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•"Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios"
(Mt 5, 9).
Una visión de esperanza ante la realidad porque es posible descubrir en ella los signos de la
presencia de Dios. Detrás de esta visión está la percepción de la novedad del Dios que actúa
en la historia, que sorprende y que destruye el desánimo y el pesimismo. Es decir, se descubre
a Dios como Aquel que emerge y se manifiesta a través de las personas y de los
acontecimientos; es un Dios real y concreto que vive en el corazón del mundo pero también
más allá de él, dentro pero sin agotarse ahí. Creo que esta visión de esperanza está muy
relacionada con la confianza que Claudina tenía en el Dios Providente.
“ Digo paz y digo vida, resurrección. Digo paz y digo luz que se
enciende en el camino. Digo paz y digo armonía, palabra de
ánimo, ilusión. Digo paz y digo convivencia, diálogo con los
hombres, encuentro. Digo paz y digo amor”.
Bienaventuranzas de la paz
Dichosos los que no violentos
porque habéis renunciado a la agresividad,
porque no os gusta eso de "ojo por ojo y diente por diente",
porque no deseáis ni hacéis mal a nadie.
Feliz el que no responde a la injuria con otra injuria,
al insulto con otro insulto, a la bofetada con otra bofetada.
Dichosos ellos porque la paz será siempre su compañera.
Felices los que cuando os piden, dais;
los que cuando veis que alguien os necesita,
no le volvéis la cara sino que os dais;
los que sabéis animar, ayudar, acompañar,
los que sabéis alegrar a quienes viven a vuestro lado.
Dichosos los que tenéis la paz en el corazón
acurrucada como una paloma
y nunca deseáis la violencia para que no se espante esa paloma.
Esa paloma significa que sabéis amar mucho.
Felices vosotros los que amáis a la familia
haciendo de vuestra casa un hogar feliz.
Dichosos los que amáis a los amigos, a los cercanos...
Pero seréis más dichosos si sois capaces de amar a vuestros enemigos,
si aprendéis a devolver bien por mal.
Dichosos vosotros si
rechazáis positivamente toda violencia
y os declaráis ante el mundo "AMIGOS DE LA PAZ"
y decís !no! a la guerra, y a la carrera de armamentos,
y al terrorismo, y al manejo, y a la mentira...
mientras que os manifestáis partidarios
del pan, la salud y la cultura.
Dichosos vosotros si os profesáis amigos
de todos los hombres y de todos los pueblos.
Dichosos mil veces vosotros,
hombres y mujeres de la Paz.
Dichosos vosotros porque la Paloma de Dios
se acurruca serena en vuestro corazón,
porque sois hijos del fuego,
HIJOS DEL AMOR.
SALMO DE SÚPLICA POR LA PAZ
Señor, Dios de nuestra salvación
de día y de noche clamamos en tu presencia. (87,2)
Llegue hasta ti nuestra oración
inclina tu oído a nuestra súplica...
Tuyo es el cielo, y tuya también la tierra,
el orbe y cuanto encierra. (89,12)
Habla el Corán
Dicho sagrado del profeta: Oh, hijo de Adán, caí enfermo y no me visitaste.
Me dirá: Oh, Señor, ¿cómo pude visitarte pues eres Señor del Universo? Me
dirá: ¿No sabías que mi siervo tal cayó enfermo y no lo visitaste? ¿No sabías
que al visitarle me hubieras hallado con él? Oh hijo de Adán, te pedí alimento
y no me diste de comer. Me dirá: ¿Oh Señor, ¿y cómo podría alimentarte si
eres Señor del Universo? Me dirá: ¿No sabías que mi servidor tal te pidió
alimento y no se lo diste? ¿No sabías que al alimentarle hubieras sin duda
hallado tu buena obra en mí? Oh hijo de Adán, te pedí que me dieras bebida
y no me la diste. Me dirá: Oh Señor, ¿cómo pude darte bebida cuando eres
Señor del Universo? Él me dirá: mi servidor tal te pidió bebida y no se la
diste. Si se la hubieras dado sin duda hubieras hallado tu buena obra en mí.
PADRE, que miras por igual a todos tus hijos a quienes ves
enfrentados.
LÍBRANOS DEL MAL QUE NOS AMENAZA: de las armas, del poder, de la
sociedad de consumo, de vivir montados en el gasto, porque somos muchos,
Padre, los que queremos vivir en paz.
Engendrar perdón para vivir la paz
V
ivimos, sin duda, tiempos difíciles y desconcertantes; tiempos de pérdida de
ilusiones y de preocupación, tiempos distintos pero muy cercanos a los de
Claudina. Y es desde este presente que tenemos en las manos, desde donde Dios
nos llama a ser fieles al carisma que nos ha regalado, porque este presente está todavía
hoy sediento de bondad y perdón, de esperanza y sentido, de humanidad y comunidad.
Es en este contexto en el que, al mirar las miserias de nuestro tiempo, y habiendo
experimentado la bondad misericordiosa de Dios en nuestra propia vida, tendríamos que
ofrecer una lectura de esperanza que sea capaz de ver más allá de las catástrofes, que
pueda contemplar el presente con profundidad para descubrir no sólo el daño de las
deshumanizaciones sino también los valores de la nueva cultura, las oportunidades de
hacer vida el Evangelio. Es decir, para ser realmente cristiano y también para realizar las
potencialidades de nuestro carisma tenemos que creer que el Espíritu Santo sigue
actuando en el mundo y que es capaz de “hacer nuevas todas las cosas”. Si Claudina fue
fiel al don recibido fue porque creyó en el Dios-Bondad que la liberó de las ataduras de los
esquemas establecidos, en una sociedad destruida en la que no parecía posible encontrar
caminos alternativos, caminos de felicidad para quienes desde el inicio de su vida no
conocieron más que sufrimiento. Por eso para ser hoy fieles, para vivir en fidelidad
creativa a Dios, que nos ha sido fiel en primer término y sigue siéndolo cada día que
amanece, y para ser fieles al carisma que hemos recibido tenemos que ser hombres y
mujeres de fe. Recordando que la fe es la apuesta por el amor posible en situaciones
imposibles, seguros de que “para Dios no hay nada imposible”. Es decir, hay que apostar
por lo posible de Dios en lo imposible de los seres humanos.
Hoy, dos siglos después de que esto sucedió, somos nosotros los herederos de esta
buena noticia que sigue latiendo en nuestro carisma, que es parte esencial del mismo, y
que en la voz de la realidad actual nos urge Dios a desarrollar como posibilidad de hacerlo
presente, en medio de esta humanidad tan lastimada por la violencia. Porque es cierto
que no habrá paz sin justicia, pero no es menos cierto que tampoco habrá paz sin perdón.
El perdón como voluntad de reconciliación, como renuncia a la venganza, como esfuerzo
por la mutua comprensión, como aceptación de la diferencia, como reconocimiento de las
fallas propias y ajenas, como oportunidad de transformar las ofensas en compasión y,
finalmente, como camino para sanar el pasado y liberar el futuro.
Este es el perdón artífice de la paz, perdón que no se improvisa, perdón que tenemos, la
valiosa oportunidad de ir formando cada día, se previene en vez de castigar, que se
dialoga en vez de gritar, que se consuela al que sufre, que se ayuda a tomar conciencia al
que lastima, que se fomenta la reconciliación y nos pedimos perdón unos a otros, cuando
nos equivocamos.
Así nuestra vida puede ser testimonio de que el conflicto no tiene que significar ruptura,
de que es posible empezar de nuevo. Hace unos meses participé en un taller en el que
abordamos la temática de cómo es el trayecto que el ser humano recorre entre la ira
inicial ante una situación de traición o violencia brutal hasta llegar al perdón. Como se
podrán imaginar, yo pensé en Claudina y me dije que necesariamente ella tuvo que haber
recorrido ese difícil trayecto. Y es de esa experiencia pascual que surge una nueva
creación, una próspera y fecunda creación que hasta hoy sigue dando frutos, y nuestra
presencia aquí es una muestra de ello.
Por eso quisiera invitarlos a terminar este momento cerrando los ojos y escuchando esta
reflexión que es una adaptación de la narración que hoy nos comparte una persona que
ha vivido un proceso de perdón, imaginemos que es Claudina quien pronuncia estas
palabras y dejemos que su experiencia nos toque y nos abra el corazón: