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EL RETRATO.
Definición.
Tras esta definición nos ciertas surgen dudas: ¿es el retrato una alusión al individuo, o una
imagen real?. En época de Constantino, por ejemplo, interesa menos el parecido físico que aquellos
objetos que indican el rango o posición del personaje. Sin embargo, en otros momentos se invertirán
los conceptos, interesando más el retrato realista e individualizado.
En primer lugar, se puede retratar al individuo de forma espontánea, como en los retratos
reales de Velázquez, en los que por su postura, el personaje es sometido a una actitud natural y
cotidiana.
Otras veces el personaje está colocado o presentado directamente para ser retratado; como
en la pintura de Luis XIV de Rigaud, donde el aspecto y pose del rey son escenificados para el
cuadro.
Y finalmente, no hay que olvidar la caricatura; la forma irónica de hacer retrato, que existe
desde ya mucho antes del siglo XIX de Daumier y la caricatura política, y que tiene grandes
representantes en siglos anteriores, como Leonardo da Vinci.
Lógicamente se ha intentado siempre pintar los rasgos distintivos del personaje, aquello que
lo distingue de los otros.
Sin embargo, la fidelidad de un retrato puede ser puesta en duda. Como evidencia la
definición de la Enciclopedia Británica, la “mirada de otro” siempre estará cargada de
subjetivismo. Por tanto, ese punto de vista personal buscará destacar ciertos aspectos o rasgos en
detrimento de otros.
Juan de Pareja fue un sirviente que tuvo el sevillano a quien enseñó a pintar y dio la libertad,
convirtiéndose en un gran artista.
El retrato fue pintado para entrenar los dedos antes de retratar al Papa Inocencio X. Aquí,
por el contrario, todo es espontáneo; desde la elección del modelo, al fondo, un fondo neutro que
no distrae la atención, así como un atuendo sin distinción; negro y con el cuello blanco, que hace
destacar el color tostado de la piel y sobre todo la mirada.
Este retrato es uno de los ejemplos más descarnados y sinceros de la historia. Debemos
fijarnos en el gesto agrio del pontífice, que hizo que el propio Papa lo considerara demasiado
verídico. Sin embargo, no hay símbolos que lo sitúen como jefe o centro de la Iglesia. Destacamos
la poca variedad cromática y tonal, y la casi inexistencia de signos alegóricos.
Todos los elementos dan impresión de realidad: desde el ropaje con el manto volatil, la
puntilla del cuello o la peluca perfectamente representada.
Se puede comparar este Felipe IV con el Carlos I de Van Dyck. No tiene ningún signo que
denote riqueza. Los únicos elementos que aparecen junto al retratado son un mueble de madera
bastante modesto y un sombrero de copa. En realidad, lo que nos aclara es que el rey no necesita
identificativos para demostrar quién es y su condición.
La sombra es el elemento que crea volumen y espacio. En el mito de Pigmalión se habla del
valor de la sombra, ya que identifica a los seres vivos. También conocemos la importancia
taumatúrgica de la sombra, que vemos en San Pedro y Cristo que curaron a través de ella. Sin
embargo, aquí no tiene valor representativo, sólo efecto mediador en el cuadro.
Entre las sombras se distingue un punto amarillo que es el bellocino. Entre los dedos
sostiene un papel con elegancia, pero no de forma estudiada, al contrario que el Carlos I de Van
Dyck y su guante, sino que aquí aparece con elegante espontaneidad y sencillez que denotan que no
se necesitan atributos para mostrar su estatus.
Etimologías y tendencias.
Retraho. Proviene del gesto de mirar hacia atrás (retrahere). Vemos la representación del
individuo un tiempo atrás. Tiene que estar dentro de la historia para ser un retrato.
Consideramos “imitar” como representar según determinados principios como la armonía y el color.
El natural aparecía reflejado de una manera mejorada.
En cuanto a retratar, hablaríamos de representar las cosas tal cual son. Hay en esto dos
tendencias marcadas:
- La tendencia realista, que persigue la semejanza con el modelo, buscando la idea latina de
similitudo.
Decía Bandinelli que el retrato es una corriente cultural y artística asociada a unos
convencionalismos muy determinados.
En general, el punto de vista más influyente será el posterior del tratado de Lomazzo (1584),
que propone un retrato basado en la semejanza (similitudo) que para alcanzarse se debe seguir una
serie de normas: Las cualidades del modelo; su aspecto físico y su temperamento; destacar aquellos
signos que definen si dignidad; evitar la fealdad; y acrecentar su majestad y grandeza, como
podemos ver en los retratos de Carlos V de Tiziano, pintados sobre unos lienzos especialmente
alargados para causar mayor impresión en su emplazamiento en altura.
Conclusiones.
Por esa razón, la principal característica de la escultura egipcia será la de la imagen ideal,
libre de connotaciones temporales, por una serie de convenciones religiosas, relacionadas con el
estatus divino del monarca. Nos damos cuenta de que la representación responde a unas normas
fijadas por el ritual: se tiende a situar al personaje fuera del tiempo, acomodado a unas proporciones
estandarizadas.
Esta visión del monarca se relaciona con la concepción del faraón en el Imperio Antiguo
como intermediario de la divinidad, que evolucionará con la doctrina de Heliópolis (Atúm) y la
identificación posterior con Osiris. Con esto, el estatus del faraón crecerá, elevándose a la categoría
de divinidad.
Amenofis IV o Akenatón.
En la XVIII Dinastía podemos hablar de unos nuevos valores: la nueva condición del faraón
hará que las leyes terrestres sí que afecten a su aspecto. La apariencia enfermiza de Amenofis IV
representa cómo ese aspecto se puede degradar y transformar. Nos habla de que el faraón se ha
introducido en el mundo; y lo demuestran las representaciones de escenas cotidianas que sitúan al
El retrato griego.
Representación de arquetipos.
Más adelante, se reutilizó esta iconografía para retratar a los ganadores de los juegos
olímpicos, también ligados a los dioses, y por ello el retrato se interpreta como signo de admiración.
Se trata de esculturas públicas, para el ágora o la acrópolis, lo que incluye la veneración y el
reconocimiento públicos que nos llevan hacia una individualización del personaje. Lo hierático de
las representaciones de faraones egipcios no se mantiene en estos casos porque siempre muestran un
gesto de vida pese a que el cuerpo siga siendo estereotípico. La escultura, sin embargo, sigue siendo
frontal ya que al individuo se le reconoce de frente.
Las copias romanas son las que han conservado el recuerdo de los originales, sin copiarlas
literalmente, sino destacando aquellos rasgos que llamaban la atención del copista. Conocemos las
réplicas a través de los trabajos en mármol que se conservan, pese a que los originales eran en
bronce, lo que nos da otra forma de trabajo distinta que es capaz de representar el original de forma
muy fiel. La copia es un documento importantísimo porque nos habla de la existencia del original,
aunque no sea exacta.
En los originales griegos los personajes representados solían ser estadistas, atletas, filósofos
y demás eminencias de la vida pública. El retrato, además, añadía un gran valor público,
condicionado por su emplazamiento destacado en el ágora y la acrópolis.
Por otra parte, el sepulcro posee también una importante significación en el campo del
retrato, por tratarse de retratos particulares.
La individualidad.
En esta época comienza a ser posible relacionar su rostro con las fuentes escritas que hablan
de él. Los modelos aquí son ya reales, no genéricos; unos modelos cuyas hazañas habían quedado
Habrá en la aún rural sociedad romana un debate entre la escultura vestida o desnuda. Esta
mentalidad tendrá prejuicios contra el desnudo, como es el caso de Catón el Viejo, que lo
censuraba. Los romanos consideraban el desnudo homosexual, al igual que a la cultura griega. Por
tanto, la escultura vestida será la preferida, sabiendo, además, que para ellos el vestido era
considerado símbolo de prestigio, relacionado con las virtudes cívicas. Mientras, para los griegos el
desnudo simbolizaba la perfección del alma, y esto se materializa a través de un cuerpo perfecto.
Heródoto.
Aparece en su retrato con una doble cabeza. Se representa así porque el historiador conoce
el pasado y con su testimonio tiene el poder de predecir el futuro.
Jenofonte.
Sócrates.
Además de esto, se insistirá en los valores genéricos. El retrato oficial tendrá un gran valor
de carácter público. Volviendo al retrato de Pericles, se le identifica como “gobernador de Atenas”,
interesando el valor de representación política que el individuo en sí mismo da un paso hacia lo que
llegará con Alejandro Magno, con el que empiezan a incorporarse otros valores como la ternura, el
humor, etc. Al artista ya no sólo le interesará el carácter público, además intentará representar la
propia identidad del personaje.
Las Vidas paralelas de Plutarco también son importantes como fuente de conocimiento del
retrato. En ellas, Plutarco habla de la estatua de Pericles como guiadora del pueblo. La presencia del
casco sobre la cabeza de Pericles acabará convirtiéndose en un recurso plástico. Además, el
gobernador y Fidias habían sido representados en el escudo de Atenea Partenos, lo que influyó en el
descrédito de ambos y fueron procesados.
Con esto, el retrato se interesará por la psyché, el alma y la personalidad del retratado, de tal
manera que el escultor indaga en el carácter, constituyéndose un nuevo modelo que nace en Atenas
y tendrá grandes consecuencias.
Demóstenes, de Polieuctos.
Así, en el Demóstenes se produce una armonía y unidad entre el cuerpo y el rostro, a través
de la tensión de ambos. Además, el retrato tiene un sentido memorial, heroico. En este caso se
quiere reivindicar la memoria de Demóstenes, que promovió su sobrino Democares, instalando el
bronce en el ágora.
El retrato helenístico.
Estos son los valores del retrato griego, y podemos hacer distinciones entre ellos. Habrá dos
campos de desarrollo: el retrato oficial, de época clásica; y el retrato psicológico posterior, que
marcará la pauta para el retrato helenístico. El origen de toda esta tendencia parece encontrarse en
las monedas, que incorporaban un retrato que debía ser realista, puesto que una imagen verídica del
basileus legitimaba la moneda.
Por otra parte, existe otra teoría que sitúa el nacimiento de esta tendencia en la Grecia
continental. Desde principios del siglo IV a. C. se venían realizando retratos individualizados,
muchos de ellos hoy perdidos, pero en las fuentes escritas se cita a Demetrio de Álope, que hacía
esculturas muy parecidas al natural. Se relaciona la obra de este autor con el Platón de Silanio.
Esta idea tiene su origen en la mentalidad del momento y más concretamente el pensamiento
de Diógenes el Cínico, que mostró un gran interés por la vida privada de los hombres públicos. Por
ello, el escultor dirigirá la mirada hacia el interior del individuo, huyendo de la fachada pública, con
lo que el retrato adquirirá un gran parecido físico, convirtiéndose en un retrato moral.
Precisamente Atenas favorece este modelo. No es muy fácil entender la intención de los
artistas; es difícil saber si de verdad quisieron ahondar en el interior del individuo con anterioridad
al siglo IV a. C. Hasta mediados de ese siglo no encontramos una respuesta clara para este asunto,
cuando aparecen las figuras de Lisipo y Alejandro Magno.
Así, las fuentes antiguas nos describen la típica forma de representación de Alejandro: con el
cuello contorsionado, la mirada alta, y frescura en sus ojos. Esta representación se basa en una
anécdota según la cual el héroe había desafiado a los dioses para el límite de autoridad de cada cual.
Se había dirigido a Zeus para decirle “Yo, Alejandro, coloco la tierra bajo mis pies”, con lo que
fijaba la autoridad del príncipe en la tierra y sugería al dios que se ocupara de los asuntos
ultraterrenos.
Esta iconografía tuvo un grandísimo éxito, porque reflejaba las virtudes del príncipe; la
El ya nombrado éxito de esta imagen llevó a Lisipo a ser el único que podía representar la
imagen escultórica de Alejandro. Por eso, su imagen de valores muy estudiados tuvo pronto un fin
de propaganda política, que posteriormente se verá también en el retrato romano.
Además de por Lisipo, Alejandro fue representado por el pintor Apeles y por el orfebre
Pirgoteles. El pintor se atrevió a retratarlo como “Alejandro lanzador del Rayo”, una tarea que sólo
correspondía a Zeus. Con esto, los artistas insistirán en la naturaleza divina del gobernante. Lo
demuestran algunos retratos en monedas inspirados en el Zeus de Olimpia de Fidias, donde el
príncipe aparecía sentado en un gran trono al igual que el dios. También, se relaciona a Alejandro
con la figura de Hércules; el héroe que a su muerte es catasterizado y divinizado.
Todo esto nos lleva a que los artistas destacaron la naturaleza divina de Alejandro, que
comparte las mimos poderes e iconografía que Zeus.
Es bien conocido que muchas de estas imágenes se expusieron en el foro romano. Cuenta
Plinio que las esculturas en ocasiones llevaban una niké alada, mientras que en otras, Alejandro
aparecía representado sosteniendo una alegoría de la guerra con las manos atadas, simbolizando la
idea de que el monarca podía contener la furia bélica.
Junto con las copias romanas, la efigie de Alejandro también se distribuye por las monedas.
El modelo tomado fueron los perfiles que realizó Pirgoteles. Las obras originales del orfebre ya no
se conservan, pero se dice que su recuerdo se puede ver en numerosos camafeos y monedas
posteriores.
En las monedas de la época aparece siempre en el anverso el perfil de Alejandro con la piel
del león de Nemea, mientras que en el reverso suele representarse a Zeus sedente con el águila. La
explicación de que los artistas recurrieran a estos motivos se encuentra en que la estirpe
macedónica, desde Filipo II, impone la idea de unos orígenes que se remontan a Hércules, con lo
que tenían plena legitimidad para utilizar la imagen de su antepasado.
Así, el cambio que experimentó su imagen subió al escalón más alto una vez conquistada
Persia. Tras esto se produce el cambio en que se presenta ante todos no como hijo de un dios, sino
como alguien dotado de naturaleza divina. Sin embargo, esta divinidad es únicamente política, sin
poderes religiosos. Se relaciona también a Alejandro y su naturaleza de semidiós con Dioniso, la
En escultura también tenemos una enorme difusión; tanto el tipo heroico de Lisipo, como la
representación del héroe divinizado que consagró Apeles. Leochares realizó una imagen inspirada
en Alejandro, bajo un nuevo punto de vista romántico, llamada Eubouleus.
Por otra parte, la pintura helenística se dejó influenciar también por ese estilo. Hoy no nos
queda ninguna muestra, pero sí las fuentes que citan a los pintores influenciados por el estilo
alejandrino. Conocemos a pintores famosos como Protógenes, Teón, Antífilo, y el ejemplo de las
Bodas Aldobrandini, en el que encontramos el reflejo de la pintura helenística.
Sobre las monedas se basó la imagen de muchos otros retratos, sobre todo los de
gobernantes. La imagen de éstos adaptó dos variantes: la psicológica, sobria y sencilla; y la
idealizada, en la que el gobernante se muestra favorecido por los dioses.
Esto nos pone en relación con la escultura helenística, y sobre todo, los valores que
representa en estos momentos. Probablemente el pensamiento de la época esté marcado por ciertas
tendencias en que podemos analizar el nuevo modelo de sociedad. La helenística era una sociedad
obsesionada por la fortuna (tyche) , aleatoria; esta cultura rebasó los límites de la razón para
embarcarse en una dimensión teatral y barroca de las cosas. Nos interesa también la consolidación
del espíritu individualista, donde el individuo es objeto de atención y el retrato progresa.
Por las conquistas helenísticas, esto se desarrolla en una zona territorial mucho más amplia.
También se distingue esta época por el afán de erudición: nacen las grandes bibliotecas y Pausanias
se convierte en un referente. Con esto, el retrato expresará estos sentimientos individualistas, que se
originan fruto de una nueva actitud ante el mundo que rompe el cerco de la polis y buscará nuevos
horizontes en el interior y el exterior del hombre.
De ahí nacen una serie de corrientes que tienden a valorar la importancia del individuo:
Los epicúreos también representan un pensamiento semejante. Fueron ellos los primeros que
plantearon una filosofía de la conducta humana. Entre sus premisas se encuentra la de que el ser
humano tiende a la felicidad, hedoné, que se encuentra tanto en lo material como lo inmaterial.
Evitan el dolor, y persiguen el placer individual, la amistad, el amor, la familia y el deleite de los
sentidos. Así, este mundo pretende dar una visión muy diferente del individuo.
Esta noción del individuo impregna todas las artes, teniendo especial incidencia en el retrato.
Con esto, el retrato sirvió para expresar muchas cosas:
Por una parte, la función pública del individuo, la función que se le ha aportado a la ciudad,
pero no sólo la fachada, sino que se profundiza en el carácter interior del modelo, intentando
desenmascarar su temperamento y personalidad.
Eurípides. Metrodoro.
Son también ejemplos que representan este cambio. Eurípides aparece sentado en una
banqueta teatral y rodeado de los nombres de todas sus obras; es por tanto, un retrato honorífico que
se encontraba en la Atenas reconstruida por Licurgo.
El modelo del Epicuro se extenderá dando pie a una tipología nueva de filósofo y pensador.
Metrodoro continuará el mismo modelo de una manera mucho más barroca.
Así, en los retratos de Zenón y Crisipo se continúa esta tradición. Este tipo de retratos,
donde priman las doctrinas filosóficas del individuo, se confrontará con la imagen del político.
Antíoco III.
Cabeza de Delos.
Hacia la primera mitad del siglo I a. C. tenemos un ejemplo magnífico, la conocida como
Cabeza de Delos. Podríamos decir que es la síntesis entre las dos grandes tendencias del retrato
helenístico, fusionando el modelo heroico alejandrino con el modelo psicológico de Demóstenes; lo
que se ve perfectamente en las facciones realistas, mientras que lo heroico aparece en la forma en
que ha sido representado: con la torsión del cuello, la mirada alta, el cabello, etc.
En este momento importa la nueva clientela, comerciantes romanos que optan por los
retratistas griegos, a los que consideran grandes especialistas. En ellos buscarán la síntesis de las
dos grandes tendencias: el reconocimiento del individuo y su visión heroica. Con ello, aparecerán
en Roma numerosos artistas griegos, sobre todo atenienses: Dionisios, Timarquides, Poliklés, etc. A
muchos de ellos se refiere Pausanias, y se les atribuye el arte de la copia, que respondía a las
peticiones de los coleccionistas romanos de evocar lo clásico. Por este mercado los escultores se
especializaron en las copias, transmitiéndose de padres a hijos. Hasta tal punto el cliente romano se
siente atraido por este arte que traerán también a numerosos escultores a Roma para trabajar en
monumentos públicos, como el Porticus Metelli y el Pórtico de Octavia. Muchos de ellos provienen
de Delos, pero en todo caso revelan las corrientes artísticas que dominan en estos momentos y
reflejan los gustos de la sociedad romana.
Por una parte, hay un arte neofidíaco y neoático, del que es muestra el teatro romano de
Cartagena. Pero esto es sólo otra de tantas tendencias artísticas, demandada por los círculos más
intelectuales. Sin embargo, la escultura se ha transformado en un juego de sentimientos alejado de
esos juegos numéricos y pitagóricos que veíamos en Praxiteles
Sin embargo, los hombres de negocios y comerciantes romanos lo que pretenden es un arte
realista que refleje de manera veraz al individuo. El retrato de Cicerón representa esta corriente
realista.
Todos los anteriores ejemplos están relacionados con los artistas de Delos. Por ello, la idea
de la escultura republicana de un rostro individual y un cuerpo heroico generará un gran debate que
nos habla de las contradicciones de la mentalidad romana de la época.
Como habíamos visto antes, el debate se generará en torno a la figura desnuda o vestida,
dentro de una sociedad rural y atrasada que chocará con la mentalidad griega. Para los romanos el
desnudo era inmoral y signo de lascivia, aunque al mismo tiempo era símbolo de los valores
inmortales de los dioses. La figura que se oponía al desnudo era el togado, que constituía la forma
canónica y aceptable de retrato. Con la toga se representan los valores sociales del individuo; la
toga es el símbolo de la dignidad ostentada. Se oponía a la armadura, que representaba unos valores
militares que había que limitar.
En época de César los valores habían cambiado en torno al desnudo. Roma se encontraba
habitada por unos intelectuales totalmente helenizados. Es muestra de ello el gran poema épico
romano, la Eneida, escrita en hexámetros, una forma latina de herencia griega.
Por otra parte, las campañas romanas en oriente les habían puesto en contacto con un mundo
diferente, donde el desnudo heroico era importante. Por ello, la gran aportación al retrato será la
alternancia de desnudos y retratos con armadura. Todos ellos serán signos de exaltación y gallardía.
De ahí que la tradición aristocrática romana exigiera ciertos valores al retrato.
El naturalismo. Se exigía un retrato respetuoso con la edad y el aspecto real del individuo,
que evitara el énfasis en el héroe y el sentido exaltador; que representara lo individual; y que evitara
los valores genéricos, resultando individual e inconfundible. Todos esos valores tenían que estar por
encima de cualquier otro valor moral o estético.
En cuanto a los primeros retratos de época republicana, sabemos que seguían el ejemplo de
las escuela de Delos.
El caso de Sila. Los rasgos que nosotros entendemos como propios del retrato republicano
corresponden a la época del gobernador Sila. El estilo severo o catoniano será, pues, el que
ejemplifique los valores del pensamiento de la república.
El orden senatorial corresponde al estilo de retrato que piden los patricios. El realismo a lo
largo de estos retratos romanos es motivado por distintas razones, especialmente por el pensamiento
filosófico de Catón.
Aquí el individuo busca en el retrato exhibir a sus antepasados en el atrio junto a los dioses
que protegen el hogar, o sacarlos al exterior para demostrar cómo, por su clase social, tiene el
derecho a disfrutar de su retrato.
Junto a todo esto, hay además una serie de categorías en el retrato, como la mortuoria,
recordada por Plinio, en las mascarillas de cera sobre los difuntos.
Uno de los principales valores del retrato será hacer al ser inmortal. Durero decía que el
retrato había despertado la envidia de los dioses, ya que hacía que el hombre rivalizara con la
inmortalidad divina, y porque gracias a las copias el hombre podía estar en varios lugares a la vez,
al igual que los dioses.
Así, el retrato republicano tendrá varias fases. El desarrollo del retrato se relaciona con su
durabilidad; se pasa de los primeros modelos de arcilla y cera a los posteriores de mármol y bronce.
Esto requerirá unos artistas expertos, muchos de ellos griegos, especializados en el bronce, que
trabajarán al servicio de Roma.
Estos artistas griegos son los que hacen trascender el retrato, especialmente los formados en
Delos. Como vimos antes, con éstos el retrato se convierte en un arquetipo que sostiene un cuerpo
idealizado, siguiendo el prototipo apolíneo, y con un rostro realista. Ésta es la tendencia que se
buscará en los retratos de Cicerón, Virgilio y Meandro.
Por una parte, la tradición etrusca, con un retrato funerario que muestra la importancia del
retrato asociado al funeral con una importante incidencia en el realismo.
Por otra, el retrato fisiognómico helenístico, con más énfasis en la psicología del modelo.
Con todo, el retrato será el reflejo de la estructura social romana, que se divide en dos
grandes sectores; los llamados ingenvos (“sobre las rodillas”), su etimología viene del gesto de
colocar al recién nacido sobre las rodillas del padre. Todos los nacidos de padres libres se engloban
en esta categoría social. En segundo lugar se encuentran los gentiles, que procedían de las familias
más antiguas. Y por último, los plebeyos. De ellos se decía “Plebs no habet gentes”, que aludía a
que las familias de clase baja no tienen apellido y por tanto no tienen derecho al retrato.
Más adelante, el retrato en la última época de la república nos hablará de unos momentos
difíciles de lucha interna. Sin embargo, en época de Augusto viviremos una nueva etapa donde se
intentará ocultar la tragedia anterior.
La época de Augusto.
Augusto vivió en unos años de mucho calado de César. El joven Octavio tiene que hacer
saber un prestigio político que viene de su tío abuelo César. El nuevo gobernador presentará una
genealogía importante, que viene marcada en su nombre: Divi Filius (el epíteto Divi proviene de la
divinización de Julio César; significará “hijo de César”). Por ello, Octavio utilizará esa gens para
hacer valor su gran peso político. Esto hace que se presente como un rival bastante difícil de batir
para Marco Antonio.
El final de la época republicana se había caracterizado, por tanto, por la guerra y lucha
política por el poder. Esta situación tendrá un gran reflejo en las imágenes de Augusto; y con ellas
volveremos de nuevo a una imagen cuidadosamente elaborada. Si por una parte existe continuidad
con la etapa anterior, con la divinización de César habrá un gran cambio. Octavio quedó relacionado
con lo divino y ese cometa que se identifica con su antecesor: el Sidus Iulium, la estrella que
apareció en 44 a. C. - un año antes de su muerte - para mostrar a los romanos la divinización de
César. Esto será un símbolo celestial que garantiza la suerte del gobernante y una nueva edad de oro
relacionada con Saturno, que ya había preconizado Virgilio en una de sus Églogas.
Así, Octavio se presenta como refundador de la res publica, esto es importante, porque a
partir del año 27 a. C. recibe el título de Augustus (“el salvador de los ciudadanos”). En esta nueva
etapa se olvidará todo lo ocurrido desde la muerte de César, y este olvido se verá en lo político, pero
también en la nueva imagen del gobernante.
Éstas son cualidades empleadas en la elaboración de la imagen. Todas estas ideas vienen
incluso relacionadas con los elogios y distinciones que el senado hace a Octavio, especialmente el
acuerdo de levantar una estatua ecuestre en su honor1 en el foro republicano, junto a las esculturas
de Pompeyo, Sila, etc. Así, en estas esculturas de Octavio no se trata de representar a un héroe
victorioso, sino al salvador, la persona capaz de hacer frente a la crisis republicana. La escultura
tenía una inscripción en el pedestal indicando el motivo por el que había sido erigida: por mandato
del pueblo; lo que tenía una base representativa mayor que si lo hubiera ordenado el senado.
1 Todos solemos pensar erróneamente que este género tiene un origen en Marco Aurelio. Es importante que el bronce
sea dorado, para prestigio de la ciudad.
El gran enemigo de Octavio será Marco Antonio. Este último, con una gran formación
militar, se hacía representar como el dios Dionisos. De hecho, las fuentes antiguas (Plutarco),
recuerdan cómo se produce el encuentro entre Marco Antonio y Cleopatra, donde aparecen como
Dionisos y Venus-Isis. Venían a ser la representación de algo poético; la representación del vino y el
amor. Por esto, Marco Antonio consideraba la vida como una fiesta, identificándose con el dios
griego. Este concepto lo haría llegar a través de sus retratos, pero también a través de la fiesta
pública, un gran instrumento de propaganda del poder. De esta manera, la imagen es un vehículo de
las ideas políticas, donde nada resulta extraño, ni siquiera la manera negativa de presentarse Marco
Antonio ante la sociedad, bajo la manía o furor báquico del vino. Así, se presentaba bajo una
imagen disoluta y corrupta.
Por otra parte, habrá grandes problemas en torno a la representación del joven Octavio, que
no tenía formación militar, y su única ventaja era su herencia juliana. Heredaría la imagen de César,
sobre todo la simbólica. A pesar de la imagen que nos ofreció Shakespeare, el recuerdo que se tenía
de César era el de un tirano; por tanto, este modelo no valía para Octavio, y había que buscar para él
otra nueva imagen a través del tiempo. Esa idea mítica del origen de la familia puso en bandeja el
origen de Roma. Augusto será, por tanto, el nuevo Rómulo encarnado. Si le unimos a esto la
persuasión de los símbolos el efecto queda garantizado. Octavio se presenta como el elegido por los
dioses, con un programa propio, en el que el dios Apolo será el astro que todo lo domine. Ya
tenemos, por tanto, la coartada para combatir la imagen de Marco Antonio: la confrontación de dos
dioses; Apolo, el dios de la moral, la paz y la concordia, símbolo del nuevo orden que se quiere
introducir en la sociedad; frente a la imagen corrupta e inmoral de Dionisos.
No sólo se ve esta nueva imagen en la escultura, sino sobre todo en la arquitectura a partir de
la batalla de Actium, la derrota de Marco Antonio en el 31 a. C. y la toma de Alejandría, hechos que
se hicieron presentes en Roma. Se notó en el foro, que siempre representaba las victorias del estado,
transformándose en escenario de las victorias de una familia.
Todos los homenajes que recibirá llevarán el símbolo de la victoria; el laurel, que además de
ser símbolo de la victoria es el signo de Apolo. Se usaban también las espigas, símbolo de fertilidad;
y la palma como símbolo de la victoria. Todos estos símbolos que se incorporan aparecerán incluso
en el Ara Pacis.
Con esto, Octavio ya será Augusto; un personaje venerable que entra en el mundo sagrado.
La etimología viene de augur, que significa “engrandecer”, por haber engrandecido el estado.
La imagen de Augusto era compatible con todos los cultos, pero al mismo tiempo el pueblo
encontraba en la imagen del nuevo príncipe todos los valores que buscaban. El propio Augusto era
consciente de ello y del poder de sus imágenes, y en vez de imponer sus representaciones dejó que
fuesen las propias ciudades y colonias quienes propusieran su imagen. Por ejemplo, el teatro
romano de Cartagena tenía un programa iconográfico elegido por la propia ciudad.
Junto con estas imágenes, se lleva a cabo un proceso de renovación cultural y unas reformas:
Augusto renueva la religión, convirtiéndose en el pontifex maximus, con lo que será el representante
de la pietas publica, y eso se ve perfectamente en todo el programa artistico de Augusto, y la
transformación de la anterior Roma de ladrillo en la Roma marmórea, algo que relaciona con el
descubrimiento de las canteras de Carrara, y que se materializa en los templos de Marte Vengador y
Venus Genetrix. A lo largo de cuarenta años estuvo Augusto desarrollando esta idea con numerosos
artistas a su servicio.
Ara Pacis.
Sus relieves muestran las fiestas, los ritos y sacrificios oficiales. Con ello, se afirma este
monumento como el símbolo del estado renovado; el gran símbolo de la representación. El príncipe
será, por tanto, el símbolo de la nueva religión. Se representa a Augusto como capite velato,
(“cabeza cubierta”), mostrándose como sacerdote o pontifex que asume todas las funciones del
estado.
La idea que también se transmite es que ese nuevo estado viene asociado a ese estado de
felicidad que Roma había perdido; la época en la que Saturno dominaba la tierra, considerada como
una edad de oro. Es por esto por lo que surge la el mito del emperador en la figura de Augusto.
El retrato nunca había perdido el realismo, siempre presente en toda la tradición artística
romana. De tal forma, que en la mayor parte de las ocasiones va a estar asociado al retrato
funerario, donde el sentido tradicional de la imago maiorum esté presente. Es un recuerdo de la
escultura republicana y por lo tanto un testimonio de que el arte oficial utiliza unos rasgos
determinados y la escultura realista está siguiendo su propia evolución y tradición.
Entre los valores que el retrato invocó en Roma se encuentra el de la propaganda política,
que se convertirá al final en una pura alegoría.
La época del emperador Nerón fue asociada a las calamidades de Roma. El retrato tenía que
acudir en auxilio de la política, en representación simbólica del emperador, y la imagen de Nerón
fue condenada a no ser recordada. Su retratos, por tanto, fueron destruidos, junto con los
documentos de esos años.
La sociedad asocia el soporte académico a la anterior dinastía, por lo tanto los emperadores
flavios se darán cuenta de que el modelo académico de los Julio Claudios no vale para su nueva
política. El realismo es una tendencia artística que trató de asociarse a los modelos sociales del
realismo republicano, resultado de las imago maiorum y la tradición romana con la que pretendían
identificarse.
Vespasiano.
En este momento el realismo es un instrumento político, también se incorpora la visión
veraz y sincera que el artista tiene del emperador. Desde el punto de vista físico los emperadores
flavios no permiten influencias idealistas; todas las descripciones de estos emperadores nos hablan
de una constitución física recia en Vespasiano, rechoncha e incluso se ha llegado a relacionar su
aspecto físico con el auge plebeyo.
Con esto se produce un cambio; en un rostro realista que vuelve a los cánones de la
república, y es el realismo precisamente el que encarnaba esos valores. El modelo mostrará una
gran franqueza por parte del escultor. En el fondo nos encontramos ante un sentimiento anti-
imperial que revela el realismo, indicando los nuevos valores que el retrato flavio quiere mostrar.
Domiciano, en una de las piezas más antiguas del momento, se nos muestra bajo una visión
romántica, más que una idealización del individuo. El busto se levanta sobre una base con forma de
cáliz de hojas de acanto. Este desnudo heroizado se representa casi en un nivel sobrenatural.
Los retratos femeninos de este periodo se diferencian menos de lo visto en los Julio
Claudios. Esta nueva forma barroca del retrato también está asociada al nuevo avance de la
escultura y el relieve. En esta época no sólo se alcanzan unas cualidades visuales extraordinarias,
sino que al mismo tiempo la escultura alcanza una calidad técnica donde el uso del trépano y la
superficie convexa van a superar la posibilidad de hablar de una perspectiva intuitiva.
Hasta la llegada del emperador Nerva habrá una gran inestabilidad política; la época flavia
también terminó de una manera trágica, con un siglo I plagado de etapas inestables. El retrato, en
cierto sentido, será un reflejo de estos problemas; un escaparate de todos los acontecimientos de la
época.
Emperador Nerva.
Con todo, el emperador Nerva introdujo un periodo de transición entre los conflictos flavios
y la llegada de los emperadores españoles.
En los relieves y esculturas el peso de esa tradición todavía seguía presente, mostrando que
la sociedad de Trajano recupera los valores que había con Augusto.
Por ello, Trajano trata de invocar los modelos augusteos, sin olvidar el realismo
republicano, que se convierte en el componente veraz que vimos en la época flavia. Con esto,
Trajano es consciente de que hay que recuperar los principios que había impuesto el retrato de
Augusto.
Los muchos años que estuvo Trajano en el poder indican, de nuevo, un período de
tranquilidad, donde se realizaron construcciones importantes, como mercados y foros, o el
monumento conmemorativo de la columna Trajana. Se da especial importancia al sentido de
monumentalidad del urbanismo; a través de bibliotecas, basílicas, etc.
Por tanto, la arquitectura también forma parte de ese programa general puesto al servicio de
todos para poder ser visto por todos.
Adriano.
Adriano viajó a todas las zonas orientales del imperio, vivió en Grecia, bebió de su filosofía
En el caso de Adriano, crea un estilo más personal que romano. Lo vemos en las series
iconográficas de Antinoo, y en su residencia que construye cerca de Tívoli, hoy conocida como
Villa de Adriano; de la que en torno a ella creo casi una ciudad. Así, el gusto por Grecia se muestra
también en la arquitectura. El valor y el gusto por lo griego se mostrarán de una manera mucho más
romántica que en época de Augusto. Sin embargo, a pesar de toda esta cultura y valores, el fondo
será contundentemente romano y su espíritu también. Lo griego es un lenguaje, un barniz cultural,
puesto que la estructura y materiales son plenamente romanos. Por lo tanto, si el emperador es
amante del helenismo, la imagen que ofrezca debe estar acorde con la dignidad interior, y el porte
exterior será noble, recordando la figura del filósofo antiguo.
La barba es típica de las figuras del pensador, por ello el emperador adopta ese tipo de
representación. Estamos ya muy cerca del concepto más lumínico del retrato; la calidad de la
escultura llega a un barroquismo extremo mediante una técnica extraordinaria.
Con ellos llegamos al capítulo más trascendente de la época de Adriano. La mitificación del
personaje viene de la leyenda del esclavo bitinio; en la que se contaba que Antinoo había muerto
por salvar de un maleficio a su emperador. Es casi un poema trágico la vida del amante de Adriano,
que sirve como modelo a la sociedad.
Hasta tal punto cogen fuerza esos valores que la imagen de Antinoo se difunde; pero pese a a
la diversidad de modelos y retratos, hay algo que los unifica a todos: el estilo académico y la
formación de una figura idealizada. Dentro de ese academicismo es Praxiteles la referencia a la
procedencia de ese modelo. En la escultura de Antinoo nos encontramos con la simbiosis del
modelo praxiteliano acompañado de otros valores y sentimientos que son los que componen la
manera de manifestarse en forma de retrato y que están perfectamente logrados en la carga
expresiva y reflexiva de su rostro.
Antinoo.
Los Antoninos.
Marco Aurelio.
En cuanto a la evolución de las tipologías, el modelo preferido será ahora el busto. Mientras,
el retrato femenino tendrá un capítulo importante con representaciones, sobre todo, de Faustina la
Mayor y Faustina la Menor, en las que se recupera el modelo de Livia.
En cuanto a Marco Aurelio, sus retratos condensan los valores morales que aparecen en sus
escritos. La iconografía es la heredada de Adriano, en la que juega con los contrastes de pieles y
pelo.
Lucio Vero retoma ese ilusionismo que ya aparecía en época flavia; centrándose, sin
embargo, en el mundo interior del personaje.
Commodo.
Por otra parte, Commodo ha sido despojado de todos los rasgos imperiales porque se
representa de nuevo a un gobernante como el dios Hércules.
Ya hemos visto que la escultura femenina, salvo el pequeño paréntesis que supuso el
ilusionismo de época flavia, siempre se inspira en el modelo de la Livia augustea. Sin embargo, esta
época sí aportará una importante novedad. En el caso de Esopo se valora otra cosa que la belleza
corporal; la belleza del alma se incluye dentro de un soporte deforme y exótico. En todo caso se
abre una vía hacia otros nuevos conceptos de belleza.
Este siglo es una de las etapas más importantes para todo el mundo europeo; para la difusión
de una serie de valores que conformarán lo que es Europa.
Los hechos históricos se relacionan con la inestabilidad política. Las funciones públicas
dependerán cada vez más del control militar, y la mayor parte de los emperadores procederán del
estamento militar, algo que rompe con la sucesión tradicional romana por adopción. Esa
inestabilidad tendrá sólo unos periodos de relativa calma: los gobiernos de Septimio Severo – entre
193 y 211 –, Gallieno – de 253 a 268 – y Diocleciano – 284 a 305 – .
Al hombre no le valen ya los valores tradicionales, con lo que busca otros objetivos; a través
del retrato se puede seguir esa búsqueda de una nueva realidad espiritual que le satisfaga. Estos
nuevos valores se verán en el nuevo retrato; a lo largo del siglo las tendencias anteriores se
sucederán con demasiada celeridad. Incluso reaparecen las tendencias más arcaicas y primitivas, de
manera que veremos un retrato geométrico que huye de la belleza tradicional y llegará a introducir
en este siglo III unos valores que no son los convencionales. El Esopo Puskin ya anticipaba muchos
de los valores de esa estética que superaba las trabas de la naturaleza humana, y que buscaba la
nueva realidad del hombre, que no tenía por qué aparecer bajo la forma agradable clásica, sino que
el concepto de belleza se ampliaba, considerando digno de interés determinados aspectos
desagradables de la sociedad romana. Por tanto, el feísmo podía ser entendido como un nuevo valor.
En realidad este siglo es la época donde domina lo expresivo y lo simbólico; una época de
un sentido reverencial especialmente hacia el poder del mundo celestial. Esto tendrá un importante
reflejo en la figura del emperador, que será representante de un poder celestial al que se suplica,
teme y venera, que es visto como un ser dotado de una función espiritual, lo que en tiempos de
crisis es bastante importante.
Con esto entramos en el final de la estética clásica, que será sustituido por la nueva filosofía
cristiana. Veremos en las fases que se suceden un desprecio por lo visual. La primera etapa según la
historiografía la situaríamos en el precedente de Marco Aurelio. Así, la ruptura con lo clásico se
explica por el poder de las zonas orientales del imperio, que empaparán a Roma con su simbolismo
y sus religiones. Por otra parte, la otra teoría es la tradición popular que nunca se destruyó; una
tradición que tendía hacia una abstracción basada en la contemplación frontal del individuo. Las dos
hipótesis sean probablemente válidas, a pesar de los lazos tan fuertes del mundo imperial, de tal
Todo esto muestra la variedad de estilos del siglo III, que no tiene precedentes en la
tradición clásica, con lo que hay que valorar la singularidad de este siglo de valores distintos a los
hasta ahora vistos. Esto nos lo muestra esta primera etapa que se remonta a Marco Aurelio, donde
ya encontramos todos los nuevos valores de la imagen del emperador. Los años entre 176 y 178 son
decisivos en la transformación de la figura del emperador. Las variaciones se producen sobre todo
en el rostro del emperador, ya que adquiere valor simbólico, como encarnación del dios Júpiter.
Una nueva imagen del emperador. Mostraba la representación como el poder trascendente,
de origen divino, que aparecen más tarde en San Agustín, en sus ideas del poder y la divinidad a
través del gobernante. Con esto se abandonará progresivamente el naturalismo en la escultura,
dando paso a la abstracción en las figuras y una geometrización que reduce la caracterización,
destacando la naturaleza supranatural del poder.
Con esto se destaca la figura de los ojos y el valor de la mirada; lo parecido y lo invidual
quedan en segundo plano. En el valor de lo simbólico se inicia un cambio artístico importante, una
valoración interior del hombre. También los retratos de Septimio Severo muestran algunos aspectos
equivalentes a los de Marco Aurelio, en el momento que adopta su imagen, lo que le aporta una
nueva identidad. En los documentos oficiales y en las monedas aparece como hijo del divino Marco
Aurelio, lo que le lleva a una legitimización dinástica, lo que le hace adoptar también la apariencia
de Júpiter.
Si la crisis del siglo III muestra un retrato expresionista; en los caso de Treboniano Gallo y
Caracalla se da un giro hacia la recuperación del realismo. Lo simbólico se pierde, recuperándose
otra vez el realismo republicano, como una manera de interesarse por el mundo interior, lo
psicológico y la figura del hombre. Se manifiesta en la cabeza, con la atmósfera inquieta del siglo
III; los valores están desapareciendo y el hombre quiere saber qué pasa en el mundo.
Este realismo, con una técnica más compacta, transmite, al igual que la arquitectura, unos
valores nuevos y una manera de reaccionar ante estos tiempos, con una manera simétrica de tratar el
rostro. Lo dramático se confronta con lo bello y lo armónico, la figura se desplaza hacia la
izquierda, y con una reacción violenta, frunce el ceño. En Treboniano Gallo se produce un cambio;
Se oponen una serie de valores entre sí; Treboniano Gallo, de origen militar, muestra esto en
su cabeza rapada. El retrato y la escultura se abren a una nueva realidad; la vida interior del
individuo, que aquí queda marcada por la cruel vitalidad que emana de la figura, que se consigue
con la mirada lateral y la seguridad que transmite; una tipología de retrato que hunde sus raíces en
el clasicismo.
Gallieno.
Con Gallieno asistimos otra vez al modelo de Alejandro. Entre 253 y 268 vivimos otro
periodo en el que se vuelve a los valores del clasicismo y al despertar del realismo. Se encuentra en
este momento otra forma de expresarse, recuperándose los valores del helenismo. El reinado de este
emperador supone un nuevo renacimiento en el pensamiento y en la cultura.
Esto continúa hasta después de su muerte, con una finalidad muy determinada puesta al
servicio de la nueva dimensión espiritual del hombre. La experiencia artística de los años anteriores
fue decisiva, donde se conservó la pose y la figura clásica, que se dotó aquí de un nuevo tratamiento
formal, conservando el modelo de la imagen de Alejandro, la imagen del filósofo barbado; aunque
bajo la estética más geométrica de estos años intermedios, la mirada expresiva y la nueva dimensión
espiritual para el hombre. La vuelta al clasicismo se rodea sólo de un halo formal; hay una
referencia hacia la abstracción, y el impacto que producen las ideas de Plotino. En la corte de
Gallieno, influenciado por el neoplatonismo, el emperador trataba de dar un sentido simbólico en
sus retratos, sea cual sea el soporte; bien fuera en las monedas como Alejandro Magno, o en los
mármoles como Alejandro divinizado, se trataba de demostrar la naturaleza supranatural del poder.
En Milán, en el año 260, se hace una importante alusión al macedónico. Se acuñan monedas
y retratos suyos, para transmitir garantías a toda la población. Este retrato es una versión tardía
hecha por escultores romanos, que aparece consagrado al modo alejandrino, identificado con
determinados dioses, relacionado con Augusto, con Hércules, Mercurio, Júpiter, etc. Así, la
intención será mostrar la función simbólica del retrato mediante esas imágenes como el único medio
Con esto, habrá una sensación de recuperar una nueva edad de oro. El emperador se muestra
como el único capaz de dar una solución a toda la sociedad, y se presenta como un nuevo Augusto,
Alejandro Magno o Júpiter. El uso simbólico de la imagen imperial es una herencia que Gallieno
recibió de Marco Aurelio y Septimio Severo.
Tras la edad de oro anterior se produce una nueva estética expresionista y abstracta, en la
época de la Tetrarquía de los años de Diocleciano. Triunfarán, con ello, las formas abstractas, con
materiales distintos, y desaparecerá la cercanía a los modelos naturales, sustituyéndose por formas
geométricas y compactas.
Tetrarcas.
Triunfan las formas cúbicas de la naturaleza. Hay un enorme control sobre las formas
geométricas, con sentimientos simbólicos y unos valores nuevos de la escultura. Los tetrarcas se
muestran como el último eslabón en la evolución de las formas clásicas.
Estas esculturas producen un gran impacto por sus dimensiones gigantescas, su simplicidad
y abstracción. Esto aumenta con la visión frontal de la escultura; el tamaño colosal, la visión de
abajo hacia arriba y la sensación de carácter sobrehumano del emperador; un elemento de
persuasión para que la estatua produzca esa sensación de poder.
Interesan los signos: la cruz, la esfera, etc. Se trata de evocar al personaje mediante la
adopción de ciertos esquemas convencionales; el tratamiento del cuerpo humano, la sugerencia del
movimiento y el control del espacio: mecanismos que la sociedad reconocía perfectamente, como su
autoridad religiosa y su representatividad social.