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MISTERIO DE INIQUIDAD
San Ignacio quiere que en esta Semana experimentemos a Jesús como Salvador.
Este aspecto nuclear de nuestra fe, aunque un poco desdibujado hoy, tiene que ver con la
revelación de un Dios que no puede hacer otra cosa que amarnos indeficientemente. Se
trata de llegar a una experiencia viva y profunda de este amor, hasta poder decir con San
Pablo que el amor de Dios es invencible: «nada podrá separarnos del amor que él nos ha
demostrado en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Ro 8, 38-39). Pero esta conciencia no la
puedes producir tú: es un don, una gracia libremente regalada y recibida.
Las palabras que lees en el texto tienen el riesgo de orientarte por un camino
desviado. Podrías cosechar una rabia impotente y una gran frustración si solo consigues
hacerte más consciente de que tú mismo te has puesto en tales circunstancias de esclavitud
y falta de libertad. En realidad lo que pedimos está más allá de nuestras capacidades. Tiene
que ser concedido, regalado. Es una gracia y por lo tanto hay que suplicarla. Y lo que pides
es quedar profundamente confundido por tu ingratitud ante el continuo derroche de la
misericordia de Dios en Jesucristo, que cuando abundó el pecado en ti, hizo sobreabundar
para ti la gracia. Para comprender el verdadero sentido de esta “vergüenza y confusión”
convendría ver la significación que Ignacio da a estas palabras en los Ejercicios (74) y en la
Autobiografía (32-33).
TEXTO IGNACIANO
Todo el texto de este primer ejercicio (45-54), que evidentemente está elaborado en
un lenguaje muy diferente del nuestro de hoy, proviene, palabra por palabra, de la
experiencia profunda que vivió Ignacio a partir de su propia conversión. Hay que conocerlo
a él y sus escritos para saber lo que quiere expresar. Está destinado a guiar tu experiencia
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En este primer ejercicio Ignacio quiere que tomes conciencia de que eres miembro
solidario del género humano y de su suerte. Tus opciones afectan a otros y a la vez tú eres
afectado por los demás, para bien o para mal. La gradación de las creaturas (ángeles,
primera pareja, cualquier hombre), busca hacer una presentación a la vez histórica y causal
del pecado. Era lo que mejor daba razón en su tiempo de la omnipresencia del pecado y del
mal. Utiliza ahora lo que más te ayude a percatarte y a hacerte presente a esa proliferación
del mal en el mundo y en la historia, y a tu propia complicidad con él.
Este ejercicio podría parecerte externo a ti, pero te envuelve ya con las
comparaciones que sugiere el texto (EE 50-52). Permite que aflore todo el egoísmo, el
orgullo, la rabia, la autocomplacencia, que han estado detrás de tantas acciones tuyas y
compáralas con un solo acto de rebeldía o desobediencia. Además, el contexto cósmico de
esta meditación que presenta el pecado, sus consecuencias y la lucha contra él en
perspectiva universal, tiene una intencionalidad claramente apostólica.
El Coloquio (EE 53) se hace «imaginado a Cristo nuestro Señor delante y puesto en
cruz», que de Creador se ha hecho hombre, y de vida eterna muerte temporal, «por mis
pecados». Este hombre, Jesús de Nazaret, condenado por blasfemo y rebelde a morir en el
máximo tormento de represión, es el Hijo de Dios, que de este modo ha venido a ser tocado
por el poder destructor y aniquilante del pecado. Ante este Jesús, el ejercitante coloca su
vida entera, pues acaba de ver la manera como Jesús colocó la suya para salvarlo. Son dos
vidas que se quieren unir y poner en estrecha relación ¿Qué he hecho, qué hago, que debo
hacer por Cristo, viendo lo que Él hizo y quiere hacer por mí? Relación también con el
Padre y con el Espíritu; y con un “nosotros comunitario” en la historia concreta («discurrir
por lo que se ofreciere»).
El texto de los Ejercicios es fuerte, nos confronta con las posibilidades extremas del
poder del pecado obligándonos a sacar a la superficie lo que verdaderamente creemos con
relación a él. Sin embargo, para algunos puede resultar demasiado duro. En concreto, si
eres una persona con tendencia a los escrúpulos, si te cuesta superar el pensamiento del
pecado y no consigues gustar la esperanza y el gozo del perdón, o si tienes una imagen muy
negativa de ti mismo, quizás te convenga hacer este primer ejercicio con la ayuda de
algunos textos de la Escritura.
Pero lo más importante es que tomes conciencia de que la primera Semana no está
destinada a sumirte en la tristeza y desolación de haber pecado, sino todo lo contrario:
apunta a abrirte a la alegría y a la gratitud hacia Dios que tomó la iniciativa de salvarte;
Dios que se adelantó y te demostró su amor cuando, siendo todavía pecador, Jesús murió
por tus pecados (cf Ro 5, 8ss).
Textos bíblicos
1 Ti 1, 12-17: Cristo vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo
soy el primero
Jn 3, 14, 18: Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único
Col 2, 14 Dios anuló el documento de deuda que había contra nosotros y que nos
obligaba; lo eliminó clavándolo en la cruz
Sal 51: misericordia, Dios mío
Sal 103: bendice, alma mía, al Señor
Sal 116: ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?
Sal 89: cantaré eternamente la misericordia del Señor