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INTRODUCCIÓN
Diversos enfoques o modelos de gestión se han utilizado como referentes para evaluar
y mejorar la calidad de las escuelas: de efectividad escolar, de mejoramiento
educativo, de calidad total, entre otros (Alvariño, C; Arzola, S. y otros, 2000). En virtud
de la naturaleza de sus definiciones, cada uno ha puesto diversos énfasis en la
comprensión de la naturaleza de su función al interior del campo de la educación: por
ejemplo, se ha advertido una visión normativa centralizada y burocrática de la gestión
educativa, muy vinculada a la expansión cuantitativa del sistema, propia de la década
de los 50 y 60; posteriormente, e inspirados en los trabajos de Deming, Crosby, Senge
y otros, los énfasis son puestos en el mejoramiento de los resultados del proceso
educativo (Arzola, S. et al., 2000) y en una visión del usuario como un consumidor con
el derecho de exigir un servicio o producto de calidad.
1. En la actualidad
a. La calidad educativa puede ser entendida como "eficacia", es decir como aquello
donde se logra que los alumnos realmente aprendan lo que se supone deben
aprender. Aquí se pone en primer plano los resultados de aprendizaje
efectivamente alcanzados.
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Documento de trabajo para el Proyecto CÓMO CAMBIAN LAS ESCUELAS: GESTIÓN DE LAS
ESTRATEGIAS DEL CAMBIO. FONDECYT N° 1060699 (2006-2009)
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b. La calidad puede también estar referida a los medios que el sistema brinda a los
alumnos para el desarrollo de su experiencia educativa. Así, una educación de
calidad es aquella que ofrece a niños y adolescentes un adecuado contexto físico
para el aprendizaje, un cuerpo docente convenientemente preparado, buenos
materiales de estudio y de trabajo, estrategias didácticas adecuadas, etc.
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2. Actores diversos, lógicas diversas
La perspectiva asumida, a partir de los antecedentes que nos han aportado las
investigaciones anteriores, nos conduce a considerar que los aspectos estructurales
como las normas, las reglas explícitas o implícitas de funcionamiento, los recursos
asignados, las focalizaciones aditivas, de hecho enmarcan formalmente la acción de
agentes educativos diversos.
Sin embargo, siguiendo nuestra perspectiva de análisis, es necesario considerar que los
miembros de una comunidad educativa son "actores" y no sólo "agentes" de una
política o de una racionalidad externa. Ellos guardan un relativo espacio y margen de
libertad, que les permiten re-crear sus propias lógicas y racionalidades, co-construir
acuerdos implícitos y explícitos sobre los fines estratégicos (racionalidad estratégica) u
operacionales (racionalidad instrumental) y, en particular, asumir modalidades
específicas para alcanzarlos.
En este sentido, una de las principales dificultades para comprender los procesos de
desarrollo de las organizaciones, particularmente en los periodos de cambio, es
aquella postura que obvia o ignora la consideración e integración de una multiplicidad
de lógicas. El gran peligro de los modelos "universales" ha residido precisamente en
este rechazo implícito de la diversidad de lógicas de acción. Se trata de un postulado
del “Modelo Racional Universal”, propio de las pedagogías del s. XIX, que ha hecho
crisis con el avance epistemológico de las ciencias y, en particular, con aquél de las
Ciencias de la Educación.
Por nuestra parte, un enfoque comprensivo que nos apoya en la comprensión del
fenómeno lo podemos encontrar en Michel Crozier y Freidberg E. (1977),
especialmente en este último (1993), quien plantea como necesario determinar
"¿quiénes se coordinan?, ¿a partir de qué lógicas?, ¿para qué? y ¿mediante qué
dispositivos se produce la coordinación/ descoordinación? Así también, un interesante
aporte nos entregan, en este campo de la regulación de la acción social por las lógicas
de acción social y de la aceptación de “lógicas múltiples de acción”, los trabajos de
Dupriez V. (2002), Dupriez V. y Jacques Cornet, (2003), Dupriez y Maroy (1999) y CIDE-
PIIE (2000), entre otros (en un contexto sociológico más amplio, se puede considerar
también Bajoit, 2003).
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Metodológicamente, Crozier y Freidberg (1977) proponen un enfoque en el cual el
marco de análisis combina un conjunto de conceptos asociados entre sí, que serán
luego sometidos y enriquecidos con el análisis fenomenológico y semi-inductivo de la
información recogida en cada caso particular.
Primero: el sentido que los individuos y actores sociales le dan a la acción lógica que
orienta sus comportamientos
Tercero: el contexto situacional (valores, normas, costumbres, cultura) que los regula
En este sentido, acogemos igualmente las opiniones de March y Simon (1958), quienes
plantean que los actores no actúan con una racionalidad cartesiana del cálculo -como
suponen las teorías clásicas, económicas y administrativas-, sino que, a partir de la
información disponible y de los recursos de acción posibles, ponen en funcionamiento
una racionalidad limitada, diversa y compleja.
Por su parte, Dubet (2003) insiste en que la escuela no posee una clara jerarquización
de propósitos, debido a las diversas demandas formuladas a los grupos que la
componen, lo que tensiona la definición de lo que es prioritario y urgente. Es necesario
igualmente especificar quién o quiénes generan las reglas, toman decisiones, quién o
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quiénes hacen uso de ellas y quiénes recrean las lógicas en función de sus objetivos y
en función de su posición en la estructura. Por cierto todo ello supone una clara
definición de la envergadura de los colectivos generados y de las acciones realizadas a
largo o mediano plazo.
• El cambio sólo es posible si los actores implicados han cambiado sus sistemas de
representaciones y relaciones.
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Bernoux (2004) nos aporta antecedentes sobre el concepto de cambio en la escuela,
antecedentes que constituyen parte de nuestro marco teórico de referencia (ver
también, desde otra perspectiva socio-cultural, Zmuda et al., 2004). Para él, la primera
condición del cambio es conocer los problemas reales y, para ello, se debe recurrir a
los integrantes de la organización. La no apropiación del cambio por parte de los
actores y su incorporación no personalizada a la lógica de la acción precisamente
desmoviliza a los actores, hace ineficientes las condiciones positivas existentes y
generan la resistencia a la puesta en obra de los cambios posibles. En general, el
cambio que viene verticalmente va acompañado de un discurso sobre la autonomía o
la responsabilidad, pero al mismo tiempo niega el derecho de los actores, que son
reducidos a ser "agentes" que tienen que intervenir, los transforma en funcionarios
útiles y, por lo tanto, también desechables.
Fullan (1991) ha señalado cuatro fases, con sus respectivos énfasis, en las
investigaciones sobre los procesos de cambio planificado en educación: una 1ª fase
(años 60), cuyo énfasis estuvo en la adopción de materiales curriculares; una 2ª fase
(años 70), decepcionada del sólo cambio curricular como incidente en las prácticas
docentes, acentuó la necesidad de considerar también la formación del profesorado,
los materiales y recursos educativos, así como la reflexión sobre la razón de ser del
cambio y la evaluación de su desarrollo; una 3ª fase (1977-1985), que basada en los
aprendizajes anteriores, puso el acento en la eficiencia de las escuelas, la calidad de la
enseñanza y la importancia de la gestión de las escuelas; y una 4ª Fase (1986-años 90):
que se esforzó por alcanzar una mayor comprensión de la complejidad de las reformas
estructurales y globales.
Continuando con este análisis evolutivo, Hopkins y Lagerweig (1996) han señalado que
nos encontraríamos en el desarrollo de una nueva fase, tal vez la más difícil pero
también la más productiva de todas: la de la "gestión del cambio". Muy coincidente
con la postura adoptada por nuestro equipo, ella apunta a que tanto investigadores
como profesores (y otros actores del centro educativo) se esfuerzan por hacer confluir
sus esfuerzos, sus sinergias, coordinar estrategias y aplicarlas a la realidad de los
centros educativos. Y es esa dinámica que debería orientar e impregnar los procesos
de mejora de la escuela que se emprendan y desarrollen en forma colaborativa.
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Podemos afirmar que nunca el cambio logrado es el cambio planificado: los actores
efectivamente actúan, transforman y reformulan sus lógicas. Si el poder es capacidad
de influir, el cambio se da sólo a pesar de la resistencia, o gracias a la resistencia, de
aquellos que comprenden el sentido de la lógica de los otros. Esto es lo que implica
"una escuela que aprende" (Gather Thurler, 2000).
En virtud del significado complejo y dinámico que hemos asignado al cambio educativo
y en virtud del reconocimiento de la existencia de lógicas de acción diversas y
vinculantes a procesos de identidad, es que consideramos a la escuela como una
organización compleja, no homogénea y como un espacio de juego de múltiples de
lógicas de acción que pueden o no estar articuladas.
En este contexto, el logro de la calidad educativa apunta a sentar las bases de una
gestión que, estando en las manos de la propia comunidad educativa, debe dirigirse
ante todo a identificar las variables y dimensiones de dicha complejidad. Una
complejidad que, a nuestro juicio, se juega en la articulación y coordinación de
aquellas lógicas que condicionan el cambio educativo. Se debe apuntar, entonces, a
concebir una educación de calidad en virtud de una gestión participativa y
democrática, que incorpore la noción de equidad como un valor, pero también a los
restantes fines y metas.
Todo cambio necesita, como condición, no sólo la consideración de que las diferentes
lógicas de los actores implicados pueden y deben influir en las acciones de cambio,
sino concretamente que ellos la influyen y las modifican. El reconocimiento de tal
diversidad de fuerzas, como así también de la conciencia de una multiplicidad de
valores, debe ser explícito y debe también explicitarse en el ideario del Proyecto
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Educativo Institucional (PEI).
Este último proceso es gravitante, dado que alude a la legitimidad que los actores
otorgan a las decisiones que les conciernen y que ellos expresan en sus acciones. En tal
sentido, los fines que encierra el cambio y que se plasman en el PEI pueden ser
concebidos como un aprendizaje de nuevas maneras de hacer, de asimilación de
nuevas regulaciones y reglas.
Por lo tanto, la calidad, la equidad y los fines y metas propuestas por la comunidad
educativa son condiciones necesarias y trascendentales que acompañan cualquier
cambio o proceso de transformación educacional. No tenerlas en cuenta, o no
calibrarlas convenientemente al interior de un proyecto común como el PEI, sería un
error lamentable de óptica, que tarde o temprano comprometería cualquier intento
serio de transformación educacional.
Bibliografía: