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COLABORACIÓN ENTRE JESUITAS Y LAICOS

Francisco Ivern, S.J.

INTRODUCCIÓN
Lo que sigue no pretende ser un artículo bien documentado y preciso sobre un tema hoy tan
actual, que fue recientemente debatido en la reunión de los Provinciales en Loyola y
probablemente será también uno de los principales asuntos en la agenda de la próxima
Congregación General, convocada para inicio de 2008. Lo que sigue es algo bien más
modesto. Son apenas algunas reflexiones, fruto de mi experiencia personal, sobre la
colaboración y las relaciones entre jesuitas y laicos en el campo apostólico en esos últimos
años, sobre todo, a la luz del Decreto 13 de la CG 34ª (1995) sobre ése mismo tema, en
particular en Brasil y de un modo especial en la Provincia de Brasil Centro-Este (BRC), a la
cual pertenezco.
Aunque sean reflexiones que nacen de una experiencia concreta y geográficamente
limitada, me parece que también son aplicables, en gran parte, a otros contextos, a otras
Provincias y regiones, y sobre las cuales también tengo cierto conocimiento. En esos
últimos años desempeñé cargos que me ofrecieron la oportunidad de acompañar esa
colaboración entre jesuitas y laicos/as tanto en el ámbito latinoamericano, como también de
la Compañía universal. Por otro lado, es evidente que lo que pasa aquí en Brasil o en una de
sus Provincias, con frecuencia refleja tendencias más globales y está de algún modo
condicionado por ellas. Por ese motivo, algunas referencias o alusiones a ese contexto más
global son a veces inevitables.
No se trata de ofrecer una visión histórica de la evolución de la colaboración y de las
relaciones entre jesuitas y laicos/as en la misión o en el apostolado, sino sólo de describir la
situación actual y reflexionar sobre ella. Algunas referencias o alusiones, sin embargo, al
pasado reciente o hasta a un pasado más remoto son a veces necesarias para comprender
mejor el presente. Al presentar esas reflexiones son emitidos algunos juicios de valor:
algunos hechos aparecen como positivos y otros como negativos, pero nos esforzamos para
dar una visión objetiva de esos hechos, sin atribuir responsabilidades a nadie por unos o por
otros.
Al describir esa colaboración y las relaciones entre jesuitas y laicos/as, podemos distinguir
dos niveles en los cuales ellas de hecho acontecen. Hay ciertas realidades y hechos
concretos que son fruto de decisiones y de la iniciativa del Provincial de una determinada
Provincia y se desarrollan claramente en el ámbito provincial. Otros, aunque se den en el
nivel local, de hecho también reflejan la posición o la política de la Provincia en ese campo.
Otros, por el contrario, dependen de la iniciativa o de las decisiones de los Superiores
locales o Directores de obras, sin tener necesariamente el aval o apoyo explícito de las
instancias superiores de gobierno en el nivel provincial.
ALGUNOS DATOS SOBRE LA COLABORACIÓN ENTRE JESUITAS Y LAICOS
HOY
A. Realizaciones concretas y específicas al nivel provincial
Al nivel provincial, y en términos de realizaciones concretas y específicas, se podría decir
que, en algunas áreas, la Provincia del BRC está en la vanguardia de la colaboración entre

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jesuitas y laicos/as en la misión. Dejando por ahora de lado la colaboración que siempre
existió y continúa existiendo en todas las Provincias, entre jesuitas y laicos/laicas,
sobretodo en apostolados como, por ejemplo, el de la educación - y que será objeto de
algunas de nuestras reflexiones - aún antes de la CG 34ª y de su Decreto 13 sobre el tema
de la “Colaboración con los laicos en la misión”, esa Provincia ya promovía iniciativas
concretas y específicas, destinadas a desarrollar y fortalecer esa colaboración. Me limito a
mencionar algunas de ellas.
Todas las Provincias se preocupan por la formación espiritual de los laicos/as, colaboren o
no con nosotros, y dedican recursos para eso. Pero, hace muchos años, la Provincia del
BRC, estuvo siempre muy presente, no sólo en la formación espiritual del laicado,
sobretodo mediante los Ejercicios Espirituales ignacianos, sino también promoviendo la
participación de laicos y laicas en la formación espiritual de otros laicos, y contribuyendo
para prepararlos para eso, sobre todo, aunque no exclusivamente, a través de su Centro de
Espiritualidad de Itaici. En los últimos años, aún antes de la CG 34ª, esa tendencia se ha
acentuado bastante. El número de retiros ofrecidos a laicos y laicas y el papel activo
desempeñado por ellos en esos retiros, como acompañantes u orientadores, ha aumentado
considerablemente. La formación espiritual del laicado aparece hoy como uno de los
objetivos prioritarios en la propuesta de la planificación apostólica, no sólo de la Provincia
del BRC, sino también de otras, como la de Brasil Meridional (BRS).
Otra iniciativa concreta de la Provincia del BRC fue la creación de los Centros Loyola de
Fe y Cultura o de Fe y Espiritualidad, dirigidos o coordinados por laicos/as y destinados a
promover su formación tanto humana, como espiritual y teológica. Esos Centros, que
tuvieron en el Centro Loyola de Rio, fundado antes de la CG 34ª, el centro inspirador, en
pocos años se multiplicaron sobretodo en la Provincia del BRC, pero también fuera de la
Provincia, y en algunos casos hasta fuera de la Compañía. El Centro Loyola de
Florianópolis, de la Provincia de Brasil Meridional, por ejemplo, nació bajo la inspiración
del Centro Loyola de Rio.
Casi inmediatamente después de la CG 34ª, se constituye también en la Provincia del BRC
la Red Apostólica Ignaciana (RAI), de acuerdo con la propuesta hecha en el Decreto 13 de
aquella Congregación: Red que se inicia y crece primero y, sobretodo, en Rio, pero después
se esparce por toda la Provincia, se estructura en núcleos o sectores de actividades o
intereses, tiene un coordinador jesuita y una secretaria laica, y celebra sus reuniones o
asambleas periódicamente al nivel provincial. La RAI contribuye para promover contactos,
diálogo e intercambio de ideas y experiencias apostólicas entre jesuitas y laicos/as en un
ámbito más abierto e igualitario de lo que en las instituciones u obras dirigidas y
administradas por los jesuitas. Muchos de los integrantes de la RAI, aunque compartan la
espiritualidad y el carisma ignacianos y a veces colaboren con la Compañía de diversos
modos, de hecho no trabajan en sus obras.
En la estructura del gobierno provincial, tanto en la Provincia del BRC como en la
Provincia del BRS, existen comisiones asesoras del gobierno provincial para la formación
del laicado. Aún antes de la CG 34ª, ya existía en la Provincia del BRC una comisión, no
apenas para la formación del laicado, pero dedicada a la colaboración con los laicos/laicas
en general. En varias Provincias brasileñas, laicos y laicas participan en esas comisiones
provinciales, no apenas sobre la formación del laicado, pero también sobre la educación en

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general, la pastoral y la educación popular, etc. A veces hasta presiden algunas de ellas,
como aquélla sobre los medios de comunicación social, en la Provincia del BRC.
En varias Provincias, laicos/as fueron invitados a hacer parte del proceso de planificación
provincial, y hasta, como en el caso de la BRC, del pequeño equipo que lideraba ese
proceso. También en varias Provincias los laicos/as son invitados a participar de las
Asambleas de Provincia y a intervenir activamente en ellas como los jesuitas.
La Provincia del BRC también está entre aquéllas que más han promovido una modalidad
de colaboración que está aún en un estado experimental desde los tiempos del Pe. Arrupe y
de la CG 31ª, hace cuarenta años, y que la CG 34ª propone de nuevo: esto es, la asociación,
por razones de una mayor colaboración apostólica, de laicos/as a la Compañía de Jesús por
un vínculo jurídico más estrecho. Es una forma de colaboración que supone, por parte del
laico o de la laica que desea establecer esa asociación, un llamado especial y una
disponibilidad comparable a la de los religiosos, y que por eso mismo es para pocos. Aún
así, en la Provincia del BRC existe actualmente un número que, aunque reducido,
prácticamente representa 10% del total de las laicas y de los laicos hoy asociados en toda la
Compañía y que hoy deben ser alrededor de 100.

B. La colaboración entre jesuitas y laicos en las obras más tradicionales


Esas iniciativas más concretas y específicas, al nivel del gobierno provincial, aunque
importantes y significativas, no representan por sí solas la colaboración entre jesuitas y
laicos/as que, en modos y grados diversos, siempre existió, en la mayoría de las obras y
ministerios de la Compañía, particularmente en sus instituciones educativas: en los colegios
y en las universidades. En esas instituciones la mayoría del personal, de los maestros y
empleados, es compuesta por laicos. Con la disminución del número de los jesuitas, el
número de esos colaboradores laicos ha aumentado bastante en las últimas décadas. Es
verdad que en el pasado, con frecuencia esa colaboración era más de laicos/as “con” los
jesuitas que “entre” jesuitas y laicos. Pero, en todo caso, esa colaboración se ha reforzado
últimamente, si no siempre por convicción, por lo menos por necesidad.
La tendencia a confiar cargos de dirección y posiciones de responsabilidad al laicado, que
siempre existió en las universidades dirigidas y administradas por la Compañía de Jesús,
por la misma naturaleza del trabajo universitario y por el tamaño y complejidad de esas
instituciones, se ha acentuado últimamente, sobretodo por el reducido número de jesuitas
trabajando en ellas. En las Universidades dirigidas y administradas por la Compañía en
Brasil, sin embargo, los Rectores continúan siendo jesuitas. En los colegios esa misma
tendencia también creció en esos últimos tiempos, debido, sobretodo, a la reducción de
nuestros efectivos, pero también por el deseo de atribuir a los laicos/as una mayor
responsabilidad y participación en el gobierno de esas instituciones. En algunos pocos
casos, hasta fueron nombrados directores laicos. Esa tendencia, sin embargo, en lo que toca
el nombramiento de directores laicos, es aún acompañada por algunos jesuitas con reservas
y, a veces, hasta con cierto escepticismo o desconfianza.
En los cursos nocturnos de algunos de nuestros colegios, en escuelas y proyectos de
educación popular, como aquéllos de Fe y Alegría, casi siempre hubo y continúa habiendo
laicos, laicas y religiosos en puestos de dirección. En el caso de Fe y Alegría, a veces la

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dirección y administración de las escuelas son integralmente confiadas a los cuidados de
alguna entidad local o de una congregación religiosa.
Al nivel local, la intensidad y calidad de la colaboración entre jesuitas y el laicado depende
mucho de los responsables jesuitas, superiores locales o directores de obras, de su
mentalidad y de sus actitudes con relación a esa colaboración. Algunos jesuitas aún se
comportan como en los viejos tiempos y no quieren oír hablar de atribuir más
responsabilidades, sobretodo de dirección, a los laicos/as. Quieren mantener total control
sobre las instituciones confiadas a sus cuidados, sin interferencias, y sin tener que prestar
demasiadas cuentas a los que con ellos colaboran. Otros, al contrario, delegan más
autoridad y responsabilidades y consiguen establecer relaciones de mayor apertura, diálogo
y colaboración con los laicos/as que con ellos trabajan.
A veces, no sólo la personalidad de aquél que dirige una obra, sino la misma naturaleza de
ella obliga a los jesuitas a una dirección más participativa y co-responsable. Pienso, por
ejemplo, en obras como Casas o Centros de Juventud, que generalmente desarrollan sus
actividades en estrecha colaboración con la Iglesia local o nacional. En esas obras los
laicos/as generalmente participan de forma activa en la definición de la política y de las
actividades de la obra. Lo mismo pasa en centros u obras de naturaleza social, como los
que existen en varias Provincias en Brasil. También en Centros o Equipos de espiritualidad
y en casas de retiros, la responsabilidad es con frecuencia compartida con los laicos/as y en
algunos casos ellos/ellas participan directamente en la dirección y/o administración de la
obra.
PROBLEMAS Y DIFICULTADES
Por una serie de factores de orden, no apenas personal, sino institucional, por hábitos,
comportamientos y tradiciones culturales y organizacionales hondamente arraigadas, una
mayor y más estrecha colaboración entre jesuitas y el laicado enfrenta desafíos y tiene que
superar innumerables y difíciles obstáculos. Por esos motivos no hay porqué admirarse si,
delante de realizaciones altamente positivas como algunas de las que acabamos de
describir, también existen situaciones en las que esa colaboración, en la nueva comprensión
que el Decreto 13 de la CG 34ª nos propone, de hecho no se realice, o que cuando empieza
a realizarse no progrese, se quede bloqueada y, a veces, hasta retroceda.
Como acabamos de subrayar, las razones para explicar esas dificultades y aparentes
retrocesos son múltiples y complejas. No es mi intención entrar aquí en un análisis
pormenorizado de ellas. El factor cultural siempre pesa: Los jesuitas no están habituados a
colaborar con otros, particularmente con el laicado, en un pie de igualdad; menos aún en
posiciones de subordinación. En el pasado, éramos tan numerosos y “fuertes” que no
necesitábamos de otros para llevar adelante nuestras obras y ministerios, sino de personas
en posiciones subordinadas o apenas como colaboradores asalariados.
Nuestras relaciones con los laicos/as también estaban, y de algún modo todavía lo están,
marcadas y condicionadas por la posición que el laicado ocupaba y por el rol que
desempeñaba en la Iglesia institucional: una Iglesia, tenemos que reconocerlo, altamente
“clericalizada” y en la cual, durante siglos, los laicos, los “ignorantes” en materia de
religión, desempeñaban y a veces continúan desempeñando un papel bien secundario y
subordinado, aún en asuntos que de cierto modo entrarían en su esfera de competencia. Es
verdad que eso ha cambiado desde el Vaticano II, de Sínodos, como aquel dedicado al tema
de los laicos en la Iglesia y que dio lugar a la publicación de un documento tan significativo

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como “Christifideles Laici” de Juan Pablo II, y también desde Conferencias Episcopales
como aquélla que años atrás reunió el Episcopado latinoamericano en Santo Domingo y
habló del “protagonismo” del laicado en la nueva evangelización de la sociedad
contemporánea.
Tenemos que reconocer, sin embargo, que muchos jesuitas no tienen aún asimilado el
significado profundo de esos documentos y nuestra mentalidad y modo de proceder
continúan a veces condicionados por un largo pasado. Es en la mejor comprensión de la
actual teología del laicado en la Iglesia que se debe buscar y encontrar la inspiración y la
fuerza para establecer nuestras relaciones con el laicado sobre una nueva base. Por la falta
de esa mejor comprensión y por la dificultad en alterar hábitos, comportamientos y modos
de proceder, hondamente arraigados, nuestra colaboración y nuestras relaciones con los
laicos son aún muy deficientes.
Mencionaré algunas tendencias y hechos recientes para ilustrar lo que acabo de afirmar.
Insisto de nuevo para que no se interprete lo que voy a decir como una crítica de modos de
proceder de personas concretas. Son hechos y tendencias que revelan que todavía
pensamos y actuamos condicionados por una cultura en la cual el laicado era considerado el
objeto o el mero destinatario, y no el sujeto, de la tarea evangelizadora. Estábamos y aún
estamos lejos del protagonismo laical sobre lo cual habla la Conferencia de Santo
Domingo.
A veces, insistimos tanto en la formación espiritual del laicado, particularmente mediante
los Ejercicios Espirituales, que se crea la impresión de que toda la cuestión de la
colaboración con el laicado se resolvería si los laicos hubieran hecho los Ejercicios y
estuvieran más bien motivados y formados espiritualmente. También se habla, y con razón,
de la necesidad de su formación teológica, porque muchos laicos y laicas no son capaces de
dar razón de su fe en el mundo de hoy, por la precariedad de la formación religiosa que
recibieron cuando niños y jóvenes. Es evidente que la correcta motivación y formación
espirituales son absolutamente necesarias, y que esa formación tiene que ir acompañada de
un mínimo de formación religiosa, teológica y ética, porque sólo la espiritual no basta. Ésos
dos tipos de formación se complementan mutuamente. Sería un equívoco, sin embargo,
pensar que todo depende de esa formación.
Aún en lo que se refiere a la formación, tenemos que crear primero condiciones para que
esa formación pueda acontecer. Bastante ha sido hecho para la formación espiritual del
laicado, particularmente en el campo de los EE; menos, sin embargo, para incentivar y
crear condiciones para su formación religiosa y ética. “Crear condiciones” no significa
apenas suministrar recursos materiales, ni apenas organizar cursos de naturaleza más
formal, sino también ofrecer a los laicos/as oportunidades y colocarlos en situaciones que
les permitan participar responsablemente en la toma de decisiones, en la definición de las
políticas y estrategias apostólicas que después ellos serán llamados a poner en práctica. De
ese modo ellos mismos descubrirán la necesidad de esa mayor formación y las áreas en las
que necesitan desarrollarse, para poder responder mejor a los desafíos que una colaboración
más estrecha y responsable exige.
En todo caso, sería una simplificación creer que la colaboración con el laicado sobre una
nueva base depende apenas de su mejor formación. Los jesuitas también necesitan
formarse; comprender y aceptar, desde los primeros años de su formación, que la misión
apostólica que les fue confiada por la Iglesia y por la Compañía no es el patrimonio

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exclusivo de ellos, no les pertenece, y que en el mundo de hoy ellos tienen que compartir de
algún modo esa misión con el laicado. El hecho de que cada uno - clérigos, religiosos y
laicos/as - tenga una vocación y contribución específica que hacer, no los exime de esa
colaboración, sobretodo en el caso de congregaciones religiosas apostólicas activas, como
la Compañía de Jesús, orientadas para la evangelización del mundo contemporáneo, y que
ejercen actividades y ministerios en las mismas áreas y en los mismos ambientes que el
laicado es llamado a evangelizar.
Además de la innegable necesidad de la formación, la situación actual de nuestras
relaciones con el laicado, adentro y fuera de nuestras obras, revela que una colaboración
más estrecha con el laicado depende en gran parte de actitudes y comportamientos que
tienen que cambiar para que esas relaciones puedan establecerse, sino sobre una base de
entera igualdad, por lo menos de mutuo respeto, y en un clima de mutua confianza, diálogo
y apertura.
Algunos hechos revelan que ese clima aún no existe, ni fuera de nuestras obras y menos
aún dentro de ellas. Algunos jesuitas aún actúan como los propietarios y dueños absolutos
de las instituciones confiadas a sus cuidados, y no tratan los laicos, que colaboran con ellos
durante largos años y dependen de la obra, no sólo para su subsistencia, sino también para
su realización personal, con la consideración y el respeto debidos. La “hipoteca social”, el
término usado por Juan Pablo II para expresar la responsabilidad social que pesa sobre toda
propiedad, sobre toda empresa, también pesa sobre nuestras propiedades y nuestras
“empresas”, como nuestras instituciones educativas. Nuestras obligaciones, no pura y
simplemente laborales, sino de naturaleza social, para promover una obra que se distinga
por su espíritu comunitario y participativo, comienzan, en primer lugar, con relación a los
que en ellas trabajan.
También en las relaciones con los laicos/as que comparten nuestro carisma y espiritualidad,
pero no trabajan en nuestras obras, nuestro comportamiento no siempre es el debido y el
que ellos legítimamente esperan de nosotros. No siempre estamos concientes de las
exigencias de la vocación laical, de los condicionamientos bajo los cuales los laicos/as
viven, y a veces tendemos a tratarlos como si ellos también fuesen religiosos o jesuitas de
segunda o tercera categoría. Hay ejemplos bien concretos que podrían ilustrar esas
afirmaciones.
A veces apelamos para que los laicos/as, que afectiva y espiritualmente, están más cerca de
nosotros, nos presten ciertos servicios. Pero a veces lo hacemos como si fuesen una mano
de obra voluntaria y disponible, sin tener suficientemente en cuenta que esos laicos/as
tienen otras ocupaciones y compromisos, viven de su trabajo, y no siempre tienen el tiempo
para prestarnos los servicios que pedimos de ellos/ellas; no siempre pueden prestarlos en
régimen de voluntariado sin recibir remuneración alguna. Con frecuencia, no apenas no les
ofrecemos la oportunidad para que nos digan si el servicio pedido comportará para ellos
algún gasto, sino a veces esa posibilidad ni siquiera es considerada.
Otras veces pedimos esos servicios y una vez prestados, no nos sentimos obligados, no digo
ya a manifestarles nuestro agradecimiento - aunque ni siquiera eso sea siempre hecho - pero
ni a informarlos sobre el “follow-up” de los servicios prestados: esto es, sobre lo que
resultó o fue realizado con el trabajo que ellos o ellas hicieron para nosotros, respondiendo
a nuestro pedido. En algunos casos, como antes indicaba, invitamos algunos laicos/as a
participar activamente en el proceso de planificación apostólica en el ámbito provincial,

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pero de repente, sin previo aviso, ni ninguna explicación, no son invitados nuevamente a
participar en las etapas posteriores de ese proceso.
Muchos de nosotros aún no tenemos esa sensibilidad en nuestras relaciones con el laicado
y, como dicen los ingleses, “we take too many things for granted”: esto es, por desconocer
lo que significa ser laico, vivir en familia, mantenerse con su trabajo, etc., esperamos de
ellos/ellas la misma disponibilidad y gratuidad propias de los religiosos. Iría más lejos y
diría que, en algunos casos, como el que acabé de mencionar en el párrafo anterior, los
tratamos, sin quizá percibirlo, sin la debida consideración y respeto, como nunca
trataríamos los mismos jesuitas.
También es interesante constatar que generalmente somos mucho más exigentes con los
laicos/as que con los jesuitas para la realización de ciertas tareas o el desempeño de
algunos cargos, y con frecuencia atribuimos sus fallas, no tanto a limitaciones personales,
sino a su condición laical. Como es de esperar, tratándose de seres humanos, siempre
tuvimos jesuitas que actuaron “desastradamente” en la conducción de algunas de las
actividades que les fueron encargadas o en el desempeño de cargos que les fueron
confiados. Es natural que a veces lo mismo suceda con los laicos/as, sobre todo si los
mantenemos en posiciones de dependencia y subordinación durante largos años. Pero la
tendencia de algunos es creer que los laicos/as fallaron por ser laicos y no porque
simplemente no tenían la preparación o las calidades necesarias para ejercer las
responsabilidades que les fueron confiadas, como, por ejemplo, la de dirigir un colegio:
“Usted vio, intentamos colocar un laico como Director del Colegio X y no resultó. Esos
cargos no son para laicos, sino sólo para jesuitas”. Si no asumimos riesgos, “riesgos
calculados”, y preparamos el terreno para eso, nunca tendremos laicos/as en la dirección de
nuestras obras.
En un reciente artículo publicado en el tabloide de los jesuitas de Estados Unidos,
“National Jesuit News”, un jesuita afirmaba que hoy ningún Provincial debería nombrar un
jesuita para un cargo importante que comportase aspectos o conocimientos especializados
de carácter administrativo o técnico, y no apenas “religioso”, sin antes hacer un pequeño
estudio de mercado para averiguar los jesuitas y laicos/as que estarían disponibles, tendrían
las cualidades para ejercer aquel cargo, y después de compararlos entre sí. También en
Estados Unidos, laicos/as participaron y continúan participando de todas las etapas del
proceso de planificación estratégica actualmente en curso, promovido por la “Jesuit
Conference” en el nivel de toda aquella Asistencia, y sus nombres son por todos conocidos.
A veces me pregunto si la arraigada tradición democrática que caracteriza la sociedad de
aquel país, y que de algún modo no puede dejar de influenciar la Iglesia y la misma
Compañía, no contribuye para esas posiciones más abiertas y liberales de los jesuitas
norteamericanos con relación a los laicos, y si, por otro lado, nosotros no sufrimos un poco
del autoritarismo y del elitismo que aún marcan muchas de nuestras culturas, para no hablar
del predominio clerical y religioso que caracteriza la Iglesia de nuestros países, para no
decir la Iglesia universal.
Por más que la colaboración de los laicos y su compromiso con la misión común se hayan
de hecho reforzado, tienen aún la impresión de que, para la Compañía, no alcanzaron la
“mayoría de edad” y están aún muy lejos de aquel efectivo protagonismo de lo cual habla la
Iglesia. Algunos hechos concretos parecen corroborar esa impresión. Los laicos, por
ejemplo, difícilmente son instados a opinar o a ofrecer sus sugerencias en la elección de las

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funciones de coordinación del mismo apostolado laical, de la formación laical, o de
instancias como redes apostólicas, Centros Loyola, o aún de organismos creados para
inspirar y animar el laicado en el ámbito interprovincial. Generalmente, son los jesuitas y
sólo los jesuitas que hacen esas elecciones y los laicos no son ni siquiera consultados.
Anteriormente mencioné que la Provincia del BRC era una de las que había promovido más
la cuestión de los laicos/as asociados a la Compañía por un vínculo más estrecho. Al mismo
tiempo, sin embargo, esa asociación - que ya es en sí misma una modalidad de colaboración
aún poco clara y definida - ha sido interpretada de un modo que no corresponde a los
requisitos establecidos en el Decreto 13 cuando habla de ese tema. Por el modo como esos
laicos/as fueron asociados, son llamados a vivir esa asociación y a renovarla, se creó la
impresión de que no se trata, como dice el Decreto, de una vinculación jurídica y de un
acuerdo “contractual” que define por escrito mutuos derechos y deberes de ambas partes en
el campo de la colaboración apostólica, sino simplemente de una vinculación de orden más
personal, íntima y espiritual, que obliga de hecho más al laico que a la Compañía. Muchos
piensan que esos laicos/as hicieron una especie de promesas, de votos de devoción o algo
semejante, y que por eso son “medio jesuitas”, tal como si fuesen miembros de una orden
tercera de la Compañía o algo en esta línea. Aunque esa modalidad de colaboración, como
apuntábamos antes, esté en fase de experimentación, interpretaciones equivocadas de lo que
ella de hecho significa y exige no ayudan para promover esa mayor y más estrecha
colaboración entre jesuitas y laicos/as.
CONCLUSIÓN
La cuestión de la colaboración más estrecha entre jesuitas y el laicado, o mejor, nuestra
colaboración “con” el laicado en la misión - el Decreto 13 habla de hecho de “colaboración
con los laicos” en “su” misión - solo será resuelta, a mediano y largo plazo, si damos los
pasos necesarios para preparar los laicos/as y para disponernos para esa colaboración. Y
sólo daremos los pasos necesarios si creemos que ése es el camino que el Espíritu nos
indica y que ese camino nos llevará al futuro que Dios ha reservado para la Iglesia, Pueblo
de Dios, y también para nosotros, como orden al mismo tiempo religiosa y apostólica
llamada a trabajar al servicio de la Iglesia, lado a lado con el laicado, en medio al mundo.
Los problemas más “domésticos” o internos que experimentamos para establecer esa
colaboración sobre una base de confianza y mutuo respeto, y hasta diría en un pie de
igualdad en lo que toca a derechos y deberes, siempre dentro de la diversidad y de las
exigencias propias de la vocación de cada uno, sólo serán superados si esa cuestión es
puesta en el contexto más amplio de la vocación y de la misión laical en el mundo de hoy,
tal como el Vaticano II y otros documentos posteriores de la Iglesia, como los antes citados,
las definen y proponen como objetivos y metas a ser alcanzados.
A veces, la colaboración entre jesuitas y laicos en la misión es vista más con una exigencia,
que de cierto modo limita nuestra libertad y nos exige sacrificios, que como una grande
oportunidad para reforzar y enriquecer nuestro apostolado, con la contribución, los
conocimientos y las experiencias propios de la vocación y misión del laicado.
Como jesuita añadiría que, aunque sea ciertamente una exageración imaginar que los
laicos/as, o nuestra colaboración con ellos, irán a resolver los problemas que hoy
enfrentamos, sobretodo debido a la fuerte disminución de nuestros efectivos en tantas
regiones donde la Compañía trabaja, sí creo que esa mayor y más estrecha colaboración nos
ayudaría y mucho para resolver por lo menos algunos de esos problemas. Y no apenas

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aquél de la falta de recursos humanos adecuados para llevar adelante nuestras obras y
ministerios.
Una mayor proximidad e interrelación con el laicado podrían reforzar, por ejemplo, nuestra
vivencia comunitaria, tornando nuestras comunidades más abiertas y acogedoras. Una
relación más estrecha con el laicado puede ayudarnos a comprender mejor qué es lo que los
laicos/laicas esperan de nosotros, religiosos y sacerdotes. Una mejor comprensión de lo que
la vocación laical comporta, puede ayudarnos a redescubrir y apreciar mejor lo que es
propio y específico de nuestra vocación, a vivirlo y testimoniarlo con mayor visibilidad y
autenticidad.

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