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En una ocasión Jesús “yendo Jesús a Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Y al
entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez hombres leprosos, los cuales se
pararon de lejos y alzaron la voz, diciendo: ¡Jesús, Maestro, ten misericordia de
nosotros! Cuando él los vio, les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que
mientras iban, fueron limpiados. Entonces UNO de ellos, viendo que había sanado,
volvió, glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro a tierra a sus pies, dándole
gracias; y éste era samaritano. Respondiendo Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron
limpiados? Y los nueve, ¿dónde están?¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios
sino este extranjero? Y le dijo: Levántate, vete; tu fe te ha salvado” (Lucas 17:11-19).
Muchas veces personas que son lo último de la tierra suelen ser las más agradecidas que
aquellas que se creen algo o que son merecedoras de cualquier dádiva. Jesús nos enseñó
a ser agradecidos, pero a la vez nos hizo ver cómo suelen responder las personas ante
nuestros buenos actos de amor y desprendimiento. Realmente todos hemos
experimentado esa indiferencia e ingratitud de las personas que hemos servido—¡y en
alguna ocasión nosotros mismos hemos sido ingratos con otros y desagradecidos! Esta
característica ingrata será más marcada en los tiempos finales. Pablo escribió:
“También deben saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos.
Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios,
blasfemos, desobedientes a los padres, INGRATOS, impíos, sin afecto natural,
implacables, calumniadores…” (2 Tim. 3:1-5)
Jesús por eso aconseja que hagamos el bien SIN ESPERAR que nos lo agradezcan o
que nos recompensen. El dijo: “Amad, pues, a vuestros enemigos, y haced el bien, y
prestad, no esperando de ello nada; y será vuestro galardón grande, y seréis hijos del
Altísimo; porque él es benigno para con los INGRATOS y malos. Sed, pues,
misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso.” (Lucas 6:35).
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Empecemos a ser agradecidos con Nuestro Padre celestial y con
nuestros progenitores
Y no olvidemos que tenemos padres que nos han criado y educado y a los cuales
también les debemos estar agradecidos. Debemos, pues, comenzar también con nuestros
padres, con los que nos dieron la vida y nos cuidaron con esmero. Esto alegra mucho el
corazón de un padre, el saber que tiene un hijo grato.
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