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Ramón Xirau

DE LA PRESENCIA

Discurso de ingreso a la
Academia Mexicana do la Lengua
25 de octubre de 1994

Respuesta do
Alí Churnacero
Me han precedido en esta Mesa Número XIII de la Academia
Mexicana, hombres en verdad ilustres. Entre ellos, don Enrique
González Martínez, gran poeta hacia quien he sentido siempre
admiración y simpatía, y, naturalmente, don Martín Luis Guzmán
cuyo elogio haré en el día de hoy con auténtico gusto. “Elogio”, este
género del Renacimiento que tiende hoy en día y por desgracia, a
desaparecer.
En su discurso de ingreso a esta Academia, Martín Luis Guzmán
quizo hacer “un esquema de sí mismo”. Logró —todos lo sabrán si
leen el discurso— algo más que un esquema. Supo afirmarse, como
decía en cierto momento uno de nuestros grandes pensadores,
como “un hombre de carne y hueso”, como “nada menos que todo
un hombre”.
Martín Luis Guzmán fue autor de crónicas y novelas o, mejor
dicho, de novelas que también son crónicas. Dos libros suyos son
excepcionales: El águila y la serpiente, periplo preciso que va del
exilio a la Revolución en tierras del Norte, y La sombra del caudillo,
dolorosamente exacto. No olvido Memorias de Pancho Villa,
excedido en páginas y con todo apasionante. Estas novelas-
crónicas no deben tal vez compararse, como se ha hecho, con las
obras de los muralistas mexicanos. Ciertamente unas y otras tienen
que ver a veces con la épica. Pero hay dos motivos por los cuales la
comparación resulta inexacta. En primer lugar no hay en las novelas
de Martín Luis Guzmán asomos de propaganda como la hay en
buena parte de la obra de Diego Rivera y de Alfaro Siqueiros.
Además, y éste es el segundo motivo, no es probable que el
lenguaje de un lenguaje sea “traducible”, por así decirlo, a otro
lenguaje. Escribir no es pintar y no es, por “plásticas” que parezcan
las páginas escritas, un arte plástico.
Otros libros memorables de Martín Luis Guzmán: Filadelfia,
paraíso de conspiradores Javier Mina, héroe de España y México, y
tal vez sobre todo, sé que es un juicio subjetivo, las Muertes
históricas, la de Porfirio Díaz, la de Venustiano Carranza. Escritor y
político, también cultivó Martín Luis Guzmán este género que
llamamos periodismo. Palabra ésta que significa, bien lo ha aclarado
uno de los miembros de esta Academia, “camino que circunda y
rodea”: de peri (alrededor) y hodos, “camino” y “viaje”. Y es verdad,
Martín Luis Guzmán fue hombre de grandes viajes tanto físicos
como mentales o espirituales: México, Nueva York, norte de México,
España y otra vez México, por citar solamente sus periplos
principales.
El novelista-cronista ejerció el periodismo en su muy primera
adolescencia —lo cuenta precisamente en su discurso de ingreso a
la Academia—. Lo ejercería más tarde en España —fue director
gerente de los dos diarios más importantes de aquel país que en
buena medida fue también su país. Me refiero al Sol y a La voz.
Martín Luis Guzmán vivió unos doce años en España, donde se
publicó una parte importante de su obra. Habría de regresar a
México en 1936, donde reunió a escritores españoles exilados junto
a mexicanos en la revista Tiempo. Fue en España, amigo de don
Alfonso Reyes, de don Enrique Díez-Canedo y, en realidad, de toda
una generación de escritores españoles sin olvidar a don Manuel
Azaña, también espléndido escritor, de quien fue secretario
particular.
Otro asunto importante. Desde 1911, perteneció Martín Luis
Guzmán a la generación del Ateneo de la juventud con Reyes,
Pedro Henríquez Ureña, Antonio Caso, José Vasconcelos, y tantos
más. Y, en un breve estudio sobre Alfonso Reyes, decía Guzmán
que Reyes mostraba una “absorción completa de su ser en su obra”.
Y añadía que don Alfonso era “de una honradez... que lo llevaba a
hacerse un maestro de su arte”. Todo esto es cierto. Lo es también
del propio Martín Luis Guzmán.
Las novelas de Martín Luis Guzmán son lo mejor que se ha
escrito sobre la Revolución Mexicana. El novelista y cronista narra lo
que vivió, principalmente con los ejércitos del Norte, sin permitir
nunca, aun cuando es el mismo personaje de varias de sus obras,
que su vida aparezca en exceso. Económico en el lenguaje, preciso
y exacto sin nunca ser frío maestro en el manejo de los diálogos,
Martín Luis Guzmán fue, sin duda, maestro de su arte, no solamente
de México sino de la lengua castellana en una época en la cual en
ella se producían grandes escritores, en Hispanoamérica, en
México, en España. No quiero dejarme algo en el tintero. Las
novelas pueden ser dramáticas y trágicas. También tienen que ser
amenas, interesantes, vivas. Lo son siempre las que escribió Martín
Luis Guzmán como lo fue toda su obra.
Paso ahora a lo que he querido decirles hoy en este 25 de
octubre, y en esta lengua castellana que espero no repleta de
catalanismos, los catalanismos que podrían provenir de mi lenguaje
poético.
Mi tema, el de la Presencia, el del “sentido de la presencia” por
decirlo con el título de mi primer libro en prosa, o si se quiere, el de
la presencia de lo sagrado en las letras y, principalmente, en la
poesía, y en algunas filosofías, las que culminan en una visión del
mundo, es decir, las que tienen que ver con la metafísica. En efecto,
mi tema que espero se vaya precisando cada vez más a lo largo de
este discurso, es el de la presencia.
Pertenezco y quiero pertenecer a lo que llamo el arco
mediterráneo, el que va de la Toscana a esta tierra muy de
trovadores que llamamos Provenza, hasta alcanzar tierras catalana
y valenciana. Hay que recordar que los poetas clásicos de la lengua
catalana son mallorquines y principalmente valencianos. Me refiero
a la familia March y, ante todo, a Auziás March y a Jordi de Sant
Jordi y a Gilabert de Proixita, todos ellos claramente renacentistas
muy a principios de siglo XV. Después de 1939 se me extendió este
arco a otro horizonte, el de México, el de la meseta, el de los lagos,
sin duda. También el de las costas, especialmente las veracruzanas
donde solían ir los exiliados españoles, los del “éxodo y el llanto”,
como decía León Felipe, los “transterrados” o transplantados como
habría de decir José Gaos.
Barcelona. La casa-paterna, la de Joaquín Xirau, mi padre, donde
había una gran biblioteca, a la cual acudían con frecuencia los
discípulos como lo harían después en México. En aquella biblioteca,
oí hablar de algo extraño que se llamaba “filosofía”. No me enteré de
nada en años infantiles. Pero, ¿puede entenderse algo en los
dominios de la filosofía? Quede en pregunta la pregunta.
Biblioteca, libros, revistas, principalmente Mirador donde descubrí
algo de lo que eran las nuevas generaciones de poetas catalanes, la
de los que escribían en los años 30. También Minautaure, la
hermosa revista de los surrealistas que veía pero no leía ni me
importaban mucho los textos que en ella aparecían. Es probable que
mi interés por los pintores surrealistas proviniera de haber visto,
desde muy joven, obras de Salvador Dalí. Fue después la guerra de
España que nos marcaría a todos para siempre. Desde fines de
1938 viví en Francia, mis padres salieron de Cataluña en una
ambulancia con don Antonio Machado y su madre, a quienes
dejaron en Collioure donde tan pronto moriría el poeta. ¿Vivir en
Francia? Más bien en Provenza o en lo que los franceses llaman el
Languedos, cuya lengua había sido bautizada por Dante como
“lingua d’ ocha”.
Mis poetas entre los 13 y los 15 años: Alcover, el poeta de
Mallorca, Joan Maragall cuya obra me ha acompañado siempre en
el curso de los años, la de Josep Garuar que sería mi maestro en
“Mascarones”, la de Antonio Machado, Rafael Alberti, el de Marinero
en tierra, y claro, Federico García Lorca cuya muerte nos fue
tristemente anunciada en Figueras por mi padre. Algo más tarde,
poetas más complejos, entre ellos Jorge Guillén y, en letras
francesas, Rimbaud, Verlaine (a Mallarmé habría de “describirlo”
después, si es que aquí puede hablarse de descubrimiento). Muy
pronto pude leer algunos poemas de poetas de México e
Hispanoamérica gracias a la Antología de la poesía española e
hispanoamericana (1882-1932) de Federico de Onís, publicada en
1934 en Madrid. Leí en ella algo de González Martínez, Villaurrutia y
José Gorostiza. A Octavio Paz lo leería más tarde, ya en México. He
frecuentado la obra de Paz, sobre la cual escribí el primer libro que
acerca de él he escrito: Octavio Paz, el sentido de la palabra (1970).
Los poetas y los filósofos. La filosofía mal oída en la niñez —cosa
que no deja de ser natural— fue después estudiada en
“Mascarones”, en aquella Facultad de Filosofía y Letras donde
aprendí no poco de don Antonio Caso, José Gaos, García Bacca,
Samuel Ramos, García Maynes y, claro, Joaquín Xirau. Filosofía
oída en clase y practicada en clase y casa donde el maestro y los
discípulos nos reuníamos semanalmente. De manera más familiar,
quiero recordarlo, donde leíamos día a día los Evangelios —¡cuán
especialmente en Semana Santa!— y capítulos del Quijote.
“Filosofía y poesía” —así titulé un seminario iniciado en la
Facultad de Filosofía y Letras a finales de los años 60. Bien lo
sabemos, poesía y filosofía no son la misma cosa. Digámoslo
rápidamente y de manera demasiado simplista, bien lo sé: la poesía
intuitiva, ve, descubre, encuentra sin argüir. También pude ver la
filosofía, pero su lenguaje es el de la argumentación, y, siempre que
esto sea posible, de la prueba. La relación entre ambas, ya lo he
insinuado, se encuentra en la zona de las concepciones del mundo,
lo que se ha llamado, desde el siglo ii de nuestra era, metafísica.
Poesía y filosofía se acercan, lo cual es clarísimo en el caso de
Platón, este gran poeta anti-poeta o, por citar a dos
contemporáneos, los casos de Henri Bergson, mucho más actual de
lo que se piensa a veces, y naturalmente el de Martín Heidegger en
la que suele llamarse su “segunda época”, cuando cobran especial
peso los comentarios sobre los poetas y, por decirlo con él, los
análisis acerca de la “esencia de la poesía”.
Poesía. Filosofía. Empezaré con algunos filósofos que han estado
conmigo a lo largo de los años.
Sea Descartes. Desde la primera parte del Discurso del método,
Descartes escribía: “Mucho estimaba la elocuencia y estaba
enamorado de la poesía”. Así lo decía, lo sentía y vivía Descartes.
De verdad estaba Descartes enamorado de la poesía. El filósofo de
la razón, de la exactitud matemática, de las ideas claras y distintas,
es decir, evidentes, es el mismo que en 1619, en la ciudad de Ulm
donde meditaba acerca de su método, sueña en la “poesía y la
sabiduría reunidas juntas” y dice con sencillez que las frases de los
poetas “son más graves, más sensatas y están mejor expresadas
que las que se encuentran en los escritos de los filósofos”.
¿Contradictorio Descartes? No es de creerse. Descartes, el que
inicia su Discurso diciendo que “la razón es la cosa mejor distribuida
del mundo” es también el Descartes que interpreta sus propios
sueños con lo que él llama “visión”, y lo que llama “entusiasmo”.
Descartes sabía muy bien que al escribir un ballet para la reina
Cristina de Suecia en celebración de la paz de Westfalia, no estaba
filosofando. Con todo, en lo profundo de su conciencia, Descartes
filósofo era también, deseadamente, poeta aunque lo fuera en
sueños.
La poesía puede y frecuentemente es deseo de altura. También al
ascenso aspira frecuentemente la filosofía. Sea ahora Platón.
Todos tenemos en mente la “Alegoría de la caverna”. Dice Platón:
que hay que “imaginar” una “caverna subterránea” con “una
entrada”. En el fondo de la caverna están los hombres “atados de
los pies y el cuello, de tal manera que hayan de permanecer en la
misma posición y mirando tan sólo hacia adelante”. Estos hombres
creen que “lo único verdadero son las sombras” pero no pueden
“recordar...” “su estado natural”. Uno de ellos, se trata en efecto de
Sócrates, rompe las cadenas y no sin dolor camina hacia la entrada
de la caverna. Cuando ve el “Centelleo de la luz” queda
“deslumbrado”. Una vez acostumbrado, verá la luz que el Sol, es
decir, el Bien, proyecta. Si así sucede, distinguirá las “sombras” de
los “objetos verdaderos”. Verá la verdad del Sol “tal cual es” y la
conocerá ausentándose del mundo para volver a este mundo de
sombras. En electo, Sócrates se “compadece” de los que viven en la
oscuridad falaz y viene a decirles, con peligro de su vida, que
aquello que ven es engaño y falsedad.
Ya en su vejez, Platón criticó su propio pensamiento —acto
heroico que no se encuentra en ningún otro filósofo—. El diálogo
Parménides que tanta influencia tuvo en los neoplatónicos de
Alejandría, es al decir de Diés, una “cascada de argumentos”. La
cascada culmina en la “participación de lo divino”, como se dice en
el Filebo. La escala y subida de Platón se repetirá en Plotino y, en
general, en el pensamiento místico, y filosófico. ¿No son las
filosofías de Descartes, Spinoza, Hegel, por solamente recordar tres
casos, tentativas de ascenso, intentos por conocer la presencia de
lo sagrado y dar así sentido al mundo, al universo en que vivimos, a
la vida misma?
(El templo es presencia sagrada como pueden serlo el árbol y
la casa los ejes del mundo. Pueden serlo también pueblos,
ciudades y pueden serlo esta hoja verde, esta nube clara tan
precisas y al mismo tiempo misteriosas. Así en una tarde de
otoño cuando la neblina se levanta de las aguas. Aquí, en
Venecia, en la presencia del silencio.
Y ahora las aguas verdes y azuladas de la tarde, las lanchas
mariposa en vuelo por el lago. El aire es suave como lo es el
lenguaje de estas muchachas cerca del lago. Nuevamente,
presencia del silencio.)
Regreso a los poetas, en la cronología aproximada de mis lecturas,
no del tiempo objetivo si es que existe un tiempo objetivo.
Sea Joan Maragall (1860-1911), gran poeta, buen ensayista en
castellano. Maragall, el traductor a su lengua natal de poemas de
Goethe, del Enrique de Ofterdingen de Novalis y de algunos textos
de Nietzsche. Su poesía es clara y, por serlo, en su sencillez, es
difícilmente traducible. Son memorables las “vistas al mar”, sus odas
a Barcelona y a España, su canto a la Virgen del Valle de Nuria.
Pero lo verdaderamente memorable es el Cántic espiritual que
empieza diciendo:
Si el mundo es ya tan bello y se refleja
Señor, con tu paz en nuestros ojos
¿que más nos puedes dar en otra vida?
Y termina diciendo:
“Séame la muerte un mayor nacimiento.”
“Sia’m la mort una mejor naixenca.”
La poética de Maragall se encuentra en sus tres elogios; el de la
Poesía, el de la Palabra, el del Pueblo.
Escribía Maragall:
Lo que podernos hacer todos es ponernos con humildad ante
la realidad de la vida; no nos empeñemos en decir algo
cuando no tenemos nada que decir y cuando sintamos algo
que nos fuerza a hablar hablemos sinceramente, y digamos
sencillamente nuestra impresión como el niño que al ver por
primera vez una cosa bella la señala y la nombra
sencillamente.
Maragall cree que el poeta y el pueblo viven cerca del “ritmo del
universo”. La palabra poética de Joan Maragall es la que él mismo
llamó “palabra viva”. Decir en el silencio y en la palabra la presencia
del mundo y la presencia de Dios en este y otros mundos.
Antonio Machado, cuya propia “palabra viva” lo acerca a la
hondura sencilla de Maragall, es, como muchos escritores de su
generación, un escritor no castellano que descubre Castilla, tan
presente en su obra como puede estarlo su Andalucía, su Sevilla;
Machado es también el poeta que alguna vez escribe a lo divino.
Así, en el poema cuarenta y cuatro de Proverbios y cantares.
No desdeñéis la palabra;
el mundo es ruidoso y mudo
poetas, sólo Dios habla.
Con más hondura, Machado termina uno de sus más precisos y
emocionados poemas —el dedicado a don Francisco Giner de los
Ríos que acababa de morir— con estos versos:
...¡Oh, sí, llevad, amigos
su cuerpo a la montaña,
a los azules montes
del ancho Guadarrama!
Allí hay barrancos hondos
de pinos verdes donde el viento canta.
Su corazón repose
bajo una encina casta,
en tierra de tomillos, donde juegan
mariposas doradas...
Allí el maestro un día
soñaba un nuevo florecer de España.
También Machado veía la presencia del misterio, en esta tierra, toda
ella presencia.
Muy cercano a nosotros, maestro, amigo, todo él vida, afecto,
sonrisa, Alfonso Reyes, don Alfonso Reyes. Quiero recordarlo,
espléndido poeta como fue, en un breve poema, El pan en la
servilleta, poema con el cual he convivido con frecuencia. Decía
Reyes:
Qué paloma qué cotovía
Sobre el mantel sabe anidar
y deja tibio todavía
el huevecillo singular.
Encarrujado el lazo esconde o bien plegado en alcatraz
el misterio de harina donde
la ley de Dios germina en paz.
Oh paloma oh cotovía
nunca faltes donde yo estoy
El pan nuestro de cada día
dánosle hoy.
¿Ironía? Más bien gozo ante lo misterioso cotidiano en esta
oración que a lo cotidiano remite.
En Reyes también estaba la presencia y deseo de altura cuando
en Ifigenia cruel decía pensando en los griegos:
Los pueblos estaban sentados
antes de que echaras a andar.
“Maravilla del mundo”, como decía Fray Luis de Granada, en la
emoción viva, en este pensar de Alfonso Reyes que es el “reunir”, el
“escoger”.
Sabemos que Sor Juana no es una Hildegarda de Bingen o una
Teresa de Jesús. Sor Juana no fue mística. Fue mujer de
inteligencia e intelecto, aunque también conviven en sus poemas
ironía, afecto, alegría, canto.
Hay que leer y releer el Primero sueño, cosa que aquí hago no sin
traer “agua a mi molino”. Ciertamente, en este “pañelillo” que llaman
Sueño, se describe el fracaso de la intuición que todo quiere
abarcarlo con soberbia. El hombre, un verdadero microcosmos, un
pequeño mundo, es en Sor Juana “compendio absoluto”, de “águila”,
“planta”, “bruto”...
¿A qué aspiraba Sor Juana? Decía:
¡Oh cuánta fineza, oh cuántos
cariños he visto tiernos.
Que amor que se tiene en Dios,
es calidad sin opuestos!
Amor, afecto, fe, gracia, en los dos sentidos de la palabra “gracia”,
aparecen con frecuencia en sus poemas breves.
Predomina en la Sor Juana del Sueño, el método, no como se ha
pensado a veces el de Descartes sino el de Tomás de Aquino y, más
lejanamente, de Aristóteles.
Sor Juana sabe que debe rechazar el “insolente exceso”.
“Exceso” porque se pretende, vanidad de vanidades, abarcar el
Todo, “insolencia” o “la soberbia” que esta vanidad lleva consigo.
La dialéctica del Primero sueño, oscila entre un imposible
conocimiento absoluto y una razón razonable, la de la escolástica
presente en la obra de Sor Juana.
Llegamos al final del poema. El alma despierta y, después de los
intentos por ascender hacia la divinidad, falaces en un caso
verdadero la segunda vez, Sor Juana ve el mundo ofrecido,
luminoso. Es, sin duda, el mundo de la luz, el que cierra o mejor,
abre, el final del Sueño cuando están
el mundo iluminado
y yo despierta.
Esta mujer que busca el conocimiento, lo encuentra en la lucidez, en
la presencia de un mundo radiante, claro, luminoso, preciso.
Dos palabras se han ido filtrando a lo largo de lo aquí dicho y
descrito: las palabras “sacralidad” y “presencia”. ¿A qué remiten
estas dos palabras?
Nuestro estar en el mundo, nuestro vivirlo y habitarlo está dicho
en un verso de Jorge Guillen que he hecho totalmente mío.
Escribía Guillen en el primer Cántico:
“Soy, más, esto, respiro.”
Es este estar en el mundo el que nos permite precisamente
respirar, es decir, vivir. No es otro el sentido de la presencia. En
efecto, ya lo veía San Agustín en el libro XI de las Confesiones: el
pasado, el futuro, el presente, no existen, y si vemos que somos
tiempo y el tiempo no existe, tampoco nosotros existimos. Pero
nuestro tiempo, el de la vida verdadera, es el de la presencia.
Tiempo continuadamente nuestro, en nuestra estancia en el mundo,
la presencia es constantemente un ahora, atento al mundo, atento a
los demás, atento al Otro, a los dioses, a la divinidad. Baste ahora
un ejemplo que puede ser una ayuda sin acabar de ser una
explicación. Imaginemos un barco; si lo vemos pasar desde fuera el
barco es pura movilidad pero, si lo vivimos navegadamcnte desde
dentro, el barco es continuidad y es presencia.
Presencia de ánimo, presencia de vida y tal vez “mayor
nacimiento” como decía Maragall. Así estar en presencia es respirar
y, también, sobre todo, aspiraren este mundo y más allá de este
mundo, a una experiencia sagrada. La que hemos observado en
Descartes, en Platón, en Maragall, en Machado, en Alfonso Reyes,
en Sor Juana. Experiencia que encontraríamos principalmente en
los grandes místicos, San Bernardo, el Maestro Eckhart, San Juan,
Santa Teresa. Todos en la presencia que es navegación hacia lo real
eterno.
Así lo veía este poeta filósofo que fue Dante Alighieri, “¡Oh! como
es corto el decir”, escribía al final del Paradiso. Y es que lo esencial,
el fundamento de mundo y vida, es visible pero nunca del todo
decible. Y seguía diciendo Dante que, ante el misterio, “le faltan
fuerzas a la fantasía”. Aparecen tres círculos y de tres colores en el
misterio de los misterios, el de la Trinidad.
A l’alta fantasia qui manco possa;
ma gia volgeva ji mio disio e ‘1 velle
si come rota ch’igualmente e mossa
L’Amor che move il sole e l’altre stelle
(Paradiso XXXIII-142-145)
Traduzco con González Ruiz.
A la fantasía le faltaron aquí las fuerzas;
pero ya giraban mi deseo y mi voluntad
como una rueda que igualmente es movida,
por el amor que mueve el Sol y las demás
estrellas.1
Termino, no sin antes decir, a todos mis amigos y colegas que han
venido a acompañarme,
gracias, muchas gracias.

________________
1 Dante Alighieri, Obras completas, versión castellana de Nicolás
González Ruiz sobre la interpretación literal de Giovanni M.
Bertini, Madrid, 1965.
RESPUESTA DE ALÍ CHUMACERO

Recibimos hoy, en esta docta corporación, a uno de los escritores


que con similar acierto han prodigado su pluma en varios campos de
la letra escrita. Ramón Xirau incursiona lo mismo en la poesía que
en la abstracción filosófica o en la crítica literaria, y en tan diversos
géneros suele demostrar que la inteligencia se aviene con la
apreciación estética y que el conocimiento no riñe con la
imaginación. Si a su prosa la rigen el rigor y la búsqueda de la
verdad, en su poesía destellan la luz, la noche, el amor, el sueño del
sueño, el mar, los naranjos:
En la noche de tus ojos
ascendían las barcas;
el naranjo colgaba, cielo adentro,
olas doradas de la tarde.
El poeta, el filósofo y el crítico se funden en el hombre de letras, en
el intelectual que da fe de su persona mediante la interpretación del
espacio y el tiempo en que su vida alienta la esperanza. “Frente a
este mundo —a partir de este mundo al cual estamos vinculados—
queda la esperanza de que sepamos volver a nosotros mismos.” De
ahí que al abordar la esencia del alma, que es el principio de la
naturaleza humana y por la cual somos lo que somos, Xirau se
interna a profundidad tanto en eso que somos como en lo que
nuestros sentidos enfrentan cotidianamente;
Me pasa el río que pasa
y yo soy este río
cuando la ventana abierta
hace contagio de ojos y de agua.
Tal parece que triunfara la intención de Leibniz cuando indicó que el
conocimiento del ser queda comprendido en el autoconocimiento.
Es decir, que la sabiduría y la experiencia artística, el razonamiento
y la contemplación de la belleza —formas complementarias en
cuanto nos asomamos al espejo de la realidad— ayudan con mucho
a conocer y a conocernos. Y si la filosofía aconseja a Ramón Xirau
que “conocer es, al mismo tiempo, percibir, sentir, nacer en el
mundo”, la poesía le advierte, por arte de magia, que su imperio se
cimienta en penetrar el asombro de lo sagrado. Es algo así como el
pez que en las olas se diluye y, al hacerlo, configura el grito que de
pronto desordena la oscuridad.
El nuevo académico es —nos lo acaba de decir— catalán nacido
en Barcelona, hijo de Joaquín Xirau, quien muy tempranamente
adoptó la filosofía como el único oficio capa/ de soportar. Cuando la
rebelión fascista obligó a su familia a salir de Cataluña, fueron a la
Gran Bretaña y a Francia, y luego, en agosto de 1939, vinieron a
nuestro país. Desde entonces Ramón Xirau permanece entre
nosotros y, sin perder de vista que el lugar de origen es la arcilla que
nos moldea, se ha convertido en un mexicano que no sólo ama esta
tierra sino que sabe honrarla con su pasión por la cultura. Basta con
recordar algunos títulos de sus trabajos:
Sentido de la presencia, Palabra y Silencio, Mito y Poesía, Poesía
y conocimiento, Dos poetas y lo sagrado, Poetas de México y
España, Genio y figura de Sor Juana Inés de la Cruz, Octavio Paz:
el sentido de. la palabra, Poesía Iberoamericana contemporánea,
Las playas, Dicho y escrito y Pájaros.
Paralelamente a su tarea de escritor, Ramón Xirau fue subdirector
del Centro Mexicano de Escritores, fundó la revista Diálogos del
Colegio de México y es doctor Honoris causa por la Universidad de
las Américas y por la Universidad Autónoma de Barcelona.
Actualmente es investigador del Instituto de Investigaciones
Filosóficas de la Universidad de México, profesor de la Facultad de
Filosofía de la misma casa de estudios y miembro del Colegio
Nacional. Ha recibido los premios Elías Sourasky, Universidad
Nacional y Alfonso Reyes.
En el texto que acaba de leer, enriquecido con recuerdos
personales y confesiones literarias, Xirau refleja un propósito afín a
la peculiar manera con que discurre sobre los temas elegidos. Le
importa descubrir la presencia de lo sagrado en las actividades del
espíritu, particularmente en la poesía. No lo sagrado como
suplantación de la divinidad sino como el hálito incorruptible del
creyente, puesto en armonía con la facultad de discernir. Los juicios
de Platón, Plotino, San Agustín, Descartes, Spinoza, Hegel,
Bergson, Maritain, Heidegger, acerca de la poesía —tan ajena y a la
vez tan íntima de los filósofos— aluden a vasos comunicantes entre
el pensamiento filosófico y la conciencia religiosa. Ambas, filosofía y
religión enlazadas, prestan sentido al mundo y pueden conducir a la
creación poética.
Si la filosofía es deseo de conocimiento, la poesía es ansia de
ascensión, y una y otra se conciertan en la conciencia humana.
Expresado con otras palabras: la poesía nos conduce a la
revelación; el pensamiento filosófico se dirige al Ser. Pero, parece
decir Xirau, en ocasiones acceden a juntarse en tranquila
convivencia, en instantes de silencio y reposo, y se transforman en
La noche sosegada...
la música callada,
la soledad sonora,
la cena que recrea y enamora.
A pesar de esa probable unión, la poesía y la filosofía no confunden
sus funciones. La poesía es intuitiva: ve, descubre, encuentra. La
filosofía también puede ver, pero su lenguaje es el de la
argumentación, y si es posible, el de la comprobación de lo que
afirma. Son dos vertientes por donde fluye la unidad de la condición
humana. Sobre ellas se agitan las alas misteriosas de lo místico, de
“lo mostradle no demostrable”. Por eso, animado por su seguridad
en lo trascendente, Xirau canta lo que desde un principio ha
denominado el “sentido de la presencia”, aquello que torna al
hombre en algo más que su paso por el tiempo: “En la presencia,
que es navegación hacia lo eterno.” Alguna vez, en sílabas medidas,
escribió:
No hay lugar ni espacio ni tiempo donde
estés
Tú; no hay círculos ni claras esferas.
Escuchemos, ojos mortales, en el silencio,
concentrados, vivos, atentos, en el Silencio.
Hacia tu mar penetran lentas barcas,
penetran lentamente nuestras barcas.
Por lo antes dicho —lo cual es sólo un rápido reconocimiento de las
cualidades intelectuales de Ramón Xirau— sea bienvenido a esta
casa en cuyo recinto conviven quienes creen, más allá de cualquier
contingencia, en la virtud de la palabra.
AVISO LEGAL

De la presencia de Ramón Xirau. Discurso de ingreso a la Academia


Mexicana de la Lengua 25 de octubre de 1994 con respuesta de Alí
Chumacero.

De la presencia fue publicado por la Dirección General de


Publicaciones y Fomento Editorial de la Universidad Nacional
Autónoma de México y la Academia Mexicana de la Lengua en
2010. El cuidado de la edición estuvo a cargo de Raúl Godínez.

Esta edición de un ejemplar (19 KB) fue preparada por la Dirección


General de Publicaciones y Fomento Editorial de la UNAM. La
coordinación editorial estuvo a cargo de Elsa Botello López y Camilo
Ayala Ochoa. La producción y formación fueron realizadas por
Guillermo Chávez Sánchez y Patricia Muñetón Pérez.

Primera edición electrónica en formato epub: 30 de junio de 2015.

D. R. © 2015 UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO


Ciudad Universitaria, 04510, Ciudad de México, México.
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D. R. © 2015 ACADEMIA MEXICANA DE LA LENGUA


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Prohibida su reproducción parcial o total por cualquier medio sin
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Esta edición y sus características son propiedad de la Universidad
Nacional Autónoma de México.

Hecho en México.

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