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Siendo la Iglesia una n�mada como t�, pon en ella una gran pasi�n
por los seres humanos. Siendo una virgen encinta como t�, gu�ala en
los senderos del sufrimiento. Siendo una madre errante como t�,
ll�nala de ternura hacia todos los necesitados. Ay�dala a arder en
celo por dar a conocer a Jesucristo, como t� lo hiciste con los
pastores, Sime�n, los magos de Oriente y incontables personas en
espera de la redenci�n.
Santa Mar�a, te pedimos por todos aquellos que han dejado atr�s sus
m�s �ntimos afectos para proclamar el Evangelio en tierras lejanas.
Han sentido m�s que otros la penetrante fascinaci�n de ese icono que
te muestra a ti junto con Cristo, el mensajero especial del Padre.
Sostenlos en su lucha; dales descanso en medio de su fatiga;
prot�gelos de todo peligro. Mientras se inclinan a curar las heridas
de los pobres, ay�dalos a que lo hagan con tu ternura. Pon palabras
de paz en sus labios. No dejes que sus esperanzas, por las que se
promueve la justicia terrena, traicionen las expectativas
sobrenaturales de un cielo nuevo y una nueva tierra. Llena su
soledad y suaviza el dolor de la nostalgia en sus corazones. Cuando
tengan necesidad de llorar, ofr�celes tu hombro maternal en el que
puedan apoyar su cabeza. Hazlos testigos de gozo. Cada vez que
vuelvan a casa, ay�danos a estar a la altura de su entusiasmo. Que
su ejemplo nos impulse a realizar una acci�n pastoral m�s sensible y
a ser m�s generosos.
Incluso si la vida nos ata al lugar donde nacimos, haz que sintamos
en nuestros cuellos el aliento de aquellas multitudes que a�n no
conocen a Jes�s. Abre nuestros ojos para ver el sufrimiento que hay
en el mundo. Haz que no nos resguardemos del clamor del pobre, aun
si �ste perturba nuestra paz.