera a Marianne entre sus garras. Ellos dos se odiaban tanto que ella era capaz
de cualquier cosa.
No pudiendo estarse quieto se fue al vestidor y se vistió con rapidez, Jane corrió detrás
de el.
-¡Vamos a vaciar la caja fuerte! ¡Vamos a reunir todas las joyas!-gritó.
-Wilson se encargará de hacerlo.
-Si milord-dijo el lacayo-Haré todo lo que este en mi mano para ayudarles.
-De ordenes al personal para que no digan nada de lo que ha pasado.
-Si milord.
Ethan estaba terminando de vestirse cuando se abrió la puerta de la habitación dejando
pasar a lady Rosalind. Estaba lívida.
-¿Es verdad que han secuestrado a Marianne?
-Si madre.
Ethan le hizo una seña a Wilson para que saliera y luego informó a su madre de la
petición de rescate. Lady Rosalind se estremeció y ayudada por Jane se sentó en un
sillón.
-Portia-murmuró-¡Señor! Marianne esta en manos de esa zorra.
-No le hará ningún daño-intentó tranquilizarla Jane-Necesita dinero, es posible que se le
ocurra encontrar una nodriza para ella.
Buscó con la mirada el asentimiento de Ethan quien estuvo de acuerdo con ella aunque
en realidad tenía menos confianza en eso que Jane. Portia carecía de escrúpulos, era un
ser malvado, su pasión por el juego la había llevado a mentir, a engañar y a robar
¿Llegaría tan lejos como para matar? Solo de pensarlo un sudor frío le cubrió la frente.
-¿Cómo entró?-preguntó lady Rosalind-¿Alguna puerta no estaba cerrada con llave?
-A lo mejor conservó una llave-sugirió Ethan-A menos que contratara a un profesional.
Lady Rosalind saltó del sillón.
-No puedes dejar que haga esto, hay que encontrarla. Tienes que denunciarla a la
policía.
-La nota que ha dejado no puede ser mas clara. No debemos avisar a nadie , de lo
contrario quizá no volvamos a ver a Marianne.
-¡Dios mío!-exclamó lady Rosalind uniendo las manos-¿Qué vamos a hacer?
Ethan se puso la capa. Compartía el disgusto de su madre, y era la primera vez que eso
sucedía. En otro tiempo pensó que era una egoísta pero con la edad, lady Rosalind se
había vuelto mas sensible.
Jane cogió a su suegra por los hombros.
-Por favor cálmate, ve a buscar tus joyas, quizá las necesitemos para el rescate.
-Voy corriendo-aprobó lady Rosalind-También recurriré al duque, nos ayudara a reunir
la cantidad.
-Magnífica idea-dijo Jane que poco a poco estaba recuperando la sangre fría-Sobretodo
nada de pánico. Permanezcamos unidos frente a la adversidad, estoy segura de que esta
noche Marianne estará de nuevo en su cuna sana y salva.
-Si, esperemos que así sea.
La condesa besó a Jane y luego a su hijo antes de salir de la habitación.
Jane miró a Ethan atentamente mientras el se anudaba la corbata.
-Es muy pronto para ir al banco-le dijo-¿Dónde vas?
-A buscar información.
-¿Dónde?
-A la casa de la vecina de Portia, quizá alguien la haya visto. Espérame aquí.
-Ni hablar. Voy contigo.
-Tienes que quedarte en casa Jane, por si Portia manda otro mensaje.
-No mandará nada, todavía es demasiado pronto.
-Puede ser peligroso sobretodo si tiene algún cómplice. ¡Sabe Dios a que tipo de
criminal habrá contratado!
-Razón de mas para que vaya contigo. Ethan te lo ruego. ¿Cómo puedo quedarme aquí
esperando sin hacer nada mientras nuestra hija está en peligro?
El la atrajo contra si y le besó el pelo. Le inundó una oleada de ternura. Jane amaba a
Marianne tanto como el. En ese momento su pelea le pareció insignificante.
-De acuerdo-dijo al fin-Acompáñame.

De pie delante de la ventana de la biblioteca, Jane miraba el movimiento de la calle, los


últimos rayos de sol iluminaban el camino, la gente se paseaba bajo los árboles, un
anciano descansaba en un banco de hierro forjado, una niñera paseaba a un niño en un
cochecito...La apacible escena aumentó el sufrimiento de Jane.
¡Si solamente pudiera tener a Marianne en sus brazos, acunarla, y consolarla! ¡Si
pudiera volver a ver sus inocente sonrisa! Pero solo era una cuestión de tiempo, Jane
estaba convencida de eso. Portia quería el dinero, nada mas. Ethan estaba tardando
mucho en volver de los bancos, sin embargo la inquietud de Jane aumentaba con cada
hora que pasaba. Esperaba que Marianne no tuviera hambre y rogaba para que no
estuviera sola.
La visita a la vecina de Portia había sido infructuosa, nadie sabía nada. Visitaron la casa
pero las habitaciones estaban vacías. Ethan había ofrecido una recompensa pero
ninguno de los vecinos había vuelto a ver a Portia desde que se fue a Cornualles.
Jane oyó el rítmico ruido de las agujas de hacer punto de Wilhelmina y el murmullo del
duque de Kellisham que se esforzaba en consolar a lady Rosalind. Tenían que posponer
su boda...Con un sobresalto Jane se dio cuenta de pronto que la ceremonia tenía que
tener lugar al día siguiente. En ese momento vio la calesa en la calle.
-Ethan ha vuelto-gritó.
Levantándose la falda corrió a su encuentro. Un criado abrió la puerta, Jane salió al
porche, Ethan bajó del coche con expresión tensa y los ojos con profundas ojeras. En el
brazo llevaba una saca de cuero.
-¿Alguna noticia?-preguntó al ver a Jane.
Ella negó con la cabeza.
Al entrar en la casa se encontraron con el ama de llaves y Jane le pidió que llevara té y
emparedados a la biblioteca. La gobernanta obedeció preocupada.
-En seguida milady. Permítame añadir que todos estamos rezando por ustedes.
-Gracias-murmuró Jane luchando contra las lágrimas.
Intentar no llorar era un gran esfuerzo. Cuando entraron en la biblioteca lady Rosalind
se levantó.
-¿Has reunido el dinero?
Ethan dejó la saca en una mesa de caoba.
-Si. Aquí está todo, las cincuenta mil libras.
-¡Esto me está matando!-gimió Wilhelmina sin dejar de hacer punto-Solo una asesina
puede raptar a un niño para conseguir dinero.
-Espero que mi administrador le haya sido de utilidad-dijo el duque de Kellisham.
-Mucho. Le debo un montón de dinero, sin usted hubiera necesitado tres o cuatro días
para reunir esta suma.
Los dos hombre se dieron la mano, el secuestro de Marianne había significado el final
de su hostilidad.
-Agradézcaselo a su madre, quiere mucho a su nieta.
Le sonrió a su prometida que no le devolvió la sonrisa.
-No puedo seguir esperando-dijo ella cerrando los puños-¿Por qué no te envía ningún
mensaje?
-Esperará a que se haga de noche-supuso Ethan-No quiere que la vea nadie.
-¿Crees que vendrá ella misma?-preguntó Jane.
-Lo dudo. Pero tenemos que estar preparados para cualquier cosa.
-Ahora me arrepiento de haber confiado en Portia-murmuró Jane-No debería haberme
creído sus mentiras.
-No te lo reproches querida. Si yo hubiera pagado sus deudas esto no habría sucedido.
Ella le cogió de la mano.
-Ethan hiciste lo mejor. No podías adivinar lo que iba a suceder. Además Portia hubiera
vuelto a perder ese dinero jugando y hubiera necesitado mas.
Ethan la besó en la frente, su expresión era dura, amenazadora.
-Voy a recuperar a Marianne, te lo prometo.
-Lo sé.
La verdad es que no estaba tan segura de eso, a medida que pasaban las horas las dudas
se iban haciendo mayores y cada vez tenia mas miedo. Pero tenían que esperar. Esperar
y rezar. Se quedó al lado de Ethan con la cabeza apoyada en el pecho de el. Se abrió la
puerta y Jane se dio la vuelta., pero al ver a una doncella que había ido a encender las
velas, seguida de un lacayo que llevaba la bandeja del té comprendió que tenía que
seguir armándose de paciencia.
-¿Alguna carta Tucker?-preguntó lady Rosalind.
-No-contestó el lacayo-Aparte de las que milady abrió esta tarde.
El pánico se apoderó de Jane. Se había olvidado de las cartas...Mientras los criados
servían el té, el duque se acercó a Ethan.
-Bueno Chasebourne ¡menuda popularidad! Todas esa cartas de felicitación...
-¿Felicitaciones?-preguntó Ethan sin entender.
-Por tu poema-añadió lady Rosalind-Hemos tenido un montón de visitas hoy. Pero por
supuesto Wilson les ha dicho que estábamos ausentes.
-Entiendo.
La mirada de Ethan fue hacia Jane pero ella no pudo ver ninguna señal de enfado en su
rostro, solo algo de añoranza. El día anterior por la noche espero que regresara hasta
muy tarde antes de sucumbir al cansancio. Los remordimientos la asaltaron pero el
secuestro de Marianne les había vuelto a acercar el uno al otro.
Ayudó a la doncella a servir el té y le ofreció una taza a Wilhelmina quien le añadió
una gota de su medicina.
Volvió a hacerse el silencio, Ethan seguid de pie delante de la ventana, las agujas de
hacer punto de tía Wilhelmina eran como el eco del tic tac del reloj. Mientras tanto, en
el exterior, cada vez se hacía mas de noche.
Se oyó el ruido de unos pasos. La puerta de la biblioteca se abrió de golpe. Entraron
dos lacayos arrastrando a un niño de la calle por los brazos.
-Le hemos pillado con las manos en la masa-anunció uno de ellos-Se ha metido en el
jardín para dejar esto en el porche.
En su mano enguantada tenía un sobre cerrado con cera.
Ethan cogió la misiva.
-Gracias. Pueden irse.
Los criados se fueron, el chaval hizo intención de seguirles pero Ethan le cogió del
cogote.
-Deje que me vaya milord-gritó-No he hecho nada malo, me dijeron que trajera una
carta y eso es todo.
-No te va a pasar nada-respondió Ethan con calma-Siéntate, te ganarás una guinea si
cooperas.
Los ojos del chico brillaron de codicia.
-De acuerdo.
-Léenos deprisa la carta-dijo lady Rosalind-¿Dónde quiere Portia que dejemos el
dinero?
-Un momento madre.
Ethan se inclinó hacia el chico.
-¿Quién te dio esta nota?
-Un señor. Me dijo que dejara La carta y saliera corriendo.
-¿Un caballero? ¿Un hombre de la calle?
-Un tipo vestido como un milord, como usted vaya.
-¿Alto? ¿Bajo? ¿Moreno? ¿Rubio?
El niño se rascó con furia su sucio pelo.
-Alto, pero estaba muy oscuro para que verle bien.
-¿Te fijaste en el color de sus ojos? ¿Alguna cicatriz? ¿Tenia un tono de voz especial?
-Hablaba como un príncipe, no sé nada mas.
Ethan dejó en la pequeña mano del chico una moneda, después le llevó hasta la puerta.
-Wilson lleve a este niño a la cocina, que le den una buena cena.
Cerró la puerta.
-¿Y bien?-dijo jane-¿Sabes quien es ese hombre?
-Ayer por la noche vi una sombra en la calle, un individuo muy alto, creí que lo estaba
soñando. Es una pena que no desconfiara antes.
-No podías saberlo-dijo Jane-Ahora léenos la carta, así sabremos por fin donde se
encuentra Marianne.
El rompió el sello de cera mientras los demás se sentaban a su alrededor, en silencio
recorrió la letra apresurada de Portia. Después de leer lo que decía levantó los ojos, su
boca solo era una pálida raya.
-Portia quiere que el dinero le sea entregado esta medianoche en una casa de Devil´s
Acre.
-¿Se ha llevado a Marianne a ese agujero inmundo?-gimió lady Rosalind.
-¿Dónde está?-quiso saber Jane alarmada.
-Devil´s Acre es un barrio sórdido cerca de Westminster-explicó el duque-El lugar tiene
fama de albergara toda clase de criminales y sinvergüenzas.
-¡Piedad!-exclamó Wilhelmina-Vayan entonces corriendo a buscar a la pobre pequeña.
-Eso no es todo-dijo Ethan.
Miró a Jane apesadumbrado.
-Portia-añadió-desea que seas tu quien le lleves el dinero. Sola.

24

Dentro del faetón descubierto, Jane temblaba a pesar de la capa de terciopelo marrón
forrado de piel. El ruido acompasado de los cascos de los caballos resonaba en la
callejuela. A ambos lados de la calle las casuchas se recortaban tristemente bajo el cielo
lleno de estrellas, en el aire flotaba la pestilencia de las basuras y de vez en cuando se
podía ver la luz de una vela en una ventana. Unas oscuras siluetas se deslizaban a lo
largo de las aceras fundiéndose entre las sombras. Estafadores, falsos vendedores,
ladrones y prostitutas constituían la población del barrio.
La carta ordenaba que Jane tenía que llegar sola en un coche abierto sin ninguna escolta
aparte del cochero. Ethan estuvo a punto de negarse pero su madre y su esposa
consiguieron convencerle y entre todos elaboraron un plan.
El cochero no era otro que el duque de Kellisham. Lady Rosalind, Ethan y tres lacayos
se quedarían esperando en una calesa con la que habían seguido discretamente al faetón.
Cuando este último disminuyó la velocidad buscando el número de la calle, el segundo
coche se detuvo en la oscuridad...Por fin habían llegado. El lugar, un albergue provisto
de un escaparate con rejas y con un cartel ajado en el cual todavía se podía descifrar
Peeble Gin Shop, parecía inmerso en las tinieblas. El duque aparcó, bajó al suelo y
ayudó a Jane a descender hasta la acera llena de desechos.
-La sigo milady.
-Gracias.
Según la carta, Jane tenía que entrar sin llamar y luego encaminarse a la sala de atrás.
Portia no ponía ningún impedimento a que el cochero la acompañara con la condición
de que se mantuviera apartado y que llevara la saca con el dinero.
Jane se dirigió valientemente hacia la puerta. Si todo salía bien saldrían en pocos
minutos con la niña. El contenido de una papelera tirada por el suelo estaba pudriéndose
en la acera y tuvo que abrirse camino entre restos de botellas rotas.
-Valor-murmuró el duque.
Su voz paternal y cálida la tranquilizó, giró el picaporte con la mano y la puerta se
abrió. Entraron en una habitación tan oscura como un pozo, el duque levantó la linterna
para iluminar una pequeña estancia llena de telarañas. El único mobiliario era una vieja
silla rota y un barril de ginebra. Una ágil y pequeña sombra pasó junto a la ruinosa
pared y despareció en la oscuridad. Jane reprimió un escalofrío. Su niñita adorada
estaba en algún lugar de ese lugar inmundo. Armándose de valor empujó una segunda
puerta y entró en otra habitación donde la llama de una lámpara de aceite puesta encima
de una mesa proporcionaba una débil claridad. Jane miró alrededor pero no vio a nadie.
¿Dónde estaba Marianne? Pensó aterrada.
De repente la lámpara se elevó en el aire y pudo ver a Portia.
-No sigas-gritó-Te dije que vinieras sola.
-Solo es el cochero como ordenaste-contestó Jane mientras el duque se detenía en el
quicio de la puerta-El dinero pesa mucho.
Portia levantó mas la lámpara mirando a Kellisham con sospecha. ¡Ojalá que no le
reconociera! rogó Jane. Nunca habían sido presentados pero algunas veces habían
coincidido en alguna fiesta. Vestido con la librea azul de los sirvientes de Chasebourne
y con un sombrero, el duque adoptó la impasibilidad del perfecto criado.
-No es uno de los cocheros que había-observó Portia.
-Bueno, pero estaba allí antes de que yo llegara-replicó Jane fingiendo sorpresa-Lo
criados cambian.
-Ethan no habría enviado a un criado que llevara poco tiempo a su servicio.
Portia se adelantó estudiando el rostro del duque con la luz de la lámpara.
-¿Cómo te llamas?-le preguntó con una curiosidad llena de malicia.
Antes de que Kellisham pudiera responder, una voz se oyó en la oscuridad.
-Da igual como se llame el viejo.
Un hombre alto y apuesto salió de las sombras. Era rubio y estaba vestido con un traje
negro y en la corbata llevaba un alfiler con un diamante. En su mano se veía el brillo
amenazante de una pistola.
-¡Eh tu!-gritó apuntando con su arma al duque-Deja la saca encima de la mesa y no
hagas tonterías o disparo.
El duque de Kellisham obedeció al pie de la letra vigilado por el desconocido. Portia
corrió a abrir la saca y una sonrisa de triunfo iluminó su cara al coger un puñado de
billetes.
-Mira George, somos ricos, ahora podremos apostar fuerte.
¿George? La mirada de Jane se posó en el hombre rubio. ¿George Smollett? Solo podía
tratarse de el. El antiguo lacayo de Ethan que se convirtió en el amante de lady Portia.
Anonadada le vio coger la lámpara para ver el contenido de la saca. De modo que
Smollett no había huido a Francia llevándose el dinero de su amante, una vez mas Portia
había mentido.
-Cincuenta mil como ordenaste-dijo Jane esforzándose por controlar el temblor de su
voz-Ahora me gustaría recuperar a mi hija.
-Cada cosa a su debido tiempo-replicó Smollett.
No dejaba de mirarla, se acercó a Jane y estudió su rostro. La maldad brillaba en sus
pálidos ojos azules.
-De modo que usted es la nueva lady Chasebourne. Portia la describió como fea pero
puedo asegurarle que es muy bonita.
-Déjala-intervino Portia cerrando la saca-Cojamos y el dinero y vámonos.
Una maligna carcajada sacudió a Smollett.
-Aquí quien manda soy yo, esa zorra arrogante todavía se cree una gran dama.
-Y tu te crees un caballero-le contestó Portia.
Jane con la boca seca preguntó:
-¿Dónde está Marianne? Por favor, hemos cumplido todas las condiciones.
Smollett se acercó a Portia ignorando a Jane.
-Puede que no sea un caballero pero fueron mis bajos orígenes los que te conquistaron.
-Y a ti te sedujo mi sangre azul. Nunca hubieras tenido tanto dinero de no ser por mis
contactos.
-Me los dicho y repetido mil veces.
Mientras se peleaban, Jane escrutaba en la oscuridad. Pudo distinguir una puerta
cerrada al fondo y el corazón le dio un vuelco, sin duda Marianne estaba detrás de esa
puerta.
Portia había cogido la saca.
-No quiero discutir aquí de tus malos modales.
-Lo malo de nosotros los vagabundos es que valemos mas que algunos aristócratas.
-¡Cierra la boca! Ven a ayudarme a llevar el dinero, esta saca es demasiado pesada.
-Entonces déjame que te ayude como te ayudé con tu aborto.
¿Había provocado él el aborto de Portia?
Antes de que la mente de Jane pudiera asimilar la terrible noticia el saltó como un
felino. El metal describió una trayectoria brillante y la pistola cayó en el rostro de
Portia. Esta gritó y soltó la saca, se golpeó la cabeza contra los barrotes de la ventana y
cayó al suelo con los ojos cerrados. En ese mismo instante se oyó el llanto de un bebé
desde la habitación contigua. Marianne.

Con la pistola en la mano, Ethan andaba por la oscura calle en medio de un montón de
papeles y desechos a los que no prestó ninguna atención, el miedo le oprimía el corazón.
Si algo les llegaba a ocurrir a Jane o a Marianne...
Apresuró el paso, su bota chocó contra un montón de basura y estuvo a punto de perder
el equilibrio.
Sin pensar en ello continuó su camino hasta la parte de atrás del pequeño edificio.
Creyó que iba a morir de angustia cuando dejó que Jane se fuera sola en el faetón,
confiaba en el duque de Kellisham que sabía ser muy diplomático. Todo saldría bien, se
repetía intentando convencerse a si mismo. Portia no perdería la oportunidad de coger el
dinero, pero Ethan tenia la intención de estar cerca cuando el intercambio tuviera lugar.
Había tomado una decisión que no le dijo a Jane.
No iba a permitir que Portia y sus cómplices se fueran de rositas, aunque solo fuera
porque les creía plenamente capaces de raptar a otro niño.
Atravesó un grasiento patio y se detuvo delante de una puerta con la pintura cuarteada,
unos barrotes impedían el paso por las ventanas pero una tenue luz indicaba que había
alguien dentro. Acercó un ojo a una de las fisuras de la puerta pero solo vio una pared
desnuda.
Le llegaba el sonido ahogado de unas voces, reconoció la voz de contralto de Portia y
la voz mas clara de Jane, luego la voz mas profunda de un hombre, el tono no le era
desconocido...Parecía que sus sospechas se confirmaban, recordó lo que dijo el niño de
la calle “alto y vestido como un milord”. Los dedos de Ethan se crisparon sobre su
arma. Adivinó perfectamente la identidad del individuo.
Rodeó la casa viendo que las rejas eran sólidas. Mientras andaba a lo largo del húmedo
muro, el grito de una mujer resonó en la noche. Instintivamente giró el pomo de la
puerta de atrás pero estaba cerrada, la forzó de una patada y entró en una habitación
oscura blandiendo la pistola. Con una sola ojeada evaluó la situación. La saca estaba en
el suelo, a su lado estaba Portia con el rostro ensangrentado, el duque de Kellisham
estaba inmóvil con las manos levantadas y en el otro extremo de la habitación George
Smollett tenia a Jane cogida por la cintura y apoyaba el cañón de una pistola en su sien.

Los aterrados ojos de Jane se posaron en Ethan que había aparecido de repente con un
arma en la mano como un justiciero.
-Cuidado-susurró ella-Marianne está aquí cerca.
La presión de Smollett en su muñeca aumentó y le retorció el brazo en la espalda.
-El buen lord Chasebourne-rió-Decididamente cada vez que nos vemos tengo a una de
sus esposas en mis brazos.
-Deje que se vaya-le dijo Ethan con voz helada.
-Aquí quien manda soy yo milord. Suelte su arma.
Ethan obedeció y soltó la pistola que rodó por el suelo haciendo ruido.
-Por una vez soy yo quien da la órdenes-repitió su enemigo.
-Libere a Jane y cójame a mi si quiere.
-Pero si las negociaciones acaban de empezar, su antigua esposa a cambio de la nueva
¿Qué me dice?
-Sea razonable-intervino el duque con voz tranquila-Si la secuestra pronto tendrá a
todos los policías de la ciudad detrás.
-Cierra la boca viejo, tienes la lengua demasiado larga para ser un lacayo.
-Usted quiere el dinero ¿no es así?-dijo Ethan-Pues cójalo.
Quiso recoger la saca pero Smollett amartilló el arma.
-Un paso mas y le hago saltar los sesos.
Ethan se quedó inmóvil.
-Ha roto usted nuestro acuerdo señor conde, sé que el lugar esta infestado de policías
preparados para enviarme a Newgate. Va a pagar caro el engaño.
Metió el cañón de la pistola en el cuello de Jane.
-Adelante milady, y no se olvide de la saca.
La joven se adelantó, sentía las piernas como si fueran de algodón, pero tenía que
tranquilizarse, Ethan seguía quieto, si había una oportunidad de hacerlo, la salvaría. Ella
tenía que inventar algo.
Dio un paso y luego otro sintiendo la helada presión del metal en su piel. Por el rabillo
del ojo podía ver a Portia desmayada con la mejilla llena de sangre. Por fin alcanzó la
saca y se inclinó para cogerla.
Se abrió la puerta y lady Rosalind irrumpió en la estancia.
-¡George Smollett! ¿Cómo se atreve a coger a la madre de Marianne como rehén?
Suéltela inmediatamente.
-¡Lady Rosalind no se acerque!-gritó el duque de Kellisham.
Smollett se distrajo por un momento y Jane lo aprovechó; cogiendo la pesada saca giró
sobre si misma y el borde de la saca chocó contra la mandíbula de Smollett haciéndole
caer. Ethan saltó como una fiera sobre el hombre que intentaba levantarse, le cogió de
las muñecas para sujetarle y se oyó un disparo. Después Ethan consiguió tumbar a su
adversario boca abajo manteniendo sus brazos en la espalda. Mientras Smollett soltaba
un rosario de juramentos llegaron los tres lacayos de Ethan.
-Lady Rosalind se escapó...
-Estoy sana y salva-dijo esta.
-Ocúpense de la dama de ahí-dijo Ethan señalando a Portia-Tucker páseme la cuerda.
Uno de los lacayos se inclinó sobre la mujer herida.
-Respira señor.
-¿Dónde está Marianne?-preguntó lady Rosalind.
-En la habitación de al lado-dijo Jane-Vengan.
Kellisham cogió la lámpara para iluminar la puerta del fondo, las dos mujeres fueron
hacia allí corriendo, la puerta se abrió sobre sus oxidadas bisagras. Con la débil
iluminación pudieron ver a una mujer vestida con harapos, amordazada y con las manos
atadas a la espalda. Una nodriza a juzgar por su ropa mojada de leche. Marianne estaba
colocada sobre su amplio pecho.
Mientras el duque desataba a la nodriza, lady Rosalind se arrodilló en el suelo y cogió a
Marianne en sus brazos. Se levantó y se la entregó a jane con una pequeña sonrisa de
tristeza.
-Las abuelas van en segundo lugar-murmuró.
Jane apretó suavemente a la niña contra su corazón. Gracias a Dios estaba bien.
Marianne abrió los ojos bostezando y luego miró a Jane, su boquita esbozó una sonrisa.
-Marianne-susurró Jane con lágrimas en los ojos-¡Oh querida! Ahora estas segura con
mamá.
-¿Esta bien?-se inquietó lady Rosalind.
-Eso parece-dijo Jane con una alegre carcajada-Excepto que su pequeño trasero está
empapado.
-De todas formas Mami te quiere-añadió lady Rosalind cogiendo a la niña.
Desde la puerta Ethan observó a su madre. En toda su vida nunca la había visto tan
emocionada. Se acercó para acariciar la mejilla de Marianne.
-¡Alabado sea Dios!-murmuró
-¿Cómo está Portia?-preguntó jane.
-Se pondrá bien en prisión donde no podrá secuestrar a ningún otro niño.
El duque de Kellisham se aclaró la garganta.
-Seguramente quiera estar a solas con su familia Chasebourne. Tres lacayos y un
anciano cochero son suficientes para escoltar a dos prisioneros hasta el puesto de policía
de Queen Square.
-¿Quién te ha dicho que eras viejo?-exclamó lady Rosalind apartando los ojos de la
niña.
-Smollett, pero no me preocupa. A cambio quiero que descanses querida. Mañana es el
día de nuestra boda.
Ella le sonrió con ternura.
-Por supuesto mi amor.

De regreso en la casa Jane no quiso separarse de Marianne, la niña se durmió en la


cama de la joven después de que Gianetta la alimentara, la bañara y le pusiera una
camisa de dormir rosa. Mientras dormía succionaba su pulgar mientras los adultos la
miraban.
-Bueno-murmuró lady Rosalind-ahora que todo está arreglado me voy a mi dormitorio.
-Un minuto-dijo Ethan en voz baja-Me gustaría hablar contigo madre. Delante de Jane.
-¿No puede esperar? Tenemos que estar en la iglesia mañana por la mañana a las once.
-Entonces vayamos al grano-respondió el invitando a su madre y a Jane a sentarse
delante de la chimenea.-Hoy he notado tu preocupación por Marianne...Y tu pena...
¿Hay algo que quieras contarme sobre eso?
-¿Qué puede ser mas normal que preocuparme por mi nieta?
-Tu nieta...-repitió el con una voz extrañamente suave-Quieres mas a esa pequeña que a
mi cuando tenía su edad. Por supuesto eras muy joven cuando me tuviste a mi.
Dieciocho años creo.
-Exacto. Joven y despreocupada. Te pido que me perdones Ethan...
-No te disculpes, no se trata de eso. Pero recuerdo que el día que Jane la encontró en su
puerta tu apareciste en mi casa.
-Si. Acababa de volver de mi viaje a Italia...
-Donde muy oportunamente descubriste a Gianetta, magnífica peluquera y además
nodriza ocasional.
-La pobre mujer estaba alimentando a su hija. Pesé que era una suerte.
Ethan ignoró la observación.
-Después te las arreglaste para que Jane viniera a Londres y manipulaste mi matrimonio
con ella para que Marianne tuviera una familia.
Lady Rosalind hizo un gesto de desacuerdo.
-¡Manipular! Eso es demasiado fuerte. Jane dile que no intenté influir...
Jane no dijo nada, recordaba perfectamente con que habilidad lady Rosalind la había
persuadido de ir a la habitación de la torre pero no entendía las razones de Ethan para
seguir con ese interrogatorio.
-Ethan-dijo-¿A dónde quieres llegar exactamente?
El miraba a su madre con su mirada de águila. Dando vueltas a su anillo de
compromiso, lady Rosalind apartó la vista. Sus ojos claros estaban ensombrecidos por
la inquietud.
-Marianne es mi hermanastra-respondió Ethan-Tendría que haberlo adivinado hace
mucho tiempo.

25

Lady Rosalind se tapó el rostro con las manos.


-Si-admitió con voz rota-Si, es verdad. Marianne es hija mía.
Jane dejó escapar una exclamación de sorpresa.
-¡Dios mío! ¿Suya? Como...-barbotó.
-Fui yo quien puso a Marianne en las escaleras de la entrada de tu casa Jane. Es...es la
hija de John Randall.
Aunque lo hubiera adivinado, esta confesión final le hizo a Ethan el efecto de una
puñalada. Se volvió y miró a la niña mientras volvía a sentir el antiguo dolor.
Afloraron a la superficie los recuerdos y se acordó de su ira cuando descubrió la
relación que mantenían su madre y su mejor amigo. Esto sucedió la primavera siguiente
a su divorcio con Portia. Al principio se negó a creerlo, pero luego la verdad le golpeó
como un látigo con toda su fuerza. Su madre tuvo la audacia de tomar como amante a
un hombre veinte años mas joven que ella, la incredulidad se convirtió en cólera. Poco
después su amigo dejó Inglaterra con su regimiento. Un mes mas tarde la muerte se lo
llevó en Wateloo.
Pero detrás de el había dejado un recuerdo...su hija.
-¿El capitán John Randall?-se extrañó Jane-¿Usted...y el?
-Si-murmuró lady Rosalind-Durante un breve periodo de tiempo, el año pasado, fuimos
amantes. ¿Te sorprende?
Ethan las miró. Jane estaba arrodillada al lado del sillón donde estaba sentada lady
Rosalind.
-Si, me sorprende-admitió ella-Nunca sospeché que fuera la madre de Marianne. Debió
sufrir mucho con un secreto como ese.
Con gentileza deslizó un pañuelo en la mano de su suegra.
-Creí que era demasiado mayor para tener un hijo-continuó lady Rosalind-Después de
todo tenía cuarenta y cuatro años. Cuando sentí los primeros síntomas no hice caso, y
cuando al fin lo hice ya era demasiado tarde. John ya había muerto-terminó diciendo
con un suspiro desesperado.
-¡Que desgracia!-se compadeció Jane-Nunca se recupera uno después de perder a
alguien a quien ama y quedarse sola en esas circunstancias hace mas cruel el dolor.
-Teníamos una gran diferencia de edad pero yo le amaba...¡Le amaba tanto!...
Lady Rosalind levantó sus ojos hacia Ethan y por primera vez el tuvo la sensación de
compartir con alguien el mismo tormento, el dolor por la perdida de un ser querido, el
amigo de el, el amante de ella. El padre de Marianne.
-Os mentí y os pido perdón-continuó lady Rosalind-No podía tener un hijo bastardo, la
alta sociedad me habría rechazado y por si fuera poco había vuelto a ver al duque de
Kellisham y sabía...
Ethan se plantó delante de ella.
-Y sabias que no se habría casado contigo.
-Al contrario-respondió ella con una pequeña sonrisa-Tenía miedo justamente de que lo
hiciera por deber. No quería arrastrarle en mi caída. Me fui a Italia...
-Con la intención de engañarme haciendo pasar a la criatura como hija mía-terminó
Ethan en su lugar-Por eso mi anillo despareció hace dos meses.
-Exactamente.
-¿Y la nota que había entre las mantas de Marianne? Supongo que hiciste que la
escribiera otra persona.
-Un pasajero del barco que me trajo a Inglaterra me hizo ese favor. Puedes pensar lo que
quieras de mi Ethan pero el hecho es que todo ha salido bien y ahora tienes a Marianne
y a Jane.
El miró con atención la cara de su madre y al final asintió con la cabeza.
-Bien está lo que bien acaba, la verdad es que no me quejo pero tendrías que habernos
dicho antes la verdad.
Jane también se dirigió a lady Rosalind que es ese momento se estaba sonando.
-Cuando Ethan se recupere de estas revelaciones estoy segura de que se alegrará de
haber sabido que Marianne es la hija de su amigo. Y de usted.
-Gracias-murmuró la condesa-Pero os suplico que nunca mencionéis esto delante del
duque.
-Por supuesto que no-le aseguró Jane-Esto quedará entre nosotros.
Dirigió una mirada interrogante a Ethan quien no pudo reprimir una sonrisa para si
mismo. Decididamente Jane no cambiaría nunca. Inclinó la cabeza.
-Jane y yo educaremos a Marianne como si fuera hija nuestra-dijo-Lejos de mi la idea
de traicionar los secretos de una dama.

Ethan y Jane se despidieron de los duques de Kellisham, Ethan llevaba a Marianne en


los brazos, lady Rosalind la besó en la frente y luego besó a su hijo, se subió al landó
descubierto y se sentó al lado de su marido. La brisa de la tarde agitaba las plumas
blancas de su turbante mientras el coche se alejaba.
Ethan y Jane volvieron a la casa donde les esperaba Gianetta a quien Jane entregó a
Marianne.
Después de las emociones de los últimos días Jane tenía ganas de volver a estar a solas
con su marido. La noche anterior, después de las revelaciones de su madre, Ethan no se
quedó en la habitación de Jane. La había besado distraído antes de desaparecer en sus
propias habitaciones.
Una cosa estaba clara: odiaba hablar del capitán Randall y de su madre.
-Ha sido una bonita boda ¿no crees?-dijo mientras subía la escalera-Estoy contenta de
que tu madre haya encontrado por fin la felicidad.
-Le encantará que la llamen duquesa, eso es mejor que condesa viuda.
-Ethan no tengas tan mala idea. Se ha casado con el duque por amor. Se aman de
verdad.
-Puede ser, pero mi madre tiene mucha facilidad para sacar partido de todas las
situaciones-respondió el con ligereza-Eso no puedes negarlo.
-Es posible pero nosotros le debemos mucho. Gracias a ella estamos casados y nos ha
dado a Marianne. Sin ella yo todavía estaría viviendo en mi casita de Wessex.
-Como la solterona amargada que era y no como la amante lasciva en que te has
convertido.
Era cierto. La belleza de Jane había aparecido, su sueño de toda la vida, convertirse en
una mujer deseable, por fin se había hecho realidad. Las expertas caricias de Ethan la
habían cambiado.
Le siguió hasta su habitación. Las cortinas estaban cerradas, un fuego crepitaba en la
chimenea. Los invitados ya se habían ido y los criados se habían retirado. El silencio
envolvía la casa. Ethan encendió una vela y la llevó a la mesilla de noche. La luz ámbar
invitaba a los besos pero Jane era demasiado curiosa para ceder a la tentación.
Cuando el la aprisionó entre sus brazos de acero ella le apartó con suavidad.
-Tu lo sabías todo sobre tu madre y Randall ¿verdad? ¿Te peleaste con el?
-¿Qué importancia tiene eso?
El agachó la cabeza y sus labios rozaron los de ella que sintió un delicioso
estremecimiento en todo su cuerpo.
-Por favor. Me gustaría entender lo que pasó. Tu estabas de luto cuando escribiste esa
poesía y creo...creo que estabas furioso contigo mismo.
Vio que el rostro de Ethan se tensaba.
-Jane...
-El capitán Randall es el padre de Marianne. Necesito saberlo todo sobre el y tu le
conocías bien.
-Bebíamos juntos, íbamos juntos a las salas de juego y con mujeres. Dos libertinos...
-Ethan no hay nada de malo en admitir que se está triste por la muerte de un amigo y
que se está contento por criar a su hija.
-Cierto. Ahora ven a la cama.
La atrajo contra el y la cubrió de besos. Todos los sentidos de Jane empezaron a arder.
Sus brazos se anudaron alrededor del cuello de Ethan dejando que la pasión la
invadiera. Cuando el la apretó mas fuerte ella se arqueó ávida de placer.
-Te amo-murmuró ella-Te amo tanto...
El no respondió nada, y se limitó a proseguir con su tierno asalto. Los botones del
vestido de Jane saltaron uno detrás de otro. Se le puso como una nube en la mente y
aspiró una profunda bocanada de aire. El la tumbó en la cama pero ella quería escuchar
las palabras que el nunca había pronunciado antes. Le cogió el rostro entre las manos y
le forzó a mirarla.
-Ethan ¿me amas?
El tenia los ojos oscurecidos, impenetrables. Le apretó los pechos y metió la cara en su
valle perfumado.
-Amo hacer el amor contigo.
Algunos meses antes esta declaración hubiera sido suficiente para Jane, pero no esta
noche. Apenada, se escabulló de su abrazo.
-Necesito algo mas que deseo. Necesito saber que mi amor es correspondido.
-Jane-suspiró el-Somos mas felices que la mayoría de los matrimonios que yo conozco.
Eso es lo único que importa.
-Para mi no. Te he entregado mi corazón Ethan y me gustaría que me hablaras como lo
hiciste aquella noche en la torre, cuando hablaste de tu padre.
El se pasó los dedos por el pelo lo cual significaba siempre que estaba nervioso.
-Pides demasiado Jane. Si crees que puedes cambiarme...
-Solo quiero que te comportes tal como eres.
La única respuesta que ella obtuvo fue su silencio, pero una cosa quedó clara: el no le
permitiría nunca derribar la muralla que le protegía, ni siquiera después de la última
prueba que habían superado juntos.
Bajando la mirada, Jane hizo un esfuerzo para sobreponerse a la tristeza. De repente
necesitaba estar sola y en paz.
-El campo-susurró-Mañana me llevaré a Marianne a Wessex.
-¿Me abandonas?-preguntó el con voz neutra.
Ella creyó ver en sus ojos algo parecido al pánico pero lo que fuera desapareció tan
rápido como había llegado.
_Me gustaría volver allí durante algún tiempo. Estar sola para pensar en nuestro
matrimonio.
Antes de que el pudiera responder algo ella le dio la espalda y se dirigió a su propia
habitación.

26

Jane contempló la puerta blanqueada con cal, estaba de pie delante de la casita de
piedra donde había vivido durante veintiséis años, Marianne estaba en sus brazos
envuelta en un chal atado al cuello de Jane y bostezaba con ganas. La joven la miró con
ternura.
-¿Te acuerdas de este porche ángel mío?
Marianne miró a su alrededor de ella con sus ojos redondos y brillantes y luego cogió
con sus gordezuelos deditos la tela del chal. Jane se echó a reir.
-Este es un sitio muy especial cariño, aquí fue donde tu entraste en mi vida.
Estaba contenta de haber recorrido los cinco kilómetros de campo hasta llegar allí. La
brisa la había revitalizado ahuyentando los pensamientos tristes. Hacía ya dos semanas
que estaba en Wessex y no había salido de la mansión de Ethan, ya se sabía de memoria
todos los rincones de ella, desde el granero al establo pasando por el recibidor y la
cocina, había ojeado todos los libros que le gustaban a Ethan, por la cocinera sabía ya
cuales eran los platos favoritos de el, como el pudding de cerezas que era su preferido.
En la sala donde estaban los retratos de sus antepasados se entretuvo mucho rato
observando el de lord Chasebourne padre preguntándose como un hombre podía ser tan
cruel como para arrojar al fuego los escritos de su hijo.
La casita pareció darle la bienvenida. No hubiera ido por si misma pero tía Wilhelmina
la llamó por la mañana temprano diciendo que necesitaba su dedal para coser y que lo
había olvidado en su habitación de la casita. La vida de la anciana parecía depender de
ese dichoso dedal que no había echado de menos durante su estancia en Londres. Sin
embargo Jane accedió a ir a buscarlo y ahora se alegraba de haberlo hecho.
Abrió la puerta de entrada y entró en el vestíbulo que tenía a cerrado, su mirada se
paseó por la estrecha escalera que llevaba al piso superior, luego por el pequeño
despacho de su padre que estaba en la penumbra con sus estanterías dobladas por el
peso de los libros. Frente a ella el pequeño salón estaba igual que siempre, Jane dejó
que su mirada vagara por la mecedora, la chimenea, el banco tapizado que estaba al lado
de la ventana... Una ola de nostalgia la invadió; el tiempo allí parecía haberse detenido
al mismo tiempo que lo hicieron las agujas del reloj de péndulo.
-Mira-le dijo a la niña-En ese banco me sentaba a leer. Ven, vamos a buscar el dedal de
tía Willy.
Al subir pudo comprobar que los escalones seguían crujiendo y tuvo que bajar la
cabeza en algunos lugares donde el techo estaba demasiado bajo. En la habitación de su
tía encontró el dedal detrás de una colección de frascos de medicina, se lo metió en el
bolsillo y se encaminó hacia su habitación.
Las perchas de la pared donde acostumbraba a colgar su exiguo guardarropa estaba
vacías, una silla de respaldo alto estaba al lado de una pequeña mesa en la que se podían
ver unas plumas, un tintero y papel secante. Pegada a la pared estaba la estrecha cama
donde había dormido sola durante tantos años, veintiséis para ser exactos. Se emocionó
al recordar ese periodo de su vida tan solitario.
-Tengo que escribir a tu papá para pedirle que se reúna con nosotras-le dijo a Marianne-
¿Te parece bien?
El bebé sonrió.
-Me encanta que estés de acuerdo conmigo, vamos pequeña, volvamos a casa.
Bajó la escalera, atravesó el vestíbulo y abrió la puerta. Andando por el paseo de rocas
pasó por delante del sicómoro desde el que, hacia tiempo, Ethan se había caído encima
de los matorrales.
En el camino de regreso, redactó mentalmente la carta que le escribiría a su marido
analizando cada frase. El sol le acariciaba el rostro y una sonrisa brillaba en sus labios.
Tenía un secreto que estaba deseando compartir con Ethan, un secreto demasiado
importante para decírselo por carta, se lo tenía que decir de viva voz.
¿Y si el no venía?
Hizo una profunda inspiración para desechar esa terrible duda. Bueno, en último caso
iría a buscarle personalmente a Londres.
Cuando llegó a la puerta de hierro forjado Marianne ya estaba dormida, Jane empezó a
andar por el paseo que ya había recorrido con paso marcial la mañana que fue a decirle
a Ethan que había encontrado a su hija en la puerta de su casa. Entonces no podía
imaginar que algún día ella viviría en ese maravilloso castillo cubierto de hiedra con
altas ventanas y rodeado de columnas jónicas.
En el suelo del porche vio una orquídea blanca, se agachó y la cogió haciéndola girar
entre sus dedos. Quizá se le hubiera caído al jardinero sin que se diera cuenta, o tal vez
fuera a la señora Wiggins, el ama de llaves.
Abrió la puerta y entró en el vestíbulo donde el candelabro reflejaba la luz del sol. Al
contrario que en la residencia londinense de los Chasebourne, aquí los salones estaban
en la planta baja.
Delante de la escalera que describía una curva, encontró otra sorpresa. Ya que había
mas orquídeas adornando los escalones.
La tía Wilhelmina salió del salón.
-¡Ah Jane ya estás aquí! ¿Encontraste mi dedal? Gracias eres un encanto.
-Por favor-dijo la joven apurada por escribir la carta-¿De donde han salido todas esas
flores?
-No tengo ni idea-respondió Wilhelmina-Pero veo que el paseo te ha agotado, deja que
lleve a Marianne a la guardería.
Cada vez mas extrañada, Jane miró a su tía mientras esta cogía a la niña dormida y la
apretaba contra su generoso pecho.
-¿Por qué no subes querida? Quizá de ese modo resuelvas el misterio de las flores.
Jane siguió la mirada de Wilhelmina que subía los escalones dándose importancia pero
con cuidado para no pisar las flores. Era evidente que su tía estaba ocultando algo pero
no sabía que podía ser.
¿Ethan?
¡Dios mío haz que el esté aquí!
Empezó a correr subiendo las escaleras de dos en dos, atravesó el pasillo que llevaba al
dormitorio principal y se detuvo delante de la alcoba de Ethan. Notó el olor de un
perfumé...el mismo olor que olió el día que le sorprendió en la cama completamente
desnudo.
Empujó las puertas, la habitación estaba vacía y la cama también. Las cortinas cerradas
producían una suave penumbra y docenas de velas proporcionaban al lugar una luz
dorada y ámbar. El olor del incienso, pesado y penetrante inundaba el ambiente y mas
orquídeas sembraban la alfombra, la colcha de satén...
Temblando toda ella de impaciencia cerró la puerta y dio un paso. Entonces le vio. Una
parte de la habitación había sido transformada en una tienda oriental y vestido como un
príncipe árabe con una chilaba de seda color rubí, Ethan estaba sentado en un sillón
convertido en trono de las mil y una noches.
-Acércate esclava.
¡Su fantasía! Le entraron ganas de llorar y sepultarse en sus brazos.
-¡Ethan! ¿Cuándo has llegado? Estaba a punto de mandarte una carta.
-¡Silencio!-le dijo el con voz profunda-Siéntate.
Le indicó un grueso cojín con bordes dorados que estaba a sus pies.
-Pero yo quería decirte que...
-Los deseos del pachá son órdenes, no desobedezcas.
Ella se dejó caer en el cojín con las manos unidas.
-¿Cuáles son sus órdenes mi señor?
El levantó una ceja.
-Quiero hacerte tres regalos.
-No quiero regalos, soy tu esclava. Te pertenezco...
Ella estaba deseosa de ceder a su deseo.
-¡Silencio! Escucha cuando te hablo.
Ella bajó la cabeza feliz de estar cerca de el.
-Tienes que ser una esclava dócil. Mi primer regalo es este.
El abrió la mano y dejó caer sobre el cojín un medallón que colgaba de una cadena de
oro.
-¡El medallón de mi madre!-exclamó Jane conteniendo las lágrimas-¿Cómo lo
encontraste?
-No se le hacen preguntas al pachá. Ahora aquí tienes mi segundo regalo.
Sacó una hoja de periódico doblada de su chilaba y se la entregó a Jane. Ella la cogió,
la abrió y ojeó rápidamente entre los títulos. Un poema rodeado de una cenefa de hojas
de acanto llamó su atención. Un poema que ella no conocía. ¿Habría permitido el su
publicación?
Mi corazón entre sus manos

Mi corazón palpita entre sus manos


Bajo el sol de mediodía
Bajo un pálido cielo con nubes
En la noche vestida con la luna
Su sonrisa me embruja
Sus besos tocan
Una dulce música
Para mi alma embrujada.

Ethan Sinclair, conde de Chasebourne.

Jane leyó cada palabra fascinada, luego levantó la mirada roja e emoción
-¿Tu escribiste esta poesía para mi?
-Si.
El arrogante pachá parecía un tímido estudiante esperando los comentarios de su
profesor.
-Me las arreglé para que fuera publicado en el periódico para que pudieras hacerte una
idea de mi...interés.
-Ethan-murmuró ella.
-Schh..
Se inclinó hacia delante y la hizo callar poniéndole un dedo en la boca.
-Y ahora el tercer regalo.
Ella esperó conteniendo el aliento.
Ethan se aclaró la garganta.
-Jane, estas tres semanas sin ti han sido un completo infierno. No puedo soportar tu
ausencia, quiero que estés cerca de mi para siempre.
Hizo una pausa.
-Te amo.
Jane se colgó de su cuello.
-¡Oh querido! Yo también te amo, te amo tanto...
Sus labios se unieron con pasión, con el frenesí de los amantes que se encuentran de
nuevo tras una larga separación, la impaciencia de Jane arrancó una sonrisa a Ethan.
-Es el pachá quien seduce cariño-murmuró.
-Es mi fantasía-objetó ella.
-Es posible pero yo la comparto...Y te voy a llevar a la cama donde podré amarte
convenientemente.
El la emprendió con los botones de su vestido, sus labios acariciaban cada trozo de piel
que desnudaba, cuando el vestido cayó al suelo Jane empezó a desnudarle a el.
-Me has embrujado-murmuró el-Soy yo quien es tu esclavo para siempre.
Sus bocas se buscaron y luego los dos rodaron sobre la cama. Arrodillado a su lado,
Ethan se inclinó para besarle los pechos. La luz de los candelabros daba un tono
broceado a sus músculos poderosos.
Ella abrió las piernas y le atrajo hacia si. El contacto de sus pieles desnudas les arrancó
a ambos un suspiro de satisfacción. El la aplastó bajo su cuerpo, ella le guió hacia las
ardientes profundidades de su ser, el la penetró de una sola embestida arrastrándola a un
torbellino de placer. El encuentro fue tan breve como intenso y poco después, jadeantes,
se quedaron pegados el uno al otro como dos náufragos en una isla paradisíaca.
Ethan sonreía con la cara metida entre los senos de Jane.
-¡Y yo que quería tomarme mi tiempo!
-Tenemos el resto de nuestra vida para hacerlo.
-Jane, quisiera hablar contigo, contarte todos mis secretos.
Ella se apretó mas en sus brazos.
-Ethan, yo también tengo un pequeño secreto que confesarte.
-¿Tu?
-Si.
Ella puso la mano de el en su vientre.
-Está aquí.
El frunció el ceño y la miró en silencio, luego un relámpago de alegría ilumino sus ojos
de terciopelo negro.
-¿Un hijo?
-Para la próxima primavera Marianne tendrá un hermanito o una hermanita.
-¡Dios mío!.
El rodó sobre su espalda atrayéndola hacia el cuidadosamente.
-¿Te encuentras mal o cansada? Me odio tanto a mi mismo...
Ella soltó una carcajada de felicidad.
-Estoy perfectamente bien aparte de algunas nauseas por las mañanas.
-Chipie querida, eres el amor de mi vida.
-Y tu eres mi rayo de luz-murmuró Jane

FIN

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