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BOLETÍN DE LA ACADEMIA PERUANA DE LA LENGUA

B. APL Vol. 45, Nº 45, Enero-Junio 2008


Periodicidad semestral
Lima, Perú
Director
Marco Martos Carrera
Comité Editor
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Rodolfo Cerrón-Palomino
Ricardo Silva-Santisteban Ubillús
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Comité Científico
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(Universidad de Bucarest)
Corrección
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Traducción
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El contenido de cada artículo es de responsabilidad exclusiva de su autor o autores
y no compromete la opinión del boletín.
BOLETÍN DE LA
ACADEMIA PERUANA
DE LA LENGUA
Vol. 45, Nº 45

Enero – Junio 2008


Lima, Perú
BOLETÍN DE LA
ACADEMIA PERUANA DE LA LENGUA

Lima, 1º semestre de 2008 Vol. 45, Nº 45

Consejo Directivo de la Academia Peruana de la Lengua

Presidente: Marco Martos Carrera


Vicepresidente: Rodolfo Cerrón-Palomino
Secretario: Ismael Pinto Vargas
Censor: José Agustín de la Puente Candamo
Tesorero: Ricardo Silva-Santisteban Ubillús
Bibliotecario: Carlos Eduardo Zavaleta

Académicos de Número

Luis Jaime Cisneros Vizquerra (1965)


Estuardo Núñez Hague (1965)
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Mario Vargas Llosa (1975)
Carlos Germán Belli De la Torre (1980)
José Agustín De la Puente (1980)
Enrique Carrión Ordóñez (1980)
José Luis Rivarola Rubio (1982)
Manuel Pantigoso Pecero (1982)
Rodolfo Cerrón-Palomino (1991)
Jorge Puccinelli Converso (1993)
Javier Mariátegui Chiappe (1994)
Gustavo Gutiérrez Merino Díaz (1995)
Fernando de Trazegnies Granda (1996)
Fernando de Szyszlo Valdelomar (1997)
José León Herrera (1998)
Carlos Eduardo Zavaleta (1999)
Marco Martos Carrera (1999)
Ricardo González Vigil (2000)
Edgardo Rivera Martínez (2000)
Ricardo Silva-Santisteban Ubillús (2001)
Ismael Pinto Vargas (2004)
Eduardo Hopkins Rodríguez (2005)
Salomón Lerner Febres (2006)
Luis Alberto Ratto Chueca (2007)
Académicos Correspondientes

a) Peruanos: b) Extranjeros:
Américo Ferrari Bernard Portier
Alfredo Bryce Echenique Günther Haensch
Luis Loayza André Coyné
José Miguel Oviedo Germán de Granda
Fernando Tola Mendoza Reinhold Werner
Armando Zubizarreta Ernest Zierer
Luis Enrique López James Higgins
Rocío Caravedo Giuseppe Bellini
Eugenio Chang Rodríguez Marius Sala
Julio Ortega Wolf Oesterreicher
Pedro Lasarte Justo Jorge Padrón
Juan Carlos Godenzzi Humberto López Morales
Víctor Hurtado Oviedo Julio Calvo Pérez
Livio Gómez Flores
José Ruiz Rosas

Académicos Honorarios
Alberto Benavides de la Quintana
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Comisión de Gramática
Coordinador Rodolfo Cerrón-Palomino
Luis Jaime Cisneros Vizquerra
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Comisión de Lexicografía y Ortografía


Coordinador Marco Martos Carrera
Martha Hildebrandt Pérez Treviño
Carlos Eduardo Zavaleta
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Héctor Velásquez Chafloque
Augusto Alcocer Martínez
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Ana Baldoceda Espinoza
Marco A. Ferrell Ramírez
Luis Andrade Ciudad
Isabel Wong Fupuy
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Gloria Macedo Janto
Rosa Carrasco lIgarda
Rosa Luna García
Agustín Panizo Jansana
Luisa Portilla Durand
Paola Arana Vera
Juan Quiroz Vela
Eder Peña Valenzuela
BOLETÍN DE LA ACADEMIA PERUANA DE LA LENGUA

B. APL Vol. 45, Nº 45 Enero – Junio 2008


ISSN: 0567-6002

CONTENIDO

ARTÍCULOS

Luis Fernando Lara. Metáfora y Polisemia 9

José Antonio Salas García. Peruanismos de origen mochica 31

Rosa Luna. La terminología de la discapacidad: entre la


resemantización y la reetiquetación 59

Raquel Chang-Rodríguez. La Florida del Inca: Vínculos


novohispanos y proyección americana 73

Oscar Coello. De Gómez Suárez de Figueroa al Inca Garcilaso:


Configuración del estatuto ficcional en La Florida del Inca 97

Marco Martos Carrera. Blanca Varela y sus contemporáneos 115

NOTAS

Luis Jaime Cisneros Vizquerra. Martín Adán y la palabra poética 133

Ramón Trujillo Carreño. La confusión entre significado y uso en los


diccionarios. Las definiciones de fregar y fregado en el DRAE 137

ONOMÁSTICA ANDINA

Rodolfo Cerrón-Palomino. Quechua 149


RESEÑAS

Marco Martos, Aída Mendoza e Ismael Pinto (editores).


Actas del II Congreso Internacional de Lexicología y Lexicografía
“Pedro Benvenutto Murrieta”
(Marco Aurelio Ferrell Ramírez) 179

James Higgins. Historia de la literatura peruana


(Fátima Salvatierra) 187

REGISTRO 195

DATOS DE LOS AUTORES 197


Metáfora y polisemia

B. APL, 45. 2008 (9-30)

METÁFORA Y POLISEMIA

MÉTAPHORE ET POLYSEMIE

METHAPHOR AND POLYSEMICS

Luis Fernando Lara


El Colegio de México y El Colegio Nacional

Resumen:
El presente artículo trata de la distinción entre palabra y vocablo desde
una perspectiva lingüística siguiendo la terminología de Charles Muller.
Mientras la palabra esta sometida a los avatares del uso, a las constricciones
y también extensiones del discurso, del habla en el sentido saussureano, el
vocablo tiene significado biunívoco con su significante, lo que es propio
de la lengua tenida en sentido abstracto.
Los vocablos constituyen las entradas del diccionario en que todos los
estratos semánticos (perceptual, social, cultural y técnico) se armonizan para
dar unidad de significado principal a su significante, incorporando como
genuinos a él esos tropos (catacresis, metonimia, sinécdoque, metáfora)
que según la tradición clásica son contrariamente obstáculos, más que
beneficios, para el verdadero conocimiento de las palabras del idioma.

Résumé:
Le présent article traite de la distinction entre mot et vocable d’un point
de vue linguistique, selon la terminologie de Charles Muller. Tandis que
le mot est soumis aux avatars de l’usage, aux constrictions, ainsi qu’aux
extensions du discours, de la parole, au sens saussurien, le vocable possède
un signifié biunivoque avec son signifiant, propre à la langue, au sens
abstrait.

B. APL 45(45), 2008 9


Luis Fernando Lara

Les vocables constituent les entrées du dictionnaire dans lesquelles


s’harmonisent toutes les strates sémantiques (perceptuel, social, culturel
et technique) afin d’unir le signifié principal à son signifiant, en y
incorporant, de manière authentique, ces figures (catachrèse, métonymie,
synecdoque, métaphore) qui, selon la tradition classique, représentent, au
contraire, plus d’obstacles que d’avantages, pour la véritable connaissance
des mots de la langue.

Abstract:
Following Charles Muller´s terminology, a distinction is made between
words and terms. Whereas the word is determined by usage, and undergoes
constrictions, and extensions becoming to the parole, the term relates
biunivocly to its significant, something proper to the langue. Terms and
the dictionary’s entries in which all semantic strata (be them perceptual,
social, cultural or tecnological) are joined to give unity of meaning to its
significant incorporaing to it some of the figues which classic tradition
has considered obstacles rather than assets to the true knowledge of the
words.

Palabras clave:
Metáfora; polisemia; palabra; término

Mots clés:
Métaphore; polysémie; mot; terme

Key words:
Metaphor; polysemics; word; term

La convención teminológica de Charles Muller1 a la cual me adhiero,


que distingue el vocablo de la palabra, por más que sea muy conveniente
y aclaradora desde el punto de vista metodológico, no es todavía una
convención común, por lo cual he de comenzar recordándola: la palabra

1 En Étude de statistique lexicale, París, 1967, pp. 15-20. Cf. también mi Curso de lexicología,
sobre la definición de la unidad palabra y la abstracción del vocablo.

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Metáfora y polisemia

es una unidad del habla; el vocablo es una unidad de la lengua. El vocablo es en


relación con la palabra la unidad canónica de representación en el léxico
(campo de la lexicología) y en el diccionario (campo de la lexicografía) de
todas las formas flexionadas, conjugadas o declinadas que adquiere una
unidad de denominación, definida fonológica, morfológica y —en el caso
de las lenguas que tiene sistema de escritura— escrituralmente, cada una de
las cuales constituye una palabra en el habla. Así por ejemplo, niño, niños,
niñitos, niña, etc. son cada una palabras, que por convención se consideran
formas del vocablo niño2 y constituyen miembros de su paradigma.

Puesto que la palabra es un fenómeno del habla, su aparición en el


discurso o en el texto es generalmente monosémica, es decir, tiene un solo
significado. Digo que generalmente porque en el chiste y en el juego de
palabras, el efecto humorístico se produce precisamente porque juegan
con más de uno de los significados del vocablo3. Así por ejemplo, en
México, un letrero en la parte trasera de un camión decía: “Cambio mi
llanta nueva por tu vieja”. Aquí la palabra vieja no es monosémica sino
polisémica: es un adjetivo calificativo de llanta, que entra en oposición con
nueva y significa lo usado de la llanta, y es a la vez un sustantivo mediante
el cual se significa a la esposa de quien lea el letrero. Sigmund Freud,
en su conocido estudio El chiste y su relación con el inconsciente (Alianza
editorial, Madrid, 1969, p. 32) cuenta que “uno de los primeros actos de
Napoleón III al asumir el poder fue la confiscación de los bienes de la casa
de Orleans, acto que dio origen a un excelente juego de palabras: C’est le
premier vol de 1’aigle”. Vol es polisémico, por lo que la oración, tomada con
ingenuidad y en una primera monosemización, quiere decir “es el primer
vuelo del águila”; después, tomando el segundo significado de vol, que
quiere decir ‘robo’, se entiende “es el primer robo ... ¿del águila?”. No basta
aquí con el conocimiento del francés, sino que hay que saber un poco de
historia para comprender en plenitud el juego de palabras: a Napoleón I

2 Esta convención procede de la lexicografía y no de la lexicología, y se ha fijado


históricamente en español y en muchas otras lenguas de características morfológicas
semejantes.
3 O en el discurso vago o ambiguo, logrado consciente (como en el de muchos políticos)
o inconscientemente.

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Luis Fernando Lara

le llamaban Aigle ‘águila’, como lo atestigua el Trésor de la Langue Française


(s.v.), que cita las Memorias de ultratumba, de Chateaubriand: “Napoléon
avait déjà pris son vol” [‘ya había remontado su vuelo’], para hablar del
ascenso al poder de Napoleón. Aigle es un apodo de Napoleón, reasignado
a Napoleón III, que nombra al águila como viejo símbolo de poder, por
lo que el juego de palabras, en su segunda monosemización significa: “es
el primer robo del emperador (Napoleón III)”. De ahí la conveniencia de
la distinción entre palabra y vocablo, tanto para la lexicología como para
la lexicografía: el vocablo vol es polisémico, no la palabra, que en cada
interpretación es monosémica.

La interpretación rígida de la teoría del signo saussureana, manifiesta


en la llamada “correlación de consustancialidad cuantitativa” propuesta
por Klaus Heger4, afirma que a todo significante de un signo corresponde
un solo significado y a todo significado un solo significante. De seguir
esa interpretación el resultado será la imposibilidad de comprender el
fenómeno, no evidente para todos, pero claramente efectivo, de la polisemia,
pues es imposible aceptar que un signo tenga más de un significado. Eso
llevó a Heger a proponer que la relación de consustancialidad cuantitativa
sólo puede darse en el habla, en un discurso determinado (que no sea
chiste o juego de palabras). Para resolver teóricamente el problema de la
polisemia en relación con la teoría saussureana, Heger elaboró su llamado
“modelo del trapecio”, por el cual la polisemia de un vocablo —por él
llamado signema5— se explica en la lengua, en la parte superior de su
“trapecio”6. De esa manera la teoría saussureana conserva plenamente su
valor para comprender y teorizar el signo lingüístico.

No es necesario adherirse a la interpretación rígida de la teoría


saussureana del signo. Basta entenderla de otra manera, no en términos

4 En “Las bases bases metodológicas de la onomasiología y de la clasificación por


conceptos” § 1.2, pp-4­-5, incluido en Teoría semántica II, Hacia una semántica moderna,
Trad. José Luis Rivarola, Alcalá, Madrid, 1974.
5 Heger tenía razones de método para preferir hablar de signema y no de vocablo. Cf.
ibíd., n.30, p. 150.
6 En “La semántica y la dicotomía de lengua y habla”, § 2.3, pp.157 y ss., incluido en
Teoría semántica II.

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Metáfora y polisemia

de consustancialidad entre significante y significado, sino como el


modo en que Saussure argumentó la necesidad de reconocer el carácter
lingüístico inmanente del signo, por el cual el significado tiene un espesor
significativo complejo y propio de cada lengua y el significante no es un
mero vehículo material de la referencia, es decir, el signo no es una simple
etiqueta de la cosa a la que refiere. En esta interpretación la polisemia no
entra en conflicto con la solidaridad entre significado y significante, pues
esa solidaridad existe para cada uno de los significados del vocablo.

Sin embargo, la idea de que un signo sólo puede tener un solo significado
es la más común para todo ser humano que reflexiona espontáneamente
acerca de su propia lengua. Pues lo que parece ser evidente para cualquier
persona es que los vocablos son, ante todo, nombres de cosas y como cada
cosa es distinta de las demás, entonces cada nombre debe corresponder a una
sola cosa y no a varias. Es decir que lo común es considerar las lenguas como
grandes nomenclaturas: los árboles tienen cada uno su nombre; los insectos,
los pueblos, las pasiones, las transacciones comerciales, cada uno se clasifica
y recibe un nombre. Esa concepción nomeclaturista supone que los vocablos
corresponden uno a uno a los objetos de conocimiento; es decir que árbol es el
nombre del árbol, de la clase de los árboles y de cualquier ente que pueda formar
parte de esa clase; casi se diría que árbol es el “nombre propio” de los árboles;
cabeza es el nombre de la cabeza humana, de cada cabeza humana, etc.; pato es el
nombre del pato, de todo pato; discutir es el nombre de una acción en que dos o
más personas confrontan sus ideas acerca de algo y sólo de esa acción; rojo es el
nombre de un color que caracteriza a la sangre o cualquier otro objeto que tenga
la misma propiedad de color que la sangre; ayer es el nombre del día anterior
al de hoy, de cualquier día que anteceda a uno como el de hoy, etc. Cuando
se comprueba en el uso ordinario de la lengua que árbol también nombra un
esquema de líneas que se ramifican (un árbol genealógico, el árbol de Porfirio,
un árbol chomskyano), que cabeza también nombra el vehículo anterior de un
convoy, que pato es un recipiente dotado de un cuello largo para recibir la orina
de un enfermo cuando está acostado, que discutir es también poner en duda la
acción o el dicho de alguien, que rojo es un comunista y que ayer nombra a todo
el pasado, surge la necesidad de distinguir unos significados de otros, pues esa
polisemia se juzga como peligrosamente ambigua, en cuanto da al traste con la
nomenclatura y, en consecuencia, enturbia la manifestación de la verdad.

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Luis Fernando Lara

En la búsqueda de esa univocidad la tradición cultural de Occidente


ha creado un mito, que consiste en suponer que hubo una vez, en la aurora
de la humanidad, en que de veras cada cosa tenía su nombre, por lo que
cada nombre era verdadero de la cosa y, en consecuencia, era imposible
nombrar de la misma manera dos cosas diferentes: el mito de la lengua
de Adán o lengua primigenia. Para explicar la “pérdida” de la univocidad
hubo que acudir, o bien a un olvido de las generaciones posteriores (idea
con la que juega Sócrates en el diálogo de Cratilo) o bien a una corrupción
o mal uso de la lengua, o a la excepcionalidad de la licencia poética.

Un efecto más de ese mito ha sido: en lógica, la creación de una


“characteristica universalis” por Leibniz, un lenguaje unívoco formado por
elementos representativos de los objetos de conocimiento, mediante cuya
combinación debería ser posible articular proposiciones siempre verdaderas
acerca de esos objetos; la distinción entre denotación —lo deseable en toda
lengua— y connotación —el aura de significado que enturbia la denotación;
el lenguaje que podríamos llamar “atómico” de Bertrand Russell; o el
esfuerzo de Richard Montague por hacer del inglés un lenguaje formal en
su famoso artículo “English as a Formal Language” (1974). En lingüística,
la creencia de que es posible elaborar un lenguaje algebraico que permita
una descripción semántica unívoca, desde Hans Jørgen Uldall (1957) en su
Outline of Glossematics y en la primera semántica de Bernard Pottier7, hasta el
lenguaje formal de Igor Melchuk (1982), en Towards a Language for Linguistics:
a System of formal Notions for theoretical Morphology y el de Anna Wierzbicka
en Semantics. Primes and Universals (1996) o la idea de un “metalenguaje
controlado” para la definición lexicográfica, que encontramos en María
Moliner y varios lexicógrafos contemporáneos8.

Pero si bien estas últimas observaciones tienen su importancia, pues


delatan un problema serio de comprensión de las funciones y necesidades

7 En Recherches sur l’analyse sémantique en linguistique et en traduction mécanique, Publications


linguistiques de la Faculté des Lettres et Sciences Humaines de Nancy, 1963.
8 Acerca de estas propuestas véase al respecto mi artículo “Metalenguaje y lenguaje
descriptivo”, incluido en Ensayos de teoría semántica, lengua natural y lenguajes científicos,
El Colegio de México, México, 2001.

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Metáfora y polisemia

de los lenguajes científicos y en particular del de la lingüística, sólo las


he introducido para apuntalar mi interpretación de ese mítico ideal de
univocidad de las lenguas.
Pues la consecuencia de esa manera de entender la lengua que
interesa ahora es la idea de que debe haber un significado propio de los
vocablos, que es aquel que, o bien forma parte de la naturaleza de los
objetos que representa9 —el significado etimológico, entendido como la
conocida physei de Platón— o bien, al menos, es el más apropiado para
significar un objeto, de acuerdo con su naturaleza: el significado recto.

Como sabemos, la “teoría de los tropos”10 formaba parte de la


retórica y la gramática clásica y se dedicaba a la exposición de los medios
con que se podía componer un discurso (la lexis de Aristóteles); hoy,
decantada y prescindible, se nos presenta como una mera clasificación de
los instrumentos de significación a disposición, sobre todo, del discurso
poético. Dumarsais, uno de los más importantes tratadistas de la retórica
en el siglo XVIII, definía los tropos como “des figures par lesquelles on fait
prendre à un mot une signification qui n’est pas précisément la signification
propre de ce mot” [figuras por las cuales se hace que una palabra tome un
significado que no es precisamente el significado propio de esa palabra]11 y

9 La idea de que los vocablos representan objetos merece un estudio en profundidad, que
discuta lo que se ha querido decir, desde la Antigüedad, con representación. A partir de
la teoría del signo saussureana hay que decir que los vocablos significan objetos, para
reconocer el espesor y la complejidad de la significación.
10 Como lo señala Ricoeur en La métaphore vive (Seuil, París, 1975, 1er. Estudio, p. 13),
la retórica aristotélica constaba de una teoría de la argumentación, de una teoría de
la elocución y de una teoría de la composición del discurso (de la que formaban parte
los tropos); pero a partir del siglo XVII se redujo a este último componente y la teoría
de los tropos se convirtió en la prescindible clasificación de las figuras de dicción y
de pensamiento. Dice Ricoeur: “La rhétorique mourut lorsque le goût de classer les
figures eut entièrement supplanté le sens philosophique qui animait le vaste empire
rhétorique”. San Isidoro de Sevilla, copiando a Casiodoro y Cicerón, definía todavía
la retórica a la manera aristotélica, como “la ciencia del bien decir en los asuntos
civiles, con los recursos de la elocuencia propios para persuadir lo justo y lo bueno.”
(Etimologías, Libro II, 1, p. 363).
11 En Des tropes ou de différents sens, figure et vingt autres articles de l’Encyclopédie, suivi de
l’Abregé des tropes de l’abbé Ducros, Presentation et notes de Françoise Douay-Soublin,
Critiques, Flammarion, 1988, París. (Art. IV, p. 69). Todas las traducciones son mías.

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Luis Fernando Lara

correspondían a “manières de parler éloignées de celles qui sont naturelles


et ordinaires: que ce sont de certains tours et de certaines façons de
s’exprimer, qui s’éloignent en quelque chose de la manière commune et
simple de parler” [maneras de hablar alejadas de aquellas que son naturales
y ordinarias: son ciertos giros y ciertas maneras de expresarse, que se alejan
en alguna forma de la manera común y simple de hablar] (Ch. I, Art. I, p.
63). Entre los tropos, las llamadas figuras de pensamiento y en particular la
catacresis, la metonimia, la sinécdoque y la metáfora tienen importancia para
la lexicología contemporánea, por cuanto han venido determinando la
comprensión de la polisemia y su tratamiento en los diccionarios.

Por catacresis se entiende la utilización de una palabra para nombrar


algo que no dispone de su propio nombre; tal utilización puede ser, según
la teoría clásica, por extensión o por imitación. Así, en aterrizar en Marte,
desembarcar de un avión, tendríamos dos casos de catacresis por extensión:
aterrizar y desembarcar, pues como no dejan de señalarlo algunos hablantes,
en Marte no se toma Tierra (por eso hoy se prefiere decir alunizar en la
Luna y se llegará a decir amartizar), y sólo se desembarca de los barcos, no
de los aviones; son ejemplos de catacresis por imitación los nombres que
se utilizan en los aeropuertos españoles y mexicanos para nombrar los
túneles que comunican el edificio del aeropuerto con la puerta del avión,
dedo y gusano, respectivamente.

Por metonimia se entiende la transposición de una palabra para


nombrar algo que tiene relación con su significado propio: pergamino, por
ejemplo, para nombrar el material de escritura a partir de su origen: de
Pérgamo, ciudad de Asia Menor en que se usó por primera vez; lo mismo
diríamos de tequila, la bebida que se originó en el pueblo de Tequila, en
Jalisco, México; en café, el nombre de la bebida se traslada al lugar público
en que se consume; laurel se transpone para nombrar la gloria o la fama.

Es difícil distinguir los casos de metonimia de los de sinécdoque en los


que, por ejemplo, de la parte de algo se traslada el nombre al todo o viceversa:
cabeza para nombrar a una persona, el cetro por el reinado, Bruselas por el
gobierno de la Unión Europea, germano para nombrar al alemán, etc.

16 B. APL 45(45), 2008


Metáfora y polisemia

Por último, la metáfora se define desde Aristóteles más o menos de


la misma manera: “La métaphore est le transport à une chose d’un nom
qui en désigne une autre, transport ou du genre à l’espèce, ou de l’espèce
au genre ou de l’espèce à l’espèce ou d’après le rapport d’analogie.” [la
metáfora es el transporte a una cosa de un nombre que designa a otra,
transporte del género a la especie, o de la especie al género o de la
especie a la especie o según una relación de analogía] (Poétique, 1457 b
6-9. Apud Ricoeur, 1er. Estudio, p. 19); Dumarsais es menos específico,
pero su definición corresponde mejor a lo que entendemos ahora: “une
figure para laquelle on transporte, pour ainsi dire, la signification propre
d’un mot à une autre signification qui ne lui convient qu’en vertu d’une
comparaison qui est dans l’esprit” [una figura por la cual se transporta,
por así decirlo, la significación propia de una palabra a otra significación
que no le conviene más que en virtud de una comparación que está en el
espíritu] (Art. X, p. 135).

Como se ve, las cuatro figuras de pensamiento consideradas se


definen como fenómenos de la palabra y en las cuatro lo que priva es
una comprensión nomenclaturista del signo. En efecto, en todos los
ejemplos ofrecidos, lo que se altera es el significado de las palabras, dando
por resultado la imposibilidad de la univocidad entre palabra y objeto
significado y, consecuentemente, la aparición de la polisemia. Incluso ese
fenómeno es más obvio si tomamos en cuenta los vocablos especializados
de las ciencias o de las técnicas: ratón, por ejemplo, nombra hoy también
al dispositivo periférico de un equipo de cómputo que controla el cursor
en la pantalla y algunos comandos frecuentes; es difícil decidir si se trata
de una catacresis por imitación o de una metáfora; agujero negro nombra,
en cosmología, una concentración máxima de materia en el universo;
si consideramos que el nombre se debe a la apariencia de vacío en un
radiotelescopio, será quizá también una catacresis; pero si tomamos en
cuenta que es el nombre de un fenómeno totalmente nuevo, incomparable
con otra cosa, parece más una metáfora. Es decir que la palabra es la que
concentra el cambio de significado. Por eso Paul Ricoeur, sin duda el
más profundo de los pensadores modernos afirma: “c’est le mot qui,
dans le discours, assure la fonction d’identité sémantique: c’est cette
identité que la métaphore altère” [es la palabra la que, en el discurso,

B. APL 45(45), 2008 17


Luis Fernando Lara

asegura la función de identidad semántica; es esta identidad lo que altera


la metáfora] (Prefacio, p.9).

La teoría de las figuras de pensamiento que nos ha llegado a nuestros


días es por eso, aunque se haya formulado originalmente como un catálogo de
artificios posibles de la composición del discurso, ante todo una clasificación
de fenómenos del significado de la palabra, que se puede resumir, siguiendo a
Ricoeur, en los siguientes postulados: a) los nombres pertenecen propiamente
a ciertas clases de cosas; la metáfora es, por eso, impropia o figurada; b) el uso
de tropos obedece a la existencia de “lagunas” en el léxico, que el tropo ayuda
a llenar; c) esas lagunas se llenan con préstamos de otras palabras, que alteran
sus significados; d) todo préstamo es un desvío; e) el préstamo, en su sentido
figurado, sustituye a una palabra ausente por preferencia, no necesariamente;
f) el tropo no enseña nada, es sólo decorativo12.

Si confrontamos estos postulados tropológicos con el método


tradicional de la definición lexicográfica vemos cómo son ellos los que
organizan su concepción del significado del vocablo en dos aspectos
centrales: el de la distinción entre el significado principal, que se considera
propio o recto, y los secundarios, que son figurados o, a veces, por extensión;
y el de la atribución de órdenes de acepciones externos al significado,
resultante de la confusión que produce la primera distinción. La versión
de 2001 del Diccionario de la Academia Española, por ejemplo, sigue
marcando con un número dos todas las acepciones siguientes a la principal,
que no se marca (aunque muchas veces continúa la secuencia numérica
sin dar explicaciones); distingue primero las acepciones secundarias que
no tienen marca de las que sí la llevan y, entre éstas, ofrece primero las
que tienen marca de nivel de lengua, después las técnicas, las geográficas,
dialectales o provinciales y las cronológicas. Agreguemos a ello el orden
alfabético en que se introducen las locuciones en el cuerpo del artículo.
Es decir, todos los significados impropios o figurados y las locuciones se
clasifican con un criterio externo al de su significado, lo que revela una
falta constitutiva de una adecuada teoría del signo.

12 Simplifico la lista de postulados de la tropología elaborada por Ricoeur, 2°. Estudio,


pp. 65-66.

18 B. APL 45(45), 2008


Metáfora y polisemia

Pero como dije antes, la “teoría de los tropos” es también una


clasificación de fenómenos del significado de la palabra que hay que poder
explicar en una teoría del signo, pues no solamente ayuda a comprender
el funcionamiento del léxico en relación con el sistema lingüístico y con
su referencia a la experiencia de la vida, sino que también ayuda a mejorar
el método lexicográfico.

Para hacerlo hay que comenzar por reconocer que la unidad palabra
es el pivote de la formación del sentido, por cuanto es con ella, con su
capacidad para referir a la experiencia de la vida y para conformar un
significado inteligible para los hablantes de una lengua, como se construye
la predicación y se da sentido al discurso.

Hay que distinguir, en consecuencia, dos funciones de la palabra a


partir de su significado: la de referencia a la experiencia de la vida y la de
sentido del discurso que se construye con ella. Desde el punto de vista de la
función referencial de la palabra, es decir, de la relación entre la palabra y
una experiencia determinada de la vida, es el significado el que establece los
rasgos que resultan significativamente pertinentes para reconocer los objetos
de la experiencia vital, ya sean cosas, acciones, sensaciones o sentimientos,
sobre la base de la memoria colectiva de la comunidad lingüística; dicho
de una manera casi agustiniana, la palabra es signo de los objetos de la
experiencia, que los hace presentes a la atención humana. Desde el punto
de vista del sentido del discurso del que la palabra forma parte, es ésta la
que ofrece el significado a propósito del cual se predica algo.

Para explicar cómo refiere la palabra a la experiencia he propuesto en


mi Curso de lexicología y en Ensayos de teoría semántica la existencia de cuatro
estratos de formación del significado: uno perceptual, en que se forman
esquemas, gestalten o prototipos de objetos de la experiencia sensorial; uno
social, en que esos esquemas o prototipos se sustancian con una selección
de rasgos pertinentes a la inteligibilidad históricamente elaborada por la
comunidad lingüística, que dan lugar a estereotipos; uno específicamente
cultural, construido por la valoración de las distinciones hechas en el
estrato anterior, orientadas por la lengua culta o literaria (el bon usage y
el bel usage tan caros a Dumarsais y la cultura francesa); y uno científico

B. APL 45(45), 2008 19


Luis Fernando Lara

o técnico, en que el significado se precisa con un objetivo designativo


orientado por el ideal de univocidad que requiere toda comunicación
precisa, que se someta a pruebas de verdad.

Por ejemplo, si el roedor casero se reconoce perceptualmente por


su reducido tamaño, su cuerpo oblongo y un tanto jorobado, y una cola
larga, dando lugar a la formación de una gestalt o prototipo del ratón, la
palabra ratón también se podrá utilizar para todo objeto que comparta
esas características, como el dispositivo periférico de la computadora
del que hablé antes13. Del mismo modo se puede explicar, por la forma
que tiene, por su prototipo, el significado de ‘recipiente dotado de un
cuello largo para recibir la orina de un enfermo cuando está acostado’ del
vocablo pato.

En francés, canard —que en principio corresponde a pato— según el


diccionario Lexis de Larousse, se ha de dividir en tres homónimos, de los
cuales el primero tiene tiene tres acepciones; es decir, hay tres vocablos
que a su vez tienen varios significados:

“canard 1 1) Volatile palmipède, élevé en basse-cour ou vivant à l’état


sauvage... 2) Sorte de récipient fermé, pourvu d’un long bec, dont on se
sert pour donner à boire aux malades couches. 3) Fam. Terme d’amitié...
4) Morceau de sucre plongé dans le café, un alcool... [1) Ave palmípeda,
criada en corral o que vive en estado salvaje... 2) Especie de recipiente
cerrado, provisto de un largo pico, mediante el cual se da de beber a los
enfermos cuando están acostados. 3) Término de amistad... 4) Pedazo de
azúcar puesto en el café, un licor ... ]

13 Dumarsais, como probablemente muchos antes de él y sus contemporáneos, notaba


el carácter cognoscitivo de las figuras de pensamiento: “On dit communément que les
figures sont des manières de parler èloignées de celles qui sont naturelles et ordinaires:
que ce sont de certains tours et de certains façons de s’exprimer, qui s’éloignent en
quelque chose de la manière commune et simple de parler ... Bien loin que les figures
soient des manières de parler éloignées de celles qui sont naturelles et ordinaires, il
n’y a rien de si naturel, de si ordinaire et de si commun que les figures dans le langage
des hommes” (Ch.I, Art. 1, p. 62).

20 B. APL 45(45), 2008


Metáfora y polisemia

canard 2 ... 1) Fam. et péjor. Fausse nouvelle... 2) Fam. Journal... [1),


Noticia falsa... 2) Periódico...]
canard 3 ... Fausse note d’un chanteur ou d’un instrument à vent”
[Nota falsa de un cantante o de un instrumento de viento...]

Canard 1 en su primera acepción corresponde aproximadamente a


pato en español; su segunda acepción se basa en el estrato del prototipo —el
reconocimiento de un esquema perceptual—, aunque en francés nombra
un recipiente para dar de beber a los enfermos, cuya correspondencia en
español, si la hay, la desconozco; se sustancia, en consecuencia, en el estrato
del estereotipo, que tiene un carácter inmanente a la lengua francesa. Lo
mismo se puede decir de su cuarta acepción, en la que el prototipo del
pato que se zambulle en el agua permite comprender la introducción de
un terrón de azúcar en un líquido y construir un significado más de canard
(Vale la pena observar que, cuando el significado se forma a partir de
un prototipo, comprenderlo y traducirlo en cualquier lengua nos resulta
relativamente fácil).

Si buscamos una correspondencia equivalente en español vemos


que sólo la primera acepción de canard1 significa lo mismo que pato
del español. Las demás acepciones en las dos lenguas se conforman al
interior de sus culturas. Para la primera acepción de canard2 en español
de México decimos borrego (lanzar un borrego quiere decir ‘poner en
circulación una noticia falsa’) y para canard3 decimos gallo (echar alguien
un gallo es ‘desafinar’). Tanto canard2 como borrego y gallo en las acepciones
consideradas, forman parte del estrato cultural del significado. Omitiré
ejemplos del cuarto estrato, de la formación del significado científico y
técnico, para no volver este artículo demasiado largo.

La referencia a la experiencia de la vida, en consecuencia, no se


hace directamente, atribuyendo un vehículo material, sonoro o gráfico,
a los objetos de la experiencia o a su “idea”, sino mediante una compleja
construcción cognoscitivo­-cultural del significado de la palabra.

Es también evidente que la construcción de significados de estos


vocablos toma como punto de partida un significado principal, que es lo

B. APL 45(45), 2008 21


Luis Fernando Lara

que la teoría de los tropos consideraba propio, recto o literal. En la concepción


nomenclaturista, ratón, pato, borrego o gallo nombran propiamente a esos seres
de la naturaleza e incluso podrían provenir, o bien de la naturaleza misma
de estos seres, o bien de un estado inicial de las dos lenguas. Para toda
lingüística científica y para toda lexicografía lingüísticamente sustentada,
tal suposición no tiene sentido. Por el contrario y siguiendo a Aristóteles,
hay que reconocer que el punto de partida, socialmente establecido
como principio de inteligibilidad, es el significado corriente u ordinario
(kurion), que Ricoeur explica como “celui dont se sert chacun de nous”
[aquel del que se sirve cada uno de nosotros] (Poétique, 1457 b 3, apud.
Ricoeur, ler. Estudio, p. 27, n.2). Según Ricoeur, Aristóteles no habla
de “propio” porque éste corresponde a uno de los predicables: propio,
definición, especie y accidente. “Qu’un nom appartienne en propre c’est-
à-dire essentiellement, à une idée, cela n’est pas nécessairement impliqué
par l’idée d’usage courant.” [Que un nombre pertenezca propiamente, es
decir, esencialmente, a una idea, no está necesariamente implicado en la
idea de uso corriente]14.

Es muy importante resaltar esa diferencia entre significado propio


y corriente u ordinario. Dumarsais observa, a propósito del vocablo
latino gemma, que Cicerón, Quintiliano y varios más le atribuían como
significado propio ‘piedra preciosa’, por lo que el significado ‘brote, yema
o cogollo’ de la viña resultaba un significado metafórico, “por préstamo
y por metáfora” de ‘piedra preciosa’. Por el contrario, dice Dumarsais, los
etimólogos afirman que es exactamente al revés: el primer significado es
el de los campesinos, ‘brote, yema, cogollo’, y el segundo el de quienes
pueden adquirir piedras preciosas (Art. VII, II, p. 78)15. Cicerón y los

14 Ricoeur (3er. Estudio, p. 102) cita la opinión de LA. Richards (el coautor del famoso
“triángulo de Orden y Richards”’) respecto a la “superstición del significado propio”:
“La croyance que les mots possèdent une signification qui leur serait propre est un
reste de sorcellerie, le résidu de la ‘théorie magique des noms “’.
15 Según Françoise Douay-Soublin, editora del tratado de Dumarsais, “dans la définition
fondamentale de Dumarsais —le sens propre d’un mot, c’est la première signification du
mot— il me paraît inexact d’entendre première dans le sens étymologique...; première
signification chez Dumarsais est à prendre d’abord dans le sens philosophique de
signification dans l’ordre physique que lui prêtent ses postulats sur l’origine et la

22 B. APL 45(45), 2008


Metáfora y polisemia

demás tratadistas daban por significado propio el que les resultaba más
común. Sólo un ideal diccionario etimológico-histórico podría proponer,
con seriedad, un primer significado históricamente demostrado como
significado principal.

Pero decir “significado común u ordinario” también puede resultar


vago, pues cada quien tiene una idea propia de lo común u ordinario.
El principal defecto del Diccionario de uso del español, de María Moliner,
consiste precisamente en que en muchos de sus artículos (no en la
mayoría, en los que se apega a los órdenes de acepciones de la Academia)
se deja llevar por una apreciación personal de “lo más común o usual”. Lo
ordinario o común es un hecho social, que requiere una gran cantidad de
datos procedentes de la observación del uso del vocabulario para poderse
determinar. Cuando se trata de diccionarios de una lengua de cultura,
como el español, es la lengua culta, producto de la valoración histórica del
léxico, la que guía y determina el significado principal. Quizá eso quiera
decir significado literal16.

Resulta entonces que los procesos metafóricos que actúan sobre la


palabra no son acontecimientos desviados o meros adornos de la expresión,
como lo sostiene la teoría de los tropos, sino fenómenos constitutivos de la
capacidad que tienen las lenguas para “trabajar sobre lo inexpresable hasta
que se pueda expresar”, como lo decía Louis Hjelmslev en sus Prolegómenos
a una teoría del lenguaje. Lo que revelan las figuras de pensamiento, sobre
todo la metáfora, son procesos cognoscitivos, cuya complejidad supera
las clasificaciones tradicionales. Ya Dumarsais mismo lo intuía: “On dit
communément que les figures sont des manières de parler éloignées de
celles qui sont naturelles et ordinaires: que ce sont de certains tours et
de certains façons de s’exprimer, qui s’éloignent en quelque chose de la
manière commune et simple de parler ... Bien loin que les figures soient

généalogie des idées” (n. 26, p. 247). Es decir que Dumarsais partía de una teoría
sensualista, a la manera de Condillac y Locke, del signo, que tiene una lejana
concordancia con mi propuesta del estrato perceptual.
16 Observa Ricoeur (3er. Estudio, p. 103) que “certes, la pratique des bons auteurs tend
à fixer les mots dans des valeurs d’usage. Cette fixation par l’usage est sans doute à
l’origine de la croyance fausse que les mots ont un sens, possèdent leur sens.”

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Luis Fernando Lara

des manières de parler éloignées de celles qui sont naturelles et ordinaires,


il n’y a rien de si naturel, de si ordinaire et de si commun que les figures
dans le langage des hommes” [Se dice comúnmente que las figuras son
maneras de hablar alejadas de aquéllas que son naturales y ordinarias:
que son ciertos giros y ciertas formas de explicarse que se alejan en algo
de la manera común y simple de hablar. ... Lejos de que las figuras sean
maneras de hablar alejadas de aquéllas que son naturales y ordinarias, no
hay nada más natural, más ordinario y más común que las figuras en el
lenguaje de los hombres] (Ch. I, Art I, p. 62).

La polisemia se crea al precipitarse los resultados de esos procesos


metafóricos en la memoria colectiva de una comunidad lingüística, a
partir de un significado principal que preside los significados reunidos
en el vocablo. De allí que la polisemia sea un producto, en tanto que los
procesos metafóricos son acciones individuales, cuyo éxito depende del
grado de inteligibilidad que ofrezcan a los miembros de la sociedad.

Como consecuencia de la teoría de la construcción del significado que


he venido argumentando y del reconocimiento de que hay un significado
principal culturalmente establecido (de duración tan limitada como se
produzcan cambios en la cultura), se puede proponer que el orden de
acepciones, que en el artículo lexicográfico manifiesta la polisemia del
vocablo, tenga un carácter que permita al lector elaborar para sí mismo
una interpretación cognoscitiva del conjunto de los significados del
vocablo, una idea que propuse en mi artículo “Una hipótesis cognoscitiva
sobre el orden de acepciones”, ahora publicada en mi libro De la definición
lexicográfica (El Colegio de México, 2004). Un orden que ofrezca un esquema
de interpretación de la manera en que se relacionan unas acepciones con
otras, que he llamado “esquema taxonómico”, fomenta la comprensión del
dinamismo de la significación, libera al lector de la rigidez nomenclaturista
y elimina las marcas correspondientes de “significado figurado” y otras
expresiones heredadas de la clasificación de los tropos.

La metáfora, sin embargo, corresponde a un proceso de significación


que rebasa a la palabra. Si para los objetivos de la lexicología, las necesidades
de la lexicografía e incluso para comprender los procesos denominativos

24 B. APL 45(45), 2008


Metáfora y polisemia

de las ciencias y las técnicas basta con reconocer sus efectos en la unidad
aislada, como he tratado de demostrar con unos cuantos ejemplos,
para entender a plenitud el ámbito significativo de la metáfora hay que
considerar ahora lo que Ricoeur llama “el enunciado metafórico”.

Consideremos el siguiente verso del Polifemo de Luis de Góngora:


“Era Acis un venablo de Cupido”

Es claro que la palabra venablo no tiene el mismo efecto denominativo


en este contexto que los vocablos que habíamos tratado antes. Venablo no
se precipita al léxico de la lengua dando lugar a un nuevo significado,
que nos permita agregar al vocablo una acepción ‘capaz de enamorar’
o algo por el estilo17. Es todo el enunciado el que relaciona a Acis, un
ser humano, con un venablo de Cupido; es decir, para entender su
significación metafórica es necesario que comprendamos la expresión
venablo de Cupido y que sepamos que, en la mitología clásica, Cupido
dispara flechas o venablos para enamorar a alguien. Por lo tanto, el efecto
metafórico de la palabra venablo no depende de ella misma en aislamiento,
sino del enunciado metafórico, como insiste en señalar Ricoeur en su libro
mencionado; y al revés de la limitación al significado de la palabra que
caracteriza a la teoría de los tropos, cuya validez es plena pero restringida,
la metáfora se produce en el enunciado, no en la mera denominación
que caracteriza a la palabra. El centro de la predicación, es verdad, es la
palabra venablo, pero si se limitara uno a atribuir el efecto exclusivamente
a ella, tendría que suponer que la metáfora produjo instantáneamente
un cambio de significado de la palabra, que también instantáneamente
hubiéramos sido capaces de reconocer. En tal caso, tendría que poderse
comprender de la misma manera un enunciado como “Era Acis una
flecha”. Nuestra reacción sería preguntarnos en qué sentido se puede
predicar de Acis, un ser humano, ser una flecha: ¿Porque hiere, porque
es muy espigado, porque tiene punta, porque vuela, porque es veloz? La
metáfora no depende, entonces, de la palabra por sí misma, sino del

17 Una idea que podría haberse dado en el marco del pensamiento estructuralista, en el
cual ese significado podría tener carácter de virtuema que, de realizarse plenamente en
el uso, se convertiría en un sema más de la matriz semémica del vocablo.

B. APL 45(45), 2008 25


Luis Fernando Lara

enunciado metafórico que, en el caso del venablo, nos recuerda al Cupido


mitológico y nos propone concebir a Acis desde la perspectiva mitológica.
El filósofo estadounidense Donald Davidson18 afirma, quizá demasiado
provocativamente, que “las metáforas significan lo que significan las
palabras, en su interpretación más literal, y nada más”. En efecto, venablo
en el verso de Góngora significa ‘flecha’ y no da lugar a la aparición de
un nuevo significado, pero lo cierto es que el poder significativo de este
verso aumenta la atracción de Acis, para poderlo contraponer mejor con
la monstruosidad de Polifemo: es un efecto de sentido y el sentido es lo
que produce conocimiento, una conclusión que Davidson soslaya.

Desde el punto de vista del proceso cognoscitivo que da lugar a


ambos tipos de metáfora: la denominativa que amplía los significados
del vocablo, y la metáfora que se produce en el enunciado, el proceso es
fundamentalmente el mismo. Tanto el poeta como el científico actúan de
la misma manera, con la diferencia que corresponde a esas dos formas del
conocimiento: la de una objetivación creadora de un fenómeno del mundo
real, y la de una comunicación precisa y singular de una experiencia de la
vida. En cambio, desde el punto de vista de su efecto sobre la lengua, la
metáfora denominativa modifica el léxico y las relaciones entre vocablos
que se puedan establecer en un contexto determinado, mientras que
el efecto del enunciado metafórico siempre está ligado al instante de la
significación, al habla y sólo raramente llega a afectar la lengua, es decir,
el sistema. Para distinguir una y otra metáfora, Ricoeur entiende como
metáfora muerta la que pasa al acervo social del léxico, y como metáfora viva
la que no pierde su fuerza significativa singular en el discurso. El lingüista,
el lexicólogo no tiene por qué sentir pesadumbre cuando la metáfora
que le interesa es la muerta, la que se lexicaliza. Todo lo contrario, esa
clase de metáfora permite apreciar mejor las propiedades de la palabra
y, en consecuencia, las del sistema lingüístico, pues un sistema que sólo
constara de un catálogo de nombres —la idea nomenclaturista— sería
extremadamente rígido y pobre, más correspondiente a un código que a

18 En “Qué significan las metáforas” en De la verdad y de la interpretación, Fundamentales


contribuciones a la filosofía del lenguaje, Trad. Guido Filippi, Gedisa, Barcelona, 1990,
p.246.

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Metáfora y polisemia

la lengua, más comparable con las señales marítimas o con las expresiones
cifradas de la policía, que a una lengua capaz de significarlo todo (de ahí,
a propósito, lo desafortunado de enseñar que una lengua es un código).
A la vez, el reconocimiento de las características de la metáfora viva debe
llevar a una mejor comprensión del discurso poético.

La metáfora denominativa hace expresable una experiencia nueva


del mundo como fenómeno, que tiene la capacidad de manifestar un
enigma, de inducir una pesquisa o una investigación que la verifique y la
someta al razonamiento. No otro fue el valor de la metáfora agujero negro
con que los astrónomos del siglo XX apreciaron la falta de radiación en
ciertas regiones del universo. Una vez expresada esta metáfora, que no era
un mero adorno del discurso astronómico, sino quizá la única descripción
posible de los resultados del rastreo radiotelescópico del universo, la
búsqueda de una explicación coherente con las teorías cosmológicas para
ese fenómeno de la observación llevó a identificar el agujero negro con
una aglomeración de materia tan densa y compacta que no puede emitir
radiación alguna, y a modificar la teoría cosmológica para dar mejor cuenta
de la manera de ser del universo. Gastón Bachelard, en su La formación
del espíritu científico combate la utilización de metáforas de esta clase
como verdaderos obstáculos para el conocimiento. Con un ejemplo de
Réaumur, inventor del termómetro de alcohol, iniciador de la siderurgia
y editor de las Mémoires de la Academia de Ciencias francesa durante el
segundo cuarto del siglo XVIII, Bachelard demuestra cómo el uso de la
metáfora de la esponja para concebir diversos fenómenos de absorción,
de penetración de un líquido en otro y de atracción, lo que produjo fue
una incapacidad para distinguir un fenómeno de otro, al confundir la
mera expresión con una explicación. Por eso afirma que “el peligro de
las metáforas inmediatas en la formación del espíritu científico es que
ellas no son nunca imágenes pasajeras; ellas se dirigen a un pensamiento
autónomo; tienden a completarse, a terminar en el reino de la imagen”
(IV, p. 97). Es verdad, y tanto más cuanto el ejemplo proviene de una
época en que la investigación científica todavía estaba desembarazándose
del pensamiento mágico precientífico. Sin embargo fue precisamente la
metáfora de la esponja la que llevó a verificar las afirmaciones de Réaumur
y a buscar explicaciones objetivas, desligadas de la mera verbalización. El

B. APL 45(45), 2008 27


Luis Fernando Lara

uso de la lengua, que es el medio de comunicación más perfecto de que


disponemos los seres humanos, produce e induce conocimiento, pero no
basta por sí solo al pensamiento científico. La metáfora es un obstáculo
para el conocimiento sólo cuando se sustituye la verificación y la duda por
la verbalización y la doctrina.

El enunciado metafórico, por su parte, lo que nos permite es concebir


de otra manera las experiencias de la vida, que les agrega valor y sentido.
Consideremos la siguiente quinteta del poema “La suave patria” del poeta
mexicano Ramón López Velarde:

“Tu barro suena a plata, y en tu puño


Su sonora miseria es alcancía;
Y por las madrugadas del terruño,
En calles como espejos, se vacía
El santo olor de la panadería”

(Aunque el poema hable de México, estoy seguro de que cualquier


peruano sentirá la misma emoción que le propone López Velarde respecto
a su propia patria).

La experiencia común del terruño, de la plata, del olor de la panadería


se ve resignificada con sus metáforas y despierta nuevas experiencias en
nosotros. Esas experiencias no son adornos: son conocimiento valorado.

28 B. APL 45(45), 2008


Metáfora y polisemia

BIBLIOGRAFÍA

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30 B. APL 45(45), 2008


Peruanismos de origen Mochica

B. APL, 45. 2008 (31-58)

PERUANISMOS DE ORIGEN MOCHICA

PÉRUANISMES D’ORIGINE MOCHICA

PERUANISMS FROM MOCHICA ORIGIN

José Antonio Salas García

Resumen:
El texto postula que en el español algunos de los peruanismos más
conocidos son de origen mochica: cholo, cuculí, faique, pallar, poto. Se hace
un minucioso análisis de cada uno de estos vocablos.

Résumé:
L’auteur soutient qu’en espagnol certains des péruanismes plus connus
sont d’origine mochica: cholo, cuculí, faique, pallar, poto. Il est fait ici, une
analyse minutieuse de chacun de ces mots.

Abstract:
Some well-known Peruvian words are, according to the author, from
Mochica origin: cholo, cuculí, faique, pallar, poto. Detailed linguistic analyses
of these words are performed.

Palabras clave:
Español; mochica; peruanismos

Mots clés:
Espagnol; mochica; péruanismes

Kew words:
Spanish; Mochica; peruanisms

B. APL 45(45), 2008 31


José Antonio Salas García

0. El léxico del castellano peruano se ve enriquecido por una serie


de voces tomadas de las lenguas autóctonas. Una de esas lenguas fue
la extinta lengua mochica. El castellano del Perú hace uso de ciertos
préstamos tomados de ese idioma. En un artículo pionero de 1911,
González de la Rosa planteó que la etimología de las palabras cholo, cuculí
y pongo (en tanto paso estrecho de un río) correspondían al mochica.
Para nosotros, salvo el último vocablo, proveniente del quechua (punku
= puerta), González de la Rosa estaba en lo cierto. La virtud del trabajo
de este autor estuvo en mostrar que los peruanismos no necesariamente
debían encontrar su origen en la lengua quechua, como si con ese idioma
se agotara toda la cultura peruana. En este artículo nos ocuparemos,
precisamente, de cinco préstamos de la lengua mochica, que hoy forman
parte del castellano peruano. Algunos de ellos, inclusive, han trascendido
las fronteras del Perú, mostrando así la vitalidad con la que cuentan. Estos
préstamos se encuentran en el diccionario de la Academia. La discusión
de cada uno de ellos servirá para revisar la información etimológica que
se da de ellos en la vigésima segunda edición del DRAE. De modo tal que
la discusión de cuestiones de forma y contenido nos llevarán a plantear
recomendaciones para la vigésima tercera edición de esta obra. Siguiendo
el orden alfabético, los préstamos que hemos de analizar son cholo, que
aparece en el DRAE desde la duodécima edición de 1884; cuculí, que se
puede leer en el DRAE desde la décima quinta edición de 1925; faique,
que hace su ingreso al DRAE en la décima sexta edición de 1936; pallar,
que ingresa al DRAE en la décima cuarta edición de 1914; y poto, que está
en el DRAE desde la vigésima edición de 1984.

1. Cholo.- Junto con González de la Rosa, proponemos al mochica


cɥolu, ‘muchacho’, ‘muchacha’; como etimología de cholo. La vigésima
segunda edición del DRAE, no ofrece ninguna etimología para este
término:

cholo, la. adj. Am. Mestizo de sangre europea e indígena.

Nos ocuparemos de los aspectos formales que son una indispensable


condición para sustentar una etimología y luego abordaremos los aspectos
de contenido que den solidez a nuestra propuesta.

32 B. APL 45(45), 2008


Peruanismos de origen Mochica

1.1. Aspectos formales.- En lo formal es preciso aclarar cuál es la


pronunciación del dígrafo <cɥ> con la <h> al revés y cómo la u final
devino en o. En otras palabras, ¿cómo cɥolu se convirtió en nuestros
actuales cholo y chola? Fernando de la Carrera (1644) da la caracterización
de <cɥ> de la siguiente manera:

“Esta letra siguiente es vna H. al reues, diferente sonido que


las nuestras, muy necesaria y forçosa para diferenciar esta
pronunciación. chido. chang. checan. &c. de la H. al reues, como
cɥapa. cɥilpi. mæcɥquic. cɥolu.”

El que de la Carrera compare vocablos como chido o chang con cɥapa


o cɥilpi nos hace pensar que estamos ante sonidos similares. Es más, si
observamos los cambios experimentados por palabras portadoras de <cɥ>,
notaremos que este sonido evolucionó hasta llegar a ser ch, verbigratia,
cɥap → chap ‘techo’, cɥecɥmæd → chächmäd ‘hermana’, cɥelû → chelū
‘halcón’, cɥicaca ‘calavera’ → chikaka ‘cráneo’, etc. Su caracterización, sin
embargo, es insuficiente. Middendorf (1892: 51) da pistas de la probable
interpretación de tal consonante:

“Der Zahnlaut t Word mit drei Zischlauten verbunden:


1) mit dem š, das spanische ch;
2) mit dem j’, eine Verbindung, welche wir daher zum
Unterschiede von der ersten, ähnlich lautenden c’h schreiben;
dieser Laut c’h klingt wie im Deutschen tj”

“El sonido dental t está unido con tres sonidos sibilantes:


1) con la š, la ch española;
2) con la j’, una unión, que escribimos c’h para diferenciarla de
la primera, de similar sonido. Este sonido c’h suena como en
alemán tj (…)”

Probablemente, cɥ haya sido una coarticulación oclusiva dental


palatalizada. Sea como fuere, el hecho de comprobar, diacrónicamente,
que cɥ pasó a ser ch en numerosos casos nos permite relacionar
formalmente, cɥolu con cholo. El cambio de timbre de la vocal final es,

B. APL 45(45), 2008 33


José Antonio Salas García

fácilmente, explicable por la ausencia de u en final de palabra en el


castellano patrimonial. A partir de la modificación de u en o, se produjo
un proceso de gramaticalización; de modo tal que un préstamo carente
de género, adquirió tal accidente gramatical. De tal guisa que junto con
cholo se empezó a usar la voz chola como producto de la gramaticalización.
No olvidemos que el término mochica <cɥolu> significaba, según de la
Carrera (1644: 2) tanto ‘muchacho’ como ‘muchacha’.

En lo formal, resta hacer un pequeño comentario acerca de


la lateral de cɥolu, pues su evolución, tendrá repercusión en lo que a
contenido se refiere. Middendorf (1892: 46-47) señala que la antigua l
deviene en j, dando como ejemplos: lech → jech ‘cabeza’, loch → joch
‘ojos’, lok → jok ‘pie’, ssol → ssoj ‘frente’, kul → kuj ‘sangre’, kol → koj
‘caballo’. Este cambio, empero, no fue generalizado. Bajo el título de
Kurze Gespräche, Middendorf (1892: 183-190) recogió diálogos cortos
del mochica de finales del siglo XIX, en los que subsistía la lateral l en
distintos contextos: inicio de palabra, lok ‘estar’; frontera de raíz, feleiñ
‘me siento’ (de sentarse); mitad de palabra, pelen ‘ayer’; frontera entre
lexemas, changkäd-len ‘con el prójimo’ y, con ciertas reservas, final de
palabra, ůl ‘enfermo’. En el caso de cɥolu, se produce un doblete. En la
forma poseída del nombre, Middendorf (1892: 58) da choj, ‘muchacho’,
mientras que en la forma no poseída ofrece cholu, pero con el significado
de ‘indio’. Ahora abordaremos los aspectos de contenido.

1.2. Aspectos de contenido.- El vocablo cholo tiene la particularidad


de ser una voz tanto peyorativa como afectiva en determinados contextos.
Carrión (1983: 230-231) da un verdadero estado de la cuestión acerca de
esta palabra. Menciona que el vocablo se conoce desde Costa Rica hacia
el sur, particularmente en Panamá; que en más de un caso se usa para
menores, proponiendo un sema [-adulto]; que es término injurioso en
ciertos contextos; y que también sirve para expresar afecto. Sabemos que
la palabra no pertenecía al quechua por el siguiente pasaje de Garcilaso
de la Vega ([1609] 1960, tomo II, libro noveno, cap. XXXI: 373):

“Al hijo de negro y de india, o de indio y de negra, dicen mulato


y mulata. A los hijos de éstos llaman cholo; es vocablo de las

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Peruanismos de origen Mochica

islas de Barlovento; quiere decir perro, no de los castizos, sino


de los muy bellacos gozcones; y los españoles usan de él por
infamia y vituperio. A los hijos de español y de india, o de indio
y española, nos llaman mestizos, por decir que somos mezclados
de ambas naciones; fue impuesto por los primeros españoles
que tuvieron hijos en Indias; y por ser nombre impuesto por
nuestros padres y por su significación, me lo llamo yo a boca
llena y me honro con él.”

La acepción de cholo como ‘perro’ puede ciertamente provenir de las


islas de Barlovento. Creemos que se trata de un caso de homonimia con
la evolución al castellano de cɥolu. Probablemente, el término cholo de
Barlovento sea el que registró Bertonio ([1612] 1984: 91) para el aimara,
cuando definía: “Chhulu anocara, perro mestizo hijo de vn mestinazo y
perrilla”1. Lo cierto es que este autor (Bertonio [1612] 1984: 91), define
ya sin relacionar el vocablo chhulu con algún tipo de canino: “Chhulu:
Mestizo, aunque ya casi no se usã deste vocablo para eso”. De cualquier
forma, la información de Bertonio nos hace descartar al aimara como
lengua de origen, pero las valoraciones afectivas de cholo y que además
se aplique a niños, difícilmente, se pueden explicar a partir de un tipo
de perro2. En cambio, cɥolu que significaba ‘muchacho’, fácilmente
aclara la designación para ‘jóvenes’; también explica el que se use con
afecto y asimismo da cuenta de los aspectos despectivos de la palabra.
No olvidemos que Middendorf traduce cholu como ‘indio’, siendo éste
un grupo socialmente estigmatizado. Es a partir de las desventuras de
grupo que la palabra se marca negativamente. El rápido mestizaje de
los pobladores de la costa peruana explicaría que sea un sinónimo de
‘mestizo’. La cantidad de derivados que cholo ha producido en el Perú nos
habla del origen peruano del término. Su difusión fuera de las fronteras
del Perú, no es ninguna novedad. Muchas palabras oriundas del Perú

1 Hare (1999: 46) brinda el dato de que “cholo itzcuintle” es un tipo de perro indígena
en México.
2 En 1999, Hare propuso una posible etimología vasca de cholo, al constatar que la
palabra no pertenecía a las lenguas amerindias. La autora, no obstante, no consideró
al mochica dentro de las posibles lenguas y la evidencia que sustenta su propuesta
nos parece más bien débil.

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José Antonio Salas García

forman parte de castellano estándar y algunas voces de origen mochica en


más de un caso han abandonado las fronteras del Perú, como lo atestigua
el propio DRAE. Por todo lo expuesto, concluimos que la entrada del
DRAE debe reformularse de la siguiente manera:

cholo, la. (Del mochica cɥolu muchacho, cha) adj. Am. Mestizo
de sangre europea e indígena.

2. Cuculí.- Ésta es otra de las voces, cuyo origen sugiriera González


de la Rosa en 1911. La voz cuculí es una onomatopeya del canto del ave a
la que da nombre. El DRAE presenta la entrada de la siguiente manera:

cuculí. (Del aim. kukuri). m. Bol., Chile, Ecuad. y Perú. Especie de


paloma silvestre del tamaño de la doméstica, pero de forma más
esbelta, de color ceniza y con una faja de azul vivo alrededor de
cada ojo.

Las onomatopeyas, aun cuando refieren a sonidos del mundo, pasan


por el filtro que le imprime cada lengua. En esa medida, presentaremos
argumentos en favor de que la voz mochica es más cercana a la
pronunciación de la palabra que se adoptó en castellano.

2.1. Aspectos formales.- La voz mochica es mencionada en dos


pasajes del Arte de 1644. En ese sentido, es la única fuente colonial
que la menciona dentro de las gramáticas o lexicones. No aparece en el
vocabulario aimara de Bertonio, ni en el lexicón de Domingo de Santo
Tomás ni en el vocabulario de González Holguín. Aparece en el Arte
de Fernando de la Carrera (1644: 28 y 29) como cucûli con acentuación
grave o llana. A diferencia del aimara, nunca se da con una vibrante, sino
siempre con una lateral. Con todo, la aparición más interesante de esta
palabra se da en la página 183 del Arte de 1644, cuando se escribe tal
como se pronuncia actualmente: <cuculì>, ‘paloma’. De la manera como
se presenta en dicha página no se tiene que realizar ningún cambio de r a
l, ni de acentuación. Desconocemos otra mención más antigua en que la
palabra se dé ya como la pronunciamos actualmente.

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Peruanismos de origen Mochica

2.2. Aspectos de contenido.- En lo que a contenido se refiere


daremos una mirada a los distintos significados de la palabra en cuestión
en las diversas variedades de las lenguas autóctonas para ver cómo ha
sido su difusión y qué lengua ha evolucionado la voz cuculí. En sesudo
artículo, Cerrón-Palomino (1989: 54) escribió que tanto Guamán
Poma ([1614] 1936: 334) como Cobo ([1653] 1956. Cap. XXI, 321) dan
el término <cucuri>, aquél como sinónimo de ‘tórtola’ y éste con el
significado de ‘perdiz de tamaño menor’. Cerrón-Palomino argumenta
que por el origen onomatopéyico de la palabra, es probable que la voz
cucuri con r sea de “cuño quechua”. Sin embargo, afirma que si la mayoría
de dialectos quechuas registran kukuli, ello se debería a su “procedencia
mochica vía el castellano”. Es decir, la palabra se habría generalizado en
el quechua luego de que el castellano la tomara prestada del mochica.
Hemos chequeado las referencias de Guamán Poma y de Cobo, y ninguno
de los dos menciona claramente si <cucuri> con /r/ proviene del quechua
o del aimara. No obstante, en el 2003, Cerrón-Palomino (2003: 126) se
inclina más bien por la etimología aimara y analiza la palabra en cuestión
como /kuku-ri/ traduciendo esta etimología como ‘el que dice ku-ku’.
Por nuestra parte, diremos que la etimología es interesante, pero hay dos
detalles que deseamos señalar. En primer lugar, desde el punto de vista
sintáctico, todos los ejemplos que hemos encontrado acerca del uso de
este sufijo, subcategorizan una raíz verbal. En segundo lugar, desde el
punto de vista semántico, el morfema agentivo, para significar ‘el que dice
ku-ku’, precisaría ser sufijado a alguna raíz del verbo ‘decir’, pues como tal
no porta dicho significado. Con todo, el carácter de onomatopeya habría
permitido una formación morfológica más laxa.

Los dialectos del quechua que poseen el término con /l/ son el
quechua de Ancash (Parker y Chávez 1976 & Carranza 2003) con el
significado de ‘paloma torcaz grande’, el de Huánuco (Weber, et alia
1998) con el significado de ‘paloma’, el de Ayacucho (Soto 1976) con
el significado de ‘paloma silvestre grande’ y el del Cuzco (Academia
Mayor 1995) con el significado de ‘paloma torcaza’. No obstante, en el
Vocabulario Políglota Incaico de 1905 se da para el dialecto del Cuzco
la voz <cucuri>, con probable influencia aimara. Podemos estar seguros
de que la voz aimara portaba una /r/, porque en la variedad del jacaru

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José Antonio Salas García

(Belleza 1995) existe la voz kúkiri con acentuación esdrújula y cierta


armonía vocálica. La influencia del jacaru en el castellano del Perú es muy
limitada por el aislamiento de esta comunidad lingüística. Nos parece
más factible que esta voz haya llegado al castellano peruano del mochica
que del Altiplano. En los casos de Perú y Ecuador, esto debe haber sido
así, mas para Bolivia y Chile sí, creemos que se trataría de una influencia
aimara, pese a que en ninguna variedad del castellano americano se
utilice kukuri con /r/. Por todo lo expuesto, concluimos que la forma más
cerca de la pronunciación actual se encuentra documentada, solamente,
en la lengua mochica, pero como se trata sin ningún género de dudas
de una onomatopeya, puede existir más de un origen para la palabra en
cuestión. Por el carácter onomatopéyico, proponemos la misma solución
que la Academia encontró para el caso de la entrada correspondiente a
caracará donde entre paréntesis se dice (De or. guar., onomat. del canto
de esta ave), pero circunscribiendo las etimologías a los territorios en los
que prestaron influencia. Así, postulamos:

cuculí. (De or. mochica cuculì, onomat. del canto de esta ave).
m. Ecuad. y Perú. (De or. aimara kukuri, onomat. del canto de
esta ave) Bol. y Chile. Especie de paloma silvestre del tamaño de
la doméstica, pero de forma más esbelta, de color ceniza y con
una faja de azul vivo alrededor de cada ojo.

3. Faique.- En la entrada correspondiente a faique, queremos


cuestionar la forma faik como etimología propuesta por el DRAE.
Siguiendo a Benvenutto (1936: 88), proponemos el término fachca,
‘leña’, como correcta etimología de faique. Nuestro trabajo consistirá
en fundamentar los procesos fonológicos que permiten comprender
la evolución de fachca a faique y, a su vez, los cambios semánticos que
posibilitan el paso del concepto ‘leña’ al de un tipo particular de ‘árbol’.
He aquí la entrada léxica del DRAE:

faique. (Del mochica faik). m. Ecuad. y Perú. Árbol de la familia


de las Mimosáceas.

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Peruanismos de origen Mochica

En su Mochica Wörterbuch, Brüning ofrece la siguiente entrada para


faik, cuya forma coincide exactamente con la etimología propuesta en el
diccionario de la Academia:

faik [‘fajk] sust. espino (*Acacia macracantha) (árbol).

Si nuestro análisis se fundamentara únicamente en esta entrada


léxica, habría que concluir que la etimología propuesta en el DRAE es
correcta. Sin embargo, consideramos que es posible realizar un examen
etimológico más profundo e informado.

3.1. Aspectos formales.- Si asumimos, tal como se hace en el


DRAE, que faique es una palabra mochica, entonces, es preciso explicar
el diptongo en la primera sílaba. Los diptongos del mochica son el
resultado del contacto con consonantes palatales. En faique no se da
ningún entorno palatal que posibilite tal tipo de diptongo. Del mismo
modo, faik, la etimología propuesta en el DRAE, carece de consonantes
palatales, de manera tal que no podría explicar el diptongo de faique.
No obstante, en <fachca>, cuya representación fonológica es /’faʧ·ka/,
sí encontramos una consonante palatal /ʧ/ que permite explicar el
diptongo de la primera sílaba. Es más, en el Arte de 1644, hay un ejemplo
gramatical pertinente. Este ejemplo carece de glosa, empero estamos en
condiciones de traducirlo. Se trata de la oración (1644: 109):

metan napong faichcass Texto original


met-an na-pong faichca-ss Segmentación siguiendo la
ortografía del Arte
traer-IMP un-CL leña-POS Traducción palabra por palabra3
trae diez leños (para mí). Traducción libre

Típicamente, las consonantes palatales mochicas producían a nivel
fonético un segmento vocálico palatal que formaba un diptongo con el
núcleo silábico que antecedía a la consonante palatal, tal fue el caso de

3 IMP = morfema de imperativo, CL = clasificador numeral de decena, POS =


morfema de posesión.

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José Antonio Salas García

faichass (Cf. moix = ‘alma’, eiñ = ‘quién’, moiñ = ‘yo’); mas, como, en
castellano, la consonante /ʧ/ no se encuentra en posición implosiva,
entonces, se elidió dejando una vocal no nuclear de diptongo. Téngase
presente que algo similar se produce en la evolución del latín al portugués:
multum > muito, nocte > noite. En el mismo mochica, encontramos
otros ejemplos que registran este tipo de cambio. Al caso de faichass,
añadimos el de la palabra <tzhaxlltzha> = /’tsaɬtsa/ = ‘seis’ (Fernando de
la Carrera, 1644, libro cuarto: 182) que Middendorf (1892: 68) presenta
como tsaitsa, en donde lo que era la consonante <xll> = /ɬ/ pasa a
elidirse dejando una vocal no nuclear. Vemos, pues, que el diptongo de
faique puede entenderse a partir de la palabra fachca, mas no a partir de
faik. Adicionalmente, podemos inferir que la forma faik alternaba con
la actual faique, si tenemos en cuenta el siguiente fragmento escrito por
Brüning (2004: xvii):

“La ‘k’ al final de la palabra mochica parece ocasionar


dificultades a los que ya no tienen dominio de la lengua, por
eso en general se añade una ‘e’ o el sonido final ‘k’ se suprime
por completo. En la palabra ‘Kaitek’, he observado ambos casos,
esto es, Kaiteke y Kaite. Más a menudo he observado el primer
caso.” (La traducción es nuestra).

Para que Brüning diga que la palabra ‘Kaitek’ se manifestaba como


‘Kaiteke’ y como ‘Kaite’, debe haber escuchado las tres pronunciaciones.
Creemos que es posible extrapolar lo que sucedía con la k final al caso de
faique. Así, la forma más frecuente, faique (en general se añade una “e”),
es la que hasta el día de hoy está en uso, quedando de lado formas como
faik. Nótese, además, que esta alternancia se produce entre los que ya no
tenían dominio del mochica y que, por ende, eran hablantes incipientes
de castellano, siendo a través de ellos que el término faique se torna en
peruanismo. Resta, pues, explicar cómo la a final de fachca pasa a ser la
e final de faique. Para esto nos basamos en otro fragmento del mismo
Brüning (2004: xvii):

“Puesto que entre los habitantes de Eten la vocal domina


la sílaba, sobre todo al confundir el sonido final, es difícil

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Peruanismos de origen Mochica

establecer la correcta pronunciación. Así, usualmente la ‘o’ y


‘u’ al final se transforman en ‘e’, ‘i’ e incluso en ‘a’. A menudo
la ‘a’, en ‘e’ o ‘i’.”

De igual manera, sin haber tenido noticias de los manuscritos de


Brüning, Pedro Benvenutto (1936: 125) se refiere a este mismo cambio, al
comentar algunas particularidades sonoras de los labriegos de Eten:

“(...) estos sonidos [...] son retenidos por los indígenas labriegos
de la villa de Eten (lugar en que permaneció como curiosísima
reliquia hasta hace algunos años, el antiguo dialecto), que
sustituyen en las sílabas finales la o y, a veces, la a por la e: Pícare
(pícaro), cabre (cabra), compadrite (compadrito).”

Un detalle final que evidencia la alternancia entre a y e lo encontramos


en el listado del Mochica Wörterbuch de Brüning. Como se recuerda,
Brüning afirmaba que la forma ‘Kaitek’ tenía a ‘Kaiteke’ como una de
sus manifestaciones. Sin embargo, en el listado de su diccionario nos da
las formas <kai͡tek> y <káit͡eka> con el significado de ‘trípode para hilar’.
La alternancia vocálica es, pues, evidente. Así, queda explicado el cambio
de la a final de fachca a la e final de faique. Es momento de presentar los
argumentos que sustentan el cambio semántico del concepto ‘leña’ al de
un tipo particular de ‘árbol’.

3.2. Aspectos de contenido.- El concepto ‘leña’ se define por su


función. La ‘leña’ es un trozo de madera que sirve como combustible.
Todo trozo de madera no es leña, mas toda leña es un trozo de madera al
que se le asigna una función específica. Ahora bien, la materia prima de
la leña se extrae prototípicamente de árboles.

En su Diccionario enciclopédico de plantas útiles del Perú, Antonio Brack


(1999), para la entrada de faique, hace una remisión a Acacia macracantha
y en esta última entrada señala, dentro de los usos de la planta, el de
leña y carbón. Así, el árbol que es nombrado faique es usado como leña.
Antiguamente, la madera del faique debe haber sido, por antonomasia,
la materia vegetal que servía como combustible. De ahí que se haya

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José Antonio Salas García

desplazado un nombre que entrañaba un concepto que se define por


su función tal como fachca, ‘leña’, a la materia vegetal que posibilitaba
la combustión. Así, el nombre de faique debe haber referido en primera
instancia a la materia vegetal, es decir, a la madera del árbol para,
finalmente, referir al árbol mismo. Con el tiempo, estas motivaciones
semánticas se perdieron, mas creemos que hemos podido reconstruirlas
mediante los argumentos esbozados aquí. En virtud de ello, proponemos
la siguiente modificación en la entrada del DRAE para el lema faique:

faique. (Del mochica fachca, leña). m. Ecuad. y Perú. Árbol de la


familia de las Mimosáceas.

4. Pallar.- Nuestro propósito es plantear que este término tiene un


origen etimológico mochica. La argumentación se dividirá en dos partes.
En una primera, aclararemos las cuestiones de forma; y, en una segunda,
presentaremos datos de orden enciclopédico que sustentarán el hecho
de que esta palabra pasa del mochica al quechua y no del quechua al
mochica. El término pallar es definido por la Academia como proveniente
del Perú. Así, al ser oriundo de América, debería plantearse una posible
etimología para el mismo. Esta ausencia, empero, se deja sentir en el
artículo correspondiente del DRAE:

pallar1. m. Judía del Perú, gruesa como una haba, casi redonda
y muy blanca.

pallar2. (Del quechua pállay, recoger del suelo cosechar). tr.


Entresacar o escoger la parte metálica más rica de los minerales.
|| 2. intr. Am. mer. payar.

Si observamos bien la forma pallar, nos podemos percatar de la


presencia de superíndices que sirven para hacer notar que estamos ante
formas homófonas.

4.1. Aspectos formales.- La etimología que planteamos para pallar es


el término *paxllær cuya representación sonora es [‘pa·ɬəʊr]. Para llegar
a tal etimología, es preciso comenzar el análisis a partir de las formas

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Peruanismos de origen Mochica

paxllæc (Carrera 1644: 129) y pexllæc (Carrera 1644: 116). Ambas serían
realizaciones del mismo lexema. Ahora, aun cuando la gramática más
antigua del mochica menciona las formas paxllæc y pexllæc, no da los
significados de las mismas. Esto se entiende, porque Fernando de la
Carrera, autor del Arte de 1644, no siempre proporciona la traducción
en castellano de los ejemplos que ofrece. Según Torero (2002: 229), los
nombres paxllæc y pexllæc son los que corresponden a lo que hoy llamamos
pallar. Como fundamento de esta aserción recurre a autores como
Bastian y Middendorf. Bastian ofrece la forma päckke con el significado
de ‘frijol’, mientras que Middendorf proporciona pajek con el significado
en alemán de ‘Bohne’. Ahora bien, cuando de la Carrera menciona la
forma paxllæc, lo hace como parte de Ñam paxllæc, antiguo nombre de la
ciudad de Lambayeque. Y cuando hace referencia a pexllæc, lo hace como
parte de un ejemplo gramatical que carece de traducción. Así, el análisis
formal tendrá que dar cuenta, en primer lugar, de la coherencia entre los
datos modernos y los que ofrece de la Carrera. En segundo lugar, será
necesario exponer los procedimientos gramaticales que nos permitirán
postular la forma reconstruida *paxllær como una realización morfológica
del mismo lexema que los ejemplos paxllæc y pexllæc.

En nuestro caso, no sólo tomaremos en cuenta los datos de Bastian


y Middendorf como base semántica para las formas sin traducción de
Fernando de la Carrera, sino que además echaremos mano de los datos
aportados por Brüning. Así, nuestro corpus de signos interpretados (con
sus respectivas ortografías e interpretaciones sonoras) es el siguiente:

<päckke> = [pek·ke] = ‘frijol’ (Bastian);


<pä́tši> = [pe·ʧi] = ‘pallar’ (Brüning),
<pä́šek> = [pe·ʃek] = ‘chilenito’ (Brüning),
<pégy͡ek> = [pe·çek] = ‘frejol’ (Brüning);
<pajek> = [pa·xek] = ‘Bohne’ (Middendorf) y
<paijque> = [pajç·ke] = ‘Bohne’ (Middendorf).

4.1.1. Alternancia vocálica.- Se hace necesario explicar la alternancia


vocálica entre las formas paxllæc y pexllæc con relación a los datos ofrecidos
por Bastian, Brüning y Middendorf a fin de observar la coherencia

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José Antonio Salas García

interna que existe. A partir de estas pronunciaciones, podemos llegar


a la conclusión de que los datos de Bastian y Brüning provendrían de
un lexema cuya primera sílaba portaba el sonido [e], mientras que los
datos de Middendorf nos hacen pensar que dichos signos provendrían
de un lexema cuya primera sílaba portaba una [a]. De esta manera, la
alternancia vocálica entre de las formas paxllæc y pexllæc guarda coherencia
con los signos interpretados de Bastian, Brüning y Middendorf. De las
formas paxllæc y pexllæc, consideramos que paxllæc es la más antigua, pues
el préstamo que entra al quechua debe haberse producido en tiempos
precolombinos. De ser el caso que pexllæc hubiese sido la forma más
antigua, entonces, tendríamos que la adaptación del préstamo en el
quechua habría sido *pillar en vez de pallar. Sobre esto, hablaremos más
cuando mencionamos los aspectos enciclopédicos.

4.1.2. Evolución del trígrafo <xll>.- Es preciso establecer la evolución


del trígrafo <xll> con relación a los datos modernos con el ánimo de
verificar si los signos interpretados de Bastian, Brüning y Middendorf
mantienen coherencia con las formas no interpretadas del licenciado de
la Carrera. Para observar este proceso hemos tomado datos de Fernando
de la Carrera para compararlos con los de Ernst Middendorf (1892). De
esta comparación hemos obtenido dos soluciones. Una es el paso de
<xll> = /ɬ/ a <ĵ> = /ç/ que se observa en los siguientes ejemplos:

De la Carrera Middendorf De la Carrera Middendorf


<amexllec> → <ameĵek> ‘ahora’ <xllafco> → <ĵafko> ‘pantorrilla’
<cɥoquixll> → <chokiĵ> ‘clasificador’ <xllamu> → <ĵamu> ‘canas’
<exllæm> → <eĵäm> ‘por qué’ <xllang> → <ĵang> ‘sol’
<exllec> → <eĵek> ‘cuándo’ <xllangmuss> → <ĵangmu> ‘enemigo’
<exllmætzh> → <eĵmäts> ‘cinco’ <xllangir> → <ĵangir> ‘tumba’
<fixllca> → <fiĵka> ‘caballero’ <xllipco> → <ĵipko> ‘llamar’
<ixll> → <iĵ> ‘pecado’ <xllir> → <ĵir> ‘totalmente’
<ongxllæm> → <ōmĵäm> ‘derecho’ <xllompæc> → <ĵompäk> ‘seguro’
<uxllur> → <uĵur> ‘sobrino’ <xllonquic> → <ĵonkik> ‘comida’
<xllac> → <ĵak> ‘pez’ <xllontær> → <ĵontärr> ‘buche’

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Peruanismos de origen Mochica

La otra solución es menos frecuente y consiste en que <xll> = /ɬ/


evoluciona en la forma de un haz integrado por una vocal no nuclear de
diptongo i y la misma consonante /ç/ de la primera solución. He aquí
ejemplos de este proceso:

Fernando de la Carrera Ernst Middendorf


<caxll> [kaɬ] → <kaiĵ> [kaiç] ‘orina’
<oxllæm> [oּɬəʊm] → <oijm> [oiçּm] ‘avergonzarse’
<toxll> [toɬ] → <toiĵ> [toiç] ‘sacar’
<tuxll> [tuɬ] → <tuiĵ> [tuiç] ‘salir’
<tzhaxlltzha> [tsaɬּtsa] → <tsaitsa> [tsaiּtsa] ‘seis’
<xllaxll> [ɬaɬ] → <ĵaiĵ> [çaiç] ‘plata’

Ahora bien, conociendo la mayor antigüedad de una de las vocales
alternantes y la evolución de <xll>, estamos en condiciones de ordenar
los datos de Bastian, Brüning y Middendorf de acuerdo con el número
de cambios lingüísticos desde la forma más antigua que hallamos
documentada:

autor 0 1 2 3 4 5 6 7 8 9
Bastian päckke paּɬəʊk peּɬəʊk peּçəʊk peּçək peּçek peçּek peçּke pexּke pekּke
Brün1 pä́tši paּɬəʊk peּɬəʊk peּçəʊk peּçək peּçek peּʃek peּʃe peּʃi peּʧi
Midd1 paiĵque paּɬəʊk paּɬəʊk paiּçəʊk paiּçək paiּçek paiçּek paiçּke
Midd2 pajek paּɬəʊk paּɬəʊk paּçəʊk paּçək paּçek paּxek
Brün2 päšek paּɬəʊk peּɬəʊk peּçəʊk peּçək peּçek peּʃek
Brün3 pégy͡ek paּɬəʊk peּɬəʊk peּçəʊk peּçək peּçek

La columna 0 representa la forma gráfica de los datos modernos.


La columna 1 registra la forma a partir de la cual se habrían producido
los demás cambios. Los siguientes numerales representan los cambios de
modo particular: La columna 2 muestra la alternancia entre [a] y [e]; la
columna 3, los cambios de la consonante /ɬ/; la columna 4, la asimilación
del elemento velar [ʊ] del diptongo [əʊ] a la consonante velar /k/; la
columna 5, la transformación del elemento monoptongado [ə] en la
vocal cardinal [e]; y las demás columnas registran cambios que responden

B. APL 45(45), 2008 45


José Antonio Salas García

a pronunciaciones idiosincrásicas de los informantes. Finalmente, el


último número de cada fila es la pronunciación final que se puede inferir
a partir de las grafías.

De este modo, vemos que, en lo formal, los signos interpretados de


Bastian, Brüning y Middendorf mantienen total coherencia con respecto
a los signos no interpretados de Fernando de la Carrera. De ahí que
podamos considerar que la formas paxllæc y pexllæc tuvieron el significado
de ‘pallar’.

4.1.3. Procedimientos morfológicos.- Al igual que las lenguas
semíticas o algunas lenguas afroasiáticas como el bereber o el hausa, el
mochica marcaba la posesión en su morfología nominal. De tal manera
que los nombres poseen dos formas morfológicas que expresan o bien
la posesión o bien la no posesión del objeto por parte de un tercero.
El paradigma nominal contaba con dos formas. Nuestra hipótesis es
que *paxllær debe haber sido una de ellas, mientras que paxllæc fue la
otra. Dentro de los procedimientos morfológicos de posesión nominal
mochica, existe uno que nos permite establecer un vínculo entre *paxllær
y paxllæc. Se trata de la sustitución de la c por la r. He aquí algunos
ejemplos:

apissäk, äró, instrucción, noticia manik (äró), vasija, vaso, tasa;


apissär, eió [+POS] manir (eió) [+POS]
ajissäk, äró, acción manuk (äró), comedor
ajissär [+POS] manur (eió) [+POS]
feluk (äró), sillón ssiadik (äró), cama
felur (eió) [+POS] ssiadir (eió) [+POS]

Teniendo en cuenta que existe este procedimiento morfológico
que relaciona la forma *paxllær con paxllæc y que hay coherencia interna
entre los datos modernos y la forma paxllæc, creemos plausible postular
la forma *paxllær como étimo de pallar. La interpretación fonológica de
*paxllær sería [‘paּɬəʊr]. La forma actual de la palabra pallar debe ser el
resultado del ingreso de esta palabra al castellano a través del quechua.
El cambio del mochica [paּɬəʊr] al quechua [paּʎar] = <pallar> se explica

46 B. APL 45(45), 2008


Peruanismos de origen Mochica

por la ausencia de laterales fricativas /ɬ/ en quechua. De ahí que /ɬ/ se


haya transformado en /ʎ/. Ambas consonantes /ɬ/ & /ʎ/ son laterales
y palatales. El cambio del diptongo /əʊ/ a la vocal /a/ se debe a que
el inventario vocálico del quechua se reduce a tres vocales fonológicas.
Basamos la dirección del cambio lingüístico, esto es, del mochica al
quechua, en dos hechos que desarrollaremos en 4.2.

4.1.4. Acentuación oxítona.- Tanto el mochica como el quechua son


lenguas en las que predomina el acento en penúltima sílaba. Creemos
que la acentuación oxítona del nombre castellano pallar se debería a
una analogía con las formas de infinitivo de la primera conjugación de
los verbos en castellano. El hecho de compartir el final podría haber
influido en el desplazamiento del acento. La influencia de la primera
conjugación puede haber sido fuerte, ya que la mayoría de verbos
castellanos pertenecen a ella y es la única que permite la creación de
nuevos verbos. De ahí que el quechua pallay se haya convertido en lo que
el DRAE presenta como pallar2. Quizás la pronunciación de este verbo
homónimo haya contribuido con el cambio de acentuación.

4.2. Aspectos de contenido.- El vocablo pallar figura en los


vocabularios de la lengua quechua. Sin embargo, esta palabra es un
préstamo mochica y tenemos dos argumentos que sustentan nuestra
posición. El primero es que el pallar es oriundo de la costa norte.
Antonio Brack (1999: 382) informa que es una “hierba domesticada
en la época prehispánica y se cultivaba en la Costa peruana hace 7300
años. La forma silvestre se ha encontrado en Ecuador y en el norte del
Perú.” El segundo argumento parte del reconocimiento que se hace en la
obra de Diego González Holguín ([1608] 1952: 528) del origen costeño
del pallar, el cual se define como los “frisoles de los yungas delgados y
anchos”. Típicamente, las novedades llegan de una cultura creadora a
otra receptora con el nombre puesto por la primera.

Por la mayor difusión del quechua en el territorio peruano, creemos


que es a través de esta lengua que pallar llega como peruanismo al
castellano del Perú. Después de todo, si recordamos los datos de Bastian,
Brüning y Middendorf, podremos constatar que sólo este último ofrece

B. APL 45(45), 2008 47


José Antonio Salas García

pronunciaciones con [a] y que la norma en la pronunciación mochica era


con [e]. De esta manera, la primera a de pallar reflejaría la antigüedad
del préstamo quechua, que debe haber estado en contacto con la antigua
forma mochica *paxllær. Proponemos la siguiente modificación en la
entrada del DRAE correspondiente a pallar:

pallar1. (Del quechua pallar, y este del mochica paxllær) m. Judía


del Perú, gruesa como una haba, casi redonda y muy blanca.

Por lo que hace a la segunda entrada de pallar2, estaríamos ante


un caso de homonimia. Por tanto, dicha entrada debe permanecer tal
como está, salvo por la tilde del étimo quechua, habida cuenta de la
inexistencia de este signo en la ortografía de dicha lengua.

5. Poto.- La explicación de este término se dividirá en dos partes.


En una primera, expondremos lo relacionado con las formas. Esto nos
permitirá mostrar por qué tanto el castellano como el quechua toman
este préstamo sin la s con la que nos lo presenta Fernando de la Carrera
y, en una segunda parte, trataremos sobre el contenido y las diversas
acepciones de la palabra. En la vigésima segunda edición del DRAE
encontramos las siguientes entradas para la palabra poto:

poto1. (Del quechua putu). m. Perú. Vasija pequeña, para


líquidos, especialmente para mate. Un poto de chicha.

poto2. (Del mochica potos, partes pudendas). m. NO Arg.,


Bol., Chile, Ecuad., Par. y Perú. nalgas (|| porciones carnosas y
redondeadas).

La información presentada de esta manera nos hace pensar en


que ambas entradas poseen orígenes etimológicos distintos. En un
caso, estaríamos ante una palabra quechua; y, en otro, ante un término
mochica. No obstante, nos proponemos mostrar que ambas entradas
léxicas tienen un mismo origen. Creemos que el étimo de ambas
entradas es una palabra mochica que hacía referencia a los ‘testículos’. En
efecto, Fernando de la Carrera (1644: 179) nos la presenta como “Potos,

48 B. APL 45(45), 2008


Peruanismos de origen Mochica

potoseio: las turmas.” Sin embargo, consideramos que, valiéndonos del


conocimiento gramatical del mochica, se explican todas las acepciones de
la forma poto a partir de significado primigenio de ‘testículo’, mostrando
que ambas entradas tienen un origen común. Además, pensamos que la
forma gramatical de la etimología propuesta por el DRAE para poto2 no
es adecuada. Propondremos, por tanto, otra etimología que valdrá a su
vez para poto1.

5.1. Aspectos formales.- Para analizar este término es necesario


que hagamos algunas precisiones de orden gramatical. La s final de potos
corresponde a un tipo de morfema propio del mochica. Fernando de
la Carrera analizó esta particularidad morfológica como una suerte de
segundo nominativo (1644, libro primero: 6):

“Todos estos segundos Nominatiuos, tienẽ en si un possessiuo,


como mio, tuyo, de aquel, de Pedro, de Antonio, &c.
Y todos los Genitiuos de estos segundos Nominatiuos hazen en
eio, como chicopæcæss, chicopæcæsseio, &c.”

Como de la Carrera describía al mochica de acuerdo con los


patrones de la gramática latina, consideró que esta variación morfológica
nominal era una cuestión relativa a la morfología de caso. Sin embargo,
no se percató de que sus “segundos nominativos” se podían declinar
en caso genitivo y que, además, se distribuían en contextos que no son
los de un nominativo como en la siguiente cláusula en la que xllacad =
‘pescado’4 aparece en posición de objeto:

xllacad puiumcônæm (Fernando de la Carrera, 1644, libro


tercero: 102)
pescado-POS salar-para Traducción palabra por palabra.
para salar (su) pescado. Traducción libre.

4 Para de la Carrera, el primer nominativo sería xllac ‘pescado’, mientras que xllacad
sería su llamado segundo nominativo.

B. APL 45(45), 2008 49


José Antonio Salas García

Ahora bien, de la Carrera nos dice que sus “segundos nominativos”


hacen el genitivo en eio. Y cuando nos proporciona la palabra potos
lo hace junto con la forma declinada en genitivo potoseio, tal como se
presentaban los nombres en la gramática latina. Lo interesante de esto
es que eio es una marca de genitivo propia de las formas nominales que
expresan posesión. Por tanto, debemos determinar cuál es la forma
nominal que no expresaba posesión. Para esto nos valdremos del mismo
Fernando de la Carrera, quien nos dice (1644, libro primero: 5):

“El segundo Nominatiuo sale del primero y en los acabados en


vocal, ò en el diphtõgo æ. se forma con solo añadir dos ss. como,
de cɥilpi, cɥilpiss. de fellu, felluss, de cɥ uscu, cɥ uscuss. de fanu,
fanuss. de cɥ olu, cɥ oluss, &c.”

Así pues, la forma posesiva potos debe haber tenido a *poto como
forma no posesiva. De la Carrera nos habla de una doble ss, lo cual no
se condeciría con la s simple de potos. Sin embargo, la sistematicidad es
algo que no se da en los gramáticos del siglo XVII. De hecho, Brüning en
su Mochica Wörterbuch nos proporciona poto en la siguiente frase que era
usada cuando se quería participar en alguna actividad sin contar con los
medios económicos para hacerlo (Brüning 2004: 31-32):

játu polének, llerkete poto, ¿ichérr? Texto original


piel barriga desnudo testículo qué-con Traducción palabra
por palabra
barriga de pellejo, cojones desnudos, Traducción libre
¿con qué?

De esta manera, a partir de la forma *poto, nos es fácil explicar


por qué encontramos en quechua la forma putu, cuyo significado
analizaremos en breve. Sencillamente se da la circunstancia de que el
quechua es una lengua con tan sólo tres vocales fonológicas: /a/, /u/
e /i/. Por esa razón, se produjo el cambio de las vocales redondeadas
medias por vocales redondeadas altas. En cuanto al castellano, creemos
que se prefirió la forma poto antes que potos debido a que el segmento
fricativo final coincide con la realización del morfema de plural de los
nombres castellanos. De ahí la preferencia por la primera forma.

50 B. APL 45(45), 2008


Peruanismos de origen Mochica

5.2. Aspectos de contenido.- Nuestra tarea en relación con el


contenido semántico consiste en explicar cómo, a partir del significado
de ‘testículo’, se puede llegar tanto al de ‘vasija’ cuanto al de ‘trasero’
o ‘nalgas’. La información a la que hemos tenido acceso nos permite
establecer que los cambios semánticos siguen un orden establecido. El
significado de poto en tanto ‘nalgas’ es el resultado de la especialización
del término poto como un tipo particular de ‘vasija’.

Ahora, hay que ahondar en los aspectos de contenido. Sabemos


que poto refería a testículo, empero por metonimia se usaba poto en
tanto entidad curva para referir también a un objeto curvo como los
calabazos que se usaban a manera de recipientes. En la misma gramática
de Fernando de la Carrera (1644: 188) se lee que la acepción de poto
como recipiente ya había pasado al castellano de la zona al traducir
felæp como ‘un par de potos’ (o de calabazas). Es sólo cuando poto puede
designar por metonimia a las calabazas en tanto objetos curvos que esta
acepción pasa al quechua sin que en esta lengua tenga la acepción de
testículo. La palabra poto que por metonimia refería a los calabazos se
siguió utilizando de esa manera en el castellano de la costa norte, pero
persistió la asociación de ellos con los testículos. Por eso, también se
tradujo la acepción de testículo que había en poto y se designó a los
calabazos como cojuditos, que es una palabra que también significa
‘testículo’, mas esta traducción alternaba con la forma poto. En efecto, si
analizamos el vocabulario que se emplea en el consumo de chicha en el
norte del Perú, veremos que hay distintas clases de vasijas: poto y cojudito,
las cuales varían según su tamaño. Estaban Puig ([1985] 1995: 77) ofrece
las siguientes entradas para cojudito:

Cojudito. Mate pequeñito para probar la CHICHA (v). Se


deja flotar encima de la chicha y la PRIVADORA (v), con un
toquecito perfecto en el borde del mismo, extrae un poco de la
bebida, con lo que da comienzo al momento de beber. // En
Sechura se le denomina ‘poto copero’ o ‘medida’.
“Cojudito Se sumerje
es potito si Artejerjes
muy bonito le protege

B. APL 45(45), 2008 51


José Antonio Salas García

de chingana. golpe tal


Es medida que ondulante
convenida va voltante
de bebida y llenando
de Pachucho de clarito”. (Popular)

De esta alternancia surgió una especialización de los términos y los


cojuditos se usaron para los calabazos pequeños, mientras que la voz poto
se reservó para los calabazos grandes. Recién cuando poto se especializó
en la referencia de objetos grandes, es que por un proceso de metonimia
el objeto curvo grande designó nuevamente a una parte del cuerpo curva
y grande. Así, poto pasó a referir al trasero. Cuando esto se dio, ya debía
de haberse perdido la conciencia de que el significado primigenio de poto
era ‘testículo’ entre aquellos que hablaban únicamente castellano. De ahí
que haya podido utilizarse para otra parte del cuerpo.

Una vez que poto se usó para la parte trasera del cuerpo humano
se ha seguido empleando de manera metafórica para partes de objetos
tales como botellas u ollas. Así, se dice ‘poto de botella’ o ‘poto de olla’.
Todo esto se da asumiendo metafóricamente que la parte donde se
asientan estos objetos es similar a aquélla en donde nos sentamos los
seres humanos. A su vez, es parte de la metáfora el que se considere zonas
posteriores en objetos que funcionalmente se utilizan con un eje vertical
y no tienen lados por ser curvos.

La historia de la palabra aparece en el siguiente diagrama. En él se


especifica la ruta y las condiciones en que el vocablo se usó, de tal suerte
que es posible saber cómo una palabra refiere a otra, sobre la base de
algunas cualidades como el tamaño o la forma y por medio de ciertos
actos de referencia como la metonimia y la metáfora:

Proponemos, por lo expuesto, volver a integrar las dos entradas


de poto en una sola que respete la etimología que subyace a ambas
acepciones, mas haciendo un cambio en la definición de cada una de
las acepciones del término. Poto tiene la misma referencia que culo. No
obstante, la palabra culo es considerada vulgar, al menos en el Perú. Por eso,

52 B. APL 45(45), 2008


Peruanismos de origen Mochica

o
m
ta
és
pr

B. APL 45(45), 2008 53


José Antonio Salas García

en vez de colocar en la definición a culo como sinónimo, nos inclinamos


a poner exactamente la misma definición que recibe culo en el DRAE,
para evitar las connotaciones que este término trae consigo. Del mismo
modo, la definición de poto como un tipo de vasija, comporta un error.
El poto no se usa para tomar mates, ni ningún otro tipo de infusión. Esta
equivocación se debe a que en el Río de la Plata se usan calabacitas para
beber infusiones. Si bien el poto es un tipo de calabaza, no se utiliza de la
misma manera que en el Río de la Plata. Más bien, su uso se restringe a
la chicha. Tal es como lo consignan los diccionarios regionales del norte
del Perú. Puig ([1985] 1995: 181) lo define como “recipiente para beber
chicha”. Arámbulo (1995: 227), por su parte, lo define como “calabazo
más esférico que la lapa, en que se sirve la chicha”. Así, sería conveniente
modificar dicha entrada lexicográfica de la siguiente manera:

poto. (Del mochica poto, testículo). m. NO Arg., Bol., Chile,


Ecuad., Par. y Perú. Conjunto de las dos nalgas. || 2. Perú. Vasija
hecha de calabazo para beber chicha.

Éstas son palabras que se utilizan en las conversaciones del día a día.
Salvo faique, las otras son conocidas absolutamente por todos los peruanos
e incluso se usan fuera de las fronteras del Perú, sobre todo términos
como poto o cholo. Hay otras voces de origen mochica en el castellano
peruano, cuyo uso se restringe a ámbitos locales e, incluso, profesionales.
Silvia López Aranguí (1994) ha recopilado vocablos de la vida diaria de
Mórrope, en donde se aprecian voces mochicas como faneque (color
suave), fifo (algodón liláceo) y antiguos arcaísmos castellanos como coton
(blusón bordado). Hacemos votos para que los estudios de la historia de
las palabras se multipliquen, por ser tan necesarios como apasionantes.

54 B. APL 45(45), 2008


Peruanismos de origen Mochica

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58 B. APL 45(45), 2008


La terminología de la discapacidad

B. APL, 45. 2008 (59-72)

LA TERMINOLOGÍA DE LA DISCAPACIDAD: ENTRE LA


RESEMANTIZACIÓN Y LA REETIQUETACIÓN

LA TERMINOLOGIE DU HANDICAP : ENTRE LA


RESÉMANTISATION ET LE REÉTIQUETAGE

TERMINOLOGY FOR DISABILITY: CHOOSING


THE RIGHT LABELS

Rosa Luna
PERÚterm

Resumen:
A excepción de las últimas tres décadas, una de las características más
resaltantes del siglo pasado fue su censurable descuido por todo lo
tocante a la discapacidad. El actual, por el contrario, al preconizar la
tolerancia y el respeto por las diferencias, se presenta como un contexto
particularmente propicio para repensarla y convertirla en un tópico
ineludible en tanto condición inherente a todo ser humano.
Desde un punto de vista terminológico, la heterogeneidad de profesionales
involucrados en este campo presenta ventajas y desventajas. Las fortalezas
están vinculadas a la diversificación y al enriquecimiento conceptual y las
debilidades a la proliferación y coexistencia de una considerable variación
denominativa que entorpece la comunicación intra e interdisciplinaria.
El objetivo central de esta ponencia es contribuir con el proceso
de “dignificación terminológica” en el que se encuentra inmersa la
discapacidad como paso capital para lograr un cambio de actitud y de
imagen en torno a este tópico por parte de profesionales vinculados y de
la sociedad en general.

B. APL 45(45), 2008 59


Rosa Luna

Résumé:
À l’exception des trois dernières décennies, une des caractéristiques les
plus frappantes du siècle dernier fut sa négligence censurable en matière
de handicap. À l’heure actuelle, au contraire, dû à la préconisation de
la tolérance et du respect des différences, celui-ci se présente comme un
contexte particulièrement propice afin de le repenser et de le reconvertir
en un lieu commun inévitable en matière de condition inhérente à tout
être humain.
D’un point de vue terminologique, l’hétérogénéité de professionnels
impliqués dans ce domaine présente des avantages et désavantages. Les
forces sont liées à la diversification et à l’enrichissement conceptuel, et les
faiblesses à la prolifération et la coexistence d’une variation dénominative
considérable qui met à mal la communication intra et interdisciplinaire.
L’objectif central de cet exposé est la contribution à travers le processus de
“dignité terminologique” dans lequel le handicap se trouve immergé. Il
s’agit d’une étape importante afin d’arriver à un changement d’attitude et
d’image en ce qui concerne ce lieu commun de la part des professionnels
qui y sont liés et de la société en général.

Abstract:
Due to current tolerance and respect for the differences, interest in
exceptionality is prevailing over the total carelessness of past times. However,
proffessionals involved in this field, although adding to diversification and
conceptual enrichment, when following their particular inclinations and
prejudices, make the terrain instable and terminologically confuse. This
article aims at contributing to the process of terminological “dignifying” of
the field, in order to change attitudes surrounding the topic.

Palabras clave:
Discapacidad; semántica; términos técnicos

Mots clés:
Handicap; sémantique; termes techniques

Key words:
Disability; semantics; technical terms

60 B. APL 45(45), 2008


La terminología de la discapacidad

A excepción de las últimas tres décadas, una de las características más


resaltantes del siglo pasado fue su censurable descuido por todo lo tocante
a la discapacidad. El actual, por el contrario, al preconizar la tolerancia y el
respeto por las diferencias, se presenta como un contexto particularmente
propicio para repensarla y convertirla en un tópico ineludible en tanto
condición inherente a todo ser humano.

Ahora bien, entrando de lleno al tema que nos concierne, podemos


afirmar que la terminología relativa a la discapacidad ha operado
considerables cambios producto de la existencia de diversos paradigmas
teóricos empleados por los diferentes colectivos profesionales involucrados
en este campo de trabajo (terapeutas, médicos, psicólogos, educadores, etc.)
y de colectivos institucionales y mediáticos (organismos internacionales,
medios de comunicación, asociaciones especializadas).

Antes de pasar a describir las unidades terminológicas de nuestro corpus,


hemos considerado oportuno describir las características generales del ámbito
de la discapacidad. En primer lugar, habría que indicar que el objeto de estudio
discapacidad es de naturaleza tanto interdisciplinaria como transdisciplinaria;
interdisciplinario por cuanto se trata de un tópico de interés para disciplinas
tales como la educación, la medicina (genética, fisioterapéutica, etc.), la
psicología, la sociología, el derecho, la ética, etc. y transdisciplinario en
tanto en cuanto la discapacidad es un tema que concierne a TODOS: a
especialistas vinculados al tema y a la sociedad en general, condición que
explica el elevado porcentaje de banalizaciones y terminologizaciones.

Desde un punto de vista terminológico, la heterogeneidad de


profesionales involucrados presenta ventajas y desventajas. Las fortalezas
están vinculadas a la diversificación y al enriquecimiento conceptual y las
debilidades a la proliferación y coexistencia de una considerable variación
denominativa que entorpece la comunicación intra e interdisciplinaria.
El sesgo médico se encuentra presente hasta hoy en la mayor parte de
la literatura especializada. Los colectivos de profesionales vinculados a
la medicina son muy tradicionales en el uso de la terminología y poco
proclives al cambio, mientras que los colectivos vinculados al campo
socioeducativo son más abiertos a la innovación terminológica mediante
los recursos de resemantización y reetiquetación.

B. APL 45(45), 2008 61


Rosa Luna

Finalmente, agregaremos que, al tratarse de un campo interdisciplinario


de reciente desarrollo, resulta comprensible que el tratamiento terminológico
sea poco riguroso, que se observe una elevada polisemia, que exista falta de
consenso formal y conceptual, que el préstamo y el calco del inglés sean una
de las fuentes principales de acuñación, entre otros aspectos que abordaremos
lo largo de nuestra exposición.

El objetivo central de esta comunicación es contribuir con el


proceso de “dignificación terminológica” en el que se encuentra inmersa
la discapacidad como paso capital para lograr un cambio de actitud y de
imagen en torno a este tópico por parte de profesionales vinculados y de
la sociedad en general.

Nuestro corpus terminológico está compuesto por la triada


terminológica minusvalía-discapacidad-deficiencia y el término retraso mental.
Desde una perspectiva conceptual, podríamos afirmar que el término
DISCAPACIDAD nos remite a un concepto emergente que viene
centrando su interés en la interacción persona-entorno básicamente
en la autodeterminación, la integración, la igualdad de derechos y las
capacidades de las personas con discapacidad.

Para Gutiérrez y Restrepo (2003) la frecuencia de uso de la


denominación ‘discapacidad’ se explica por su condición de término
comodín aceptado por toda Iberoamérica, y no así ‘minusvalía’ (handicap
en inglés e italiano respectivamente). Adicionalmente, la aceptación
de esta categoría por muchos profesionales se atribuye al hecho de
que permite objetivar las deficiencias a causa de su carácter genérico e
impreciso en la medida que engloba todas las discapacidades (físicas,
intelectuales o sensoriales, dolencias, enfermedades mentales, etc. sean
éstas permanentes o transitorias). El empleo generalizado de este término
se debe a que nos da la posibilidad de recurrir a él siempre que no podemos
o no queremos ser más precisos.

La denominación ‘discapacidad’ ha ido evolucionando en función


de los cambios de paradigmas y ha traído consigo una nueva terminología.
A juicio de F. Pereña (2002), esta unidad terminológica debe considerarse

62 B. APL 45(45), 2008


La terminología de la discapacidad

como una calificación social que permite identificar lo que no va en el


campo de las identificaciones sociales, lo que queda, por una u otra
razón, en las orillas de la integración. El autor añade que se trata de una
categoría de uso generalizado a nivel político y administrativo.

Finalmente, desde una óptica semántico-formal, los recursos


de acuñación del término discapacidad, formado por derivación con
el prefijo negativo ‘dis’, entran en contradicción con la pretendida
objetividad y van de la mano con otras dos categorías utilizadas muchas
veces como sinónimas (‘deficiencia’ y ‘minusvalía’). El vocablo en
cuestión se caracteriza igualmente por presentar un limitado potencial
de derivabilidad en tanto que su empleo se reduce a las formas nominal
‘discapacidad’ y adjetiva ‘discapacitado -da’.

Hasta aquí, hemos intentado resumir el “ser” del término discapacidad,


a continuación pasaremos a reflexionar sobre el “deber ser”, tarea en la cual
participan, de manera efectiva, las asociaciones de padres o las personas
con discapacidad, al igual que los colectivos vinculados a la atención de
la diversidad, las organizaciones internacionales y, en menor proporción
lamentable y paradójicamente, los medios de difusión masiva. En 1980, la
Organización Mundial de la Salud propuso una Clasificación Internacional
de Deficiencias, Discapacidades y Minusvalías” (CIDDM) que significó un
enorme aporte para la resemantización de esta tripleta terminológica.

DEFICIENCIA DISCAPACIDAD MINUSVALÍA

Toda pérdida o anormalidad Toda disminución (restricción) Situación desventajosa para


de una estructura o o ausencia (debida a una un individuo determinado,
función sicológica, fisioló- deficiencia) de la capacidad consecuencia de una deficiencia
gica o anatómica. de realizar una actividad en la o discapacidad que limita o
forma o dentro de un margen impide el desempeño de un rol
que se considera normal para que es normal en su caso (en
un ser humano. función de la edad, sexo.

B. APL 45(45), 2008 63


Rosa Luna

Si leemos con detenimiento las definiciones arriba indicadas,


concluiremos que tanto los términos como las definiciones resultantes
presentan como constante la utilización de recursos de formación basados
en la derivación mixta, prefijos negativos (‘dis’: “dificultad o anomalía”; ‘de’:
“privación” y ‘minus’: “menos”) asociados a sufijos referidos a cualidades:
‘-encia’, ‘–dad’, ‘–ía’, respectivamente.

Todas estas derivaciones ponen énfasis en rasgos semánticos


negativos: “pérdida” o “anormalidad”, en la despersonalización en el
caso de la deficiencia, así como en la limitación y el alejamiento de la
norma en lo tocante a la discapacidad y la minusvalía. Por otro lado,
las relaciones interconceptuales de estos tres términos están referidas al
tipo de situación en el caso de la deficiencia exteriorizada, en el de la
discapacidad objetivada y en lo tocante a la minusvalía socializada.

Aparte de redefinir estos términos centrales, la OMS brindó una


serie de recomendaciones referidas a la conveniencia de reemplazar
las sintagmaciones cosificadoras muy arraigadas en la comunidad
especializada y lega como son: ‘ser discapacitado’ o ‘estar discapacitado(a)’,
bien por la perífrasis ‘tener + discapacidad’ o por el sintagma libre ‘X
persona tiene la discapacidad Y’, priorizando, de esta manera, la condición
sustantiva de personas sobre la circunstancia adjetiva de la discapacidad,
conservando la neutralidad y poniendo énfasis en los posibles distintos
matices de interpretación en relación con sus potencialidades.

En la misma línea de pensamiento, sugiere el reemplazo de la


nominalización ‘los discapacitados’, dada su condición de recurso de
etiquetación y consolidación de la marginación, por la sintagmación
prepositiva ‘personas con discapacidad’ preferible a la sintagmación
adjetiva ‘persona discapacitada’. Esta última, si bien elimina la cosificación
al adjetivar la discapacidad, continúa conservando la categoría objeto de
sanción, en cambio la sintagmación prepositiva trae consigo la idea de lo
que acompaña y, por tanto, es accesorio.

Una última recomendación efectuada por la OMS, respecto de esta


trilogía terminológica está referida al empleo de adjetivos descriptivos. Se

64 B. APL 45(45), 2008


La terminología de la discapacidad

sugiere utilizar los adjetivos ‘mental’ y ‘físico’ para las deficiencias mas no
así para las discapacidades por su imprecisión, ni para las minusvalías por
ser inadecuados.

En esa misma línea, la primera versión recomienda el empleo de


palabras de distinta naturaleza gramatical y propone específicamente
que el término ‘deficiente’ sea acompañado por adjetivos derivados de
sustantivos, las denominaciones ‘discapacidad’ y ‘minusvalías’ por palabras
de origen verbal, recomendaciones que aún no son tomadas en cuenta
por la mayor parte de especialistas.

La pretensión de la clasificación de la OMS es que la comunidad


científica tome conciencia de que el lenguaje es constructor de
pensamiento y que la correcta utilización de un término significa un
cambio cualitativo en la comunicación con la finalidad de conseguir que
las personas con discapacidad sean consideradas como un miembro más
de la sociedad y, en especial, que no se sientan rechazadas.

Ahora bien, este primer intento de normalización terminológica no


resultó totalmente satisfactorio debido a que muchos usuarios expresaron
su preocupación por las connotaciones negativas y el sesgo marcadamente
médico. Fue así que la OMS sometió la clasificación a una reformulación
conceptual y formal radical, producto de la cual apareció una segunda
versión denominada “Clasificación Internacional del Funcionamiento y
la Discapacidad”.

Cabe añadir que el objetivo de esta segunda versión es proporcionar


un lenguaje unificado y estandarizado que sirva como punto de referencia
para describir el funcionamiento humano y la discapacidad como
elementos importantes de salud. Entre los cambios más significativos
de esta nueva clasificación podemos mencionar que deja de hablar de
‘deficiencias’, ‘discapacidades’ y ‘minusvalías’ para referirse a ‘funcionamiento
y la discapacidad’.

En la nueva versión, el término discapacidad ha sido reemplazado


por ‘actividad en el nivel individual’; la denominación minusvalía cambiada

B. APL 45(45), 2008 65


Rosa Luna

por la sintagmación ‘participación en la sociedad’ y la unidad terminológica


deficiencia por la lexicalización ‘funciones y estructuras corporales’. En este
proceso de reetiquetación salta a la vista la proactividad terminológica,
entendida como la inclusión de experiencias positivas en las etiquetaciones
y resemantizaciones.

En los tres casos, encontramos como constante la neutralización,


amplitud semántica y extensión formal de la terminología, de manera que
la clasificación es aplicable a cualquier persona ‘con o sin discapacidad’,
y los estados funcionales se relacionan con el estado de salud a escala
individual (deficiencia), personal (discapacidad) y social (minusvalía).

De esa manera, se logra reconceptualizar la discapacidad desde una


visión holística, y no sesgada, de la realidad, se pone énfasis en el hecho
de que es la falta de previsión en el diseño de la realidad social la que
restringe la accesibilidad de las personas para participar en un mayor
número de actividades y que debe corregirse para asegurar una mejor
integración independientemente de sus estados de salud, organismos o
corporales.

En síntesis, podríamos afirmar que la nueva nomenclatura refleja


el cambio de paradigma teórico que ha experimentado el objeto de
estudio discapacidad, de la sobreprotección, que niega la discapacidad,
la invisibiliza y cosifica, al paradigma o matriz del esfuerzo que
autovalora y acepta la discapacidad a través de la demostración de las
potencialidades.

Continuaremos con el análisis del término ‘retraso mental’ (RM) que


ha recibido a lo largo de la historia un sinnúmero de denominaciones,
algunas de las cuales coexisten en la actualidad. La evolución terminológica
(reetiquetación) de este término puede apreciarse en el siguiente cuadro:

66 B. APL 45(45), 2008


La terminología de la discapacidad

Términos peyorativos Términos reactivos Términos proactivos


(disfemización) (descalificación) (calificación)

Idiotas Subnormales Personas con:


Imbéciles Retrasados mentales capacidades/habilidades
Cretinos Débiles mentales diferentes
Dementes Disminuido barreras en el aprendizaje
Inadaptado diferencias de aprendizaje
Oligofrénico permanentes
Discapacitado intelectual necesidades educativas
Minusválido psíquico especiales

Como podemos observar, las transformaciones por las que


ha atravesado el término van de denominaciones peyorativas hasta
proactivas (con énfasis en las calificaciones y que, en cierta medida,
podrían considerarse eufemísticas), pasando por las reactivas con marcada
tendencia a las descalificaciones de naturaleza disfemística.

Para terminar con este análisis, resultaría oportuno destacar que


los más recientes debates en el campo del RM se han centrado en la
conveniencia de reemplazar el término por uno más proactivo, en especial
debido a las connotaciones peyorativas que tiene el adjetivo ‘retrasado’ al
que se asocia con la categoría científica ‘retrasado mental’. La mayor parte
de expertos y organizaciones vinculadas a la discapacidad opinan que el
término más apropiado sería ‘discapacidad intelectual’, que viene siendo
usado en las más recientes taxonomías sobre el tema y en asociaciones
que defienden los derechos de estas personas. Podemos concluir que
este permanente e inacabable proceso de reetiquetación de los términos
referidos al campo de la deficiencia mental y el cambio conceptual del
RM ha sido motivado por las posibilidades de rehabilitación, desarrollo y
participación que han alcanzado los individuos con discapacidad.

Finalmente, pasaremos a presentar algunas conclusiones y


recomendaciones. La primera está referida a la conveniencia de construir
la neonimia de la discapacidad a partir del paradigma estético, ecológico

B. APL 45(45), 2008 67


Rosa Luna

y proactivo sin caer en eufemizaciones tan censurables como las


disfemizaciones con el objeto de lograr la ansiada neutralización y
objetividad terminológica. Debemos tomar conciencia de que el exceso
de resemantización de un término es inconveniente, resulta más
oportuno ‘reetiquetar’ que ‘resemantizar’. La meta debe ser construir una
nomenclatura coherente y armónica con términos no revitalizados sino
recreados. No se trata ciertamente de que a partir de este momento nos
embarquemos en una suerte de limpieza lingüística sino, únicamente,
de incluir los usos preactivos. Una solución equilibrada consistiría en
incorporar los nuevos usos humanizadores, logrando que coexistan con
los usos reactivos a través de un sistema de remisiones con la finalidad de
dejar en manos del hablante el uso que estime pertinente.

Este tipo de intervenciones nos permitiría abordar el delicado


asunto del léxico y de la terminología como una responsabilidad tanto
individual como social. En esta línea de pensamiento, en un diccionario
de lengua general la entrada mongolismo debería acompañarse de las
marcas inapropiado y peyorativo, así como remitir a sindrome de Down
y discapacidad intelectual. Por su lado, el término discapacidad debería
contener como subentradas discapacidad física, sensorial, intelectual, las
que inclusive podrían remitir a paralítico, sordo, ciego, o trisómico con sus
respectivas marcas de uso.

La banalización de una terminología proactiva podría constituir
un excelente medio para cambiar de actitud respecto de la discapacidad
pero también se corre el riesgo de caer en estereotipos o etiquetajes
(lenguajes discriminativos hacia la personas discapacitadas) que afectan
tanto al etiquetador como al etiquetado reduciendo las posibilidades
de desarrollo de las personas con discapacidad. ¿Cómo lograremos
modificar actitudes y mentalidades si nuestros propios diccionarios nos
autorizan a emplear categorías obsoletas, que van a contracorriente con
el discurso de la atención a la diversidad, lo políticamente correcto y la
terminología proactiva?

A pesar de la heterogeneidad existente, debe reconocerse que la
terminología ha experimentado un salto cualitativo de la ‘cosificación’

68 B. APL 45(45), 2008


La terminología de la discapacidad

(deshumanización) a la ‘humanización’ (personificación) de la discapacidad,


pero a pesar de estos esfuerzos aún no se logra el consenso ni la objetivación
requeridas.

La discusión terminológica gira en torno a desterrar el empleo de
términos peyorativos, caídos en desuso, obsoletos, satanizados (en suma,
lo que no debe emplearse o debe dejar de utilizarse); la resemantización
de otros (lo que puede seguir empleándose pero con otra óptica y, por
ende, con otra conceptualización de base) y la reetiquetación de un
tercer grupo (lo que debe o debería usarse a criterio de los colectivos
institucionales o gremiales).

La terminología en el ámbito de la discapacidad debe tratar de
conciliar la heteropercepción (cómo perciben las personas sin discapacidad
la terminología que se usa para referirse a ese colectivo) la autopercepción
(como perciben los propios discapacitados la terminología que se emplea
para referirse a ellos). Las personas discapacitadas tienen derecho a elegir
o aceptar los términos que les conciernen.

En definitiva, el respeto a la alteridad no debe limitarse al ACTUAR
sino y, particularmente, al DECIR. Resulta perentorio eliminar prácticas
lingüísticas como la cosificación de seres humanos, la antropomorfización
del género femenino, la disfemización y eufemización innecesarias, y en
general, toda práctica que exacerbe prejuicios y estereotipos.

A manera de conclusión añadiremos que el siglo XXI exige un
cambio de paradigma, por un lado, respecto de las decisiones léxicas
en las que deben intervenir los diferentes colectivos de hablantes
(lexicógrafos, especialistas, comunicadores, políticos, académicos de
la lengua, hablantes, etc.) asumiendo un rol menos pasivo frente a los
“decidores” de las inclusiones, exclusiones y vigencias tanto léxicas como
terminológicas. Para la consecución de dicho fin, debemos dejar de lado
criterios como la norma y el uso para cambiarlos por la negociación
lingüística en donde todos los actores, en especial, los “nombrados”
lleguen a consensos léxicos y terminológicos en el marco de un proceso de

B. APL 45(45), 2008 69


Rosa Luna

heterorregulación, orientador de usos dignificantes, y de autorregulación


encaminada al empleo de palabras y términos preactivos.

Espero que este primer acercamiento a la terminología de la


discapacidad contribuya con el proceso de dignificación y objetivación
científica en el que todos estamos, o deberíamos estar, empeñados.

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72 B. APL 45(45), 2008


La Florida del Inca

B. APL, 45. 2008 (73-95)

LA FLORIDA DEL INCA: VÍNCULOS NOVOHISPANOS Y


PROYECCIÓN AMERICANA

LA FLORIDA DEL INCA : LIENS NOVOHISPANOS ET


PROJECTION AMÉRICAINE

LA FLORIDA DEL INCA: MEXICAN LINKS AND


AMERICAN PROJECTION

Raquel Chang-Rodríguez
City College-Graduate Center
City University of New York (CUNY)

Resumen:
La Florida del Inca (1605) de Garcilaso de la Vega relata los sucesos de
la fallida expedición (1539-43) de Hernando de Soto a tierras de Norte-
América. La crónica evoca hechos ocurridos en varias latitudes: Europa,
el Caribe, América del Sur y del Norte y se centra en los capítulos del libro
sexto caracterizados por detallar la presencia en tierra mexicana (primero
en la zona del río Pánuco y después en México-Tenochtitlan) de los
sobrevivientes de la expedición ahora comandados por Luis de Moscoso
de Alvarado. En estos capítulos “mexicanos” el narrador entreteje los
sucesos con una tensión e intención particulares. Lo que nos obliga
a integrar lo regional en una red de acontecimientos cuyos signos
comienzan a fraguar una historia colectiva que nos permite vislumbrar a
América como una totalidad.

B. APL 45(45), 2008 73


Raquel Chang-Rodríguez

Résumé:
La Florida del Inca (1605) de Garcilaso de la Vega rapporte les évènements
de l’expédition manquée (1593-43) de Hernando de Soto sur les terres
d’Amérique du Nord. La chronique évoque les faits qui eurent lieu sous
diverses latitudes: Europe, Caraïbes, Amérique du Sud et du Nord et
se concentre sur les chapitres du sixième livre qui se caractérisent par
les détails de la présence des survivants de l’expédition, alors sous
le commandement de Luis de Moscoso de Alvarado, sur les terres
mexicaines (tout d’abord dans la zone du fleuve Pánuco et ensuite au
Mexique-Tenochtitlan). Tout au long de ces chapitres “mexicains”, le
narrateur entrelace les évènements avec une tension et une intention
particulières. Cela nous oblige à intégrer le facteur régional dans un
réseau d’évènements dont les signes commencent à forger une histoire
collective qui nous permet de considérer l’Amérique comme un tout.

Abstract:
La Florida del Inca offers an account of Hernando de Soto’s failed
expedition (1539-43) to american territories by tightly weaving together
events that have occurred in Europe, the Caribbean, South and North
America. The essay centers on the sixth book of La Florida del Inca
that describes the presence in Mexico (first in the area of the River
Pánuco and later in Mexico-Tenochtitlan) of the survivors of De Soto’s
expedition now under the command of Luis de Moscoso de Alvarado.
It contends that in these “Mexican” chapters the narrator links with
singular tension and deliberate intention events that have taken place in
different geographical areas. This strategy forces the reader to integrate
local events into a wider historical construction, and thus allows a glimpse
of America as a totality.

Palabras clave:
La Florida del Inca; México; Luis de Moscoso de Alvarado; Hernando de
Soto; contacto hispano-indígena.

Mots clés:
La Florida del Inca; Mexique; Luis de Moscoso de Alvarado; Hernando de
Soto; contact hispano-indigène.

74 B. APL 45(45), 2008


La Florida del Inca

Key words:
La Florida del Inca; México; Luis de Moscoso de Alvarado; Hernando de
Soto; contact hispanic-vernacular.

Hernando de Soto (c. 1500-42) inició la conquista del vasto territorio


floridano desde Cuba en 1539. Varias décadas después, Garcilaso de la
Vega (1539-1616) escribió La Florida del Inca (Imagen 1), obra donde
cuenta los sucesos de la fallida expedición de De Soto. Ante las
ambiciones de Francia y el temor al avance del protestantismo, el cronista
cuzqueño urge a la Corona, y a sus lectores, poblar y evangelizar esas
tierras regadas con sangre de soldados y mártires españoles. La reciente
conmemoración del cuarto centenario de la publicación de La Florida
en Lisboa, en 1605, en las prensas de Pedro Crasbeeck, ha propiciado
una revisión de la obra pautada por nuevas direcciones críticas en el
ámbito de los estudios coloniales. Si bien se ha reiterado su aporte como
documento histórico, igualmente se ha reconocido la factura literaria del
texto. Esta se evidencia en la delicada elaboración de la anécdota, la
carga simbólica que el narrador le otorga a los hechos y el singular
empleo de recursos retóricos. Asimismo, el cronista cuenta la historia
desde disímiles posturas discursivas que le permiten criticar el abuso de
autoridad, cuestionar el impacto del coloniaje en La Florida y en los
Andes, y reafirmar la valía del otro —ora indígena ora mujer— tanto
como la común humanidad de todas las personas.

Los nexos entre Europa y América, Perú y México, La Florida y
el Caribe, y el acercamiento de estos espacios geográficos constituyen
principales líneas de fuerza en la comprensión de la obra. En este ensayo
me interesa explorar el nudo novohispano de La Florida, ejemplificado
por la presencia en tierra mexicana de los sobrevivientes de la expedición,
primero en la zona del río Pánuco (actual área de Tampico) y después
en México-Tenochtitlan. Propongo que en los capítulos que llamo
‘mexicanos’ de La Florida del Inca —del 1 al 20 del sexto y último libro—
el narrador entreteje sucesos de la Nueva España, La Florida y el Perú
con una tensión e intención que nos obligan a integrar lo parcial en una

B. APL 45(45), 2008 75


Raquel Chang-Rodríguez

amplia historia colectiva cuyos signos apuntan a una visión integral de


América. Mi propuesta contribuirá, espero, a situar la crónica primeriza del
singular cuzqueño, entre los textos que postulan una visión americanista
de la historia y cultura del nuevo mundo. Veamos entonces cómo el Inca,
reconfigurando objetos, plantas y animales, y desgranando anécdotas
lingüísticas e históricas, liga a México, Perú, el Caribe y La Florida.

1. La Florida, “el bien perdido”

En este sentido conviene recordar que al morir Hernando de Soto


en 1542, asumió el mando de la expedición Luis de Moscoso de Alvarado,
a quien el Adelantado había conocido en el Perú1. Los hombres de La
Florida acordaron entonces dejar ese territorio y seguir en dirección hacia
el oeste con el propósito de llegar a la Nueva España; con esta idea en
mente, en junio de 1542 abandonaron el lugar donde De Soto falleció.
Después de un largo recorrido que los llevó al actual estado de Texas, sin
intérpretes y escasos de alimentos, decidieron retornar a la zona del Río
Grande o Mississippi de donde habían partido y allí dedicarse a construir
siete bergantines o “carabelones” (F, libro 5, cap. 15, 393).2 Navegando
por el río debían llegar al Golfo de México y, bordeando la costa, toparse
con la Nueva España donde encontrarían socorro. Además de los

1 Ignoramos casi todo de la temprana carrera de Luis de Moscoso de Alvarado.


Pasó al Perú con su tío Pedro de Alvarado; seguramente en esa hueste conoció al
capitán Sebastián Garcilaso de la Vega Vargas, quien también formó parte de ella.
Igualmente, en el Perú conoció a De Soto a quien siguió cuando éste viajó a España
en 1536. Dos de sus hermanos (Juan de Alvarado y Cristóbal de Mosquera) lo
acompañaron a La Florida en cuya expedición primero capitaneó uno de los siete
buques que salió de San Lúcar de Barrameda, y después se desempeñó como Maese
de Campo hasta 1541, cuando fue acusado de negligencia y destituido. Moscoso
retornó al Perú (1550) en compañía del virrey Antonio de Mendoza y allí murió un
año después (Handbook of Texas Online, 2006).
2 Las citas de La Florida del Inca corresponden a la edición del Fondo de Cultura
Económica (1956) a cargo de Emma Susana Speratti Piñero con prólogo de Aurelio
Miró Quesada y estudio bibliográfico de José Durand; las de Comentarios reales
(1943) e Historia general del Perú (1944) a la edición de Ángel Rosenblat con prólogo
de Ricardo Rojas. Indico cada una con las siguientes abreviaturas: F, CR e HG
seguidas del libro, capítulo y página correspondientes.

76 B. APL 45(45), 2008


La Florida del Inca

capitanes de cada navío, el 2 de julio de 1543 se embarcaron “trescientos


cincuenta españoles, antes menos que más, habiendo entrado en la
tierra muy cerca de mil ... y hasta veinte y cinco o treinta indios e indias
que de lejas tierras habían traído en su servicio ...” (F, Libro 6, cap. 1,
396).3 El 10 de setiembre de ese año, después de sufrir los ataques de
los grupos indígenas de la cuenca del Mississippi, la muerte de cuarenta
y ocho “castellanos” y una tormenta tropical que separó a los navíos,
los expedicionarios arribaron, sin saberlo, a la zona del río Pánuco. La
llegada está marcada por el reconocimiento de objetos, frutos y animales
de los varios mundos culturales presentes en La Florida del Inca; todo ello
le sirve al narrador para marcar diferencias, notar similitudes, insistir en
la capacidad y valor indígenas, y comentar las consecuencias de acciones
imprudentes tanto como de la mala interpretación.

Separados los navíos, una vez en tierra novohispana un grupo de
expedicionarios intenta restablecer contacto con el general Moscoso de
Alvarado y su gente y para ello se ofrecieron dos voluntarios. También
formaron tres partidas con el propósito de explorar la zona y confirmar
dónde se encontraban. Los grupos que caminaron por la costa, uno
hacia el norte y otro hacia el sur, recuperaron los siguientes objetos:
“un medio plato de barro blanco de lo muy fino que se labra en Talavera,
y . . . una escudilla quebrada del barro dorado y pintado que se labra
en Malasa” (F, Libro 6, cap. 15, 425). Paradójicamente, estos restos de
objetos aquí no apuntan a España, sino a la Nueva España. Si bien
encapsulan el Nuevo y el Viejo Mundo, las circunstancias y el lugar
donde se descubren privilegian el espacio novohispano y la experiencia
americana emblematizada en el naufragio, en la búsqueda de la ruta y
las personas perdidas. Por su parte, capitaneado por Gonzalo Silvestre,
el principal informante de La Florida, el tercer grupo de expedicionarios,
caminó tierra adentro donde pronto se encontró con varios nativos,
aprisionó a uno de ellos, y cargó con las provisiones de una choza.

3 Entre ellas una india de Mauvila, concubina de Luis de Moscoso, cuya belleza causó
admiración en la Nueva España (F, Libro 3, cap. 24, 250). Con todo, el conquistador casó
en México con una rica prima suya, Leonor de Alvarado, hija de su tío Juan de Alvarado,
hermano de Pedro de Alvarado, su protector (Handbook of Texas Online, 2006).

B. APL 45(45), 2008 77


Raquel Chang-Rodríguez

Cuando relata estos últimos incidentes el narrador inserta un


comentario aparentemente fortuito sobre el árbol del guayabo cuya fruta
recogen dos indígenas. Este le sirve, sin embargo, para llevarnos otra
vez al Caribe, zona donde se originó la fallida expedición, y también
para rememorar al Perú, cuya conquista, como sabemos, le facilitó a
De Soto el reconocimiento y el capital para iniciar la de La Florida. A
ese “árbol grande” se le llamaba “guayabo en lengua de la isla Española
y savintu en la mía del Perú” (F, Libro 6, cap. 15, 426).4 A ello siguen
referencias a animales y alimentos que figuran entreverados dentro
de la choza indígena —la zara5 (maíz), un pavo mexicano, el gallo y las
gallinas de España, la conserva hecha de maguey— y que contribuyen
a saciar el hambre de los tres capitanes. No obstante, su copresencia
nos lleva más allá de lo puramente biológico. Veamos por qué. El maíz,
alimento principal tanto en la zona novohispana como en la andina, y
el maguey6, frecuente en México y en el Perú, subrayan la comunidad
de ambas geografías; además, el maíz reitera el contraste con la dieta
de España donde el trigo predomina; el pavo “de los de tierrra de
Mexico, que en el Perú no los había” (F, Libro 6, cap.15, 426), marca la
singularidad de la zona, la diferencia mexicana. Que todo ello aparezca

4 En el libro 8, cap. 16, p. 180, de Comentarios reales, “De las frutas de árboles mayores”,
el Inca menciona otros detalles sobre el savintu: “. . . y haziendo principio de la que
los españoles llaman guayavas, y los indios sauintu, dezimos que son redondas, del
tamaño de mançanas medianas, y como ellas, con hollejo y sin corteza; dentro, en
la médula, tiene muchas pepitas o granillos redondos, menores que los de la uva.
Unas son amarillas por de fuera y coloradas por de dentro; éstas son de dos suertes,
unas tan agras que no se pueden comer, otras son dulces, de muy buen gusto. Otras
hay verdes por de fuera, y blancas por de dentro; son mejores que las coloradas, con
muchas ventajas; y al contrario, en muchas regiones marítimas tienen las coloradas
por mejores que las blancas. Los españoles hazen conserva della y de otras frutas
después que yo salí del Perú, que antes no se usava. En Sevilla vi la del sauintu, que
la truxo del Nombre de Dios un passajero amigo mío, y por ser fruta de mi tierra me
conbidó a ella”.
5 En Comentarios reales encontramos mayores precisiones: “De los frutos que se crían
encima de la tierra tiene el primer lugar el grano que los mexicanos y los barloventanos
llaman maíz y los del Perú çara, porque es el pan que ellos tenían”. El narrador
explica las tres categorías del pan hecho de çara: çancu para los sacrificios, huminta el
de las fiestas, y tanta el pan común o del diario (CR, Libro 8, cap. 9, 176-78).
6 Para los múltiples usos del maguey, véase CR, Libro 8, cap. 12, 182.

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La Florida del Inca

junto a las aves traídas por los ibéricos —“un gallo y dos gallinas de las de
España” (F, Libro 6, cap. 15, 426)—, en una choza indígena y que parte
de ello primero se consuma y después, el sobrante, junto al indígena
“bien asido porque no se les huyese” (F, Libro 6, cap. 15, 427), se lo
lleven los expedicionarios, remite tanto a la cornucopia cultural que el
encuentro abrió —y la escritura del Inca Garcilaso ejemplifica—, como
a la continuada rapacidad que marcó el intercambio entre europeos y
nativos en el norte y el sur de América.

Este capítulo inicial del arribo de los expedicionarios de La Florida a la
Nueva España concluye con una coda de corte lingüístico que bien puede
considerarse emblemática de las jornadas americanas de la expansión
imperial de España. La anécdota, sin embargo, adquiere aquí —y esto no
es raro en la obra del cronista cuzqueño— particular significación porque
nos transporta, como antes la guayaba y la zara, al Perú. En ella los
expedicionarios le preguntan a un nativo: “¿Qué tierra es ésta y cómo se
llama?” (F, Libro 6, cap. 15, 427). Aturdido, el indígena repetía “brezos”
y “bredos” porque el apellido de su amo era Cristóbal de Brezos; sus
interlocutores entendían “bledos” y responden: “Válgate el diablo, perro,
¿para qué queremos bledos?” (F, Libro 6, cap. 15, 427). El resultado: la
total incomprensión. El narrador explica: “A propósito del preguntar de
los españoles y del mal responder del indio porque no se entendían los
unos a los otros, habíamos puesto en este lugar la dedu[c]ción del nombre
Perú. . . [que] se causó de otro paso semejantísimo a éste . . .” (F, Libro 6,
cap. 15, 427).7 El evocativo comentario abre el espacio textual y a la
vez liga las diversas geografías. Al notar que esta incomprensión ocurre
en otras partes, la voz narrativa marca la frecuencia de tales incidentes en
distintas latitudes lo cual le sirve para de nuevo vincular lo novohispano
y lo peruano; a la vez, particulariza el incidente cuando trae a colación
el origen del nuevo nombre de su patria. Lo primero nos remite al
denominador común entre acontecimientos de Norte y Sur América
—la incomprensión lingüística y cultural, la violencia del encuentro— ; lo

7 Encontramos “La deducción del nombre Perú” en Comentarios reales (Libro 1, cap.
4, 17-19) y una mención a esta anécdota. Sobre Perú versus Pirú, véase Durand 1976:
148-160.

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Raquel Chang-Rodríguez

segundo nos lleva a pensar en una sociedad diferente —como el nombre


Perú— donde convivan y conversen disímiles interlocutores. Propongo,
además, que el conflicto lingüístico señalado aquí constituye el esbozo
de una provocativa propuesta desarrollada después en Comentarios reales
(1ra parte 1609, 2da parte 1617): la conquista del Perú no se debió a la
superioridad de las armas españolas, sino al desencuentro idiomático
consecuencia de la mala interpretación de Felipillo8.

Curiosamente, otra instancia lingüística sí reconfirma que los
expedicionarios han llegado a Nueva España. Un cirujano que había
residido antes en México y “sabía algo de la lengua mexicana”, le muestra
a un nativo unas tijeras y éste las reconoce repitiendo defectuosamente su
nombre en castellano: las llama “tiselas” (F, Libro 6, cap. 16, 428). El
regocijo que tal verificación produce —“como si a cada uno de ellos le
hubieran traído el señorío de México y de todo su imperio” (F, Libro 6,
cap. 16, 428)—, contrasta con el anterior episodio de incomunicación.
Entonces, el narrador, por medio del encuentro en “lengua mexicana”
y española, acerca a los hablantes de ambos códigos y el mundo cultural
implícito en el idioma de cada uno; propongo, además, que el episodio
al mismo tiempo pone de relieve la posibilidad de entendimiento, y
lo irrevocable de un futuro que por fuerza ha de incluir a hablantes de
varias lenguas tanto como la diversidad cultural representada por ellas.
Igualmente, tal intercambio pone de manifiesto la agencia indígena: la
comunicación se efectuará cuando el acto de habla sea participatorio y se
emplee un código común.

La posterior aparición de un indio señor de vasallos, educado por
un clérigo y capacitado para leer y escribir el castellano, de nuevo subraya
la capacidad nativa. Su generosidad suscita igual trato de parte de los
españoles. El “curaca” mexicano —y observemos que el Inca Garcilaso
opta por el vocablo quechua y no el taíno “cacique”— les obsequia a
los tres expedicionarios varias cosas, entre ellas el papel y la tinta para
escribirle a Luis de Moscoso de Alvarado quien ya ha sido localizado.

8 El desencuentro lo comenta el Inca Garcilaso en la segunda parte de CR publicada


en 1617 con el título de Historia general del Perú (HG, Libro 1, cap. 23).

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La Florida del Inca

Así, la agencia del curaca mexicano facilita la reunión de todos los


expedicionarios en la villa de Pánuco donde, a pesar de su horrible
apariencia, los náufragos son acogidos con gran generosidad: “se dolieron
de verlos tan desfigurados, negros, flacos y secos, descalzaos y desnudos,
que no llevaban otros vestidos sino de gamuza y cueros de vaca, de pieles
de osos y leones y de otras salvajinas, que más parecían fieras y brutos
animales que hombres humanos” (F, Libro 6, cap. 17, 429-30).

En este episodio del encuentro en la villa de Pánuco el narrador
presenta dos temas recurrentes en sus escritos: la conducta como rasero
para medir al ser humano de cualquier latitud, y las consecuencias
individuales y colectivas de las acciones guiadas por la imprudencia y
la pasión. Los habitantes del pequeño y pobre pueblo ni rechazan ni
juzgan a los expedicionarios por su lastimosa apariencia; se espantan, sin
embargo, de su comportamiento pendenciero. La frustración de muchos
de La Florida queda expuesta cuando comparan las posesiones y la vida
cotidiana de los habitantes de Pánuco con lo que han dejado atrás. Todo
ello los lleva a reflexionar sobre la determinación a abandonar esos ricos
territorios:

“(...) ¿Es justo ni decente a nuestra honra que de señores de


vasallos que pudiéramos ser hayamos venido a mendigar? ¿No
fuera mejor haber muerto allí que vivir aquí?”

Con estas palabras y otras semejantes nacidas del dolor del bien
que habían perdido, se encendieron unos contra otros en tanto
furor y saña que, desesperados del pesar de haber desamparado
la Florida donde tantas riquezas pudieran tener, dieron en
acuchillarse unos con otros con rabia y deseo de matarse (F, Libro
6, cap. 17, 431)

Las acusaciones y ambiciones de los conquistadores tanto como el
recuerdo de las circunstancias que los obligaron a dejar La Florida, causan
pendencias y muertes en Pánuco. Como los sucesos que condujeron
a las guerras civiles del Perú, en ambas latitudes se dejan sentir los
“efectos ... de las determinaciones hechas sin prudencia y consejo” (F,

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Raquel Chang-Rodríguez

Libro 6, cap. 17, 432). Nuevamente el narrador liga sucesos floridanos


y peruanos, ahora presentándolos en terreno mexicano. Pasemos ahora
a la recepción y estadía en México-Tenochtitlan de los expedicionarios
de La Florida donde, como se verá, la conducta bélica en el evocado
territorio juega un papel señero.

2. Grandezas mexicanas y mezquindades floridanas

En “la famosísima ciudad de México, la que por sus grandezas y


excelencias tiene hoy el nombre y monarquía de ser la mejor de todas
las del mundo” (F, Libro 6, cap. 18, 433), explica el Garcilaso narrador,
fueron recibidos por el virrey Antonio de Mendoza (1495-1552) (Imagen
2) quien poco después pasaría a gobernar Perú, coincidencia histórica
aprovechada por el Inca para destacar su generosidad en América del
Norte y del Sur y enlazar ambas geografías. En efecto, el virrey Mendoza
antes había encargado al corregidor de Pánuco que regalara y tratara a los
expedicionarios como su “propria persona” (F, Libro 6, cap. 17, 430). En
México-Tenochtitlan los recibe a todos, reconociéndolos no por su rango
o prosapia, sino por sus hazañas floridanas: “El visorrey, como tan buen
príncipe, a todos los nuestros que iban a comer a su mesa los asentaba
con mucho amor sin hacer diferencia alguna del capitán al soldado, ni del
caballero al que no lo era, porque decía que, puesto habían sido iguales en
las hazañas y trabajos, también lo debían ser en la poca honra que él les
hacía” (F, Libro 6, cap.18, 434). Argumento tan caro a Garcilaso, informa,
como sabemos, la génesis misma de La Florida del Inca:

Conversando mucho tiempo y en diversos lugares con un


caballero grande amigo mío [Gonzalo Silvestre], que se halló en
esta jornada [de la conquista de La Florida], y oyéndole muchas
y muy grandes hazañas que en ella hicieron así españoles como
indios, me pareció cosa indigna y de mucha lástima que obras
tan heroicas que en el mundo han pasado quedasen en perpetuo
olvido. Por lo cual, viéndome obligado de ambas naciones, porque
soy hijo de un español y de una india, importune muchas veces
a aquel caballero escribiésemos esta historia, sirviéndole yo de
escribiente (F, Proemio, 5)

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La Florida del Inca

Así, el Proemio anuncia uno de los motivos por los cuales se escribe
la crónica, igualmente recalcado en los capítulos finales conectados con la
Nueva España. Las hazañas igualan a los “caballeros” indios y españoles
en el ejercicio de las armas; ahora estos hechos reclaman la admiración del
virrey Mendoza, quien trata a sus compatriotas de acuerdo a su conducta
heroica. En consonancia con esta postura, el narrador destaca cómo el
gobernante se deleita escuchando el relato de la destreza, ferocidad y
buena disposición de los floridanos tanto como de los españoles.

Todo ello permite al narrador a situar al virrey en dos categorías:
entre quienes son capaces de mirar al menos con curiosidad y hasta con
cierta admiración a la otredad americana; entre los europeos interesados en
las noticias de América, en particular si éstas atañen a tierras inexploradas
y cuantiosos tesoros. En cuanto a lo segundo, conviene recordar que la
documentación histórica confirma que el virrey Antonio de Mendoza
envió a fray Marcos de Niza y a Esteban (1539), el esclavo del norte de
África sobreviviente de otra fallida expedición floridana —la de Pánfilo
de Narváez—9, en busca de las legendarias “siete ciudades de Cíbola”.
Esteban murió en la empresa, pero fray Marcos confirmó la existencia
de las doradas ciudades. El Inca Garcilaso (F, Libro 6, cap.18, 433) y
los archivos igualmente indican que, en seguimiento de estas legendarias
urbes, el gobernante envió después (1540) una expedición por mar y tierra,
capitaneada esta última por Francisco Vázquez de Coronado10, gobernador
de la Nueva Galicia11. Un año más tarde éste regresó con las manos vacías
de tesoro pero repletas de acusaciones por su maltrato a la población
indígena y a otros expedicionarios como consta en la Relación (c.1560-65)
de Pedro de Castañeda de Nájera, uno de los participantes12.

9 Véase la edición de Adorno y Pautz (1999) de los Naufragios de Cabeza de Vaca, uno
de los participantes en esta expedición.
10 Equivocadamente el narrador de La Florida lo llama Juan Vázquez de Coronado
confundiéndolo con su sobrino, conquistador en la zona centroamericana de la
actual Costa Rica (F, Libro 6, cap. xviii, p. 433).
11 También envió a Juan Rodríguez Cabrillo a explorar las costas de California (1542-
43) y a Ruy López de Villalobos a las Filipinas (1542-43).
12 Carmen de Mora la editó por primera vez en español (1992).

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En su trayecto a la capital novohispana, los sobrevivientes de La Florida


desfilan a pie, con pantorrillas al aire, vestidos de pieles de animales; su facha
provoca la lástima de todos. Curiosamente, en otra parte de La Florida del Inca
encontramos un desfile, pero con características inversas (F, Libro 6, cap.
22, 446-447). En el campo andaluz espectadores españoles admiran a un
grupo de nativos floridanos cuyo arrojo se despliega en un incidente nada
menos que con Gonzalo Silvestre, a quien primero hemos visto hambriento
en Pánuco y después entre los desastrados sobrevivientes que caminan a
México-Tenochtitlan. En el desfile andaluz, el antiguo expedicionario despliega
su conocimiento de La Florida recordando el nombre de varios territorios y
preguntándoles a los indígenas de cuál provenían. Al reconocerlo como hombre
de Hernando de Soto, éstos rehúsan darle información y afirman: “De mejor gana
le diéramos sendos flechazos que las nuevas que nos pide” (F, Libro 6, cap. 22,
447). En contraste con el desfile de los sobrevivientes de De Soto en México,
la apostura de los floridanos, su destreza al lanzar las flechas al aire, causan el
espanto y la admiración de Silvestre, quien se sorprende de haber salido con
vida del lance. Pareciera ser que, al contraponer ambos episodios —uno en
la Nueva España y otro en España—, el Inca se adelantara a su explicación
sobre las antípodas incluida al comienzo de Comentarios reales:

A lo que se dize si hay antípodas o no, se podrá decir que, siendo el
mundo redondo (como es notorio), cierto es que las hay. Empero
tengo para mí que por no estar este mundo inferior descubierto del
todo, no se puede saber de cierto cuáles provincias sean antípodas
de cuáles, como algunos lo afirman, lo cual se podrá certificar más
aína respecto del cielo que no de la tierra, como los polos el uno del
otro y el oriente del poniente, (...) (CR, Libro 1, cap. 2, 14).

Por tanto, como la ubicación de las antípodas, el enjuiciamiento de


personas y acontecimientos es cuestión de perspectiva. Así, tal y como indica
la primera crónica del Inca Garcilaso, la valoración depende del conocimiento
de dónde estamos situados en el espacio, y de la aceptación o no de una escala
de valores que urge revisar en vista de las nuevas circunstancias y la diversidad
de ámbitos concitados por el contacto europeo-indígena. Siguiendo esta
propuesta, no debe sorprender que en La Florida del Inca el narrador reitere
cuánto le complacía al virrey y a su hijo Francisco de Mendoza, futuro general

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La Florida del Inca

de las galeras de España, escuchar una y otra vez el relato de la heroicidad en


batalla de los indígenas floridanos (F, Libro, 6, cap. 19, p. 437). La admiración
del segundo por las hazañas de uno de los caciques lo llevó a repetir:
“Verdaderamente, señores, que debía de ser hombre de bien Quigualtanqui”.
El narrador concluye: “Y con este dicho refrescaba de nuevo las grandezas del
indio, eternizaba su nombre” (F, Libro 6, cap. 8, 410). Si tomamos en cuenta
la definición de “hombre de bien” según la época —“Se dice del que procede
con rectitud, y es honrado y caballeroso en sus acciones y modo de obrar” (DA
[1726] 1990: 1, 606)— el comentario del noble español coloca plenamente al
cacique floridano en la ecuación caballeresca, mientras la voz narrativa reitera
lo anunciado en el Proemio: la importancia de preservar los hechos gloriosos;
el carácter ejemplarizante de la historia a cuyo recuento universal ingresan,
por virtud de esta crónica, los indígenas de La Florida, caballeros por su osado
comportamiento y sujetos históricos tan dignos como los antiguos.

Los habitantes de México-Tenochtitlan, en contraste con su indiferente
recepción a los expedicionarios de Francisco Vázquez Coronado, recibieron
a los hombres de De Soto con toda generosidad, solazándose en escuchar
sus aventuras floridanas, agasajándolos con comidas, vistiéndolos con lo
mejor, proveyéndoles desde camisas hasta peines. Igualmente, admiraron
sus perlas y pieles que compraban para adornar sus vestidos. Todo ello
hacía crecer el lamento de los expedicionarios por “el bien perdido”, o
sea, la rica tierra abandonada. La promesa del virrey Mendoza de alistar
otra expedición a La Florida, no valió. Tampoco tuvieron resultado los
ofrecimientos de generosos residentes de México, como nos recuerda la
insolente respuesta de Diego de Tapia a uno de ellos: “Yo voy ahora al
Perú donde pienso tener más de veinte estancias. Si queréis iros conmigo
sirviéndome, yo os acomodaré en una de ellas de manera que volváis [a
México] rico en breve tiempo” (F, Libro 6, cap. 18, 436). Como bien
observa el narrador, muchos de estos hombres ya “tenían puestos los ojos
en el Perú” (F, Libro 6, cap. 18, 435)13.

13 Al Perú pasaron al menos dieciocho. De los sobrevivientes de quienes se tiene


noticia, 59 permanecieron en México, 15 decidieron retornar a España y 18 optaron
por buscar fortuna en Perú (Avellaneda 1990: 73).

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Raquel Chang-Rodríguez

Entre quienes viajaron al sur se encuentran dos informantes conocidos


de La Florida del Inca: Gonzalo Silvestre, el principal, y Alonso de Carmona,
autor de una relación sobre la fallida expedición. Ellos dos, junto a otros 16
sobrevivientes, decidieron probar suerte en el revuelto virreinato peruano,
donde por entonces los conquistadores luchaban entre sí y contra la imposición
de las Nuevas Leyes en una etapa históricamente conocida como “las guerras
civiles”. Investigaciones recientes han confirmado detalles adicionales sobre
estos dos “peruleros”. Por una deposición firmada por Carmona, sabemos
que éste era natural de la villa de Priego, población vecina a Montilla; sabemos
también que hacia 1556 vivía en el Cuzco. Entonces, no sería desacertado
suponer que allí conoció al capitán Sebastián Garcilaso de la Vega Vargas y
a su joven hijo. Carmona regresó a su pueblo natal en 1572, y allí escribió
Peregrinaciones, un tratado hoy perdido detallando su participación en la
expedición de De Soto. Antes de su muerte en 1591, le envió el manuscrito
al Inca Garcilaso, quien por entonces residía en Córdoba (F, Proemio, 6;
Avellaneda 1990, 21). En el Perú, Gonzalo Silvestre luchó bajo el pendón
real en las guerras civiles. Participó en las famosas batallas de Huarina (1547)
y Chuquinga (1554); la primera de triste recordación para el Inca Garcilaso14;
en la segunda, el bando realista fue derrotado y Silvestre resultó mal herido.
Expulsado repentinamente del virreinato junto con otros veteranos de las guerras
civiles por la política dura que contra ellos siguió el virrey Andrés Hurtado de
Mendoza, marqués de Cañete, Silvestre se reencuentra con Garcilaso en Madrid
(1561), ambos como pretendientes. Por un memorial testamentario del Inca (22
de abril de 1616) nos enteramos de que se habían conocido en el Cuzco al menos
desde 1553, cuando el futuro historiador tenía apenas 14 años (Miró Quesada
1956: xlviii). Así, en la metrópoli se reanudaron los lazos que, seguramente, los
llevaron a rememorar los viejos tiempos en el Cuzco15.

14 Según acusaciones refutadas por el Inca Garcilaso (HG, Libro 5, cap. 23), el rebelde Gonzalo
Pizarro salvó la vida gracias al caballo que le cedió el capitán Garcilaso de la Vega.
15 En La Florida del Inca, el propio Garcilaso da cuenta de otros soldados con quienes
había tratado en el Perú y antes habían acompañado a Vázquez de Ayllón y a De
Soto a Norteamérica: Hernando Mogollón, participante en la expedición de Lucas
Vázquez de Ayllón ( F, libro 1, cap. 3: 16); Baltasar Hernández (F, libro 3, cap. 38:
285), Cristóbal Mosquera (F, libro 4, cap. 15: 325), Juan de Vega (F, libro 5, segunda
parte, cap. 6: 366) y Diego de Tapia (F, libro 6, cap. 18: 435-436), todos soldados en
la jornada de De Soto.

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La Florida del Inca

3. Conclusión

Vistos de este modo, los capítulos finales de La Florida del Inca donde
tan prominentemente figura la Nueva España, cumplen varios propósitos.
Los animales domésticos delimitan zonas o postulan nexos dentro de una
vasta geografía: el pavo o “gallo de Indias”, como lo llamó Covarrubias en
su Tesoro, singulariza a México; los nombres de la guayaba ligan al Caribe
y los Andes; la zara nos refiere a la compartida cultura americana del
maíz; los gallos y gallinas de Europa afirman el irrevocable asentamiento
de productos y personas de ese continente en el Nuevo Mundo. Los
objetos foráneos —la loza, el papel y la tinta—, adquieren otras valencias:
los restos de platos fraguados en Talavera y Malasa, no remiten a su
lugar de origen sino a la Nueva España; el papel y la tinta no lo otorgan
ni un clérigo ni un escribano, sino una nueva y emblemática figura de
la ecuación colonial: el indio letrado (Imagen 3 ) cuya agencia comunica
aquí a sendos grupos de expedicionarios procedentes de La Florida16.
Los dobles episodios lingüísticos, uno de diglosia (“lengua mexicana” y
castellana) y otro de total incomunicación, destacan la relevancia y validez
del conocer la lengua europea y los idiomas amerindios, de incorporar y
equiparar los códigos necesarios para establecer el diálogo intercultural.
Así lo reafirma la mención al origen del nombre Perú cuya historia el
narrador confiesa haber trasladado a Comentarios reales.

La llegada de los sobrevivientes a México-Tenochtitlan da cuenta de
la generosidad del virrey Mendoza y de los mexicanos, en contraste con
la mezquindad y los pleitos de los hombres de De Soto cuyo accionar lo
impulsan la imprudencia y la pasión. El relato floridano se abre entonces
contraponiendo episodios que obligan al receptor a nuevas categorías
de reflexión, necesarias para comprender el sentido de, por ejemplo, el
desfile de los misérrimos españoles en camino a la capital novohispana en

16 Me atrevo a añadir que, de igual modo que el alfabeto curaca mexicano, el Inca
Garcilaso pretende, por medio de sus escritos, servir de puente entre el saber europeo
y americano ligando así a múltiples mundos culturales. Para un repaso de la figura del
indígena letrado en México, véase el ensayo de Romero Galván (2002) en referencia a
Hernado Alvarado Tezozómoc, Domingo Francisco Chimalpain y Fernando de Alva
Ixtlilxóchitl. Sobre los indios ladinos en el Perú, véase Adorno 1991.

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contraste con el desfile de los floridanos en Andalucía también detallado


en el sexto libro. El sumario de las hazañas tanto españolas como
indígenas que los sobrevivientes le cuentan a un interesado público, nos
lleva a la génesis de la obra, al diálogo de dos de sus voces narrativas, la
del Inca Garcilaso y la de Gonzalo Silvestre. En el Proemio, la primera
voz conmina a la segunda a poner por escrito, o sea, a perpetuar la
memoria de las heroicidades de indígenas y europeos en Norteamérica;
en la crónica tales hazañas transforman a los nativos de La Florida en
caballeros. La presencia de Gonzalo Silvestre en México, la alusión a
su relato y a los textos complementarios de Alonso de Carmona y de
Juan de Coles en el curso de los capítulos novohispanos, la mención
del futuro destino peruano del virrey Mendoza a quien acompañará
Luis de Moscoso de Alvarado, el capitán de la expedición a la muerte
de Hernando de Soto, traen a colación la multiplicidad de geografías,
experiencias y voces volcadas en la crónica. A su vez, la mención de la
“grandeza mexicana” —por decirlo aludiendo al título del poema de
Bernardo de Balbuena, coetáneo del Inca—, la constante presencia del
Perú, el accionar de los sobrevivientes de la expedición de Hernando de
Soto, quienes partieron primero de San Lúcar de Barrameda y después de
La Habana y terminaron muertos en La Florida o en camino a la Nueva
España, o acuchillados por sus compañeros en Pánuco o en la capital
novohispana, o en busca de nuevos destinos en Perú, España y México, le
otorgan a este sector de La Florida una tensión e inestabilidad que llevan
al lector de una geografía a otra y lo fuerzan a pensar en América como
una totalidad, a reflexionar sobre la historia compartida. Vista así, La
Florida del Inca se erige en texto magistral, raíz y atalaya desde donde
escuchamos el pálpito de un pasado siempre presente, y avizoramos el
futuro de Nuestra América cuya entretejida historia, entonces y hoy, se
forja en el Atlántico y el Pacífico, en el norte y el sur.

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La Florida del Inca

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la Audiencia de Santiago de Cuba. American Journeys.
17 de noviembre de 2005 < www.americanjourneys.org/
aj-024/>

Una versión de este trabajo aparecerá en las Actas, coordinadas con Carmen de
Mora, del Congreso realizado en Montilla, España (2005) en conmemoración del
cuarto centenario de la publicación de La Florida del Inca.

92 B. APL 45(45), 2008


La Florida del Inca

Portada de la edición lisboeta de La Florida del Inca (1605). Cortesía de la Hispanic


Society of America, Nueva York.

B. APL 45(45), 2008 93


Raquel Chang-Rodríguez

Antonio de Mendoza, Virrey de la Nueva España (1535-49) y del Perú (1551-52),


dibujado por Guamán Poma de Ayala. GkS 2232 4to, Cortesía de la Biblioteca
Real de Copenhague, Dinamarca.

94 B. APL 45(45), 2008


La Florida del Inca

Escribano indígena o qilqay kamayuq de los Andes en representación de Guamán


Poma de Ayala. GkS 2232 4to, Cortesía de la Biblioteca Real de Copenhague,
Dinamarca.

B. APL 45(45), 2008 95


De Gómez Suárez de Figueroa al Inca Garcilaso

B. APL, 45. 2008 (97-113)

DE GÓMEZ SUÁREZ DE FIGUEROA AL INCA GARCILASO:


CONFIGURACIÓN DEL ESTATUTO FICCIONAL EN LA
FLORIDA DEL INCA

DE GOMEZ SUAREZ DE FIGUEROA A L’INCA GARCILASO:


CONFIGURATION DU STATUT FICTIONNEL DANS
LA FLORIDA DEL INCA

FROM GÓMEZ SUÁREZ DE FIGUEROA TO


GARCILASO: FICTIONAL STATUTE IN
LA FLORIDA DEL INCA

Óscar Coello
Universidad Nacional Mayor de San Marcos

Resumen:
El presente artículo, luego de contextualizar la figura del autor y fijar
la identidad actancial del narrador, llamado así mismo Inca, precisa las
categorías literarias de base para fortalecer la mejor intelección ficcional
de La Florida. Es un artículo conmemorativo producido con ocasión del
cuatricentenario de la edición de La Florida, celebrado por la UNMSM y
la Academia Diplomática del Perú.

Résumé:
Après avoir remis la figure de l’auteur dans son contexte et fixé l’identité
actancielle du narrateur, également appelé Inca, le présent article décrit
les catégories littéraires de base afin de renforcer la meilleure intellection
fictionnelle de La Florida. Cet article commémoratif fut rédigé à l’occasion

B. APL 45(45), 2008 97


Óscar Coello

du quadricentenaire de la parution de La Florida, célébré par l’UNMSM


et l’Académie diplomatique du Pérou.

Abstract:
Alter placing the author in its relevant context and making precise his
actantial identity, the article lays down the basic literary categories for
better understanding the fictional intellection of La Florida. This article
forms part of the oncoming events commemorating the quadricentennial
edition of La Florida.

Palabras clave:
La Florida; Inca Garcilaso; ficcionalidad; literaturidad; narrador

Mots clés:
La Florida; Inca Garcilaso; fictionnalité; littératurité; narrateur

Key words:
La Florida; Inca Garcilaso; fictionalizing

En el siglo XVI, antes de la llegada de Pizarro, el Perú era una


imprecisa leyenda como el Dorado, como el país de la Canela, como el
reino de las Amazonas, como la Atlántida. Pizarro, cuando descubrió
el Tawantinsuyo, instaló un sueño en el mundo de las verdades de
Occidente y determinó que ese sueño que había alcanzado a tocar con
sus manos era El Perú.

Dicho de otra manera: el Tawantinsuyo antes de ser descubierto


ya tenía un nombre ficcional para los alucinados españoles que
merodeaban por el novísimo mar descubierto hacia el sur. No se sabía
ni siquiera dónde quedaba ese país de leyenda, si hacia el poniente o
hacia el levante. Los extraviados descubridores le llamaron a su empresa
la Armada del Levante. Y, así, el nombre del Perú de la leyenda, si bien
está documentado desde 1523 (Archivo General de Indias, Contaduría,

98 B. APL 45(45), 2008


De Gómez Suárez de Figueroa al Inca Garcilaso

leg. n.° 1451)1, nace con el esplendor del descubrimiento del Pacífico,
aquel día de San Miguel de 1513 cuando Balboa y Pizarro lo tocaron por
primera vez.

Cuando nuestros fundadores se encuentran el Tawantinsuyo, casi


veinte años después, corre por todo el mundo la noticia del hallazgo del
Perú y todo lo que había en él comienza a ser rebautizado con el nombre del
desvarío; así, los incas comienzan a ser peruanos, los Andes son peruanos,
el oro llega del Perú y todo vale un Perú. “Este nombre fue (...) impuesto
por los españoles a aquel imperio de los incas, nombre puesto a caso y no
propio, y por tanto de los indios no conocido antes, por ser bárbaro tan
aborrecido, que ninguno de ellos lo quiere usar, solamente lo usan los
españoles”2. Es el Padre Valera, citado en los Comentarios reales, 1609.

La formación del estado español en el Perú corre por un camino


paralelo. El nacimiento del estado español en el Perú tiene su forma
visible en la fundación de Piura, en 1532. Pero las escrituras públicas
(dicho esto en términos figurados) de la constitución del estado español
en el Perú nos llevarían acaso a la capitulación de Toledo, en 1529, o al
momento en que se le pone nombre oficial a esta provincia hispana aún
no bien habida: la Nueva Castilla.

Es por ello que, unos años más tarde, cuando el capitán español Garcí
Lasso de la Vega y Vargas procrea un hijo en estas tierras, este habría de
ser —sin asomo de dudas— un súbdito español de por vida, cuyo nombre
oficial quedó asentado como el de Gómez Suárez de Figueroa, nombre del
bisabuelo español repetido en el niño, según la costumbre hispana.

En mi argumentación, creo de interés algunos datos puntuales acerca


de este capitán español Garcí Lasso de la Vega y Vargas. De tres hermanos
que fueron, dos vinieron al Perú poco antes de la fundación de Lima:

1 MATICORENA, Miguel: “El vasco Pascual de Andagoya inventor del nombre del
Perú”. En: Cielo Abierto. Lima, Vol. II, N.° 5, octubre 1979, pp. 38-42.
2 GARCILASSO DE LA VEGA, El Ynca: Primera parte de los commentarios reales.
Lisboa: En la oficina de Pedro Crasbeeck, 1609. Libro I, cap. VI.

B. APL 45(45), 2008 99


Óscar Coello

Juan de Vargas, muerto en 1547 en la batalla de Huarina, y el padre de


nuestro Gómez Suárez de Figueroa, muerto como sabemos en el Cuzco
de muerte natural, en 1559. El otro hermano nunca vino al Perú, fue un
capitán español de nombre Alonso de Vargas y fue el tío acomodado a
cuya casa de España se fue a vivir el joven Gómez Suárez, no por un día,
sino por casi treinta años, cuando murió su padre el capitán Garcí Lasso
en el Perú, y cuando la madre se unió a un mercader español.

Gómez Suárez de Figueroa nunca perdió la conciencia de que era


un súbdito español: litigó como tal ante la justicia hispana y si alguna vez
perdió, en otras ganó; tal cosa le sucede a cualquiera de las dos partes
en un tribunal. Su padre lo crió como a hijo muy querido; no solo fue
su padre biológico sino su padre de verdad: todos conocemos la casa
soledosa en el Cuzco donde lo hizo crecer, todos sabemos lo bien que
fue educado en nuestro idioma y cultura, en nuestra santa religión; y
sabemos, asimismo, que era muy buen amigo de su padre. Es famosa
la anécdota que cuenta cómo niño de trece años ayudó al capitán su
padre a huir por los techos en la revuelta de Girón, cómo le escribía
sus cartas de jovencito y llevaba sus cuentas, cómo su padre el capitán
Garcí Lasso, en un claro presentimiento de las dotes literarias de su hijo,
lo hizo apadrinar, el día de su confirmación en el Cuzco, por Diego de
Silva y Guzmán, el poeta del Prerrenacimiento que nos legara el primer
libro de poesía del Perú y América; y quiso el capitán Garcí Lasso que
su primogénito andino se fuera a estudiar a España para lo cual le dejó
cuatro mil pesos de oro y plata bien probados y ensayados a la hora de
morir; una pequeña fortuna, entonces. En fin, todos sabemos que el joven
Gómez Suárez de Figueroa allá en el solar español, extrañaba a su padre
muerto en el Cuzco y cómo consiguió permiso del Papa para trasladar sus
restos a España, donde él se pensaba quedar, es decir, hasta cumplir su
destino de escritor; aun consciente y abrumado porque sabía que debía
hacerlo cuando las alas del siglo inmenso y dorado del Renacimiento
hispano estaban ya en el cenit.

Gómez Suárez de Figueroa fue acogido en la Península de una


manera natural, no llegó al cielo pero tampoco llegó al infierno. Consta
que tuvo permiso de volver a los dos años de su llegada, pero no volvió.

100 B. APL 45(45), 2008


De Gómez Suárez de Figueroa al Inca Garcilaso

He dicho que bien quería a su padre, por eso prefirió llamarse como él
y no como su bisabuelo; además, le correspondía también, según el uso
hispano, llevar el nombre del padre si era el mayor. Los documentos
hablarán de él ahora como Garcilaso de la Vega, a secas. Y así se produce
el tránsito de Gómez Suárez de Figueroa a Garcilaso de la Vega, los dos
seres reales, los que existieron en sucesivos tiempos y espacios de este
mundo en que vivimos.

El Inca

Ahora voy a tratar de El Inca Garcilaso de la Vega, es decir, de la


configuración de un ser no real sino ficcional, del narrador llamado así
mismo, el Inca, es decir, el que se nos muestra en los textos literarios,
la voz ficcional que nos habla o narra, la mirada o perspectiva también
ficcionales a través de las cuales nos llega el relato. Es por 1587, cuando
firma la dedicatoria a don Maximiliano de Austria, de La traduzión del
Indio de los tres diálogos de Amor, publicada esta en 1590, y allí comienza
a llamarse Garcilasso Inga de la Vega. En el manuscrito de 28 páginas
publicado, en 1951, en forma facsimilar por la Facultad de Letras de la
Universidad Mayor de San Marcos, de la genealogía de Garcí Pérez de
Vargas, hay una firma tachada: Ynca Garcilasso de la Vega3. Y tachada
está también la fecha: 1596. Recién en La Florida (1605) fija en forma
definitiva su nombre literario: el Inca Garcilasso de la Vega.

El literato o escritor

He dicho que es probable que su padre o él mismo hubieran


intuido su destino perdurable. Ya en España, perdió veinte años en
impostergables menesteres terrestres: “(...) lo estoruauan los tiempos y

3 GARCILASO DE LA VEGA, Inca: Relación de la descendencia de Garcí Pérez de


Vargas. [1596]. Lima: Ediciones del Instituto de Historia, Facultad de Letras de la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Edición facsimilar, con prólogo de Raúl
Porras Barrenechea, 1951, p. 32.

B. APL 45(45), 2008 101


Óscar Coello

las ocasiones que se ofrecieron, ya de guerra por yo acudir a ella, ya de


largas ausencias (...) que se gastaron más de veinte años” 4, explica en La
Florida del Inca, proemio al lector. Primero fue capitán del Rey, como su
padre y como su tío don Alonso, sirvió a las órdenes del príncipe don
Juan de Austria; fue presentado por el tío a la sociedad andaluza, los
caballos finos que criaba eran premiados, y era padrino de cuanto niño
tuviera por padre a un montillano o a un cordobés ávidos de probar los
rumbosos capillos del español americano. Fue heredado por su tío don
Alonso, que no tenía descendencia, y fue heredero también de una tía
española, doña Leonor de la Vega, soltera y sin hijos. Ya bien pasados
los años de juventud (hacia los 50 años de edad) es cuando encontró el
reposo para hacer lo que había llegado a hacer y se puso a estudiar: acopió
bibliografía, trabó amistad con reputados intelectuales renacentistas de
su entorno, fue hábil en el apremio a memoriosos informantes, escandió
borradores, y cuando lo tuvo todo listo, el noble y distinguido vecino de
Montilla, el ilustre caballero Garcilaso de la Vega y capitán de su majestad,
como solía hacerse llamar en la vida real, el hombre de carne y hueso,
el mortal, se dedicó a crear a ese narrador querido e inmarcesible al que
indistintamente, lo he dicho, bautizó como Garcilaso Inca de la Vega,
como Garcilaso de la Vega Inca5 y cuando lo tuvo bien configurado lo
llamó El Inca Garcilaso de la Vega, a secas, voz de narrador, visión ficcional
que no muere, es decir, la pluma memoriosa, la perdurable, la inmortal.

El Inca Garcilaso de la Vega fue exclusivamente su nombre de


escritor. Revisados detenidamente los numerosos documentos de
Montilla y Córdova que publicó en 1955 nuestro insigne director del
Instituto de Historia de la Facultad de Letras de San Marcos, doctor
Raúl Porras, no consta, antes de La traduzión del Indio de los tres diálogos
de Amor, publicada esta en 1590, por ningún lado que alguna vez se
llamara Inca en la vida real. Varios años después, sí hay alguna partida
de bautismo donde el despistado padre de su ahijado número cien lo

4 GARCILASO DE LA VEGA, Inca: La Florida del Ynca. Lisbona: Impresso por Pedro
Crasbeeck, 1605. Proemio al lector, fol. 4.
5 Las primeras ediciones de sus libros reflejan las variaciones onomásticas; por ello, las
citas en este artículo las reproducen.

102 B. APL 45(45), 2008


De Gómez Suárez de Figueroa al Inca Garcilaso

declara así ante el párroco. Y uno que otro insignificante papel tardío
donde se le llama Inca, es decir, cuando ya su nombre literario sin duda
había sido asimilado y confundido por el pueblo como su nombre real6.
En la vida real le placía llamarse “el capitán Garcilasso de la Vega”.
Tampoco consta por ningún lado que aquello de ‘inca’ le correspondiera
por algún título legal. Repito, nada documenta en la vida real el nombre
inequívoco de “el Inca Garcilaso de la Vega”. Lo de Inca solo está en
sus libros de creación. Recién al momento de morir es cuando asume la
transformación perpetua: “[...] yo garcí laso inga de la bega, clérigo que
por otro nombre me solía llamar gómez suárez de Figueroa”7. Entonces,
está claro que fue inca cuando descubrió que para los fines intelectuales
que se proponía, es decir, configurar, crear de golpe la literatura española
del Perú, de rango universal, a su condición de súbdito español había que
agregarle el plus ultra que lo distinguía: español, pero del Perú. Del famoso
‘Perú de los Incas’ que solo existía en el vocabulario de los españoles, en
la conciencia de la hispanidad, en el imaginario europeo, conforme a la
cita que hice, en su lugar, del P. Blas Valera. Era totalmente conciente de
que había dado con ese rico filón de las letras castellanas: el del Perú de la
leyenda; y ese fue el espacio que escogió para su creación. Fue como nadie
hasta entonces conciente de que él y solo él era poseedor de los títulos
indiscutibles para asumir la tarea: a cada trazo de su pluma nos recuerda
que era nacido en el Cuzco, y nos cuenta con candoroso orgullo que su
madre había pertenecido a la dinastía solar, por ello es que decía llamarse
el Inca; en tanto que, por el lado del padre, se entendía pertenecer a una
raza de escritores hispanos. En su primer libro, La traduzión del Indio de
los tres diálogos de Amor, le dice al rey don Felipe que lo ha servido con
la espada y con la pluma; como el Cisne de Toledo, el de las corrientes
aguas, puras cristalinas. “Con la espada y con la pluma” es el lema que
exhibe como pórtico de sus libros, junto a los simbolismos indios e
hispanos. Contemplemos, pues, juntas las razones por las que le placía

6 PORRAS BARRENECHEA, Raúl: El Inca Garcilaso en Montilla (1561-1614), nuevos


documentos hallados y publicados por Raúl Porras Barrenechea. Lima: Instituto de Historia
de la Facultad de Letras de la Universidad Mayor de San Marcos de Lima, 1955.
7 GONZÁLEZ DE LA ROSA, Manuel: «El testamento, codicilos, etc. del Inca
Garcilaso de la Vega». En: Revista Histórica. Lima, Tomo III, 1908, pp. 261-295.

B. APL 45(45), 2008 103


Óscar Coello

firmarse Garcilaso de la Vega, entrelazando en su rúbrica de artista lo de


Inca. En consecuencia, nadie como él hasta entonces, entre los nuestros,
había tenido con tanta claridad una muy noble misión en el ars u oficio
de escribir: la de ser una voz autorizadísima de la España de América, y
de una patria nueva que tendría que aprender a armonizar sus esencias
humanas, espirituales. Al hacerlo así, convirtió para siempre en ociosas
las preguntas de dónde termina lo español y dónde comienza lo indio en
el Inca Garcilaso o dónde termina lo español y dónde comienza lo indio
en César Vallejo o dónde termina lo español o comienza lo indio del
Perú; para decirlo con sus propias palabras, de ambas naciones tenemos
prendas. Cuando uno de sus amigos, caballero y gran señor, como el
mismo Inca lo llama, le obsequió ni más ni menos que al rey don Felipe
II un ejemplar de su exquisita La traduzión del Indio de los tres diálogos
de Amor de León Hebreo8 (Garcilaso de la Vega, el ser real, era amigo de
gente importante en España, lo he dicho), el rey le dijo a su guardajoyas:
“Guárdame este libro y cuando estuviéremos en El Escorial, acordadme
que lo tenéis. Ponedlo por escrito; no se os olvide”9. El escritor cuenta
con indisimulado orgullo cómo después de haberlo leído el rey, este le
comentó al prior del convento de San Jerónimo: “Mirad este libro, Padre,
a ver qué os parece del. Mirad que es fruta nueva del Perú”10. Por ahí iba
la cosa. Él intuyó desde un comienzo que era la voz, la “fruta nueva del
Perú”, en decir del rey don Felipe. Por eso su nombre de escritor decía
eso, español del Perú: Garcilaso de la Vega, Inca.

El narrador ficcional

Los estudios literarios del último medio siglo, han establecido


ya con casi apacible verdad, que no podemos cometer el equívoco de
identificar al autor con el narrador. Alejados completamente de la posición

8 GARCILASSO INGA DE LA VEGA: La traduzión del Indio de los tres diálogos de Amor
de León Hebreo. Madrid: En casa de Pedro Madrigal, 1590.
9 GARCILASO DE LA VEGA, Inca: Historia General del Perú. [1617]. Edición al
cuidado de Ángel Rosenblat. Buenos Aires: Emecé Editores, 1944. Tomo I, p. 15.
10 Ibíd., p. 16.

104 B. APL 45(45), 2008


De Gómez Suárez de Figueroa al Inca Garcilaso

ingenua que usaba el texto literario como un documento fiel, ya no le


podríamos llamar hoy día la atención al narrador Vargas Llosa porque la
imagen del Colegio Leoncio Prado que se plasma en el texto literario no
corresponde fielmente a la realidad, o porque los sucesos que cuenta no
fueron exactamente así, pues ello significaría desconocer la existencia de
un mundo nuevo, de un universo recreado, ficcional que hace un artista
de la palabra o literato y cuyos límites precisos son nada más que las
tapas del libro que propone. Generalmente, el autor, el ser real, instaura,
crea un actante ficcional, el narrador, que posee una perspectiva y una
voz ficcionales desde donde vemos o escuchamos lo que se nos cuenta o
narra, es decir, desde donde se nos habla y se nos muestran las cosas en
el texto literario.

Para decirlo de una buena vez, no le podemos increpar al narrador


ficcional —llamado a sí mismo el Inca— que nos diga una verdad absoluta,
cuando lo que se ha propuesto no es eso, sino crear o recrear, a partir
de un mundo real, un mundo nuevo pensado, querido así o soñado así
por él; es decir, cuando lo que se ha propuesto es configurar un objeto
literario, una obra de arte, con la simbolización preciosa de un Perú, de
una América bullente en el imaginario aún disperso, recortado, multíplice
y exagerado del europeo de fines del siglo XVI o inicios del XVII.

El lector implícito

Esto me lleva a tratar de establecer lo que la teoría literaria


contemporánea llama el lector implícito. La voz del narrador ficcional
tiene un correlato también ficcional en el lector o destinatario virtual
al que se dirige. Está claro que el destinatario o narratario al que se
dirige el narrador ficcional llamado a sí mismo el Inca es el europeo que
sueña con el Orbis Novus. Aunque lo diga expresamente el Inca escritor,
o lo hubieran querido entender así ingenuamente los desaparecidos
indianistas, el llamado a sí mismo Inca, que se decía que mamó en la leche
la lengua general de los indios, escribe en perfecto castellano renacentista
unos textos que solo podían ser degustados por hispanohablantes que

B. APL 45(45), 2008 105


Óscar Coello

tuvieran el paladar acostumbrado a esa prosa cuasi perfecta y jesuítica


con la que escribe nuestro primer y paradigmático escritor nacional. Si
sus lectores implícitos hubieran sido los indios tal vez hubiera escogido
el quechua o el medio quechua español de su contemporáneo el indio
Huamán Poma, que muestra desde el título de la crónica las discordancias
gramaticales que subsisten vivas e intocables en nuestro castellano novo-
andino: “El primer [no la primera, sino ‘El primer’] nueva corónica y
buen gobierno compuesto [no compuesta] por don Felipe Huamán Poma
de Aiala”11. No es este el caso de Garcilaso. Faltaría un siglo aún para que
se instalara la primera sesión de la Academia Española, pero el castellano
del llamado a sí mismo Inca Garcilaso de la Vega es, simplemente, de lo
más pulcro a lo que podía aspirar un escritor hispano que se preciara de
tal en su momento.

En La Florida, comparándose con el español Juan Ortiz, que por


haber estado perdido diez años entre los indios se había olvidado hasta
de pronunciar el nombre de su tierra natal Sevilla, confiesa nuestro Inca:
“se le había olvidado pronunciar el nombre de la propia tierra, como yo
podré decir también de mi mesmo (...) que no acierto ahora a concertar
seis o siete palabras en oración, para dar a entender lo que quiero decir;
y más, que en muchos vocablos se me han ydo de la memoria, que no se
quáles son, para nombrar en indio [en quechua] tal o tal cosa”12.

El estatuto ficcional de La Florida

Es hora ya de referirme al estatuto ficcional de La Florida del Inca.


Desde las primeras líneas del libro podremos darnos cuenta que de lo
que se propone el escritor es contar, narrar, relatar, recrear mejor, como
solo él podría hacerlo, ese mundo que ya existe en el imaginario de sus
contemporáneos europeos. Les dice lo que quieren oír. Es decir, lo que
busca un artista de la palabra con sus lectores, encantar, encandilar con

11 GUAMÁN POMA DE AYALA, Felipe: Nueva corónica y buen gobierno. [1615]. Edición
y prólogo de Franklin Pease G.Y. México: Fondo de Cultura Económica, 1993. Tomo
I, p. 3.
12 GARCILASO, La Florida del Ynca, óp. cit., fols. 39-40.

106 B. APL 45(45), 2008


De Gómez Suárez de Figueroa al Inca Garcilaso

el relato, desbordar la imaginación, deleitar con el cuento, descorrer las


cortinas de la imposible verdad.

El arte de este narrador deslumbrante ha sido —es— hacernos creer


siempre que lo que dice es la más pura de las verdades. Así, nos cuenta
cómo el más que cincuentón Hernando de Soto, perulero, rico de los
más ricos con su parte de Caxamalca, inicia desde España su búsqueda
del país “donde los indios fabulosamente dezían, auía vna fuente que
remoçaba a los viejos”13 llevando en su nao a una chica de 17 años, doña
Leonor de Bobadilla, “dama cuya hermosura era extremada”14, hija natural
del conde de la Gomera, una de las islas Canarias, al cual De Soto se la
solicita “con muchos ruegos y súplicas”15, antes de partir para “hacerla
gran señora de su nueva conquista”16. Sin embargo, el dato lo encubre
tan bien con sus explicaciones catolicísimas de que La Florida se llamó
así porque se descubrió el día de Pascua de Resurrección o día de Pascua
Florida y nos distrae con la prestidigitación de fechas y pormenores asaz
puntuales y agobiantes de quisquilloso historiador. No obstante, ya dejó en
obrar latente la presentación artística y solo artística del drama de nuestros
fundadores, cual fue el haber alcanzado estas tierras ya maduros, y de no
alcanzar a entender cómo después de tantas penurias habían ganado un
reino dorado y legendario, para tener ante sus ojos la cercana humillación
del sepulcro. Pizarro tenía 54 años cuando ganó el Perú y las princesas
incas con las que anduvo, a él como a todos sus compañeros, acaso los
convencieron que el oro del Perú no era nada sin ‘la florida del Inca’, es
decir, “sin la fuente que remoçaba a los viejos”. Vasco Porcallo de Figueroa
se ofreció a Hernando de Soto «de yr en su compañía a la conquista de la
Florida tan famosa, sin que su edad que pasaba ya de los cinquenta años
(...) ni la mucha hazienda ganada y adquirida por las armas, ni el desseo
natural que los hombres suelen tener de la gozar, fuesse para resistirle,
antes posponiendo todo quizo seguir al Adelantado para lo cual le ofreció

13 Ibíd., fol. 3.
14 Ibíd., fol 14.
15 Ídem.
16 Ídem.

B. APL 45(45), 2008 107


Óscar Coello

su persona, vida y hazienda”17. Estoy leyendo La Florida. A este hombre


Hernando de Soto lo hizo su teniente general, deponiendo del cargo a
Nuño Tovar, un muchacho que en un abrir y cerrar de ojos se alzó con la
mentada Leonor de Bobadilla de 17 años, y se casó en secreto con ella, para
callado desconsuelo de nuestros héroes maduros. Sin embargo, el escritor
llamado el Inca cuenta todo esto con su estética del sigilo, con su perfecta
discreción y esa pulquérrima elegancia que aquí admiramos.

Y luego comienza a encandilarnos con todas las historias asombrosas


y alucinantes del viaje, prácticamente desde el inicio, como aquella historia
frente al puerto de Santiago de Cuba, donde un exquisito corsario francés y
un rico mercader español, hidalgo este de “conversación, tratos y contratos
(...) porque ello es lo que hace hidalguías”18, acordaron no cañonear sus bellas
naves para no malograrlas, sino que, en vez de esto, escogieron destrozarse
ambos a cuchilladas al frente de sus tripulaciones, pero solo durante el día
porque al caer la noche pactaron detener el asalto para visitarse en las naos
e intercambiar regalos, cortesías y remedios y preguntarse mutuamente por
la salud de los heridos y el bienestar personal de los capitanes, y desearse los
mejores parabienes, para al amanecer siguiente volver a despedazarse a sable
limpio con mayor furia que el día anterior hasta que llegaba la noche otra vez
y se volvían a visitar y a decir cortesías, y así sucesivamente19.

Esta es la Florida del Ynca, una sucesión deleitosa de relatos e historias


alucinantes como la historia de los indios que se suicidaron colectivamente
con sus familias por no querer ir a recoger el oro que se encontraba, dice el
narrador, regado a flor de suelo en Santiago de Cuba20.

Hay muchas más cosas, sin duda, no voy a referirlas todas ahora, con
las que logró encandilar nuestro primer escritor universal a los lectores
castellanos, de allende y aquende los mares; o europeos, en general, a
juzgar por las casi inmediatas y posteriores traducciones de sus libros

17 Ibíd., fols. 21-22.


18 Ibíd., fol. 16 y ss.
19 Ídem.
20 Ibíd., fols. 20-21.

108 B. APL 45(45), 2008


De Gómez Suárez de Figueroa al Inca Garcilaso

al inglés, francés, italiano, alemán, etc. Para los americanos, para los
peruanos, en particular, el Inca Garcilaso soñó para nosotros una patria
nueva, un país invalorable. Sin olvidar los avatares de la confrontación
inicial, la soñó armonizada, reconciliada y, sobre todo, nunca dudó de
soñarla incomparablemente bella.

Para finalizar, debo aquí citar las principales voces que he atendido
en esta visión del Inca Garcilaso de la Vega. Ya a finales del siglo XIX,
Marcelino Menéndez y Pelayo, en su memorable Historia de la poesía
hispanoamericana escribió que es: “uno de los más amenos narradores
que en nuestra lengua pueden encontrarse”21. Dice que en el espíritu del
Inca Garcilaso se formó “lo que pudiéramos llamar la novela peruana o
la leyenda incásica, que ciertamente otros habían comenzado a inventar,
pero que solo de sus manos recibió forma definitiva”22. Dice el insigne
don Marcelino que: “Garcilaso hizo aceptar esos sueños por el mismo tono
de candor con que los narraba y la sinceridad con que acaso los creía, y a
él somos deudores de aquella ilusión” 23. Culmina el eminente polígrafo
español con una afirmación rotunda: “Como prosista, es el mayor
nombre de la literatura americana colonial: él y Alarcón, el dramaturgo,
son los dos verdaderos clásicos nuestros nacidos en América”24.

Ventura García Calderón dijo en “La literatura peruana”, de 1914,


que los “episodios de La Florida están escritos en lengua cálida y muy
vecina al lirismo”25. Y, a renglón seguido, anticipándose a conceptos
que se usarían recién en la década del 60, sobre lo real maravilloso, se
pregunta “[...] por qué rehusaremos el nombre de epopeya a aquella
historia de Hernando de Soto, en donde la realidad por asombrosa, ha
parecido novela a los comentadores?”26.

21 MENÉNDEZ Y PELAYO, Marcelino: Historia de la poesía hispanoamericana. Madrid:


Librería General de Victoriano Suárez, 1913, p. 145.
22 Ídem.
23 Ibíd., p. 148.
24 Ibíd., p. 149.
25 GARCÍA CALDERÓN, Ventura: “La literatura peruana (1535-1914)” [1914]. En:
Obras escogidas. Lima: Ediciones Edubanco, 1986, p. 7.
26 Ídem.

B. APL 45(45), 2008 109


Óscar Coello

Aurelio Miró Quesada Sosa se ha fijado en los rasgos de la novela


bizantina o de aventuras, de la novela italiana y por qué no de los libros
de caballerías. “Donde se observan las improntas de su vocación literaria
es en la manera feliz como intercala [...] expresivos aspectos novelescos.
Escenas de novela bizantina al principio con pérdidas, encuentros,
naufragios, reconciliaciones, desventuras. Por paisajes insólitos,
avanzando y luchando entre arcabucos y pantanos, desfilan los bravíos
caballeros, triunfadores del sueño y la fatiga, abriéndose camino con la
espada para ganar un reino, dominar a un cacique, deslumbrarse con
piedras fabulosas o complacerse en la arrogancia de arrancarle laureles
a la gloria”27.

Hay muchos más que están en esta línea, con mayor o menor
decisión. No necesito nombrarlos a todos, con los mostrados ya basta.

En cuanto al testimonio documental de textos que evidencian el


tránsito de la historia a la ficción, hoy día sabemos que se ha encontrado
el manuscrito de borrador con los datos puntuales que sirvieron de
base para la redacción artística de La Florida del Inca; fue hallado por el
historiador peruano don Miguel Maticorena; y la noticia la conocemos
por un artículo periodístico de su descubridor28. Se trata de los apuntes
que hizo tomar Garcilaso de su principal informante, Gonzalo Silvestre:
“Consta de 40 folios con 79 páginas útiles y ordenado o dividido en
96 parágrafos, pero aún sin títulos ni numeración de capítulos. Es un
resumen breve en comparación a la extensa primera edición de 1605. Esta
tiene 179 capítulos divididos en seis libros. O sea que el Inca aumentó
el resumen de Silvestre con 83 capítulos adicionales, todos sumamente
elaborados”29. Es decir, La Florida es la reelaboración ficcional de estos
apuntes o, para decirlo con palabras del propio Maticorena: “El texto
base de la edición de Lisboa es pues el recogido por Silvestre. En 1605,

27 MIRÓ QUESADA, Aurelio: “El Inca Garcilaso”. [1945]. En: Obras completas, Tomo
IV. Lima: Empresa Editora El Comercio, 2002, 4.ª edición, p. 190.
28 MATICORENA ESTRADA, Miguel: “Un manuscrito de la Florida del Inca
Garcilaso”. El Comercio [Lima], “Dominical”, 09 de abril de 1989.
29 Ídem.

110 B. APL 45(45), 2008


De Gómez Suárez de Figueroa al Inca Garcilaso

repetimos, aparece sumamente aumentado con escenas y consideraciones


con las que el Inca impregnaba de color y animación sus relatos”30. Así
es, pues, que uno es el texto prosaico con la historia a referir; y el otro,
es el arte de narrar del insigne escritor. O, como diría el maestro de
Santander, “la historia anovelada”31.

Estas son mis palabras finales: al comenzar dije que el Perú nace en la
leyenda, aunque la leyenda —bien lo sabemos— fue superada largamente,
por la realidad maravillosa. Con el Inca Garcilaso empezamos a amar
ese sueño. Gracias a su decantada formación humanista, que lo hizo
comprender la importancia de las epopeyas originales para los pueblos
que aspiran a ser grandes —como la vieja Ilíada, como la hechizada Eneida,
como la Sagrada Biblia— él se propuso soñar la epopeya del Nuevo Mundo.
La esbozó, la trazó, la configuró como una espléndida obra de arte; al
hacerlo inauguró las letras peruanas universales. Por ello, cuatrocientos
años después, desde la más noble sede de la cultura hispanoamericana, la
Universidad Mayor del Perú, en cuyos claustros aún resuenan con fervor
las voces de insignes garcilasistas: desde José de la Riva Agüero hasta Raúl
Porras Barrenechea, desde Aurelio Miró Quesada hasta Luis Alberto
Sánchez, José Durand Flórez, Carlos Araníbar, Miguel Maticorena, de
entre un largo elenco sanmarquino de estudiosos del Inca, venimos a
celebrar otra vez La Florida (1605) con decidido orgullo y justo regocijo.

30 Ídem.
31 Menéndez Pelayo, Marcelino: Orígenes de la novela. Tomo II. Madrid: Consejo
Superior de Investigaciones Científicas, 1961, 2.ª edición, p. 152.

B. APL 45(45), 2008 111


Óscar Coello

BIBLIOGRAFÍA

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[1914]. En: Obras escogidas. Lima: Ediciones Edubanco,
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De Gómez Suárez de Figueroa al Inca Garcilaso

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Madrid: Librería General de Victoriano Suárez, 1913.

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2.ª edición.

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2002, 4.ª edición.

PORRAS BARRENECHEA, Raúl: El Inca Garcilaso en Montilla (1561-


1614), nuevos documentos hallados y publicados por Raúl Porras
Barrenechea. Lima: Instituto de Historia de la Facultad de
Letras de la Universidad Mayor de San Marcos de Lima,
1955.

B. APL 45(45), 2008 113


Blanca Varela y sus contemporáneos

B. APL, 45. 2008 (115-129)

BLANCA VARELA Y SUS CONTEMPORÁNEOS

BLANCA VARELA ET SES CONTEMPORAINS

BLANCA VARELA AND HER CONTEMPORARY

Marco Martos Carrera


Academia Peruana de la Lengua

Resumen:
El texto sitúa la poesía de Blanca Varela en el marco de la actividad
literaria de sus contemporáneos. Escoge algunos poemas emblemáticos
escritos en distintos tiempos, hace observaciones puntuales sobre cada
uno de ellos, los vincula entre sí y pondera las calidades artísticas de la
autora, dueña de una sólida retórica que no se percibe fácilmente.

Résumé:
Le texte situe la poésie de Blanca Varela dans le cadre de l’activité littéraire
de ses contemporains. Celui-ci choisit quelques poèmes emblématiques
écrits à différents moments, fait des observations ponctuelles sur chacun
d’entre eux, les relie et pèse les qualités artistiques de l’auteur, maîtresse
d’une solide rhétorique qui ne se perçoit pas facilement.

Abstract:
Varela’s poetry is observed within the framework comprising the literary
activity of her contemporary. The author chooses some emblematic
poems belonging to different times, finds linking characteristics among
them and weighs their artistic values.

B. APL 45(45), 2008 115


Marco Martos Carrera

Palabras clave:
Blanca Varela; poesía peruana de la generación del 50.

Mots clés:
Blanca Valera; poésie péruvienne de la génération des années 50.

Key words:
Blanca Varela; Peruvian poetry; generation of the 50’s

El Perú ha sido, desde el momento que empezó a ser llamado con ese
nombre, tierra de poetas. Puede que en otras áreas de la creación artística
haya intermitencias y discontinuidad. No ocurre lo mismo con la lírica,
en todo tiempo y circunstancia. Sin embargo, salvo las excepciones de
rigor, pocas mujeres, a lo largo de los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX, se
han dedicado a la poesía. En la época virreinal, la mitológica Amarilis que
intercambió escritos en verso con el célebre Lope de Vega, permanece, a
pesar de su rostro difuminado en su deseado anonimato, como el mejor
ejemplo de una mujer de temple que escoge la literatura como vehículo
de su naturaleza femenina. La incipiente marca literaria de la mujer en
el Perú, fue la de aquella fémina que se atrevió a hacer lo que las otras
soñaban.

En el primer siglo de nuestra época republicana, el XIX, hubo muchas
mujeres que escribieron versos. Aparecen en sesudas investigaciones, pero
no nos dejaron nada memorable. Fueron novelistas las que destacaron,
Clarinda Matto de Turner y Mercedes Cabello de Carbonera.

Iniciado el siglo XX, hubo una dama que pronto llamaría la
atención, por lo descarnado de sus versos y su capacidad de entrar de
lleno en la acción política. Tempranamente conocida por José Carlos
Mariátegui, su prestigio de luchadora opacó un poco su actividad literaria.
Finada su vida, lentamente se le empieza a valorar, como una de las más
importantes escritoras peruanas de estos tiempos difíciles. Magda Portal
es ahora estudiada en artículos de revistas especializadas, en tesis y en
libros que le son dedicados.

116 B. APL 45(45), 2008


Blanca Varela y sus contemporáneos

La poesía peruana en el siglo XX, aparte del caso de Magda Portal,


fue privilegio de varones. Dos de ellos, César Vallejo y José María Eguren,
copan, ellos solos, con la calidad de sus versos, cuatro décadas de poesía
en el Perú.

En los años cuarenta, dos jóvenes poetas, Jorge Eduardo Eielson y
Sebastián Salazar Bondy, se reunían en los alrededores de la Universidad
de San Marcos con una incipiente escritora, menor que ellos mismos.
Blanca Varela había nacido en 1926 y tenía una profunda vocación
literaria que desarrollaría recién a partir de 1959, cuando publicó en
Veracruz, México, con un prólogo de Octavio Paz, su primer libro Ese
puerto existe. Se cuenta la anécdota de que leyendo el poema liminar,
titulado Puerto Supe, Paz le preguntó a su amiga. ¿Ese puerto existe? Y
como ese puerto existía, Blanca Varela le dijo, ese puerto existe, y Paz
concluyó, ese puerto existe es el título del libro. Y así fue, el libro Puerto
Supe se transformó en Ese puerto existe, pero sin duda Puerto Supe también
era muy hermoso.

La llamada ahora generación del cincuenta, evolucionó a partir
de 1945. Hubo poetas que genéricamente podemos llamar platónicos
como Javier Sologuren, Jorge Eduardo Eielson y otros aristotélicos, como
Sebastián Salazar Bondy, Wáshington Delgado, Alejandro Romualdo,
Gonzalo Rose, y otros a los que podemos llamar sofistas, porque adoptan
cualquier punto de vista en su discurso poético, como Pablo Guevara.

Deteniéndonos más en el detalle podemos decir que a principios
de los años cuarenta hubo un grupo conformado por Javier Sologuren,
cuyos primeros versos se publicaron en 1939, Jorge Eduardo Eielson,
Sebastián Salazar Bondy y Blanca Varela. Cada uno de estos poetas ha
alcanzado mucha calidad y se ha convertido en paradigma de entrega al
oficio. Uno de ellos, Sebastián Salazar Bondy, se transformó en animador
cultural, en periodista, en crítico de arte y poco a poco fue ejerciendo un
liderazgo no en el grupo inicial sino en toda la sociedad. En vísperas de
su muerte, en 1965, escribió uno de los libros más bellos del siglo XX: El
tacto de la araña.

B. APL 45(45), 2008 117


Marco Martos Carrera

La poesía inicial de Sologuren y Eielson muestra un gran


conocimiento de la tradición tanto de la española como la que viene del
simbolismo y del surrealismo, además de la poesía peruana del siglo XX.
Algunos de los poemas de Detenimientos (1947) de Sologuren o de Reinos
(1945) de Eielson, continúan ahora mismo estando entre los mejores de
sus respectivos autores.

Paralelamente a esta actividad de los poetas mencionados y sin
ninguna relación con ella, algunos estudiantes de la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos se agruparon bajo la denominación “Los poetas
del pueblo”. Entre ellos figuraban Mario Florián, Gustavo Valcárcel,
Felipe Neira, Eduardo Jibaja, Guillermo Carnero H., Luis Carnero
Checa. Aparte de Mario Florián, el más destacado fue Gustavo Valcárcel,
quien en su propia práctica poética mostró que ciertos decires limeños
de media voz no se ajustaban a la verdad. Se sostenía que había una
distancia muy grande entre estos jóvenes de patio y plazuela y Sologuren,
Eielson y Salazar. A estos últimos se les reconocía calidad poética y se
les atribuía arte purismo y a los del grupo de Valcárcel se les tenía por
ignaros en poesía. Valcárcel escribió un poemario Confín del tiempo y de la
rosa que rendía expreso homenaje, a través de varios epígrafes elegidos, a
Jorge Eduardo Eielson y Martín Adán. Con ese libro Valcárcel mereció
en 1948 el Premio Nacional de Poesía. Esa distinción la había obtenido
en 1944 Mario Florián y en 1945 Jorge Eduardo Eileson.

En los años cincuenta emigraron Eielson, Sologuren y Blanca Varela
y aparece otra promoción de escritores de la misma generación. Uno de
ellos, Alejandro Romualdo Valle (1926) hizo, junto con Sebastián Salazar
Bondy, una de las mejores antologías de la poesía peruana. Con este
hecho se prueba que entre los poetas de la época hubo no solamente
cordialidad sino continuidad en el trabajo poético. Poco tiempo después
que Romualdo entraron la liza literaria Carlos Germán Belli, Francisco
Bendezú, Wáshington Delgado, Efraín Miranda, Leoncio Bueno,
Pablo Guevara, Américo Ferrari, José Ruiz Rosas, Fernando Quíspez
Asín, Leopoldo Chariarse, Yolanda Westphalen, Cecilia Bustamante,
Francisco Carrillo, Manuel Velázquez, todos ellos poetas de reconocido
talento dentro y fuera del Perú.

118 B. APL 45(45), 2008


Blanca Varela y sus contemporáneos

Hay una leyenda falsa que habla de una oposición y hasta de una
polémica entre los poetas llamados puros y los considerados sociales.
Machado decía no conocer la poesía pura y eso vale para los poetas
peruanos. Un orífice como Eielson es capaz de los más desgarrados
acentos en un libro como Habitación en Roma (1954) y un poeta
aparentemente ensimismado como Javier Sologuren puede entregarnos
un poema sentido que busca la entraña del significado del Inca Garcilaso.
Lo que hubo entre 1958 y 1959 fue una polémica entre un poeta,
Alejandro Romualdo, que había escrito en 1958 Edición extraordinaria y
algunos críticos como José Miguel Oviedo o Mario Vargas Llosa que le
reprochaban a Romualdo “el sacrificio de la poesía” como puede verse
en la revista Literatura Nº 3 de 1959, publicación que dirigían Abelardo
Oquendo, Luis Loayza y Mario Vargas Llosa. Más allá de la hojarasca
que deja un enfrentamiento de circunstancias, los críticos se equivocaron
porque en ese manojo de poemas de Romualdo hay tres o cuatro que
merecen estar en toda antología de poesía peruana.

Reactivado en los años cincuenta el grupo “poetas del pueblo”,
incorporó entre sus miembros a Juan Gonzalo Rose y a Manuel Scorza.
Rose es uno de los líricos más finos del siglo XX y Scorza después de
haber publicado tres libros de poesía, ha destacado como novelista y
como animador cultural.

Han pasado poco más de cincuenta años desde que estos poetas
empezaron a escribir. Algunos críticos prefieren la escritura de Jorge
Eduardo Eielson; otros, la de Javier Sologuren o la de Blanca Varela,
o la de Wáshington Delgado, o la de Carlos Germán Belli, o la de
Alejandro Romulado o la de Francisco Bendezú. En todo caso les
debemos agradecer a todos. En numerosos momentos de su historia el
Perú tuvo poetas de gran calidad desde González Prada, Vallejo, Eguren,
Martín Adán, Westphalen, Moro, Oquendo, Abril, pero entre ellos y
sus coetáneos hubo a veces diferencias abismales. No ocurre esto con los
poetas de los años cincuenta. Nunca hubo en el Perú antes un grupo de
tanta calidad. Después de este necesario paréntesis, volvamos a Blanca
Varela. Si existen, como dice Northrop Frye, poetas del cielo, del edén,
de la tierra y de las cavernas, aunque algunos como Dante, atraviesan

B. APL 45(45), 2008 119


Marco Martos Carrera

todas las zonas, conviene señalar que Blanca Varela es poeta de la tierra y,
principalmente, de las cavernas. Es una poeta que excava en sus propias
entrañas y que establece un curioso contraste entre una dicción límpida
y el sentimiento exacerbado de estar arrojada en el mundo. Es, si las
comparaciones caben, el par femenino de Paul Celan. Y si hablamos de
formación literaria, sin duda conoce bien el expresionismo, el surrealismo
y el existencialismo, pero resulta aventurado juzgarla de acuerdo a los
moldes de cualquier escuela literaria. La potencia de ese primer poema
que publicó Puerto Supe, llega intacta hasta nosotros, cuarenta años
después de su publicación.

Puerto Supe
Esta mi infancia en esta costa,
bajo el cielo tan alto,
cielo como ninguno, cielo, sombra veloz,
nubes de espanto, oscuro torbellino de alas,
azules casas en el horizonte.

Junto a la gran morada sin ventanas,


junto a las vacas ciegas,
junto al turbio licor y al pájaro carnívoro.

¡Oh mar de todos los días,


mar montaña,
boca lluviosa de la costa fría!

Allí destruyo con brillantes piedras


la casa de mis padres,
allí destruyo la jaula de las aves pequeñas,
destapo las botellas y un humo negro escapa
y tiñe tiernamente el aire y sus jardines.

Están mis horas junto al río seco,


entre el polvo y sus hojas palpitantes,
en los ojos ardientes de esta tierra
adonde lanza el mar su blanco dardo.

120 B. APL 45(45), 2008


Blanca Varela y sus contemporáneos

Una sola estación, un mismo tiempo


de chorreantes dedos y aliento de pescado.
Toda una noche larga entre la arena.
Amo la costa, ese espejo muerto
en donde el aire gira como loco,
esa ola de fuego que arrasa corredores,
círculos de sombra y cristales perfectos.

Aquí en la costa escala un negro pozo,


voy de la noche hacia la noche honda,
voy hacia el viento que recorre ciego
pupilas luminosas y vacías,
o habito el interior de un fruto muerto,
esa asfixiante seda, ese pesado espacio
poblado de agua y de pálidas corolas.

En esta costa soy el que despierta
entre el follaje de alas pardas,
el que ocupa esa rama vacía,
el que no quiere ver la noche.

Aquí en la costa tengo raíces,


manos imperfectas,
un lecho ardiente en donde lloro a solas.

Este poema llamó la atención cuando se publicó y continúa


llamándola, cuando se le somete a diferentes análisis literarios. Basta decir
que la originalidad, reside tanto en la límpida dicción, en la que con una
imaginería de herencia simbolista, se da cuenta de una situación donde
la hermosura de naturaleza, contrasta con una voluntad de destrucción
y un sufrimiento. Quien dice que destruye la casa de sus padres, está
separándose de manera violenta de su tradición y de su propia historia.
Nace independiente de su prosapia. El otro aspecto que la crítica ha
subrayado ha sido el carácter masculino de la vox que narra el poema.
Aunque este hecho aparece solo al final del texto, resulta ingenuo negar
que tiñe desde esa posición todo el poema. Es, pues, una vox varonil, la

B. APL 45(45), 2008 121


Marco Martos Carrera

que nos dice todo lo que expresa Puerto Supe. Repárese que esta situación
no volverá a repetirse en toda la escritura de Blanca Varela. Aun así,
la elección de una vox masculina para el primer poema que en su vida
da a conocer una mujer es un hecho revelador dentro de una sociedad
patriarcal. Cierto es que existen otras formas literarias diferentes de la
poesía lírica, el teatro por ejemplo o la novela, donde una mujer escritora,
indistintamente desarrolla parlamentos o modos de pensar de hombres,
pero pocas veces en la historia literaria, las mujeres, cuando se expresan
líricamente, escogen una vox masculina. El hecho amerita un esbozo de
interpretación por lo menos. Jung, el célebre discípulo de Freud que
tempranamente se apartó de las enseñanzas del maestro, sostenía que los
varones tienen una parte femenina a la que llamó alma, y que las mujeres
tienen una parte masculina, a la que llamó animus. Aceptemos o no las
denominaciones de Jung, no cuesta mucho consentir en que muchas
mujeres de valor, llámense Teresa de Avila o Sor Juana Inés de la Cruz,
destacan precisamente por su ánimo. Adjudicarle al ánimo, al temple, a
la fortaleza, valores masculinos, sin duda es una variable de la sociedad
patriarcal. Lo que hay en el texto de Blanca Varela es la desolación de un
individuo que rompe con el pasado, simbolizado por la casa de los padres
destruida, que rompe su mundo afectivo y queda desolado, en una costa
hermosa que es como un lecho donde llora a solas.

En uno de sus libros posteriores Valses y otras falsas confesiones de
1971 Blanca Varela escribe un texto que conviene contrastar con el que
acabamos de leer. Es su Vals del “Angelus”. Dice:

Ve lo que has hecho de mí, la santa más pobre del museo, la de la última sala,
junto a las letrinas, la de la herida negra como un ojo bajo el seno izquierdo.

Ve lo que has hecho de mí, la madre que devora a sus crías, la que se traga
sus lágrimas y engorda. la que debe abortar en cada luna, la que sangra todos los
días del año.

Así te he visto vertiendo plomo derretido en las orejas inocentes, castrando
bueyes, arrastrando tu azucena, tu inmaculado miembro, en la sangre de los
mataderos. Disfrazado de mago o de proxeneta en la plaza de la Bastilla -Jules

122 B. APL 45(45), 2008


Blanca Varela y sus contemporáneos

te llamabas ese día y tus besos hedían a fósforo y cebolla. De general en Bolivia,
de tanquista en Vietnam, de eunuco en la puerta de los burdeles en la Plaza
México.

Formidable pelele frente a los tableros de control; gran chef de la desgracia
revolviendo catástrofes en la inmensa marmita celeste. Ve lo que has hecho de mí.

Aquí estoy por tu mano en esta ineludible cámara de tortura, guiándome
con sangre y con gemidos, ciega por obra y gracia de tu divina baba.

Mira mi piel envejecida al paso de tu aliento, mira el tambor estéril de mi
vientre que sólo conoce el ritmo de la angustia, el golpe sordo de tu vientre que
hace silbar al prisionero, al feto, a la mentira.

Escucha las trompetas de tu reino. Noé naufraga cada mañana, todo mar es
terrible, todo sol es de hielo, todo cielo es de piedra. ¿Qué más quieres de mí?

Quieres que ciega, irremediablemente a oscuras deje de ser el alacrán en
su nido, la tortuga desollada, el árbol bajo el hacha, la serpiente sin piel, el que
vende a su madre con el primer vagido, y el que sólo es espalda y jamás frente, el
que siempre tropieza, el que nace de rodillas, el viperino, el potroso, el que enterró
sus piernas y está vivo, el dueño de la otra mejilla, el que no sabe amar como a sí
mismo porque siempre está solo. Ve lo que has hecho de mí. Predestinado estiércol,
cieno de ojos vaciados.

Tu imagen en el espejo de la feria me habla de una terrible semejanza.

La diferencia con el primer texto de la escritura de Blanca Varela
es muy grande. Ahora la escritora no necesita recurrir a ningún recurso
retórico. No intenta guarecer su vox bajo ropajes masculinos. Es una
mujer la que habla, está claro. Y esta mujer tiene todas las marcas del
sufrimiento en la sociedad patriarcal. Pobre, miserable, debe abortar
cada luna. El hombre adopta, en cambio disfraces, mago o proxeneta,
general en Bolivia o tanquista en Vietnam, o eunuco en las puertas de
los burdeles. Individuo que expresa en sus actos la explotación símbolo
de la muerte, imagen de la castración. La vox narradora del poema se

B. APL 45(45), 2008 123


Marco Martos Carrera

compara con el alacrán en su nido, con la tortura desollada, el árbol bajo


el hacha.

La intensidad expresiva de este texto, pocas veces alcanzada en la
poesía del Perú, descarnadamente denuncia a un mundo hecho para la
guerra entre países, para la confrontación de género, con ventaja aparente
para el varón, pero en verdad causa una degradación que envuelve tanto
al hombre como a la mujer, como se evidencia en la última línea: “Tu
imagen en el espejo me habla de una terrible semejanza”.

El título del poemario y el propio título del poema merecen también
una breve explicación. El vals europeo se adoptó en el Perú y sufrió una
serie de transformaciones musicales. Pero más importante, para lo que nos
interesa, es que el vals peruano tiene letra, y esta letra es preferentemente
quejumbrosa. Los más conocidos valses peruanos, los de Felipe Pinglo,
nos hablan de amores imposibles entre un plebeyo y una aristócrata o del
triste transcurrir de la vida en los barrios populares. Cuando no es así,
los valses están colmados de nostalgia por un tiempo pasado mejor como
ocurre con las composiciones de Chabuca Granda. Durante décadas, el
vals fue el tipo de pieza preferida en las fiestas, tanto en las llamadas
de sociedad como en las populares. En los años setenta el vals ya había
iniciado su decadencia en el gusto de los peruanos. Hoy mismo existe
un corpus intocable de valses que son los mismos desde hace treinta
años. Cristalizados, son piezas de museo que los peruanos recuerdan de
cuando en cuando, pero que no expresan sentimiento alguno, aunque
cuando fueron concebidos y cantados hayan parecido desgarradores.
Cantando un vals, nadie se confiesa. Un vals es necesariamente una falsa
confesión. Escogiendo el título Valses y otras falsas confesiones, la autora
se distancia de la materia que narra, horrorizada hasta cierto punto de
exhibir un sufrimiento como Benn, el gran poeta alemán quien dijo:
“¿Sentimientos? Yo no tengo sentimientos.”

La mayor parte de la poesía de Blanca Varela está atravesada por el


dolor que se resiste a exhibirse. Escribir para ella no es acumular poemas,
ni libros, ni distinciones. Es una obligación interior. Cada uno de sus

124 B. APL 45(45), 2008


Blanca Varela y sus contemporáneos

poemas es cabal, antologable, de un despiadado rigor. Veamos éste, por


ejemplo.

Secreto de familia

soñe con perro


con un perro desollado
cantaba su cuerpo su cuerpo rojo silbaba
pregunté al otro
al que apaga la luz al carnicero
qué ha sucedido
por qué estamos a oscuras

es un sueño estás sola


no hay otro
la luz no existe
tú eres el perro tú eres la flor que ladra
afila dulcemente tu lengua
tu dulce negra lengua de cuatro patas

la piel del hombre se quema con el sueño


arde desaparece la piel humana
solo la roja pulpa de can es limpia
la verdadera luz habita su legaña
tú eres el perro
tú eres el desollado can de cada noche
sueña contigo misma y basta

Han transcurrido más de cuarenta años después de la publicación


del primer libro de Blanca Varela y su nombre se encuentra ahora, junto
con el de Jorge Eduardo Eielson, a la cabeza de ese extraordinario grupo
llamado generación del cincuenta, y aún más, su poesía, dura, metálica,
sin concesiones, está entre las más leídas de hispanoamérica. En su libro
titulado Concierto animal de 1999 escribe estos versos:

B. APL 45(45), 2008 125


Marco Martos Carrera

mi cabeza como una gran canasta


lleva su pesca

deja pasar el agua mi cabeza

mi cabeza dentro de otra cabeza


y más adentro aún
la no mía cabeza

mi cabeza llena de agua


de rumores y ruinas
seca sus negras cavidades
bajo un sol semivivo

mi cabeza en el más crudo invierno


dentro de otra cabeza
retoña

En el texto “Visitación”, publicado en 2000 en su libro El falso teclado,


escribe:

dejé al demonio encerrado
en un cajón
en su pequeño lecho de crespón

afuera el ángel vuela


toca la puerta
espera

en una mano la rima


como una lágrima
en la otra el silencio
como una espada

échame de mi cuerpo
son las doce
sin sol ni estrellas

126 B. APL 45(45), 2008


Blanca Varela y sus contemporáneos

Demasiado se ha hablado en occidente sobre la poesía del silencio,


tanto que a algunos parece una moda, una manera de hablar de los poetas
y de sus círculos; sin embargo, en los orífices más entregados al oficio, es
con el silencio con el que se dialoga. Como lo dijo Francisco Bendezú,
cuando editó en 1961 su libro Los años, la poesía es palabra y silencio.
Al borde del silencio es cuando la poesía dice con mayor profundidad y
nitidez su verdad. Ahorra palabras, como en el texto que hemos copiado
de Blanca Varela, es expresión definitiva, mordaz que sabe concentrar
en un puñado de versos desolados, toda la profundidad que resume la
existencia humana.

Difundida durante décadas, la poesía de Blanca Varela ha sobrevivido
a las inclemencias del tiempo, a la incuria, al desdén, gracias al impacto
profundo que ha hecho en tantos lectores. Estamos seguros, de que su
lectoría aumentará más todavía en el futuro.

Tradicionalmente la poesía occidental ha sido escrita por varones.
Sus mejores logros, conseguidos a partir de Dante y Petrarca, están
asociados a un platonismo que idealiza a la mujer. Su origen es medieval
y se construye sobre la estructura del vasallaje. La mujer es alta dama y
señora; con el poeta que la canta existen obligaciones, de reciprocidad, o
por lo menos de tolerancia, como ocurría en el siglo XVI con Fernando
de Herrera y su inalcanzable musa, pero el sujeto que emite el discurso es
narcisista, tiene enfermiza satisfacción en su propio canto. Pero, como se
ha dicho en numerosas ocasiones, el siglo XX se caracteriza en la poesía
hispanoamericana por la variación de los registros del lenguaje. El sujeto
emisor, mezcla, como en el caso de Vallejo, el lenguaje de la ciudad y el
lenguaje del campo, el habla culta y el habla familiar. En esa dirección,
lo que hace Blanca Varela es abandonar el centro del discurso y hablar
desde periferias y violentar al sujeto emisor. En el poema Puerto Supe,
cambia la máscara habitual, que es de identidad entre la mano del sujeto
emisor y la vox que emite el discurso, por la discordancia. La vox que
habla en el poema bien puede ser femenina o masculina, sólo al final se
percibe que es masculina. Traslada así Blanca Varela a la poesía lírica, una
característica de la novela o del teatro; la no necesaria coincidencia entre
personajes y el sexo del propio autor.

B. APL 45(45), 2008 127


Marco Martos Carrera

Pero hay algo más. El enmascaramiento, bajo la apariencia de


un discurso autobiográfico, prosigue a lo largo de toda la producción
poética de Blanca Varela. Sus confesiones son deliberadamente falsas,
son sumamente intensas, pero al mismo tiempo, por su parquedad, por
su cultivada sequedad, producen en poesía ese efecto de distanciamiento
que anhelaba para la escena Bertolt Brecht. Varela introduce en sus versos,
como Vallejo, distintos registros de lenguaje, una alusión culta puede
convivir con una expresión típica limeña, esa yuxtaposición da como
resultado una sensación de extrañeza. Esa extrañeza, esa dureza metálica
que envuelve a un corazón palpitante y secretamente sentimental, da a
esta escritura un parentesco, como queda dicho, con Paul Celan y con
Arthur Rimbaud. “Yo soy otro” había dicho el extraordinario poeta
francés. “Mi yo es andrógino” y abarca todo el sufrimiento humano,
podría decir si no Blanca Varela, su propia escritura, si acaso pudiera
reflexionar sobre sí misma.

BIBLIOGRAFÍA

BENDEZÚ, Francisco. Los años. Lima. Edición de la Rama Florida.


Ilustración y viñeta de Fernando de Szyszlo. 1961.

CAYLEY, David. Conversación con Northrop Frye. Barcelona. Península.


1997.

KOHUT, Karl. José Morales Saravia. Editores. Literatura peruana de hoy.


Publicaciones del Centro de Estudios Latinoamericanos
de la Universidad de Eichstätt. Frankfurt. 1998.

VARELA, Blanca. Poesía reunida. México. Fondo de Cultura Económica.


1986.

. Ejercicios materiales. Lima. Jaime Campodónico editor.


1995.

128 B. APL 45(45), 2008


Blanca Varela y sus contemporáneos

. Concierto animal. Pre-textos. Valencia. Ediciones Peisa.


1999.

. Aunque cueste la noche. Edición e introducción


de Eva Guerrero Guerrero. Selección de Ángel
González Quesada. XVI Premio Reina Sofía de Poesía
Hispanoamericana. Ediciones de la Universidad de
Salamanca. 2007.

B. APL 45(45), 2008 129


NOTAS
Martín Adán y la palabra poética

B. APL, 45. 2008 (133-136)

MARTÍN ADÁN Y LA PALABRA POÉTICA

Luis Jaime Cisneros Vizquerra


Academia Peruana de la Lengua

Martín Adán inicia, en mi sentir, un intento estilístico notable. No vale


tanto que haya tenido en nuestra tradición literaria escuetos (y memorables)
precursores, como que su trabajado lenguaje coincida cronológicamente
con similares intentos en América. Buen gusto, sentido alerta de lo artístico,
esmerada selección léxica dentro de las líneas tradicionales. Pongo de relieve
esto último, porque es realmente importante: un viejo rumor del léxico
renacentista europeo alimenta la línea idiomática de Martín Adán. Una
confrontación con las costumbres lingüísticas anteriores (viniendo apenas
del Romanticismo, para no ir más lejos) nos depararía esta observación: las
palabras aparecen acá ‘gustadas’. El artista logra transmitirnos en ellas cierto
sabor poético. No aludo a la probable (o evidente) ‘poesía’ de los temas. Hablo
de palabra poética, o sea, de una consciente depuración que el autor emprende
con el ojo puesto en el sentimiento de la lengua narradora:

a) “ya ha principiado el invierno en Barranco; raro invierno, lelo


y frágil, que parece que va a hendirse en el cielo y dejar asomar
una punta de verano. Nieblecita del pequeño invierno, cosa
del alma, soplos de mal mar, garúas de viaje en bote de un
muelle a otro, aleteo sonoro de beatas retardadas, opaco rumor
de misas, invierno recién entrado…”

B. APL 45(45), 2008 133


Luis Jaime Cisneros Vizquerra

b) “La tía de Ramón se bañaba largo. Con una mano gruesa,


mojaba la gorra de trapo, y con la otra, domaba las olas. A
veces, una zapatilla asomaba a trecho de su busto insumergible
—era un pie mataperro—. Era una vieja que temía las piedras,
gorda, humedota, buena veraneante; venía con el primer calor
y se iba con el último” (La casa de cartón, Obra en prosa, ed.
Silva Santisteban, 5, 46)

El vocabulario quiere anunciar la vacilación, y el poeta la muestra


en el paisaje concreto de Barranco. Invierno raro y casi fofo, quebradizo.
La tía era gorda y humedona. Los adjetivos aluden al mundo de los sentidos
y nos ofrecen una atmósfera palpable, informe. La narración se inicia de
cara al sentimiento del lector, a sus ojos (que verán asomar una punta de
verano) a sus manos, que pueden palpar el humedoso cuerpo de la tía. La
vacilación temporal está viva, asimismo, en los verbos anunciadores.

Ninguno de ellos presenta los hechos sino que los presiente, o los
ofrece en perspectiva: “el invierno ha principiado ya”, y “parece que va
a hendirse en el cielo”. La tía “venía con el primer calor y se iba con el
último”. Es decir, la acción no está comprometida en el discurso. Es sólo
la ‘impresión’ que de las cosas tenemos la que nos convoca, nos mueve y
nos circunda. La acción parece estar como depositada en las cosas, con
el secreto afán de que las vislumbremos. Más que verbos que las digan,
metáforas que las derivan hacia la fantasía:

“el sol pugna por librar sus rayos de la


trampa en que ha caído”

Ahora no domina la impresión; no es que ese nos deja la impresión.


Ahora el sol pugna. Y para que la fuerza significativa de este verbo no
nos perturbe y nos permita gozarlo eufemísticamente, la metáfora nos
devuelve al mundo de lo imaginario: el sol ha caído en la trampa.

Pero no estamos solamente ante un adiestrado manejo del léxico. Hay


que tomarle el debido peso al ritmo. Las frases se equilibran a fuerza de
persistir en la estructura. Martín Adán es consciente de que no solamente

134 B. APL 45(45), 2008


Martín Adán y la palabra poética

es responsable de la verbalización sino de la estructuración poética del


texto. Escribe para que podamos leerlo en voz alta. Para que si preferimos
la lectura silenciosa, tengamos oído alerta para apreciar debidamente
la arquitectura de la frase: quiere que no nos contentemos con la obra
construida, sino que arriesguemos el gozo de asistir (y comprobar) la
estructuración. Estamos ante la Sprachtätigkeit de Humboldt, ante el
vivo cuadro de la enérgeia aristotélica. El poeta juega conscientemente, al
organizar su texto, con la frecuencia de sus sílabas acentuadas y busca el
afanoso descanso en las átonas:

“Malecón, el último de Barranco yendo a Chorrillos, zigzagueante,


marina en relieve tallada a cuchillo, juguete de marinero, tan
diferente del malecón de Chorrillos, demasiada luz, horizonte
excesivo, cielo obeso en cura de mar. Malecón de Chorrillos,
superpanorama, con una cuarta dimensión, de soledad… Y todo
el mar varía con los malecones —en éste, viaje de transatlántico;
en ese, ruta de Asia; en aquél, la primera enamorada—. Y el mar
es un río de Salgari, o una orilla de Loti, o un barco fantástico de
Verne, y nunca es el mar glauco, de zonas lívidas, incoloros, con
hilos de platillos, pleno de costas mínimas y lejanías flacas. El mar
es un alma que tuvimos, que no sabemos dónde está, que apenas
recordamos nuestra, un alma que siempre es otra en cada uno de
los malecones” (ibid., 31)

Si nos esmeramos en la observación de la estructura sintáctica, vamos


reconociendo cómo va logrando el autor centrar la atención del lector en
ese trisílabo inicial (Malecón), aparentemente solitario e insignificante,
cuya figura se va dibujando mediante una larga frase que nos acerca a
destacar la mera imagen marina (el último de Barranco yendo a Chorrillos)
mediante un detalle que solamente tiene sentido para el limeño que sabe
de qué se está hablando y que, por tanto, puede reconstruir las curvas del
camino que van de un balneario a otro (zigzagueante). Y para fijar en la
conciencia esa imagen vislumbrada del malecón, barranquito (que es el
paisaje que se busca centrar en el ánimo del lector), esta larga y demorada
urdimbre sintáctica:

B. APL 45(45), 2008 135


Luis Jaime Cisneros Vizquerra

“marina en relieve tallada a cuchillo, juguete de marinero, tan


diferente del malecón de Chorrillos, demasiada luz, horizonte
excesivo, cielo obeso en cura de mar”

El constraste entre las dos bahías (pequeña, la de Chorrillos) se nos


propone de una manera juguetona: es una “marina en relieve” tallada
a cuchillo nos traslada del mundo visual al táctil, para abrirle paso a la
imaginación infantil (juguete de marinero) destinada a reforzar la imagen
del mundo de lo pequeño. Y en seguida, los adjetivos decisivos: “demasiada
luz”, “horizonte excesivo”, y ese extraordinario “cielo obeso en cura de mar”
que rompe de improviso la norma lingüística y asegura buen sitio para
el brinco estilístico. Todos los adjetivos no parecen destinados a calificar
la sensación producida por el objeto. Ya está el lector incorporado al
paisaje en que Martín Adán quiere desenvolverse. Prosa poética ha visto
un agudo escritor en estas páginas de Martín Adán. Y es que el autor
parece estar convencido, coincidiendo con ideas de Julio Cortázar, de
que “el relato debe prescindir de la función meramente enunciativa del
lenguaje para crear su propia poética” (BAAL, LIX, 1944, 326). Martín
Adán no se conforma con estar-ahí entre quienes nos valemos del español
general. La cuestión no es estar-aquí. La cuestión es ser. Y la posibilidad de
‘ser’ parte resueltamente de la voluntad de ser. Los textos de Martín Adán
son una prueba contundente.

136 B. APL 45(45), 2008


La confusión entre significado y uso en los diccionarios

B. APL, 45. 2008 (137-145)

LA CONFUSIÓN ENTRE SIGNIFICADO Y USO EN LOS


DICCIONARIOS
las definiciones de fregar y fregado en el drae

Ramón Trujillo Carreño

“Para ciertas personas —decía Saussure—, la lengua, reducida a su


principio esencial, es una nomenclatura, esto es, una lista de términos
que corresponden a otras tantas cosas”, haciendo ver así que este punto de
vista “supone ideas completamente hechas preexistentes a las palabras”1.
Y es que más allá de la palabra, no existe ninguna idea ni cosa alguna:
“sin la ayuda de los signos, seríamos incapaces de distinguir dos ideas de
manera clara y constante”2. En efecto: las palabras no son los nombres de
cosas preexistentes, porque no existe pensamiento preexistente que pueda
haberlas pensado o concebido: el pensamiento se hace con palabras, con
frases o con textos; es decir, con objetos lingüísticos que ya existen de
antemano. La prioridad existencial la tiene la palabra. Y si no fuera así, no
sería posible la infinita diversidad de las cosas que pueden ser designadas
por cada palabra. Por eso se equivocan los que creen que las metáforas o
las imágenes que inventan los poetas sustituyen, esconden o disimulan los
verdaderos significados de las palabras, buscándoles nuevas situaciones
contextuales: el hecho de que pueda existir un mutilado que no lo sea de
un combate sino de un abrazo, o que no lo sea de la guerra sino de la paz,
se les transforma a algunos en un imposible lógico; en una adivinanza que

1 Cf. Curso de lingüística general, Parte I, cap. I, §1.


2 Cf. Curso de lingüística general, Parte II, cap. IV, §1.

B. APL 45(45), 2008 137


Ramón Trujillo Carreño

hay que explicar como “una desviación” del camino natural del idioma,
porque, de acuerdo con el drae, no puede haber mutilados del abrazo
ni de la paz, pues mutilar es “cortar o cercenar una parte del cuerpo, y
más particularmente del cuerpo viviente” o “cortar o quitar una parte o
porción de algo que de suyo debiera tenerlo”. Y, claro, si estas dos cosas
diferentes son el significado de mutilar, parece evidente que Vallejo o no
lo usó bien, o se valió de algún “ardid poético” para decirnos algo que
sí pudiera admitirlo el diccionario3. La explicación de tales usos como
“desviación” o como “metalenguaje” se basa en la creencia primitiva de
que cualquier palabra, como ese mutilar, es el único y verdadero nombre de
los hechos o procesos que describe el diccionario. Esta ingenuidad que
propicia la lexicografía al uso obliga a algunos críticos a intentar justificar
el “error” de Vallejo echando mano de la supuesta lucidez de los autores
del drae. Este es el momento en que el crítico se preguntará qué pudo
querer decir Vallejo, diciendo algo “que no podía decirse”. Entonces irá
al diccionario y se verá obligado a cohonestar lo que éste dice con lo
que dice el poeta, sin darse cuenta de que esa es una tarea imposible,
porque el diccionario no dice realmente lo que es la palabra mutilar, sino
que describe alguna de las cosas que suelen entenderse con ella, que
es algo bien distinto, pues el lexicógrafo no presenta el significado de
la palabra mutilar, sino que sólo considera sus usos más frecuentes. Por
ello, hay que respetar, antes que nada, el principio saussureano de que
la palabra no es el nombre de ninguna cosa precisable: la palabra puede
significar —señalar— todas las cosas existentes, pero no tener significados
diferentes4, porque cada palabra sólo tiene un significado, como ya señaló
Cuervo en el Prólogo de su Diccionario de construcción y régimen.

El problema de los diccionarios es que no definen más que cosas


o clases de cosas, pero no palabras, porque las palabras no son cosas. Las

3 Es notable y, a la vez, perniciosa esa ingenua creencia de que la verdad semántica está
en los diccionarios que, en el fondo, no son más que inventarios de los nombres de las
cosas concretas o abstractas, pero no de los significados.
4 Flor, por ejemplo, sólo es ‘flor’, pero puede significar —señalar como señala un dedo—
a una rosa, a una estrella, a una mujer, a un diamante, etc. Lo único que no puede
hacer es “no significar ‘flor’”: transforma en ‘flor’ a la rosa, a la estrella, a la mujer, al
diamante; pero es siempre, primaria y necesariamente, flor.

138 B. APL 45(45), 2008


La confusión entre significado y uso en los diccionarios

palabras o los textos son formas, en el sentido de que sólo pueden ser lo
que son, con independencia de lo que sugieran a la imaginación de los
que las manejan y emplean. /e/, por ejemplo, es una sola forma fónica
en español, con independencia de que sus realizaciones físicas sean tan
distintas entre sí, como [e, ε, ə, æ] y muchas más que, sin embargo, el
e
hispanohablante oirá siempre y de manera irremediable como /e/. Eso
es, precisamente, lo que sucede con mutilar, que siempre será ‘mutilar’
y que nunca se confundirá con sus referentes particulares, de manera
que, aunque no lo parezca, la palabra mutilado aplicada a la persona que
ha perdido un brazo en la guerra es la misma que la palabra mutilado
aplicada al que ha sufrido la privación de la paz, por ejemplo.

Y, siendo cada palabra una forma, lo primero que hay que descartar
es la mal llamada sinonimia. Es decir, que el hecho de que haya dos o
más palabras para una sola cosa no es un problema del lenguaje, sino de
la relación entre lengua y experiencia. Habría que suponer, por ejemplo,
que si perro significara lo mismo que can, serían lingüísticamente la
misma cosa y tendrían idénticas propiedades idiomáticas una y otra.
Pero no es nunca así: porque ni se dirá acanear, perrino, canera, ni vida
can, en tanto que sí se dirá vida perra, aperrear, perruno, perrera, etc. Las
dos palabras no significan lo mismo: lo único que sí es lo mismo es el
animal al que pueden referirse ambas, aunque no lo harán ni siempre
ni de la misma manera. Por eso la definición semántica de la palabra
no puede ser la definición lógica de una cosa o clase de cosas, que es
lo que hacen por lo general los diccionarios. El diccionario ideal, que
no es un imposible, tendrá que atenerse a los componentes idiomáticos
de cada palabra, señalando luego, en la lista teóricamente infinita de la
variación semántica, cómo y por qué puede referirse cada palabra a tantas
cosas que nada tienen que ver entre sí. El diccionario verdaderamente
científico tendrá que situarse siempre en el plano del idioma —en el valor
idiomático de cada palabra— y explicar desde ahí, y uno a uno, toda la
variedad de referentes a que suele o puede remitir.

Todo lo dicho hasta aquí se refiere a la tónica general de la


lexicografía actual, con las contadísimas excepciones de algunos
lexicólogos o lexicógrafos egregios. La tónica ha sido siempre la confusión

B. APL 45(45), 2008 139


Ramón Trujillo Carreño

incomprensible entre significado y cosa significada; es decir, entre palabra y


cosa o referente. Y, puestos en este camino, examinaremos ahora, como
un caso común aunque llamativo, todo lo que dice el drae acerca del
verbo fregar y de su participio fregado; dos formas lingüísticas que presentan
notables diferencias entre los usos españoles y americanos, aunque bien
es verdad que sólo se trata de diferencias de usos y no de significado.

El verbo fregar y su participio fregado tienen una semántica muy


simple que, al parecer, casi no ha desarrollado variantes sino en América.
Veamos lo que nos dice el drae:

- frotar, restregar). tr. Restregar con fuerza


fregar. (Del lat. fricare,
una cosa con otra. || 2. Limpiar algo restregándolo con un estropajo,
un cepillo, etc., empapado en agua y jabón u otro líquido adecuado. ||
3. coloq. Am. Fastidiar, molestar, jorobar. U. t. c. prnl. || 4. vulg. C.
Rica, Hond., Méx. y Ven. Causar daño o perjuicio a alguien. U. t. c. prnl.
¶ MORF. conjug. c. acertar. || ya la fregamos. expr. vulg. Méx. U. para
indicar que algo resultó mal. || ya ni la friegas. expr. vulg. Méx. U. para
indicar a alguien que está siendo muy molesto.

fregado, da. (Del part. de fregar). adj. Am. Cen. y Am. Mer.
Exigente, severo. || 2. Am. Mer., C. Rica, Guat. y Hond. Dicho de una
persona: Majadera, enfadosa, importuna. || 3. Bol., Col., Ecuad. y Perú.
terco (|| pertinaz). || 4. coloq. Col., El Salv. y Ven. arduo (|| muy
difícil). || 5. C. Rica, Ecuad., El Salv., Hond., Méx. y Nic. Bellaco, perverso.
|| 6. Col., C. Rica, El Salv. y Hond. Astuto, taimado. || 7. Guat. y Nic.
Arruinado física, económica o moralmente. || 8. m. Acción y efecto de
fregar. || 9. coloq. Enredo, embrollo, negocio o asunto poco decente.
|| 10. coloq. Lance, discusión o contienda desordenada en que puede
haber algún riesgo imprevisto. || 11. f. Cuba. regañina. || 12. El Salv.
y Hond. Mala pasada, inconveniente grave. || 13. vulg. El Salv. y Méx.
engaño (|| acción y efecto de engañar). || a la ~. loc. adv. vulg. Méx.
a paseo. Me mandó a la fregada. ¡Váyase a la fregada! || de la ~. loc. adj.
vulg. Méx. pésimo. U. t. c. loc. adv. || 2. vulg. Méx. difícil (|| que no se
logra sin mucho trabajo). U. t. c. loc. adv. || estar ~. fr. coloq. Am. Estar

140 B. APL 45(45), 2008


La confusión entre significado y uso en los diccionarios

en malas condiciones de salud y, sobre todo, de dinero. || llevárselo a


alguien la ~. fr. vulg. Méx. encolerizarse. || ser, o servir, lo mismo para
un ~ que para un barrido. frs. coloqs. Ser materia dispuesta para todo,
o para cosas contrarias, como lo sagrado y lo profano, lo serio y lo jocoso,
etc.

Hasta aquí, en fin, lo que dice el diccionario. Intentemos ahora


examinar la cuestión del significado desde el punto de vista de la lengua y
no desde el de las cosas, para lo que, al menos en principio, habrá que dejar
en segundo término las simples variantes; es decir, las acepciones de los
lexicógrafos.

Para empezar, fregar, como cualquier palabra o expresión lingüística,


tiene, como nos enseñó Cuervo, un solo significado que se manifiesta o
realiza en infinidad de variantes contextuales, que no son otra cosa que
las acepciones que encontramos en el diccionario; variantes de un único
significado que podríamos representar provisionalmente como ‘hacer
perder con rudeza5 la apariencia —visible o inteligible— por la que se
reconoce un objeto o persona, cambiando esa imagen por otra diferente’.
El drae define fregar con varias redacciones distintas de una única forma
semántica que, con ser tan frecuente o común, no permite explicar la
totalidad de la variación real de este verbo: “restregar con fuerza una
cosa con otra” (1ª ac.) o “limpiar algo restregándolo con un estropajo,
un cepillo, etc., empapado en agua y jabón u otro líquido adecuado”6 (2ª
ac.). Se ha olvidado que fregar no es el limpiar de la 2ª ac. del drae, porque
mientras que limpiar es añadir “sin rudeza” (esto es, “sin restregar”)
la condición de limpio, que es positiva (‘sin defectos’); fregar es añadir
y poner a la vista —hacer externa— la condición interna desconocida
—positiva o negativa, es decir, diferente (‘sin defectos’ o ‘con defectos’)—
del objeto: fregar a alguien no es limpiarlo ni beneficiarlo7, sino cambiar

5 “Restregar con fuerza” o “limpiar algo restregándolo”, nos dice el drae. Por esto
pongo ahí ‘rudeza’, que es un componente semántico de este signo. Hay siempre en
este verbo un componente causativo, como “de A, hacer B”.
6 Como siempre, sólo se describen cosas o situaciones, nunca significados.
7 Una interpretación también posible, a tono con el sentido de las acepciones “clásicas”
del drae.

B. APL 45(45), 2008 141


Ramón Trujillo Carreño

o desnaturalizar su naturaleza perceptible —la manera de intuirlo—,


por lo cual, referido a personas, tiende a tomar el sentido contextual
de ‘poner en mal lugar’ —dañar, fastidiar—; de la misma manera que
al decir de alguien que es fregado se alude a un aspecto inesperado del
objeto personal, a una variación suya, que normalmente se interpreta de
manera negativa. Se trata de variantes diferentes del mismo significado
‘hacer perder con fuerza o rudeza la apariencia —visible o inteligible—
por la que se reconoce un objeto o persona, cambiando esa imagen por
otra diferente’ (ya ‘lo malo’ por ‘lo bueno’; ya ‘lo bueno’ por ‘lo malo’).
La diversa valoración positiva o negativa no pertenece al significado
del verbo, sino que depende de la naturaleza de los referentes: un suelo
fregado —valoración positiva o, en todo caso, neutra— es un suelo que
ha dejado de ser como era o parecía; un hombre fregado —valoración
negativa— es también un hombre que ha dejado de ser como era o como
parecía8.

Incomprensiblemente, el drae “ha rebajado” a la modestísima


condición de “coloquialismos americanos” las variantes que reflejan
con mayor precisión lo que es el significado o constante semántica de la
palabra (‘hacer perder con rudeza la apariencia —positiva o negativa— por
la que se reconoce algo o a alguien’), como sucede en “fastidiar, molestar,
jorobar” (3ª ac.), o en “causar daño o perjuicio a alguien” (4ª ac.).

Un suelo fregado ha perdido la apariencia exterior que tenía o solía


tener, porque fregar es ‘dar una apariencia diferente de la que había’; un
plato fregado, igual; un hombre fregado es un hombre que ha perdido
la apariencia que lo solía caracterizar y por la que lo conocíamos; una
gripe fregada es una gripe más agresiva de lo se espera de esa enfermedad,
etc. De pronto aparecen cosas o personas fregadas o fregados; es decir,
desposeídos de lo que, para nosotros, solía o debía ser su forma propia y
natural. Un hombre fregado se ve como desprovisto de lo que conocíamos
o imaginábamos como su ser natural y por ello lo vemos de pronto como
de mal humor, malo, avieso, vengativo, etc. Estar fregado es hallarse en esa

8 Se suprime la apariencia —lo que “realmente se veía”— y se sustituye por algo


desconocido y diferente.

142 B. APL 45(45), 2008


La confusión entre significado y uso en los diccionarios

situación de pérdida de la identidad con que normalmente reconocemos


una cosa o persona; ser fregado es haber perdido definitivamente esa
identidad o haber dejado de ser la persona que se esperaba que fuera. Se
trata siempre de variantes semánticas del significado de lengua, que deriva
de fricare, que es más o menos ‘restregar, frotar, provocar la pérdida
el estado inicial’. Yo soy fregado, porque, con ser, la condición no tiene
límite (no me correspondo nunca con mi apariencia; soy negativamente
impredecible); mientras que con estoy sí tiene límite y se percibe, por
tanto, como participio, como resultado de algún factor accidental.
Usado con ser, la condición de significado resultativo se hace invisible
a causa del carácter no limitado del significado existencial de ser: se
posee la condición de fregado como condición inherente cuando se ha
perdido la identidad externa, la que se ve a simple vista o con el simple
razonamiento.

Por ello, si sabemos ya que el significado no es de naturaleza


conceptual9, sino intuitiva10, debemos analizar esos artículos
lexicográficos tratando de aproximarnos a esa intuición que se esconde
en cada una de las variantes. No hay que olvidar nunca que los significados
son sólo intuiciones semánticas —no conceptuales— que no se pueden definir
lógicamente mediante conceptos, debido a su naturaleza no referencial
(aunque sí idiomáticamente precisa o concreta). Al contrario de lo que
sucede con las técnicas logicistas del diccionario, debemos aventurar,
siempre provisionalmente, una hipótesis semántica, que, en este caso,
hemos enunciado como ‘hacer perder con rudeza la apariencia —visible
o inteligible— por la que se reconoce un objeto o persona, cambiando
esa imagen por otra diferente’. Se trata de oponer lo visible —acaso una
buena persona o un suelo sucio— a lo no visible —acaso una mala persona
o un suelo limpio—, ya que solemos conocer a las personas o a las cosas

9 Cf. mi “Para una discusión del concepto de campo semántico”, en Gerd Wotjak
(ed.), Teoría del campo y semántica léxica / Théorie des champs et sémantique lexicale, Peter
Lang Verlag, Frankfurt am Main, 1998, pp. 87-125 y “Sobre algunas definiciones
del diccionario”, en Lengua, variación y contexto. Estudios dedicados a Humberto López
Morales, Ed. Arco / Libros, Madrid, 2003, Vol. I, pp. 451-463.
10 Es decir, percibido directamente y sin razonamiento, como se perciben los signos del
lenguaje en el habla normal.

B. APL 45(45), 2008 143


Ramón Trujillo Carreño

por lo que queda a la vista y no por lo que realmente son. De ahí que
siempre tendamos a juzgar las cosas por las apariencias hasta que “las
fregamos” al encontrar su verdadera naturaleza ruda y desconocida. Todos
esos sentidos de fregar y de fregado sólo tienen que ver con el resultado
de “borrar” lo que las cosas o las personas parecen, para quedarnos con
imágenes que nos agradan o nos disgustan porque no coinciden con lo
que pensábamos de ellas.

No debemos confundir la lexicografía tradicional, que no hace más


que recuentos lógicos de usos, con el análisis semántico del léxico, que
consiste en una indagación científica de la naturaleza íntima de las raíces,
de los prefijos y sufijos, de los compuestos que llamamos palabras y, en
fin, de los textos. Si queremos hacer semántica y no meras listas de usos,
hemos de tratar de aprehender intuitivamente esa “molécula semántica”
que se esconde en el conjunto completo de todas las acepciones o usos
de una palabra o expresión.

Se equivoca, en fin, la Academia al definir fregar (y, consecuentemente,


sus compuestos y derivados) a partir de uno de sus sentidos menos
indicativos, con lo cual las aparentes definiciones “rectas” hacen pensar
que los usos americanos son “otra cosa” y no lo que realmente son:
proyecciones directas y evidentes del significado invariante de la raíz freg-
(o fric-) [fregar, fregado, fregona, fregadero, fricativo, fricación, etc.], que no es
otro que el que hemos venido viendo: esos usos aparentemente espurios
de fregar y sus derivados aparecen reducidos a acepciones americanas y
coloquiales, como vemos en la 3ª ac. “fastidiar, molestar, jorobar” o, en
la 4ª ac., como vulgarismo de Costa Rica, Honduras, México y Venezuela
“causar daño o perjuicio a alguien”. Vienen luego las expresiones
como ya la fregamos, que aparece definida como vulgarismo mexicano
“para indicar que algo resultó mal”, o como ya ni la friegas, calificado
también como vulgarismo mexicano “para indicar a alguien que está
siendo muy molesto”. Es lamentable que para las supuestas definiciones
“correctas” se hayan utilizado simples usos banales que nada tienen que
ver con el verdadero significado de fregar: es lo que vemos tanto en la 1ª
ac. “restregar con fuerza una cosa con otra”, como en la 2ª ac. “limpiar
algo restregándolo con un estropajo, un cepillo, etc., empapado en agua

144 B. APL 45(45), 2008


La confusión entre significado y uso en los diccionarios

y jabón u otro líquido adecuado”. Al final resulta que la información


verdaderamente importante la encontramos en las acepciones “espurias”,
en tanto que en las “clásicas” no resulta nada visible la compleja significación
de esta importante raíz.

B. APL 45(45), 2008 145


ONOMÁSTICA ANDINA
Quechua

B. APL, 45. 2008 (149-175)

QUECHUA

Rodolfo Cerrón-Palomino
Academia Peruana de la Lengua

“Y algunos orejones del Cuzco afirman que la


lengua general que se usó por todas las provinçias,
que fue la que usavan y hablavan estos quichoas, los
quales fueron tenidos por sus comarcanos por muy
balientes hasta que los chancas los destruyeron”.

Cieza de León ([1551] 1985: XXXIV, 104)


0. En la presente nota nos ocuparemos del glotónimo quechua,
nombre con el que se designa a la lengua andina más importante del
continente sudamericano. Hablado en seis países (Colombia, Ecuador,
Perú, Bolivia, Argentina y Chile), el quechua constituye en verdad
una familia lingüística integrada por al menos cuatro ramas, que a su
vez contienen varios dialectos, con semejanzas y diferencias similares a
las que se dan entre las lenguas románicas, y, por ende, con distintos
grados de inteligibilidad entre sí. Como en el caso del aimara, y en
general de todo idioma, la lengua no tenía nombre propio, y el que
lleva, originariamente un etnónimo, le fue impuesto por los españoles.
Contrariamente a lo que se cree, tampoco runa simi es una expresión
acuñada por los antiguos peruanos, y, al igual que en el caso anterior, se
trata de una designación intervenida, es decir inducida desde fuera. En
las secciones siguientes ofreceremos la génesis del glotónimo aludido,
estableciendo su etimología, con particular énfasis en el origen prístino

B. APL 45(45), 2008 149


Rodolfo Cerrón-Palomino

del término, que fue objeto de sucesivas transmutaciones y acomodos


semánticos, y en la motivación ulterior de su referente1.

1. Designación inicial. En ausencia de nombre propio, como


se verá, las primeras referencias a la lengua que nos ocupa, luego del
descubrimiento y conquista del antiguo territorio de los incas, constituyen
expresiones atributivas tácitas que buscan destacar, o bien, de manera
general, el carácter ecuménico y funcional de que ella disfrutaba, o más
específicamente, su adscripción simbólica al inca o a la metrópoli de su
imperio. En efecto, entre los llamados “cronistas del descubrimiento”,
interesados más bien por consignar las hazañas de la conquista, sólo
uno de ellos, Juan Ruiz de Arce, ya en su cómodo retiro extremeño,
nos proporcionará lo que vendría a ser la primera referencia al carácter
funcional de la lengua, en los siguientes términos:

En cada provincia tiene su lengua. Hay una lengua entre ellos que
es muy general, y ésta procuraron todos aprender, porque era ésta la
lengua de Guaynacava, padre de Atabalica (cf. Ruiz de Arce [1542]
1968: 434).

Como se puede apreciar, en el pasaje citado se destaca, sin dejar


de llamar la atención sobre la situación plurilingüe del territorio
conquistado, el carácter especial de una de las lenguas, identificada
como la propia de Huaina Capac, de uso necesario y generalizado en él:
atributo que ostentaba indudablemente el quechua a la llegada de los
españoles. Casi en los mismos términos, aunque con mejor dominio de
la geografía, se referirá a la lengua el “príncipe” de los cronistas, Cieza de
León, alumno aprovechado en materia idiomática del primer gramático
quechua. En efecto, el soldado historiador, cada vez que alude al idioma
referido, lo hace ponderándolo como la “lengua general”, si bien siente
la necesidad de precisarlo mejor atribuyéndoselo, como en el caso de

1 Por lo demás, en otro lugar ya nos hemos ocupado del tema (cf. Cerrón-Palomino
1987: cap. I, § 1.2), y el lector bien puede remitirse a él; aquí, sin embargo, ofrecemos
mayores precisiones al respecto, incorporando nuevos datos que enriquecen
notablemente la discusión presentada anteriormente.

150 B. APL 45(45), 2008


Quechua

Ruiz de Arce, a los incas, y entonces nos habla de “la lengua general de
los Ingas” (cf. Cieza de León [1553] 1984: xli, 132), o a su pretendido
lugar de procedencia, que sería la capital imperial, y entonces se referirá
a ella como a “la lengua general del Cuzco” (cf. op. cit., cap. xliiii, 142), o
simplemente “lengua del Cuzco” (Cieza de León [1551] 1985: XXIV, 72),
tal como lo hace también el cronista contador (cf. Zárate [1555] 1995:
VI, 39).

Ahora bien, los testimonios presentados hasta aquí corresponden,


cronológicamente, a la etapa comprendida entre la conquista española
y mediados del siglo XVI. Quienes parecen haber persistido en una
especial predilección por destacar los atributos señalados (“del inca” o
“del Cuzco”), a lo largo de la segunda mitad del siglo mencionado, y aun
a principios del XVII, sin restarle la preeminencia de su condición de
“lengua general”, fueron Blas Valera y el Inca Garcilaso, según se puede
apreciar en el siguiente pasaje del primero, citado por el segundo:

Aunque es verdad que cada provincia tiene su lengua particular


diferente de las otras, una es y general la que llaman Cozco, la cual,
en tiempo de los Reyes Incas, se usava desde Quitu hasta el reino
de Chili y hasta el reino de Tucma (resaltado nuestro; cf. Garcilaso
Inca [1609] 1943: VII, III, 91).

En efecto, para entonces, como veremos, ya circulaba, como alternativa,


un nombre simple –no ya una expresión predicativa– que reemplazaría
el uso prevaleciente, tanto en su alusión de naturaleza ecuménica como
específica. En dicho contexto, la actitud del Inca, y quizás también la del
mestizo chachapoyano, parece haber sido la de un rechazo total hacia el
nuevo nombre, pues sabemos que al menos el primero jamás lo usó en sus
escritos: nos referimos a la designación de quichua o quechua.

2. Nueva designación: Quichua. Como se sabe, quien nos


proporciona la primera documentación del empleo del nuevo nombre, en
la forma de <quichua>, es el “Nebrija indiano”, es decir fray Domingo de
Santo Tomás. Y lo hace, no como si se tratara de una propuesta novedosa,
sino más bien como recogiendo un uso, ya sea en curso, o quizás ya

B. APL 45(45), 2008 151


Rodolfo Cerrón-Palomino

establecido2. En efecto, no otra cosa se deduce de los encabezamientos


con que da inicio a sus dos tratados (cf. Santo Tomás [1560] 1994a, [1560]
1994b), que rezan, respectivamente, como sigue: “Comiença el arte de la
lengua general del Peru, llamada, Quichua” y “Vocabulario de la lengua
general de los Indios del Peru, llamada Quichua”. En ambos casos, según
se puede apreciar, se da por sentado, simple y llanamente, que la “lengua
general” es conocida con el nombre de <quichua>. Asombra constatar
este hecho desde el momento en que el vocablo ni siquiera constituye
una entrada en el tratado lexicográfico del autor, como si el único valor
que tuviera, es decir de glotónimo, fuera el que se le está dando aquí.
Como quiera que fuese, fray Domingo no es la única referencia temprana
que conocemos3. También Polo de Ondegardo, al tratar sobre el “orden
del año y tiempos” en el antiguo Perú, observa que los indios nombran
“al año […], Huata, en la Quichua, y en la Aymarà delos Collas, Mara”
(cf. Polo de Ondegardo [1559] 1985: 270). Un poco más adelante, al
discurrir sobre la ceremonia propiciatoria de los varones, nos hace saber
que ella se conoce “en la Quichua, [como] Huarachicuy, y en la Aymarà,
[como] Vicarassiña” (op. cit., 271). Sobra decir que aquí también, aunque
de manera mucho más contundente que en el caso anterior, el empleo
del término acusa un uso ya establecido, tanto que no necesita de mayor
precisión, como todavía ocurría con el de <aymarà>.

2 Carece, pues, de toda base la sugerencia hecha por Markham, en el sentido de que
habría sido el mismo sevillano quien bautiza la lengua como quichua, en razón
de haberla aprendido en la región de los <Quichuas> (cf. Markham [1910] 1920:
Apéndice B1, 268). Lo cierto es que fray Domingo, que pasa muchos años en
Chincha, evangelizando y fundando conventos, haya aprendido allí la variedad local,
es decir la chinchaisuya, que es la que describe y codifica. Por consiguiente, igual de
inexactas son las aseveraciones que hacen los académicos del quechua cuzqueño,
tornando en verdades absolutas las sugerencias del historiador británico, como se
puede ver en su Diccionario (cf. sub qheswa), obra por lo demás plagada de errores
y de falacias relativas a la cultura andina, e incaica en particular, según lo hemos
demostrado en nuestra reseña respectiva (cf. Cerrón-Palomino 1997).
3 Descartamos aquí el empleo de <quichua> que se hace en el texto anónimo del “Discurso
sobre la descendencia y gobierno de los Incas”, supuestamente escrito a instancias de Vaca
de Castro, alrededor de 1542 (cf. Anónimo [1608] 2004). Como lo ha demostrado Porras
Barrenechea ([1952] 1986), el documento aludido fue en verdad firmado y rubricado en
el Cuzco, a 11 de marzo de 1608, por un tal fray Antonio. Creemos que el empleo de
<quichua>, en el documento mencionado, es la mejor prueba de su carácter tardío,
perfectamente armonizable con la fecha señalada por Porras.

152 B. APL 45(45), 2008


Quechua

En suma, el empleo más cómodo del nombre <quichua>, ayudado


por el carácter breve de su significante, fue generalizándose cada vez
más, de modo que las designaciones previas, sin que ello significara
necesariamente su descarte, iban quedando relegadas o, a lo sumo,
utilizadas como meras expresiones retóricas y aposicionales4. Su empleo
exclusivo con letras de molde en las publicaciones patrocinadas por el
Tercer Concilio Limense ([1584-1585] 1985) no hará sino consagrar de
manera definitiva el nombre5, aunque nunca estará exento de sufrir
modificaciones en cuanto a su forma, como veremos.

4 Obviamente, el hecho de que también el aimara fuera considerada “lengua general” (cf., por
ejemplo, Ramírez [1597] 1906: 297, quien llega incluso a considerarla como “la más general
de todas”), sin mencionar el puquina, creaba, en el mejor de los casos, cierta ambigüedad en el
empleo de la expresión “lengua general” a secas, aunque en algunos autores, como en el Inca,
podía advertirse un sesgo militante a favor de su quechua. Ver nota siguiente.
5 Lo señalado podría no ser del todo cierto, desde el momento en que no faltan
documentos en los cuales <quichua> parece haberse empleado también para
designar no sólo al aimara sino incluso al mochica (!). En efecto, en su “Relación”
de los chumbivilcas, el corregidor Francisco de Acuña, al dar cuenta de los indios
de Condesuyos, refiere que éstos “hablan algunos dellos en su lengua quíchua y la
mayor parte en la lengua general del inga” (cf. Acuña [1586] 1965: 310). Asimismo,
al mencionar el pueblo de Alca, señala que sus moradores “hablan algunos dellos
la lengua quíchua y otros la general del inga” (op. cit., 313). De otro lado, en un
documento dado a conocer por Josefina Ramos de Cox, y que lleva por título
“Memoria de las doctrinas que ay en los valles del Obispado de Trujillo” (ca. 1630),
se menciona que, en las doctrinas de Paiján y Chócope, se hablaba “la lengua de
los valles que es la que llaman qichua o mochica” (cf. Ramos de Cox 1950). Es más,
a Roque de la Cejuela, cura de Lambayeque, se le atribuye nada menos que un
“Catecismo de la lengua yunga o quichua y española”, cuya fecha remontaría a 1596,
según nos lo hace saber Zevallos Quiñones (1948). Para Alfredo Torero ([1972] 1972:
70), en el primer caso, tendríamos una clara evidencia de que el nombre en cuestión
designaba también al aimara, y que, por consiguiente, todavía no era exclusivo de la
lengua que hoy llamamos quechua. ¿Qué podemos decir al respecto? Como lo hemos
señalado en otro lugar, el argumento resulta deleznable (cf. Cerrón-Palomino 2000:
cap. I, § 1.2). De hecho, en el mismo texto de la “Relación”, al hablar sobre los indios
de Colquemarca, se dice que manejan “la lengua chunbivilca, y en general algunos
la lengua quíchua del inga” (p. 320); del mismo modo, de los pueblos de Livitaca y
Torora se afirma que “hablan la lengua chunbivilca y la general del inga, ques quíchua”
(p. 324). Como observa correctamente Tschudi ([1891] 1918: 164-165), lo más seguro
es que estemos sencillamente ante un error del copista. En cambio, el segundo caso
visto parece tener otra explicación, y aquí sí estamos de acuerdo con Torero (1986):
las citas podrían estar ilustrando, de manera inusitada (en el tiempo y en el espacio),
el empleo de la palabra con el significado de “valle”.

B. APL 45(45), 2008 153


Rodolfo Cerrón-Palomino

3. Quechua y no quichua. El uso generalizado y unánime de


<quichua> para designar la lengua, consagrado en las obras del Tercer
Concilio y en los tratados monumentales de Gonçález Holguín ([1607]
1975, [1608] 1952), encontró, en el segundo decenio del siglo XVII,
una variante competitiva, en la forma de <quechua>. Fue Alonso de
Huerta, criollo huanuqueño y catedrático de la lengua en San Marcos,
quien inaugurará, de manera elocuente, una campaña a favor de la nueva
versión del nombre, con solo titular su pequeño tratado gramatical como
Arte de la lengua quechua general de los Indios de este Reyno del Pirú (1616). De
esta manera se iniciaba, si bien tímidamente, una verdadera cruzada en
pro de la forma <quechua>, que irá desplazando, si bien gradualmente, el
empleo de <quichua>. Andando el tiempo, Pérez Bocanegra, el párroco
de Andahuailillas, se mostrará abiertamente combativo a favor del
cambio, al declarar, que sus traducciones se hacen

en el vulgar de los Naturales desta tierra; con el lenguaje, y modo


de dezir polido de la ciudad del Cozco, que es el Atenas, desta tan
amplia, y tan general lengua, que se llama Quechua, y no Quichua
(como comúnmente se nombra entre todos) (Pérez Bocanegra 1631:
“Epístola a los cvras”).

De esta manera, el autor del Ritval Formulario, que destierra la forma


<quichua> a lo largo de su voluminoso tratado, parece expresar el sentir
creciente de una buena parte de los quechuistas, especialmente criollos,
cuando no ajenos a la orden jesuítica, quienes podían sentirse libres de
recusar el uso hasta entonces preferido6. Se empezaba así a cuestionar
la adecuación semántica efectuada entre los estudiosos de la lengua, si
bien no de manera explícita, que consiste en distinguir, por un lado,
entre <quichua> ‘nombre de la lengua’ y <quechua> ‘tierra templada’,
tal como lo hacen el Anónimo (1586) y el jesuita cacereño (cf. Gonçález
Holguín [1608] 1952). Para los reformistas, antes que aceptar una forma
convencional y normalizada, había que corregir un aparente entuerto

6 Diego de Molina ([1649] 1928) y Sancho de Melgar (1691) son dos personajes
importantes, autor de un sermonario el primero y gramático el segundo, que se
suman de manera explícita a la campaña a favor de la variante <qquechhua>, tal
como la escribe el segundo de los autores mencionados.

154 B. APL 45(45), 2008


Quechua

fonético, rescatando la pronunciación original del vocablo (ver más


abajo) y dejando de lado la diferenciación semántica establecida.
No obstante la campaña “correctiva” a favor de <quechua>, que fue
imponiéndose con el correr del tiempo, la versión recusada del término
siguió empleándose aún, a lo largo de los siglos XVII y XVIII, si bien cada
vez más esporádicamente7, incluso hasta fines del siglo XIX y comienzos
del XX8. Ello para hablar sólo del Perú y Bolivia, pues en la periferia
del antiguo territorio de los incas, la vieja designación no ha sido
desplazada jamás: tanto en el Ecuador como en la Argentina el nombre
de la lengua sigue siendo quichua. Como lo sigue siendo también, en
el mismo territorio peruano, en algunos dialectos de la lengua, que lo
incorporaron tempranamente, luego de su castellanización, dentro de su
repertorio léxico: un préstamo de ida y vuelta.

4. Etimología del nombre. Conviene ahora hacer un alto para tratar


sobre la etimología del nombre, en cualquiera de sus formas alternantes,
es decir quichua ~ quechua. De entrada debemos señalar que, en este caso,
nadie ha puesto en tela de juicio la procedencia lingüística del vocablo, que
sin duda es de origen quechua, por lo que nos limitaremos al examen del
término, tanto desde el punto de vista formal como semántico, aspectos
éstos que, en cambio, han sido fuente de confusiones entre los estudiosos
de todos los tiempos, según se verá.

4.1. Cuestiones de forma. Conforme se habrá podido advertir, la


propuesta correctiva de <quechua> en lugar de <quichua> se basa, al
menos parcialmente, en criterios de pronunciación, que en la escritura
castellana se manifiestan en el empleo de <i> o <e>, según el caso. El

7 Paradójicamente, mientras que Alcedo, en pleno siglo de la ilustración, parece


aceptar la forma <Quechua>, al decirnos que de la “nación de los Quechuas tomó
el nombre el idioma general del Perú” (cf. Alcedo [1786] 1967: III, 263), el canario
Pereira y Ruiz, ya en vísperas de la independencia, prefiere la versión originaria, es
decir <quichua> (cf. Pereira y Ruiz [1816] 1983: 308).
8 Entre los estudiosos peruanos, fue tal vez Sebastián Barranca uno de los que
persistieron en el uso de la forma quichua, que él escribía <kichua>, tal como se
puede ver en sus ensayos esquemáticos, algunos de ellos publicados póstumamente,
en pleno siglo XX (cf., por ejemplo, Barranca 1920).

B. APL 45(45), 2008 155


Rodolfo Cerrón-Palomino

problema, sin embargo, está estructuralmente ligado a otro: la naturaleza


de la consonante inicial, que la notación castellana pasa por alto, sin que
por ello deje de ofrecernos, de manera indirecta, los efectos secundarios
de aquélla sobre la vocal que le sigue. En efecto, lejos de ser una variación
antojadiza, las vocales alternantes del término --es decir <i> ~ <e>-- se
explican como resultado de la percepción del oído castellano del vocablo
quechua en labios de sus propios usuarios.

Pues bien, si asumimos, por el momento, que la pronunciación


nativa del término era aproximadamente algo como [qč.wa] (donde
el punto indica límite silábico), entonces el hablante de castellano, en
su afán por reproducirla, debía enfrentar hasta tres problemas: (a) el
carácter novedoso de la consonante inicial, de articulación postvelar; (b)
la distribución inusitada de la africada <ch>, que aunque le era familiar,
no estaba capacitado para reproducirla en posición final de sílaba; y (c)
la naturaleza, igualmente exótica, de la primera vocal, cuyo timbre no
es el de la [i] ni el de la [e] de su lengua, sino algo que está al medio9.
Como ocurre en situaciones semejantes, el hablante, guiado por sus
propias reglas de adaptación léxica, podía salir del embrollo mencionado,
de la siguiente manera: (a) igualando la postvelar del quechua con su
aproximadamente equivalente velar castellana; (b) alterando la estructura
silábica de la palabra, de modo que la africada pase a posición inicial de
sílaba; y (c), finalmente, el punto de la discordia: creyendo escuchar, unas
veces la vocal inicial como alta, y otras como si fuera de timbre medio.
De esta manera se desembocaba, o bien en [ki.ču.a] o bien en [ke.ču.a],
que a su vez podían escribirse, respectivamente, como <quichua> o como
<quechua>. Queda claro, entonces, el origen de la controversia, que se
concentrará en el problema del reajuste vocálico, pues nadie cuestionará
los otros dos problemas involucrados en el proceso de incorporación del
préstamo léxico.

Ahora bien, como se adelantó, la forma <quichua>, con

9 En efecto, como lo vienen demostrando los estudios de fonética experimental


aplicados al quechua, todo indica que, en verdad, las vocales “altas” del quechua son,
fonéticamente, abiertas, es decir [] y [] (cf. Pérez Silva 2006).

156 B. APL 45(45), 2008


Quechua

interpretación de la vocal quechua [] como <i>, fue adoptada por los
primeros gramáticos como el nombre de la lengua, dejando la forma
<quechua>, esta vez con identificación de [] como <e>, para referir a
‘zona templada’, y eventualmente a ‘valle’. Ello se manifiesta de manera
muy clara tanto en el Anónimo (1586) como en Gonçález Holguín: el
primero consigna <quichua> con el significado de “lengua general” y
<quechhua> como “tierra templada”; el segundo, si bien no recoge la
primera entrada, la emplea como parte del título de su obra: “lengua
qquichua o del inca”, a la vez que registra <qquechhua> “la tierra
templada o de temple caliente” (cf. Gonçález Holguín, op. cit., I, 300)10.
Los proponentes del cambio de <quichua> por <quechua> para referir a
la lengua, lo dijimos ya, desoyendo la convención establecida, preferían
ajustar el término sobre la base de la pronunciación del nombre que
aludía a “valle templado”, y que consideraban el étimo de la palabra,
aunque en este caso correctamente, como se verá. Notemos, en este
punto, un aspecto adicional del debate, no exento de ribetes ideológicos:
quienes reclaman el cambio no son mayormente, aparte de Alonso de
Huerta, los gramáticos y lexicógrafos, sino los prosistas del quechua,
por lo general criollos y mestizos, más preocupados por su fidelidad a la
pronunciación nativa de la lengua.

Por lo demás, el afán por ajustarse a la pronunciación genuina,


dejando de lado toda convención terminológica, como la establecida
para <quichua> = ‘lengua quechua’, persistirá hasta nuestros días,
acompañando, absurdamente, la evolución fonética del término en la
lengua de origen, concretamente en su variedad cuzqueño-boliviana.
En efecto, entre los siglos XVII y XVIII se produce una revolución
consonántica en el quechua cuzqueño, como resultado de los hábitos
articulatorios aimaras de sus hablantes iniciales. Una de las manifestaciones

10 Nótese, de paso, el tratamiento, por parte del Anónimo, de la estructura silábica


de la entrada para “tierra templada”: el empleo de la <h> doblada busca, en efecto,
recordarnos la pronunciación de la <ch> en final de sílaba, seguida de <hua>; lo
propio ocurre en el caso del ilustre cacereño, con el dato adicional de que, con el
doblamiento de <q>, quiere indicarnos la pronunciación de la postvelar quechua.
Resibilabificación semejante, aunque representada de manera diferente, es la que nos
ilustra Guaman Poma, al escribir <quichiua> (cf. Guaman Poma [1615] 1939: passim).

B. APL 45(45), 2008 157


Rodolfo Cerrón-Palomino

más notorias de dicha alteración, y cuyos inicios ya se dejan ver en el siglo


XVI, es la fricativización de las consonantes en posición final de sílaba,
que a su vez acarrea el surgimiento de consonantes aspiradas: de esta
manera, para dar sólo dos ejemplos pertinentes al caso, una palabra como
[qač.wa] ‘danza de parejas jóvenes’ deviene en [qhas.wa], del mismo modo
en que [qč.wa] ‘zona templada’ desemboca en [qhs.wa], donde se puede
apreciar que la [č] se ha tornado fricativa [s], induciendo a la vez, por
compensación, la aspiración de la /q/, que ahora es /qh/11. Pues bien, es
esta pronunciación moderna del vocablo la que intentan reproducir los
quechuistas contemporáneos, seducidos por un afán mal entendido de
fidelidad del original, sin advertir el sentido práctico de toda convención
terminológica. Como resultado de ello, se registran diferentes maneras de
graficar el nombre de la lengua, a cual más exotista y criptográfica, como
cuando se escribe <cjeswa>, <qheswa>, <qheshwa> o <qhexwa>, etc.12

Ahora bien, en párrafos precedentes, como se recordará, convinimos


en que el étimo de la palabra que estudiamos sería, provisionalmente, [qč.
wa]. Esta fue, indudablemente, la forma que escucharon los españoles de
labios de los naturales, y que, conforme vimos, buscaron reproducir, lo
mejor que pudieron, dentro de su idioma. ¿Significa esto que la propuesta
etimológica responde a una fonética prístina dentro del idioma? La
respuesta es no, si nos remontamos a etapas anteriores de la palabra, cosa
que es posible, gracias, no ya a la información documental escrita, sino a
la proveniente de la dialectología y de la lingüística histórica. En efecto,

11 La influencia aimara en este caso está fuera de toda duda, y, sin ir muy lejos, basta
con ver cómo se pronunciaba el nombre de la lengua entre los lupacas, al tiempo en
que tales cambios aún no se habían consumado en el cuzqueño: el jesuita anconense
recoge <Quesua aro> “lengua quichua, o del Inga”, agregando a renglón seguido la
frase latina “Eiusdem pronuntiationis”, es decir la pronunciación de los hablantes de
aimara (cf. Bertonio [1612] 1984: II, 290).
12 Oigamos lo que nos dice al respecto nuestro colega y amigo Xavier Albó:
“Limitándonos a nuestro mundo andino, la complejidad de esta cuestión ortográfica
[del quechua] queda ilustrada en los índices de la bibliografía de Rivet [y Créqui-
Montfort] (1956) donde descubrimos que el nombre del idioma “quechua”, que sólo
tiene 5 o a lo más 6 fonemas, ha llegado a ser escrito de 83 maneras distintas” (cf.
Albó 1974: cap. 6, 125). Tales son las consecuencias por atender al llamado ingenuo
de la pronunciación nativa.

158 B. APL 45(45), 2008


Quechua

los datos dialectales del quechua permiten sostener, con seguridad, que la
consonante africada de la palabra estudiada no fue /č/, como la castellana,
sino /ĉ/, es decir una retrofleja, no desconocida del todo en algunos
dialectos del castellano, como el chileno (repárese aquí en la pronunciación
del grupo <tr>). Evidencias a favor de ello nos proporcionan las variedades
quechuas centrales, en las que se preserva la africada retrofleja, ausente en
los dialectos sureños. Así, por ejemplo, el quechua de Pacaraos (Huaral),
registra [qeĉwa] ‘valle’ y el de Huancayo consigna también [iĉwa] ‘habitante
de las estancias’, en este último caso, con eliminación de la /q/ inicial,
ausente en el dialecto. Con estos datos, que no son los únicos, podemos
reconstruir cómodamente *qiĉwa, como la forma registrada por el proto-
quechua13. Es, pues, a partir de esta postulación que se explica, como
producto de una evolución, su cambio en [qč.wa], que es la forma sureña
que escucharon los españoles en boca de los cuzqueños.

Hay otro dato más que abona a favor de la propuesta mencionada, y


esta vez proviene del aimara. Ocurre que la rama altiplánica de esta lengua
registra la voz qherwa con el significado de “valle, tierra algo cálida”, y
así qherwa jaqe vale por “valluno, hombre del valle” (cf. De Lucca 1986:
140)14. Obviamente, hay aquí una relación estrecha no solamente entre
<qherwa> y <quechua> sino, de manera más interesante, con nuestra
forma reconstruida, es decir *qiĉwa. Y es que el fonema /ĉ/, propio del
proto-aimara, y presente aún en su rama central moderna, cambió, en sus
variedades sureñas, ya sea a /t/, de manera casi regular, pero también a
/r/, esporádicamente (cf. Cerrón-Palomino 2000a: cap. V, § 1.21.13), de
modo semejante a como lo hizo el etnónimo limeño <Ichma>, registrado
a veces en los documentos como <Irma>, ambas formas atribuibles a
*iĉma (ver, para esto último, Cerrón-Palomino 2004: § 4). En el caso de
<qhirwa> estamos, pues, ante un préstamo quechua muy antiguo dentro

13 Lo propio podemos decir de la voz cachua (en el cuzqueño moderno, qhaswa), que
remonta al proto-quechua *qaĉwa. Como se ve, los cambios mencionados son, pues,
regulares y no simplemente producto del azar.
14 Nótese que el autor, que no hace uso oficial del alfabeto aimara, emplea <e> en
vez de <i> en su notación. Véase, en cambio, el tratamiento diferente por parte de
Büttner y Condori (1984: 183) y Callo Ticona (2007: 214): en ambos casos tenemos
<qhirwa>.

B. APL 45(45), 2008 159


Rodolfo Cerrón-Palomino

del aimara, en una etapa en la que ambas lenguas compartían escenarios


comunes en la sierra central.

4.2. Cuestiones de significado. En relación con el significado


originario del nombre de la lengua, dejando para más adelante la
motivación del mismo, salvo algunas asociación gratuitas que veremos
luego, no hay problema en señalar que corresponde al de un topónimo
genérico, que refiere a la zona ecológica andina situada entre los 2 300 y
3 500 metros sobre el nivel del mar, “constituyendo fajas longitudinales”
entre los declives oriental y occidental del sistema orográfico de los
Andes (cf. Pulgar Vidal [1941] 1981: 81-82). Como tal, su definición
en los vocabularios antiguos y modernos, como ‘valle templado’, se
corresponde con la realidad descrita, y nada impide pensar que así fuera
también en épocas remotas. Por extensión, como ocurría en el caso de
<yunga>, el topónimo podía ser empleado también como etnónimo
genérico, para designar al poblador originario del piso ecológico en
referencia, del mismo modo en que llamamos ‘costeño’ al habitante de la
costa o selvático al de la selva. Así, por ejemplo, <qquechhua runa> “el de
tierra templada”, en Gonçález Holguín (op. cit., I, 300), en oposición, por
ejemplo, al poblador de tierras frías, que vendría a ser un sallqa runa15.

Pues bien, no obstante la transparencia de su significado, no han


faltado estudiosos que, con gran desconocimiento de la evolución
fonológica del término, hayan pretendido asociarlo gratuitamente con
otro vocablo. Tal es el caso del quechuista ítalo-argentino Honorio
Mossi (1860), secundado, entre otros, por el etimologista peruano
Durand (1921: cap. II). Sostenía el primero de los autores, partiendo de
su pronunciación moderna, que la palabra --es decir [qhswa]--tenía su
origen en el participio del verbo <quehua-> (sic), es decir <quehuasca>,
precediendo a <ychu>, para dar <quehuasca-ychu> “paja torcida”, frase
que se habría comprimido finalmente en queshua, sugiriéndonos así

15 Incidentalmente, la oposición entre gente <quechua> y <sallqa> sigue teniendo


mucha vigencia entre los pueblos del sur andino, especialmente en los de Ayacucho y
Apurimac, con una fuerte valoración positiva para la primera y altamente despectiva
para la segunda.

160 B. APL 45(45), 2008


Quechua

que los quechuas y su lengua provenían de regiones cubiertas de icho


(cf. Markham [1871] 1923: cap. 1, § 3, 66). Sin embargo, aparte de
la distorsión antojadiza del verbo ‘torcer’, que en verdad es qiwi- (cf.
Gonçález Holguín (op. cit., I, 307: <qqueui->), una forma nada tiene que
ver con la otra, salvo la falsa asociación que de ellas se hace: lo que no
advierten los autores mencionados es que el parecido parcial entre ambas
palabras solo se da cuando <qquechhua> evoluciona a [qhswa], conforme
vimos, y aun así, ambas expresiones no se confunden, desde el momento
en que portan distintas consonantes laringalizadas: glotalizada, en el caso
de ‘soga de paja’, y aspirada, en tanto ‘piso ecológico’ o nombre de la
lengua. De esta manera, peor aún, la etimología propuesta por Durand,
en el sentido de que quechua significaría “la lengua de la nación de los
puentes de paja retorcida”, no podía ser más delirante. Hay también en
ella, como se puede apreciar, un ingrediente de tipo mítico-histórico
preconcebido: se está pensando en los famosos puentes de paja colgantes
construidos para atravesar el río Apurimac16.

Dentro de esta serie de etimologías igualmente absurdas, no


podemos dejar de mencionar una más moderna, ofrecida esta vez por
el quechuista cuzqueño Jorge Lira, quien, relacionando gratuitamente
su entrada <kkechúwa> con el verbo <kkechu-> ‘arrebatar’, desliza la
siguiente explicación:

Quizá no sea aventurado, a juzgar por el sentido del vocablo,


que tal cosa dimana de que los nativos calificaron como ladrones
extorsionadores a sus depredadores, y que el autor del primer tratado
del idioma [fray Domingo de Santo Thomás] tuvo la habilidad de
retrovertir (Lira [1941] 1982: 140).
Se trata, como se ve, de otra asociación completamente antojadiza.

16 Etimologías disparatadas como la mencionada encandilan a menudo, sin embargo, a


los científicos sociales. Para el caso concreto que acabamos de ver, oigamos lo que nos
dice, por ejemplo, Randall (l997: 272). “La sugerencia de que la palabra “quechua”,
en sí, deriva de q’eswa, o “soga de paja torcida” […], no es entonces, completamente
aventurada, dado que los amawta podrían haber hecho tal asociación –tal como el
hombre tuerce paja para crear soga, igual el lenguaje tuerce fenómenos y conceptos
para crear el universo”.

B. APL 45(45), 2008 161


Rodolfo Cerrón-Palomino

Tras reinterpretar quechua como <kkechúwa> (es decir qičuwa, con


resilabificación), buscando reacomodar el término, anacrónicamente,
dentro del léxico nativo, pasa a relacionarlo arbitrariamente con un
verbo que nada tiene que hacer con el nombre de la lengua, ni formal ni
semánticamente. Así, pues, la etimología del vocablo, que en verdad no
presenta mayores oscuridades desde el punto de vista de su significado
originario, no estuvo libre de innecesarias elucubraciones a las que nos
tienen acostumbrados los etimologistas aficionados. Otra es la situación,
sin embargo, tratándose de la motivación del nombre en tanto glotónimo.
En la siguiente sección nos ocuparemos precisamente de este problema.

4.3. Motivación del nombre. Una vez establecida la etimología de


quechua con el significado de ‘zona templada’ o ‘valle’, toca ahora indagar
sobre su motivación en tanto glotónimo, es decir tratar de averiguar de
qué manera un topónimo genérico devino en nombre específico de una
lengua. Al respecto, creemos que hay alguna información documental
que parece indicarnos el proceso de semantización involucrado.

En efecto, comenzando con la referencia más temprana que tenemos,
y que en este caso corresponde a la proporcionada por Cieza de León, los
hablantes iniciales de la “lengua general de los Ingas”, según testimonio
recogido por el cronista de labios de “algunos orejones del Cuzco”, habrían
sido nada menos que los <quichoas> (es decir los quechuas), o sea los
naturales de la etnia del mismo nombre (ver nuestro epígrafe). Esta sola
referencia, aun tratándose de una observación digna de toda confianza
como las que habitualmente nos proporciona el soldado historiador,
carecería de peso testimonial suficiente si no fuera por la existencia
de otras fuentes no menos importantes que apuntan a lo mismo. Nos
referimos, en primer lugar, al dato ofrecido por Cristóbal de Albornoz
([1581]1989: 181), el famoso extirpador de idolatrías, quien, al enumerar
los santuarios existentes en la “provincia de los quichuas”, señala, si bien
escuetamente, que ésta fue “de donde tomó el Inga la lengua general”. En
segundo lugar, contamos también con la observación deslizada por Luis
Capoche, el autor de la Relación de Potosí, al citar una de las ordenanzas
dictadas por el virrey Toledo a efectos de la obligatoriedad del aprendizaje
de la “lengua general” por parte de los doctrineros. Precisa el cronista,

162 B. APL 45(45), 2008


Quechua

a manera de una aclaración entre paréntesis, que el idioma aludido es


el “que llaman quichua (por decirse así el pueblo principal donde se habla y
usaban de ella los incas en el Cuzco, que era la cabeza del reino como hoy es,
aunque no era la materna que la tierra tenía)” (énfasis nuestro; cf. Capoche
([1585] 1959: II Parte, 170). Finalmente, aunque ya a mediados del s.
XVII, el historiador Cobo resumirá todo ello en los siguientes términos:

Tratando de la lengua deste reino, hablo solamente de la quichua,


como general y común a todos los naturales y moradores dél; a
la cual damos este nombre, tomando de la nación de indios que la tenía
propia y de donde se derivó a los demás, que son los quichuas; como a
la castellana la llamaron así, por ser la materna que hablamos los
castellanos (énfasis agregado; cf. Cobo [1653]1956: XIV, I, 234).

Pues bien, las fuentes mencionadas coinciden en señalar, como


podrá apreciarse, la motivación del nombre de la lengua a partir del
referente étnico17. Sin embargo, antes de dar por establecida la conexión
mencionada, quedan por explicar algunos puntos relacionados con la
asociación hecha entre lengua = etnia. Ello porque, entre otras cosas,
el panorama lingüístico que surge de la compulsa de los documentos
coloniales del siglo XVI no parece haber sido tan simple como el que se
desprende de las fuentes citadas. Y así, en primer lugar, habrá que averiguar
quiénes eran los quechuas y qué lengua o lenguas hablaban; en segundo
lugar, si tales quechuas habitaban precisamente una zona quechua; y, en
tercer lugar, siendo el término quechua una voz de significado genérico,
cómo es que pudo pasar a la historia como nombre privativo de un grupo
étnico. En lo que sigue trataremos de responder tales cuestiones.

17 Discrepamos, en tal sentido, de la opinión del colega y amigo Mannheim, quien


sostiene que la asociación de la lengua con la del grupo étnico de los quechuas sería
posterior al uso general que se hizo de la lengua en tiempos de la colonia (cf. Mannheim
1983: Introd., 8). No nos parece así, porque creemos que el registro documental
citado, que el autor no menciona, es suficientemente digno de crédito.

B. APL 45(45), 2008 163


Rodolfo Cerrón-Palomino

En cuanto a la primera pregunta, las crónicas nos informan que


los quechuas constituían, para emplear una expresión de la época,
una “nación” que habitaba en la parte alta del río Apurímac, entre
los ríos Pachachaca y Pampas, ocupando gran parte de la provincia de
Andahuailas, del actual departamento de Apurímac. Conquistada por
Pachacutiy Inca Yupanqui, según Betanzos ([1555] 2004: I, XVIII, 129),
o por su hermano Capac Yupanqui, según el Inca Garcilaso ([1609] 1943:
II, XII, 153), al igual que sus vecinos omasayus, aimaraes, cotabambas,
cotaneras, chumbivilcas y yanahuaras, formaban, según el mismo Inca,
una suerte de liga de naciones bajo un mismo “apellido Quechua”
(cf. op. cit, 154). Las mismas fuentes señalan que los quechuas habían
sido avasallados previamente por los chancas, y que luego, al someterse
voluntariamente a los incas, pasaron a ser los más fieles aliados de éstos
durante la guerra emprendida contra sus antiguos opresores. Pues bien,
¿qué lengua hablarían tales quechuas? Contrariamente a lo que nos
dicen Cieza y los otros autores citados, la evidencia toponímica, en
primer término, y la documental en segundo lugar, parecen indicar,
de manera contundente, que tanto los quechuas como sus comarcanos
hablaban originariamente una variedad aimara, y no en calidad de
mitmas necesariamente, conviene subrayarlo, sino como oriundos del
lugar (cf. Cerrón-Palomino 2001). ¿Significa esto que por <quichoa>
hay que entender aimara, tanto en el texto de Cieza como en los pasajes
citados del corregidor Acuña (ver § 2, nota 5), que no serían producto
de una simple errata? No lo creemos así, y en cambio pensamos que,
al tiempo en que los incas toman contacto con los quechuas, éstos se
encontraban en trance de quechuización completa, como consecuencia
de su sometimiento ante los chancas, que habrían sido los difusores de
la variedad chinchaisuya en toda la región. De manera que, tomando en
cuenta esta situación, no parece haber contradicción entre los incas, de
habla originaria igualmente aimara, aprendiendo la lengua de labios de
sus aliados quechuas previamente deaimarizados.

En relación con el segundo punto, que tiene que ver con el ajuste
entre el significado de ‘zona templada’ y el habitat de los quechuas
prehistóricos, fue Tschudi quien, cuestionando la etimología propuesta,
hizo el reparo en el sentido de que, de las “naciones” que se reclamaban

164 B. APL 45(45), 2008


Quechua

quechuas según el Inca historiador, sólo dos —los yahanuaras y


chumbivilcas— vivían en tierras templadas, en tanto que el resto ocupaba
zonas más bien altas; por tanto, concluía el autor, “no es fácil admitir
que la provincia haya recibido el nombre de khetsua, por razón de
sus tierras templadas” (cf. Tschudi, op. cit., 153). Al respecto, debemos
señalar que en verdad el concepto de ‘tierra templada’ debe ser tomado
en términos relativos y no en forma categórica, por lo que la observación
del viajero suizo, que no parece haber estado en la región, no puede ser
tomada al pie de la letra18. Nada impide entonces que aceptemos que,
en la realidad de los hechos, el grupo étnico que se reclamaba quechua,
habitara en un “valle alto”, o en una “región de los valles altos”, para
usar la definición del término ofrecida por Middendorf (1891: 277). De
manera que la objeción a la correlación ecológica mencionada no parece
tener sustento.

Finalmente, queda la pregunta relacionada con la exclusividad del


nombre, en principio de uso genérico, como vimos, para referir a la
etnia prehistórica conocida. Porque, como es fácil constatar revisando
los diccionarios geográficos de Paz Soldán (1877) y Stiglich (1922), el
territorio peruano está sembrado de una toponimia, ya sea mayor o
menor, que porta el nombre (escrito como <Quichua> o <Quechua>), en
forma simple o derivada19, o integrando compuestos, desde Ancash, en
el norte, hasta Puno, en el sur, ilustrando justamente su empleo genérico

18 Observa al respecto Pulgar Vidal, que “no todas [las regiones naturales del Perú]
tienen las mismas e invariables condiciones y características”, pues ocurre que “entre
una zona y otra hay verdadera interpenetración como entre los pedazos de una tarjeta
rota en forma sinuosa, de suerte que las salientes de una región corresponden a las
entrantes de la otra, y recíprocamente” (cf. Pulgar Vidal, op. cit., 25).
19 Entre los topónimos con estructura derivada destacan <Quichua-s> (varios lugares en
Ancash, en Pasco, y en Tayacaja), <Quichua-y> (en Huailas y Huancayo), <Quichua-n>
(en Aija, Ancash), en los que se divisan los reflejos de los sufijos –ş, del quechua, al
lado de –y y –n, de origen aimara. Los topónimos <Quechua-ya> (en Lucanas y en
una isla del Titicaca) y <Quichua-ni> (en Langui, Canas) son variantes aimarizadas
(previa adición de la vocal paragógica [a]) de sus correspondientes <Quichuay> y
<Quichuan>, respectivamente, delatando, además, el sustrato aimara respectivo.
Para los sufijos referidos y los significados que les imprimen a la base a la cual se
agregan, ver Cerrón-Palomino (2002a, 2002b).

B. APL 45(45), 2008 165


Rodolfo Cerrón-Palomino

en todo el territorio quechua. Siendo así, una posible explicación es que


el término haya sido invocado como un atributo diferencial, asumido
por los propios interesados o impuesto por los comarcanos, definiendo
de este modo fronteras étnicas bien establecidas. Del resto se habría
ocupado el “azar de la historia”, del mismo modo como ocurrió con el
nombre de aimara, que de topónimo, igualmente recurrente, devino en
etnónimo (cf. Cerrón-Palomino 2007).

5. Runa simi: ‘lengua del indio’. En § 1 dejamos establecido que


la lengua, al igual que la aimara, no tenía nombre propio, y la prueba
indirecta de ello es, una vez consumada la conquista española, la
necesidad insoslayable de nombrarla de manera específica. Sin embargo,
nuestros estudiosos modernos (cf. Porras Barrenechea [1945] 1963: cap.
II, 24-25), basados en la opinión de algunos quechuistas, se llenan la
boca señalando que el nombre auténtico y originario del idioma habría
sido runa simi, glosada como ‘lengua del hombre’ o ‘lengua de la gente’.
Uno de tales quechuistas, entre los extranjeros, fue nada menos que
Middendorf (1891: 277), quien sostiene que “los indígenas del Perú […]
llamaban y llaman hasta hoy su lengua runa simi”. Entre los nacionales,
que se pronuncian en los mismos términos, de manera igualmente
categórica, figuran los cuzqueños Lira (op. cit., 140) y Farfán (1959).
Debemos aclarar, no obstante, que lo dicho por el viajero alemán es
cierto en lo que concierne al uso moderno de la expresión; no lo es, en
cambio, cuando nos quiere decir que tal era el nombre originario, es
decir prehispánico, de la lengua, como se había adelantado en observar
Tschudi (op. cit., 155). En efecto, que sepamos –y el excurso ofrecido en
§§ 1, 2 así lo confirma-–, no hay fuente alguna, menos aún temprana,
que registre la designación mencionada. Encontramos sí, por ejemplo
en el Anónimo (1586), la expresión <runa simi> como equivalente de la
entrada “lengua de los yndios”; lo propio ocurre en Gonçález Holguín,
que glosa la misma entrada como <runa simi>, es decir, como simple frase
atributiva, o <runap simin>, como frase genitiva (cf. op. cit., II, 561)20.

20 Después de todo, el empleo de simi, como equivalente genérico de lengua, está


ampliamente documentado en el quechua; y así, para distinguir la lengua (definida
desde el punto de vista del ego) de cualquier otra, se empleaba el modificador

166 B. APL 45(45), 2008


Quechua

Pero glosa parecida, y por consiguiente nada privativa del quechua, la


encontramos también en el aimara: así, Bertonio da como equivalente de
“lengua de los indios” la expresión gemela <haque aro>. Es más, el mismo
jesuita proporciona <Castilla aro> como sinónimo de “lengua romance”,
o sea la castellana (cf. op. cit., II, 289). Pues bien, ¿qué significado tienen
en dicho contexto tanto <runa> como su equivalente aimara <haque> (es
decir [haq])? La respuesta es sencilla: tales voces no significan ‘gente’ o
‘persona’, o ‘ser humano’, sino ‘indio’ a secas, como puede verificarse
con sólo hacer la consulta de los diccionarios respectivos21.

De todo ello se desprende entonces, de manera transparente, que la


expresión runa simi, lejos de ser una designación de origen nativo, es el
resultado de una adecuación lexico-semántica efectuada por los tratadistas
coloniales, con recursos propios de la lengua es cierto, como una respuesta
que buscaba establecer los correlatos lingüísticos que respaldasen el nuevo
ordenamiento colonial, que distinguía entre una república de españoles y
otra de indios: se demarcaba de esta manera la frontera estamental entre
el castellano y el runa (o haqi), con sus lenguas emblemáticas: castilla simi
‘lengua castellana’ opuesta a runa simi (o haqi aru) ‘lengua de los indios’.
Como podrá apreciarse, no podía quedar más claro el carácter excluyente
y segregativo de la expresión que, con desconocimiento de su génesis,
ha sido posteriormente asimilada, y no solamente por la elite pensante,

hahua ‘fuera, encima’. El siguiente pasaje es, en este punto, muy revelador: “Y en
este repartimiento [de Atunrucana y Laramati] hay muchas diferencias de lenguas,
porque casi cada cacique tiene su lengua, aunque todos hablan y se entienden en
la del Inga; y a las lenguas diferentes de las del Inga en que se hablan y entienden,
la llaman hahuasimi, que quiere decir lengua fuera de la general, que es la del Inga”
(cf. Monzón [1586} 1965: 228). Incidentalmente, la desbordada fantasía de nuestros
historiadores tradicionales, ayudada por su desconocimiento campante del quechua,
hizo que en vez hahua se leyera huahua ‘criatura’, de manera que, según esto, las
lenguas diferentes del quechua y del aimara serían ‘lenguas infantiles’.
21 Al lado de <runa simi>, también parece haberse empleado <quichua simi> ‘lengua
quechua’. Así, por ejemplo, en Pedro Pizarro ([1571] 1978: XIII, 75), quien recoge
<guichuasimi>. De paso, la versión consultada trae <quechuasimi>, a todas luces una
forma reñida con la manera en que se escribía la palabra en tiempos del cronista,
y que sólo puede ser atribuida a uno de los censores del que nos habla Lohmann
Villena, el editor de la obra (pp. XLIX-L).

B. APL 45(45), 2008 167


Rodolfo Cerrón-Palomino

sino también, aunque propiciada e inducida por ella a través del sistema
educativo, por los propios hablantes de la lengua. Baste con señalar que
la designación no goza de uso general, no ya entre los hablantes de las
ramas central y norteña del quechua, sino ni siquiera entre los usuarios
de la variedad sureña en su conjunto: de hecho, ella es desconocida en
Bolivia. Ya se dijo, en cambio, que el empleo del término quechua y sus
variantes fonéticas es prácticamente general en todos los ámbitos en los
que se habla la lengua involucrada.

6. A manera de conclusión. En las secciones precedentes hemos


tratado de ofrecer la etimología del glotónimo quechua. Basados en la
temprana documentación escrita, tanto cronística como lingüística
propiamente dicha, así como en los datos ofrecidos por la historia y la
dialectología de la lengua, creemos haber demostrado: (a) que la lengua,
al ser asumida como propia, no tenía necesidad de contar con un nombre
especial que la singularizara: bastaba referirse a ella como simi; (b) que
su primera designación objetivada, por parte de los españoles, fue de
carácter funcional, llamándosela “lengua general”, pero que, dado que la
aimara también gozaba de un rango similar, fue necesario precisarla como
“lengua general del inca” o “del Cuzco”; (c) que en vista de que, según
tradición recogida por los españoles, los quechuas, procedentes de una
zona templada, serían los hablantes originarios de la lengua, resulta natural
que ésta fuera designada como <quichua>, como ocurre, universalmente,
en situaciones semejantes; (d) que, en tal sentido, se buscó introducir una
distinción terminológica sistemática entre <quichua> ‘lengua quechua’
y <quechua> ‘valle templado’; (e) posteriormente, sin embargo, surgió
una corriente reformista que propugnó la “restitución” de <quechua>
para designar a la lengua, recusando la forma <quichua>, e igualándola
con <quechua> ‘valle templado’; (f) finalmente, esta forma acabó por
imponerse en el Perú y Bolivia, mas no en lo que fuera la periferia del
antiguo país de los incas, donde la alternativa léxica originaria, es decir
<quichua>, no ha dejado de usarse hasta la actualidad. Por lo demás, lo
dicho en (a) se confirma con la naturaleza exógena de la expresión runa
simi –inicialmente segregacionista-–, que sin base alguna se considera
nombre originario de la lengua, conforme se vio.

168 B. APL 45(45), 2008


Quechua

Ahora bien, nótese que, a diferencia de lo que ocurre con el glotónimo


aimara, el término quechua, no obstante haber devenido históricamente
en un etnónimo, no ha conseguido desarrollar, por lo menos en el Perú,
una connotación de carácter “nacionalista”; y si alguna vez se pretendió
fundar una “nación quechua”, ello no pasó de una receta postiza de corte
stalinista, como lo señala Basadre ([1931] 1978: cap. IV, 330-331). En tal
sentido, cuando se habla hoy de un “pueblo quechua”, especialmente en
los ambientes académicos, se tiene en mente a los hablantes de la lengua
en sus variados dialectos, que no necesariamente se identifican como
quechuas en el sentido antropológico que quiere darse al término, y que
por lo mismo, en el terreno ideológico y político, “no forman unidades
vigorosas y agresivas”, como señalaba el mencionado historiador. Perdura
sí, en cambio, y no en todo el mundo andino, su antiguo valor de
referencia a una zona ecológica, opuesta a puna o sallqa.

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Rodolfo Cerrón-Palomino

176 B. APL 45(45), 2008


RESEÑAS
Reseñas

B. APL, 45. 2008 (179-186)

Marco Martos, Aída Mendoza e Ismael Pinto (editores). Actas del


II Congreso Internacional de Lexicología y Lexicografía “Pedro Benvenutto
Murrieta”. Lima, Academia Peruana de la Lengua - Facultad de Ciencias de
la Comunicación, Turismo y Psicología de la Universidad de San Martín
de Porres, 2008.

Presentamos en esta ocasión el volumen correspondiente a las


actas del II Congreso Internacional de Lexicología y Lexicografía “Pedro
Benvenutto Murrieta”, que tuvo lugar en nuestra capital del 18 al 20 de
abril del presente año, organizado por la Academia Peruana de la Lengua,
la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, la Pontificia Universidad
Católica del Perú y la Universidad de San Martín de Porres.

Se publican en el libro 31 ponencias, exposiciones de temas de


Lexicografía, Lexicología y Semántica. La gran mayoría de trabajos presentados
incluye aportes e información que son útiles para los estudiosos y para quienes
desean conocer las características y variedad del español en el Perú.

Siendo difícil, por razones de tiempo, pasar revista a todas las


ponencias, podemos detenernos sólo en algunas. La primera, “El habla
limeña del ochocientos. Frasemas adverbiales”, del profesor Augusto
Alcocer Martínez, constituye un documentado estudio de frases comunes
en el habla limeña del siglo XIX, tal como se reflejan en publicaciones de la
época. Se ocupa el autor de una palabra (“guasaquió”) y de 34 locuciones
adverbiales, algunas de las cuales todavía se escuchan o se leen, como “por
angas o por mangas”, “de cabo a rabo”, “con las mismas”, “de paporreta”,
“de pe a pa”, “de polendas”, “a tajo abierto”, “a troche y moche”, “del
tiempo de Ñangué” o “a las volandas”. La indagación del profesor Alcocer
permite ubicar históricamente estos elementos fraseológicos, acercarnos
a fuentes documentales de las que nunca debemos estar lejanos y tener
una idea del ambiente y gracia del hablar de los limeños.

B. APL 45(45), 2008 179


Reseñas

La ponencia “La herencia léxica del hampa en el castellano actual


limeño”, de Paola Arana Vera es un estudio comparativo-contrastivo de
la tesis de 1956 de José Bonilla Amado sobre el hampa limeña de la
época. La señorita Arana toma 50 de las palabras de Bonilla y las analiza
a la luz de la información actual del DRAE y del uso contemporáneo,
lo que pone en evidencia que buen número de ellas (chaira, manyar,
mitra, muñequearse, telo, tombo, trome, zorra, etc.) conserva su vigencia. Hay
expresiones registradas por Bonilla que figuran en el Diccionario de la
Real Academia Española (DRAE) sin la marca “Perú”, como “buitrear”,
“ensartar”, “la sin hueso”, “macanudo”, “pajero, ra”, lo cual indica que
no son exclusivos del Perú sino elementos comunes de gran parte del área
iberoamericana. Al analizar cada uno de estos elementos, Paola Arana
Vera propone formalizar una definición que se ajusta a los criterios
técnicos de la Lexicografía.

Rosa Carrasco Ligarda expuso “Celendinismos”, ponencia en la cual


analiza numerosas palabras del léxico de Celendín (región Cajamarca),
las cuales estudia en su significado y en cuanto a los procedimientos
o recursos fonéticos, semánticos o morfológicos, préstamos de otras
lenguas, etc., observables en estos elementos. La autora recurre a fuentes
lexicográficas y al testimonio de informantes. Se ocupa, por ejemplo, de
chiclayo, que en otros lugares del país se conoce como zapallo; de das-das
(‘rápidamente’) y grajo (‘escaso’, ‘insignificante’).

Óscar Coello en “Atabálipa, no Atabalipa: Examen de un


malentendido” se ocupa de la acentuación que debió tener el nombre
del desafortunado inca. Estudia las muestras de ambos casos (con acento
esdrújulo o con acento grave) que se presentan en crónicas antiguas y,
valiéndose de los principios de la métrica, llega a la acertada conclusión
de que la forma correcta es la que tiene acento esdrújulo (“Atabálipa”).
Lo curioso es que para llegar a este resultado no analiza la palabra en la
forma que tenía en lengua nativa. Debemos señalar que en quechua el
nombre era “Atahuallpa”, formada de las raíces ataw (‘ventura’) y wallpa
(‘guerrero’). Otro dato es que en quechua es común que la “ll” en posición
final de sílaba se realice como “l”, de donde tenemos “collca” o “colca” (de
qullqa, que significa ‘almacén de granos’) o el apellido “Sullca” o “Sulca”.

180 B. APL 45(45), 2008


Reseñas

Los españoles que escribieron “Atabálipa” o “Atabalipa” desconocían o


no captaban bien la pronunciación del quechua y partiendo de la variante
nativa con “l” (“Atahualpa”, no “Atahuallpa”), desarrollaron (ellos, no los
indios) la vocal epentética “i”, que dio por resultado esas formas alteradas
con cinco sílabas (“Atabálipa” con cinco frente a “Atahuallpa” con
cuatro); pero así fonéticamente alterada la forma “Atabálipa” conservó
correctamente el acento de “Atahuallpa”, que cae en la tercera sílaba de
la palabra.

“Evolución del Castellano de Pallasca y su léxico”, de María del


Carmen Cuba Manrique, es una buena exploración de las raíces del
vocabulario de esa localidad ancashina. Se ocupa de préstamos de otras
lenguas y rastrea con acierto la etimología de voces pallasquinas es las
lenguas culle, quechua, aimara y jacaru. Por ejemplo, se ocupa de la
palabra púlume ~ pulme ‘tierra virgen o no cultivada’ y la remite al étimo
aimara puruma, explicando por lambdacismo (cambio /r/ >/l/) la /l/ de
la forma pallasquina. Observando púlume y pulme notamos que el acento
se mantiene en la primera sílaba y no en la segunda como puruma del
aimara (que es palabra grave); esto es muy interesante porque indica que
la realización pallasquina púlume ~ pulme procede de una época antigua
en que la lengua altiplánica aún tenía palabras esdrújulas (hoy el aimara
es una lengua de acento mayoritariamente grave). Otro caso sorprendente
de influencia aimara o jacaru es jaque (‘bien de salud’, ‘que ha convalecido
bien’), la que nos remite a la raíz aimara-jacaru jaka (‘vivir’).

Luis Delboy, en “Una herramienta para usar Internet en investigación


lexicográfica”, nos pone al tanto de las grandes posibilidades que ofrece
la red de redes para la indagación lexicográfica; nos dice qué podemos
encontrar y cómo. Da una explicación de los robots de búsqueda o
motores de búsqueda que, sumergiéndose en millones de páginas o sitios
de Internet, en contados segundos encuentran la palabra que buscamos.
Se trata de algo no solamente útil sino válido para efectos de pesquisas
académicas; sólo hace falta uniformar la captación contextualizada de los
ejemplos y la forma correcta de citar la fuente (por ejemplo debe saberse
si hay autor, título de la página o nota, cita de la fuente, empezando por
“http://…”, lugar, fecha y hora de la descarga, etc.). Lo de lugar, fecha y

B. APL 45(45), 2008 181


Reseñas

hora de la descarga es muy importante, puesto que muchas páginas de


Internet son de duración efímera.

“Algunos aportes que ofrece el léxico del cultivo del mango en Piura
al DRAE”, de Liliana Fernández Fabián, corresponde al tipo de trabajos
que se ocupan de determinados tecnolectos, porciones de vocabulario
restringidas a ciertos campos laborales o profesionales y que lindan con
el territorio de la terminología. Habiendo realizado trabajo de campo y
trabajado con informantes del lugar, registra la autora voces no incluidas
en el DRAE y las presenta siguiendo las pautas lexicográficas de dicho
diccionario. Buen número de palabras que incluye existen en el habla
general, sólo que han adquirido un significado particular; adelantar
(‘Referido a una planta: Producir fruto antes del tiempo esperado’),
aplicaciones (‘Referido a la protección de una planta: Productos químicos
administrados interior o exteriormente’), despuntar (‘Dicho de las ramas:
Cortarlas de modo que el árbol tenga una forma simétrica’), guato
(‘Dicho de un fruto: Rama pequeña que lo sostiene’), etc. El lexema
que mencionamos en último lugar es común en las zonas de influencia
quechua y aimara, en las que “guato” (< watu) designa un cordoncillo o
cuerda que se usa para atar.

“Ardientes, provocativas… envolvernos en pasión: sensualidad,


cognición y léxico. Una mirada a los diarios ‘chicha’”, de Marco Antonio
Lovón Marcos, es una mirada analítica a los anuncios de prostitución
que se publican en diarios populares (“chicha”) limeños. El estudio de
Lovón se realiza a la luz de teorías de la cognición y permite identificar
los componentes prototípicos de los anuncios de las damas del amor
mercenario que recurren a un conjunto definido y estructurado de
recursos lingüísticos apelativos y palabras (principalmente adjetivos) y
frases destinadas a captar la atención de sus clientes (incluidas mujeres,
según el corpus que ofrece el ponente).

La ponencia “El léxico polisémico de la textualidad vs. el léxico


sinonímico de la frase”, de Lilia Llanto Chávez, analiza las limitaciones
del DRAE en cuanto al tratamiento de los elementos que presenta,
empezando por reflexionar acerca del orden alfabético. Uno de los

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Reseñas

artículos léxicos del DRAE que analiza Lilia Llanto Chávez es dar.
Demuestra que tal como está organizado es una sucesión de acepciones
y formas complejas cuyo ordenamiento u organización reposa en el
alfabeto, pero no en las significaciones. Consecuentemente, sugiere la
profesora organizar las acepciones de dar (que son 53) en grupos que
tengan en común un significado que los relacione (“redes prototípicas”).
Propone reordenar las 53 acepciones en cinco grupos: 1) el que da la
idea de donar, entregar, conferir, otorgar; 2) el que da la idea de decir,
expresar, comunicar, impartir, recitar; 3) el que da la idea de producir
(rendir fruto, rentar un interés); 4) otro que da idea de producir
(causar, ocasionar). El objetivo de la propuesta es contar con un registro
lexicográfico semánticamente coherente y funcional, que ponga a salvo
de ambigüedades y abusos de sinonimia.

“Algunas locuciones verbales en el castellano peruano y su


aproximación a las de otros países de habla hispana”, de la profesora
Consuelo Meza Lagos, es otro de los estudios de frase presentados
en el Congreso. Pasa revista a locuciones comunes como “buscar tres
pies al gato”, “dar una manito”, “hacer el bajo”, “hacer perro muerto”,
“parar la olla”, entre otras. Lo hace proporcionándonos información
sobre la presencia de estos elementos —o sus equivalentes— en otros
países iberoamericanos. Como el trabajo de Augusto Alcocer Martínez,
demuestra la pertinencia y utilidad de emprender el estudio lexicográfico
poniendo énfasis en unidades mayores que el lexema.

“De roches, arrochadas y rochosos. Estudio de una familia léxica


del castellano peruano”, de Agustín Panizo Jansana, es un detallado y
documentado análisis sobre el surgimiento y significación de palabras
como roche, arrochar, arroche, rochoso, etc. Nos remite el autor a los registros
de estas palabras que ha podido encontrar en documentación de décadas
pasadas. Examina la realización chilena de palabras de esta familia y su
posible relación con las que conocemos en el Perú. Finaliza su trabajo
estableciendo adecuadamente, y basándose en suficiente atestiguación,
los valores actuales que tienen estas palabras en el habla del Perú.

B. APL 45(45), 2008 183


Reseñas

“Cotejo crítico de las coincidencias léxicas entre el Perú y Chile”,


de Luisa Portilla Durand, surge de la revisión de 1 470 lemas del DRAE
que vienen con la marca “Chile” y la comprobación de si los significados
atribuidos a Chile coinciden con los que se conoce en el Perú. Se
halla que aun cuando muchos significados son compartidos, no son
exactamente iguales, por lo que en varios casos Portilla propone adecuar
algunas marcas o redefinir, dejando de lado la definición que propone el
DRAE. Ejemplos:

En el DRAE hay “chorear. tr. coloq. Arg., Chile y Perú. robar (║ tomar
para sí lo ajeno) […]”, en lo que Portilla nota que en el Perú la palabra no
es de uso coloquial sino popular, por lo que indica que se debe dar cuenta
de esa diferencia. Otro caso es guata. En el DRAE tenemos “guata2. […] f.
coloq. NO Arg., Bol., Chile, Ecuad. y Perú. Barriga, vientre, panza.” Portilla
hace notar que las palabras empleadas para definir (“barriga”, “vientre”
y “panza”) no remiten a sus acepciones precisas (por ejemplo, ¿a cuál de
sus ocho acepciones se refiere la palabra “vientre” utilizada para definir
guata?).

Por esta razón Portilla propone hacer definición aparte para nuestro
país: “guata2. […] f. […] coloq. Perú. Especialmente si es abultado: vientre
(║ región exterior del cuerpo, correspondiente al abdomen).” El balance
final es que de los 1 470 lemas con marca Chile, hay “más de 160 entradas
y acepciones compartidas con Chile, y más de 70 voces del léxico chileno
[…] donde hace falta agregar la marca diatópica Perú”.

Las investigadoras venezolanas Elvira Ramos y Adriana Quintero


nos ofrecen en “Léxico del español colonial venezolano en testamentos
merideños del siglo XVII. Una evaluación del corpus”, que es un estudio
de documentos antiguos que constituyen una rica fuente de elementos
que contribuyen a determinar un estado anterior de la lengua y a conocer
la evolución del español enraizado en el nuevo continente. Se ve que los
testamentos se escribían siguiendo fórmulas y palabras fijas, tal como
ocurría en el Perú en esa época. Podemos señalar que en nuestro país ya
se está trabajando en este tipo de material antiguo.

184 B. APL 45(45), 2008


Reseñas

Mervi Paola Vera Buitrón en “Léxico del camote en la quebrada de


Cañete” nos ofrece otro ejemplo de estudio del léxico de una determinada
actividad, semejante en objetivos al mencionado de Liliana Fernández
Fabián, que se ocupa del mango. Estudia las diferentes palabras que se
emplean para designar a las variedades de camote y a las voces que sirven
para designar a las actividades relacionadas con el cultivo del camote. Nos
ilustra con palabras como camote anmarillo, camote capadito, camote Jonathan,
barbechar, capar, gradear, machacar, subsolar, etc. Debemos señalar que las
conclusiones a las que llega abarcan la gama necesaria para comprender
el tema integralmente: contextualizaciones de tipo sociolingüístico y
discriminación de los elementos estudiados (cuáles son peruanismos,
etimología, etc.). Mencionemos que en machacar se le fue, se le pasó, señalar
el étimo jacaru de la palabra (en esta lengua macha es ‘regar’).

“La terminología culinaria en Benvenuto Murrieta”, de Sergio


Zapata Acha, ingeniero de profesión, es un cuidadoso trabajo en el
que el autor rescata numerosas voces relacionadas con la gastronomía y
culinaria. Ha consultado fuentes de los siglos XIX y XX que le permiten
fijar con mayor precisión el sentido de las palabras. Debemos mencionar
que Sergio Zapata Acha no se ha limitado a la identificación de elementos
léxicos sino, además, ha tenido cuidado de revisar las recetas relacionadas
con varias de las palabras mencionadas. Por ejemplo, cuando se ocupa
del bien me sabe, escribe: “Inicialmente era preparado a partir de almíbar,
almendras y yemas…” Desde el punto de vista lexicográfico, lo que el
autor presenta es un repertorio que más que definir explica, entrando
necesariamente en el terreno de lo enciclopédico (esto es, explicaciones
que exceden lo que es la definición propiamente dicha), del cual trata
de apartarse la técnica lexicográfica convencional; sin embargo, ha de
señalarse que las fuentes de las que parte el investigador y el propósito de
difusión de parte de nuestra cultura culinaria determinan que el enfoque
asumido y el producto final del trabajo tengan características propias, no
necesariamente ajustadas a las pautas de la Lexicografía.

Por razones de tiempo se ha omitido pasar revista a otras ponencias,


sin que esta forzada omisión signifique ninguna descalificación de la
calidad de los trabajos no reseñados.

B. APL 45(45), 2008 185


Reseñas

Es grato decir que ha prendido el interés por los estudios


lexicográficos y lexicológicos, que nos permiten conocer más de nuestra
realidad idiomática y de la de otros países. La organización de los
Congresos de Lexicología y Lexicografía y la publicación de las actas
constituyen un buen estímulo para el florecimiento de esta rama del
saber. Con el tiempo se irán refinando métodos y mejorando resultados.
(Marco Aurelio Ferrell Ramírez)

186 B. APL 45(45), 2008


Reseñas

B. APL, 45. 2008 (187-191)

Higgins, James: Historia de la literatura peruana. Lima, Universidad Ricardo


Palma- Editorial Universitaria, 2006, 421 pp.

El profesor James Higgins publicó en 1987 un libro en idioma inglés


titulado A history of peruvian literature (Liverpool: Francis Cairns, 379 pp.);
la misma obra le ha servido de base para que en el año 2006 —después de
casi dos décadas— retome, actualice y enriquezca, una nueva publicación,
esta vez en español, a la que llama: Historia de la literatura peruana, que viene
con el auspicio del sello editorial de la Universidad Ricardo Palma.

En realidad se trata de un libro de carácter divulgativo que “aspira a ser


de utilidad práctica tanto para los estudiantes como para el lector general”
(Historia de la literatura peruana, p. 10). Y, así, “intenta dar una visión global
de la literatura peruana” (ídem). Su tarea ha consistido en seleccionar los
autores y títulos más representativos de cada época, ubicándolos dentro de
su contexto sociocultural; y declara que en la elección de escritores “puede
haber cierta arbitrariedad, sobre todo en los capítulos que abordan la
literatura de las últimas décadas” (ídem).

Higgins en el transcurso de su exposición no refiere los indicadores


teóricos dentro de los que levanta sus juicios, pero se entiende que opta
por un enfoque subtextual para llegar a un interpretación (arbitraria, como
lo reconoce) de los discursos literarios. En el transcurso de las 376 páginas
que conforman el libro divide en 12 capítulos la historia literaria del Perú,
que son los siguientes: 1) La otra literatura peruana, 2) Poesía colonial,
3) Prosa colonial, 4) El teatro (De la colonia a los tiempos modernos), 5)
Poesía de la República (1821-1919), 6) Prosa de la República (1821-1919), 7)
Poesía vanguardista, 8) Narrativa regionalista e indigenista (1920-1941), 9)
La generación poética de los 40 y 50, 10) La nueva narrativa, 11) Nuevas
generaciones poéticas, 12) Narrativa del posboom.

B. APL 45(45), 2008 187


Reseñas

El primer capítulo tiene un sugestivo título que, en verdad, es el


nombre de un libro de Edmundo Bendezú, publicado hace veinte años,
en 1986: La otra literatura peruana; pero Higgins, en general, no es muy
puntilloso para señalar la procedencia precisa de sus préstamos: más bien
diluye sus fuentes directas en un extenso repertorio de citas de diversa
importancia. El libro empieza, por orden cronológico, a dar cuenta de los
escritores de la denominada por Bendezú “otra literatura”, desde Juan de
Santa Cruz Pachacuti (cronista del siglo XVII) hasta Eduardo Ninamango
(poeta del siglo XX). A este capítulo le sigue la poesía del período colonial,
aquí el autor nos proporciona una selección de coplas, romances y una breve
referencia a los dos grandes poemas de estilo prerrenacentista que tuvo
en sus inicios la poesía castellana en el Perú. También, realiza un sucinto
repaso desde el Renacimiento hasta terminar en el yaraví de Mariano
Melgar. En la prosa afirma que las expresiones iniciales de narrativa están
en las relaciones, crónicas e historias; la prosa colonial dice iniciarse con
Francisco de Xerez y culminar con Pablo de Olavide. Higgins concluye que
en este período no existió “una tradición narrativa” (ibíd., 81).

James Higgins desarrolla el teatro peruano en el capítulo cuarto que


lleva el subtítulo: “De la colonia a los tiempos modernos”. El autor opina
que el teatro peruano en sus comienzos contaba con obras que solían “ser
convencionales y mediocres” (ibíd., 85); de este modo, describe rápidamente
las obras teatrales de Espinosa Medrano, Lorenzo de las Llamosas, Pedro
Peralta Barnuevo, Francisco del Castillo. En el teatro de la República
tenemos, por supuesto, a los costumbristas Felipe Pardo y Aliaga, Manuel
Ascensio Segura, y a sus epígonos. Luego, en la década de los 30 surgieron
grupos teatrales donde destacaron Percy Gibson, Juan Ríos y Sebastián
Salazar Bondy. Al finalizar el capítulo, Higgins afirma que El cruce sobre
el Niágara, de Alonso Alegría “se destaca técnicamente como la obra más
lograda del teatro peruano” (ibíd., 105).

Los capítulos cinco y seis tratan de la poesía y prosa en el período


republicano, desde 1821 hasta 1919. Dice el autor que la modalidad poética
que marcó estos años fue el Neoclasicismo, donde su mayor exponente fue
Felipe Pardo y Aliaga con su poesía satírica. Luego, Higgins toma como
representante del Romanticismo a Carlos Augusto Salaverry, porque fue un

188 B. APL 45(45), 2008


Reseñas

poeta cuyos versos no eran “superficiales, descuidados y plagados de clichés”


(ibíd., 111) como dice lo fueron sus demás coetáneos. En la poesía llega
hasta Valdelomar. En la prosa empieza con Pardo y Aliaga, y resalta la obra
de Manuel Ascensio Segura. Al ilustre don Ricardo Palma le dedica siete
páginas con una bibliografía actualizada hasta un año antes de la presente
publicación. Higgins afirma que la primera novela publicada en el Perú es
El padre Horán, de Narciso Aréstegui, y que su importancia radica en que
rompió “el monopolio ejercido por una narrativa centrada en Lima y aborda
la realidad del interior del país” (ibíd., 140). En la ensayística republicana
sobresalen González Prada y Abelardo Gamarra; entre las damas de la
época Higgins destaca a Clorinda Matto de Turner, no obstante, critica
su afán didáctico en Aves sin nido, que actúa en desmedro de la novela, lo
que también le ocurre a Blanca Sol, de Mercedes Cabello de Carbonera;
por el contrario Cartas de una turista, de Enrique Carrillo “supera [las
novelas de Matto y Cabello] de lejos en cuanto a calidad artística” (ibíd.,
149). Cierran este capítulo Clemente Palma, Ventura García Calderón y
Abraham Valdelomar.

En el capítulo siete, que trata de la poesía vanguardista, Higgins


dice que Alberto Hidalgo es el “abanderado de la poesía vanguardista [sin
embargo] dista de ser un gran poeta, porque su talento artístico nunca igualó
su ambición ni sus conocimientos teóricos de la estética vanguardista”
(ibíd., 161). Reconoce en los versos de César Vallejo a un poeta universal.
Termina este capítulo con Westphalen y Moro.

La narrativa regionalista e indigenista está datada por Higgins desde


1920 hasta 1941, se resumen las principales obras y el impacto que tuvieron
estas en la sociedad peruana; verbigracia, 7 ensayos de interpretación de la
realidad peruana, de José Carlos Mariátegui; Cuentos andinos y Matalaché,
de López Albújar; por otro lado, Higgins indica que la novela vanguardista
estuvo marcada por Martín Adán y Gamaliel Churata. El tungsteno, de
César Vallejo es la novela más importante en cuanto a realismo social. En la
década de los 30, dice Higgins que se originó una corriente que propiciaba
el mayor conocimiento del interior del país, por ejemplo, Balseros de Titicaca,
de Emilio Romero, y otros destacados prosistas. El capítulo termina con dos
grandes autores de nuestra literatura: Ciro Alegría y José María Arguedas.

B. APL 45(45), 2008 189


Reseñas

En la generación poética de los 40 y 50 se “consolidan las innovaciones


de la generación vanguardista” (ibíd., 225). Los poetas que destacan son
Martín Adán, Jorge Eduardo Eielson, Sebastián Salazar Bondy, etc. Por
otro lado, Higgins clasifica en la línea “algo marginal” (ibíd., 249) a los
poetas Mario Florián y Leoncio Bueno; mientras que la poesía social viene
representada por Gustavo Valcárcel, Manuel Scorza, Alejandro Romualdo
y Juan Gonzalo Rose. En los 50 Wáshington Delgado y Pablo Guevara son
los poetas que lograron “superar la dicotomía entre ‘poesía social’ y ‘poesía
pura’” (ibíd., 255). Esta parte cierra con las valoraciones a la obra poética
de Carlos Germán Belli.

La denominada “nueva narrativa” la conforman los escritores de la


década de los 50. Merecen atención especial las novelas: Los ríos profundos y
El sexto, de Arguedas. Este capítulo finaliza con los máximos representantes
de nuestra novelística: Vargas Llosa y Bryce Echenique.

Higgins dedica el penúltimo capítulo a las nuevas generaciones poéticas;


enmarca en el contexto social de los 60 las producciones de Javier Heraud
y Luis Hernández, considerados por Higgins como poetas que acusan,
todavía, inmadurez juvenil, el primero; y de poesía ligera e inacabada, el
segundo. Dice que Antonio Cisneros es el poeta más representativo (ibíd.,
329), y que Marco Martos “ha quedado relativamente inmune a la influencia
anglosajona y ha obrado más bien dentro de la tradición hispánica” (ibíd.,
337). En la década de los 70 se forman grupos poéticos, dentro de los cuales
sobresale Hora Zero, su consigna de renovación poética, según Higgins, fue
“una promesa truncada” (ibíd., 341), donde “su rechazo de formas rígidas
iba acompañado de una falta de rigor artístico que se refleja en la informe
estructuración de muchos de sus textos” (ídem). Higgins afirma que los
mejores poetas de los 70 fueron José Watanabe (p. 344) y Abelardo Sánchez
León (p.347). También, ocurre “el fenómeno más notable de los últimos
tiempos” (ibíd., 350) que vendría a ser la poesía escrita por mujeres, donde
el feminismo determinó sus poéticas, se pondera y aprecia las producciones
de Carmen Ollé y Giovanna Pollarolo.

El último capítulo trata de la “Narrativa del posboom”, donde James


Higgins indica que siguen siendo las figuras representativas Vargas Llosa

190 B. APL 45(45), 2008


Reseñas

y Bryce Echenique. Ubica dentro de los éxitos editoriales a Jaime Bayly


y a Óscar Malca; mientras que “otros narradores [que] escriben desde la
perspectiva de clases marginales o subalternas” (ibíd., 363) son Gregorio
Martínez, Cronwell Jara, Miguel Gutiérrez. Asimismo, se ocupa de los textos
de temática andina y amazónica. Este capítulo finaliza con las alusiones a
la narrativa de algunas autoras sobresalientes, en especial, Laura Riesco,
donde reseña su principal obra: Ximena de dos caminos.

No estamos, pues, como quedó claro al inicio de la presente reseña,


ante una obra pormenorizada, ordenadora o que proponga un esquema
nuevo de la historia literaria peruana; aunque el título nos pudiera sugerir
equívocamente algún trabajo similar a los estudios minuciosos y lejanos,
pero lamentablemente no superados, de Sánchez o Tamayo Vargas, entre
los peruanos; o a los esquemas fundadores de Ticknor o Menéndez Pelayo,
entre los extranjeros. Luego de su lectura, creemos que tiene el mérito de
poner en evidencia una tarea pendiente de esta época, la cual es iniciar
una obra colectiva (a semejanza de, por ejemplo, La historia de la literatura
griega, de López Férez o de La historia de la literatura hispanoamericana, de
Íñigo Madrigal, para citar casos comunes) que sea fruto de los diversos
especialistas en temas puntuales, porque las historias individuales siempre
tendrán el peso de la superficialidad.

No obstante, felicitamos el ánimo de James Higgins por difundir a


un vasto público lector, de manera clara y didáctica, a nuestros autores
de todos los tiempos. Al margen de algunas apreciaciones sesgadas que
constituyen los aspectos más frágiles de su trabajo, dado el público al que se
dirige (por ejemplo, aquellas referidas a la literatura virreinal donde no se
aparta de juicios interesados que olvidan la unidad esencial de la literatura
hispanoamericana, y consideran la producción surgida entre nosotros
como una mala copia de la literatura peninsular), es loable, también, el
intento del profesor Higgins por tratar de procurarse la mayor cantidad de
bibliografía actualizada. (Fátima Salvatierra)

B. APL 45(45), 2008 191


REGISTRO
Registro

B. APL, 45. 2008 (195-196)

REGISTRO

– Del 21 al 25 de enero en el Auditorio del ICPNA de San Miguel se


realizó el III Curso de Perfeccionamiento Magisterial de Lengua
y Literatura para profesores de nivel escolar. Organizado por la
Academia Peruana de la Lengua, el Instituto Cultural Peruano
Norteamericano y el Ministerio de Educación.

– Se brindó el auspicio académico al Simposio: La influencia de las


lenguas indígenas en el español hablado en el Perú realizado los
días 28 y 29 de febrero y 1 de marzo de 2008, en el Centro Cultural
Ccori Wasi. Esta actividad estuvo a cargo del Dr. Luis Miranda y el
Dr. Julio Calvo.

– Presentación de la Evaluación de la Calidad de la Redacción del


diario El Comercio realizada el 04 de marzo en el auditorio de la
Bolsa de Valores. Participaron Luis Andrade Ciudad, Marco Ferrell
y Marco Martos Carrera.

– Durante los días 7, 14, 21 y 28 de abril de 2008, en el local de


ICPNA de Miraflores, se realizó el Ciclo de Conferencias
Magistrales: Abril en las Letras, actividad organizada por la
Academia Peruana de la Lengua y el Instituto Cultural Peruano

B. APL 45(45), 2008 195


Registro

Norteamericano. Participaron como expositores los académicos


Marco Martos, Ricardo Silva Santisteban, Carlos Eduardo Zavaleta
y Ricardo González Vigil.

– Elección de los doctores Camilo Fernández Cozman como Académico


de Número y Jesús Cabel como Académico Correspondiente de la
Academia Peruana de la Lengua, en sesión de Asamblea General
realizada el 09 de abril de 2008.

– Presentación del libro Léxico peruano: Español del Perú. Volumen I.


Editado por la Universidad San Martín de Porres. Participaron en
la presentación Marco Ferrell, Luisa Portilla y Marco Martos, se
realizó el 11 de abril en la Facultad de Ciencias de la Comunicación,
Turismo y Psicología de la Universidad San Martín de Porres.

– Los días 21 y 22 de abril de 2008 se realizó el curso Teoría y


Práctica del Diccionario Bilingüe a cargo del Dr. Julio Calvo
Pérez.

– Del 23 al 26 de abril de 2008 se realizó el III Congreso Internacional


de Lexicología y Lexicografía en homenaje a “Diego de Villegas
y Quevedo Saavedra”. Participaron expositores de España, Brasil,
Italia, Chile, Colombia, Ecuador, Paraguay y Bolivia, así como
docentes de las universidades Pedro Ruiz Gallo, Universidad
Nacional Mayor de San Marcos, Universidad de Lima, Universidad
Nacional Federico Villarreal, Pontificia Universidad Católica del
Perú, Universidad de Piura, Universidad César Vallejo, entre otras.

– Los días 25 y 25 de abril de 2008 se realizó el curso Teoría y


Práctica de la Definición Lexicográfica a cargo del Dr. Ignacio
Ahumada Lara.

– El 29 de abril de 2008 se realizó la reunión con el Presidente del


Gobierno de La Rioja, D. Pedro Sanz Alonso, y el Presidente de la
Academia Peruana de la Lengua, Marco Martos Carrera, con motivo
de la donación de la edición facsimilar de Las Glosas Emilianenses.

196 B. APL 45(45), 2008


Datos de los autores

B. APL, 45. 2008 (197-200)

DATOS DE LOS AUTORES

Luis Jaime Cisneros Vizquerra


Filólogo y Doctor en Letras. Actualmente es profesor de la Pontificia
Universidad Católica del Perú. Miembro de la Academia Peruana de
la Lengua desde 1965 y Presidente de la Institución durante el periodo
1991-2005. Es miembro del Comité Editor del Boletín de la Academia
Peruana de la Lengua y Miembro de la Comisión de Gramática de la
Institución. Entre sus publicaciones figuran: Estudio y edición de la “Defensa
de Damas” (1955), Formas de relieve en el español moderno (1955), El estilo
y sus límites (1958), Lengua y estilo (1959) y El Funcionamiento del lenguaje
(1991 y 1995).

Rodolfo Cerrón-Palomino
Magíster en Lingüística por la Universidad de Cornell (USA). Doctor
en Letras y Ciencias Humanas por la UNMSM. Ph. D. en Lingüística
por la Universidad de Illinois (USA). Profesor emérito de la UNMSM.
Profesor en ejercicio de la PUCP. Especialista en lenguas andinas, con
numerosas publicaciones (artículos y libros) en el país y en el extranjero.
Vicepresidente de la Academia Peruana de la Lengua y Miembro de
Número de la Academia Peruana de la Historia.

B. APL 45(45), 2008 197


Datos de los autores

Marco Martos Carrera


Presidente de la Academia Peruana de la Lengua. Director de la Escuela
de Posgrado de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Director
de la Unidad de Posgrado de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas.
Ha publicado entre otros los siguientes libros: El mar de las tinieblas (1999),
Sílabas de la música (2002), Jaque perpetuo (2003), Dondoneo (2004), Aunque
es de noche (2006) y Dante y Virgilio iban oscuros en la profunda noche (2008).
También ha incursionado en el cuento con El monje de Praga (2003).

Raquel Chang-Rodríguez
Ph.D. por la New York University, es Distinguished Professor de literatura y
cultura hispanoamericanas en el Graduate Center y el City College de la
City University of New York (CUNY). Su libro más reciente es La palabra
y la pluma en Primer nueva corónica y buen gobierno (2005, PUCP). En
2006 editó una colección de ensayos que apareció simultáneamente en
español, Franqueando fronteras: Garcilaso de la Vega y La Florida del Inca
(Lima: PUCP), y en inglés, Beyond Books and Borders: Garcilaso de la Vega
and La Florida del Inca (Lewisburg: Bucknell UP). En 1992 fundó la
revista interdisciplinaria Colonial Latin American Review. Ha sido becaria
de la National Endowment for the Humanities (NEH); es Honorary
Associate de la Hispanic Society of America y Profesora Honoraria de la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

Óscar Coello
Doctor en Literatura Peruana y Latinoamericana por la Universidad
Nacional Mayor de San Marcos. Magíster en Literaturas Hispánicas por
la Pontificia Universidad Católica del Perú. Licenciado en Literaturas
Hispánicas por la Universidad Mayor de San Marcos. También posee
el título de Profesor de Lengua y Literatura. Docente nombrado de las
universidades de San Marcos y de San Martín, en Lima. Miembro de
la Comisión de Lexicografía y Ortografía de la Academia Peruana de
la Lengua, del Instituto Peruano de Cultura Hispánica, del Instituto
Riva Agüero de la Universidad Católica, del Instituto de Investigaciones
Humanísticas y del Instituto del Investigaciones Lingüísticas de la
Universidad de San Marcos. Ha publicado en poesía: De dunas, ostras

198 B. APL 45(45), 2008


Datos de los autores

y timbres (1979), con prólogo de Wáshington Delgado y Cielo de este


mundo (1980), con un estudio preliminar de M. Pantigoso Pecero. En
el campo de los estudios literarios ha publicado El Perú en su literatura
(1983), Los inicios de la poesía castellana en el Perú (2ª ed. 2001); y tiene en
prensa La poesía de los conquistadores y La poesía del Descubrimiento del Perú
(Estudio crítico de semiótica clásica). Es autor de numerosos opúsculos
universitarios, entre ellos, Nuestro castellano (2ª ed. 2004), Arte y gramática
de nuestro castellano (2ª ed. 2007) y Manual de semiótica clásica (2007).

Ramón Trujillo Carreño


Doctor en Filosofía y Letras, con la calificación de Sobresaliente cum laude
y, posteriormente, Premio Extraordinario de Doctorado. Universidad de
La Laguna. Profesor Emérito de la Universidad de La Laguna.
Presidente de la Academia Canaria de la Lengua y miembro fundador de la
misma. Miembro Correspondiente de la Real Academia Española.
Miembro de Honor de la Federación de Asociaciones de Profesores de
Español. Doctor Honoris Causa por la Universidad de Las Palmas de Gran
Canaria. Profesor Honorario de la Universidad Nacional Mayor de San
Marcos. Profesor Honorario de la Universidad Ricardo Palma.

Rosa Luna
Licenciada en Traducción inglés italiano por la Universidad Ricardo
Palma. Ha finalizado sus estudios de Maestría y Doctorado en Educación.
Es diplomada como segunda especialidad en Gestión y Didáctica
de Programas en Educación a Distancia por la Universidad Católica
del Perú. Es coordinadora del nodo peruano Antenas Neológicas del
Observatorio de Neología del IULA. Es autora del libro Temas de
Traducción. Ha participado, en calidad de ponente, en eventos nacionales
e internacionales sobre lengua, terminología y traducción. Es profesora
de los cursos Teoría de la Traducción, Ética profesional, Seminario de
Tesis y Terminología en la Universidad Femenina del Sagrado Corazón
y de Terminología en la Universidad Ricardo Palma. En la actualidad
es Presidenta de la Asociación Peruana de Terminología PERÚterm y
miembro de las asociaciones Riterm y Realiter y recientemente forma
parte de la Comisión Lexicografía de la Academia Peruana de la
Lengua.

B. APL 45(45), 2008 199


Datos de los autores

José Antonio Salas García


Lingüista de profesión, autor del Diccionario mochica-castellano, castellano-
mochica y editor del manuscrito  de Enrique Brüning conocido como
“Mochica Wörterbuch”.

200 B. APL 45(45), 2008


Se terminó de imprimir en los talleres gráficos de
Tarea Asociación Gráfica Educativa
Pasaje María Auxiliadora 156 - Breña
Correo e.: tareagrafica@terra.com.pe
Teléf.: 332-3229 Fax: 424-1582
Agosto 2008 Lima - Perú
GUÍA BÁSICA DE ESTILO Y NOTAS PARA LOS COLABORADORES

1. El Boletín de la Academia Peruana de la Lengua, como revista de investigaciones, está abierta a las
colaboraciones de todos los académicos de nuestra corporación, así como a los trabajos de intelectuales
nacionales y extranjeros en las áreas de lingüística, filología, literatura, filosofía e historia. Es una
publicación de periodicidad semestral y sus artículos son arbitrados por el Comité Científico como
evaluador externo y por el Comité Editor. El Comité Editor se reserva el derecho de publicación
de los artículos alcanzados a la redacción. Está dirigida a los académicos de la lengua, profesores y
estudiantes universitarios.
2. Los Artículos deberán tener una extensión mínima de 15 páginas y máxima de 25. Cada página
deberá contener un máximo de 1 700 caracteres incluyendo las notas a pie de página. Deberá estar
compuesto en tipo Times New Roman de 12 ptos., con interlinea a espacio y medio. Se deberá
entregar en diskette, con su respectiva impresión. No se admitirán textos sin digitar.
3. Los Artículos deberán tener un título concreto y conciso. Se deberá adjuntar un resumen, palabras
clave (mínimo 3, máximo 5) y una breve nota biográfica del autor que incluya su correo electrónico.
El título, el resumen y las palabras clave deberán estar también en francés.
4. Las Notas y Comentarios críticos deberán tener una extensión máxima de diez páginas (1 700
caracteres cada una) en las que estén incluidas las notas a pie de página y la bibliografía, con la misma
familia tipográfica y puntaje señalado en el punto 2.
5. Para las Reseñas, la extensión máxima será de cuatro páginas (1 700 caracteres cada una) y deberán
tener los datos completos del material reseñado (autor, título, ciudad, casa editorial, año, número
de páginas).
6. Las Citas textuales deberán destacarse con un tabulado mayor al del párrafo, con tipo más chico (10
ptos.) y a espacio simple. Se indicará entre paréntesis el autor(es) seguido del año de edición (sin signo
de puntuación) y después el número de página correspondiente antecedido de dos puntos. Ejemplo:
(Boehner 1958: 229).
7. Las citas de menos de 5 líneas irán dentro del párrafo y entre comillas, en letra normal y no en
cursiva.
8. Las palabras de otras lenguas utilizadas en el texto deben estar sólo en cursivas, sin comillas, ni en
negritas, ni subrayadas. Las voces y expresiones latinas usadas en castellano, y que figuren así en el
Diccionario de la RAE, se acentuarán y no se destacarán con marca alguna.
9. Para el caso de las Notas a pie de página que incluyan datos bibliográficos, se deberá citar el autor
empezando por el nombre y apellidos, seguido del título del libro destacado mediante cursivas.
Ejemplo: César Vallejo. Obra poética completa, págs. 30-37. Se entiende que en la bibliografía se
empieza por el apellido, el título de la obra, y se incluirá la data editorial completa.
10. Los títulos de ensayos, artículos, cuentos, poemas, capítulos, etc., recogidos en otra publicación
(periódicos, revistas, libros), van entre comillas dobles. Sólo llevan mayúscula inicial la primera
palabra y los nombres propios.
11. En el caso de citarse lugares electrónicos o páginas electrónicas, se deberá indicar la dirección
electrónica completa, seguida de la fecha y hora de la consulta.
12. La Bibliografía —en tipo igual a las citas (10 ptos.)— deberá presentarse según el siguiente modelo:
a) Para el caso de artículos.
VELÁSQUEZ, Lorena. “El concepto, como signo natural. Una polémica acerca de Ockham”,
en Antología Filosófica. Revista de Filosofía. Investigación y Difusión. Año VII. Julio-diciembre.
N.° 2. México D.F., 1993.
b) Para el caso de libros.
MORRIS, Charles. Signos, lenguaje y conducta. Buenos Aires, Losada, 1962.
_______________. La significación y lo significativo. Madrid, Alberto Corazón, 1974.
c) Para el caso de documentos.
ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN (AGN), Cristóbal de Arauz, 1611 (122), fol. 925.
d) Para el caso de direcciones electrónicas.
Huamán, Miguel Angel. “La poesía de Santiago López Maguiña”. En More Ferarum. José
Ignacio Padilla/ Carlos Estela, 2001, N.° 7: http:www.moreferarum.perucultural.org.pe/
index1.htm. Martes, 12 de enero de 2002, 3:45 horas.

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