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A principios del siglo XX, el Imperio regentado por Nicolas II era

un gigante con pies de barro. El zar gobernaba sobre un territorio


inmenso (20 millones de km2) y muy poblado (100 millones de
habitantes). Pero este vasto imperio constituía uno de los
Estados más atrasados de Europa.
En el ámbito político, Rusia continuaba siendo una autocracia: el
zar gobernaba directamente el imperio y no estaba sujeto a
ninguna Constitución, ni tenía que rendir cuentas ante ningún
Parlamento.
Los partidos políticos estaban prohibidos y una eficaz policía
reprimía cualquier oposición. La Iglesia ortodoxa gozaba de
influencia social y constituía uno de los pilares ideológicos del
zarismo.
La economía:
-La economía rusa se sostenía en una agricultura técnicamente
muy atrasada y con una baja producción, que a duras penas
conseguía alimentar a toda la población.
La moderna industrialización y el capitalismo solo habían
penetrado en la parte más occidental del Imperio (San
Petersburgo, Moscú, Ucrania, el Mar Negro…).
La sociedad:
-La sociedad era una de las más desiguales de Europa. En la
cúspide se hallaba la nobleza, que era la propietaria de la mayor
parte de la tierra y que hacía exhibición de sus riquezas y de su
vida lujosa.
En el otro extremo se encontraban los campesinos, la inmensa
mayoría de la población. Vivían en condiciones de extrema
pobreza, sometidos a un duro ritmo de trabajo y la mayoría eran
analfabetos. En medio de ambos, se situaban los kulaks,
medianos propietarios, que se habían enriquecido acumulando
tierras.
En las ciudades industriales se había concentrado un importante
contingente de obreros. Muchos de ellos eran antiguos
campesinos que habían emigrado en busca de trabajo huyendo
de la miseria rural.
La mayoría trabajaba en grandes empresas, percibía salarios
bajos y vivía en condiciones precarias. La débil industrialización
comportaba que la burguesía fuese numéricamente escasa y
tuviera poca influencia en los ámbitos del poder.
Desde finales del siglo XIX, se había desarrollado una creciente
oposición a la autocracia zarista y a sus arcaicas estructuras
sociales, que había adquirido fuerza entre el campesinado y el
proletariado.
Los primeros opositores eran conocidos como populistas
(narodniki) y propugnaban la destrucción del zarismo y la
construcción de un socialismo de base agraria. Entre ellos arraigó
el anarquismo, que produjo algunos de sus grandes intelectuales,
como Bakunin y Kropotkin. Una de sus organizaciones era Tierra
y Libertad, que propugnaba el reparto de la tierra entre los
campesinos y defendía la acción directa contra la autocracia
(asesinato del zar Alejandro II, en 1881).
A principios del siglo XX se creó el Partido Socialista
Revolucionario (SR, denominados eseritas), que tenia una gran
influencia sobre los campesinos porque defendía la necesidad de
expropiar la tierra de los terratenientes. El desarrollo del
proletariado comportó la difusión del marxismo y, en 1898, se
fundó el Partido Socialdemócrata Ruso (POSDR), que tenía a
Georgi Plejánov como inspirador.
En 1904, este partido se escindió en dos alas: bolchevique, con
Vladimir Ilich Uliánov (Lenin) como líder, y menchevique. El
segundo constituía un partido de masas que seguía las directrices
de la II Internacional, mientras los primeros propugnaban un
nuevo tipo de partido más minoritario, con una organización
rígida y centralizada e integrado por una élite de revolucionarios
disciplinados dispuestos a tomar el poder por la fuerza.
En Enero de 1905 estalló un movimiento revolucionario en San
Petersburgo, la capital del Imperio. Una gran manifestación ante
el Palacio de Invierno, donde residía el zar, protestó contra el
despotismo y la injusticia social y demandó mejoras en las
condiciones de vida de la población y la celebración de una
Asamblea Constituyente elegida por el pueblo. La protesta fue
reprimida por el ejército, y provocó más de 300 muertos y mil
heridos (Domingo Sangriento).
La revolución obligó al zar a emprender algunas reformas
económicas y políticas, que anunció en el Manifiesto de Octubre,
en el que se comprometía a respetar las libertades públicas.
Respondiendo a las populares, el zar convocó una Duma
(nombre del Parlamento en Rusia) y el ministro Pyotr Stolypin
propuso una reforma agraria con el objetivo de mejorar la
producción agrícola.
La creación de la Duma propició el surgimiento de partidos
liberales de composición burguesa. El Partido Octubrista
defendía una monarquía constitucional y apoyó las tímidas
reformas propuestas por el zar. El Partido Democrático
Constitucional (KDT, conocido como kadete) representaba a las
clases medias y proponía una Asamblea Constituyente elegida
por sufragio universal que determinase la forma del Estado ruso.
Las reformas iniciadas tras la revolución de 1905 quedaron muy
lejos de transformar las arcaicas estructuras sociales y políticas
del Imperio. El sufragio para elegir a la Duma se estipuló de
forma corporativa e indirecta para impedir el auge de las fuerzas
opositoras.
El poder del Parlamento era escaso y el zar y sus ministros no
eran responsables ante él. Además, la reforma agraria había
favorecido a los kulaks, que habían aumentado sus propiedades
a costa de los campesinos más pobres o de las tierras de las
comunas rurales.
Pero en 1914 parecía que el zarismo había superado sus
problemas. El poder del zar controlaba a la Duma, que era
clausurada cuando le interesaba. La industrialización de las
ciudades crecía a buen ritmo y los problemas en el campo
parecían apagados. Sin embargo, la participación de Rusia en la
Primer Guerra Mundial al lado de las potencias aliadas creó la
coyuntura para un nuevo estallido revolucionario de mayor
envergadura que el de 1905.
La economía rusa se orientó en abastecer al ejército. La mayoría
de las fábricas se transformaron en industrias de guerra y el
reclutamiento de campesinos hizo disminuir la producción
agraria. Los productos de primera necesidad comenzaron a
escasear, los precios subieron y la capacidad adquisitiva de los
asalariados disminuyó. La escasez y el hambre se extendieron
entre la población.
A este malestar se sumaron las derrotas militares ante Alemania.
El ejército ruso estaba poco equipado, deficientemente armado y
mal dirigido. Las bajas entre los combatientes, procedentes
mayoritariamente de las clases populares, eran enormes y
muchos soldados desertaban. A las manifestaciones contra la
carestía de la vida se unió el descontento por lo que sucedía en
el frente.
Para frenar las críticas, el zar disolvió la Duma y el malestar
político aumentó. La confianza en el zar se había hundido y el
Estado se desintegraba. Los complots se sucedían en una corte
en la que el monje Rasputín, un personaje muy discutido, que
tenia cada vez mayor influencia sobre la familia Romanov.
Rasputín fue asesinado por un complot nobiliario en 1916.
Ante esta coyuntura, la situación revolucionaria se desató de
nuevo. El desastre militar, la penuria económica y el descontento
político condujeron a la revolución de febrero de 1917.
La revolución comenzó el día 23 de febrero con una gran
manifestación en Petrogrado, y encontró eco en diversas
ciudades del Imperio. Como ya había ocurrido en 1905, en todo
el país se formaron comités revolucionarios de obreros,
campesinos y soldados (los soviets), que agrupaban a las fuerzas
revolucionarias de oposición al zarismo (eseritas, anarquistas,
mencheviques y bolcheviques) y que adquirieron un gran
protagonismo en la organización de la revuelta.
El día 27 de febrero tuvo lugar una huelga general en las
principales ciudades, que se fue seguida por el amotinamiento
de la guarnición militar de la capital, que se negó a disparar a la
multitud. Todas las protestas populares exigían la retirada de la
guerra, la dimisión del zar y la mejora de las condiciones de vida.
Ante la insistencia de parte del ejército y la presión popular y de
los partidos de la Duma, el zar decidió abdicar. La Duma tomó
protagonismo en la crisis y, de acuerdo con el sóviet de
Petrogrado, nombró un gobierno provisional presidido por el
conservador príncipe Lvov.
El nuevo gobierno prometió reformas políticas y sociales, al
tiempo que se comprometía a convocar elecciones libres para
una Asamblea Constituyente que decidiese el destino político de
Rusia.
El nuevo gobierno no atendió a las demandas de retirada de la
guerra y decidió mantener los compromisos militares con los
aliados. A pesar de las reformas prometidas, las condiciones de
vida de la población no mejoraron, las manifestaciones
proliferaron de nuevo y la unanimidad de las fuerzas políticas
que habían derrocado al zar empezó a resquebrajarse.
Empezó entonces a perfilarse la existencia de un doble poder.
Por un lado, el gobierno provisional, apoyado por los sectores de
la burguesía y del socialismo moderado, que aspiraba a convertir
Rusia en una república parlamentaria al estilo occidental. Por
otro, los sóviets, que agrupaban a las fuerzas revolucionarias y
exigían la retirada inmediata de la guerra, el reparto de tierras
entre los campesinos, la mejora de las condiciones salariales y
laborales, etc.
El gobierno provisional permitió el regreso a Rusia de los
exiliados políticos del zarismo. En el mes de abril, un grupo de
ellos, entre los que se hallaba el dirigente bolchevique Lenin,
llegó a Petrogrado.
Su llegada dio un giro inesperado a los acontecimientos. Lenin
defendía que la revolución que acababa de producirse debía
superar la fase liberal-burguesa que representaba el gobierno
provisional y convertirse en una revolución proletaria, que
acabase con el capitalismo y la burguesía y otorgase el poder a
los obreros y campesinos (dictadura del proletariado).
Lenin y sus colaboradores prepararon la insurrección de los
sóviets y planificaron la toma del poder por los bolcheviques.
Para ello dedicaron sus esfuerzos a las siguientes tareas:
 Convencer a los bolcheviques de la necesidad de la
insurrección armada, y para ello se lanzó la consigna “¡Todo
el poder para los sóviets!”, que se convirtió en un programa
revolucionario para poner fin a la dualidad de poderes
existente.
 Aumentar la influencia bolchevique en los sóviets, y
conseguir que estos retirasen su apoyo al gobierno
provisional y preparasen el asalto al poder.
 Planificar la insurrección armada con rapidez y disciplina.
El desencanto de las clases populares con las promesas no
cumplidas por el gobierno provisional y las dificultades cotidianas
derivadas de la guerra crearon las condiciones para el triunfo de
la revolución obrera.
El Segundo Congreso de los sóviets destituyó al gobierno
provisional y aprobó la formación de un Consejo de Comisarios
del Pueblo con mayoría bolchevique y dirigido por Lenin, que se
constituyó en el primer gobierno obrero y campesino.
El nuevo ejército decretó las primeras medidas revolucionarias:
abolición de la propiedad privada de la tierra y expropiación, por
parte de los sóviets, de los grandes latifundios, control obrero de
las empresas de más de cinco trabajadores, nacionalización de la
banca, supresión del ejército zarista y reconocimiento del
derecho a la autodeterminación de los diversos pueblos del
Imperio.
Un nuevo decreto mostró la determinación del gobierno de
establecer la paz con Alemania. Las conversaciones llevaron a la
firma de un tratado en Brest-Litovsk (1918), en el que se
aceptaban todas las exigencias de la parte alemana. Rusia
renunció a los países bálticos, Finlandia, los territorios polacos y
Besarabia, mientras Ucrania se declaró independiente.
En noviembre de 1917 se convocaron las elecciones previstas por
el gobierno provisional para elegir una Asamblea Constituyente.
Los resultados electorales no fueron los esperados por los
bolcheviques. Ante esta situación, decidieron disolver la
Asamblea en su primera y única sesión porque esta se negaba a
someter sus decisiones a la aprobación de los sóviets. La
revolución bolchevique daba la espalda al sistema democrático-
parlamentario y un Congreso de sóviets sería el encargado de
establecer las nuevas instituciones del Estado proletario.
La revolución había triunfado, pero los bolcheviques solo
controlaban una amplia zona alrededor de Petrogrado y Moscú,
que se convirtió en la nueva capital. Los defensores del zarismo,
los sectores que apoyaban al gobierno provisional y aspiraban a
una república parlamentaria y los campesinos propietarios de
tierras iniciaron la resistencia armada con el objetivo de impedir
la consolidación del Estado soviético. A ellos se sumaron, en
1918, algunas potencias occidentales (Gran Bretaña, Estados
Unidos, Polonia…) que invadieron Rusia con sus ejércitos.
Dirigidos por los viejos mandos del ejército zarista, los partidarios
del antiguo orden acabaron llamándose rusos blancos por
oposición a la Rusia roja o revolucionaria. Se inició entonces una
guerra que se extendería a lo largo de tres años.
Para hacer frente a la guerra civil, los bolcheviques crearon el
Ejército rojo y su artífice fue León Trotsky. El nuevo ejército
revolucionario se basaba en la disciplina y los grados militares
clásicos, pero unos comisarios políticos vigilaban a los
combatientes y fomentaban el ánimo revolucionario.
El conflicto bélico fue largo y cruel: costó un elevado número de
vidas y sumió en el hambre y la miseria a millones de personas.
Además, las revanchas y castigos por apoyar a un bando u otro
fueron frecuentes y aterrorizaron a la población. En medio de
este clima de violencia y ante el temor que el zar pudiese ser
rescatado por el Ejército Blanco, en julio de 1918, Nicolás II y su
familia fueron ejecutados por los bolcheviques en Ekaterinburgo,
donde se hallaban prisioneros.
En los primeros meses, el Ejército Blanco obtuvo algunas
victorias, pero a partir de finales de 1918, el Ejército Rojo
comenzó a dominar la situación. Consiguieron movilizar un
elevado número de soldados, y en las medidas revolucionarias,
como el reparto de tierras, que les valió el apoyo de buena parte
del campesinado. También contribuyó a este dominio victorioso
la desorganización de los blancos, la falta de un mando único y la
retirada de los ejércitos extranjeros. En 1921, tras la victoria en
Ucrania, el Ejército Rojo quedó vencedor en la guerra.
La contienda militar comportó que todos los recursos del país,
tanto humanos como económicos, se orientasen hacia un único
objetivo: avituallar al ejército para ganar la guerra. El gobierno
soviético estableció el “comunismo de guerra”, que implicaba un
estricto control de la economía por el Estado y una rígida
vigilancia sobre la población.
En nombre de las necesidades bélicas se nacionalizaron las
industrias de más de 10 trabajadores, la banca, los transportes y
el comercio. La producción de cereales quedó controlada y los
agricultores fueron obligados a entregar al Estado la mayor parte
de sus cosechas. La disciplina laboral aumentó, llegando casi a la
militarización de la producción, y se limitaron los derechos
sindicales, prohibiéndose el derecho a huelga.
Estas rígidas medidas tropezaron con las resistencias de un gran
sector del campesinado y tuvieron que implantarse por la fuerza.
Ante la falta de alimentos, se extendieron el acaparamiento y el
estraperlo, que fueron severamente castigados. El descenso de la
producción, y los problemas derivados de la guerra comportaron
enormes dificultades para toda la población, ya que las ciudades
quedaron desabastecidas de la mayoría de productos básicos.
La necesidad de crear un bloque compacto de revolucionarios
capaz de imponerse a los contrarevolucionarios comportó el
establecimiento de fuertes medidas represivas: se reimplantó la
censura, se prohibió la prensa opositora y se intervinieron los
tribunales. Para perseguir a los opositores, en diciembre de 1917
se creó una policía política, la checa, que detenía y castigaba no
solo a los defensores del viejo orden, sino también a todos
aquellos que criticaban las decisiones del partido bolchevique.
Finalizada la guerra civil, en 1922 se creó la Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas (URSS), que comprendía distintas repúblicas
autónomas y federadas. La Constitución soviética de 1923
estableció un nuevo modelo de Estado basado en los sóviets, que
negaba las elecciones libres y el parlamentarismo.
Estos principios marcaron la estructura política del Estado
soviético, que fue reafirmada por Stalin y se mantuvo con muy
pocos cambios hasta el fin de la URSS.
El Partido Comunista de la Unión Soviética se constituyó en el
centro del poder del nuevo Estado soviético. Partido y Estado
quedaron identificados y solo aquellos que pertenecían al
partido podían aspirar a ejercer cargos en los sóviets y en el
Estado.
Las voces contrarias a esta situación entre los mismos
revolucionarios fueron eliminadas o neutralizadas. La dictadura
del proletariado, en que las fuerzas obreras debían imponerse
sobre las de la burguesía, fue transformándose en la dictadura
del Partido Comunista.
Tanto Lenin como Trotsky defendían que la consolidación de la
revolución soviética debía basarse en el fortalecimiento del
Estado de los sóviets, y en la extensión de la revolución
proletaria.
Con este propósito hicieron una llamada a los revolucionarios
para abandonar los partidos socialistas y fundar partidos
comunistas. Tenían que unir sus esfuerzos en una nueva
organización, la III Internacional o Komintern, que debía apoyar
la revolución de los sóviets y extenderla por Europa.
Como consecuencia de la guerra civil y del consumo de guerra, la
economía soviética se hundió estrepitosamente y el
desabastecimiento de las ciudades se hizo general. La revolución
empezó a perder una parte de sus antiguos apoyos: hubo
levantamientos campesinos, y en marzo de 1921, se rebeló la
marinería del puerto de Kronstadt. Ello hizo que el propio Lenin
propusiese iniciar una nueva orientación de la economía que
permitiese mejorar las condiciones de vida de la población y
acallar las críticas.
La Nueva Política Económica (NEP) suponía dar un paso atrás en
algunas de las medidas más radicales del consumismo de guerra
para permitir una economía mixta en la que los dos sectores
socializados controlados por el Estado conviviesen con la
economía de mercado y la pequeña propiedad privada.
La NEP cumplió rápidamente sus objetivos económicos y, en
1926, la economía soviética había superado los niveles anteriores
a la Gran Guerra. Pero la vuelta al mercado hizo subir los precios
y las diferencias entre precios agrarios e industriales volvió a
originar problemas de acaparamiento y desabastecimiento de las
ciudades. Los beneficios privados hicieron aumentar las
diferencias sociales y volvieron a surgir los pequeños
empresarios industriales y los campesinos acomodados, que
gozaban de un cierto nivel de bienestar.
En 1924 murió Lenin, el líder indiscutible de los bolcheviques. Su
sucesión desencadenó una lucha entre los dirigentes del partido
bolchevique, que se desarrolló entre 1924 y 1928 en diversos
frentes: por la jefatura del partido, por el poder en el Estado
soviético y por la orientación que debía tomar la revolución en el
futuro.
El debate se polarizó en torno a dos figuras: Trotsky, que en
aquel momento era uno de los bolcheviques más destacados y
Stalin, que desempeñaba la secretaria del Partido Comunista
(PCUS). Pero las intrigas también implicaron a otros líderes
bolcheviques como Kámenev, Zinóviev, Bujarin y Lunacharski.
Trotsky y sus aliados defendían el abandono de la NEP y la
profundización en el comunismo, es decir, impulsar la
colectivización de la agricultura, extender la revolución en
Europa, la denominada revolución permanente, y promover un
funcionamiento más democrático del partido. Otros dirigentes,
con Stalin a la cabeza, proponían continuar con un sistema de
economía mixta, centrar los esfuerzos en consolidar el socialismo
en Rusia y reservar las decisiones políticas a los dirigentes del
PCUS, eliminando el debate interno del partido.
En 1927, el enfrentamiento se agudizó y Stalin, que manejaba los
resortes internos del partido, consiguió hacerse con el poder,
encarcelar a Trotsky y mandarlo al exilio. El resultado fue el
establecimiento de un poder autoritario, el reforzamiento del
partido y sus métodos centralistas de decisión y la imposibilidad
de cualquier vía de participación democrática. Stalin optó por
poner fin a la economía mixta (NEP), forzar la colectivización de
la tierra, implantando una planificación de la economía dirigida
por el Estado y estimulando el desarrollo industrial de Rusia,
especialmente de la industria pesada.
Stalin persiguió a sus opositores, y también a algunos de sus
antiguos colaboradores que podían hacerle sombra,
expulsándolos del país o condenándolos a la cárcel o a la muerte.
Este fue el primer episodio de la instauración de un régimen
totalitario, basado en el poder absoluto de Stalin dentro del
PCUS y del nuevo Estado soviético.

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