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Conversaba una vez con un amigo venezolano estudiante de medicina
sobre los dolores del parto cuando se daba el proceso de gestación que
culminó hace casi 42 años con el nacimiento de mi hija Raquel
Yvette. Le preguntaba si conocía la tecnología empleada en
Monterrey, México en la Universidad de Nuevo León para el parto sin
dolor. Su respuesta me sorprendió. Dijo que el parto es una de las
funciones normales del mamífero y que las mujeres, como tales,
deberían alumbrar sin dolor, y que son sus reticencias y temores causa
de contracciones dolorosas y no el parto en si, por lo que el diseño de
un mecanismo que elimine reticencias y temores debería eliminar el
dolor del parto.

Nos explicó que en las junglas del Orinoco y en sus bordes viven
tribus indígenas en las que son hombres quienes sienten dolores de
parto y hacen cuarentenas pos parto en hamacas, mientras las
parturientas se auto atienden, cortan el cordón umbilical, asean la
criatura y prácticamente de inmediato retornan al surco a cumplir sus
obligaciones agrícolas o domésticas.

Pero hay ocasiones en las que como acto fisiológico normal el parto
se complica, para las cuales la medicina quirúrgica ofrece oportunidad
de dar término feliz a la gestación. Tal debería ser talvez la razón de
aplicación de cesárea para lograr pervivencia a madre y criatura.

Los datos que entrega Altagracia Ortiz G. en «Cesáreas, mitad de los


partos» (Hoy Digital, 6/01/2011) son alarmantes porque desde mi
perspectiva son reflejo de un abuso extravagante de la cesárea como
método de parto. Aunque sus datos todavía deben ser confirmados,
expone que 9 de cada 10 criaturas nacen por cirugía en los centros
médicos privados, cifra sencillamente escandalosa, que tima a clientes
y a aseguradores de salud en montos de cientos de millones de RD$
cada año. También revela, aunque en menor escala, la existencia de
la misma falta de ética en los hospitales públicos de todo el país.

Así como ha prendido señal de alarma el conocimiento de las


estadísticas nacionales, debió hace tiempo encenderse entre las
autoridades encargadas de controlar la práctica médica en la
República Dominicana. Me refiero, al Colegio Médico y al
Ministerio de Salud Pública, aunque también debieron reclamar las
empresas aseguradoras.

Cada vez más se alarma la sociedad dominicana al ver como sus


profesionales y empresas exhiben prácticas que riñen con los valores
tradicionales que entregaron nuestros ascendientes para su
preservación. Estamos frente a una nueva sociedad que se empecina
en nada hacer para parar la inversión de valores, que se hace patente
también en tan pasiva actitud que nos hace cómplices del mal.

Marcos R. Taveras es consultor empresarial


mtaveras@elcaribe.com.do

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