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GINA PANZAROWSKY
SIN REMEDIO
ENSAYO LARGO
Tuve la oportunidad de ver y disfrutar la exposición “Sin remedio” el año 2008.
Se me hizo tan interesante toda la estrategia de la muestra y el concepto de la
galería Alcuadrado, que la respuesta natural fue escribir un texto que tenía
como destino participar en una convocatoria española. En esa ocasión no logré
resolver algunos apartes del texto mismo, y por lo tanto fue imposible cumplir
con ese propósito.
Meses más tarde surgió la convocatoria anual que hace Mincultura, en asocio
con Uniandes, llamada Premio (Nacional) de Crítica (de Arte), y la asumí como
una oportunidad perfecta para resolver esta deuda. De nuevo se interpusieron
en este noble propósito, la fatalidad del tiempo y las ecuaciones que impone la
responsabilidad de editar una publicación, con sus insalvables compromisos de
cierre y fecha de entrega final.
Primer acto
La marea que viene y va, nunca siendo la misma, siempre marcando nuevos
bordes en la arena, levantando una espuma distinta en cada vuelta, resonando
extraña, aunque probablemente componiendo una sinfonía completa en ese ir y
venir, desigual y azaroso.
El agua toma todas las formas que se quiera darle y, en ese filtrar de
representaciones y contenidos que adquiere, según el capricho de la
naturaleza, recuerda a los objetos sensibles del hombre y que éste llama arte.
Y estos fluyen también, van y vienen incesantes, móviles, inquietos, señalando
las formas que esa otra naturaleza artificial le quiere dar, contorneando allí un
dibujo, allá la voz del poeta, acá la intangible presencia que puede tener en el
mundo de lo real, es decir, de la cultura, esa pequeña consola incorpórea,
alucinante y en algunas ocasiones, simple caja de resonancia que roba los
sueños, mientras gesticula un discurso inspirado en el maloliente disfraz que
inventa la máquina del poder instituido.
Mutar es ser aire por un momento, para convertirse en fuego cuando llegue la
noche. Cuando llegue la hora amarga de la tristeza, como faros apagados en la
mitad de un muelle completamente oscuro, y la desolación pueda vestirse de
tierra, de roca, de acantilado, permitieno que la misma fuerza del agua lave sus
tristezas y eleve su sonrisa; porque en cada uno de estos procesos de
metamorfismo renueva su condición ambigua y descentrada, el mutante podrá
no creer en nada y todo al mismo tiempo, al saber que las certezas de cada
hombre y cada palabra son apenas un pedazo de algo, que en algún estado
encontrará validas y oportunas posibilidades.
Parece existir un hilo muy delicado que teje la historia del arte, y este hilo muta
en cada una de sus fases, asegurando a quien observa este proceso, una
certeza unificante que liga todo el proceso. Por eso el artista devuelve la mirada
al pasado y la lanza hacia el futuro, y en su rostro se figuran todos los rostros
de la historia del arte, sumidos en un solo instante, atrapando a la extraña voz
de la eternidad en ese recorrido de nunca acabar, pidiendo a gritos que la
mentira del arte deje de serlo, para que instaure su voz en el infierno real de la
cotidianidad, para intentar mundificarla.
Y por igual algunas cosas cambian, otras no. Siempre queda un territorio sin
liberar, algún sistema que permanece ajeno al cambio, miles de lugares que se
resisten; porque el poder lo impide, y la mutación queda en suspenso,
esperando alcanzar algún día los lugares de la obstinación y la permanencia,
donde el fulgor del cielo brille, y no precisamente por todas las partículas de
carbón suspendidas –como bandas de plástico negro arremolinado- invocando
trofeos inocuos de la mísera condición humana.
Segundo acto
La galería estuvo dirigida por Gloria Saldarriaga y Juan Gallo, quienes fueron
gestando el proyecto a partir de su experiencia visual, mientras eran testigos
del ascenso en la escena británica de lo que vendría a llamarse el YBA (Young
British Artists), mediado con la presencia de figuras emblemáticas y
controvertidas como Charles Saatchi y Damien Hirst. En ese periplo de la pareja
por las galerías londinenses, las grandes ferias de arte europeas, y el diálogo
constante con artistas colombianos, quienes en la década del noventa
acrecentaban su lugar definitivo en la historia del arte local, como Miguel Ángel
Rojas y Oscar Muñoz, al lado de artistas que en ese mismo período se
vislumbraban como futuros protagonistas de la escena artística, como Johanna
Calle, José Alejandro Restrepo, Juan Fernando Herrán y Delcy Morelos, la
galería Alcuadrado fue agarrando contenido y sabor local. Ello, no simplemente
como una necesidad comercial, sino como la necesidad de un espacio que
recogiera la inquietud de algunos artistas, con respecto a los problemas de
relación y concepto que afrontaban al ubicar sus obras en el espacio
convencional del cubo blanco, ya que la galería tradicional siempre ofrece un
lugar neutro y constante, que en muchos casos puede llegar a limitar y reñir
con los discursos del arte y del propio artista contemporáneo. El concepto
clásico de galería pasó a convertirse en una trama desdibujada de lógica
cultural urbana, empleada para recibir el colorido vacío de los cuadros pintados
por un ejército de fingidos idealistas, dispuestos a llenar sus bolsillos en el río
revuelto del mercado artístico.
Fue así como en este caso la galería definió su perfil expositivo, al involucrar
activamente la arquitectura que alojaba las obras, con las estrategias
planteadas por el artista, mediante la ubicación de espacios alternativos como
escenarios dialécticos entre obra, territorio y público, introduciendo de paso
una bocanada de aire fresco en la imprevisible escena local del arte
colombiano.
Este edificio fue hasta el año 2003, la clínica más importante del país, diseñada
para atender empleados oficiales. Un pulido ejército de abogados, y miles de
decisiones judiciales irregulares, mediante el cobro de pensiones fraudulentas,
produjeron un desangre en las finanzas públicas de Cajanal por el orden de
más de 250 millones de dólares, obligando al cierre definitivo de la clínica.
Estas tensiones a las que me refiero, se ubican en un lugar que bordea riesgos
internos y externos, como en cualquier filo de navaja, porque cuando se mira
con detenimiento el proceso que desarrolló Alcuadrado, su propuesta se instala
a manera de un organismo que actúa entre dos morfologías, exóticas en
apariencia, como son el cuerpo de la obra y el cuerpo arquitectónico, que mira
hacia adentro y hacia afuera, movido por unos hilos delicados que trazan un
guión subrepticio, tanto para el artista como para el público, ya que la fuerza
de los contenidos traspasa diferentes fronteras.
La primera de las piezas que alcanzaba este tercer nivel fue la presentada por
el artista cubano Wilfredo Prieto, quien instaló al comienzo del recorrido
sugerido por Alcuadrado una larga alfombra roja – la misma de protocolos y
ceremonias para reyes y jefes de Estado – que conducía hasta lo que fue en
algún tiempo, el cuarto de máquinas. Una manera singular de dar la bienvenida
al espectáculo de los objetos abandonados, extrañamente embellecidos,
mediante su resistencia al tiempo y a la poderosa capacidad de testimoniar en
silencio, el precio que la corrupción se cobró sobre este símbolo de la salud en
Colombia. Mirando fijamente, estos bellos y tristes objetos sugerían bullicios de
medianoche que pasaban frente a los ojos del espectador, quebrándose bajo
los pies, como si estar ahí parados al final del tapete, significara estar sobre la
orilla de un abismo herido que se negaba a ofrecer seguridad al visitante,
mientras éste se atrevía a desafiar el vértigo. Un paso en falso sobre la barra
de acero y la mente terminaba atrapada -como un pez muerto en una nevera-
por un disfraz vestido de una fina capa de solemne vacuidad.
De cierta manera el arte hace su apuesta dura para intentar elevar sobre el
plano de las representaciones estéticas, unos temas que generan permanentes
ejercicios de reflexión e inquietud en muchos ciudadanos, que aspiran a
encontrarle salidas a estas crisis. Mediante estos ejercicios de visibilización
artística se busca generar canales de reflexión que iluminen estos temas, o al
menos, susciten la suficiente inquietud como para ampliar los difíciles canales
de la reflexión en estos igualmente difíciles temas.
¿Cómo se pueden configurar desde el espacio social del arte unas maneras
eficientes de comunicación hacia el espectro total de la sociedad, sin que
simplemente permanezcan como meros rituales de representación y más bien
se traduzcan en acciones concretas? De entrada es una pregunta difícil que
bordea el terreno de la utopía, porque se puede confundir esta demanda con
metodologías de emancipación que anclan sus exigencias en la clásica
concepción de transformación del mundo o la sociedad.
La salida dialogada al conflicto debe contar con unos aportes claros desde el
campo estético. Las posibilidades de legitimación de un proceso de este tipo,
parten del compromiso de la esfera estética por desentrañar algunos misterios
que rodean el proceso de ascenso y dominio de una clase dirigente que se
convierte en interlocutor imprescindible de este planteamiento.
La crítica institucional local es un viento tenue que con dificultad arrastra las
voces de la discordancia y la inconformidad con el panorama actual de la vida
cultural en Colombia, y ello de alguna manera puede responder a que al interior
de la sociedad las instituciones son aún bastante débiles, en la misma medida
que el Estado nación es un organismo en transición, permanentemente
asediado desde diferentes flancos internos y externos. Es indudable que la
guerra contra las drogas y la misma consideración penal de este asunto, han
convertido a Colombia en un rehén de las políticas del departamento de estado
norteamericano, y de los vaivenes internos entre republicanos y demócratas. La
última contienda electoral así lo demostró, cuando Colombia apareció en
innumerables ocasiones citada en el juego del poder entre republicanos y
demócratas, no solo en el marco de la guerra contra las drogas sino en el
debate hipócrita de los norteamericanos sobre el sensible tema de los derechos
humanos.
Pero igualmente, la legitimidad al interior de la sociedad-nación colombiana
sigue en entredicho, cuando amplios grupos armados ilegales se disputan el
poder territorial y estratégico de vastas zonas geográficas, a pesar de los
avances en materia de política de seguridad de la anterior administración. De
nuevo, las consecuencias de la guerra contra las drogas se erigen en la
principal amenaza a nuestra propia supervivencia como sociedad en tránsito
hacia un estado mayor de civilización.
Gina Panzarowsky