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I.

LA AVENTURA DE LA BIBLIA
(Prudencio García Pérez)

Una historia para empezar

Cuentan que un novicio le dijo a su maestro: "Padre, yo leo la Biblia con


frecuencia, pero enseguida se me olvida casi todo". El maestro entonces mandó al joven
a sacar agua de un pozo con un caldero roto y sucio. Después de una hora le preguntó:
¿Has logrado sacar agua?- Nada, nada, respondió el discípulo- Todo se sale por las
rendijas del caldero.
¿Y el caldero cómo ha quedado? Preguntó el maestro. Ah!!!, el caldero ha quedado
totalmente limpio, sin polvo ni suciedad!! Mira, le dijo el maestro: "Eso es lo que hace
en tu vida la lectura de la Palabra de Dios, aunque no se te quede casi nada en la
memoria, la Palabra divina va limpiando y purificando tu alma y, al mismo tiempo, va
eliminando las manchas de tus pecados."

1.1. ¿POR QUÉ LEER LA BIBLIA?

La Biblia es todavía hoy la gran desconocida del cristianismo. Contiene el mayor


de los tesoros: la Palabra de Dios. Pero este tesoro permanece todavía cerrado bajo llave
para la mayoría de nosotros. Nos conocemos todas las películas, todos los actores más
famosos, todas las noticias, todo tipo de juegos (parchís, ajedrez, cartas, ordenador, etc.),
los grupos de música; pero la Biblia la tenemos bien guardada para protegerla del polvo o
de la suciedad. Algunos aseguran además no tener dinero para comprarse una Biblia
barata. Otros dicen: ¿Por qué he de leer ese libro? ¿Dónde está mandado? Eso es cosa de
curas y monjas.

La Biblia es una reflexión de fe sobre la historia universal. Es un libro de


recuerdos gracias a los cuales los hombres pueden comprender su destino. En ciertos
momentos de nuestra vida tenemos que pararnos y reflexionar sobre el pasado (‘cómo
hemos llegado hasta aquí’). Algunos recuerdos están borrosos. Podemos preguntar a unos
testigos para intentar recomponer los sucesos importantes, pero cada uno de los testigos
recuerda en función de su mentalidad y de sus intereses del momento. Podemos también
buscar huellas del pasado que arrojen ciertos sentimientos del pasado: fotos, poesías,
cartas, recortes, vestidos... Todos estos elementos quizás no nos sirvan para reconstruir la
historia pasada, pero comprenderemos lo que pasó por nuestra cabeza y corazón, y eso es
lo esencial. Nuestra finalidad no es reconstruir la historia por la historia, sino ver nuestra
situación presente a través del recuerdo de las etapas de nuestra evolución interior. Esto
es lo que es la Biblia para el pueblo de Israel.

La Biblia es una interpretación de la historia. Cuando recordamos los sucesos


del pasado, también queremos descubrir la clave de lectura para su comprensión. Los
interpretamos para conocer su sentido. Esta interpretación estará influenciada por nuestra
manera de contar las cosas: si vivimos una situación de fracaso o de éxito, los hechos se

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presentarán de diversa manera ni los relataremos del mismo modo. Esto no significa que
sean falsos los diversos relatos que podamos hacer, simplemente hemos destacado nuevos
aspectos que sólo se comprenden en determinadas circunstancias.

Siempre se comprenden las cosas después. Mientras la vida sigue su curso,


nunca acabamos de entender lo que pasa. Así nuestra historia pasada es siempre releída a
la luz de lo que nos va sucediendo en la vida. La Biblia también es un retorno a ciertas
ideas del pasado reinterpretadas a la luz de los acontecimientos nuevos. Para nosotros
cristianos, el acontecimiento capital que arroja una luz decisiva sobre el pasado del
pueblo de Dios es el advenimiento de Jesucristo. Pero aunque Jesús proyecta una luz
única sobre la Biblia, esto no quiere decir que la comprendamos en su totalidad.
Necesitamos toda nuestra vida para ello y la humanidad toda su historia.

La historia de la humanidad es una historia de amor. Desde los comienzos, el


pueblo de Israel comprendió la historia como un encuentro con Dios, el Dios que ama al
hombre y le llama para unirse a él. Conocer a alguien en profundidad no es tarea fácil,
requiere tiempo. Todos nos hacemos nuestras ideas sin fundamento sobre el otro, pero el
otro nunca es como lo imaginamos. La vida se encarga de demostrarlo. Esto puede ser
fuente de desilusión o de decepción, pero también puede ser fuente u origen de un
descubrimiento maravilloso: el amor apasionado de dos seres puede dar paso al odio o a
un amor más intenso y rico todavía. Sólo la historia nos dirá que ha ocurrido. Pero la
historia depende de nosotros. Si nos cerramos al otro, nos negamos a verlo como es, el
fracaso es inevitable..., a no ser que el otro nos ame lo bastante para hacernos superar los
obstáculos. Esta es la historia del pueblo de Dios que nos cuenta la Biblia. Sus redactores
nos ofrecen los documentos que desarrollan el encuentro entre el hombre y Dios. Para el
hombre, este encuentro es terriblemente difícil. En efecto, prefiere hacerse de Dios una
idea que responda a su deseo espontáneo. Le cuesta trabajo aceptar la aventura del
descubrimiento del verdadero Dios, prefiere tenerlo todo y enseguida, tener a Dios como
alguien que le garantice la vida y el éxito, sin riesgo alguno. Pero el que no se arriesga no
podrá conocer nunca la aventura embriagadora del amor.

La Biblia nos cuenta cómo el pueblo elegido no cesa de apartarse de Dios, pero
muestra también cómo el amor de Dios por nosotros es más fuerte que nuestra debilidad,
que sale continuamente a nuestro encuentro, que se deja descubrir a través de los
acontecimientos. Con una paciencia maravillosa va tejiendo esta historia de amor, incluso
cuando el hombre siente la tentación de dejarse caer. Dios manifiesta finalmente el
esplendor de ese amor en Jesús, aquel en quien brilla la luz plenamente. Este es el sentido
que se deduce de los recuerdos del pasado en la Biblia. Esta es la reinterpretación final de
la historia humana que se nos propone aceptar por la fe. La Biblia es ante todo un libro de
espiritualidad.

La Biblia, un libro religioso distinto de todos los demás. En ella todo se centra
en Dios. Él es el personaje central y esencial, el que habla, con quien se habla, de quien
se habla. Pero la Biblia posee un rasgo que la diferencia de todos los demás libros
espirituales de la humanidad: en ella, la revelación divina se concentra en el mundo
humano, no nos traslada a un mundo distinto.

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La Biblia propone reconocer a Dios en nuestra historia concreta. Algunos
religiosos del pasado se negaron a aceptar la idea de que el Señor Trascendente se diera a
conocer a los hombres a través de una historia terrenal y tan limitada como la del pueblo
judío. Pero este pequeño pueblo es el reflejo de nuestra humanidad entera. Y a esta
humanidad es a la que se dirige para invitarla a la plenitud de vida: comer, beber, amar,
vivir con un mínimo de libertad. El Dios de la Biblia es el amigo del hombre, que se
interesa por el más necesitado, lo mismo que antes se interesó por los que erraban por el
desierto o sometidos a esclavitud en el destierro.

Finalmente, La Biblia es una luz en nuestro camino. A veces, cuando no


conseguimos ver claro en nuestra vida, cuando estamos perdidos, tenemos la suerte de
encontrarnos con alguien que nos ayuda a retornar al camino, pero pocas veces lo hace
dándonos consejos en los que se ponga en nuestro lugar o situación. Lo ordinario que
hace es reflexionar sobre su propia experiencia, y así nos ayuda a reflexionar sobre la
nuestra. Esto es lo que ocurre con la Biblia. Escrita en una época distinta de la nuestra, no
puede contestar a todas las preguntas concretas, ya que los redactores no están en nuestro
lugar; pero oyéndoles comunicar sus descubrimientos, sus dudas, sus dificultades, sus
certezas repentinas, podemos nosotros encontrar la luz en nuestro propio camino. Esta
posibilidad de entrar en comunicación con la revelación de Dios según la transmiten esos
testigos, es lo que llamamos gracia. Es decir, un don de Dios. Él es el que concede ver
claro y de esta forma vivir auténticamente. La revelación de Dios nos invita a hacer de
nuestra vida una historia parecida a la de la Biblia: una aventura del descubrimiento de
Dios en el amor. Y lo hace proponiéndonos entrar en diálogo con los hermanos, unirnos
al pueblo que no cesa de meditar en la palabra.

1.2. ¿QUÉ ES LA BIBLIA?

1. La Biblia es una biblioteca

El término ‘Biblia’ viene del griego “biblos” que significa ‘libro’. “Biblía”es la
forma plural del término, por lo que no estamos hablando de un solo libro, sino de una
colección de 73 libros (AT 46 y NT 27). Como toda buena biblioteca, no todos los libros
hablan de lo mismo, sino que unos son de historia, otros de poesía, refranes, crónicas,
cartas, sermones, salmos, himnos, etc.

Si comparamos la Biblia en su conjunto con los medios de comunicación actuales,


podríamos decir que se parece a un “periódico o diario”. Cada parte o libro tiene una
valor distinto y hay que examinarlo dentro de las circunstancias en que se usa: no tiene el
mismo valor una poesía que una crónica histórica; o una noticia internacional que un
proverbio. Todo debe ser examinado, comprendido y valorado en su grupo y en su lugar.
Por eso, citar una frase o mantener una costumbre bíblica fuera de su contexto es absurdo
y no tiene ningún valor. Es como decir que una ley del gobierno tiene tanto valor como
un anuncio en el periódico.

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Al leer un texto bíblico lo primero que hay que preguntarse es qué es lo que el
autor quiso decir, qué situación estaba viviendo cuando se escribió ese texto y más tarde
que es lo que me quiere decir a mí, cuál es su mensaje hoy, para mí y en estas
circunstancias concretas. La Biblia no es para sabérsela de memoria, es para vivirla, pues
en ella se encuentra el misterio o el secreto de nuestra salvación y felicidad. Un secreto a
la vista de todos.

2. Érase una vez la Biblia (historia del texto bíblico, desde los orígenes hasta hoy)

La Biblia en cueros o papiros. Al principio el papel no existía, todo se escribía a


mano (manuscritos) sobre "papiro" egipcio, muy costoso, o sobre cueros de cabra
(pergaminos). Un lujo que pocos se podían permitir.

A los monjes les gustaba copiar. Durante la Edad Media (s. V-XIV) los
monasterios se convierten en divulgadores de la Sagrada Escritura. Miles de monjes
dedican su vida entera a estudiarla, copiarla y difundirla. Para ello se utilizaban dos
sistemas: el monje solo la copiaba a mano en su celda o los monjes que trabajaban en
grupo. Los monjes amaban la Biblia y por ello hicieron todo tipo de copias: biblias
rimadas para ser aprendidas de memoria, con dibujos para lo analfabetos y adornadas con
oro y piedras preciosas.

Antes una Biblia costaba un ojo de la cara. En la antigüedad, para poseer una
Biblia se necesitaba la piel de 200 cabras, fabricar la tinta y la vida entera de uno o más
copistas (un precio aproximado de 20 millones de pesetas). Con la invención de la
imprenta por Gutemberg en 1452, se necesitaban las pieles de 160 terneros para imprimir
un ejemplar de la misma (por el precio de unos 2 millones de pesetas). Por eso la gente
no tenía acceso a la lectura de la Biblia, porque había muy pocas y muy caras para ir de
mano en mano.

La Biblia. ¿Qué versión de ellas? Hoy tenemos muchas versiones de la Biblia en


todas las lenguas y en español también: Nácar-Colunga; de Jerusalén; Latinoamericana;
de Alonso Schokel; Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera; pastoral; "Dios habla hoy",
etc. ¿Cuáles son sus diferencias? Hay tres principales diferencias: las traducciones, las
notas y el número de libros incluidos.

Las versiones protestantes suprimen los libros de la Sabiduría y de los Macabeos


en el AT y, a veces, la epístola de Judas y de Santiago en e NT. Normalmente no tienen
notas a pie de página o aclaraciones. Tanto las versiones católicas como las protestantes,
se diferencian en las traducciones. Unas hacen traducción literal del griego o hebreo,
otras adaptan el texto original al sentido para nosotros hoy o para el nivel cultural del
lector.

La Biblia fue escrita en periodo de unos mil años, su mensaje es permanente.


La Biblia es la confesión de fe de una comunidad determinada, pero, al mismo
tiempo, es la revelación que Dios nos hace de sí mismo a través de esa comunidad.
Todavía más, la Biblia entera es un llamamiento a que sigamos a Cristo en la misión

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de hacer presente el Reino de Dios en nuestro mundo. Cada vez que leemos la Biblia
tenemos que preguntarnos: En este texto, ¿qué me dice Dios a mí, aquí en Taiwan, en
estas circunstancias?

El Concilio Vaticano II dice que en la Biblia se nos revela todo lo que importa
para nuestra salvación, la nuestra, no la de los hombres de hace 2000 o 4000 años.
¿Encontramos nosotros ese mensaje?

3. La lengua y mentalidad bíblica

La Biblia fue escrita en oriente y para orientales. Esta marcada por la cultura
oriental: fue escrita por judíos y para los judíos. Puede que haya cosas que se nos escapen
porque no pertenecemos a esa cultura ni tenemos su mentalidad. No basta con traducir
literalmente, hay que traducir su mentalidad.

El AT fue escrito en hebreo. Esta lengua al principio no disponía de vocales, lo


que daba lugar a muchos errores de traducción. Por ejemplo, Miguel Ángel cuando hizo
la escultura de Moisés le puso cuernos, porque leyó el texto de Ex 34 que traduce el
término “krn” (keren) por “cuernos”, mientras que hoy sabemos que es “karan” que
significa resplandor. Lo mismo sucedería en español si para “casa”nos dan “cs”,
podríamos pensar en “cesa”, “cosa”, cose.

El superlativo no existe en hebreo, para ello reduplican la expresión. Para decir


“santísimo”, dicen tres veces santo, santo, santo; o también “el santo de los santos”. Así
“el cantar de los cantares”, “huesos de mis huesos y carne de mi carne”, etc.

La lengua hebrea es bastante pobre de términos. Una misma palabra se emplea


con significados muy diversos: “ruah” significa viento, brisa, soplo, aliento, vida, fuerza,
movimiento, espíritu. Simplificando, significa “viento” y “espíritu” en la Biblia, llevando
a equívocos en la interpretación (ver Jn 3,8; Hch 2,1-4).

La mentalidad hebrea es práctica y concreta, no existen conceptos abstractos.


Ellos no se preguntan por la esencia de las cosas o los seres, qué soy yo o qué es eso en sí
mismo, sino que buscan conocer la relación de las cosas o seres con ellos, cómo los
perciben; lo que no se percibe no interesa. Por ejemplo, en la creación se habla que “Dios
creó el universo de la nada”: el concepto “nada” es abstracto y para los judíos no tiene
ningún sentido. Así pare expresar con palabras comprensibles el sentido de nada, dicen
que “nada” es el caos, el desorden, lo que no es orden o civilización. Así Dios creó el
universo poniendo orden donde había desorden. Lo mismo sucede a la hora de explicar la
“sabiduría de Dios”, la personalizan tanto que al final se convierte en un alguien personal.

El género literario “apocalíptico”. Se trata de visiones del futuro con discursos


moralizantes para resolver cuestiones concretas, usando un lenguaje simbólico, difícil de
entender sin una explicación adecuada (véase el Apocalipsis). El objetivo de la
apocalíptica es señalar la llegada del final de los tiempos, del Reino de Dios, con señales
evidentes, generalmente marcados por catástrofes y cataclismos que sirven de inicio a un

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mundo totalmente renovado y distinto. La palabra ‘mundo’ para los judíos no tiene el
mismo significado que para nosotros: para ellos no es la bola de mundo, con los planetas
y las estrellas, sino el “fin del mundo”para ellos es el fin de una situación conocida, el fin
de una forma de vida y el inicio de otra: el fin de la opresión y la explotación a la que
estaban sometidos y el inicio de una vida libre y justa.

El simbolismo de los números. El número siete (7): cuando en la Biblia alguien


dice que ha hecho algo durante siete veces, en realidad dice que lo ha hecho
perfectamente, completamente. El número 7 es el número de la perfección. Por ejemplo,
el Padrenuestro: tiene siete peticiones, pero para la mentalidad hebrea se trata de una
petición, pedida de 7 formas distintas, y por lo tanto, una petición perfectamente pedida.
La petición sería “venga a nosotros tu Reino”: si tu Reino viene, será santificado tu
nombre, se hará tu voluntad, tendremos pan para compartir, nuestros pecados serán
perdonados, no caeremos en la tentación y seremos librados del mal. ¿Qué más se puede
pedir? Nada más, lo demás se nos dará por añadidura (Lc 12,31). Otros números
simbólicos o perfectos en la Biblia son: 4 (totalidad cósmica o plenitud de algo):
bienaventuranzas, cuatro en Lucas y ocho en Mateo; 12 (número perfecto para designar la
totalidad del pueblo de Dios: las doce tribus de Israel, los 144000 del Apocalipsis; 40
(indica un periodo muy largo de tiempo).

El concepto hebreo de “sabio” no tiene el mismo significado que el nuestro.


Sabio y sabiduría para nosotros significa conocer la esencia de las cosas, conocer la
ciencia y dar razón de ella. Para los judíos, “sabio” es el que sabe vivir, el que tiene éxito
en la vida y, por consiguiente para el hombre religioso, el que cumple lo que Dios quiere
de él. El caso de Salomón es un ejemplo claro: la cultura occidental lo llama sabio por su
ciencia y conocimiento de los enigmas; para los judíos era sabio por que supo vivir bien y
tuvo éxito en su vida. Pero en su vida pública, no fue un político equilibrado, ni un
gobernante acertado, ni un administrador prudente. De hecho, ejemplos de su sabiduría
sólo tenemos uno (1 Re 3,16-28).

Algunos ven milagros por todas partes (Lc 22,7-13; Mc 14,12-16; Mt 26,17-
19). El pasaje del mandato de Jesús a los discípulos de ir a Jerusalén a preparar la pascua
y cuando encuentren a un hombre con un cántaro seguirle, que allí es, muchos
predicadores lo identifican con un milagro de Jesús, un milagro de su conocimiento del
futuro y de las cosas ocultas. En realidad, Jesús era un gran observador y conocedor de la
mentalidad y de las costumbres judías, pues en Israel, un hombre que va a por agua a la
fuente, significa que no está casado todavía, que no tiene mujer; si la tuviera iría ella. Y
como hombre soltero, no tiene familia con quien celebrar la Pascua y puede recibir a un
grupo grande en su casa.

En el texto de la conversión, ¿De dónde se cayó San Pablo? (Hch 9,1-9; 22,6-16;
26,12-18). Las pinturas de la conversión de San Pablo, lo representan cayendo de un
caballo, pero el texto bíblico no dice nada de eso, sólo dice que ‘cayó por tierra’.
También, cuando el apresamiento de Jesús, éstos “caen por tierra” y se les representa en
los cuadros como caídos de espaldas. En la mentalidad hebrea “caer por tierra”, “caer
rostro en tierra” es el gesto habitual o la expresión normal de quien se siente delante de

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la presencia de Dios, porque para los judíos ver a Dios cara a cara significaba morir, por
eso que su rostro mire a la tierra cuando se hallan delante de él (Ex 33,18-20). El mensaje
de estos textos es muy teológico, significando que Jesús es el mismo Dios, que se revela a
Pablo y que reconocen los enemigos de Jesús.

¿Cómo te llamas? En la mentalidad hebrea, el nombre de una persona significa la


naturaleza, cualidad y esencia de esa persona. Conocer el nombre de una persona,
significa conocer su realidad más íntima, sus secretos, su destino e incluso tener un cierto
poder sobre él. Por eso, cuando Moisés le preguntó a Dios por su nombre, éste respondió:
‘soy el que soy’ (Ex 3,13-14). Ningún hombre puede conocer a Dios en su totalidad o
tener un poder sobre él. En hebreo, el nombre de Yahvé se escribe con cuatro consonantes
YHWH (tetragrama), que los judíos no se atrevían a pronunciar por respeto, y que se
traduce por Yahvé. ‘Poner un nombre a algo’ significa asignarle el oficio que tiene que
desempeñar y declararse superior a él. (Jesús le pone el nombre de Pedro, a Simón; Adán
pone el nombre a todos los animales de la tierra).

En la mentalidad hebrea, las palabras no vuelan ni pasan. Los israelitas tenían


una mentalidad nómada, y para los nómadas, la palabra es tan importante como lo es para
nosotros el oro: la poesía y la palabra de Dios se comunicaban oralmente de padres a
hijos y las conservaban como si fuera un tesoro. En el desierto, los nómadas no podían
ejercitarse en la escultura, la pintura, la escritura, la arquitectura, etc.; así pues los
israelitas sólo tenían el uso de la palabra, y ésta calma la carencia de las demás artes. Para
un judío el hombre que domina el uso de la palabra no es un hombre cualquiera, es un
personaje sagrado: un rey, un jefe, un sacerdote, un sabio, un curandero, etc (los jefes del
pueblo para poder ejercer su autoridad y poder debían ser grandes oradores, de lo
contrario tenían que renunciar o eran obligados a ello por las malas). Además, Dios habla
por medio de él. Así, la palabra esconde un gran poder: poder de matar o curar; traer
alegría o tristeza; desencadenar la cólera, la ira, la venganza, la guerra. Quien domina la
palabra puede suscitar alegría, paz, amor, amistad, etc. Esta palabra tiene una importancia
capital en la Biblia, por eso no se puede jugar con ella, pues la palabra permanece y se
cumple siempre (las bendiciones y las maldiciones en la Biblia, desde este punto de vista,
juegan un papel destacado). Ver el valor de Jesús y su palabra en el NT.

4. Las diversas redacciones o etapas de la Biblia

En el principio existía la palabra. En la creación de la Biblia se comenzó con el


lenguaje oral, de padres a hijos, de generación en generación. Todas las tradiciones, las
alianzas, las normas de conducta, las confesiones de fe en Dios, etc., eran transmitidas de
boca en boca y aprendidas de memoria. Para nosotros, acostumbrados a los libros, la
memoria no es tan importante, pero para ellos esta memoria era vital, garantía de la
continuidad de su historia, vida y tradiciones: “dar la palabra” significaba cumplir lo
prometido; ‘jurar en falso’ podía llevar a la persona a la condena a muerte; ‘bendecir o
maldecir’ indicaba el cumplimiento de esa palabra buena o mala. Las palabras con su
contenido permanecían siempre, nunca pasaban sin haber realizado lo dicho, no estaban
vacías de contenido. El hombre que desconocía su ‘árbol genealógico’ era un extranjero
en todas partes, un hombre sin derechos. Las tradiciones familiares eran la ley; la forma

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de actuar eran las normas morales. Quien no tenía alianzas o pactos conmigo era mi
enemigo, quien no tenía alianzas con mi familia ni adoraba mi mismo Dios era mi
enemigo. De ahí la enorme importancia de todo lo que se transmitía de palabra.

El comienzo de la Biblia no está en el Génesis ni el final en el Apocalipsis. Los


libros de la Biblia no comenzaron a escribirse por este orden. Probablemente, lo primero
que paso de la literatura oral a la escrita, sean las confesiones de fe anuales del pueblo
para la renovación de la alianza con Yahvé y también las genealogías familiares (quizás
algunos trozos similares a Dt 26,5-10). De estos textos breves, fueron surgiendo
preguntas en torno al tema, que dieron lugar a ampliaciones hasta llegar a formar libros
enteros (como Génesis, Éxodo y Jueces). En el NT el texto que quizás ha originado los
evangelios y otros escritos podría ser Hch 2,22-38.

El método de la Historia de las formas y de las tradiciones. Este método,


inventado por expertos biblistas alemanes, quiere explicar el origen de los libros de la
Biblia, determinar qué grado de historicidad tienen, todo ello mediante el estudio de los
géneros literarios usados por sus autores, pues éstos son el espejo para conocer el
ambiente social y religioso de la época. También comparan los textos bíblicos con otros
similares precedentes de las culturas vecinas, para comprender mejor la Biblia. Más
tarde, siguen los estudiosos de la historia de las tradiciones, que pretenden descubrir los
diversos momentos que pasaron desde su tradición oral hasta su redacción final. Los
libros de la Biblia no los escribió un solo autor ni tienen un orden o esquema bien
determinado, como hoy sucede en la literatura moderna. Los libros de la Biblia son el
producto final de un largo y complejo proceso de constante transformación del texto. Por
poner un ejemplo: la mayoría de los expertos en Biblia considera que muchos relatos
evangélicos y dichos de Jesús, no son otra cosa que una creación literaria basada en un
hecho o dicho real e histórico de Jesús. En otras palabras, la forma no es histórica, pero la
base de contenido es histórica o verdadera. Algunos autores dicen que en algunos casos
hay que examinar también el contenido (por ejemplo, algunas parábolas moralizantes).

En el AT el proceso de redacción de los libros ha sido casi eterno, fruto de


muchos siglos. Actualmente se reconocen cuatro redactores o fuentes principales (otros
también intervinieron, pero es imposible averiguar en qué medida) en la redacción de los
libros del AT: Yavista, Elohista, Deuteronomista y Sacerdotal.

El Yavista, recibe este nombre por usar únicamente el nombre ‘Yahvé’ al hablar
de Dios. Podría ser alguien del sur de Palestina, nacido en los años 850 a. C. Su misión
fue recoger, revisar y completar las tradiciones sagradas existentes sobre el pueblo de
Dios. En la tradición yavista, Dios se describe con características humanas (expresiones
antropomórficas); sus narraciones reflejan una amplia conciencia moral, nada estricta o
estrecha; habla de una dimensión universal de la salvación (para todos los pueblos), y se
vincula a la llegada de una figura personal.

El Elohista usa siempre el nombre ‘Elohim’ para referirse a Dios. Podría ser
alguien del norte de Palestina, hacia los años 722 a. C. Su misión era también la de
recoger, corregir y completar las tradiciones sagradas, orales o escritas, sobre el pueblo.

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Esta tradición hace de Dios un ser espiritual, lejano del hombre, a quien no se puede ver y
se manifiesta a través de sueños. Su conciencia moral es más estricta, Dios otorga su
espíritu a Moisés y al pueblo, la salvación no se espera de una sola persona. Parece haber
sido escrita en un tiempo cuando abundaban grandes profetas.

El Deuteronomista es considerado el redactor del libro del Deuteronomio, en


Jerusalén, hacia el año 623 a. C. El Deuteronomista sabe que Yahvé es el Dios de Israel e
Israel es el pueblo elegido; es un redactor muy nacionalista, amante de la liturgia y del
culto centralizado. Este redactor subraya sobre todo la trascendencia divina.

El Sacerdotal fue escrito hacia el 450 a. C., probablemente bajo la influencia del
profeta Ezequiel. Quizás pertenece al círculo sacerdotal de Israel y fue redactado a finales
del exilio en Babilonia. El Sacerdotal polemiza con los mitos babilónicos; da gran
importancia a la celebración del sábado, a la circuncisión y a la sinagoga; también a los
sacrificios y a los sacerdotes; esta tradición domina el libro del Levítico, casi toda la
segunda mitad del Éxodo y los primeros y últimos capítulos del libro de los Números.

En el NT, cristianismo primitivo, aparecen rápidamente los ‘evangelios’, que


quiere decir: el mensaje de salvación comunicado oralmente, cuyo contenido es Jesús, en
quien se hace presente el Reino de Dios. Al principio hubo más de 60 evangelios sobre
Jesús, poco a poco la comunidad cristiana fue descartando a los considerados falsos y se
quedó con sólo cuatro tradiciones o evangelios. Los evangelios no pretendían hacer una
biografía de Jesús, sino dar testimonio de la fe en Él; despertar y robustecer la fe en
Jesús. No eran una exposición de los dichos y hechos de Jesús en una situación histórica
determinada, sino invitar a los oyentes a hacer una opción por Jesús, presente para cada
uno en el culto de la comunidad cristiana.

El Nuevo Testamento tiene gran variedad de géneros literarios: el Apocalipsis o


las cartas de Pedro. El Apocalipsis de Juan quiere fortalecer a los cristianos de Roma
durante la persecución de Domiciano, invitándoles a confiar en Dios a pesar de los
inmensos sufrimientos y tragedias: Dios conduce sabiamente a la historia y todo
terminará en el triunfo de Cristo, simbolizado en el triunfo de un cordero.

Abrir los ojos para descubrir la realidad. En los evangelios hay relatos que
proceden de Jesús y otros que son creaciones de la comunidad cristiana. A veces los
textos bíblicos expresan hechos históricos en formas simbólicas, otras veces expresan
hechos desconocidos para el hombre usando la forma de un relato histórico. En
definitiva, es en la Resurrección donde se les reveló a los apóstoles la inauguración del
Reino de Dios y, para ellos, ese fue el núcleo de su mensaje, lo más importante de su
predicación, lo que les descubrió plenamente el sentido de la vida histórica de Jesús.

El encuentro con Jesús no es arqueológico ni erudito o libresco, sino existencial,


vivencial, y por eso en la predicación del Evangelio, aún con expresiones ampulosas o
recargadas, lo que se proclama es la salvación que Dios ofrece en Cristo, modelo del
hombre nuevo para una sociedad nueva.

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5. El canon de la Biblia

Los libros de la Biblia han sido ‘inspirados’ por Dios. A pesar de toda esta
historia de revisiones, refundiciones y paso por distintas manos, la Iglesia reconoce esta
colección de escritos como "inspirada" por Dios y afirma que cada uno de estos libros
contiene sin error cuanto afecta a nuestra salvación. Así lo dice el Concilio Vaticano II:
"Hay que confesar que los libros de la Escritura enseñan firmemente, con fidelidad y sin
error, la verdad que Dios quiso consignar en las sagradas letras para nuestra salvación".

También existían en la época de Jesús otros muchos escritos que ahora no son
admitidos como "inspirados" ni por los judíos ni por los cristianos. A estos escritos les
llamamos ‘apócrifos’. Un relato del famoso historiador judío Flavio Josefo, a fines del
siglo I d. C., nos dice lo que pensaban los judíos de la época sobre el montón de libros
que eran considerados ‘inspirados’ entre el pueblo. Dice: "Desde Artajerjes hasta nuestros
días, todos los sucesos han sido narrados; pero no se da a estos escritos el mismo crédito
que a los precedentes, puesto que no ha habido ahí sucesión continua desde los profetas.
Los hechos muestran con qué respeto nos acercamos a nuestros propios libros. Después
de transcurrir tantos siglos, nadie se ha permitido hacer ninguna adición, ningún corte,
ningún cambio. Es cosa natural para todos los judíos, desde su nacimiento, pensar que ahí
(en la Biblia) tienen las voluntades divinas, respetarlas, y, en caso necesario, morir
gozosamente por ellas".

Esta representa la opinión oficial, no popular, entre los judíos de aquel tiempo.
Sólo por aducir un caso más, sabemos que los judíos que vivían fuera de Israel (en la
diáspora) admitían como "inspirados" otros siete libros: Tobías, Judit, Sabiduría,
Eclesiástico, Baruc, los dos libros de los Macabeos, Ester y Daniel (de estos dos últimos,
sólo algunos trozos). Es la versión alejandrina o de "los 70" (hecha en griego en Egipto),
y que fue la más reconocida en el siglo II a.C.

En el siglo I d. C., entre los judíos ya se aceptaba oficial y religiosamente a un


grupo de libros como "inspirados". Muchos libros del género apocalíptico quedaron
descartados, a pesar de la enorme aceptación popular que tenían. El cristianismo se
encuentra ya con esta selección y hasta el año 150 más o menos los aceptó como
"inspirados". Durante los primeros 200 años del cristianismo abundaron los escritos que
pretendían satisfacer la curiosidad por conocer detalles sobre Jesús, su familia, su
infancia, etc. Tales escritos, aunque en muchos lugares tuvieron gran aceptación, fueron
rechazados por la comunidad cristiana, que nunca los admitió oficialmente como
"inspirados". En esa línea se presentaron más de 60 "evangelios" para que fueran
aceptados por la comunidad y escritos de los apóstoles: "Hechos de Pedro", "Hechos de
Santiago", "Hechos de Juan", Apocalipsis de Pedro, Apocalipsis de Santiago, etc.
Sabemos, por el contrario, de cartas legítimas de apóstoles, cartas que estuvieron en
manos de la comunidad cristiana y se perdieron con el paso del tiempo. También sabemos
que algunos de los escritos considerados "inspirados", no pertenecen al autor que se les
atribuye: por ejemplo, la carta a los Hebreos no es de San Pablo.

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En el Concilio de Nicea, año 325 d. C., se hizo oficial la primera selección.
Escritos hasta entonces considerados en muchas comunidades como "inspirados" por
Dios, fueron rechazados definitivamente. Por ejemplo, un libro llamado "El Pastor", de
un tal Hermas, que era hermano del entonces obispo de Roma. Y libros que hasta
entonces rechazados por algunas comunidades, fueron puestos entre los "inspirados" por
Dios: por ejemplo, el Apocalipsis de Juan.

¿Qué es el "canon" de la Biblia? Es la lista oficial de los escritos que la Iglesia


ha reconocido como "inspirados". La Iglesia Católica consideró a los libros de la Biblia
Vulgata (popular traducción de San Jerónimo al latín, del siglo IV) como libros
"inspirados" por Dios para nuestra salvación (estos son denominados “libros canónicos").

Los protestantes, dando crédito a las razones seriamente aducidas por Lutero,
discutieron la "inspiración" de algunos de los libros incluidos en la "Vulgata". El
Concilio de Trento, en el s. XVI, volvió a discutir el asunto y terminó por aprobar
definitivamente, para los católicos, el "canon" que todavía hoy permanece. Los libros
considerados desde siempre como inspirados son los "proto-canónicos", los que los
protestantes no aceptan como totalmente inspirados son los "deutero-canónicos".

¿Cuáles fueron los criterios de selección empleados? Para el AT, la Iglesia se


guió principalmente por la práctica y enseñanza de Jesús y sus seguidores, que
consideraron al AT como "inspirado". Se tomaron tanto los libros aceptados por los judíos
residentes en Palestina como los de aquellos viviendo en la diáspora.

Para el NT, el criterio de decisión fue el de la "apostolicidad" del escrito. Es


decir, que la Iglesia aceptó como "inspirados" aquellos escritos que creía habían sido
redactados por los mismos apóstoles o por alguien que había mantenido un contacto muy
estrecho con algún apóstol. Originalmente pues, la apostolicidad de un escrito era criterio
de autoridad para su aceptación como "inspirado".

¿Cuál es el criterio decisivo? La aceptación como tal por parte de la Iglesia.


Si la Iglesia tiene la gracia, el carisma o don para interpretar válidamente la Sagrada
Escritura y así darla a conocer a sus miembros, entonces también tiene la gracia, el
carisma y don de definir y conservar el "canon".

Conclusiones a tener en cuenta sobre el "canon":

a) Lo que está revelado por Dios en la Sagrada Escritura es lo que tiene que ver
con nuestra salvación; lo que no la afecta, no. Esto significa que la Biblia no pretende
hacernos físicos, biólogos, historiadores o geógrafos, sino creyentes. La Sagrada
Escritura no pretende revelarnos nada de ninguna de esas ciencias, sino lo que tiene que
ver con nuestra salvación, con la salvación de los seres humanos como centro de la
creación.

b) Toda la predicación eclesiástica, como toda la religión, debe alimentarse de la


Sagrada Escritura y dirigirse por ella. "Si uno predica, sean éstas palabras de Dios" (1 Pe

11
4,11). No se puede, pues, predicar ni enseñar nada que vaya en contra de la Sagrada
Escritura y que, de alguna manera, no encuentre su fundamento en ella y en la
interpretación multisecular que la Iglesia ha dado de la Sagrada Escritura.

c) El magisterio ejercido por los obispos "no está por encima de la Palabra de
Dios, sino al servicio de ella", afirma el Concilio Vaticano II.

6. La división actual de la Biblia

La Biblia que utilizamos en la actualidad tiene capítulos y versículos. La división


en capítulos se realizó en el s. XIII (por el obispo inglés Esteban Langton en el año 1226)
y la división en versículos corresponde al s. XVI (concretamente en 1551). Fue una
edición francesa la primera que usó los capítulos y versículos que ahora conocemos,
editada e impresa por el francés Robert Estienne, con traducción francesa, texto en griego
y en latín. Martín Lutero, tan buen conocedor de la Biblia, sólo conoció la división en
capítulos de una Biblia inglesa del siglo XIII y así la usó. La división en capítulos, muy
útil para citar la Biblia, puede destruir el sentido de un relato si lo corta inoportunamente.

Las primeras Biblias se escribían con letras mayúsculas y sin signos de


puntuación. Este dato nos hace sospechar que tal problema podía influir en el cambio del
sentido de lo escrito. De lo dicho se desprende que interpretar y estudiar la Biblia con
detenimiento no es tarea fácil, pero sí importante. En todo caso, su mensaje fundamental
es fácil de captar, y con la práctica hasta los detalles resultan accesibles.

1.3. ¿CÓMO LEER Y ESTUDIAR LA BIBLIA?

Hay una gran diferencia entre leer la Biblia y estudiar la Biblia. Leer significa
hacerle decir al texto algo para mí, hoy. Estudiar, sin embargo, implica el uso de unos
métodos concretos que nos ayudan a descubrir la distancia entre el texto y nosotros,
implica una lectura desde fuera, sin ponernos nosotros al centro del texto.

Hoy existen muchos métodos para el estudio de la Biblia: estructuralista,


materialista, psicológico, histórico crítico, popular, etc.

Ninguno de ellos es perfecto en sí mismo, se completa con los otros: cada uno
ofrece una visión desde un punto de vista diferente.

Por tanto, a la hora de estudiar el texto bíblico y compartir las experiencias


aportadas por el mismo, vamos a recurrir a dos tipos de método: uno, científico y, otro,
popular.

1. Método científico: Lectura sincrónica

a. PRIMER CONTACTO: Leer el texto y señalar vuestras reacciones personales:


lo que os gusta, lo que os sorprende, lo que os plantea cuestiones, etc.

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b. ESTUDIO DEL TEXTO: Repasar el texto sin leer las notas que aparezcan en
vuestra Biblia y subrayar lo siguiente (se pueden usar lápices de colores para que resulte
más fácil de distinguir):

- Las palabras o expresiones que se repiten, sinónimos, palabras pertenecientes


a la misma familia o que se oponen radicalmente;
- Los protagonistas (personas o cosas): indicar lo que hacen, lo que dicen, lo
que les sucede, etc.
- Los lugares, los movimientos, los desplazamientos de un sitio a otro: ver
también su relación con los personajes o su importancia en el texto.
- Los tiempos de los verbos: no es lo mismo usar el presente, el pasado o el
futuro.
- Otras indicaciones que puedan aparecer...

A partir de estos datos, investigar lo que pasa en el texto: es lo que se llama,


lectura en preguntas: ¿Quién hace o busca algo? ¿Qué es lo que hace o busca? ¿A quién
ayuda esa búsqueda? ¿Quién se opone o a qué se opone? Desde el principio del texto al
final, ¿se observa algún cambio o transformación? ¿De quién o de qué? ¿Cómo se ha
producido? ¿Por qué etapas ha pasado? ¿Gracias a quién o a qué se ha logrado la
transformación?

c. EL TEXTO DENTRO DEL CONTEXTO: El texto en estudio forma parte de un


conjunto más grande: un capítulo o un libro entero. El texto tiene sentido en sí mismo,
pero su sentido es más rico si se lee en relación con el contexto próximo (capítulo
precedente y siguiente) y con el contexto remoto (el conjunto del libro). Así tendremos
que preguntarnos: ¿Cómo se une a los capítulos precedentes y siguientes o a todo el
libro? ¿Qué lugar ocupa dentro de este conjunto? ¿Qué novedades aporta al conjunto?

d. EL TEXTO DENTRO DE SU ÉPOCA: Podéis haceros las siguientes


preguntas: ¿En qué época se escribió este texto? ¿Cuál era la situación del pueblo, del
autor o del protagonista en aquél momento? En aquella época, ¿tenían un sentido especial
o particular ciertas palabras o expresiones? ¿Cuál es el género literario de este texto?
¿Existen textos parecidos a éste dentro o fuera de la Biblia? Si hay parecidos, ¿cuáles son
los parecidos y cuáles las diferencias?

Los textos bíblicos han sido producidos por una comunidad y para ella. ¿Quién
habla a quién? ¿Cuál es la pregunta a la que quiere responder? Es lo que se llama
“descubrir la intención del autor”.

e. VERIFICACIÓN DE LOS DATOS OBTENIDOS: Mirar a las cuestiones


escritas al inicio del estudio del relato y ver si ahora podéis dar una respuesta satisfactoria
a todas ellas. Esta es la verificación del análisis.

f. LEER EL TEXTO DE NUEVO (ACTUALIZACIÓN): Con todos los datos e


informaciones adquiridas, ¿Qué sentido tiene el texto para vosotros, hoy? ¿Qué es lo que
os invita a vivir? ¿En qué os ayuda?

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2. Método popular: lectura actualizada y compartida

a. FINALIDAD DEL MÉTODO: descubrir al Dios de la Biblia presente en nuestra vida


de todos los días, un Dios que quiere relacionarse con nosotros y animarnos a vivir a
fondo.

b. CONDICIONES para su funcionamiento:


- Todos tienen algo importante que decir y que los demás no saben. Respeto de
todas las opiniones posibles.
- Se necesita un animador que prepare, oriente y conduzca la reunión (como un
avión necesita a un piloto, así estos grupos necesitan una persona encargada).

c. DESARROLLO DEL MÉTODO, a partir de un estudio concreto:

LA PROMESA DE DIOS A ABRAHAM


(Texto: Gen 15,1-7: Porque creyó, fue considerado justo)
1. Palabra o frase clave del texto: YO SOY TU SEGURIDAD
2. Análisis de nuestra realidad: reflexión sobre la situación del hombre en el mundo
actual y formulación de preguntas para conocer a fondo esta situación.
¿En quién ponemos nuestra seguridad?
¿Cuál es nuestra misión en el mundo, en la sociedad, en la familia?
¿En este mundo qué quiere Dios de mí y de nosotros?

Hoy día no pensamos en el futuro de todos, sino en nuestro futuro personal.


Procuramos asegurarlo a través de los medios que tenemos a disposición: el dinero, el
trabajo, la lotería, las amistades importantes, seguros de vida, posición social, proyectos,
técnicas, diplomas, coches, producción...

Las mil promesas divulgadas por la publicidad. Promesas falsas que ahogan la gran
promesa de Dios escondida en la vida: desvían al pueblo de la fe en Dios y en sí mismo;
cierran el camino hacia el gran futuro que Dios ofrece a todos e impiden recuperar su
bendición.

Dios no acepta la falta de fe del hombre y tampoco acepta que esta falta de fe se
esconda detrás de proyectos piadosos y bonitos. El hombre pretende que Dios acepte sus
proyectos personales como si éstos fueran la promesa y la voluntad divina. Sin embargo,
Dios no acepta este juego. No admite que el hombre se adueñe de sus promesas. La gente
no consigue usar a Dios y obligarlo a seguir su camino.
3. Leer el texto y entenderlo:
Gen 15,1-7

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4. Profundizar el texto:
“No temas yo soy tu protector (tu seguridad); tu recompensa será grande”.

Dios promete a Abraham tierra, propiedad, descendencia.

Dios le dice: “Abraham, tú serás padre de un pueblo numeroso”. La fe le ofrece un


futuro, pero la realidad es otra; ellos ya son viejos y Sara no ha tenido nunca un hijo, ni lo
puede tener. Ese pueblo nunca va a nacer. Abraham debía creer en sí mismo y en Sara.
Pero no creyó y buscó otra fórmula para que se cumpliera la promesa: “Ya que no me das
descendencia tendré por heredero al hijo de mi esclava” (Gen 15,3).

Dios no acepta la propuesta de Abraham: “No te heredará Eliezer... (Gen 15,4).

La promesa de Dios sigue en pie e incluso es aumentada, pues le dice que su


descendencia será tan numerosa como las estrellas del cielo (Gen 15,5).

El futuro que Dios le prometía tenía que nacer de Abraham. No le permitía buscar
otro sustituto.

Abrahán optó por Dios, creyó en la Palabra de la promesa, aunque en la realidad no


tenía nada, ni tierra, ni hijo. Empezó a creer que el futuro bendecido por Dios tenía que
ser de él mismo, de “un hijo de sus entrañas.

Ahí fue donde empezó a ser Abraham. “Creyó Abraham y por eso Dios lo
consideró justo”.

En la Biblia, se llama “justo” al que vive según la voluntad de Dios, no sólo en la


relación con los demás sino también en la relación con el propio Dios. Sin esta justicia en
relación con Dios, la otra justicia en relación con los hermanos nunca será completa. Pues
el fundamento de la justicia y de la fraternidad es Dios mismo.

La promesa es la primera gran revelación de Dios en la Biblia. En esta revelación,


Dios se manifiesta con dos características muy marcadas: 1ª, como Dios peregrino, es
decir, no vinculado a un lugar, a una situación, a una determinada instalación; 2ª, como
Dios protector, es decir, como Dios que defiende, ayuda y da seguridad en cualquier
situación y en cualquier circunstancia. Así es el Dios de la historia de la salvación, el
Dios de los creyentes, nuestro Dios. Y lo es aunque a veces parezca todo lo contrario. La
promesa de Dios no falla.
5. Diálogo comunitario:
1.- ¿Para qué sirve esta “historia de fe” de Abrahán y Sara? ¿En qué nos ayuda?
2.- ¿Qué hacer para alcanzar la bendición de Dios?
3.- ¿Qué soluciones encontramos a nuestras inseguridades?
4.- ¿Qué es para nosotros una persona justa?
5.- ¿A qué nos compromete esta Palabra de Dios?

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6.- ¿Qué promesa nos hace Dios hoy a nosotros? ¿Creemos en ella? ¿Esperamos en
ella?
6. Orar con el texto:
Expresar en forma de oraciones lo que hemos recibido personalmente de Dios en
nuestra vida o nuestra respuesta a la promesa de Dios: agradecimiento, peticiones de
perdón, peticiones de ayuda, renovación del compromiso, comenzar de nuevo, etc.
7. Despedida. Canto.

********* EJERCICIOS PRÁCTICOS *********

A. Buscar y comentar un pasaje con contenidos doctrinales diversos. Por ejemplo:


Génesis 1,26-28; 2, 18-25 (mensaje religioso); Números 15. 1-11 (leyes); Josué
10 (historia); Amós 5, 14-24 (profético); Eclesiástico 29, 1-3 (refranes); Sabiduría
7, 21-30 (poesía); Lucas 6, 17-38 (sermón); Mateo 18, 23-35 (parábola); Gálatas
5, 19-24 (discurso moral); Efesios 1, 15-23 (teología).

B. ¿Por qué resulta difícil en ocasiones comprender el verdadero significado del mensaje
bíblico? Leer el texto de 2 Pedro 3, 15-16.

C. Hacer un ejercicio de comparación entre varias Biblias para notar las diferencias de
traducción. Por ejemplo, en Isaías 29, 15-21; Marcos 14, 22-25; Santiago 2, 14-
26.

D. ¿Hay números perfectos en nuestra cultura? ¿Por qué se utilizan y qué significado les
damos?

E. ¿Qué ideas vienen a la mente al intentar definir el término ‘sabio’ en nuestro


ambiente? ¿Se aplica a un científico, a un gobernante, a un campesino, a un
obrero, a un profesor, etc.?

F. ¿Se puede hablar plenamente de milagros en los casos narrados en Génesis 19,26;
Esdras 1,1-4; Tobías 6,7-9; Lucas 1,48; Juan 5,4; Hechos 5,15? ó ¿Es atribuir a Dios lo
que pertenece a las causas naturales?

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