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A la Señora de Sade
MARQUÉS DE SADE
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Librodot Carta IX. A la Señora de Sade Marqués de Sade 2
No se puede estar más agradecido que lo que estoy querida mía, por la atención que has
querido tener al enviarme la esquela que yo te había pedido, palabra por palabra. Desde luego,
me ha tranquilizado; pero los horrores ocultos, las infamias enroscadas que he descubierto en
las abominables cartas que tu odiosa madre te ha hecho escribir, y que por suerte para mí yo
no había advertido aún, han traído a mi alma una nueva dosis de nostalgia e inquietud mucho
más fuerte que la tranquilidad que tu esquela ha podido proporcionarme. Sin embargo,
cualquiera que sea la nueva agitación que experimento, cualesquiera que sean mis horribles
inquietudes y pesares, aguardaré tu visita, a la espera de que tus palabras me calmen aun mejor
que tus escritos, inficionados por la bilis de tu madre, y que la respuesta que me des a las
preguntas que habré de formularte -respuesta acerca de la cual observaré minuciosamente el
aire con que me la des-, espero, digo, que tu respuesta valdrá para mi mucho más que un
escrito. Te aguardo.
Es cosa decidida que nunca me calmarás con respecto a algo sin dejar inmediatamente
de inquietarme con respecto a algo nuevo. ¿Por qué no me contestas sobre mi insistente pedido
de que Boucher no te acompañe? ¿Alguien puede forzarte a ello? Nada digo, pese a todo,
sobre esto, porque tu carta me deja entender que esperas obtenerlo, y me conformo, para no
insistir y para dejar de hablar de este asunto, con renovarte mi palabra de honor de que si
Boucher te acompaña y tú sigues vestida como una p..., como la última vez, no bajaré. Mi
primera pregunta cuando vengan en mi busca será: "¿Boucher está ahí? ¿Y ella aún viste como
la última vez?" En caso afirmativo, no desciendo. En caso negativo, acaso se trate de un
engaño; entonces descenderé, pero tan pronto como entrevea a Boucher, o el vestido blanco, o
el tocado, volveré a subir de inmediato. Lo juro por Dios y por mi honor. Si dejo de hacerlo,
quiero que se me considere el más cobarde de los hombres.
De Sade.
¡Qué significa esta excusa! ¿Si veías a las otras? ¡Las otras no tienen a su marido en la
prisión, o si lo tienen y se comportan de ese modo, entonces son unas desvergonzadas y sólo
injuria y desprecio merecen! Dime, ¿irías a cumplir con tu precepto pascual ataviada así, de
bailarina barata o de charlatana callejera? No, ¿verdad? Pues bien, el recogimiento debe ser el
mismo: la nostalgia y el dolor deben producir en este caso lo que en el otro producen la piedad
y el respeto divino. Por exagerado que sea el punto a que han llegado las modas, no me
convencerás de que no existe una para las mujeres de sesenta años. Imítala, aunque tan lejos te
encuentres de esa edad. Recuerda que mi desgracia nos acerca a ella, si no la hemos alcanzado
ya, y que en materia de conducta y de vestimenta no nos permite seguir otras modas. Si eres
decente, sólo a mí debes complacer, y es seguro que nunca me complacerás sino por la
experiencia y la realidad de la mayor decencia y de la más cabal modestia. Exijo, en una
palabra, si me amas (y está claro que voy a verlo bien; lo que te pido no me puede ser negado
sin desenmascararte por completo con respecto a tus signos de convicción, a tus inclinaciones
y a todo tu imbécil subterfugio), exijo, digo, que vengas en lo que ustedes, las mujeres, llaman
bata, con un grande, enorme gorro, sin especie alguna de tocado abajo; únicamente tus
cabellos peinados. Ni la más ínfima apariencia de falsos rizos; un moño y nada de trenzas. Na-
da de corsés, y la garganta soberanamente cubierta y no indecentemente despechugada como
los otros días, y que el color de la bata sea lo más oscuro que haya. Te juro por lo más sagrado
que tengo en el mundo que me harás montar en cólera y que tendremos una furiosa escena si te
apartas un ápice de lo que acabo de prescribirte. Deberías avergonzarte de no intuir que los
que te engalanaron como estabas los otros días se burlaban de ti en el fondo de su alma. Qué
bien deben de haberse dicho. "¡Este títere chiquito y bonito! ¡Cómo hacemos con ella lo que se
nos da la gana!". Sé tú misma una vez en la vida. Hay cosas, lo intuyo, a las que las
circunstancias te obligan a prestarte, ¡pero hay otras tan indecentes y ridículas, y hasta quizá
tan infames, que estoy segurísimo deben de haberte exigido, aunque tengo la convicción de
que no las has consentido! Al afecto de las primeras y a la sola proposición de las segundas
sólo deberías responder con el rechazo de unas y con la amenaza de arrancarte la vida antes
que oír hablar, siquiera, de las otras.
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