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Proteccionismo con un perfil competitivo. ¿Es esto posible?

Oscar García Cardoze


Director Ejecutivo Económico-CLICAC

Seguramente, apreciado lector, el título de esta columna le habrá parecido contradictorio o, en el


mejor de los casos, confuso. Lo cierto es que una vez ganada su atención, intentaré ahora
convencerlo de que lo planteado no sólo es posible, sino también conveniente.

Una medida tradicional de proteccionismo ha consistido en la elevación de los aranceles


de importación. De esta forma, se encarece artificialmente el producto importado, favoreciendo
así a los productores nacionales. Planteado así, pareciera que los agentes económicos nacionales
ganan a costa de los extranjeros, lo que desde un punto de vista de nacionalismo económico
pareciera ser recomendable. Sin embargo, el argumento así desarrollado no entra en los detalles
de cómo el beneficio para los productores nacionales también se erige sobre el perjuicio de los
consumidores, quienes somos los que tendremos que pagar mayores precios por los bienes, tanto
nacionales como extranjeros objeto de la protección.

Las medidas de salvaguardia (que según la Ley 29 de 1996 se deben presentar ante la
CLICAC para que sea ésta quien eleve una recomendación al Consejo de Gabinete), que en sus
distintas formas son los instrumentos para otorgar una protección objetiva y razonable a una
rama de la producción nacional que esté, o pueda llegar a estar, experimentando perjuicios en el
mercado producto de la competencia de bienes importados. Las medidas de salvaguardia se
pueden constituir en una adecuada herramienta de política económica que impida, o al menos
dificulte, la probabilidad de éxito de aquellas demandas por protección que no se sustentan en
una competitividad futura adecuadamente programada. La clave para ello no radica en la medida
en sí (que tiene génesis proteccionista) sino en la forma que se puede aplicar la misma.

Si en realidad las medidas de salvaguardia van a hacer viable un proceso de ajuste de las
empresas internas de forma tal que ellas puedan competir en el futuro sin la necesidad de
mayores barreras arancelarias, es muy posible entonces que la afectación del entorno de
competencia en el corto-mediano plazo, con el resultado paralelo de un incremento en los precios
al consumidor, sea compensado con creces, y en consecuencia “justificado”, en el largo plazo en
un mercado donde van a concurrir distintos oferentes extranjeros junto con los nacionales,
evitando así que las fuerzas del mercado sean controladas por los agentes que intervienen sólo en
las etapas de comercialización (v. gr. importadores).

¿Cómo hacer esto?. Hay varias formas. En primer lugar, haciendo mucho más estrictos
los análisis de las pruebas de daño y la sustentación de los planes de ajuste (reconversión
industrial en el caso de que se cambie la línea de productos involucrados), para que se tenga
seguridad razonable de que hay méritos para acceder a una medida de salvaguardia, y de que la
medida va a contribuir a restaurar la viabilidad económica de largo plazo de la rama de
producción nacional negativamente afectada por el comportamiento reciente de las
importaciones.

En segundo lugar, descartar para casos muy excepcionales la aplicación de restricciones


cuantitativas a la importación (cuotas), que además de proteger excesivamente a los productores

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locales puede generar una transferencia de rentas (impuesto de importación) del Estado hacia los
beneficiarios de estas licencias, sin que se traslade la reducción de costos al consumidor.

En tercer lugar, valorar la pertinencia que exista siempre un mínimo de acceso


preferencial (con aranceles al menos iguales a los vigentes al momento de aplicar la
salvaguardia) al mercado nacional para los bienes foráneos, no por el afán de hacerlo o de querer
favorecer a los extranjeros en desmedro de los nacionales, sino para que el mismo se convierta
en un acicate de las necesidades de adecuación de las empresas nacionales, a la vez que se evita
encarecer demasiado los costos de procesamiento para algunas otras empresas que utilicen los
bienes importados como materia prima. En este sentido, la experiencia de negociación de los
contingentes arancelarios de algunos productos sensitivos (lácteos, carne de cerdo, arroz, etc.)
que se dieron en el marco del proceso de adhesión de Panamá a la Organización Mundial del
Comercio (OMC), puede ser un precedente a tener muy en cuenta, ya que esta modalidad es una
de las que permite la Ley 29 de 1996, más allá de la elevación exclusiva del arancel o de la
imposición de restricciones cuantitativas. Y no debe verse como un intento de la CLICAC de
querer quedar bien con todas las partes en pugna, cosa muy difícil de obtener demás que no
señalan necesariamente el norte de nuestras actuaciones, sino la forma de lograr un balance lo
más positivo para el país.

De aplicarse una medida de salvaguardia bajo estos principios se genera una ventaja
adicional y es que desestimula un incremento innecesario en las demandas por protección, pues
queda claro que sólo serán tomadas en cuenta aquellas que realmente se basan en elementos
incontrovertibles y no sólo en especulaciones, conjeturas o meras alegaciones, por lo que las
empresas destinarán mayores recursos a la readecuación de sus procesos de producción y
comercialización, y menos a actividades de cabildeo tendientes a la consecución de protecciones
frívolas que provocarán un incremento no temporal en los precios al consumidor.

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