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Versión completa de un artículo aparecido en la sección de Economía y Empresa de El Universal, lunes 20 de
Septiembre de 1999.
En el caso de nuestro país, por razón del peculiar sistema monetario que adoptó desde sus
albores como República, el crecimiento del nivel general de precios ha sido de los más bajos en
el mundo por lo que la supuesta necesidad de la regulación de precios no se justificaba por los
mecanismos de propagación de la inflación, sino para atemperar las ganancias monopólicas de
empresas nacionales que construían su rentabilidad basadas en un sistema proteccionista que
imponía elevados aranceles a los bienes finales importados, mientras que se les exoneraba, entre
otras cosas, de los impuestos a las materias primas procedentes del exterior. Quienes en este
momento hablan de volver a la regulación de precios, son también quienes proponen que Panamá
tenga una banca central que “financie el desarrollo”. Convencerlos con argumentos, dada su
pasión, parece tarea imposible. Quizá los testimonios de amas de casa bolivianas, brasileñas o
argentinas, les demuestre que incluso ellas aceptan el consenso económico en estos temas.
La última idea, por razones de espacio, que trataremos aquí es que para reducir el poder
de los monopolios, y que los mercados funcionen realmente libres, deben imponerse
rigurosamente leyes antimonopolio. En el caso de Panamá, la Ley 29 de 1996 que crea en el
ámbito administrativo a la Comisión de Libre Competencia y Asuntos del Consumidor
(CLICAC), y en la esfera judicial varios juzgados de circuito y tribunales superiores, viene a
cumplir ese papel. En Panamá, al igual que en el resto de los países donde la iniciativa privada
es el dínamo de la economía, casi no hay quien no reconozca las virtudes de la competencia y los
riesgos potenciales para el bienestar del consumidor de estructuras de mercados oligopólicas y
monopólicas. Aunque estas configuraciones de mercado se sustentan en el reducido tamaño del
mercado doméstico, tanto por su escasa población como por la cuestionable distribución de la
riqueza y los ingresos, esto no implica en forma alguna que se validen institucionalmente
acuerdos empresariales colusorios (v. gr. fijación de precios y repartición de mercados). La
estructura es algo que, en nuestro país, está dado; sin embargo, desalentar y castigar, civil y
penalmente, conductas anticompetitivas es una tarea que seguramente producirá un desempeño
superior de los mercados, para que prevalezca el interés superior del consumidor, o sea,
apreciados lectores, el de todos nosotros.