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¿Qué expresa, desde su constitución ideológica un poco ilusoria, un poco inocente, “El
éxtasis material”? Organizado en tres partes (“El éxtasis material”, “Lo infinitamente
medio”, “El silencio”), el libro propone que la existencia (la de la humanidad toda, la
del individuo que la observa) está reducida a un acontecimiento inmedible para ella: la
presencia de la materia, límite absoluto de la fragilidad que somos. Es allí, en el
interior/exterior de esa totalidad, que la existencia, con sus furores y sus miedos, sus
errores y sus glorias, tiene lugar. La materia, para este libro -para este autor-, es por
tanto lo impolítico por antonomasia y también lo único trascendente. Ahora bien,
sostener esto es postular una dimensión ajena a la intervención humana (cosa que la
ciencia discute hoy); es oponer los sueños vacíos del hombre (¿pero qué hombre sueña
aquí su vacío?) a la solidez inexpugnable de dicha totalidad. Este exterior/interior, esta
dimensión que es un borde y que carece de bordes, es el lugar en el que lo concreto se
confunde con lo posible y con lo imaginable -es el torrente apenas descriptible y sólo
parcialmente visible que nos atraviesa pero que también nos constituye. El hombre,
arrojado allí y parte también -apenas una brizna- de ese allí, juega con su consciencia el
juego de la Humanidad (¿pero qué hombre es el que aquí juega?). La materia supersutil
que ha devenido consciencia corretea al borde de ese abismo, y es sólo porque ese borde
es al mismo tiempo toda la materia concebible, que el hombre (su consciencia) no cae.
No cae porque el abismo -el tablero- es también la materia -las piezas- y porque caer
sólo significaría para él continuar siendo de otro modo (una vez más, ¿qué hombre
dejaría de ser aquí?, ¿a quién le correspondería el vértigo y el prodigio de esta
aventura?).
David Fiel