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Información y comunicación en un nuevo milenio

Ramón Ignacio Correa García


Departamento de Educación.
Fac. de Ciencias de la Educación
Universidad de Huelva

Información y Comunicación: Una delimitación conceptual

La comunicación es el fundamento de toda sociabilidad. La persona puede


definirse por su capacidad de comunicar por medio del lenguaje, pasando así
del estado natural al estado de cultura, por su capacidad de construir el
presente e inventar el futuro. Una de las maneras de sintetizar las
características del lenguaje humano es considerar que hemos alcanzado la
«universalidad semántica», es decir, cuando podemos transmitir información
acerca de aspectos, dominios, propiedades, lugares o acontecimientos del
pasado, del presente y del futuro, tanta reales como posibles, cercanos o
lejanos, verdaderos o imaginarios (Harris, 1.981).

La palabra, primero, y la escritura, después, fueron los dos pilares básicos


donde se asentó el conocimiento y su reproductibilidad. A partir del siglo XIX,
con la invención y desarrollo de diversas tecnologías audiovisuales comenzó la
era de la transmisión a distancia. Morse, Edison, Bell, Marconi, Popoff, Niepce,
Daguerre o Lumière fueron nombres que se unieron a una serie de hitos
escalonados pero progresivamente acelerados hasta nuestros días: los
incipientes daguerrotipos en 1.826, el nacimiento espúreo del cine en barracas
de feria, la primera imagen televisada en 1.923, la posibilidad de
miniaturización con el transistor en 1.947, el primer ordenador electrónico en
1.948 o el primer satélite de telecomunicaciones -el TELSTAR- lanzado por la
NASA en 1.962...

Todos ellos -personajes y acontecimientos- pusieron punto y final a la «Galaxia


de Gutenberg» (o al menos, supusieron un punto de reflexión sobre las
repercusiones de los medios de masas, las nuevas tecnologías audiovisuales e
informáticas y el papel que sería reservado a la escritura, el libro o la alta
cultura). Aquellos paleolenguajes icónicos rompieron las barreras físicas y la
lógica de la reproducción y difusión de los mensajes, convirtiéndose con el
paso del tiempo en auténticos vehículos de comunicación y de expresión
artística con la suficiente entidad como para ser considerados portadores de
aquella universalidad semántica a la que antes aludíamos. Así, por ejemplo, de
las primitivas películas de Lumière rodadas en un sólo plano a la articulación
del montaje o la figura retórica del primer plano en Eisentein o Griffith, media
toda una evolución en la codificación de los signos; como la hubo en el período
que media entre aquellas toscas imágenes que Niepce obtenía tras largas
exposiciones desde su casa de París a las fotografías-documento de Capa o
Salgado; o como también, sin duda, desde el primer enlace telefónico
transatlántico hasta las audiencias masivas en las inauguraciones de los
Juegos Olímpicos en la recta final del siglo XX o el potencial informativo del
cable de fibra óptica.

En nuestra sociedad post-industrial, la emisión y recepción de mensajes han


crecido hasta proporciones gigantescas, siendo uno de los mitos más
dinámicos de la sociedad tecnológica: «La conservación de los mensajes
posee, por tanto, dos dimensiones esenciales: primero, la idea de retención (ya
sea pasajera o permanente), y segundo, el paso de lo simple a lo múltiple, es
decir, la idea de difusión. Éste fue uno de los descubrimientos más importantes
de la era electrónica expresada por Mc Luhan bajo el nombre de Galaxia de
Marconi: la puesta a punto de la conservación a través de la duración, del
registro de sonidos e imágenes. El espíritu de los hombres se ha dejado
seducir fácilmente por esta idea maravillosa de retener un fragmento de la
duración, un pedazo de universo perceptivo... Aquí tenemos uno de los mitos
dinámicos más poderosos de la sociedad tecnológica» (Moles, 1983:176)

Abraham Moles y Elisabeth Rohmer acuñaron en su día el término «opulencia


comunicacional» (idea calcada de la expresión que introdujo Galbraith sobre la
«opulencia material»), para referirse a un axioma inherente a la sociedad
contemporánea: la eliminación que resulta de la oposición entre distancia y
cantidad de información (Moles, op. cit.). En efecto, la supresión de las
coordenadas espacio-temporales y la posibilidad de difundir mensajes a una
gran audiencia ha justificado uno de los pensamientos de Marshall McLuhan:
las extensiones de la conciencia humana se proyectaban hacia el medio de
todo el mundo a través de la era electrónica, empujando a la humanidad a un
futuro robótico (McLuhan/Powers, 1989).

Sin embargo, en nuestra Tecnópolis actual tendemos a identificar los campos


semánticos de dos términos que a nosotros nos parecen sustancialmente
diferentes: información y comunicación. En el Informe McBride se hace
referencia a ambos diciendo: «Las definiciones de varios conceptos generales
utilizados en el informe -en particular los de información y comunicación- no
han sido formalizadas y no se ha llegado a una unanimidad en su significado.
De hecho, estas palabras son empleadas de diversos modos, por diversos
autores, y con muchos matices sobre todo lo que implican y significan» (Mc
Bride, 1988).

Es muy frecuente oír o leer la expresión «medios de comunicación» y todos


sabemos a qué nos estamos refiriendo. Como afirma McQuail, una manera de
contestar a la pregunta «¿Qué es la comunicación de masas?» es decir lo que
la gente piensa que es (McQuail, 1983: 19). Y esto no e s una trivialidad porque
los medios de masas en general y cada medio en particular están
determinados por una «definición pública» y por el conjunto de expectativas y
normas que florecen a su alrededor (McQuail, op. cit.).
Existe una vulgarización de la expresión «comunicación de masas» como le
sucede a la anglosajona mass-media (a la que Jean Cazeneuve prefiere
denominar «técnicas de difusión colectiva»). En la literatura científica sobre el
tema, la expresión «medios de comunicación de masas» ha sido definida en
numerosas ocasiones pero casi siempre en los mismos términos. Una de estas
definiciones se debe a Janowitz: «Las comunicaciones de masa abarcan las
instituciones y las técnicas mediante las que los grupos especializados
emplean procedimientos tecnológicos (prensa, radio, cine, etc.) para difundir un
contenido simbólico entre públicos (audiencias) vastos , heterogéneos y muy
dispersos» (Janowitz en Cazeneuve, 1972:31). No obstante, aparte de otras
consideraciones sociológicas como por ejemplo el concepto de «masa»
(¿dónde empieza realmente la masa?, ¿la masa es causada por los medios de
información?,...), el uso del término «comunicación» presenta una serie de
inconvenientes, no sólo de carácter etimológico, sino de contradicciones entre
el mismo concepto y la realidad que representa.

Amadou Mahtar M´Bow en la primera clase magistral de la Facultad de


Ciencias de la Información de la Universidad de Sevilla en 1.989 («Información
y comunicación en el mundo contemporáneo»), expresó en ese momento parte
de lo que queremos resaltar: «...no escapa a nadie que la esencia de los media
consiste en establecer una relación orientada, llamada a veces 'vertical', del
emisor al receptor. Así, todos los medios de comunicación, sean cuales fueren
-prensa, radiodifusión, televisión, cine- pueden ejercer cierta influencia sobre
sus lectores, oyentes, espectadores...» (Mahtar M´Bow, 1989: 23). La idea de
«transmisión vertical» de la información desde los medios hasta las audiencias
posee una importancia crucial que determina la naturaleza y funciones de los
medios.

Etimológicamente la palabra «comunicación» deriva de una raíz latina,


communis (poner en común). Esta raíz es la misma de la cual se derivan otras
palabras como «comunidad» o «comunión». Todas ellas expresan algo que se
comparte, se tiene o se vive en común. Sin embargo, y a pesar del sentido
original del término comunicación, también se ha empleado -sobre todo,
después de la aparición de los grandes medios de masas- como sinónimo de
transmisión de mensajes y señales, lo cual hace cada vez más necesaria la
distinción tajante y excluyente entre lo que es comunicación y lo que es
información.

La comunicación es un proceso mediante el cual una persona entra en


cooperación mental con otra, desde un plano de igualdad, para alcanzar una
conciencia común que es solidariamente compartida y vivenciada. La
bipolaridad es una de las piezas claves de la comunicación y dentro de esa
bipolaridad la capacidad de que emisor y receptor puedan alternar sus roles.
Por contra, lo esencial de la información es la transmisión unilateral de
mensajes de un emisor a un receptor y la imposibilidad manifiesta de retorno
de las audiencias hasta los medios emisores (Kaplún, 1985). Para Mario
Kaplún tampoco sería correcto llamar a los mass-media, medios de
comunicación de masas, sino «medios de información» o «de difusión»
(Cazeneuve, op. cit.). La verdadera comunicación no descansa en un receptor
que habla y un emisor que escucha, sino por dos seres que intercambian y
comparten experiencias, conocimientos y sentimientos (Kaplún, op. cit.: 68).

El mismo sentido encontramos en Antonio Pasquali quien también propone


reservar el término información tanto al proceso de vehicular mensajes de un
transmisor institucionalizado a un receptor-masa como a sus contenidos y con
cualquier tipo de lenguaje o medios empleados (Pasquali, 1980: 62). Por tanto,
por comunicación o relación comunicacional entendemos con Pasquali aquella
relación biunívoca entre transmisor y receptor, regida por una ley de bivalencia:
todo transmisor puede ser receptor y todo receptor puede ser emisor. La
comunicación será algo privativo, algo exclusivo de las relaciones entre
personas -de las «relaciones dialógicas interhumanas»- éticamente autónomas.
En esta diferenciación que hacemos entre información y comunicación queda
proscrito el esquema emisor-receptor y podemos utilizar con toda propiedad y
dar pleno contenido semántico al neologismo acuñado por Jean Cloutier: toda
persona es un «emerec», es decir, posee capacidades para ser emisor y
receptor. Para Kaplún, todos los seres, grupos, comunidades y sectores de la
sociedad tienen derecho a participar en el proceso de la comunicación
actuando alternadamente como emisores y receptores (Kaplún 1985b:158),
pero este deseo no deja de ser una auténtica quimera, pues como exponemos
más adelante las alternativas a los grandes medios de información son
fácilmente imaginables pero de muy compleja y difícil realización.

Información y comunicación en el consumo de medios: el caso de la TV

Parece evidente que el signo más representativo de nuestro tiempo sea


precisamente el de consumir signos. Efectivamente, el exceso de signos es
uno de los rasgos más característicos del mundo postmoderno y hasta su
auténtica patología (Peninou, 1972). La saturación semiótica se ha convertido
en una de los rasgos distintivos de este milenarismo y antes que consumidores
pragmáticos somos consumidores de signos (no olvidemos, antes de seguir
con nuestra argumentación y como nos advertía Umberto Eco, que signo era
también todo aquello que servía para mentir o -añadimos nosotros- para
persuadir, según convenga el caso).

Si hemos convenido que información y comunicación no son en modo alguno


conceptos sinónimos también podemos considerar cómo ciertas tecnologías
han cambiado nuestros hábitos de vida. El caso más relevante ha sido la TV:
contemplar desde nuestro mundo la infinita e inagotable variedad de mundos
posibles e imposibles que oferta la TV ha abolido en buena medida la intimidad
familiar alterando la geografía doméstica y capturando en buena medida
nuestro tiempo de ocio. Habitualmente y en épocas pre-televisivas, en el cuarto
de estar, la disposición del mobiliario se hacía de tal forma que las sillas y
sillones rodeaban sus mesas respectivas articulando una figurada red circular
de comunicaciones interpersonales. Esta disposición centrípeta garantizaba la
intimidad del universo hogareño pero la nueva mutación topológica hace
desaparecer los círculos comunicativos para dar paso a una disposición
centrífuga, orientada hacia ese nuevo oráculo de la post-modernidad que es el
receptor de televisión. Nos situamos frente a él queriendo aprehender el mundo
exterior y como los antiguos griegos de Delfos, entronizamos al televisor como
el nuevo Oráculo que va a dictar nuestras comportamientos. Él es un cómplice
más de nuestra intimidad familiar y comparte todos nuestros secretos. El
espectáculo televisivo se inserta en el tejido de las relaciones interpersonales y
de los ritos familiares: es testigo de nuestra soledad, de nuestro más soberano
aburrimiento o cansancio, o de nuestras reuniones extraordinarias de Navidad
y de nuestro frenético ritmo al pulsar el mando a distancia para asomarnos a
otras realidades a veces tan absurdas como la que estamos contemplando
(Correa, 1995).

La TV consagra la información como espectáculo y al espectáculo como la idea


generatriz y norte de la parrilla de programación. Por sus especiales
características, este medio representa también la abolición de cualquier
esfuerzo interpretativo para unas audiencias que son emotivas antes que
racionales y son fascinadas por un parpadeo hipnótico que deja entrever un
discurso fragmentado y carente de clausura (González Requena, 1988). El
consumo de la programación televisiva es fundamentalmente de corte lúdico y
hedonista y gira en torno a un deseo visual que se materializa en un consumo a
trozos sujeto a lógica ciega del beneficio mercantil y del reinado de las
estadísticas de audiencias (culebrones, concursos y retransmisiones de
encuentros de fútbol mandan). El eremita masivo de la televisión, en su
soledad electrónica, es capaz de absorber desde un programa científico de
cierto nivel hasta el reality show más denigrante. La coartada social de la
televisión es la «instauración de un espectáculo permanente» (González
Requena, op. cit.) que proscribe cualquier sentido de lo que en nuestra
argumentación estamos entendiendo por comunicación.

Por otra parte, en el ritual televisivo se da la paradoja de que aquellos


programas que contribuyen al despliegue de la individualidad quedan
reservados generalmente para el final de la programación, mientras que en
prime time se instala la industria del entretenimiento (Romano, 1998). La TV
sería una excepcional formadora social si permitiera que sus audiencias
dispusieran de tiempo y energía para ver la programación más inteligente que
para nada tiene que ver con el bestiario icónico que se exhibe en aquellas
horas donde los medios ya han pactado la venta de su público a los
anunciantes y se necesitan productos mediales que atraigan la atención del
telespectador para evitarle su tendencia al zapping. Con decenas de canales y
dos tercios de las audiencias cambiando compulsivamente de emisión el
conocimiento se vuelve fragmentado y eso si aún podemos seguir llamándole
conocimiento, porque para que éste se produzca se requiere tiempo para
clasificar, valorar, contrastar, reflexionar, sacar conclusiones, etc... El «cogito,
ergo sum» de Descartes se ha pervertido en un «vídeo, ergo sum» (Romano,
op. cit.).

¿Existen alternativas al modelo dominante de los medios de masas?

Ya hemos comentado cómo lo esencial de los medios es la transmisión vertical


de información hasta las audiencias. Igualmente, los medios de información de
masas ejercen cierto tipo de influencias sobre las personas receptoras y
consumidoras de sus mensajes. Por tanto creemos que cabría la posibilidad de
considerar cuáles son las características que distinguen a la transmisión de
información masiva para así, posteriormente, calibrar la posibilidad de modelos
alternativos. Siguiendo a Denis Mcquail nos encontramos con siete notas
distintivas (McQuail, 1972):

a. Generalmente, los medios masivos requieren complejas organizaciones. La


publicación de un periódico o la emisión de un programa televisivo exigen el
uso de grandes capitales y, como consecuencia, mecanismos de control
financiero. Poseen un staff con estructura jerárquica que asegura continuidad y
cooperación. Tales requerimientos sólo podrán ser satisfechos si los medios
cuentan con una sólida estructura formal, basada en criterios economicistas, y
en donde la ley del mercado puede «orientar» el contenido y la forma de los
mensajes (la Publicidad, en este sentido, es la fuente de ingresos más
importante con la que cuentan los medios).

b. Los medios masivos se dirigen a amplias capas de la población. Esto


obedece, por una parte, a razones de economía o rentabilidad y, por otra, a la
aplicación de modernas tecnologías de producción y difusión global. En este
caso, la característica esencial no vendrá dada por el número exacto a partir
del cual comenzamos a hablar de «masa» (hasta cierto punto es un dato
irrelevante), sino de la existencia de ciertas tendencias a la estandarización y a
la estereotipia en lo que respecta al contenido de los medios.

c. Las informaciones mediales son públicas, es decir, su contenido está abierto


a toda la colectividad y su distribución es relativamente inestructurada e
informal. Por esta razón, no pueden considerarse medios masivos la prensa,
radio o televisión cuando se utilizan de forma privada o al servicio de
organizaciones cerradas.

d. El público de los medios masivos es heterogéneo. Una paradoja relacionada


con esta heterogeneidad consiste en que cualquier agrupamiento de audiencia
debe compartir cierto interés por los medios, por determinados temas y
aspectos y poseer un bagaje común de valores y convenciones culturales. Los
lenguajes mediales instauran la existencia de códigos, normas y valores
comunes entre emisores y público.
e. Los mensajes mediales pueden llegar simultáneamente a una gran cantidad
de personas que están distantes de la fuente y que a la vez, se hallan lejos
unas de otras. En relación con ese contacto inmediato y simultáneo, se pueden
mencionar dos características significativas: en primer lugar, se posibilita una
mayor velocidad en la difusión y en la respuesta de la audiencia; en segundo
lugar, la simultaneidad permite una mayor uniformidad en la selección e
interpretación de los mensajes. A pesar de esta aparente uniformidad, los
mensajes masivos son reelaborados o decodificados de forma personal.

f. En los medios masivos, la relación entre el emisor y el público es impersonal.


Ese carácter anónimo de la audiencia surge, en cierta medida, de la tecnología
de la divulgación masiva y de algunas exigencias de la función de emisor
público (por ejemplo, la necesidad de ser «objetivo»y de no estar
comprometidos personalmente en la selección ni en el manejo de los
contenidos que tienen significación normativa. Los medios de masas se hallan
organizados de forma que la información fluya -reiteramos- en una única
dirección: desde el emisor hasta la audiencia.

g. Por último, el público de los medios masivos es una colectividad


característica de la sociedad moderna, formada por un conglomerado de
personas a las que une un foco común de interés, que observan
comportamientos similares y orientan éstos hacia metas comunes; sin
embargo, no se conocen entre sí, tienen un grado limitado o nulo de interacción
y no se hallan organizados, o bien su organización es demasiado laxa.

Todas las posiciones teóricas sobre los medios de información masivos


fluctúan entre el Escila de los tecnologistas de corte macluhaniano, que nos
anuncian la venida de la «comunicación total» y la «máxima democracia» y el
Caribdis frankfurtiano de la «opresión y explotación totales». Las visiones
integradas y apocalípticas de los medios revelan un candente debate social, al
que sin duda hay que contextualizar debidamente en unas precisas
coordenadas espacio-temporales.

Por otra parte, la pretendida «neutralidad» de los medios debe ser cuestionada,
y no se trata aquí de aducir la vieja polémica de corte izquierdista de medios
«buenos» (progresistas) y medios «malos» (reaccionarios), sino de considerar
que la misma existencia de los grandes medios implica unas necesidades de
producción hacia audiencias masivas, una funcionalidad ideológico-política y
una vertiente semiótica con la creación de unos nuevos códigos y lenguajes.
Todo ello modifica la estructura social y conforma otra nueva distinta
(Fontcuberta/Gómez,1983).

Si hay algo que podamos afirmar sin temor a equivocarnos es que los medios
dependen y están al servicio del poder establecido por las clases dominantes.
Esta afirmación debe ser un punto de reflexión para configurar desde ahí un
concepto «alternativo» a los medios de masas. Antes de la caída del muro de
Berlín, del que creemos que simbolizará en nuestra historia contemporánea y
reciente la expansión planetaria del mercado libre y de los postulados del
Pensamiento Único (Estefanía, 1998), se podía hablar con propiedad de una
área socialista y de un área capitalista que se bautizó con el eufemismo de
«mundo libre». Que un periódico soviético o una emisora de radio silenciaran
las cruentas purgas stalinistas, era una forma de controlar los medios para
ejercer así un control ideológico sobre las masas. La censura también se ejerce
en el «mundo libre»: uno de los casos a los que se le ha dado luz verde para su
difusión y puede ejemplificar omisiones deliberadas o deformaciones
controladas por los medios podría ser la de inhumanos experimentos con
cobayas humanos para «comprobar» sus reacciones vitales una vez que se les
había inyectado plutonio o habían sido expuestos a elevados índices de
radiaciones nucleares. Nos situamos en los EE.UU. -paladín del «mundo libre»-
y en plena guerra fría ante las oscuras premoniciones de un holocausto
nuclear. La Administración CLINTON ha reconocido estos experimentos
«científicos» que nada tienen que envidiar a los realizados en los campos de
concentración nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Es indudable que
existieron evidentes puntos de contacto entre el uso y funcionalidad de los
medios masivos en las áreas capitalista y socialista.

Pero la censura no es el único control de masas que ejerce el poder a través de


los medios. Las democracias pueden convertirse en sutiles totalitarismos a
través de la hipnosis que generan, del consumo escópico y narcotizante de los
mensajes mediales o de su capacidad de generar mitos. Inducirnos a un
consumismo desenfrenado para el beneficio mercantil de las élites mientras
que se agrava por momentos la enorme brecha que separa el imposible diálogo
Norte-Sur, países ricos y países pobres, es otra fórmula de control ejercido
sobre las masas a las que se las priva de una conciencia fraterna y crítica a
escala planetaria y se las induce a la posesión compulsiva de bienes y
servicios. Y no sólo nos estamos refiriendo al discurso invisible de la Publicidad
sino al también invisible discurso general de los medios: todo está realizado
para y por el espectáculo (incluidas las imágenes de esqueléticos cuerpos
infantiles o secuelas de desastres naturales que forman parte indisoluble de la
iconografía medial de los informativos de los medios, imágenes perdidas y
distantes en el paroxismo consumista). El dinero mueve al mundo: compramos
un artículo de lujo y satisfacemos una necesidad; damos un donativo para esos
cuerpos esqueléticos y acallamos nuestra conciencia en el contexto de una
solidaridad mediática fría y distante.

Volviendo a la línea eje de nuestra argumentación en este punto nos


cuestionamos qué se debe entender por «alternativo». El adjetivo «libre» o
«independiente»con el que calificamos una emisora de radio, televisión o un
periódico, no garantizan de antemano que sus mensajes sean realmente
alternativos. No encontraremos elementos alternativos allí donde no se
subvierta un orden moral, económico, tecnológico, cultural, simbólico o
ideológico. También es fundamental considerar lo alternativo como un proceso
abierto y nunca como un modelo cerrado. Hay expresiones que han sido
utilizadas como sinónimos (información alternativa o contrainformación, por
ejemplo). Para unos, lo alternativo se confunde con lo popular, entendiendo
esto como lo que parte directamente de la masa, mientras que para otros
supone una nueva definición de los medios y del papel que juega en ellos el
emisor, el mensaje y el receptor.

No existe, por consiguiente, una definición única y estable de lo alternativo.


Para Fontcuberta y Gómez, lo alternativo se configura siempre como un
elemento que aparece a veces en el emisor, en el medio o en el receptor y que
modifica sustancialmente los códigos informativos imperantes. Estos autores
consideran tres grandes enfoques en el campo de las experiencias
denominadas «alternativas» en la triada del emisor-mensaje-receptor.

a. Énfasis de lo «alternativo» en el emisor

La primera ocasión histórica en la que se teorizó sobre este punto fue en la


Revolución Rusa de 1917. Los dirigentes revolucionarios consideraron una
funcionalidad distinta de los medios de información de masas, al pasar éstos a
manos del Partido y estar desde entonces al servicio de la Revolución. Este
hecho convertía a los medios, per se, en liberadores, defensores e impulsores
de una «nueva sociedad». Esta filosofía fue trasplantada al área capitalista y
adoptada por la izquierda tradicional: como lo que define a una sociedad es
saber en manos de quién se hallan los medios de producción, habría que
analizar quién o quienes son los propietarios de los medios de masas; como en
el capitalismo los medios están monopolizados por minorías financieras
económicamente poderosas y políticamente influyentes, bastaría cambiar esa
propiedad para producir consiguientemente medios «alternativos».

La hipótesis teórica de este planteamiento es que el poder controla los medios


y es quien domina el discurso político y de ahí nace la necesidad marxista de
luchar contra el poder. Esta lucha podrá tener dos vertientes: una la clásica
postura leninista de «asalto al Palacio de Invierno» (en versión comunicativa) y
que significa intentar conseguir el dominio del aparato comunicativo, y otra,
formulada por Gramsci según el cuál, no había que hacer una guerra de
asaltos, sino de posiciones: la lucha por el control de los medios masivos
significaba una penetración física e ideológica de las posiciones izquierdistas
para ir ganando «espacios de libertad» (Fontcuberta/Gómez, op.cit.). Ha sido
precisamente a partir de esta segunda vertiente donde se han producido la
mayoría de las experiencias en al campo de la información «alternativa» en
muchos sectores marxistas.

Generalmente, lo «alternativo» se ha identificado sin más como de izquierdas.


Sin embargo, nuestros autores citados afirman que en la medida que la
izquierda se apropia del término «alternativo», éste concepto se vuelve
maniqueo y las aplicaciones que de él se han hecho, -en las principales
versiones- la inversión del signo y la contrainformación-, han llegado a una
verdadera pérdida de sentido al no cuestionarse su propio contenido. Al
comparar la eficacia de medios «alternativos» marxistas en el seno de la
sociedad occidental y con baremos occidentales (tirada de un periódico, nivel
de audiencia de radio o televisión, etc.), la izquierda dedujo que lo había que
hacer era apropiarse de la «forma» de los medos burgueses pero dándoles un
contenido «progresista». En esto consistía la inversión del signo.

La contrainformación, por su parte, supone mostrar a la luz pública lo que de


falso hay en la información imperante, dando otra versión de los
acontecimientos o aportando datos que la información original había silenciado.
De todas formas, la idea que hay que destacar en este apartado se refiere al
hecho de que no basta el cambio de propiedad para generar espontáneamente
medios y mensajes «alternativos». Desde una perspectiva marxista, podemos
llegar al control de los medios y seguir haciendo de ellos un uso represivo
según el concepto de Enzensberger (Enzerberger, 1984).

La opción que consideramos más viable pasa por la proliferación de


«micromedios» y que, siguiendo la estrategia gramsciana, suponga la
conquista de pequeños pero significativos espacios de libertad desde donde
realmente se pueda hacer un uso liberador de aquellos: audiencias reducidas
donde cada receptor pueda detentar la palabra y mensajes que se aparten de
los códigos autoritarios dominantes para conquistar espacios de libertad
responsable. Como ejemplo inequívoco de lo que apuntamos tendríamos a
Internet. La especial configuración de la Red subvierte el modelo clásico y
dominante de los grandes de medios y se une al concepto de consumo
personal y egocéntrico tan característico de estos tiempos. La fuente de
documentación que podemos encontrar en la Red parece casi ilimitada (en el
sentido de su crecimiento y magnitud de datos). Sin embargo, no únicamente
podemos acceder a fuentes documentales, sino que también la Red se ha
convertido en un foro de opinión a escala planetaria sin ningún tipo de censura
previa o cortapisa legal, una especie de Hyde Park Corner cibernético a escala
planetaria (Cebrián, 1998).

Aquí hay voz para los sin voz, para aquellos que tienen vetado su acceso a las
audiencias a través de los canales mediáticos a gran escala. En la Red
podemos encontrar desde aquello que aún es capaz de emocionarnos, de
generar sentimientos de solidaridad y simpatía hasta los más sórdido, soez y
pérfido. A veces encontramos páginas luminosas donde los desheredados en
los grandes medios hacen oír su discurso que nos recuerda que aún hay
revoluciones pendientes en este planeta (para no ir más lejos,
http://www.ezln.org, página del Ejército Zapatista de Liberación Nacional,
primer movimiento guerrillero que recurrió a Internet para difundir sus ideas y
llevar al ciberespacio la confrontación con el gobierno mexicano más allá de los
límites físicos de Chiapas). Por contra, el lado oscuro de Internet está
compuesto por una legión de mercaderes que instalan su negocio de sexo
virtual en cualquiera de sus múltiples variantes y por grupos radicales que no
se caracterizan precisamente por su capacidad de diálogo y tolerancia.
Concretamente, si nos referimos al cibersexo -cualquier expresión de
sexualidad manifestada en la Red- hay que tener en cuenta que es una de las
actividades preferidas de los usuarios. Algunos buscadores como
http://www.altavista.com tienen registradas más de siete millones de páginas
con la palabra sex, hay cientos de grupos de discusión sobre el tema y es una
de las actividades de comercio electrónico que tiene más éxito. Centenares de
miles de internautas de ambos sexos le dedican atención preferente. Algunos
rescatan imágenes eróticas o pornográficas y no falta quienes aprovechan el
nuevo medio para actividades de pederastia o zoofilia, por poner dos ejemplos
muy diáfanos.

Por su especial configuración, Internet se asemeja a una sociedad plana,


donde aparentemente no hay jerarquías y donde las posibilidades casi
ilimitadas de conexión provocan la sensación de igualdad social y hasta una
especie de fraternidad virtual, donde el síndrome de pulsar un botón para
obtener una respuesta, deposita una confianza ciega en esa respuesta. Sin
embargo, tenemos que mantener un compromiso para que las Nuevas
Tecnologías en general y la Red en particular permitan la diversidad y la
interdependencia en lugar de la exclusividad y la segmentación. También para
mejorar las comunidades geográficas y no para hacerlas desaparecer en
oníricos universos on line; y por último, ese compromiso alcanza al deseo de
utilizar el recurso de la tecnología para actuar en la realidad social y no para
huir de sus problemas.

b. Énfasis de lo «alternativo» en el medio

La simple existencia de un medio al margen de los circuitos informativos


imperantes, no significa que sea alternativo. Ésta es una de las más severas
críticas que pueden hacerse a los promotores de radio, prensa y televisión
«independientes» que se han autoproclamado «alternativos» sin una reflexión
en torno a los contenidos de la programación, la forma de producción y los
resultados del trabajo que están realizando. Es decir, tener una radio o una
televisión «libres» no significan que sean alternativos. De hecho, podemos
llegar incluso a reproducir los mismos esquemas de los medios de información
de masas.

La fascinación del medio, su posesión y control, pueden inducirnos a una


producción y emisión unilateral hacia la audiencia. Cuando esto sea así,
estamos utilizando los mismos códigos y lenguajes autoritarios contra los que
se supone debemos ser algo «alternativo». Foncuberta y Gómez nos hablan de
considerar al medio como un gadget, un juguete, fenómeno muy común en los
intentos alternativos al margen de la oficialidad de los medios de difusión
masivos y consideran precisamente a las fascinación del medio en particular
uno de los principales obstáculos a la hora de poner el énfasis de lo
«alternativo» en los medios.
También, en muchas ocasiones, las alternativas en los medios no han sido más
que un «ruido», un obstáculo entre la información dominante y las audiencias.
El alcance y difusión de los medios ajenos a los circuitos informativos
dominantes, va indudablemente unido a los problemas que se plantean en
cuanto a su comercialización, o lo que es lo mismo, de su supervivencia
económica.

Aún así, hay que reconocer al margen de las críticas que pudiéramos
argumentar que el énfasis de lo «alternativo» en los medios, supone la apertura
de nuevos cauces de expresión con prácticas informativas y comunicativas de
indudable interés y que no están realizadas bajo ninguna condición de lucro,
instancia ésta de compleja y dudable realización ya que los proyectos mediales
tienen indisolublemente unidos a su corte empresVerdana y a su lógica de
incremento de beneficios. Asimismo, un mercado global donde la concentración
de medios en unas pocas manos es la regla, no da cabida ni respiro a fórmulas
independientes que si bien pueden sobrevivir económicamente a duras penas,
en muchas ocasiones son fagocitados por los megamedios, oficiantes de la
nueva religión que supone el mercado y orientadores de las audiencias en las
democracias catódicas como fabricantes de consenso social
(Chomsky/Ramonet, 1995) o como gigantescas Empresas de Concienciación
(Masterman, 1995).

La nuevas videocracias están suplanto el ejercicio responsable de la


ciudadanía y nos están convirtiendo más que en pueblo en público teledirigido
(Sartori, 1998). El poder omnímodo de los Estados ha dado paso a las nuevas
fuerzas emergentes de los grandes medios: ¿no ha admitido -se pregunta
Ignacio Ramonet- la Secretaria de Estado Madeleine Albright que «la CNN es
el miembro 16º del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas» (Ramonet,
Ignacio en Le Monde Diplomatique, 39, Enero 1999).

c. Énfasis de lo «altrnativo» en el receptor

El principio teórico del que parten las experiencias realizadas en este campo se
puede resumir así: hay que convertir a la audiencia en emisores de sus propios
mensajes. Hay una larga lista de autores que consideran la formación de la
audiencia-masa frente a los intentos manipulatorios del emisor, aunque desde
el punto de vista terminológico es Jean Cloutier en la década de los setenta
cuando acuña el neologismo EMEREC, de la fusión de los fonemas iniciales de
dos palabras francesas (emeteur-recepteur): la idea de conseguir un receptor
crítico a la vez que un emisor creativo, ha sido el principio manejado en la
literatura contemporánea sobre medios masivos por los grupos más críticos al
sistema de información dominante y una utopía en la que hay que seguir
creyendo.
La sobrecarga de información que recibimos a través de los medios puede
considerarse una de las patologías más características de la vida postmoderna.
Ser un receptor crítico de esa información nos puede ayudar enormemente a
deslindar qué es la realidad y qué es la «realidad de los medios». También,
aparte de los medios masivos, funcionan complejos sistemas electrónicos
capaces de transferir en un segundo tan sólo la cantidad de información que
una persona tardaría toda su vida en procesar: el ordenador, como self-media
en la terminología de Cloutier, amplía aún más esa «prisión mediática» en la
que se ha convertido nuestra aldea global en la que, tras el consumo de
imágenes, se oculta el imperialismo dictatorial de un sistema peculiar de lectura
y en donde, cada vez más, tenderá a existir sólo aquello que ofrezcan los
medios.

La aparición de un espíritu crítico, de analizadores personales para ejercer una


ciudadanía consciente y responsable se considera un aspecto primordial en la
democratización de la información. Es necesario y urgente que los individuos
sean capaz de discernir entre lo verdadero y lo falso, separar los hechos y la
opinión tendenciosa producto de la subjetividad del informador, distinguir entre
lo que es efímero y con intereses mercantiles de lo que es significativo y
relevante (Mc Bride, op. cit.).

Si la aparición de ese espíritu crítico nos parece fundamental, también es cierto


que se trata de una revolución pendiente. Aún no hemos logrado esa meta en
la iconosfera de la «realidad medial» (Doelker, 1982) y ya estamos instalados
en el futuro presente de la realidad virtual. La realidad virtual, que permite al
usuario de forma personal crear su propio mundo de imágenes y sonido, se
convierte en una fascinante experiencia capaz de generar una hipnosis más
fuerte que la de los medios masivos: «Los medios electrónicos han acabado
con la sociedad proustiana de antes de la Segunda Guerra Mundial, en la que
en grupos aristocráticos se hablaba sobre los acontecimientos del día, sobre
los nuevos libros, sobre la ópera. Ahora, casi todos ven la misma televisión, se
enteran de las mismas noticias al mismo tiempo y la vulgaridad se reparte por
igual sin distinción de clases sociales (...) Veremos en qué queda este universo
mediático que es como un río heraclitiano en versión psicodélica (...) Para las
nuevas generaciones la madre televisión va a ser sustituida por la gran y
fascinante terrible aventura electrónica del mañana: la realidad virtual» (El País,
12 de Julio de 1.993, pág. 26).

Buscar alternativas o elementos alternativos en esta simulación de la realidad


en la que estamos sumergidos, parece de una urgencia elemental. Como
augura Herbert Schiller o bien dirigimos nuestra tecnología, o bien se la
empleará para dirigirnos (Schiller, 1976:141).

Nuestra sociedad está programada por una variedad de códigos «lineales»


(alfabeto, aritmética, lectura, escritura, etc.). Ese ámbito es incapaz de
absorber los códigos de las tecno-imágenes; sin embargo, al contrario, estos
códigos son capaces de asimilar la información lineal y traducirla en películas,
en artículos periodísticos, en programas de radio o televisión,...Todo ello trae
como consecuencia la aparición de una memoria colectiva que denominados
«cultura de masas», el fin de la secuencia de universos de estructura lineal
progresiva. Esta visión apocalíptica de los medios hace que la supertecnología
que traduce textos lineales en tecno-imágenes, «devore la historia occidental
por una de sus aberturas y escupa la cultura de masas por el otro» (Flusser,
citado por Fontcuberta/Gómez, op.cit.:52).

No debemos negar el elevado número de experiencias en comunicación


alternativa que se ha realizado hasta hoy (contrainformación, radios libres,
audiovisuales comunitarios,...). Otro argumento diferente sería si esas
experiencias han estado acompañadas de una reflexión crítica desde los
mismos núcleos que intentan subvertir los códigos dominantes. Ante un
intrincado universo informativo massmediático, donde la simulación de la
realidad y la espectacularización devoran el sentido y el sentido crítico, muchas
de esas experiencias autodenominadas «alternativas», acaban funcionando
como retroalimentación del sistema manejado por las élites del poder
informativo.

«¿Es todo esto una vana quimera, o una utopía concreta, racional, necesaria y
realizable? ¿Estamos fatalmente condenados a la irracionalidad, a la
manipulación por parte de las élites indignas, a los círculos obsesivos de la
espiral masificadora? ¿Habrá equipos de hombres capaces de recoger el
desafío, con fuerza suficiente para echar los mercaderes del templo?

Nosotros creemos en el amanecer».

(Pasquali, 1980:443)

Referencias

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Gili.

CEBRIÁN, Juan Luis (1998): La Red; Madrid, Taurus.

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medios de comunicación; Barcelona, Anagrama.

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de la postmodernidad; Madrid, Cátedra.

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sociedad; México, Trillas. PASQUALI, Antonio (1980):Comunicación y cultura
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http://www.uned.es/ntedu/espanol/master/primero/modulos/teorias-del-aprendizaje-y-
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