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Blanca Sanz cifuentes

La obediencia y la televisión como Autoridad


Ensayo basado en el Documental “El juego de la muerte”

El documental “El juego de la muerte”, siguiendo la estela del


experimento de Pilgram y todos los posteriores, pretende demostrar
el efecto que la obediencia a una autoridad puede tener sobre seres
humanos que se consideran éticos e individuos únicos.
Sin embargo, va más allá que los anteriores al situar a los sujetos con
los que se experimenta frente a una cámara de televisión, como
demuestran los resultados del mismo.
Más del 80% de las personas obedecieron a la “autoridad”,
representada por una famosa presentadora de televisión, frente al
61% de los hombres que habían obedecido al científico o a su bata
blanca.
¿Significa esto que la sociedad se ha vuelto más sumisa? ¿O más bien
que la televisión posee actualmente un poder de influencia mayor
aún que el de la ciencia?
Seguramente estos resultados se deban a esta segunda hipótesis.

En los años 60 y 80 se emitieron varios “reality shows” en los que un


hipnotizador sumía a los hipnotizados en situaciones de profunda
humillación. Los psicólogos cuestionados acerca de la veracidad de
estos programas dijeron que no es posible el estado de hipnosis en el
entorno en el que se desarrollaban estas sesiones. Su conclusión a las
mismas fue que los hombres y mujeres hipnotizados se encontraban
en una situación tal de presión por el sumatorio de las cámaras, las
expectativas del público y, sobre todo, la autoridad del hipnotizador,
siempre apodado “El gran…” para aumentar esta sensación de
encontrarse ante un experto, que entraban en un estado de absoluta
sumisión. Los hombres, aunque conscientes, no podían desobedecer
esas órdenes.

Esta obediencia ciega a la televisión podría deberse a varios factores:


En primer lugar, esta sociedad es una sociedad profundamente
frustrada y la televisión es el sedante ideal para esa insatisfacción.
La frustración es la derivación lógica de la brecha que existe entre el
“yo ideal” y el “auténtico yo” y es precisamente ese yo ideal el que
es alimentado y engordado diariamente por los medios masivos, que,
disfrazados de distracción y entretenimiento, nos venden imágenes
ideales que nunca se corresponden con la realidad de nuestro
entorno cercano.
Otra característica de la sociedad actual occidental, es la de la falta
de tiempo, escasez que propicia que los niños sean educados en
menor medida por sus referentes naturales, padres, maestros y
demás familiares, para adquirir reglas y límites por un referente
“artificial” que sí les dedica ese tiempo, la televisión.
Una de las consecuencias de esto es la falta por parte de los futuros
adultos de los que en psicopedagogía se denominan límites
estructurantes, que son aquellos que proporcionan los padres y que
nos permiten convivir en sociedad, que nos proporcionan tranquilidad
y nos hacen sentir seguros. Esta carencia convierte a los niños,
adolescentes y adultos en lo que los mismos psicopedagogos llaman
sobreadaptados, es decir, personas que por su falta de recursos
sociales y por una sobrevaloración de lo que consideran “normal” (o
idealización de la normalidad en detrimento de sí mismos), se
esfuerzan de un modo exagerado por complacer o agradar a los
demás.
Este comportamiento infantil, convierte a los individuos en seres
fácilmente manipulables, sobre todo en un entorno en el que el
exceso de información o ruido dificultan el pensamiento y la reflexión.
Pitágoras dijo que el silencio es la primera piedra del templo de la
filosofía y es cierto que la ausencia de la reflexión nos deja
totalmente expuestos a la obediencia automática de cualquier figura
investida de cierta autoridad.

En definitiva, si aceptamos que la sociedad se caracteriza por todos


estos factores: por ser una sociedad frustrada y acomplejada por la
exposición constante a ideales inalcanzables; por la escasez del
tiempo que dedica a sus hijos, quienes ven en la televisión a un
referente de comportamiento social; por la permisividad con que
acepta que estos mismos hijos crezcan perdidos e inseguros, faltos de
límites y que se conviertan en adultos infantiles y sumisos; y por el
ruido que la envuelve en un desorden de información; si asumimos
estas premisas, entonces podríamos decir que, efectivamente, el
poder de influencia de la televisión es hoy mayor que el de la ciencia,
no de forma indiscutible y en todos los casos, pero sí de forma lo
suficientemente razonable como para que se expliquen los resultados
de “El juego de la muerte”.

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