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Barcelona: Hora.
Introducción
Objetivo
Una vez ha orientado el punto de mira hacia la dimensión relacional del "sistema
de autoridad", le cabe entonces adoptar la precaución de no limitar el análisis a la
consideración de un simple circuito cerrado bipersonal (autoridad-súbdito) e
incorporar al campo de observación tanto los factores estrictamente psicológicos
del individuo obediente como las características de las relaciones sociales
verticales reguladas institucionalmente y definidas ideológicamente.
Las condiciones experimentales han sido diseñadas de cara a la medición del
alcance y limites de la obediencia; lo que equivale a la evaluación del potencial de
la autoridad como fuente de poder.
La experimentación
Los dos primeros están casi siempre encarnados por las mismas personas,
verdaderos actores especialmente adiestrados para ello. El último es el central de
la investigación y está interpretado por cada uno de los sujetos experimentales.
Asimismo, está previsto, además del feedback del experimentador, el del aprendiz,
quien, en su papel de víctima de los castigos, emite respuestas orales (en realidad
se trata de grabaciones) proporcionadas a la intensidad de la supuesta descarga,
que oscilan entre los pequeños quijidos hacia los 75 voltios, los gemidos de dolor
hacia los 135, los gritos de protesta y los alaridos de desesperación que crecen
hasta los 315 y los silencios inalterables a partir de los 330.
j) Medida. El grado de obcdiencia (acatamiento-resistencia; del sujeto
experimental -el agente enseñante-a la autoridad del experimcntador, viene
determinado por la descarga máxima administrada al aprendiz-victima.
En síntesis, la obediencia total de los sujetos (la que les induce a llegar por tres
veces hasta la cota de los 450 voltios) oscila, según las diversas condiciones de
lejanía de la víctima en relación al agente, entre un máximo de un 65°/o en la
condición de feedback a distancia y un mínimo del 30°/o en la de proximidad táctil.
Por otra parte, se constata que el grado de obediencia guarda poca relación con
las características personales del experimentador o de la víctima (6, 8, 9,12) o
físicas del espacio marco de la investigación (15). También se observa que, ante la
misma situación, la conducta del individuo puede variar en función de si se siente
con facultad de decisión acerca de sus actos o bajo los imperativos de la autoridad
de otro (11). Asimismo, se puede comprobar los efectos de desobediencia
derivados de la presencia de iguales que se rebelan contra la autoridad (17).
El autor considera que el fondo de sus observaciones viene reforzado no sólo por
las expectativas que habían en cierto modo despertado ciertas intuiciones de la
psicología de masa y por los resultados de recientes estudios experimentales
(aquí podrían servir de ejemplo los de Latane & Darley (1970) sobre la "difusión de
responsabilidad" o de Zimbardo (1969) sobre la "desindividualización"); sino
también por la misma práctica cotidiana de la reciente guerra de Vietnam.
De cualquier modo, el autor da por resuelto el tema al comentar que "el proceso
básico de la combustión es el mismo cuando arde una cerilla que en el incendio de
un bosque" (1974, 163).
Esa nueva moralidad reduce el bien a la ley y el amor al deber; al tiempo que
establece la sumisión como base de las virtudes cardinales.
Defensa. Entre los hechos observados por el autor acerca de las formas de
solución del conflicto al que se ven enfrentados los sujetos experimentales,
destacan, además de las conductas simples de obediencia o desobediencia,
aquellas que constituyen indicadores sintomáticos de un proceso "defensivo"
(Milgram no se resiste a emplear una terminología freudiana cuando lo juzga
oportuno) contra la ansiedad suscitada por la situación.
Comentario
Los experimentos citados tienden a demostrar que cuando dos valores éticos
como el del amor al prójimo y el de la obediencia a la autoridad entran en conflicto,
en un contexto de interacción jerárquica, el segundo tiende a imponerse.
El escándalo que suscitan las tesis extraidas por Stanley Milgram de los
resultados de sus experimentos (tal vez sea más digno de escándalo la
ingenuidad que haya dado pie a este tipo de reacción) le hacen aproximarse
-como él mismo reconoce- hacia controvertidas, por igualmente provocativas,
posiciones como las de Arendt (1963) acerca del perfil simplemente burocrático
(con nada en común con el de un ser cruel, sádico, sanguinario... etcétera) de una
personalidad como la de Eichmann o las sostenidas por psicoanalistas sociales
sobre el carácter simplemente "autoritario" de ciertos ejecutores -"en cumplimiento
del deber"- de acciones destructivas calificadas unánimemente de monstruosas y
atribuidas, con la misma unidad de criterio, a factores psicopatológicos extremos y
raros. "Acontecimientos como los de Holocausto pueden explicarse sin tener que
atribuir a Alemania ninguna característica psicológica que no esté ampliamente en
otras culturas; la nuestra incluida" (Simón 1981, 17). Tales barbaridades no serían
ya necesariamente imputables a una banda de psicópatas, sino a una legión de
burotecnofascistas: a un colectivo de ejecutivos eficientes y disciplinados, algunos
con sólida formación "científica", bastantes con notable capacitación "técnica",
muchos con profundas convicciones morales.
Milgram, por su parte, pone el dedo en la llaga de la ilusión acerca del carácter
acentuadamente "moral" (en el sentido más sublime del término) del
comportamiento humano. Por otra parte, su implícita afirmación de que las
relaciones sociales sostenidas en el seno de una estructura de poder
"legítimo"-"racional" (autoridad-obediencia) resultan significativamente próximos a
los que el propio Weber atribuye al tipo "coercitivo" (dominio-sumisión) constituye
otro atentado de primera magnitud contra el núcleo de la moderna miología acerca
del progreso de la barbarie a la cultura.
Valoración
Nadie ha puesto razonadamente en cuestión el hecho de que Milgram haya
conseguido introducir en el ámbito del laboratorio un tema social de interés
relevante, incorporar hipótesis y modelos interdisciplinares y extraídos de una
pluralidad de orientaciones teóricas y combinar sugestivamente investigación y
humanismo, rigor metodológico y apertura intelectual, en uno de los trabajos
experimentales de mayor trascendencia en el campo de la psicología social.
Como es lógico suponer, una aportación como la presente ha debido suscitar las
más diversas reacciones, tanto por lo que se refiere a los aspectos ideológico y
ético como epistemológico y metodológico. Así, algún que otro literato-moralizador
se resiste a tomárselo en serio, a la vista de la distancia que separa sus
contenidos de los propios mitos sobre la moralidad humana. Otras reservas
apuntan hacia los problemas de la representatividad de la muestra de sujetos
experimentales; de los efectos extraños que haya podido inducir el experimentador
en el laboratorio o de los contrastes entre las situaciones artificiales observadas y
los procesos reales de la vida social o hacia la cuestión de si el fenómeno
investigado consiste propiamente en la obediencia individual a la autoridad o si se
trata más bien (de un ejercicio de agresión en un contexto institucional.
Orne & Holland (1968) sugieren que lo que tal vez haya demostrado Milgram en
sus primeros trabajos (1965) no es tanto la "obediencia" del ciudadano común a la
autoridad que reconoce como legítima, cuanto la "complacencia" del sujeto
participante a las "demandas características" de la situación experimental.
Orne & Holland, intentando ponerse dentro de la piel del sujeto experimental,
consideran que lo que éste hace está en función de su modo de captar la
situación, en virtud del cual realiza su composición de lugar atendiendo a las
"instrucciones" que le proporciona el experimentador y a toda otra suerte de
"indicios" (Garfinkel, 1967). Y que, cuando resuelve un conflicto situacional, lo que
aparece en primer término como una respuesta a instrucciónes recibidas, puede
resultar en realidad una conducta orientada por indicios percibidos.
Orne & Holland concluyen que "los estudios de Milgram sobre obediencia, aunque
no logran proporcionar un modelo viable para la investigación científica de la
violencia, constituyen con todo una piedra miliar en la psicología social. Al
demostrar que es posible permanecer dentro de convenciones actualmente
aceptadas y, sin embargo, llevar al experimento psicológico más allá de sus
limites, los estudios sobre la obediencia nos obligan a considerar cuáles son estos
limites y a apresurar la llegada del día en que los problemas de validez ecológica
recibirán la clase de atención cuidadosa que actualmente se dedica a la inferencia
estadística. Finalmente, Milgram se ha atrevido a intentar el estudio científico
sistemático de un problema urgente al que actualmente se enfrenta nuestra
sociedad. Si bien se necesitarán nuevos medios para alcanzar esta finalidad, al
concentrarse en los problemas vitales, Milgram ha dado un nuevo ímpetu a un
campo sumamente atractivo" (1968, 257).
El trabajo clásico de Milgram (1965. 1974) permanece como un camino abierto por
el que se ha avanzado aún cortos pasos. Probablemente esto sea debido al hecho
de que constituye una especie de momento álgido de la época dorada de la
psicología social psicológica experimental. La "crisis" que ha caracterizado la
autoconsciencia de la disciplina a lo largo de los setenta, avivada por las
controversias en torno a la validez de los trabajos de laboratorio en las ciencias
humanas y por cl creciente consenso en torno a la necesidad de incorporar a la
investigación psicologicosocial una mayor dosis de variables cognitivas y
macrosociológicas, ha frenado sin duda el empuje que el autor hubiera podido dar
a las investigaciones en la línea por él emprendida.