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1. Acercamiento Bíblico
Para una profundización bíblica del tema de los carismas hay que acudir a los escritos
paulinos, pues aunque este tema se halla también en otros lugares del NT, es en
aquellos escritos en donde es tratado con mayor amplitud.
Veamos un poco más a fondo el concepto “carisma”. Este es un término que proviene
del griego “jar” que posee un connotado especial de alegría, de aquí se derivan las
palabras “jaris”, gracia, y “jarisma”, don, que tienen que ver con el concepto que
estamos reflexionando. Ambas palabras están relacionadas con la alegría o gozo, y
con la gratitud, y es que ordinariamente cuando un don es dado brota en quien lo
recibe la acción de gracias y la alegría.
En sentido paulino, “jaris” se refiere más bien a un don gratuito que es recibido. Hay
17 referencias a este término en el NT, de las cuales 16 están en los escritos paulinos y
una en la 1ª carta de Pedro. Hay una leve pero importante diferencia en el otro
término, “jarisma”, éste se refiere a un don, también gratuito, pero que se da
específicamente para entregarlo a otros. “Jarisma” aparece 155 veces en el NT de las
cuales 100 encontramos en escritos paulinos. Hasta aquí podemos decir que todo
“jarisma” es “jaris”, o bien, que todo don que se da para enriquecer a otros es siempre,
primero, un don recibido, una gracia.
Pero no todo “jaris” es un “jarisma”, pues no todos los dones recibidos tienen siempre
una proyección de entrega, por diversas razones: por circunstancias personales,
sociales, eclesiales, etc., que piden un discernimiento profundo. Es necesario aclarar
que un don que Dios da es irrenunciable, en este sentido “jaris” es irrenunciable. Pero
el acto de entrega de ese don sí es renunciable, es decir, aquello que lo hace
específicamente “jarisma” es renunciable. Aquí valdría la pena preguntarnos ¿cuándo
es válido hacer esta renuncia?.
Podemos decir que la misma doctrina paulina nos contesta cuando insiste en el sentido
de cuerpo entre los creyentes, es decir, en el sentido comunitario de la vida cristiana (1
Co 12, 12-30); y también cuando menciona que “Todo es lícito, mas no todo es
conveniente. Todo es lícito mas no todo edifica. Que nadie procure su propio interés
sino el de los demás” (1 Co 10, 23-24). Que aunque es una orientación dada en el
contexto del comportamiento en torno a los alimentos, nos ofrece una magnífica luz
para comprender cómo aún las cosas buenas no siempre son convenientes, sobre todo
en la perspectiva de lo que es el mayor bien para los demás. Y toda esta enseñanza
enmarcada en una de las afirmaciones claves de San Pablo que sostiene que el más
importante, el mayor, de los carismas es la caridad, el amor (1 Co 13, 13).
Tomando en cuenta lo anterior es posible entender que lo único que hace válida la
renuncia a la entrega de un don recibido de Dios, es el convencimiento sincero y
discernido de que hacerlo es todavía más edificante para la comunidad. Esto sucede
cuando las urgencias o necesidades apremiantes de la comunidad van en un sentido
distinto del don recibido. Podríamos resumir diciendo que es la llamada de la realidad,
que a fin de cuentas es la voz de Dios pidiendo en la realidad lo que antes ya ha dado,
lo que convierte al “jaris” en “jarisma”. De aquí que la cualidad de difusión de un
carisma puede no ser eterna porque la llamada de Dios en la realidad puede cambiar.
El origen de todos los carismas es Dios Espíritu Santo, por lo tanto, el uso del término
carisma se entiende esencialmente en la perspectiva de la presencia del Espíritu que
se manifiesta con toda clase de dones gratuitos (1 Co 12, 1-4).
¿Para qué se da un carisma? Un carisma se da para que una comunidad crezca (en
sentido cualitativo humano-espiritual), es decir, este crecimiento o enriquecimiento
comunitario es criterio de discernimiento de la autenticidad de un carisma.
¿Cómo usar un carisma? Siguiendo el criterio anterior, hay que usarlo tanto-cuanto
sirva a la comunidad, e impulse en la persona que lo ha recibido el seguimiento de
Jesús y la continuación de su misión.
San Pablo habla de los carismas de forma más experiencial y descriptiva que
sistemática, utilizando diversos nombres y listas según los momentos eclesiales y las
circunstancias pastorales. Un texto sintético es el de 1 Co 12, 4-5, donde habla de:
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Claudina Thevenet
Los carismas santifican a quien los recibe siempre y cuando el ejercicio del carisma
recibido esté animado por la caridad. Pues el himno a la caridad (1 Co 13) expresa
con mucha claridad que puede haber ejercicio de carismas sin caridad. En tal caso,
no sirven de nada. Cuando se vive y se es fiel al carisma recibido desde la primacía
de la caridad, la persona avanza en el proceso de identificación con Jesucristo, es
decir, camina hacia la santidad.
No es fácil definir los carismas, pero cualquier aproximación a ellos ha de resaltar que
su origen proviene del Espíritu del Resucitado y su finalidad se orienta al bien de la
Iglesia en su misión de hacer presente el Reino de Dios en este mundo. Por esto el
carisma posee una riqueza tal, que fácilmente crea tensiones:
A la luz de esta teología de los carismas podemos hablar ahora de los carismas
fundacionales o congregacionales. Es decir, de los carismas que son recibidos por
personas concretas pero que son entregados para la difusión, carismas que van a
irradiarse en la comunidad y que despertarán la conciencia de identificación con ellos,
en otras personas.
Sin pretender una definición sino más bien una descripción, habría que decir que un
carisma congregacional es una forma de modular el misterio cristiano. Es decir, es una
manera particular de explicitar algo de la plenitud del misterio cristiano en el tiempo y
el espacio. Y aquí habría que recordar que la actitud primera del fundador o fundadora
no es la de maestro-maestra de su congregación, sino la de discípulo-discípula de
Jesús.
Cuando hablamos de los y las fundadoras de familias religiosas, hay que recalcar que
nos referimos a personas que recibieron carismas del Espíritu en orden a una misión
eclesial, en estrecha relación con las circunstancias históricas y las necesidades de la
Iglesia. En la vida del fundador o fundadora se halla en germen el carisma fundacional.
Todo lo atribuido a los carismas ha sido vivido por los fundadores y fundadoras:
Ahora bien, ¿cómo recibe esta persona, que hoy llamamos fundador o
fundadora, el carisma?
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Claudina Thevenet
En realidad esta es una experiencia indefinible, por ser una experiencia “fuente” u
origen, se describe, más bien, en sus efectos. Es de carácter totalizante ya que abarca
al ser humano entero: sensibilidad, inteligencia y proyecto. Vincula al “centro
personal”, es decir, la persona se siente alcanzada en su subjetividad más honda. Con
todo, no se mide por la carga de intensidad psicológica con que a veces se da, sino por
el cambio radical de sentido que da a la existencia.
Esto significa que la persona va adquiriendo capacidad para captar a Dios a través de
la vivencia conjunta con él, de la asociación con él en el diario vivir, de tal forma que lo
que la persona llega a saber de Dios es, sobre todo, consecuencia de su íntima
relación.
Resumiendo podemos decir que lo que hemos explicado como una experiencia
fundamental de Dios en una persona, abre un proceso de relación entre Dios y ese ser
humano que le permite a éste avanzar en un entendimiento particular de Dios, el cual
le lleva –como en un solo movimiento- a escucharlo dentro de su realidad y a
encontrarlo implicado en ella. Todo esto va configurando ya un carisma.
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Claudina Thevenet
Los estudiosos de la ya mencionada “teoría del caos” dicen que los líderes son quienes
tienen que aguantar el caos y que hacer el significado con acciones y no tanto con
palabras. Pensando en nuestra materia yo creo que eso es lo que hicieron los
fundadores y fundadoras. Pues a través de esa intimidad con Dios en la que vivieron,
fueron descifrando los nuevos significados en su realidad y expresándolos en la vida de
un modo claro y sencillo que fue comprendido por sus contemporáneos y que encontró
resonancia en otras personas que se sintieron identificadas con el mensaje, así fueron
gestándose las familias religiosas.
Es importante mencionar que, como nos los enseña tanto la sociología como la
eclesiología, sin cierta institucionalización el carisma muere con quien lo recibe o
perdura sólo de forma genérica.
Podemos señalar tres movimientos que se dan en el paso del carisma a la institución,
no se trata de una secuencia cronológica en sentido estricto, aunque el primer y
segundo movimiento que voy a señalar sí se dan en ese orden, sin embargo el tercero
digamos que permea los otros. Además, el segundo movimiento es una posibilidad que
reaparece en distintos tiempos:
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Claudina Thevenet
5. Otras consideraciones.
3. El carisma recibido por el(la) fundador(a) es un carisma que debe ser leído y
enriquecido desde las nuevas perspectivas históricas, y las nuevas exigencias y
orientaciones de la Iglesia. La gracia fundacional o carisma primigenio es un
don vital que encierra en sí mismo potencialidades que han de ser explicitadas
en el tiempo. Hay riquezas latentes que los(as) fundadores(as) hijos(as) de su
tiempo, no pudieron ver ni imaginar, pero que hoy emergen como renuevos
acondicionados para responder a los signos de los tiempos. Por eso el carisma
del fundador(a) ha de leerse hoy con fidelidad creativa.
Inclinación preferencial,
Actitudes profundas,
Valores evangélicos,
Propensión a:
Enfocar la relación con Dios y con el prójimo con unos énfasis determinados,
Todo esto es fruto del entendimiento de Dios que surge a partir de la experiencia que
se tiene de Él.
Más aún, es ante la consideración de la realidad desde donde brilla con mayor
intensidad el significado y trascendencia de la experiencia, es también desde ahí desde
donde se entiende mejor el mensaje y la misión que se desprenden del carisma.
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Claudina Thevenet
Una vez habiéndonos situado en esta realidad podemos afirmar que el momento clave
en la conversión de Claudina es, sin duda, cuando ella presencia el asesinato de sus
hermanos, cuando es testigo del mismo.
Creo importante aclarar que este descubrimiento de Dios, con un rostro particular, en
la intimidad del corazón de Claudina, y la donación-recepción del carisma fue sólo fruto
de un proceso. Quizá los documentos que tenemos sobre la vida de Claudina puedan
darnos la impresión de que ella tuvo un cambio inmediato después del asesinato de
sus hermanos, una transformación instantánea de la angustia desgarradora de la
pérdida, al amor que perdona.
“Sin embargo, no parece probable que todo haya sucedido en un momento puntual,
pues la acción de Dios en el ser humano es siempre respetuosa de los tiempos de
asimilación y de la andadura personal.
Quizá sea necesario preguntarnos qué tanto tiempo le tomó aceptar el don recibido y
dejar que se convirtiera en el fuego que iluminara e impulsara su futuro; los poco más
de veinte años de silencio en la vida de Claudina (1794-1815), después de este
acontecimiento clave nos llevan a contemplar su conversión a la misión como un largo,
lento y gradual proceso, tal como sucede en nuestras propias vidas.
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Claudina Thevenet
Es así que el impulso inicial hacia la misión de Claudina encuentra su primera expresión
comunitaria en esta Asociación. Es ella la que provee el terreno propicio para que
nazca la Congregación de las Religiosas de los Sagrados Corazones de Jesús y de María,
primer nombre de la Congregación de las Religiosas de Jesús-María.
Conviene recordar que este fue un tiempo de mucha agitación en la historia de Francia
y que uno de los ataques más fuertes fue el que se dirigió a la Iglesia. La razón de ello
era el enorme poder, riqueza y privilegios que ésta había acumulado en el Antiguo
Régimen (el que prevaleció hasta antes de la Revolución).
Claudina aprendió que amar y servir al prójimo, en quien está Dios, compromete y
obliga a tomar posición, porque la persona no existe en abstracto sino situada en un
mundo donde hay miseria, injusticia y egoísmo. Este aprendizaje le costó múltiples y
dolorosos conflictos tanto familiares como sociales y, en una época posterior, incluso
eclesiales.
Una vez dicho lo anterior, quiero invitarles a que nos detengamos en el núcleo del
carisma que Claudina recibió originalmente y del que nosotros participamos.
El artículo dice:
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Claudina Thevenet
Aquí encontramos un riquísimo destello de lo que pueden ser las más profundas
intuiciones espirituales de Claudina Les propongo que partiendo de aquí vayamos
acercándonos al rostro del Dios que sale al encuentro de Claudina, y a la realidad en la
que se le revela.
Primero que nada, podemos desprender del texto que hay un doble movimiento que
constituye el núcleo de la experiencia interior: por una parte, el entender a Dios
como BONDAD OPERANTE, y por la otra, la captación de las miserias de su
tiempo como negación de este Dios.
Creo que es el descubrimiento de que la BONDAD es el único rostro del Dios verdadero,
del Dios revelado por Jesucristo, lo que abre a Claudina al sentido del perdón en una
realidad de crucifixión. Ella vino a saber internamente “cuán bueno es Dios”
experimentando la ausencia del Dios-Bondad en:
Resulta impactante reflexionar y considerar que Jesús-María nació del corazón herido,
lastimado de Claudina, pero así fue. La herida abierta en su interior la lleva a ver el
mundo con nuevos ojos, y a reconocerse en comunión con todos aquellos que
experimentan la ausencia de Dios en sus vidas. Quizá es por esto que la Historia de la
Congregación según el testimonio de los contemporáneos, editada en 1896, expresa el
sentir de Claudina en estos términos:
“Para Claudina Thévenet, el mayor infortunio era vivir y morir sin conocer a Dios. La
suerte de estos miles de pobres criaturas desheredadas de los bienes de este mundo,
que debían crecer, tal vez, sin oír pronunciar jamás el nombre de Dios, la hacía
temblar.”
Este sentir con el corazón la miseria del otro (misericordia), es sentir la miseria de
quienes sufrían pobreza, o bien esa miseria que está, muchas veces, detrás de la
misma pobreza, que es la ignorancia de Dios. Lo que se convierte en el vacío y
sinsentido de quien no tiene un horizonte de vida que vaya más allá de lo que alcanza
a ver a su alrededor. Esa es la miseria de quien vive en la desesperanza. Sentir esta
miseria y padecer con quien la experimenta (compasión) es a lo que el artículo citado
se refiere cuando menciona que ella “tuvo una sola angustia”.
La angustia es una palabra que evoca un sentimiento sumamente fuerte, denso, que
implica aflicción y ansiedad. Creo que sólo se puede sentir angustia por otros cuando
se ha sentido por uno misma y por sus seres queridos. De este modo no es difícil
imaginar que Claudina aprendió a hacer suyo y a llorar el dolor de los otros porque
antes había llorado el suyo.
Es, sin duda, desde esta experiencia de ausencia de Dios en su contexto social y
personal desde donde Claudina se abre a la acción del Espíritu para volver a nacer (Jn
3, 5-8). Creo que esta imagen de un nuevo nacimiento, siguiendo lo que en el
Evangelio según San Juan dice Jesús a Nicodemo, nos ayuda a acercarnos a lo que
pudo haber pasado en el corazón de Claudina.
Definitivamente ella vivió una experiencia espiritual muy honda que la llevó a entender
a Dios como Bondad en circunstancias de ausencia de Bondad, este fue el don que
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Claudina Thevenet
recibió del Espíritu. Es tan grande la contradicción que precisamente por ello podemos
afirmar que ahí tuvo que acontecer un evento del Espíritu.
Les invito ahora a que demos un paso más y que intentemos ver cómo se va dando,
como por etapas, este reconocimiento de Dios como Bondad. Es posible ir
reconociendo en el camino de vida interior de Claudina algo así como un itinerario, un
proceso mediante el cual fue descubriendo que el Dios crucificado en sus hermanos, el
Dios que a través de ellos sigue ofreciendo el perdón a quienes asesinando “no saben
lo que hacen” (Lc 23, 34), es el Dios cuyo rostro único es la Bondad Misericordiosa.
Expresar esto es sumamente difícil pues se trata de poner palabras a la acción del
Espíritu en una persona. Me voy a permitir compartir, a modo de vista panorámica,
algunas de mis reflexiones e intuiciones al respecto.
Antes de llegar al reconocimiento de Dios como Bondad, era necesario distinguir entre
la fidelidad de Dios y la infidelidad humana que se traduce en una comprensión del
pecado no como una transgresión sino como un rechazo a Dios y, consecuentemente,
como el inicio de una dinámica de autodestrucción que va corroyendo la fraternidad.
Es decir, ella tuvo que llegar a la comprensión vital de que la ofensa a Dios es que el
ser humano se destruya. Y también descubrió que el ser humano no puede romper con
esa dimensión profunda de su ser que lo relaciona con Dios, sin romperse con ello a sí
mismo. Pues la ruptura con Dios es inseparable de la ruptura con uno mismo y con los
demás.
Esta comprensión tuvo que hacer surgir en ella el descubrimiento de Dios como
sentido de la vida en medio del sinsentido que reinaba a su alrededor, y esto como
producto de la contemplación de cada día como la oportunidad de reiniciar el intento
de no dejarse arrasar por el absurdo. Es decir, tuvo que despertar en ella la certeza de
que Dios estaba decididamente presente en ese caos a pesar de que todo pareciera
quererlo ocultar o, más aún, negar. Podemos decir que tuvo lugar en ella una
comprensión existencial de la parábola del trigo y la cizaña (Mt 13, 24-30).
Una vez teniendo este precedente no es difícil pensar que estaba la tierra abonada
para que se diera en ella la experiencia de Dios como plenitud de bondad, es decir,
Claudina entendió la misericordia de Dios específicamente en su aspecto de Bondad, y
esto en contraste con el ambiente de maldad que prevalecía en aquel momento
histórico. Me parece que la especial inclinación de Claudina hacia la contemplación del
corazón de Jesús y de María está muy relacionada con esta experiencia ya que en
nuestra cultura occidental el corazón es visto como el lugar en el que residen los
sentimientos más sinceros de la persona, como la zona de la que nace lo más
verdadero, lo que define nuestro ser. De esta manera Claudina pudo ver el corazón de
Jesús y de María como los lugares en los que la Bondad de Dios se hizo historia.
Cuando se mira al mundo desde Dios ya no se puede permanecer indiferente, por eso
Claudina podía percibir, en lo que otros veían como consecuencias humanas de una
guerra, el olvido y la negación de Dios. Esta capacidad de percibir más allá de lo
estrictamente objetivo, de mirar con fe, con realismo y con criticidad, le permitió ir
interpretando la realidad desde una comprensión más profunda de los acontecimientos.
Así pudo ir descubriendo la novedad de Dios cada día, y desde ahí ir rompiendo con
una visión desesperanzadora para dar paso a la imaginación creadora, fruto de una
conciencia lúcida, que puede ir ofreciendo conductas y caminos alternativos.
Respuestas sencillas pero cargadas de esperanza: la esperanza que brilla cuando se
hace frente a la violencia con bondad, a la venganza con perdón, a la indiferencia con
compasión.
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Claudina Thevenet
Esta nueva manera de ser y vivir de Claudina es el modo en que Dios se hace presente
en aquella realidad. Porque es precisamente el Espíritu del Señor el que va gestando
esta manera de ser y de vivir que no es sino el carisma, nuestro carisma.
Partiendo de este posible itinerario quiero ahora extraer de ahí algunos elementos que,
me parece, pueden ayudarnos a contemplar mejor lo que conforma el carisma de
Jesús-María. Esto es algo así como admirar una figura desde las diversas partes que la
integran. Ciertamente la figura es cada una de sus partes pero en conjunto.
2. Una apuesta por el perdón como la única posibilidad de recuperar felicidad y salud
en la vida personal y social.
5. Una visión de esperanza ante la realidad porque es posible descubrir en ella los
signos de la presencia de Dios. Detrás de esta visión está la percepción de la
novedad del Dios que actúa en la historia, que sorprende y que destruye el
desánimo y el pesimismo. Es decir, se descubre a Dios como Aquel que emerge y
se manifiesta a través de las personas y de los acontecimientos; es un Dios real y
concreto que vive en el corazón del mundo pero también más allá de él, dentro
pero sin agotarse ahí. Creo que esta visión de esperanza está muy relacionada con
la confianza que Claudina tenía en el Dios Providente.
6. Por último, y muy unido a está visión de esperanza ante la realidad, me parece que
hay un elemento importante de alabanza cuya expresión más difundida es el lema
de la Congregación “Sean por siempre alabados Jesús y María”. Cuando se es
capaz de creer que Dios puede abrir nuevas posibilidades en la realidad porque
está íntimamente vinculado a ella, entonces puede surgir la fortaleza necesaria
para vencer la desolación que nos cierra y nos ciega, y disponernos así a descubrir
lo nuevo que silenciosamente va encontrando camino en esta tierra. Así es posible
expresar la esperanza en actitud de alabanza, tal como María en el Magníficat.
Un carisma, como hemos dicho, es un don que se recibe gratuitamente y que, muchas
veces, es dado para que a su vez sea entregado a otros con el fin de que la comunidad
crezca en humanidad y en unión con Jesucristo y así haga presente el Reino de Dios. Al
contemplar la realidad en que Claudina recibe el carisma que Dios le regala, es
completamente evidente que es un carisma que responde a la sed de sentido más
honda que viven sus contemporáneos en una realidad de violencia, enfrentamiento y
división. Más aún, en una realidad urgida de los valores cristianos.
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Es desde ahí desde donde pueden hablar de libertad, la libertad que florece en el
corazón cuando ya no se es esclavo de realidades engañosas como el poder, el honor y
la venganza, ídolos tan populares en el contexto histórico de Claudina.
Son ellos también quienes hablan de igualdad cuando se ponen resueltamente del
lado de quienes más sufrían, de quienes tenían menos posibilidades de salir adelante
en un ambiente que no les ofrecía garantía alguna. Claudina, como Jesús, comprende
que aquellos que son rechazados en una sociedad se convierten en el primer
compromiso de Dios, y que es precisamente en ellos donde Él revela cómo es su
justicia-misericordia. Es decir, comprende que ahí donde se niega la Bondad de Dios es
en donde hay mayores condiciones para que se revele en plenitud esa Bondad. Es esta
la misma lección que el pueblo de Israel aprendió a lo largo de su historia, la lección del
Dios que se revela en la esterilidad, en el débil, en el que no vale, y es también la
lección de Belén y de la cruz.
Son también estos cristianos, entre ellos Claudina, los que pueden hablar de
fraternidad desde un intento serio y real de construir comunidades nuevas a partir de
la reconstrucción de las personas que formarán esas comunidades. Es decir, ellos
creen en la posibilidad de la creación de una nuevo tejido social a través de la secreta
vitalidad de la formación integral del ser humano.
Podría decir que la experiencia de Claudina se convirtió en un envío, en una misión que
cumplir. Esta misión consistió fundamentalmente en:
Ser portadora de un mensaje de esperanza, sobre todo a quienes corrían más peligro
de sucumbir ante el sinsentido.
Creo que ahora queda más claro el por qué el artículo de las Constituciones que hemos
citado con anterioridad dice que Claudina “conmovida por las miserias de su tiempo
tuvo un solo deseo: comunicar este conocimiento...”, el conocimiento íntimo de la
bondad operante de Dios. Es en este “deseo” en donde podemos reconocer la fuerza
de su celo apostólico, la decisión de orientar su vida toda hacia la realización de la
misión que brotaba, como de una fuente, de la experiencia espiritual con que Dios
había querido bendecirla y, a través de ella, a nosotros/as.
1. Renovarnos en la fe y en la esperanza
Si Claudina fue fiel al don recibido fue porque creyó en el Dios-Bondad que la liberó de
las ataduras de los esquemas establecidos, en una sociedad destruida en la que no
parecía posible encontrar caminos alternativos, caminos de felicidad para quienes
desde el inicio de su vida no conocieron más que sufrimiento.
Por eso para ser hoy fieles, para vivir en fidelidad creativa a Dios, que nos ha sido fiel
en primer término y sigue siéndolo cada día que amanece, y para ser fieles al carisma
que hemos recibido tenemos que ser hombres y mujeres de fe. Recordando que la fe
es la apuesta por el amor posible en situaciones imposibles, seguros de que “para Dios
no hay nada imposible”. Es decir, hay que apostar por lo posible de Dios en lo
imposible de los seres humanos.
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Y una vez cimentados en esta fe, caminar en esperanza, conscientes de que es ésta la
que hace que nuestra fe sea activa; la esperanza es la capacidad creativa que hace
cada vez más posible lo imposible. Para crecer en esperanza necesitamos despertar la
imaginación, cultivar la experiencia de dejarnos sorprender por Dios aún en lo
pequeño, necesitamos desmontar los estructuras internas que reproducen en nosotros
el desánimo, por eso necesitamos ser libres para imaginar, para soñar, pues “nada se
hace sin que antes se imagine”.
En esta misma línea y consciente de nuestro deseo de vivir nuestro carisma desde
nuestra calidad de miembros de una comunidad educativa y, como tales, de
educadores de una forma u otra, quiero compartirles una reflexión que me suscitó un
artículo que leí hace unos meses en el que la autora comentaba que los procesos de la
subjetividad implican, en el ser humano, la toma de conciencia de sí mismo a partir de
los contenidos objetivos de lo que ven y piensan, ya que lo propio del espíritu finito es
tomar conciencia de sí por otro, por lo diferente.
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nos lanza a una misión especial en este comienzo de siglo se trata, sin duda, del sueño
de la paz.
Sumamente vinculado a este desafío de la paz, hoy en día tan amenazada, creo que es
imprescindible reconocer como un paso previo y obligado, en especial para nosotros/as
los/as cristianos/as que, si hay algún rasgo de la persona de Jesús que resulta
tremendamente inexplicable y profundamente impactante en la vida del ser humano y
con profundas consecuencias a favor de la paz, es el PERDÓN. Quizá porque el perdón
es la expresión sublime de la misericordia de Dios.
Hoy, dos siglos después de que esto sucedió, somos nosotros los herederos de esta
buena noticia que sigue latiendo en nuestro carisma, que es parte esencial del mismo,
y que en la voz de la realidad actual nos urge Dios a desarrollar como posibilidad de
hacerlo presente, en medio de esta humanidad tan lastimada por la violencia.
Porque es cierto que no habrá paz sin justicia, pero no es menos cierto que tampoco
habrá paz sin perdón. El perdón como voluntad de reconciliación, como renuncia a la
venganza, como esfuerzo por la mutua comprensión, como aceptación de la diferencia,
como reconocimiento de las fallas propias y ajenas, como oportunidad de transformar
las ofensas en compasión y, finalmente, como camino para sanar el pasado y liberar el
futuro.
Este es el perdón artífice de la paz, perdón que no se improvisa, perdón que tenemos,
como educadores, la valiosa oportunidad de ir formando cada día en los salones de
clase, en los patios de recreo, y a través de las múltiples actividades escolares en las
que los/as niños/as y jóvenes van viendo que se previene en vez de castigar, que se
dialoga en vez de gritar, que se consuela al que sufre, que se ayuda a tomar conciencia
al que lastima, que se fomenta la reconciliación entre ellos, y entre nosotros/as
maestros/as, y también cuando van viendo que les pedimos perdón, y nos pedimos
perdón unos/as a otros/as, cuando nos equivocamos. Así nuestra vida puede ser
testimonio de que el conflicto no tiene que significar ruptura, de que es posible
empezar de nuevo.
Por eso quisiera invitarlos a terminar este momento cerrando los ojos y escuchando
esta reflexión que es una adaptación de la narración que hoy nos comparte una
persona que ha vivido un proceso de perdón, imaginemos que es Claudina quien
pronuncia estas palabras y dejemos que su experiencia nos toque y nos abra el
corazón:
De este modo permitimos a Dios realizar un milagro que difícilmente alguien nota. Lo
hacemos a solas, otras personas pueden ayudarnos pero cuando finalmente lo
logramos, el milagro acontece en la zona más privada de nuestro interior, en la
presencia de Dios, abriéndonos a la gracia que nos hace capaces de perdonar. Lo
hacemos silenciosamente, invisiblemente, lo hacemos también libremente, nadie
puede jamás engañarnos o forzarnos a perdonar, ni siquiera Dios. Dios sólo puede
liberarnos de nuestro pasado lastimado si nosotros/as estamos dispuestos/as a dejarlo
ir.
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comienzo, libre del dolor pasado que nunca tuvo derecho a existir en primer término.
Creamos un futuro sano, libre, esperanzador, cambiando un pasado que no tenía en sí
ninguna posibilidad más que enfermedad y muerte.
Por eso, cuando perdonamos subimos hacia la cumbre de la señal cósmica del amor,
caminamos a zancadas con Dios. Y le dejamos sanar el daño que nunca merecimos.
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