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Julio Carreras (h)

Bertozzi
Novela

Quipu Editorial
Santiago del Estero
Argentina

-2-
© 1996. Julio Carreras (h)

Varios de los personajes son reales. Las


historias narradas son una combinación de
ficciones y realidad.
Imagen de portada: cuadro inista de Angelo
Merante.

Cuarta edición, primera edición española en


formato pdf: octubre de 2007.

Primera edición impresa, en español:


Patricia Iezzi - François Pröia - Quipu
Pescara – Italia, 1997.
Edición impresa, en Italiano:
Edizioni Scientifiche Italiane
Roma-Milan-Napoles, 1999.
http://www.edizioniesi.it/

-3-
A Sir Michael Tippett

-4-
…Yo soy el pájaro bennu
que está en Annu, y soy el guardián del libro de
las
cosas que son y de las cosas que no son.

Libro Egipcio de los Muertos


(El papiro de Ani)

-5-
La comparación lingüística no es, pues, una
operación mecánica; la comparación implica el
enfrentamiento de todos los datos capaces de
proporcionar una explicación. Pero siempre tendrá
que ir a parar a una conjetura que quepa en una
fórmula cualquiera y que se proponga restablecer
algo anterior: la comparación resultará siempre una
reconstrucción de formas.

Ferdinand de Saussure
Cours de linguistique générale

-6-
¿Quién eres?
Bien puedes ser lo que imagino,
Tal vez eres un fantasma,
Un ente que inspira terror.
¡Oh, si me fuera dado conocerte!
¡Oh, si quisieras revelárteme!
Tú que me sacaste de la tierra
Y que me hiciste de barro,
¡Oh, mírame!
¿Quién eres, oh Creador?

Himno Quechua
(Fragmento)
Recopilación de 1613, por Salcamaygua
Traducción del Pbro. Mossi

-7-
Las ciencias, que siguen sus caminos propios,
no han causado mucho daño hasta ahora, pero
algún día la unión de esos disociados
conocimientos nos abrirá a la realidad, y a la
endeble posición que en ella ocupamos,
perspectivas tan terribles que enloqueceremos ante
la revelación, o huiremos de esa funesta
luminiscencia, refugiándonos en la seguridad y la
paz de una nueva edad de las tinieblas.

H. P. Lovecraft
Los mitos de Cthulú

-8-
Toda una cosmogonía y toda una psicología
pueden transmitirse en un jeroglífico, que nada
significa para quien no está iniciado.

Dion Fortune
The Mystical Qabalah

-9-
Prólogo

El 25 de junio de 1945, el capitán B. fue


convocado de urgencia a Roma, por el
Comando en Jefe. Acompañaba a una
delegación en El Cairo y le sorprendió aquél
llamado.
Eran momentos muy difíciles para Italia. La
guerra prácticamente había terminado, pero no
había optimismo en los signos que se
percibían. Una fuerza de ocupación
poderosísima se derramaba sobre la dulce
Madre Patria. Y la pobreza del pueblo parecía
haber hecho erupción, en obsceno contraste
con la prodigalidad de los vencedores.
El avión que lo transportaba pasó a las siete
y media de la mañana por sobre el
Mediterráneo, y una vez más Cesare Filippo se
estremeció de goce ante aquella magnífica
planicie de acero destellando bajo el sol.
En Roma fue recibido por el mismísimo
Comandante en Jefe, quien lo citó para esa

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tarde, a las 15.00, en un domicilio de la Via di
Porta Lavernate, donde le sería encomendada
una misión muy importante. El Comandante en
Jefe puso especial énfasis en que debía vestirse
de civil, sin ningún detalle extravagante. Esto
último fastidió íntimamente a B., pues nunca
tuvo inclinaciones al exhibicionismo
indumentario; mas permaneció en silencio. Se
le indicó además que porte consigo el liviano
equipaje, pues de allí mismo reiniciaría un
itinerario que lo debía llevar de regreso al
África.
A las tres de la tarde en punto, el marqués
da Milano le presentó al doctor Massimo
Toddi, arqueólogo, con quien debería partir
nuevamente hacia el Adriático. En un
automóvil particular emprendieron el extenso
viaje, que los llevaría al Convento de
Castilenti, donde llegaron al anochecer. El
Prior les había hecho aparejar sendas
habitaciones. Luego de cenar frugalmente, el
Dr. Massimo Toddi dijo al capitán B. que a las
cinco debían estar levantados, pues a las 6 en
punto le sería indicado el objeto de su misión.
Esto sucedió tal como se había planeado. A
las seis menos cuarto, estaban reunidos el
capitán B., el Dr. Massimo Toddi y un monje

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benedictino de avanzada edad, en una
habitación circular, situada en cierto sitio de
los subsuelos del Convento. Allí, bajo un
extraño claror que se difundía desde algún
lugar indeterminable, el doctor Massimo Toddi
explicó a B. los puntos básicos de la misión.
Debería trasladar hasta Etiopía, bajo la
máxima reserva y con la mayor seguridad, una
caja de plomo, que le sería entregada acto
seguido.
La caja contenía un trozo de pergamino, el
cual llevaba inscripta sobre sí una leyenda.
Esta piel de ninguna manera debía caer en
manos de otra persona que no fuese aquel a
quien iba destinada.
Para su discernimiento, pues había sido
elegido precisamente a causa de su alta
responsabilidad, el capitán B. conocería por
boca del Dr. Massimo Toddi el valor de
aquella pieza arqueológica.
Tendría en sus manos un objeto único, cuyo
poder era inmenso. Aquella hoja de piel de
cabra, contenía encima de su tersura La
Palabra, capaz de transformar y recrear el
Orden del Universo. Había sido descubierta
por sabios de la antigüedad, y asentada con

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tinta indeleble por los esenios, para su uso
práctico.
En el periodo de la expansión italiana de los
años 30, había llegado a manos del Dr. Toddi
durante un viaje de estudios por Libia. Un
ladrón se la había entregado, antes de morir
baleado por la policía. Tuvo tiempo de
indicarle las propiedades del objeto y el
nombre y dirección de su verdadero dueño, a
quien rogaba que se lo devolvieran, para librar
a su alma de aquel peso.
El doctor Massimo Toddi pensó que esta
piel podría ser un formidable instrumento para
ayudar a la concreción de la Nueva Italia que
se soñaba. Providencialmente había caído en
sus manos, así que se sintió con el deber de
ponerla inmediatamente a disposición del
Duce.
Mas en el último suspiro, aquel ladrón le
había dicho también que el trozo de piel de
cabra no produciría la menor reacción, a
menos que se la uniera y utilizara junta con su
otra mitad, la cual estaba en poder de “una
mujer adriática”.
Diez años de su vida y de un numeroso
grupo de oficiales de Inteligencia se habían ido
tras el único afán de encontrar a la mujer y la

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otra parte del pergamino. Pero no habían
tenido éxito. Ahora, se tornaba imperioso
evitar que los invasores obtuvieran esta
reliquia, y aun siquiera que se enterasen de su
existencia. Debía ser devuelta prestamente a su
propietario – o a sus sucesores.
Esta sería la misión secreta del capitán
Cesare Filippo Bertozzi, por la cual debía
partir esa misma tarde, en barco, hacia la
antigua Etiopía.

***

El capitán Bertozzi llegó con muchas


dificultades al lugar mencionado en el planito,
que le había entregado Massimo Toddi, y
también le había recomendado destruir luego
de culminada la misión. Era una callejuela
atestada de viajantes, en el centro comercial de
Mái Edagá. De hecho, el lugar era un comercio
más, donde un par de muchachos ofrecían
esencias de todo tipo, junto a delicadas
artesanías de cerámica y telas con muy variada
estampación. Ellos parecieron sorprenderse
mucho cuando el italiano preguntó por el
“dottore Abdul al Alhazred”. Antes de

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contestar debatieron largamente – aunque a
media voz – en su idioma impenetrable.
Por fin le hicieron pasar a una salita
recoleta, adornada con ricos tapices de la
Persia, en la trastienda. Allí tuvo que aguardar
cerca de media hora, hasta que una mujer, con
reboso cubriéndole el rostro, le indicó pasar
más adentro de la casa aún.
Un hombre muy anciano, vestido con un
rugoso traje occidental – aunque sin corbata –
le esperaba en un espacioso salón. Cuando se
presentó – hablando perfecto italiano – como
Abdul Ib´n al Alhazred, el capitán Bertozzi le
pidió cortésmente que le mostrara alguna
identificación. Entonces el hombre hizo algo
muy extraordinario. Se convirtió en una
pantera, negra y lustrosa, que saltando desde el
sofá donde estuviera sentado el anciano,
comenzó a rondar circularmente al oficial,
mientras lo miraba amenazadoramente. Con
mano temblorosa el capitán Bertozzi extrajo de
su maletín la caja de plomo que traía, y en el
acto volvió a presentarse el anciano, con rostro
pálido, sobre el sofá.
Antes de despedirlo, le dijo unas palabras
que el capitán anotaría luego en su Cuaderno
de Campaña, para no olvidar:

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“Tú no eres el indicado, pero en estos días,
nacerá de tu simiente aquél a quien le será
dado encontrar y entender La Palabra”.

***
Unos meses después, por razones al parecer
fortuitas, fue destinado a cumplir su servicio,
una vez más, en Mái Edagá. Debió trasladarse
esta vez con su esposa Lydia, quien estaba
embarazada.
Allí – una mañana caliente y ventosa –,
nació el hijo de sus entrañas. Era rubio y
luciente, como un pequeño sol.

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Primera parte

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1. Roma, agosto de 1995.

– Ese hombre – dijo Laura – es el mismo


que vimos al salir de la recepción en Pescara.
Un individuo alto, muy rubio, sumamente
prolijo en su traje oscuro, acababa de bajar de
un Lancia metalizado, que siguió su camino.
Aparentemente iba a comprar algo, en un
pequeño negocio de la Via Ostiense, justo
enfrente y debajo de la casa de los Bertozzi.
– Bueno, casi todo lo que hacemos podría
conocerlo, preguntándonos o a través de los
diarios – respondió Bertozzi, tratando de restar
importancia al asunto –. No veo para qué
necesitaría de acecharnos.
– Tú no sabes – dudó Laura. El café
humeaba formando un delicuescente arco-iris
al transparentar el sol de la mañana. Desde su
lugar junto a la ventana alta observó salir al
hombre – con probabilidad, un extranjero – y,
luego de mirar hacia donde ellos estaban,
abordar el mismo auto, que con puntualidad

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cronométrica había pasado a buscarlo. – Tal
vez tengas algo que él busca y tú no lo sabes.
– Lo más valioso que tenemos suele estar
en nuestro corazón – dijo Bertozzi –. Y
generalmente no lo conocemos.
– No me refería a eso – replicó haciendo un
gesto de graciosa impaciencia Laura –: Esta
clase de gentes no corren tras de cosas
espirituales.
En efecto, los rasgos afilados de aquel
hombre, sus movimientos felinos, hacían
pensar enseguida en un combatiente o un
“cazador”. Su corte de pelo y la mirada azul,
helada, traían en un ramalazo la imagen de
ciertos oficiales de los Servicios Secretos
nazis.
– ¿No será ésto lo que busca? – exclamó
Laura. Había tomado de entre los anaqueles,
atestados de libros, una especie de agenda
forrada en cuero marrón.
– El Cuaderno de Campaña de mi padre –
musitó Bertozzi. ¿Para qué habrían de
buscarlo?
Sin responder directamente, Laura buscó un
momento entre las innumerables anotaciones,
y luego de observar atentamente el número de
página leyó un párrafo, como al azar:

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– … “el marqués da Milano, me dijo que de
haber encontrado la otra parte del pergamino,
muy distinto hubiera sido, seguramente, el
resultado de esta guerra…”
Bertozzi pareció cavilar, silencioso. Luego
de un rato, contestó:
– Sí. Posiblemente sea eso lo que busquen.
El pergamino de Mái Edagá. Pero mi padre no
dejó ni en el Cuaderno, ni en ninguna otra
parte, la más mínima referencia de cómo llegar
a ese Abdul al Alhazred que menciona, o
alguien que nos lo pudiera indicar… (Además,
en cincuenta años, las cosas deben de haber
cambiado bastante, ¿no?) El marqués da
Milano murió sin dejar descendencia; del
doctor Massimo Toddi, nadie sabe cómo
desapareció… Y muy probablemente aquel
árabe, Abdul Alhazred, que ya era un anciano
cuando mi padre le conoció, tampoco debe
estar.
Laura leyó, otra vez:
“…en estos días nacerá de tu simiente aquel
a quien le será dado encontrar y entender La
Palabra”…
– Qué quieres decir con ello… – murmuró
Bertozzi.

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– Que tal vez… te buscan a ti – articuló
Laura lentamente –. Que tal vez, la clave está
en ti.
Bertozzi no pudo evitar que un
estremecimiento recorriera su cuerpo. Y por
primera vez sintió el reflejo de un oscuro,
lejano temor.

2. Lausanne, agosto de 1995.

El banquero Peter Hymet se sintió cada vez


más interesado por la narración del
antropólogo español que habían contratado.
– Al parecer esa pieza verdaderamente ha
existido… o existe… – prosiguió este. – Según
la leyenda, fue creada por los esenios.
– ¿Quiénes son los esenios? – preguntó la
secretaria de Peter Hymet.
– Eran – dijo el antropólogo –. Eran una
secta israelita, nacida al parecer durante el
exilio del pueblo hebreo, en Persia, unos
cuatrocientos años antes de Cristo.
La muchacha lanzó una exclamación:
– ¡Tantos años!
– Alrededor de ciento cincuenta años antes
de Cristo – continuó el antropólogo, sin

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prestarle atención –, los esenios decidieron
regresar a Israel. Al parecer tenían muchas
esperanzas en un movimiento fundamentalista,
que había surgido en esos tiempos (los
Macabeos), quienes comenzaron a luchar para
librarse de los griegos, que aún los sometían, y
obligaban al pueblo a hacer todas las cosas de
que abominaban. Por ejemplo, practicar
deportes desnudos… Eso, que para los griegos
(varones o mujeres) era algo natural, pues lo
habían hecho desde sus orígenes como
civilización, para estos judíos era un verdadero
horror…
– Pues los judíos han sido siempre muy
atrasados, por lo visto – reflexionó la
secretaria. Sin el menor ánimo de perder el
hilo de su narración, el joven de oscura barba
prosiguió:
– Los Macabeos (que eran originalmente
una familia, pero luego, con el apoyo de gran
parte del pueblo hebreo se convirtieron en un
ejército), atacaron a los soldados de Antíoco
Epífanes IV y les propinaron derrota tras
derrota. Fue una lucha muy dura y larga, en
realidad. Durante ella, se fueron cimentando
las bases de una nueva organización estatal
israelí. Cuando lograron la expulsión definitiva

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de los griegos, la familia Macabea quedó
dueña del poder, a través de su líder de
entonces, Juan Hircano.
– Por favor, ¿puedes hablarnos del
pergamino? – suplicó Peter Hymet.
– Es necesario narrar lo anterior para
comprender su sentido – afirmó el
antropólogo.
“Bien. Juan Hircano hizo todo lo contrario
de lo que los esenios esperaban. Ellos querían
la restauración de Israel, especialmente en su
aspecto cultural. Es decir, la observancia a
rajatabla de las leyes y todas las prescripciones
sagradas, obligatorias para una raza que ellos
creían, con fanatismo, elegida por Dios. Pero
los Macabeos, que habían recibido el apoyo
político de los romanos, a través del proceso
independentista, se habían ido volviendo
paulatinamente más sensuales, en grado
directamente proporcional a su cada vez mayor
acumulación de riqueza y poder. Además, en
el maridaje con Roma se habían
occidentalizado, y estaban convirtiendo al
culto en un mero formalismo.
“Entonces, guiados por alguien que en sus
escritos llaman el Maestro de Justicia –
posiblemente un Sumo Sacerdote despechado,

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pues los esenios creían que luego del triunfo
iban a entregarles la administración del
templo…
“¿Qué decía? ¡Ah!, guiados por el Maestro
de Justicia, los esenios decidieron abandonar
en bloque al corrupto pueblo de Israel, para
fundar una Ciudad Santa en el desierto.
– ¿Lo consiguieron? – preguntó la
secretaria.
– Sí – dijo el antropólogo –. Construyeron
casas sólidas y espaciosas, sobre la roca, y
formaron una sociedad religiosa-comunista,
compuesta por hombres castos, que producían
todo lo que necesitaban, evitando de esa forma
cualquier dependencia del pecaminoso mundo
exterior.
“Allí, en esas rocas, se abroquelaron
entonces, para orar y esperar al Mesías.
“Fue en aquel período de gran decepción
temporal e intensa vida espiritual que se creó
el pergamino.
– Al fin – suspiró en voz baja Peter Hymet.
– Lo elaboró un anciano filósofo esenio,
Qohelet, quien pensó que si el Mesías debía
dominar la tierra para los verdaderos
israelitas, necesitaría de un arma poderosa que
disolviera tanta maldad y abominación

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acumulada por los hombres… Y él, Qohelet,
en sus investigaciones ocultas, la había
descubierto, aunque nunca se atrevió a usarla.
“Era – según la leyenda – una sencilla
conjunción de letras (más precisamente
nueve), escritas en un idioma desconocido para
el mundo de entonces, sobrenatural. Dispersas,
aquellas letras no servirían para nada, pero al
unirlas y pronunciarlas de cierta manera,
darían a quien las poseyera el poder de
descomponer y reorganizar la materia, toda la
materia, desde una pequeña flor hasta una
gigantesca montaña, incluyendo la materia
cósmica, aquella que se compone de energías
invisibles pero cuya potencia es aún mayor
que la de la fisión nuclear.
Durante un largo momento se quedaron
todos en silencio. Luego, con expectación, el
banquero suizo Peter Hymet preguntó:
– ¿Bertozzi tiene la mitad de ese
pergamino?
– No, pero le profetizaron a su padre que
encontrará el camino para conseguirlo…
– Secuestrémoslo, entonces – sugirió la
secretaria – seguramente lo convenceremos
para que nos indique la manera de llegar a él…

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– Mejor sería esperar a que lo encuentre él
mismo – replicó el antropólogo –. Y luego,
recién “invitarlo” a venir con nosotros.
– Coincido con eso – dijo el banquero –.
Pero después que encuentre el pergamino,
Bertozzi ya no nos servirá de nada. Así que en
vez de traerlo con nosotros, creo que más bien
deberíamos librarlo definitivamente de habitar
en este contaminado planeta…

3. Roma, 1995.

Angelo Merante estaba preocupado por la


derivación que podría tener la hipótesis
sugerida por Bertozzi, a partir de esa teoría del
pergamino. Mientras manejaba por entre el
pesado tránsito de Viale Aventino se decía que
no era posible la existencia de una ecuación de
ese tipo.
Según ella – según esa hipótesis – la
existencia material dependía de un sistema de
relaciones metafísicas. De ahí, a sostener que
todo lo perceptible con los sentidos era una
ilusión – como sostienen los budistas – había
un solo paso.

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¿Dónde quedaría entonces la laboriosa y
seria investigación de los científicos
occidentales, que durante siglos había ido
acumulando, pieza tras pieza, partícula tras
partícula, un formidable bagaje de evidencias,
que proporcionaba una explicación racional –
y por cierto material – de la existencia? ¿Qué
sería de los finos instrumentos de observación
y medición creados por el hombre, como el
microscopio o las reacciones químicas, si todo
se podía modificar con un antojo de la
voluntad, a través de las meras ideas?
Pues no otra cosa significaba la hipótesis
del pergamino. La pretensión de que con una
combinación de alusiones abstractas,
generadas sobre la base de unos ciertos signos,
se podía modificar la composición molecular
de la materia. Ni más ni menos que lo
sostenido por ciertos magos de la Edad Media
o el Renacimiento – como Paracelso – que por
cierto había sido sepultado por la verdadera
ciencia.
Pero Bertozzi era su mejor amigo, y un
hombre honesto a carta cabal. Sus afanes
investigativos, además, habían sido siempre
medulosos y prolijamente organizados. ¿Y si
aquella hipótesis legada por su padre resultaba

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ser verdad? Angelo Merante no quiso pensar
más en eso, y aprovechando la detención ante
un semáforo, encendió un largo cigarrillo
turco, extrayéndolo de una cajita de madera,
con dibujos inistas, que hacía poco le habían
regalado.

4. 1995, Francavilla al Mare y Roma.

Entonces fue que sucedió aquel incidente


tan extraño, en la calle principal de Francavilla
al Mare. Bertozzi regresaba en su motocicleta
de la Universidad, cuando fue encerrado
contra el cordón por un auto con cuatro
hombres. El roce contra el borde de una de sus
cubiertas, lo hizo caer sobre la vereda.
El automóvil frenó con estridencia y los
hombres bajaron corriendo para dirigirse hacia
él. Bertozzi creyó que se trataba de un
accidente, y que los hombres bajaban para
ayudarle.
Por suerte no se había lastimado en
absoluto, e iba a decirles esto pero los
hombres, sin abrir la boca, lo rodearon
amenazantes y uno de ellos, tomándolo

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brutalmente del cuello de su campera le
espetó, en mal italiano:
– Todo lo que hagas contra Israel te costará
muy caro… – y volvió a derribarlo, de un
empujón.
Del mismo modo como habían venido,
desaparecieron. Algunas personas se acercaron
a ofrecerle colaboración, y mientras les
agradecía, Bertozzi se preguntaba
mentalmente:
– ¿Por qué dijeron esto, sobre Israel? Jamás
he tenido nada en contra de ellos… ¿o será una
broma? (por cierto, de muy mal gusto, pues
casi me cuesta un hueso roto).
El suceso impresionó tanto a su amigo
François Pröia, que no quiso dejarlo regresar
solo a Roma. Él mismo lo llevó, tomando el
volante de la coupé de Bertozzi.
Cuando llegaron allá se encontraron con
que habían dejado una carta de Etiopía. Laura
no quiso darle mucha importancia al asunto,
antes de que terminaran de contarle lo
sucedido en Francavilla al Mare.
Pero Bertozzi ya había despegado la
lengüeta del ancho sobre con vapor, y
desplegaba asombrado ante sus ojos, una hoja,

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de papel dorado, escrita en grandes caracteres
asentados a pincel.
La carta estaba en griego antiguo, pero
Bertozzi conocía este idioma, así que – no sin
algunas vacilaciones – enseguida hizo la
traducción.
La carta, más o menos textualmente, decía
esto:

Tú que estuviste entre los elegidos de la


cohorte que siguió las órdenes de Joab para la
custodia de nuestro bendito rey Salomón.
Tú que albergaste en tu vientre la divina luz
de nuestro bienamado Quenhaz.
Tú que fuiste privilegiado con la efusión del
nêfed, para cumplir con lo que estaba
prometido.
Hoy ha llegado ese día.
Debes acudir al llamado del Destino,
inscripto desde los milenios en tu ser inmortal.
En Mái Edagá se te espera, el anciano
guardián de nuestro templo te dará las
instrucciones para que glorifiques tu
predestinación.

Bajo de ella venía, dibujado, un sencillo


mapita, que indicaba un lugar entre las

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callejuelas céntricas de esa ciudad. Y un
nombre, por el cual debían preguntar.
Luego de un rato de meditación, Bertozzi
dijo:
– Creo que deberemos viajar hacia allá.
François y Laura protestaron. El francés
dijo:
– Cuidado, Gabriele, puede ser una
peligrosa “broma”, del tipo de la que te
hicieron en Francavilla al Mare…
– No – contestó Bertozzi –. Tengo la
intuición profunda de que se trata de una
extraordinaria verdad.

5. ¿Who is Bertozzi?

– Y ¿quién es este Bertozzi? – preguntó el


banquero Peter Hymet.
– Un artista, un intelectual… el inventor del
Inismo…
– Nada de eso me aclara algo – afirmó
Hymet – : ¿puedes darme datos concretos
sobre su vida?
– Bien. Se dice que lleva en sus venas
sangre etrusca y está emparentado con familias
señoriles de Toscana, como los marqueses de

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Malaspina y los condes Rosselmini. Un
bisabuelo, de quien gusta mencionar que se le
parece más que su padre y su abuelo, combatió
como oficial en las más importantes batallas
para la independencia de Italia: Montebello,
Palestro, Magenta, San Martino, Solferino, y la
conquista de Roma – con la Breccia de Puerta
Pia –, por lo cual fue excomulgado (aunque el
mismo Papa levantó esa excomunión, al poco
tiempo).
“Su abuelo Aldo – que era abogado –, actuó
como oficial y combatiente en la Primera
Guerra Mundial. Recibió una condecoración
por su valor en África, y fue convocado – ya
de civil – para presidir los procesos judiciales
de posguerra.
“De su padre ya sabemos que fue oficial
italiano en Mái Edagá (donde recibe aquella
profecía de la cual ya hablamos). En la batalla
de Amba Alagi fue hecho prisionero de los
ingleses y enviado a un campo de
concentración en el Himalaya. Allí permaneció
seis años, y estuvo en contacto frecuente con
monjes budistas e hindúes – un dato que no
debemos desdeñar.
“Bertozzi propiamente – nuestro Bertozzi –
es desde joven un intelectual muy destacado,

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que también actúa como oficial paracaidista en
el ejército de su patria. Fue uno de los
adherentes al Letrismo, un movimiento
artístico de vanguardia, surgido con mayor
fuerza en la posguerra, pero pronto mostró su
criterio independiente, al cuestionar algunos de
sus principales fundamentos y posteriormente
apartarse, para fundar el INIsmo.
– ¿Qué cosa es el inismo? – interrumpió
Hymet.
– Buena pregunta. Es la que se hace mucha
gente: pero no es fácil de contestar. Tiene
muchas explicaciones, mejor dicho…
“Nacido en 1980 en París, a partir de un
grupo de artistas – especialmente escritores y
cineastas –, se expandió rápidamente por el
mundo, aunque no por la superficie, sino por
las médulas de las acciones artísticas en
diferentes países, tan distantes uno de otro
como Finlandia o Argentina.
“Ellos poseen una voluntad extraordinaria
tras el objetivo de crear un nuevo lenguaje,
que permita a la humanidad avanzar en la
comprensión de los planos superiores del
conocimiento y la percepción, según dicen…”
– No lo entiendo – dijo el banquero.

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– Sí, no es fácil entenderlo… – caviló en
voz queda el antropólogo que hasta el
momento explicaba – especialmente si uno ha
dedicado su vida a ocupaciones muy diferentes
– agregó, con cautelosa cortesía –. Pero
precisamente, porque manejan un
conocimiento no muy accesible al vulgo, es
que ellos constituyen lo que en jerga artística
se denomina una vanguardia. Y esos
conocimientos difíciles de entender, frutos de
sus investigaciones y sus búsquedas creativas,
nos son absolutamente necesarios para poder
dilucidar el contenido secreto del pergamino.

6. 5 de octubre de 1995. Mái Edagá

Laura y Bertozzi llegaron a Mái Edagá a las


dos de la madrugada. Hacía frío, y por suerte
el chofer encontró rápidamente el pequeño
hotel donde se alojarían mientras estuvieran
allí. Antes de entrar, Bertozzi besó el suelo del
lugar que sintiera sus primeros vagidos.
Durmieron hasta muy entrado el día y
recién cerca de las dos de la tarde salieron a
recorrer el pueblo. Caminaron durante horas
por entre las callejuelas polvorientas, entre

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centenares de pequeños puestos de venta, que
ofrecían todo tipo de productos, entre la
profusión apabullante de objetos japoneses,
chinos, o norteamericanos. Cerca de las nueve
de la noche cayeron en cuenta de que se
habían olvidado de comer. Y lo hicieron en
una pequeña fonda, alumbrada con lamparitas
de petróleo desde las paredes, lo cual fue
también una puerta a las sorpresas, cada vez
que jugaban a descubrir los ingredientes de la
deliciosa comida – elegida al azar, pues no
conocían el idioma – que se habían arriesgado
a pedir.
De tal modo pasaron dos días, investigando
esa cultura deliciosa y los recovecos de aquel
lugar. Recién al tercero, se decidieron al
intento de cumplir aquella misión que al
parecer les había sido encomendada desde los
siglos.
Todo el tiempo Bertozzi se había sentido de
un modo que jamás antes experimentara. Una
especie de transposición de su cuerpo a un
plano sutilmente extraterreno, en donde le
parecía volar en vez de apoyar sus pies en los
suelos, y su emotividad vibraba a flor de piel,
colocándolo casi todo el tiempo y sin razón
aparente al borde de las lágrimas.

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Esta sensación se fue intensificando a
medida que se acercaban al lugar indicado en
el mapita, hasta volverse una aguda opresión
en el pecho, que por un momento llevó a Laura
a preguntarle, alarmada, si se sentía enfermo; y
a punto estuvo él de pedirle que volvieran,
renunciando a esa extraña aventura que de
repente le provocaba un profundo sentimiento
de inestabilidad interna.
Sin embargo se calló, y sólo después de un
rato dijo:
– Sí, confieso que estoy un poco
emocionado. Pero es comprensible, ¿no?
Por fin llegaron al lugar indicado. Era una
pequeña tienda, donde se exhibían toda clase
de ropas, desde preciosos vestidos árabes para
mujer, hasta muy bien cortados trajes
masculinos de tipo occidental. Una muchacha
particularmente bella los atendió, sin
entenderles casi nada, pero sus ojos se
iluminaron al decirle que buscaban al doctor
Al Alhazred. Un hombre oscuro de bigotazos
negros, que había permanecido silencioso
detrás de la caja registradora, se dirigió
entonces a ellos en aceptable italiano, y les
preguntó sus nombres. Luego de que se los
dijeron, habló un poco a la muchacha en el

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idioma del país, y enseguida se introdujo en la
trastienda, atravesando una espesa cortina.
Bertozzi y Laura se entretuvieron mirando
las ricas telas que se exhibían, colgadas con
tino desde pequeñas perchas de madera, que a
su vez habían sido suspendidas en el techo.
Como a los veinte minutos – veinticuatro
exactamente, observó Bertozzi –, la muchacha
volvió, diciendo que el doctor Alhazred los
recibiría en su sala personal. El hombre que
hablaba italiano les dijo que ella los iba a
guiar.
De un pasillo muy iluminado con tubos
fluorescentes, donde se veían retratos de
hombres y mujeres, colgados en las blancas
paredes, con sólo cruzar una añosa puerta
transcurrieron a otro, que, aunque exactamente
de la misma anchura física que el anterior,
parecía más angosto. Esta impresión la
infundían las pequeñas lámparas de aceite, que
más o menos dejando entre ellas unos tres
metros de distancia, consistían la única
iluminación del pasadizo. Bajo este resplandor
mortecino, la rugosidad del estucado quedaba
dramáticamente manifiesta; los europeos
observaron que no había ningún ornamento en
ellas, a no ser unos pequeños signos, que

- 37 -
parecían pintados a pincel, exactamente en el
centro del espacio que separaba a una lámpara
de otra, es decir, precisamente en el lugar
donde la luz ya no alcanzaba como para
mirarlos con claridad.
Llegaron a una puerta angosta que
culminaba en arco, y luego de atravesar unas
cortinas se hallaron en un despacho inmenso,
atestado de libros y muchos objetos antiguos, a
través de cuyas ventanas abiertas y las
transparentes cortinas que la brisa mecía
rítmicamente, podían verse una hermosas
palmeras que al parecer eran la única
compañía de un antiguo edificio, de un estilo
anterior al musulmán, luego del cual
aparentemente sólo seguía el desierto.
El hombre que les esperaba sonriente tras el
ancho escritorio parecía muy joven, y sus
rasgos físicos perfectamente podrían haber
pertenecido a un francés, un español o un
italiano. La impresión se acentuaba por el
ropaje: llevaba un liviano sweater bordeaux,
sobre una camisa de un celeste muy pálido, y
cuando en un momento de la conversación
posterior saliera de tras el escritorio para
caminar un poco, podrían comprobar que
además calzaba unos prolijos jeans y

- 38 -
mocasines de cuero natural. Luego de
saludarlos en perfecto italiano se presentó
como “Abdul Al Alhazred, doctor en Ciencias
Económicas…”
– Su profesión es… – inquirió Bertozzi,
sorprendido, pues había esperado encontrarse
con un egiptólogo, un esoterista o algo
parecido.
– Economista – dijo el hombre–. Trabajo
para el gobierno, en el área de planificación.
Habitualmente no resido en Mái Edagá, sino
en Addis Abeba. He venido, ahora, sólo para
esperarlos…
– Entonces, usted sabía de nuestra
llegada… – dijo Bertozzi.
– Lo sabíamos – contestó el hombre.
– Por lo tanto, sabe también la historia del
pergamino de su abuelo… – discurrió
Bertozzi, en voz medianamente alta.
– Sé lo del pergamino… de mi pergamino,
no el de mi abuelo… – contestó con una
sonrisa, el etíope –: Yo soy Abdul Alhazred…
no su nieto.
– Pero mi padre lo vio en 1945… y era un
anciano de cerca de setenta años, según su
descripción… y usted no debe tener más de
treinta…

- 39 -
El hombre permaneció en silencio, unos
segundos, como sopesando lo que iba a decir.
– No es sencillo explicar lo que somos,
porque sólo es expresable en referencias a las
cuales no alcanza nuestra razón – afirmó al fin
–. Ustedes y yo somos, en realidad, muy
ancianos… Sólo que en el caso personal, me
ha sido dada la no muy fácil responsabilidad
de la conciencia permanente en el plano
físico… Pero precisamente ustedes son
quienes, con toda fortuna, deberán liberarme
de esta tarea, con la alegría, además, de la
misión cumplida. Volviendo a mi aspecto:
puedo presentarme del modo en que lo desee,
anciano o joven, endriago o animal, con la
única limitación del sexo, pues me fue
concedida sólo una energía masculina. Esos
pequeños trucos los he aprendido a lo largo de
los dos mil años de existencia aquí, que llevo
ya…
– ¿Usted ha vivido dos mil años? –
preguntó Laura.
– He existido, durante ese lapso, en la
Tierra, por causa de esta delicada misión…
pero, por favor, siéntense… ¿desean tomar
café?

- 40 -
Luego de que se hubieron acomodado, y
una muchacha sigilosa, con shador, les hubiese
servido primorosas tacitas con un café denso y
exquisito, escucharon la historia verdadera y
completa del pergamino… al cual
erróneamente se llamaba “de Mái Edagá”,
pero que deberían llamar, a partir de ahora, “de
Qumrán”.
He aquí la narración de Alhazred:
“Durante los últimos años del reinado de
Juan Hircano, el santo peregrino Menahem vio
que Herodes sería un gran rey, y su gobierno
acrecentaría a Israel.
“Su corazón gemelo, nuestro hermano y
sacerdote Qohelet, consideró entonces llegado
el momento de la acción para los esenios. De
acuerdo a lo que parecía un serio abordaje a
las Escrituras, los esperados tiempos del
Mesías grande y portentoso, habían llegado…
para el criterio de nuestro sacerdote, el hijo de
Antípatro era claramente el llamado a devolver
la gloria al pueblo de Israel.
“Era obvio que para ello, tarde o temprano
se vería obligado a expulsar a los romanos, los
griegos y otros pueblos impíos y degenerados,
como los que desde la Siria y el Noroeste
desplegaban sus influencias perversas sobre la

- 41 -
raza superior de los verdaderos semitas de
Israel.
“No importó que Herodes, apenas
entronizado, se sometiera a Marco Antonio,
quien lo hizo proclamar rex amicus et socius
populi romani por el senado. Tampoco su
matrimonio con Marianne, la hija del Sumo
Sacerdote fariseo, traidor a la causa de Israel,
ni la horrenda matanza de cuarenta y cinco
miembros del Sanedrín que el joven rey
ordenara para consolidarse. Por el contrario, a
Qohelet – que estaba obsesionado con su
ilusión – estas aberraciones le parecieron
prueba de la astucia y firmeza convenientes a
un buen conductor.
“Así es que, por primera vez, se decidió a
gestar un objeto extraordinario, cuya secreta
fórmula había permanecido en su mente –
hasta ahora en abstracto – legada por un
antepasado recabita, y a este a su vez por un
Ebdemélec Etíope – con lo cual como se ve,
el círculo inicial se cierra – , pero no sin
innumerables recomendaciones.
“Qohelet se decidió a reconstruir la secreta
Palabra, descubierta al parecer durante la
dominación de Nabucodonosor, por
Ebdemélec y los recabitas.

- 42 -
“Esta Palabra era la concentración cardinal
de energía, la quintaesencia de la materia, uno
de los cuatro átomos elementales del Universo
y contenía, en sí, la partícula infinitesimal de
la humedad y el fuego, de la sonoridad y el
silencio, de lo sensible y lo invisible, capaz de
suscitar, con su alquimia, todas las formas de
la materia, de transformarlas, o desintegrarlas.
“Qohelet se decidió a llevar al plano
práctico ese conocimiento, para ponerlo al
servicio de su rey, pues confiaba en que él iba
a dar cumplimiento a lo que anunciara Abdías:
Los desterrados, este ejército de los Hijos de
Israel, heredarán lo que pertenecía a los
cananeos… y las ciudades del Negueb…
subirán victoriosos, hasta el monte de Sión,
para gobernar desde allí…
“Durante cuarenta días con sus noches
Qohelet ayunó, hizo penitencia, se vistió de
sayal y espolvoreó con ceniza su ya grisácea
cabellera, pues no sabía si era digno de la
inmensa responsabilidad que le había tocado.
Recién luego de larguísimas invocaciones, en
que se vio rodeado de toda clase de seres
indescriptibles, y en un estado en que casi no
pisaba el suelo, tomó en sus manos el cuero
purificado. Este había sido guardado en una

- 43 -
caja de oro durante muchísimos años, mas se
conservaba absolutamente incorrupto. El
espíritu guió su trazo con mano firme y pincel
seguro, para dibujar las nueve letras que
conocía al detalle, pero hasta ese momento no
se había atrevido nunca a suscitar. Luego, con
labios trémulos, las cantó, articulando en la
forma indicada y con la melodía necesaria su
pronunciación.
“Pero no sucedió nada. La experiencia
había fracasado.
“Desesperado, durante largos días Qohelet
hurgó y rehurgó en los rollos buscando las
explicaciones que de antemano sabía que no
iba a encontrar: este era un conocimiento
secreto; ningún sabio, si lo vislumbró, lo
habría consignado por escrito. Hasta que por
fin se atrevió a efectuar algo abominable.
“Trazando con tiza negra una estrella
invertida en el suelo, invocó al maldito
demonio Asmodeo, instructor de todas las
ciencias prohibidas para los humanos.
“Con una carcajada interminable el
demonio lo calificó de tonto… ¿Acaso no
sabía él que todas las cosas en el Universo
tenían un polo positivo y otro negativo?
Ebdemélec y los recabitas habían engañado a

- 44 -
sus antecesores, legándoles sólo una parte del
conocimiento, para que su presencia fuese
simbólica, con el objeto nada más de que no se
perdiera su memoria entre los hombres. Era
imposible que el pergamino funcione, sin la
participación de una mujer.
“Esta enseñanza le costó a Qohelet el
compromiso de servir a Asmodeo durante
cinco mil años. Pero se consoló diciéndose –
artificios del intelecto – que seguramente iría a
ser liberado de él por su Mesías, cuando se
hiciera dueño del verdadero Poder.
“Qohelet debía buscar ahora a la mujer; y
sin pérdida de tiempo, se puso en dicho afán.
Unas crípticas sugerencias de Asmodeo lo
llevaron a Partia, donde luego de escrupulosas
averiguaciones creyó haber dado con ella.
“Pero antes de que golpeara a su puerta, sin
importarle haber llegado a medianoche, mi
padre – sí, mi padre, que había sido su mejor
amigo y le acompañaba –, allí mismo lo mató.
“Mi padre, que también era un santo, se
había dado cuenta de la tremenda
contradicción que estaba cometiendo Qohelet.
¿Cómo era posible confiarle a un terrible
dictador y asesino como Herodes las
facultades de un dios, y pensar que las usaría

- 45 -
para bien? ¿Cómo se podía invocar a uno de
los peores demonios y creer que aún así se
estaba sirviendo al Señor?
“De una sola vez mi padre hundió su
estilete en la nuca de Qohelet, para enviarlo
junto a su actual jefe Asmodeo, y recuperó el
pergamino, con la voluntad de purificarse y
destruirlo.
“Pero al llegar de regreso a su cueva de
Qumrán, una terrible enfermedad lo postró, e
inmovilizó sus miembros hasta el punto de que
apenas podía manejar sus manos para los
movimientos más rudimentarios.
“Fue entonces que me llamó, pues yo vivía
por esos tiempos con mi madre, en Jerusalém.
Tenía 14 años y había empezado mis ejercicios
purificadores con el propósito de iniciarme en
el Servicio del Templo.
“Mas mi padre me dijo que un ángel se le
había presentado y le había entregado un
frasquito con una pócima, que yo debía tomar
para extender la permanencia de mi cuerpo
aquí.
“Debería conservar mi cuerpo y la
conciencia de él durante algunos cientos de
años, tal vez, para cumplir la misión que se me
iba a encomendar.

- 46 -
“Se había cometido una inaudita
profanación, y únicamente se podía restañarla
restituyendo la poderosa pieza que se había
gestado, inoportunamente, al único que podría
disolverla o conferirle sentido: el Venerable,
Bondadoso Ingeniero de toda la Creación.
“El pergamino era indestructible por
medios humanos. Aún más, cualquier intento
en ese sentido desencadenaría imprevisibles
catástrofes en el ámbito de lo cósmico y lo
terrenal, si se lo efectuaba.
“Por ello, lo único que podía hacerse era
preservarlo hasta el momento oportuno,
cuando llegaría aquél que sabría cómo actuar
respecto de él.
“Mientras tanto, la misión que se me
encomendaba, era:
“1) Partirlo en dos, exactamente luego de la
quinta letra.
“2) Encontrar a la mujer que, a la par de mi
existencia, debía convertirse a la vez en
inmortal y conservar el aspecto negativo del
pergamino hasta que llegara la oportunidad de
entregarlo a quien vendría a finalizar la
misión.
“Ambos, la mujer y yo, podríamos –
eventualmente – intentar con éxito poner en

- 47 -
funcionamiento el Poder consignado en la piel
de cabra. Pero el castigo que atraeríamos con
tal conducta sobre nuestras almas, sería tan
horrendo, que hasta el ángel enmudecía
estremecido con sólo imaginarlo”.
Bertozzi se movió por primera vez en su
silla y cruzó las piernas. Pero rápidamente
abandonó esa posición, pues recordó que los
árabes consideran una ofensa a esta actitud.
Ello hizo sonreír a Abdul Alhazred, quien le
dijo:
– ¡No, póngase cómodo si lo desea, esta
nimiedad no podría molestarme a mí!...
–¡Disculpe, disculpe! – exclamó Bertozzi –.
¡He interrumpido su relato!
– Bien – pronunció suavemente Alhazred –.
Estamos llegando a la culminación.
“Me llevó veintidós años y seis meses
encontrar a la mujer – que no era la que había
descubierto Qohelet. Vivía en Ctesifón, se
llamaba Hillen Fraates, tenía 23 años (o sea
que apenas había empezado su vida cuando se
me encomendó este trabajo) y era descendiente
de un rey.
“Ella comprendió maravillosamente su
papel – había sido instruida para ello – y con
prontitud aceptó.

- 48 -
“Le entregué su parte, la caja de oro con las
cinco letras. Y después de entonces, nunca
más la vi”.
– ¿No se encontró jamás con ella luego? –
preguntó Laura.
– Quizás – contestó Abdul al Alhazred –.
Quiero decir que no la reconocí. Ya saben que
nosotros, tanto ella como yo, estamos
facultados para tomar aspectos diversos, para
hacer más eficiente nuestra tarea y menos
agobiante la espera del momento de nuestra
liberación.

- 49 -
Segunda Parte

- 50 -
7. Luzern, 8 de octubre de 1995

– Luego de su fundación en París, en 1980,


el Inismo se expandió con rapidez por otros
países… – leyó la secretaria en el monitor de
la computadora. Se quitó los zapatos y,
levantando una de las piernas para pisar sobre
la silla, refregó distraídamente los dedos de
uno de sus pies con el ánimo de infundirles
calor.
– Casi desde su origen, Bertozzi y Laura
Aga-Rossi se cartean con argentinos, y un
profesor universitario impulsa el inismo en
Estados Unidos desde 1982…
Caminando descalza sobre la alfombra la
linda muchacha fue a prender la radio.
Sintonizó un recital de Skorpions y regresó a
su trabajo.

- 51 -
– Un grupo de españoles se incorpora,
alrededor de 1985; pronto, por su gran
actividad, se convierten en los más
importantes mentores de este movimiento en
lengua castellana… En los años siguientes, se
conforman grupos inistas en Portugal, Cuba,
Brasil y Finlandia…
Cada tanto efectúan un Encuentro
Internacional – el más reciente fue La idea del
visionario, en la Universidad de Pescara –, y
editan una revista importante, llamada
Berenice…
– No más datos – pensó en voz alta
Mariette, haciendo un mohín –. Esto no va a
conformar a Peter Hymet. Él quiere datos
acerca del modo como alquimizan sus fonemas
y sus códigos secretos, y no la historia del
movimiento… Tal vez deba hacerme amiga de
alguno de ellos para conseguirlos… ¡eso! ¿por
qué no? ¡Puede ser divertido!...

8. Riad, 17 de octubre de 1995.

– En el año 656, un grupo de nobles


pertenecientes al ejército musulmán de Egipto,
llegaron a Medina con el propósito de asesinar
al rey – dijo Bertozzi. Desde la radio sonaba

- 52 -
una grabación bastante aceptable, en árabe, de
El día que me quieras, de Carlos Gardel. –
Reinaba Utmán, cuñado de Mahoma y
miembro de la influyente familia coraichita de
la Meca. Por estos tiempos, el imperio
islámico había crecido ya demasiado: sus
generales gobernaban gran parte de Asia
Menor y Bizancio, hasta Bactria, Kabul y
Ghazni.
“Mas el peligro que se cernía sobre el
gobierno provenía de sus propios nobles, que
habían adquirido demasiado refinamiento y
poder. Estaba formándose una segunda
generación urbana, que surgía entre las
diversiones y el lujo de Alejandría, Damasco y
Ctesifón, y las ciudades-cuartel de Bassa y
Kufa. Eran jóvenes que habían crecido en el
lujo y el poder absoluto, y ningún límite los
frenaba.
“La política, el poder y el prestigio, se
habían convertido en fines en sí mismos, y
Utmán – hombre de modales suaves, piadoso,
que había sido íntimo amigo del Profeta –
parecía poco indicado para someter tantas
pasiones, como las que bullían entre los
nobles”.

- 53 -
En ese momento sonó el teléfono. Laura
atendió.
– Patricia – dijo.
– He hablado con nuestro amigo argentino
– contó Patricia cuando Bertozzi tomó el tubo
–. Está trabajando muy fuerte en su parte –.
Ella estaba muy entusiasmada: – Me parece
que nuestra tesis va a ser un éxito fenomenal.
Los inistas preparaban una tesis colectiva
sobre El Lenguaje Contemporáneo, para
presentar en el XXVIII Congreso Internacional
de Lingüística que, en julio de 1997, se iba a
realizar en Carisbard, California.
– Bien – dijo Bertozzi, luego de comentar
un momento más las novedades que había
traído Patricia –, ¿te interesa que continuemos
con Utmán?
– Evidentemente, para ti es muy importante
– contestó Laura.
– Lo es. Pronto verás por qué.
“Los jóvenes generales rebeldes, luego de
presentarse ante el rey y agraviarlo con
acusaciones sobre su mal gobierno, decidieron
derrocarlo. Para ello, sitiaron sus cuarteles con
poderosas fuerzas. Una filtración les permitió
descubrir que Utmán – que ya parecía
dispuesto a abdicar – en realidad estaba

- 54 -
ganando tiempo para permitir la llegada a
Medina de Muawiya, gobernador de Siria,
quien iba a defenderle. Los regicidas,
entonces, tomaron por asalto el palacio.
Encontraron al califa resignado a su suerte,
leyendo El Corán. Abdallah, hijo de Abu Bakr
– quien fuera el primer califa – fue quien
asestó el primer golpe…
Luego de esto, Bertozzi se quedó en
silencio.
–Y bien – silabeó suavemente Bertozzi.
Escucha lo que narra Shapur Mukdiseh,
historiados del siglo XI sobre este hecho:
“Cuando el rey vio entrar a los nobles
armados, con el mal pintado en los ojos, quiso
huir, espantado. Mas a su vera tenía a Hillén,
la bella sacerdotisa extranjera, quien parándose
ante los asesinos, los detuvo con su autoridad,
y ordenó que se les permitiera orar a solas
antes de cometer su fatal designio. Se dice que
cuando Abdallah y sus amigos al fin entraron,
la sacerdotisa, convertida en pájaro, voló a
través de la ventana; el rey, al parecer
dormitaba, y al hundir los puñales en su
cuerpo, sus asesinos sintieron que ningún alma
habitaba en esa apariencia, ya. El regicidio fue
entonces, al parecer, un mero acto simbólico,

- 55 -
pues el alma de Utmár ya se elevaba al cielo.
Se dice, también, que esa misma noche se la
vio volar, tomada de la mano de Hillén, por
sobre las cúpulas de la Meca, como si fuesen
un par de graciosos y transparentes
fantasmas”.
– Hillén Fraates – dijo Laura.
– Sí –, contestó Bertozzi, dubitativo –. Son
leyendas, es cierto. Pero fijate qué sugestiva
coincidencia.

9. París, noviembre de 1995.

Flavio Donnini salió del edificio de


improviso, sumido en sus pensamientos, pero
tuvo que retroceder. Llovía; las luces del
boulevard parpadeaban con un resplandor
azulino, formando tejidos irisados en el aire,
sobre los múltiples brillos de los autos y los
paraguas en el crepúsculo.
Flavio tenía la mente llena de figuras,
colores, sonidos, fragmentos de palabras. Salía
de una sesión de cine y conversación con
Lemaître, que como siempre había sido una
experiencia muy intensa. Vio un taxi, le hizo
señas y corrió hacia el cordón cuando se
detuvo. En el momento de entrar sintió el

- 56 -
choque de una cadera en su costado y se retiró
un poco, sorprendido. Una bonita rubia, como
de veintitrés años, había intentado subir al
mismo automóvil que él… ¿de dónde había
salido?
– Disculpa – dijo Flavio.
– Yo lo llamé primera – afirmó seriamente
la muchacha.
– Está bien – contestó él –. No hay
problema, esperaré otro…
– Bueno, podemos compartirlo – concilió
ella mientras subía mostrando sus hermosas
piernas – ¿Adónde vas? En realidad Flavio no
tenía aún decidido adónde iría…
mecánicamente, dijo la dirección de Giovanni
Agresti.
– ¡Yo también voy para ese lado! – exclamó
la rubia –. Pero, ¡por favor sube, te estás
mojando!...

10. Pescara, noviembre de 1995.

– ¿Cree usted en la reencarnación,


profesor? – preguntó una de las alumnas del
curso de Literatura Francesa.

- 57 -
Habían estado hablando del testimonio de
un amigo de Marcel Schwab, quien durante
una conversación había quedado sorprendido
por el modo como el escritor describía un
episodio egipcio, sucedido alrededor de 1200
años antes de Cristo, como si lo hubiese vivido
él mismo. Schwab había hablado de la batalla
de 1229, que ganara Mernepta a los israelíes,
describiendo la estela colocada en el lugar con
tal lujo de detalles, que su amigo – quien era
un egiptólogo, por lo cual sabía que todos esos
detalles no figuraban en ningún libro – había
quedado mudo de asombro.
François Pröia pensó mucho antes de
contestar.
– No lo sé… – dijo por fin –. Es decir, no
podría afirmarlo con seguridad… Bertozzi
dice que él y Maurice Lemaître eran amigos
también en el antiguo Egipto, durante la XX
Dinastía…
“No sólo pintarrajeamos papiros y tablillas,
sino que también decoramos sarcófagos,
templos y pirámides… Dejamos nuestras
marcas en todas partes, pero, igual que en la
actualidad, sólo algunos elegidos sabían leer
nuestra escritura-dibujo… por lo tanto,
¡puedes imaginarte lo que sucedió cuando

- 58 -
fuimos destinados (yo al menos) a la música, a
la simultaneidad y a otros oficios canónicos!”
– Esto lo dice Bertozzi, en un reportaje. Al
parecer lo dice seriamente, y más adelante
agrega: “Sin embargo, la religión nos separaba
(con Lemaître); él creía en un dios extraño del
Este, que se llamaba, creo, Isid Ison (pese a la
sonoridad del nombre, no tenía nada que ver
con Isis), y yo era devoto de Ini-a ef, que
llevaba de un modo parejo la ética con la
estética. Estábamos todavía juntos cuando,
cerca de Tarquinia, un dios niño, que apareció
en el surco de un campo, nos concedió el don
de una nueva escritura, que luego nosotros
enriquecimos y empleamos de manera
sistemática. Sin embargo, incluso estas obras
siguieron siendo también misteriosas hasta el
presente…”
– De acuerdo con eso, Bertozzi habría
vivido hace… ¿unos cuatro mil años? –
preguntó la muchacha de anteojos que había
iniciado el diálogo.
– Precisamente – respondió François Pröia
–. Por cierto, hay una teoría que sostiene,
acerca de la frecuencia de nuestras
reencarnaciones, que se suscitan cada mil
años… una vez como mujer, otra vez como

- 59 -
hombre… de acuerdo con esto, claro, Bertozzi
bien podría haber sido también un hombre,
hace unos cuatro mil años…
– ¿Me permite? – dijo un joven rubio con
acento extranjero, desde uno de los últimos
asientos.
– Sí – contestó François Pröia.
– Deseo contar una anécdota sobre
Shakespeare…
– Pues hágalo… – aprobó el profesor.
– Se dice que Shakespeare estuvo influido
por un alto iniciado de las Ciencias Secretas, y
el mismo habría sido quien infundiera su
conocimiento a Roger Bacon y Jacob
Boheme…
– ¿Quién lo dice? – preguntó François
Pröia.
– Bueno… Gaetano Bianchi, un compilador
del siglo XVIII… – contestó el muchacho.
– ¿Y bien?
– Pero lo que nos interesa, creo, es que
algunos años después vivió en Alemania un
poeta, que escribió ciertos poemas muy
extraños… Quienes lo leyeron, afirman que
esos poemas, leídos con sus claves, en muchos
pasajes reproducían hechos de la vida más
íntima de Shakespeare. Uno de ellos, por

- 60 -
ejemplo, decía – al descifrarlo –, … ahora me
llaman Jacobo Baldus, / pero mi nombre
anterior, al otro lado del lago, fue Guillermo, /
y me expresaba en la tragedia tanto como en
la comedia y en el drama, / en tanto que ahora
mi lenguaje es la poesía… pero tanto allí
como aquí soy la chispa del mismo ser
inmortal.

11. Florencia (Palacio Pitti), 23 de


diciembre de 1995.

– Esta exposición representa un


reconocimiento importante para los Inistas –
dijo el escritor Atilio Silvestrini.
– No necesariamente – contestó con su tono
suave pero siempre un poco ácido e irónico
Poli Gracenza (periodista de Flash Art) –.
Fíjate, en la historia se aprecia que cuando las
vanguardias comienzan a llegar a los museos
oficiales, por lo general ya están muertas.
“Aunque, tú sabes – continuó con su tonito
arrastrado – nunca creí que esto fuese una
vanguardia, ni que lo exhibido aquí pueda
calificarse como «arte».
– Me parece que extremas tus posiciones
ideológicas – afirmó Silvestrini. Conversaban

- 61 -
con el joven periodista en la Galería de Arte
Moderno, que había sido cedida para una
exposición Inista. La sala bullía de gente.
– Amigo mío, las últimas vanguardias
murieron con los beatniks. A partir de
entonces todo deseo de conducir alguna
renovación en las artes, a través de cuadros
colgados en las paredes, es un vano intento. Lo
demás está muerto. O agoniza.
– Perdón, tienes demasiada fijación con la
muerte, caro Poli… la mencionaste tres veces
ya, en lo poco que va de conversación – señaló
el escritor.
– Es que pertenece, señorialmente, a este
mundo que vivimos, caro Atilio… La
civilización industrial – luego tecnotrónica –
ha ido matando paulatinamente las relaciones
sociales, la producción de objetos y de arte; al
sistematizarlas, incorporarlas a un proceso
absolutamente previsible y convertir a sus
materias primas esenciales en desechos o
elementos químicos, han convertido al 80 por
ciento del mundo civilizado en un inmenso
cementerio.
– Insisto en que miras las cosas con mucho
pesimismo, amigo… – protestó Silvestrini –.
Por el contrario, yo creo que esta exposición

- 62 -
Inista es un testimonio de vida… Mira, mira
este cuadro de Angelo Merante…

Poli lo cató con indiferencia.


– ¿Y bien? – dijo.
– Escucha… puedes reconocer una obra de
arte en sus vibraciones intrínsecas… aquí hay
armonía, ritmo, color y dramatismo, pero por
sobre todo, esa conjunción de vibraciones
internas, logradas por elementos que quizá
sólo serían perceptibles con microscopios, esa

- 63 -
unidad y movimiento interior que sugiere una
multitud de sentimientos al espectador,
llevándolo a participar activamente de la
obra… ¡Precisamente la función del arte!
– Creo excesivo tu entusiasmo… por mi
parte no percibo más que una ingeniosa,
artesanal combinación de letras, colores y sí,
es cierto… hay armonía, pero no le otorgo el
mismo nivel que tú…
“Aún así – agregó, aparentemente
conciliador –, suponiendo que individualmente
Angelo Merante alcance estatura como
pintor… ¿de qué manera se inscribe en este
caos de manifestaciones distintas, como para
que podamos llamarla, en primer lugar, «un
movimiento», y luego «una vanguardia»?
¡Mira, mira! Allá, dibujos con influencia
surrealista, allá, manuscritos, más allá figuritas
manipuladas con la computadora… también
muestran películas, obras de teatro,
manifiestos contradictorios entre si… en
definitiva… ¿Qué catzo es el Inismo?...

El Inismo es esencialmente conservador –


dijo Penny Wallfisch, contenta de haber
encontrado alguien de idioma inglés con quien

- 64 -
conversar. Lex Loeb estaba un poco cansado –
había llegado de los Estados Unidos esa
misma mañana, justo a tiempo para participar
de la inauguración. La profesora inglesa
desgranó su teoría:
– Si reflexionamos sobre la Opera Magna
de Bertozzi en literatura, La Signora Proteo, y
sobre los demás signos presentes en todas las
obras del Inismo, veremos que, esencialmente,
es un movimiento conservador.
“¿Qué otra cosa propone La Signora Proteo
si no es la restitución al mundo del significado
de su existencia? A partir de la comprobación
de que la humanidad ha perdido el sentido, La
Signora Proteo indica, entonces, que la misión
de los restauradores – una vanguardia
iluminada– es devolver el sentido a la Historia,
retomando el hilo allí mismo adonde ha sido
deshilachado, y generando un lenguaje, nuevo,
es cierto, pero basado realmente en una
simbología muy antigua, como son los
jeroglíficos, y esa vocación sumeria por
recuperar un idioma universal.
– Me gusta esa idea – contestó Lex Loeb –
pero yo me siento “muy moderno”.
– Es que la idea de “conservadorismo” no
implica negación de la modernidad ni

- 65 -
necesariamente “contrarrevolucionarismo” –
insistió la bella profesora, quien debía contar
con unos cuarenta y dos años, según calculó el
norteamericano.
En ese momento Paul Lambert – otro inista
norteamericano – se acercó, portando su
cámara fotográfica.
– ¿Puedo hacer unas tomas? – preguntó.
Le contestaron que sí, con lo cual activó el
disparador automático que empezó a actuar
con gran velocidad mientras el alto artista de
Portland abanicaba el objetivo de la cámara.
– Mira – dijo Penny Wallfisch – los
Macabeos eran revolucionarios, pues se
oponían a la dominación del imperialismo
griego, que representaba el status quo político
de ese momento… Pero a la vez, eran
profundamente conservadores en su
ideología… Ellos luchaban por restaurar las
costumbres y la cultura de los israelitas,
avasalladas por un “modernismo”
insustancial…
– Ya que mencionaste a los Macabeos –
murmuró Lex Loeb – ¿Sabías que Bertozzi
posee un pergamino antiguo, de aquella época,
con signos muy raros, porque parecen inistas?
(pero en el acto se arrepintió de haberlo dicho:

- 66 -
se preguntó si no estaría revelando un secreto
del Inismo, que además podría poner en
peligro la integridad física de Bertozzi).
– ¿Ah, sí? – contestó la inglesa –. Espero
que lo haya hecho revisar por un arqueólogo
responsable… Tú sabes que se han fraguado
cientos de esas reliquias en los últimos
siglos…
Lex Loeb respiró aliviado. Al parecer la
refinada especialista en Arte no había captado
la importancia de la revelación que acababa de
escuchar.

Pero ¿qué es el Inismo? – preguntó Marietta


Korngold, mientras contemplaba el “Hombre
de los ojos grises” de Tiziano. Flavio Donnini
miró con paciencia a su amiga suiza y luego de
un breve silencio le respondió.
– No es muy fácil de definir…
– Bueno, pero tiene que haber una
definición… – insistió Marietta –: Todas las
cosas la tienen…
– Dices bien – replicó Flavio – “las cosas”
la tienen, porque son elementos inmóviles.
Pero el Inismo es algo vivo, en constante
movimiento y transformación… y no se puede

- 67 -
definir algo cuya característica esencial es que
está en permanente renovación…
– Mira Flavio, yo puedo decir con claridad
algo del impresionismo, del cubismo, del
surrealismo… puedo dar una definición… y
creo que también fueron movimientos vivos –
alegó Marietta.
– “Fueron” dijiste. Porque ya no lo son. Ya
no son movimientos “vivos”. Mientras que el
Inismo consiste, como te decía recién,
esencialmente en eso: vida, materia y espíritu
en movimiento. Pero además de movimiento,
energía y sustancia trascendental…
– He leído en algunos de vuestros
escritos que aspiran a crear formas
tridimensionales… ¿eso tiene algo que ver con
la alquimia?...
– Ya lo creo. El proceso alquímico siempre
tuvo una base esencialmente artística en sus
operaciones. La creación de la piedra filosofal
comienza en uno mismo con un proceso
artístico, y se continúa luego a través de
instrumentos externos.
– ¿Es por eso, entonces, que Bertozzi da
tanta importancia a ese pergamino etíope que
tiene?...

- 68 -
Flavio perdió el aliento. Al darse cuenta de
que había hablado de más, la hermosa
muchacha también se quedó cortada. Durante
10 largos segundos se generó entre ambos un
silencio incómodo.
– ¿Cómo es que tú sabes del pergamino? –
preguntó por fin Flavio, tratando de disimular
su alarma.
– Bueno, todo el mundo sabe que Bertozzi
colecciona pergaminos antiguos… ¿o no?
Creo que lo leí en uno de los reportajes que tú
mismo me diste ¿o no? – balbuceó la joven
suiza.
Pero Flavio se puso en guardia. Algo
extraño estaba sucediendo con esta muchacha.
¿Qué buscaba, en realidad? Se vestía con
estudiado descuido, mas era evidente que
pertenecía a un sector frívolo de la sociedad.
Trataba de aparecer como intelectual, pero sus
innumerables baches culturales la
denunciaban, a poco de iniciar el diálogo sobre
cualquier tema con exigencias. Y ahora esta
pregunta sobre el pergamino… ¿Quién era esta
joven inquisidora? ¿A quién respondía?

Una muchedumbre abigarrada se derramaba


con pausado movimiento en el segundo piso

- 69 -
del Palacio Pitti. Muchachas con minifalda o
largas polleras gitanas, hombres canosos o
jóvenes pelilargos, intelectuales de todo tipo y
artistas alternaban mirando las obras inistas o
simplemente dialogando en el amplio salón
central.
Un hombre joven aún, vestido con el traje
negro y sombrero característico de los
sefaradíes se abrió paso entre la multitud
dirigiéndose hacia donde estaba Bertozzi. De
la nuca le colgaban hacia los costados un par
de trenzas, armadas con su pelo renegrido; la
barba, también muy negra, le cubría casi por
completo la cara, volcándose sobre el pecho
hacia abajo.
Cuando logró alcanzar a Bertozzi, que
dialogaba en francés con un grupo de
académicos, le tocó suavemente el hombro y
se presentó:
– Soy el rabino Ebdemélec Bar Thizbá…
necesito hablar urgentemente con usted…
¿podemos hacer un aparte... por favor?

– ¿Qué es el Inismo? – preguntó la hermosa


muchacha, clavando en François Pröia su
mirada azul. Al lado de François su anciana

- 70 -
madre, con ropaje oscuro, meditaba, mientras
a su alrededor discurrían como un cauce de
agua decenas de personajes, catando los
cuadros, las esculturas, los libro-objeto. Sobre
una pared lateral, una inmensa pantalla en 3D
difundía un fascinante filme realizado por un
norteamericano.
– ¿Qué es el Inismo? – insistió ronroneante
la muchacha.
François contempló el color increíble de
esos ojos, el cabello, lacio, color caoba
antigua, cayendo sobre el cuello y la piel a lo
Modigliani, las manos largas, posadas con
inusual dulzura sobre el catálogo verde oscuro,
para contestar:
– ¿Y tú me lo preguntas?... Inismo…
Inismo… ¡eres tú! *

* Aquí el autor ensaya un juego de palabras, que


hace referencia al poema de Gustavo Adolfo Bécquer
“¿Qué es poesía?” (Rimas).

Francisco José Molero Prior se movía como


pez en el agua entre la multitud. Estaba
restallante, hablaba con los franceses un rato
para pasar al grupo norteamericano; de allí
alternaba con los italianos – como para
- 71 -
recuperar energías – más luego se atrevía a
dialogar con los finlandeses… ¡aunque
siempre en español!
Francisco era uno de los más simpáticos
creadores inistas. Apreciado por todos, había
logrado impulsar un gran movimiento en
España, y había sido mérito de él y su inmensa
capacidad organizativa la aparición de centros
inistas en Brasil y en Cuba.
Una serie de cuadros de diversa calidad
pero de gran fuerza, cuadros-poesía, inigrafías,
de origen hispano, cubano, portugués y
brasileño se diseminaban por las paredes,
atrayendo la atención de los circunstantes.
Molero Prior estaba contento. El Inismo
había tenido, con esta exposición, un
reconocimiento público muy importante.

– Creo en el arte – dijo Antonio Gasbarrini


– ; creo, como te decía, que el arte ha de ser el
vehículo para recuperar las dimensiones ético-
espirituales (todavía comprimidas) en el
cuerpo mutilado de un Bacon, por ejemplo…
– Seguramente la representación más alta
del paroxismo esquizofrénico de las ciencias y
las filosofías del siglo XX… – interpoló
Nicola D´Antuono.

- 72 -
– La difícil relación entre arte y ciencia… –
reflexionó Gasbarrini –… que no debe
desembocar en el incesto… El arte no es un
mero complemento, descomprometido, de la
ciencia, sino una tensión crítica, respecto de
sus problemas, que hacen a la vida misma de
la humanidad…
Furio de Mattia y Argentina Capriotti
escuchaban en silencio. Angelo Merante dijo:
– Por cierto, con mucha frecuencia las artes
se adelantan a las ciencias… basta observar las
extraordinarias coincidencias encontradas
entre muchos de los cuadros de Joan Miró y
algunas fotografías tomadas a través del
microscopio nuclear, de partículas obtenidas
en el fondo de los mares… Lo asombroso es
que cuando los cuadros del catalán fueron
pintados, el microscopio nuclear aún no
existía…
– La reja espacio-temporal, plasmada por la
energía e los campos electromagnéticos, que
reorganizan, particularmente, cada tema de
imágenes icónicas o a-icónicas, destrozadas
por las vanguardias históricas, futurismo, dadá
y surrealismo en particular, y traídas ahora a
nueva vida por la est-ética subatómica inista,

- 73 -
es un ejemplo claro de lo que tú dices – afirmó
Gasbarrini.
“El genoma Bertozzi – continuó,
aprovechando que sus palabras habían
despertado expectativa en los participantes –,
privilegiado heredero de Arthur Rimbaud y la
vanguardia histórica, aún manteniendo
íntegras las instrucciones creativas recibidas,
se despega de ellas, como todo gene-genio que
se respete, de manera radical. En otros pocos
inistas como en él, su signo logra
transformarse por completo en inia, en aquella
orquestación de sentimientos y pensamientos,
en aquella múltiple visión global que nos
obsequia la realidad (orgánica e inorgánica,
visible e invisible) que nos permite acercarnos
a las raíces del misterio existencial y por ello a
una verdad probable.
“Primigenia arcaicidad y futurista
modernidad, cortocircuitación simbólico-
ritual-vanguardista, sincretismo estilístico,
contextual experimentabilidad de todos los
géneros expresivos hasta hoy conocidos y de
los que todavía se inventarán: éstas son las
constantes poéticas (esotéricas, si queremos
puntualizar a fondo) de la obra de Bertozzi, un
artista explosivo en su multiforme, ecléctica,

- 74 -
poliédrica, incansable actividad. El sabio
visionario bertozziano, entonces, tiende a
recomponer inísticamente (y por tanto en un
orden sensible, superior e innovador) el dejà
vu y el dejà pensé en el regazo, en el corazón y
en el cerebro-mente de la vanguardia”.

– Tuve un sueño abominable – exclamó el


rabino a boca de jarro, cuando estuvo apartado
junto a Bertozzi. – Un sueño aterrador…
El líder del Inismo se preguntó a qué
vendría esto, pero lo dejó continuar.
– Yo no lo conocía a usted, antes de este
sueño – dijo el rabino. – Pero al levantarme,
luego de haberlo visto allí, comprobé
asombrado, por el diario, que realmente
existía, y que estaba conduciendo una
exposición aquí.
“En el sueño se abatía una catástrofe
inmensa sobre la Tierra… Lenguas de fuego
salían de las montañas, y una marea de agua
hirviente inundaba todos los países de la
Tierra… los edificios se resquebrajaban y
caían, y los monumentos mayores de la
humanidad se hundían en el suelo, que se
había convertido en una gran ciénaga…

- 75 -
“Mas en medio del terror y la histeria de los
humanos, que corrían de aquí para allá,
gritando de un modo atroz, vi un hombre que
avanzaba impertérrito, con dos objetos en las
manos…
“Ese hombre era usted… Venía respaldado
por un cielo rojizo, y sus ojos brillaban como
si fuesen alguna extraña piedra, y su pelo
revoloteaba, alentado por el humo sanguino de
los incendios…
“Me eché al suelo, aterrorizado, y lo único
que recuerdo es que le pregunté, antes de
desmayarme:
“– ¿Quién es usted?
“– Bertozzi – me contestó – y entonces vi,
como una llamarada, que portaba dos
inmensas letras de hierro, desconocidas para
mí, una en cada mano.

Patricia Iezzi conversaba animadamente


con Lisiak-Lan Díaz, Giovanni Agresti y
Marinisa Bove, cuando vieron entrar a
Bertozzi reconcentrado. Le hicieron una broma
al pasar pero él daba la impresión de estar en
otro mundo.
En ese momento se escucharon unos
aplausos, y la voz del “maestro de ceremonias”

- 76 -
invitó a los concurrentes a acercarse hacia el
salón central. Iba a comenzar la sección
musical de la muestra.
Un violinista, una viola, una guitarra y un
oboe comenzaron a desgranar melodías.
Las voces, paulatinamente se fueron
acallando. El público, plácidamente, se
dispuso a escuchar.
Como una hermosa serpiente etérica, la
melodía de Gnossiene Nº 1, de Erik Satie, se
introdujo en los espíritus con suave lentitud.

12. Roma, 26 de diciembre de 1996.

– Mozart dijo luego que el piano que le tocó


tenía tres teclas trabadas y que no estaba lo
suficientemente afinado, pero lo cierto es que
perdió la lidia con Clementi – afirmó Bertozzi.
“A principios de enero de 1781 se
encontraron, por primera y última vez en el
palacio del emperador Joseph II de Austria.
Clementi le contaría más tarde a uno de sus
alumnos que antes de que le fuera presentado,
tomó a Mozart por uno de esos petimetres
excesivamente emperifollados que pululan en
las cortes de los reyes. Pero esto lo decía con

- 77 -
afecto, pues Clementi nunca habló mal de sus
adversarios.
“En cambio Mozart jamás digirió que en
aquella confrontación la mayoría de las
opiniones lo reputaron derrotado. Clementi es
un charlatán, como todos los italianos.
Escribe ‘presto’ en una sonata o más aún,
‘prestísimo y alla breve’, y él mismo lo toca
‘allegro’ en compás 4 \ 4. Lo único que hace
bien son sus pasajes en terceras; pero sudó
días y noches en Londres, trabajándolos.
Aparte de esto, no puede hacer nada,
absolutamente nada, porque no tiene ni la más
mínima expresión, ni gusto, y mucho menos
sentimiento: esto dice Mozart de Clementi,
entre otras ironías y ofensas, aún cuando
Clementi habló en toda oportunidad con gran
respeto de él.
“Mas esto es propio de una característica
alemana; si observas la historia de la música,
verás que los inventores de la Sinfonía (y los
fundamentos de la música clásica) fueron
italianos: Scarlatti, Corelli, Bononcini,
Albinoni, Stradella, Vivaldi. Sin embargo, a
Haydn, que abrevó constantemente en ellos, le
llaman los alemanes ‘el Padre de la Sinfonía’.
Pero volvamos a Clementi”.

- 78 -
– ¿Puedo preguntar algo? – dijo Furio de
Mattia.
– Hazlo, amigo.
– ¿Cuál es la relación entre este pianista y
el pergamino?
– Bueno, ya lo verás… ¿me permiten llegar
a ese punto a través de una parte de su
historia?
– ¡Oh, sí, claro! – contestó Furio – para eso
estamos aquí, ¿no?
Laura se sirvió una pequeña medida de miel
mezclada con partículas de nuez, tomándola
con una larga cucharita de una cazuela
depositada sobre una mesa de dibujo.
– Clementi era un hombre íntegro y
disciplinado. Tenía talento pero también
capacidad de orden y planificación. En suma,
era un hombre integral… a diferencia de
Mozart, cuya educación artística había sido
muy estricta, pero en su faz humana era
desordenado y pasional.
“¿Por qué destaco esto?... Pues por lo
siguiente: en un Diario íntimo, exhumado en
parte por los descendientes de Clementi y
publicado en Londres en 1897, encontré un
interesantísimo párrafo. Allí habla de algo que

- 79 -
nadie menciona en sus biografías. Lo leeré,
pues no tiene desperdicio” – aseguró Bertozzi.
– Wiltshire, 7 de agosto de 1771 (entonces
Clementi tenía 19 años), acotó Bertozzi: Ayer
vivimos una velada extraordinaria en Kentish.
Fue en la casa de Lord Craven, adonde
habíamos sido invitados, como narré antes,
con tres meses de anticipación. Luego de las
presentaciones, tomamos un refrigerio,
durante el cual departimos, para conocernos
un poco. Había concurrido un grupo de
vecinos destacados del lugar. Posteriormente,
por cierto, fui solicitado a tocar.
“Pero lo más importante de todo sucedió
luego del concierto. Entonces fue el momento
en que Lord Craven me presentó a esa mujer,
Lady Lunara, de quien jamás me olvidaré.
“Era alta y hermosa, de edad indefinible,
aunque parecía al mismo tiempo muy joven,
por su cuerpo, y anciana por la manera como
hablaba. Si ella se desplazaba, con angelical
gracilidad, hacia un lugar u otro del salón, no
podía dejar de seguirla, como un perrillo, tan
prendado de su particular irradiación me
sentía. Me habló, en un discurso sapientísimo
aunque con gran humildad, de la vida y la
muerte; del trabajo, de la voluntad, del arte, la

- 80 -
sabiduría y de los Grandes Seres que dirigen
nuestra evolución desde los planos invisibles.
Jamás había escuchado yo palabras tan
profundas de mortal alguno, pero lo más
importante era que yo sabía que esas
‘lecciones’ de aquel ángel con apariencia
femenina, iban a ser trascendentales para toda
mi vida y – lo cual es bueno también escribir –
, también para cuando se terminara mi vida
física”.
Bertozzi detuvo su lectura.
– Luego, Clementi intenta sintetizar en
varias páginas lo que la mujer le dijo, ideas
que a su vez el editor recorta, pues las
considera tediosas para un lector común. Pero
en esencia son consejos, relacionados (como él
dice) con la forma en que se debe vivir para
acceder a la felicidad posible para un ser
humano sobre esta tierra. Y a fe que Clementi
lo consiguió: de hijo adoptivo, pasó a ser el
mejor pianista de Europa, ‘el único que derrotó
a Mozart’, luego adinerado fabricante de
pianos, para llegar a la ancianidad colmado de
prestigio, afecto y posesiones, dando
conciertos para sus amigos hasta los últimos
años de su larga vida.

- 81 -
“Pero bien; contestemos ahora la pregunta
de Furio: ‘qué relación hay entre esto y el
pergamino’. La respuesta podemos
encontrarla, creo, en este otro texto (debo
aclarar que es sólo una hipótesis). Leo:
“Lunara Fluctibus, descendiente por línea
directa de antiguas familias de Maidstone; se
decía de ella que tenía poderes paranormales,
y corría una leyenda según la cual era
poseedora de un antiguo pergamino egipcio,
encerrado en una cajita de oro, que la dotaba
con la capacidad de transformar los objetos
en sus contrarios si ella así lo deseaba.”
Bertozzi se quedó en silencio, como si lo
leído fuera suficiente ya para justificar toda su
historia.
– ¿Y bien? – dijo Furio de Mattia.
– ¿Y bien? ¿No te parece sugestivo?
Clementi joven se encuentra con esta mujer
extraordinaria y ella le entrega al parecer la
llave del éxito y la prosperidad. Nosotros
estamos buscando una mujer así, ¿no? ¿Por
qué no podría ser la misma?
– Podría ser – musitó Furio de Mattia. Pero
se veía que no estaba muy convencido.

- 82 -
13. Zurich, 28 de diciembre de 1995.

– El hombre ya tiene el pergamino – dijo el


grandote.
– Perfecto – susurró Peter Hymet –. Puedes
retirarte. Pasa por la caja Nº 69, llamaré a
Helga para indicarle que te de un adicional: te
lo has ganado.
– Gracias – dijo el grandote, y se fue.
Peter Hymet quedó pensativo un momento.
Sin proponérselo, se dejó llevar por sus
figuraciones, hasta que el suave gong del
intercomunicador lo interrumpió. Era Helga.
– El señor Hock dice que usted le prometió
una suma…
– ¡Ah, sí! – contestó Peter Hymet –;
entrégale seiscientos francos, por favor, y
debítalos en la cuenta C/28 0976… ¡Gracias,
Helga!
Inmediatamente tomó el teléfono y discó el
número de Marietta. Cuando ella atendió, le
dijo:
– Organiza una reunión con el antropólogo,
para esta noche, después de las ocho.
– Bien – dijo Marietta, y cortó.

- 83 -
14. Roma, 3 de enero de 1996.

– El sonido es la razón de toda la existencia


– dijo Bertozzi –. Es el sonido que causa
ondulaciones en el agua, e imprime en el aire
círculos concéntricos, que se van extendiendo
sucesivamente, de la misma forma como
sucede en las aguas de un lago al tirar en ellas
una piedra.
“La vibración molecular es un movimiento
que crea, sostiene y transforma la vida…
“Para la física, el sonido tiene origen desde
todo movimiento más o menos rápido de
vaivén; el sonido será grave o agudo según la
velocidad del movimiento y la calidad de la
materia que le sirva de conductor.”
La noche estaba muy silenciosa. Un granizo
finísimo caía sobre la ciudad. Laura escuchaba
en silencio, arrobada por el momento.
Tenuemente, “allegro non presto”, el Concerto
en do mayor para oboe y violines, de Albinoni,
actuaba como envolvente cortina.
– Pero mi padre me enseñó un
conocimiento que trajo de Oriente, adquirido
durante su prisión en el Tibet:

- 84 -
“Según él, una energía esencial origina el
sonido; los orientales la denominan Akaza.
Esta vibración esencial se va modificando para
producir los cuatro fundamentos de la
naturaleza: Tierra, Aire, Agua y Fuego.
“De aquella energía primaria en el sentido
macrocósmico, se suscita el Tejas, como
movimiento positivo hacia lo concreto y
negativo hacia lo abstracto. De él emerge la
potencia en movimiento o Vayú; luego esta
sustancia se concreta, convirtiéndose en la
naturaleza húmeda, para materializarse más
tarde, densificándose en masas de materia
objetiva.
“Las diferenciaciones se caracterizan por la
gravedad y la altitud del sonido. Entre el
estado Akázico o sutil, y el concreto de las
formas, existe como diferencia una escala
gradual de sonidos, desde el agudo hasta el
grave, del grave al medio, del medio al alto y
del alto a lo superalto, no registrable ya por los
sentidos humanos, como tampoco es audible el
sonido infragrave que sostiene la sustancia
molecular de los minerales y vegetales, el cual
en progresiva gradación va elevándose para
gestar a los organismos y seres de más alta
evolución.

- 85 -
“Ahora bien: es por ello que para nuestro
pergamino funcione, se precisa de un sonido, o
mejor dicho de una confluencia de ellos
(Alhazred dijo: cantar el texto…).”
– ¿Y cuáles serán aquellos sonidos?
– No lo sé. Es otro aspecto de esta cuestión
que debemos investigar.
Con una repentina inspiración, Laura
murmuró:
– ¿Recuerdas aquel poema de Baudelaire…
La vie entérieure…
– Oh, sí… – exclamó Bertozzi –. Al que
puso música luego Henri Duparc… hermoso
ejemplo… Laura, te amo…
– Está aquí… está aquí… – dijo Laura,
buscando afanosamente entre los numerosos
discos ordenados en el aparador – ¡Aquí está!
Enseguida un piano melancólico preludió la
hermosa voz de Rosamunde Illing, que
lentamente comenzó a pronunciar:

J´ai longtemps habité sous


de vastes portiques
Que le soleils marins
teignaient de mille feux.
Et que leurs grands piliers,
droits et majestueux,

- 86 -
Rendaient pareils, le soir,
aux grottes basaltiques.

Les houles, en roulant les


images des cieux,
Mêlaient d´une façon
solennelle et mystique
Les tout-puissants accords
de leur riche musique
Aux couleurs du couchant
Reflété par mes yeux.

Cést là que j’ ai vécu dans


les voluptés calmes,
Au milieu de l’azur, des
Vagues, des splendeurs
Et des esclaves nus, tour
Imprégnés d´odeurs,
Qui me rafraî chissaint le
front avec des palmes.

Et dont l’ unique sonin était


d’ approfondir
Le secret doluloreux qui me
faisait languir.

- 87 -
Su nombre es Azatoth, el dios ciego que
explota sin fin, y de su muerte nacen los
mundos manifiestos, planetas, estrellas, soles y
sus habitantes, leyó Furio de Mattia, y no pudo
evitar un estremecimiento.
…Yog-Sothoth, la materia informe, la
ilusión que ningún hombre de fuera del Naxyr
podrá vencer jamás. Él está sobre el umbral, y
es parte del umbral. Su rostro es un cúmulo de
globos iridiscentes, que giran uno alrededor
del otro. Y mata riendo; sus espirales son
mortíferos para quienquiera sea tan
imprudente como para dejarse engañar. Es la
corrupción de la forma.
A punto estuvo de dejar de leer. Había
encontrado este extraño libro en la biblioteca
de Santo Stefano Circolare. Un monje de piel
reseca se lo había prestado sin ninguna
recomendación, como si le importara muy
poco deshacerse de él, aunque se notaba con
sólo verlo que debía de ser un ejemplar único.
Había algo de siniestro en aquel volumen.
De hojas correosas y amarillas, estaba escrito
íntegramente a mano, con letra ordinaria, a
menudo difícil de entender. Los usos
idiomáticos de aquel italiano hacían pensar

- 88 -
que pertenecía a los siglos XI o XII, cuando
aún esta lengua era muy nueva como escritura
y no contaba con una ortografía definitiva.
Había algo de tenebroso en ese objeto. La
tapa estaba manufacturada en una piel
excesivamente tersa, de color rojizo, que
provocaba una inexplicable repugnancia al
palparla.
Hubo un tiempo en que los antiguos
habitaron en el Norte, más allá del río de
fuego, en el frío desierto en el cual se erguía
la Montaña Desconocida – siguió leyendo
Furio de Mattia.
…Entonces, Nyarlathotep pronunció siete
veces la Doble Palabra del poder secreto…
Esta Palabra está oculta en el bosque
encantado, en el reino más profundo del
bosque encantado, en el reino más profundo
del sueño, en el cual todo es y no es.
De aquel mundo no hay escape. El único
camino de salida es enfrentar al misterioso
guardián que se oculta más allá del abismo,
allende la estrella encendida…
¿Qué sugestión extraña poseía aquel texto,
que sumía a la razón en una serie de
movimientos contradictorios, alternativamente
atrayentes o repulsivos? La mente de Furio de

- 89 -
Mattia se llenó de imágenes, antiguos
recuerdos, fulguraciones, ensalmos, y el rostro
de Bertozzi danzando en el medio como una
proyección en el aire.
Y cuando llegues, encontrarás a Quien-no-
tiene-forma y que se te oculta bajo la máscara
de un caos informe.
Y él te revelará el camino a través del cual
podrás llegar a la puerta negra. Y, entre las
dos columnas, gritarás el nombre de tu madre,
y repetirás tres veces el nombre de tu padre.
Pero, ¡atención! Porque si hicieras esto sin
deber hacerlo, te volverás contra ti mismo.
Al llegar aquí Furio de Mattia lanzó un
grito, sin poder evitarlo. Cerró el libro de un
golpe y tomó el teléfono, para llamar a
Bertozzi. Pero al discar dio constantemente
ocupado.

15. Luzern, 5 de enero. Hora 22.00.

Marietta Korngold miró su imagen


desnuda, en el espejo. Los pies eran pequeños,
apenas proporcionales a las hermosas piernas,
que con deliciosa curvatura alcanzaban un
volumen undulante y terso en las deliciosas
caderas, para volver a decrecer en la cintura

- 90 -
grácil y culminar en delicados toques con los
pezones rosados y los hombros erectos.
Tiziano hubiera codiciado posiblemente con
fervor este modelo.
La curva del mentón, terminada en
gracioso durazno, enmarcaba unos labios
pulposos aunque suaves, de sutil dibujo. La
nariz no era la que Tiziano hubiese aprobado:
demasiado respingona, infería un toque
infantil, algo cursi, a ese rostro de singular
carácter femenino.
Los ojos eran de un gris acerado, con
salpicaduras, aquí y allá, de un azul-negro, que
brillando como estrellas oscuras y húmedas los
dotaban de una fosca sugestión.
La frente, combada y alta, como una tinaja
antigua, suscitaba el deseo de acariciarla y una
impresión de serenidad. El cabello, por fin,
suavemente ondulante, dorado y finísimo, se
derramaba en guedejas alrededor, como una
vid de luz.
Con candorosa sinceridad, Mariette se
admiraba a sí misma. Es decir: admiraba a su
cuerpo.
Nada parecía contradecir esa opinión. De
hecho, él había sido el instrumento principal
para el logro de todo lo que consiguiera en la

- 91 -
vida. Hija de un sencillo trabajador de fábrica,
había llegado a ser hoy, a los veintitrés años, la
mano derecha de uno de los hombres más
poderosos del mundo.
Sus títulos universitarios, en
Administración de Empresas, Computación e
Idiomas Extranjeros habían ayudado, por
cierto. Pero no se engañaba. El principal factor
para llegar ahí había sido – como en la escuela
secundaria, como en la universidad, como en
Lufthansa (por donde había registrado un paso
fugaz) –, este agraciado, magnífico cuerpo que
poseía y esta manera tan suave de sonreír que
había aprendido a efectuar desde la infancia.
Pero al conocer a Flavio Doninni algo se
había modificado en su interior. Esto, que
comenzara como un trabajo más – y en parte
una diversión – de pronto estaba generándole
inquietudes y dudas, cada vez más profundas.
De repente sentía una extraña insatisfacción.
Se encontraba un poco vacía, y con ansias de
algo superior, aunque no podía definir en aquel
momento qué.
Repentinamente, con algo de violencia, se
calzó unos pantalones de lana basta y un largo
pulover. Se sentó en loto junto al fuego, y puso
a sonar la suite The Planets Op. 32, de Holst,

- 92 -
que Flavio le había recomendado. Estuvo allí
recogida, con los pies bajo de las pantorrillas
durante un rato. De pronto levantó las dos
manos hacia su cara. Parecía que iba a
acomodarse el fino pelo, que debido a la
posición inclinando su cabeza, había caído en
gran parte sobre las sonrosadas mejillas. Pero
se puso a llorar.

16. Roma, 14 de febrero de 1996.

– ¿Una mujer Adriática? – preguntó como


si lo hiciera para sí mismo Giorgio Mattioli –.
Veamos – continuó, con su potente voz de
barítono –: bien puede ser griega, o albanesa…
puede ser también veneciana, o eslovaca, o
austriaca… croata, bosnia o montenegrina…
– Me inclino por una griega – dijo Laura.
– Es lo mismo que pensaron los
investigadores de Mussolini – caviló Bertozzi
–. De acuerdo a lo que narra mi padre en su
Cuaderno, rastrillaron, pueblo por pueblo, toda
la costa desde el cabo Akritas hasta Tirana.
Pero no encontraron nada.
– Parece lo más lógico. Los griegos fueron
la entrada de las culturas antiguas al “nuevo

- 93 -
mundo” europeo, que se empezó a abrir recién
con el reinado de Julio César, pero que antes
sustentaba sólo una constelación de culturas
regionales (por otra parte: muy primarias).
– No lo creas – dijo Mattioli –. También el
Tirreno fue una vía de influencias antiguas, así
como el sur de Iberia…
– Pero en menor medida… – dijo Bertozzi–
. Ahora bien, lo que nos interesa a nosotros es
encontrar a una mujer adriática…
– ¡Es tan difícil! – exclamó Laura –. ¡No
tenemos ningún otro dato!
– Veamos – mocionó Mattioli –
organicemos los datos (los pocos datos) de que
disponemos: esta mujer, según lo que
sabemos, tendría que ser, primero, una
anciana, segundo, probablemente griega,
tercero, muy inteligente y educada, cuarto,
debería llamarse Hillén Fraates, o algo
parecido…
– En general parece muy lógico lo que
dices… – reflexionó Bertozzi –. Hay dos
puntos solamente en los que yo no estaría muy
de acuerdo…
– ¿Ah, si? – inquirió Mattioli.
– Sí – continuó Bertozzi –. No me parece
imprescindible que se presente como una

- 94 -
anciana… lo digo, por nuestra experiencia con
Alhazred, que se nos presentó con el aspecto
de un hombre de 34 años… Estas personas son
muy especiales… pueden asumir, por lo visto,
la apariencia física que se les ocurra… Y lo
otro es que, no sé por qué (es sólo una
intuición), creo que la mujer buscada, no
necesariamente debe ser griega.

17. Francavilla al Mare, 16 de febrero.


1996.

– “El sábado 27 de agosto de 1427 –leyó


Marinisa Bove – llegaron a los suburbios de
París doce penintentes: un duque, un conde y
diez hombres, diciendo que eran originarios de
Egipto Inferior. Declararon que, en otros
tiempos, habían sido vencidos y convertidos al
cristianismo. Más tarde los invadieron los
sarracenos, pero la región fue recuperada
pronto por caballeros polacos, alemanes e
italianos. Decidieron administrar ellos mismos
aquel país, y determinaron que los antiguos
propietarios de aquellas tierras únicamente las
recuperarían si obtenían el consentimiento del
Papa. Entonces ellos marcharon en gran

- 95 -
número, jóvenes, ancianos y niños, con
grandes privaciones, hacia Roma. Confesaron
sus pecados ante el Sumo Pontífice, quien,
luego de consultar a sus consejeros, les impuso
como penitencia vagar durante siete años por
el mundo, sin dormir en lecho.”
Marinisa vio que eran las nueve de la
noche, y recordó que la habían invitado a una
fiesta de cumpleaños. Pero se dijo que leería
un poco más antes de prepararse: el texto que
había descubierto le parecía fascinante.
“Unos días después, en la fecha del Martirio
de San Juan Bautista, llegó toda la horda: eran
unas 200 personas, incluidos mujeres y niños.
Dijeron que al abandonar su país de Egipto
sumaban mil o mil doscientas almas; los
demás habían muerto en el camino, con su rey
y su reina entre ellos…
“En un bosque cercano al villorrio de
Hamel, a unos ciento cincuenta metros de un
monumento druida consistente en seis piedras,
hay una fuente llamada La Cocina de la
Hechicera, donde los inmigrantes se asentaron
por un tiempo. La gente les comenzó a llamar
Caras Maras, Rom-munis, Bohemios o
Gitanos…

- 96 -
“El señor de Vaillant narra que descendían
de Mambres, cuyos milagros competían con
los de Moisés… el rey de Egipto – según esta
versión – los envió por todas partes para espiar
a los hijos de Israel y tornar inaguantable su
suerte; eran los asesinos que Herodes utilizara
para exterminar a los primogénitos de Belén;
eran en realidad paganos, para los demás, pero
no entendían una sola palabra de egipcio; su
lenguaje, por el contrario, incluía una buena
porción de hebreo; se decía que eran los
sobrevivientes de una raza abyecta, que
dormía en las tumbas de Judea luego de
devorar sus cadáveres, los mismos que en
1348 fueran cazados, torturados y quemados
por haber echado veneno en pozos y cisternas
de Italia… Fuesen judíos o egipcios, esenios o
cusios, faraonios o caftorios, asirios balistaros
o filisteos de Canaán, eran renegados, y en
Sajonia, Francia y todas partes sólo eran aptos
para ser quemados y ahorcados…”
Marinisa sintió un escalofrío ante aquellas
afirmaciones de intolerancia escritas con tanta
soltura por el autor. Pero siguió leyendo:
“Su proscripción recayó también sobre el
raro libro con que acostumbraban oficiar sus
ceremonias ocultas. Sus figuras de colores,

- 97 -
incomprensibles para una mente racional,
contenían el resumen monumental de
revelaciones antiguas, la clave de jeroglíficos
egipcios, las prístinas escrituras de Henoc y
Hermes, las clavículas de Salomón.
“Contenía alegorías filosóficas y religiosas
deducidas de los arcaicos textos de Henochia,
el Ot-tara de la India, que es la osa polar o
Arc-tura del hemisferio norte y representa la
fuerza mayor (tarie) sobre la cual reposa la
solidez del mundo y el firmamento sideral
sobre la Tierra. En consecuencia, cual la Osa
Polar, considerada como el carro del Sol, el
carro de David y Arturo, es la fortuna griega,
el destino chino, el azar egipcio y la suerte de
los bohemios, y que, en su giro incesante, las
estrellas derraman sobre la tierra auspicios y
fatalidades, luz y sombra, frío y calor, de
donde fluyen el bien y el mal, el amor y el
odio…
“En la página central de este extraño libro,
hay un diagrama chino, consistente en
caracteres que forman grandes
compartimientos oblongos, ordenados en seis
columnas perpendiculares, divididos los cinco
primeros compartimientos en catorce cada
uno, con lo cual suman setenta en total,

- 98 -
mientras que el sexto está semilleno y contiene
siete compartimientos. Además, este diagrama
está formado según la misma combinación del
número siete; cada columna completa es dos
veces siete o catorce compartimientos,
mientras que la media columna contiene siete
compartimientos. Este diagrama se remonta a
la primera época del Imperio Chino, es decir
cuando IAO secó las aguas del diluvio, hace
unos seis mil seiscientos años…”
Marinisa cerró el libro de un golpe y se fue
a la ducha. Pero el recuerdo de lo leído se
mantuvo por mucho rato en su mente y le
sugirió numerosas reflexiones.

18. Madrid, 20 de febrero de 1996.

– Los Inistas, al parecer, de vanguardistas


pasásteis a ser arqueologistas – le dijo a
Molero Prior el joven, mordaz y afeminado
pintor español –. En la última exposición de
Florencia, todo el mundo hablaba de
Akhenathón, de Judas Macabeo, y que Platón,
Pitágoras, etcétera: pero de arte moderno,
“niente”. ¿Es la última moda en el
movimiento?

- 99 -
– Pues ve, toda vanguardia hunde sus raíces
en corrientes arcaicas – ensayó Molero Prior
como defensa.
– Oye, mas no las hundáis tan lejos, pues…
y yo no me trago mucho eso de las fuentes
arcaicas… no recuerdo un artista de
vanguardia que justifique lo que tú dices… Por
el contrario, yo creo que todos han sido en
verdad revolucionarios, han cambiado las
pautas del arte, pero desde presupuestos
modernos, más modernos aún que los
anteriores, y precisamente por ello han
gestado, pues, la sustitución…
– Te equivocas – replicó Molero Prior.
– A ver, entonces, mencióname un solo
vanguardista de este siglo que se haya
inspirado en modelos arcaicos… – desafió el
joven pintor.
– ¿Picasso? – repitió desconcertado el otro.
– ¡Claro! – acentuó Molero –. ¿Es que no
recuerdas acaso su famoso “estilo africano”?
¡Se pasó para ello varios años estudiando las
antiguas máscaras, que los aborígenes usaron
en sus rituales desde hace miles de años!...
El pintorcillo de delicados modales se
quedó en silencio, al parecer sin argumentos.

- 100 -
Satisfecho, Molero Prior se excusó pues
quería saludar al poeta Antonino Russo, que,
desde Nápoles, acababa de llegar…

19. Laussane, 23 de febrero de 1996.

– En concreto, ¿cómo funciona ese


pergamino? – inquirió Peter Hymet.
– Según los indicios que hemos hallado, se
trata de un eje de aglutinación – contestó
cauteloso el antropólogo español –. Es decir,
no es que el pergamino en sí posea una reserva
de energía capaz de actuar, como podría ser,
por dar un ejemplo rústico, un automóvil
eléctrico… Su función consiste en concentrar
la energía de quien lo maneja, para proyectarla
multiplicada sobre lo que se desea modificar…
– Sí, pero cómo funciona… objetivamente,
algún ejemplo…
– ¿Puede materializar objetos?
– Sí, puede materializar objetos… (no se
olviden que lo conocido sobre este pergamino
son, por ahora, solamente teorías,
reconstrucciones históricas en base a textos en
muchos casos sin certificación de
autenticidad…)

- 101 -
– ¿Qué objetos sería capaz de materializar,
por ejemplo? – se impacientó Peter Hymet.
– El que usted desee… o, mejor dicho, el
que sea capaz de imaginar… supongo que un
poeta podría crear jardines encantados…
Usted, seguramente es capaz de imaginar
mucho dinero; pues bien, en este caso, podría
materializarlo en la cantidad que quisiera a
través de la piel…
– Dinero no me convendría, sería luego un
problema por la numeración… más bien
materializaría oro… – reflexionó en voz alta el
banquero.
– Pues bien, oro – dijo el antropólogo
español –. El mecanismo sería más o menos
así: usted toma el pergamino, une sus partes,
canta las letras que hay escritas en él…
– ¿Cantar? – se sorprendió Mariette.
– En efecto – dijo el antropólogo–. Es
necesario cantarlas. Este canto, a su vez, por
reflejo, despierta las primeras notas de ciertos
sonidos de transformación, y se pone en
marcha luego una “interpretación” cósmica, de
diversas armonizaciones, de acuerdo a los
objetos a crear, y que en definitiva es la que
sustenta la base de condensación etérica previa
a la materialización del objeto. Así de simple.

- 102 -
– ¿Simple? – exclamó Hymet–. A mí me
parece de lo más complicado y raro.
– El sonido es la base de toda experiencia:
la radioactividad, por ejemplo, no es más que
sonido en acción. Esto ya lo conocían los
antiguos, como Pitágoras, aunque luego
muchos de sus conocimientos fueron
desechados por una errónea orientación
dominante de la ciencia, especialmente de los
siglos XVIII y XIX. Mas al parecer, y de
acuerdo a los nuevos descubrimientos, todo el
Sistema Solar es un enorme instrumento
musical. Por ello la mitología griega lo
llamaba “la lira de siete cuerdas” Un filósofo
dijo: “déjenme escribir la música de una
nación y no me preocuparía quien haga sus
leyes”. Aclaro que el término música no debe
aplicarse a ejecutantes sin concordia o
ululantes vulgares, como podrían ser The
Rolling Stones o Skorpions…
Marietta se sonrojó.
– No – prosiguió el antropólogo –. La
música es la que acertaron a componer y
difundir por ejemplo un Beethoven, un
Vivaldi, un Fauré, Satie, Elgar o Tippett.
Porque la música, al igual que todas las artes,
no es como la gente vulgar cree, un invento del

- 103 -
artista, sino un descubrimiento… Ya está en la
naturaleza, sólo que en otros planos… los
verdaderos artistas, nos acercan, pues a
resortes ocultos que nos permiten avanzar en
nuestro dominio del universo y la propia
evolución… los chapuceros, en cambio, nos
alejan, provocando retrocesos en nuestra
condición mental…
– ¿Quiere decir que la música es la clave de
este pergamino? – preguntó Mariette.
– Una de sus claves. Hay otras que no
conocemos… – dijo el antropólogo.
– Pero las conseguiremos. Una vez que
Bertozzi encuentre a la mujer y obtenga la otra
parte, lo presionaremos para que nos la
entregue, junto a los secretos necesarios para
su funcionamiento… – dijo Hymet.
– No creo que Bertozzi los conozca aún –
dudó el antropólogo.
– Pero está trabajando para ello… y lo va a
conseguir, según parece, a través de sus
experimentos inistas. Incluso, una vez que
encuentre el lado femenino del objeto,
podemos persuadirlo para que trabaje con
nosotros, en común… Bertozzi es un artista,
no le interesa el poder… le ofreceríamos la
difusión e incentivos ilimitados para el Inismo,

- 104 -
hasta convertirlo en el movimiento artístico de
moda, a través de intensas campañas en
Europa y América, especialmente por
televisión… Usted sabe, el dinero lo facilita
todo, y estoy dispuesto a invertir lo que sea
necesario en él, si se aviene a enseñarnos a
usar el pergamino… Y por mi parte – articuló
Hymet, con acento soñador –, me dedicaré a
crear oro y tecnología en acción, con un solo
objeto: crear la poderosa Confederación
Helvético-Italiana…
– ¿Confederación? – se asombró el
antropólogo.
– Sí – prosiguió Hymet –. Una poderosa
nación, la más poderosa del mundo… que
resucite las glorias del antiguo Imperio
Romano-Germánico… pero esta vez bajo el
dominio de nosotros, los suizos, que hoy
constituimos, a no dudarlo, junto a los
italianos del norte, la raza superior.
El español lo miró con ciertas dudas. El
otro había olvidado que estaba hablando con
un latino neto, algo moro, al dar rienda suelta a
sus veleidades racistas. ¿Olvidaba entonces
que toda la parte conceptual de este asunto
estaba siendo controlada por él? Esto era un

- 105 -
tema que debería tener en cuenta, cuando se
llegara al momento de las resoluciones.

20. París, 4 de marzo de 1996.

La Encargada de la Videoteca de Artistas


Contemporáneos del Museo “Georges
Pompidou”, era una mujer como cuarenta y
cinco años. Giovanni Agresti e Iniero Garesto
la habían tratado antes, durante la organización
de las conferencias de Bertozzi allí. Pero su
actual interés se debía a que habían averiguado
ciertos datos sobre ella que resultaban
sugestivos. Se llamaba Elén Fraatzek, había
nacido en un pequeño pueblo de la frontera
entre Yugoslavia y Albania… a orillas del Mar
Adriático.
Pese a que era muy hermosa e inteligente,
no se había casado. Su vida personal era un
misterio para sus compañeros de trabajo, que
solamente sabían de ella que vivía sola en un
barrio apartado del centro de la ciudad.
Al abordarla Giovanni e Iniero por primera
vez, ella se sintió sorprendida y no los
reconoció. Sus bellísimos ojos de color café
chisporrotearon con un brillo irónico, pues
creyó que los jóvenes sólo buscaban una

- 106 -
excusa para cortejarla. Cuando mencionaron a
Bertozzi cambió de actitud y los invitó a
ingresar en su despacho.
– No queremos hacerle perder mucho
tiempo – dijo Giovanni – por ello le ruego que
nos disculpe si vamos directamente al grano.
– Bien, ¿de qué se trata? – dijo la hermosa
licenciada en Artes.
– Se trata del pergamino – contestó
Giovanni.
Se produjo un silencio embarazoso, pues
Elén Fraatzek no pareció haber comprendido,
y se quedó mirándolo con aire interrogante,
como esperando que le explicaran algo más.
Por fin, ante el mutismo de los otros, preguntó:
– Perdón, no estoy segura de haber
comprendido bien lo que usted dijo… ¿tal vez
habló de un pergamino?
– Por cierto – contestó Giovanni, quien
creía que la mujer estaba actuando para
resguardar la valiosa reliquia que poseía –. El
pergamino de Mái Edagá… o, mejor dicho, de
Qumram…
– Por favor, explíquense un poco más –
pidió la funcionaria del “Georges Pompidou”.
– Bien – dijo Iniero, dispuesto a demostrar
de una vez que podría confiar en ellos–.

- 107 -
Nosotros venimos de parte del hombre que
tiene la misión de hallar y unir las partes del
pergamino… El pergamino que fue imaginado
por primera vez en el tenebroso reino turanio;
cuyo conocimiento pasó a los egipcios en el
siglo IX antes de Cristo, pero debido al temor
que inspiraba no fue usado jamás, y su secreto
fue consignado simbólicamente y encerrado en
vasijas de hierro, en los tiempos de Mernepta.
El mismo pergamino que luego pasó a los
sacerdotes recabitas de Israel, para su custodia;
estos debían entregarlo a Ebdemélec el Etíope
en tiempos de la invasión babilónica.
Edbemélec tuvo la misión de custodiarlo hasta
que se cumpliese el tiempo del exilio, pero al
regreso de sus verdaderos destinatarios, los
recabitas, debió devolverlo. El último de sus
descendientes, Qohelet, un sabio esenio, fue
quien se atrevió a darle forma física por
primera vez, confundido por una interpretación
errónea de las profecías. Pero un amigo suyo
decidió impedir las temibles consecuencias
que podía traer su posesión por parte del
asesino Herodes, y se lo arrebató luego de
matarlo. La mitad positiva del pergamino fue a
parar a Etiopía y la otra mitad a Partia… a
manos de una hermosa y refinada mujer, de

- 108 -
quien se dice que hoy asume el aspecto de
“una mujer adriática”…
Al llegar a este punto los jóvenes se
quedaron mirándola, expectantes. Pero la
mujer parecía estar perpleja.
– ¿Entiende ahora de lo que hablamos? –
inquirió Giovanni.
– No – contestó la bella especialista en Arte
Contemporáneo del “Georges Pompidou”. –
¡Perdónenme, muchachos, pero no entiendo
absolutamente nada de lo que me dicen!

21. Madrid, 9 de marzo de 1996.

– Dos grupos peligrosos están buscando el


pergamino de Bertozzi – dijo Molero Prior.
Flavio Donnini lo escuchaba con expresión
alarmada. Francisco había obtenido esa
información casi por casualidad, de sus
contactos amistosos con miembros del Centro
Nacional de Inteligencia español.
– Uno de ellos, el más peligroso – continuó
Molero – es un grupo de fundamentalistas
judíos, los “Guardianes de la Palabra”.
– Parece un nombre canónico – musitó
Flavio.

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– Lo es – dijo Molero Prior –. Son una secta
ashkenazin; se dicen jasidistas, pero actúan
bajo la consigna de la Geburah, el quinto
Sephirah cabalístico. Se consideran una
especie de policía secreta de la fe, cuyo deber
es cuidar el respeto hacia la tradición de Israel.
Por ello, toda persona que se interesa por los
textos hebreos, tarde o temprano cae bajo sus
sospechas.
– ¿Y los otros?
– Los otros, al parecer, no son más que
delincuentes comunes, trabajando para un
banquero suizo, que busca apropiarse del
pergamino para satisfacer su desmedida
ambición. Pero también son muy peligrosos.
Se manejan con mucho dinero y poderosos
contactos internacionales. Los descubrió la
Brigade de Renseignement et de Guerre
Electronique francesa, mientras procuraba
datos sobre los separatistas corsos. Siguiéndole
la huella a un antropólogo español, que les
llamó la atención por sus frecuentes viajes a
Suiza, llegaron a descubrir a estos
conspiradores. Infiltraron la red computarizada
del banco que maneja Hymet – así se llama el
suizo – y encontraron algunos indicios
extraños en las notas personales de este

- 110 -
banquero. Tirando del hilo lograron acceder a
la memoria de las computadoras que posee –
también en red – Hymet en sus casas y
oficinas. No hallaron nada referido a Córcega.
Pero sí que tienen fichado a Bertozzi con más
precisión y datos que cualquier archivo
italiano… Les llamó la atención el asunto,
pero como no han cometido ningún delito aún,
les permiten que sigan, aunque bien
observados… Uno de los jefes más jóvenes de
los Cuerpos Especiales, que es amigo mío,
como sabe que soy Inista me pasó estos datos.
Flavio hizo la pregunta que golpeteaba en
su corazón desde hacía rato.
– ¿Marietta colabora con ellos?
Molero Prior lo miró con un dejo de
compasión en sus vivaces ojos. Luego,
contestó con voz muy baja:
– Marietta es el brazo derecho de Peter
Hymet.

22. Pescara, 18 de marzo de 1996.

Angelo Cichelli regresó esa tarde más


temprano de la Universidad. Patricia Iezzi
tomaba un té, mientras organizaba su trabajo
sobre Literatura Francesa. Gaia, hija de ambos,

- 111 -
jugaba con animales de madera sobre la
alfombra.
– Me sorprendió una muchacha de primer
año – comentó Angelo mientras se preparaba
un té.
– ¿Era muy bella? – preguntó Patricia.
– Por el contrario – contestó Angelo –.
Bajita, regordeta, un poco bizca…
– ¡Uhf!, ¡pobre chica! – se rió Patricia.
Angelo era profesor Biología en la carrera
de Ingeniería en Alimentación, de la
Universidad de Pescara. Esa tarde había tenido
una clase, en el laboratorio, con los que se
iniciaban en esa materia.
– ¿Y qué te sorprendió de la chica?
– La magnitud de sus conocimientos – dijo
Angelo–. En ciertos aspectos, parece saber
más que yo… me dejó estupefacto.
– Tal vez estudió la materia antes de ir a
clase… – lo consoló Patricia.
– No, no es el conocimiento de quien
estudia eventualmente… sino el de quien
maneja, con mucha práctica, una materia… Y
no es que ella quisiera mostrar sus virtudes
científicas, ¿eh? Por el contrario, parecía tan
poco motivada, permaneciendo en absoluto
silencio, mientras los otros me acosaban a

- 112 -
preguntas que, para incentivarla un poco la
invité a participar… Empezó preguntándome
cosas de una manera muy inteligente; cuando,
luego de mis explicaciones, acotó algo, yo la
impulsé a ampliar el tema; terminó dándonos
una lección de biología molecular…
– ¿Y cómo se llama ese fenómeno? –
preguntó casi retóricamente Patricia.
– Hillén Fraates…
– ¡Hillén Fraates! – exclamó Patricia, que al
levantarse de un salto derribó la taza (por
fortuna ya vacía) sobre sus apuntes.
– ¿La conoces? – preguntó Angelo
sorprendido.
– ¡Y cómo! – se exaltó Patricia–. ¡La hemos
estado buscando, con todos los inistas, desde
hace cientos de años!
– ¡Cientos! – repitió Angelo. Por su mirada,
Patricia se dio cuenta de que había dicho algo
muy extraño. Entonces aclaró:
– Bueno… en realidad sólo hace algunos
meses… es que han sido tan intensos, que a
nosotros los inistas nos parecieron siglos…
Pero aguarda: debo llamar a Bertozzi… ¡ahora
mismo!

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23. Marina di Città Sant Angelo, 19 de
marzo de 1996.

Con urgencia se convocó a un miniconcilio


Inista para tratar la importante novedad.
Patricia Iezzi informó los detalles de lo que
se había enterado, sobre Hillén Fraates. Pero
no eran muchos. En resumen, se vio que hasta
el momento lo único rescatable era una
coincidencia en el nombre, y cierta erudición
en temas científicos.
Bertozzi estaba convencido de que la
habían encontrado. ¿Pero cómo no la habían
encontrado antes los cientos de agentes
militares que la habían buscado, rastrillando
palmo a palmo esa herradura de Europa? Y
¿cómo podía ser hoy una chica de sólo 18 o 19
años?
– Ellos pueden mostrar el aspecto que
deseen – indicó Laura. El hombre que nos
recibió en Mái Edagá no parecía tener más de
35 años, y había vivido unos dos mil cien.
Luego de mucha deliberación, se decidió
que era prematuro un encuentro con Bertozzi
aún, hasta tanto se tuvieran más seguridades.
Lisiak Land-Díaz fue designada para recabar
estos datos.

- 114 -
24. Pescara, 20 de marzo de 1996.

Lisiak Land-Díaz era una profesora de


origen peruano, que vivía en el país desde
hacían varios años, luego de haberse casado
con un oficial de la Marina Mercante italiana.
Inteligente y dúctil, aplicaba a su vida
cotidiana de un modo creativo los recursos de
la razón europea mixturados con los hondos
conocimientos de la tradición ancestral
americana, de donde provenía.
Fue fácil para ella ubicar a la muchacha, y a
través de un empleado administrativo, la invitó
a su despacho. Hillén Fraates concurrió de
inmediato.
Lisiak la invitó a sentarse, y se presentó.
Pero la muchacha la sorprendió al decirle:
– Esperaba que me llamara… ¡nos
conocemos de antes, incluso hemos tenido
amistad, pero usted no lo recuerda!
– Perdóname, ¿dónde nos hemos conocido?
– preguntó Lisiak.
– Fue en Sicilia, en tiempos de Gregorio
III… Los árabes invadían Italia y por el Norte
amenazaban los iconoclastas… Usted era un
escribano muy devoto, que sufría grandes

- 115 -
tribulaciones por los conflictos internos que
agitaban el país por aquél entonces. Yo
trabajaba para la delegación imperial de Harun
al-Raschid… le salvé la vida aquella vez,
puesto que, cuando las tropas árabes tomaron
Palermo, la ciudad donde usted vivía, cayó
prisionero junto a sus jefes, que eran generales
del Imperio Romano de Occidente…
– ¿Yo era un varón aquella vez? – quiso
saber Lisiak.
– Por cierto – dijo Hillén Fraates–. Iban a
degollarla sumariamente. Pero yo indiqué al
general árabe que conducía aquella expedición
acerca de sus conocimientos de italiano,
español y latín, que podían sernos muy útiles.
– ¡Así que me salvaste la vida! – se
maravilló Lisiak.
– Sí. Pero no se preocupe. Me devolvió el
favor, y quedó en aquel siglo nomás sin deuda
conmigo. Veinte años después Miguel III
arrasó con los árabes. Usted intercedió por mí,
ya que en esa oportunidad me tocó sufrir la
cárcel a manos de los vencedores europeos.
– Esto me resulta asombroso – dijo Lisiak
Land-Díaz – pero nunca se me hubiera
ocurrido pensarlo.

- 116 -
– Es natural – dijo la joven de dieciocho
años –; el Creador ha dispuesto que no
conozcamos nuestras experiencias anteriores
hasta que alcancemos un desarrollo espiritual
que nos permita soportarlo. Hay siempre en
nuestras vidas pasadas (cuando éramos mucho
más ignorantes que ahora) negras acciones,
que exigen retribución. Y ese destino se va
liquidando gradualmente; así que, si
conociéramos nuestras vidas pasadas,
podríamos saber cómo y cuándo la Ley de
Causa y Efecto nos traería las consecuencias
de nuestros malos actos. Veríamos la horrenda
calamidad cerniéndose sobre nosotros, y el
miedo podría quitarnos toda la fuerza
necesaria para luchar esa batalla contra el
destino… cuando la fatalidad cayera encima,
podríamos estar inermes e indefensos ¡jamás
podríamos vencerla! Y de ese modo, tampoco
jamás podríamos avanzar.
– ¡Sabes muchísimo, para tu edad! –
exclamó Lisiak.
– No lo crea. Por el contrario, creo que mi
capacidad es más bien mediocre. Mi edad es
de 2965 años…
– Entonces tú eres…

- 117 -
– Yo soy. La mujer que Bertozzi busca. Y
la que lo espera, también, a él para poder
liberarse al fin.

25. Loreto Aprutino, 27 de marzo de


1996.

El encuentro con Bertozzi ocurrió a las seis


de la tarde, en casa de Hillén. Era un
departamento pequeño, de una antigua
construcción amarillenta, en una callejuela con
declive desde donde se divisaban las
montañas.
Bertozzi, solo, llegó caminando, quince
minutos antes. Hillén le esperaba en la puerta.
La muchacha, pequeña, cabellos de color
castaño, regordeta, vestía con ropas muy
tenues y sueltas.
– ¿También me conoces de muchos siglos
antes? – preguntó Bertozzi, cuando se
hubieron acomodado en los sillones del
prismático living.
– No – contestó sencillamente la muchacha.
– ¿Cómo sabes, entonces, que soy yo quien
debía venir?
– Existen muchos planos que los humanos
“normales” no conocen – contestó

- 118 -
pacientemente Hillén Fraates –. En ellos,
alguien entrenado puede ver, como en un
filme, una gran parte de lo que existe en el
mundo.
– Allí me viste… – dijo Bertozzi.
– Así es… pero no porque me gustara andar
curioseando las acciones de las gentes, sino
por una razón muy importante: los Grandes
Seres me habían enviado un mensajero (hace
varios siglos ya) que nos mostró claramente
cómo iba a ser quien debía venir.
La ceremonia de entrega fue iniciada
ritualmente por Hillén a las seis. Duró,
exactamente, treintaiséis minutos.
Cuando salió de allí, Bertozzi apretaba
contra su pecho una valijita de cuero negro,
curtida por los años, y adentro, envuelto en
terciopelo rojo, el cofrecito de oro que
contenía la preciosa parte final del pergamino.

Había comenzado a lloviznar. Pequeños


faroles amarillentos gestaban un halo
semejante al átomo bombardeado por uranio,
aquí y allá. Las callecitas angostas bajaban y
subían, en la penumbra del cuervo. * Los
cabellos de Bertozzi chorreaban sobre su
frente; no había tomado la precaución de llevar

- 119 -
impermeable, y su vestidura blanca, hecha en
lino con una sola pieza, se estaba empapando.
Esto no le importaba, apenas lo percibía. El
objeto que llevaba, apretado con las dos
manos, sobre el pecho, le transmitía una
extraordinaria levedad y una sensación de
serena alegría. No sentía casi a los pies
afirmándose encima del empedrado: más bien
creyó que flotaba. Desde la distancia,
distinguió las luches de la Tabacheria Vicenzo
Cavallone donde Laura – un poco preocupada
ya – le esperaba.

* Las tradiciones hebreas llaman penumbra del


cuervo a la suave oscuridad de la tarde que los
cristianos llamamos oración, y penumbra de la
paloma a la del amanecer (J.L. Borges).

– Ella me dijo que no puedo usarlo.


En el camino de vuelta Bertozzi narró a su
esposa lo esencial del encuentro. Laura
manejaba.
– ¿No puedes usarlo?
– Nadie puede usarlo. Mejor dicho: nadie
debe usarlo. El pergamino es algo que no
debería existir. Una anomalía de la naturaleza.
Algo monstruoso, como la bomba atómica, o
el Fondo Monetario Internacional. Sólo que
- 120 -
aún estos, son poderes controlables, pese a su
magnitud. El pergamino posee un poder
demasiado grande, inconveniente para la
humanidad, en esta etapa de su evolución.
– ¿Entonces qué debemos hacer con él?
– Debemos entregarlo.
– ¿A quién?
– Al infinito Ser, al Innombrable, a una de
cuyas esferas superiores fue arrebatado
ilegítimamente por los humanos.
– ¿No podían haberlo entregado ellos,
Hillén y Abdul?
– No podían.
– ¿Por qué?
– No lo sé. Tal vez porque no eran esposos,
como nosotros. Porque no se amaban, como
nosotros. Hillén sugirió esto. El amor es una
condición imprescindible para suscitar la
música.
– ¿Qué música?
– La música que pone en acción al
pergamino. Sin esa música, no sirve para nada.
En eso consiste el entender la Palabra: no en
intentar alguna aplicación conceptual, sino en
extraer de su sentido la música. Cada una de
las nueve letras contiene una variedad de
melodías. Que coinciden con melodías

- 121 -
conocidas por nosotros, pues las obras de arte
no son otra cosa que acertadas incursiones de
un genio humano en los planos superiores: ya
existían antes que él. Pero esas melodías del
pergamino únicamente pueden ser tañidas por
dos almas. Dos almas a las que el amor
permita actuar como al violín y el arco.
Laura, de un golpe, entendió. Y sus ojos se
llenaron de lágrimas.

- 122 -
Tercera parte

- 123 -
26. Roma.

Ocho días después, Gabriele-Aldo Bertozzi


fue a dejar unas cartas al correo, y no volvió.
Había dicho a Laura que aprovecharía el lapso
para hacer una caminata, pero cuando llegaron
las diez de la noche – había salido a las cinco
de la tarde – y no regresaba, de común acuerdo
con Furio de Mattia, Angelo Merante y
Giorgio Mattioli decidieron avisar a la policía.
El oficial de civil que concurrió presto, los
encontró reunidos, pues Laura desde las siete
había estado llamando a los Inistas.
Al grupo se había agregado Flavio Donnini,
Argentina Capriotti y Paolo Pellino. Molero
Prior había telefoneado diciendo que tomaría
el primer avión que saliera de España. Patricia
Iezzi venía en camino desde Pescara.
Luego de algunas deliberaciones, había
decidido contar todo a la policía. El oficial y
su ayudante no entendieron en absoluto lo del
pergamino – como era de esperar –, pero se
aplicaron de inmediato a buscar pistas para

- 124 -
encontrar a Bertozzi. A todo esto, se habían
hecho las tres de la mañana.

27. Luzern. Sábado 6 de abril de 1996.

Le habían puesto una pantalla gigante en la


habitación. Por allí podía ver el rostro de quien
le hablaba.
Aquel hombre le resultaba en absoluto
desconocido e indiferente. Era en verdad una
fisonomía que sólo podía provocar tal
impresión en alguien sensitivo – pensó
Bertozzi. Rubio, ojos verdosos, como de
cincuenta años, traje gris. Apareció en la
pantalla luego de que los individuos que lo
raptaran y lo trajeran en un pequeño avión
hasta aquí le indicaran que en ese lugar debería
quedarse por “un corto tiempo”.
El hombre de la pantalla le preguntó si tenía
quejas sobre el trato recibido durante el rapto.
Bertozzi dijo que no. En realidad lo habían
tratado con mucha cortesía. Pero quería saber
por qué, apuntándolo con pistolas, lo habían
obligado a venir hasta aquí. No le habían
ocultado hacia dónde venían, y tal vez si de
haberlo invitado normalmente habría venido

- 125 -
por su propia voluntad, si la causa lo
justificaba.
– No podíamos correr riesgos – contestó
lacónicamente el hombre de la pantalla.
– Por lo menos, permítanme hablar por
teléfono con mi esposa. Prometo no decirle
dónde estoy – pidió Bertozzi.
– No podemos correr riesgos – repitió el
otro.
– No es justo – protestó Bertozzi –. Pero,
¿podrían explicarme al menos para qué estoy
aquí?
– Mañana hablaremos personalmente sobre
ello, dottore Bertozzi – dijo el hombre rubio –.
Usted debe de estar muy cansado por el viaje.
Dedique, por favor, lo que resta del día a
descansar. Le haremos saber a su esposa que
está bien. Déjelo por nuestra cuenta. Pero
usted descanse. Cualquier cosa que necesite
puede ordenarla por teléfono. Será en el acto
complacido. Luego de su descanso, por la
mañana, irá una persona a buscarlo, para
indicarle el sitio donde vamos a conversar.

- 126 -
28. Roma.

– Tenemos dos opciones – dijo Molero


Prior. O son los fanáticos jasidim, o el
banquero suizo.
“Si son los primeros… – continuó, pero en
el acto se detuvo, como sobresaltado–… será
muy difícil… muy difícil… ellos manejan un
aparato internacional poderosísimo… y
peligrosísimo… no actúan por dinero, sino por
fanatismo, y eso los hace casi invencibles.
Pero si es la banda del suizo, no será muy
complicado recuperarlo. Son un puñado de
delincuentes de guante blanco, con poca
experiencia en otra cosa que no sea apostar en
la ruleta financiera o pergeñar fraudes con las
computadoras de los bancos. No tienen agallas
ni armamento suficiente como para resistir un
asedio de la policía.
“De cualquier manera va a ser peligroso.
Uno nunca sabe qué puede hacer un individuo
armado cuando se lo acosa. Como un gato
encerrado ¿no? Espero que no actúen como el
gato.
– Ella me sedujo sólo para extraerme
información sobre Bertozzi y yo,

- 127 -
estúpidamente, se la di – musitó Flavio.
Parecía consternado.
– Olvida eso – lo consoló Laura–.
Cualquiera puede conseguir información sobre
Bertozzi: su vida es pública. Pero el hecho de
que se te hayan acercado, nos favorece ahora.
De otro modo no hubiéramos tenido la
seguridad de que podían secuestrarlo.
– ¿Ustedes creen que esos grupos
arriesgarían tanto por un pedazo de cuero
antiguo? – preguntó el policía.
– Lo creemos – dijeron a dúo Molero y
Patricia.
– Pues bien. ¿Por cuál de ellos
comenzaremos?
– Propongo que busquemos en Suiza, en
primer lugar – dijo Flavio Donnini.

29. Domingo 7 de abril. Luzern.

A Bertozzi le resultó vagamente familiar la


muchacha que se sentaba al lado del hombre-
de-la-pantalla, con un block de notas sobre sus
muslos, que emergían de la brevísima
minifalda. Quizá hubiera sido su alumna en

- 128 -
alguna universidad… Pero no tuvo tiempo de
reflexionar sobre esto.
– Usted sabe que lo hemos traído por el
pergamino – dijo el banquero Peter Hymet
luego de muy breves formalismos. Bertozzi no
contestó. El hombre, tras del escritorio con
forma de paleta – una estúpida cursilería, había
pensado Bertozzi – insistió.
– Bien, ¿lo sabe o no lo sabe?
Bertozzi decidió contestar con toda
franqueza.
– No importa si lo sabía; ya me lo dijo.
Ahora me pregunto: ¿usted cree que podría
usar el pergamino, en caso de que se lo
entregue?
El suizo se quedó unos instantes como
sorprendido. No había previsto que podrían
llegar tan rápido al nudo de la cuestión.
– Claro que creo – afirmó –. Usted, además
de entregármelo, me enseñará a usarlo. No
gratuitamente, por cierto. Yo le ofreceré una
suma de dinero mensual para que pueda vivir
tranquilo el resto de su vida. Y le daré apoyo
luego (un gran apoyo), desde mis empresas,
para que pueda difundir el Inismo a través del
mundo entero… no quedará rincón del planeta
donde no se conozcan las obras de arte del

- 129 -
Inismo, con el impulso publicitario que les
vamos a dar. Organizaremos exposiciones,
happenings inistas, shows televisivos, remeras
y gorros inistas, una galería permanente en
Internet… Pero, como le decía, además de
entregarme el pergamino, usted deberá
enseñarme a usarlo… sabemos que ya conoce
el método.
Bertozzi esbozó una sonrisa triste,
meneando la cabeza.
– Oh, no, señor… ¿cómo dijo que era su
nombre?
– Hymet.
– Oh, señor Hymet – se lamentó Bertozzi –
¿Tiene usted esposa?
– Soy divorciado – contestó Hymet.
– ¿Y no ha encontrado, luego, alguien a
quien crea sinceramente amar?
– Tengo amor cuando quiero – dijo el
banquero – me basta pagar por ello. ¿Acaso
necesito un fastidio permanente?
– Usted sabe que eso no es amor – dijo
Bertozzi.
– ¿Pero qué catzo tiene que ver esto?
¿Intenta llevarme a un consultorio
sentimental? Hábleme del pergamino, es lo
que interesa.

- 130 -
–Oh, lo siento señor Hymet… usted no
podrá extraer ni un ápice de su poder al
pergamino…
– ¿Por qué?
– No podría entenderlo…
– Bertozzi, por favor, no produzca mi
impaciencia… Me desagrada mencionar que
puedo obligarlo a decirme lo que deseo
saber…
– Oh, señor Hymet… no se trata de algo
que yo pueda decir –exclamó con acento
compasivo Bertozzi.
– ¿Qué quiere significar con esto? – se
exaltó el suizo–. ¿Acaso únicamente usted
puede hacer funcionar el pergamino?
– Así es – contestó Bertozzi.
Hymet lo miró unos instantes con furia. Por
un momento pareció que iba a levantarse y
golpearlo. Pero no hizo tal cosa. Por el
contrario, recobró completamente la calma, y
con tono parsimonioso afirmó:
– Pues bien, dottore Bertozzi. Será mejor
que se acostumbre a nosotros, pues si usted es
la única llave que nos permitirá abrir los
secretos del pergamino, la usaremos
constantemente, para beneficio de todos.

- 131 -
– No le serviré de nada… – murmuró, con
lástima y repugnancia Bertozzi.
–¡Cómo que no me servirá! ¡Lo
induciremos a que haga funcionar el
pergamino! ¿No me cree capaz de hacerlo?
– Sí lo creo. La violencia es el recurso más
fácil para cualquiera. Lo que sucede es que no
puedo hacerlo funcionar yo solo…
Inmediatamente después de haber dicho
esto Bertozzi se arrepintió. La mirada de
Hymet volvió a ponerse aguda y la cólera
incipiente coloreó su pálido rostro. Pero antes
de que dijera nada, entró de un modo abrupto
el esbirro filonazi que vieran en Roma con
Laura. Estada demudado, y tenía un revolver
en la mano.
– Disculpe, doctor – dijo: – Tenemos en la
puerta a un policía, y dice que estamos
rodeados… ¿Qué hacemos? ¿Vamos a resistir?
Hymet se puso nuevamente pálido, ahora
más de lo habitual.
– Déjame a mí – contestó, incorporándose
–. Yo los atenderé.
Bertozzi quedó únicamente con la
muchacha.
– Perdóneme, excelencia – dijo ella, en
italiano.

- 132 -
– ¿Nos conocemos de alguna parte? –
contestó Bertozzi.
– Soy amiga de Flavio Donnini… ¡oh, él
me odiará después de esto!...
– ¿Usted conoce alguno de los sentidos de
la palabra amistad? – dijo después.
– ¡Oh, excelencia, cuánto me arrepiento!
– Lo que estás haciendo es estúpido –
exclamó Bertozzi.
Ella no contestó palabra. Pero se sonrojó
hasta quedar como un tomate.

Luego de unos diez minutos volvió a


aparecer Hymet. Venía con el rostro
descompuesto.
– No nos queda más remedio que
entregarnos y entregar a Bertozzi – musitó,
dirigiéndose a la secretaria.
Sin decir nada, Marietta rompió a llorar.
– Estos monstruos han rodeado la casa con
un arsenal capaz de hacernos saltar por los
aires en dos minutos – prosiguió Hymet,
gritando –. ¡Soy un fracasado, Marietta! –
clamó sorpresivamente. – Recién ahora
comprendo que no he nacido para estas
cosas…

- 133 -
Poco después, sin gloria pero con mucha
pena, los cinco hombres – incluyendo al
español y la muchacha – eran introducidos en
las celdillas del camión celular de la Policía
Antiterrorista Suiza.
Bertozzi, por su parte, luego de recibir los
abrazos de Laura y sus compañeros inistas,
abordó uno de los autos con que habían venido
en comitiva a buscarlo.

30. Pescara, 8 de abril. Hora 22.

Sencillamente ha desaparecido – dijo


Angelo –. Como por arte de magia.
– Ella manejaba la magia – le recordó
Patricia.
– Es algo increíble – insistió Angelo–. La
busqué en la lista de estudiantes, para
consignarle falta, pero me encontré con que ya
no figuraba.
“Me dije: debe ser un error de esta copia.
Fui a la computadora, llamé a la lista completa
de los estudiantes de primer año… ¡tampoco
estaba! Luego llamé a la lista de todos los
inscriptos en la Universidad en los últimos tres

- 134 -
años, ¡no estaba! Sencillamente había
desaparecido, como si yo la hubiese soñado.
– ¿Preguntaste a los otros alumnos?
– ¡Sí! ¡Y también a los profesores, y a los
preceptores! ¡Nadie la recuerda, excepto yo!

31. 18 de mayo de 1996.

Bertozzi y Laura habían dedicado cuarenta


días a un retiro absoluto, en el castillo de Sant
Apollinare, alejados de toda perturbación
exterior, se aprestaban para poner en acción al
pergamino, siguiendo estrictamente las
instrucciones de Hillén Fraates.
Cinco caballeros y cuatro damas inistas los
acompañaban. Ellos habían sido seleccionados
especialmente para esta misión. Debían
custodiar el ritual del pergamino, sin permitir
que ningún incidente perturbara la sesión. Sus
nombres eran:

Lisiak Land-Díaz
Marinisa Bove
Patricia Iezzi
Argentina Capriotti

Y también

- 135 -
Giorgio Mattioli
Furio de Mattia
Angelo Merante
Francisco José Molero Prior
Flavio Donnini.

A la hora 18 del día 18 de mayo, se


reunieron todos alrededor de la habitación
circular donde Bertozzi y Laura se habían
encerrado con las dos cajas que contenían el
pergamino.
Pocos minutos después de que ellos
entraran, comenzó a escucharse una suave
música, como de violines, emergiendo de la
habitación.
– ¿Ellos tienen algún instrumento allí? –
preguntó Furio.
– Es la música de sus almas – contestó
Patricia – eso significa que están poniendo a
funcionar el pergamino.
Mas luego de un rato de música sublime,
comenzó a sonar algo radicalmente distinto,
unos sonidos semejantes a la composición del
filme “United of Plutonium”, del japonés
Tetsuji Kobayashi.

- 136 -
Esto inquietó a los inistas que custodiaban
el ritual. Durante unos extensos momentos
estos sonidos persistieron. La situación pareció
agravarse cuando, por segundos, se
interrumpían las músicas, reanudándose
bruscamente con sones semejantes a golpes de
martillo sobre un tambor, o sierras agudas,
hasta recordar por momentos las ejecuciones
más violentas de Led Zeppelin o Deep Purple.
Pero después de un lapso de incertidumbre,
todo se calmó. Y empezó a sonar, desde
dentro, el Concierto Nº 2 para piano y orquesta
de Rachmaninov. Laura y Gabriele habían
aprendido de memoria un esquema que les
había provisto Hillén Fraates. En él se habían
consignado las claves musicales de La Palabra.
Helo aquí:

- 137 -
- 138 -
Luego de un momento profundo de
concentración, sentados ambos ante la mesa
donde reposaban las dos partes del pergamino,

- 139 -
emergió una línea de luz de los corazones de
Gabriele y Laura, que tomando como vértice al
pergamino, formaba un triángulo perfecto que
los unía. Por el interior de esa línea circulaba
una vibración luminosa, que de acuerdo a la
pronunciación mental de cada letra que al
unísono ellos hacían, se impregnaba de
diferentes colores.
Al producirse algún desajuste o
desconcentración, los colores se ensuciaban, la
línea se volvía aserrada, la música se
interrumpía, dando lugar a los más variados
ruidos.
Poco a poco, sin embargo, los esposos
fueron logrando la pronunciación perfecta,
cuyo test era que al hacerlo, debería sonar la
melodía indicada para cada paso de la
construcción etérica de La Palabra.
Cuando llegaron al Concierto de
Rachmaninov sucedió lo más extraordinario.
Cuatro seres gigantescos, superpuestos
como si fuesen transparentes, se manifestaron
ante los ojos asombrados de Laura y Bertozzi.
Estaban llenos de ojos por delante y detrás, y
cuatro pares de alas emergían por sus costados.
El primero era semejante a un león; el segundo
a un toro; el tercero tenía el rostro de un

- 140 -
humano, y el cuarto era semejante a un águila
en vuelo. Estos seres repetían solamente:
Santo, Santo, Santo, el que era y el que es y
el que viene. Digno eres de recibir la gloria y
el honor y el poder, porque tú lo creaste todo,
y por tu voluntad existió y se creó.
Entonces vieron aparecer a un ángel, con el
arco iris en torno de su cabeza, el rostro como
un sol y sus pies como columnas de fuego, que
en las manos tenía un libro abierto. El ángel
habló con voz poderosa y dijo:
– He aquí el momento en que debéis elegir
entre el bien o el mal.
“Podréis ordenar lo que deseéis, a partir de
ahora, al pergamino. Pero este poder, que os
durará mil años, luego de su extinción os hará
retroceder 200 millones de años en la
evolución, hasta convertiros otra vez en los
más primitivos minerales que existen en el
Universo. A partir de allí deberéis comenzar
de nuevo, atravesando todo lo que habéis
vivido para llegar hasta aquí.
“Si decidís por el Bien, deberéis devolver
esta pieza a su dueño, nuestro Creador. En ese
caso, tendréis que llevar las cajas de plomo y
de oro a un pequeño pueblo, denominado
Garza, en la provincia de Santiago del Estero,

- 141 -
en Argentina. Este es un punto que conforma
un triángulo perfecto con Pescara y Mái
Edagá. Allí hay una pequeña capilla, que
pertenecía a la familia de los Revainera.
Cuando lleguéis ahí, deberéis entregar, en el
altar, la pieza divina”.
Todo desapareció y la habitación se tornó
penumbrosa por un momento. Solamente
reverberaba el hilo de luz con forma triangular
que unía a Laura con Bertozzi y el pergamino.
Comenzaron a pasar ante los ojos de ambos,
en imágenes semejantes a las holográficas, los
mayores logros de la civilización en la Tierra.
El Taj-Mahal, Versalles, la Plaza Roja, los
inmensos parques mecánicos de los Estados
Unidos, los ríos de dinero que salen de las
máquinas impresoras de los bancos estatales
alemanes, japoneses y norteamericanos...
Aviones artillados con las más modernas
armas atravesaban como pájaros de acero el
cielo límpido; los cuerpos de baile de las más
variadas razas emprendían por turnos
extraordinarias danzas con millones de
colores; pantallas de televisión, gigantescas,
transmitían multiplicándolas una y otra vez las
mejores maravillas de la técnica del siglo
XX…

- 142 -
De repente, Bertozzi se volvió como
sobresaltado hacia Laura, cortando el flujo de
luz y de imágenes.
– ¿Qué sucede? – preguntó ella.
– Debemos llevar el pergamino a Garza –
dijo Bertozzi, con voz agitada.
– Yo también creo lo mismo – contestó
Laura.

32. Buenos Aires, 22 de junio de 1996.

Laura y Bertozzi llegaron a la Argentina en


un día de pleno sol. Enseguida fueron
trasladados hasta el aeropuerto Jorge Newbery,
donde debieron abordar el avión que los
llevaría a Santiago del Estero. A las cuatro de
la tarde llegaron a Huaico Hondo. Allí los
esperaba el Inista Argentino, que estaba al
tanto ya de los pasos que deberían dar los
italianos.

33. Santiago del Estero, 24 de junio de


1996.

El día anterior habían caminado un poco


por el campo santiagueño. No se parecía a
nada que hubiesen visto antes. Engañosamente

- 143 -
rústico o desértico, por partes, en algunos
matices recordaba a los más afortunados
cuadros de Dalí. Los árboles – delgados,
ascéticos – semejaban manos que gesticularan
al cielo. La tierra, ocre, poseía un magnetismo
extraordinario, que de sólo pisarla, parecía
llenar el cuerpo de intensas vibraciones. Y una
música extraña, constante, sonaba en el
espíritu, apenas se alejaba uno un poco del
ruido de la ciudad.

– Esta capilla perteneció a mis abuelos –


refirió el Inista Argentino. Eran las cuatro de
la mañana y se trasladaban – Bertozzi y Laura,
el argentino y su esposa, Gloria – en un
colectivo muy confortable, que debía
conducirlos hasta Garza. Sobre ese lugar existe
una muy antigua leyenda.
“Se dice que los aborígenes veneraban una
antigua piedra, caída, según ellos, del cielo.
Era una piedra azul, que tenía grabados varios
signos en la superficie. Y coronándolos, una
garza blanca. (Este era el signo de los antiguos
Toltecas.) Al aproximarse los conquistadores
españoles al lugar, la piedra desapareció.
Algunos dijeron que había vuelto al cielo.
Otros, que estaba enterrada, muy

- 144 -
profundamente, en el mismo lugar donde
antiguamente fuese venerada. La prueba de
ello serían ciertas luces que, en las tardes de
invierno se veían emerger de aquel sitio.
“Los españoles, aunque nunca vieron nada,
ante la persistencia de los indios en tomar cada
noche como devocionario aquel lugar,
decidieron construir allí una capilla.
“Al poco tiempo fue destruida por un
malón, que se apoderó de aquellos parajes
durante cerca de cien años. Posteriormente, al
adquirir uno de mis abuelos ese campo,
cumplió con una promesa que tenía, y al
mismo tiempo que la casa, reconstruyó la
capillita”.
A las cinco y media de la mañana llegaron
al pueblo de Garza. Caminando por las
callejuelas de tierra, en la penumbra rosada del
amanecer, llegaron a la capilla de los
Revainera.
La puerta estaba entreabierta. Sobrecogidos
por el momento, Bertozzi, Laura, Gloria y el
Inista Argentino entraron en la nave de rústico
estilo colonial y se dirigieron hacia el altar,
detrás del cual, incrustado en la pared, estaba
el cofre de quebracho colorado que guardaba
el cáliz de la consagración.

- 145 -
El argentino y su esposa se quedaron a
mitad de camino, dejando avanzar a Bertozzi y
Laura, que llevaron cada uno en sus manos las
cajitas de oro y plomo que contenían las partes
del pergamino.
Al llegar al altar se detuvieron. Lentamente,
depositaron encima del rústico mantel de lino
las dos cajas. Luego se arrodillaron. El Inista
Argentino y Gloria, en su lugar, los imitaron.
Pasaron unos instantes. Una suave línea de
sol comenzó a filtrar a través de la pieza
rosada de un vitral. Como si fuese un rayo
láser, se dirigió directamente a la mesa donde
estaban las dos cajitas de metal. Apenas las
alcanzó, se vio surgir un intenso y a la vez
diáfano resplandor, que parpadeó en el aire,
unos instantes. El fulgor se convirtió en una
canastilla de flores, que se elevó, lentamente,
hacia un círculo de luz, que había surgido,
flotando cerca de la bóveda difuminada de la
capillita.
Después de esto, el resplandor desapareció.
Todos miraron hacia el altar: no había nada.
También las cajitas de plomo y de oro habían
desaparecido, como si nunca hubiesen estado
allí.

- 146 -
Una música profunda se dejó oír, semejante
al pasaje Quando corpus morietur del Stabat
Mater, de Dvórak.
Los Inistas se miraron, sin saber qué hacer.
Laura y Gabriele fueron al encuentro del Inista
Argentino y su esposa. Se sentían muy felices.
Sin decir nada, se abrazaron.

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