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EL EXTRAORDINARIO

TESTIMONIO DE ROGER SERENY


(EX-TESTIGO DE JEHOVÁ)

A QUIEN PUEDA INTERESAR

rogersereny@hotmail.com

Desde mi corazón les extiendo mi saludo de amor y paz. Me presento como una
persona comprometida con el pensamiento cristiano originario, y a la vez solidario
con nuestra gran diversidad existencial. Para el caso, comenzaré diciendo que soy
venezolano de nacimiento, aunque de extracción europea. Para una mejor
comprensión de mi realidad, debo confesar que fui criado y formado dentro del
grupo religioso conocido como los “Testigos de Jehová”. Contaba con apenas nueve
años de edad cuando di mis primeros pasos en aquella organización. Mi madre fue
la primera en ingresar y fue persuadida a traerme con ella, dado que “la urgencia
de los tiempos” presagiaba la proximidad del fin del mundo y que mi vida corría
peligro si no hallaba refugio en “la única religión verdadera.”.

Unos años más tarde, siendo apenas un adolescente, un miembro prominente de


la directiva de la Sociedad Watchtower Bible & Tract, proveniente de la sede
mundial en Nueva York, convino conmigo en que sería “sabio” dejar los estudios de
secundaria para servir a tiempo completo como predicador, o “precursor”, como lo
llaman ellos, antes de la llegada inminente de el Armagedón, que ya estaba “muy
cerca”, según la elaborada cronología del grupo. Los precursores se han
comprometido formalmente para invertir una buena cantidad de horas yendo de
casa en casa, distribuyendo literatura Watchtower y reclutando nuevos
simpatizantes para la organización. Ellos no reciben remuneración alguna por su
trabajo y muy poco tiempo les queda para otras actividades.

Con el pasar del tiempo, fui escalando posiciones de responsabilidad o “privilegios”,


llegando a ocupar los puestos de “anciano”, “precursor especial” y “superintendente
itinerante.” Por más de treinta años mantuve una impecable hoja de servicios con
la organización de los “Testigos de Jehová”.

A mediados de la década de los 80s, mientras desempeñaba mis tareas con


entusiasmo y dedicación, hice unos interesantes descubrimientos. Era mi
costumbre examinar los escritos bíblicos con detenimiento e imparcialidad. Ávido
por obtener respuestas a muchas cuestiones que afectaban la vida de mis
correligionarios, mis investigaciones me permitieron detectar numerosas
inconsistencias entre lo que enseñaba el cristianismo primitivo y los dogmas de la
Watchtower. Pero estas cosas solo las compartía confidencialmente con muy
contados compañeros de creencia y por supuesto, con el Padre celestial.
Curiosamente, en la medida en que avanzaban mis estudios, mi relación personal
con Dios y con su Hijo Jesucristo se fue estrechando cada vez más.

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Dada mi experiencia al manejar casos de naturaleza muy personal en la vida de
aquellos compañeros de fe que me premiaban con su confianza, así como con
algunas inquietudes personales, mis investigaciones no se limitaron únicamente al
área doctrinal y a la interpretación de los textos antiguos, sino también en el
ámbito de las emociones humanas, particularmente las numerosísimas represiones
de naturaleza sexual que se imponen, recurso predilecto de religiones y sectas
fundamentalistas y legalistas, para incapacitar y frustrar emocionalmente a sus
adeptos.

A pesar de la discreción con la que sometía a prueba las enseñanzas y


procedimientos de la organización WT, la oficina representante en el país, la cual
me tenía en alta estima y confianza, tuvo conocimiento de mis investigaciones.
Cada TJ es un espía de sus demás compañeros y cualquier “irregularidad” debe ser
reportada inmediatamente a los líderes que aplicarán las debidas medidas
disciplinarias. Esto condujo a que fuera enjuiciado por uno de sus tribunales
internos o “comités judiciales”, como se les denomina. Fui interrogado y
amonestado por espacio de cuatro horas en la más absoluta privacidad de mi
hogar. En mi caso, sin embargo, se rompió la regla, ya que me acompañaba un
ministro de una iglesia protestante que me prestaba ayuda y observaba en silencio
todo el proceso. Al final de la reunión, pasada la medianoche, los tres miembros
del tribunal, luego de intimidarme y calificarme de “perro que vuelve al vómito”, me
dieron una semana de plazo para recapacitar y “arrepentirme.” Yo estaba ya
decidido a romper con la esclavitud a la secta y ellos a su vez, estaban resueltos a
deshacerse de mí, por cuanto sabía demasiado. Una semana más tarde les hice
llegar mi carta de renuncia en términos breves y respetuosos. Ellos no aceptaron la
renuncia, dictaron sentencia y me expulsaron por cometer “apostasía” (fornicación
espiritual), es decir, por visitar otras iglesias y haber estado en contacto con
miembros disidentes de la central mundial de Nueva York. Para ellos, este es un
pecado de tal naturaleza que equivale a traicionar al mismísimo Dios. Esta postura
es el resultado de un sutil e intenso proceso de control mental y de interpretaciones
extravagantes, aunque simplistas de la Biblia, que se repiten una y otra vez, con lo
cual convencen a los millones de seguidores que ellos son la única religión
verdadera y el pueblo elegido de Dios sobre el planeta. Todos los que rehúsen
pertenecer al grupo, serán aniquilados por Dios en la batalla final de Armagedón. El
temor es una de sus mejores armas para mantener en sujeción a todos los
adeptos. Los TJ viven en un constante estado de alarma y zozobra. Todo lo que no
proceda de la organización es potencialmente sospechoso o satánico y debe ser
rechazado, sin importar su apariencia inofensiva. Tergiversan y manipulan la
información, a modo de generar temor y dependencia a la organización.

Mi expulsión generó un gran escándalo nacional en la comunidad de TJ y resultó en


un duro golpe para mi madre que cumplía más de 30 años de sometimiento
absoluto a la Sociedad Watchtower. El bochorno afectó mucho su salud física y
mental. Caer en desgracia entre los TJ es lo peor que le puede pasar a un individuo
comprometido y es algo muy difícil de aceptar y asimilar, con graves consecuencias
emocionales tanto para el expulsado como para los familiares que permanecen en
la secta. No pocos casos de alcoholismo, consumo de drogas, promiscuidad sexual
y hasta suicidios, tienen lugar como resultado de tales medidas disciplinarias
inhumanas. Abundan los testimonios sobre este hecho.

Puesto que mi padre no era TJ, yo esperaba que él me ayudara en el proceso de


recuperación, y contando con otros parientes de mucho prestigio que vivían en el
exterior. Pero al año siguiente de mi defección, mi padre cae enfermo de un mal
incurable del cual no se pudo recuperar. Fallece antes de poder expresar su última
voluntad y legar sus bienes en un testamento. Tanto mi madre como yo,

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estábamos a oscuras acerca de sus finanzas, aunque sus actividades comerciales
exitosas nos habían permitido vivir holgadamente. Los esfuerzos por dar con el
paradero de sus activos fueron infructuosos. El secreto se lo llevó a la tumba. Yo
era el único hijo y todo lo que sabía hacer era cumplir con las tareas rutinarias que
me asignaron los TJ. Mi padre era el único sostén del hogar y yo no sabía cómo
ganarme la vida. Mi madre, acostumbrada al buen vivir, se desesperaba y comenzó
a vender millones de bolívares en obras de arte, joyas y mobiliario por sumas
ridículas.

A los miembros leales del grupo se les prohíbe todo trato social con los expulsados.
Ni siquiera les pueden dirigir un saludo si los vieran por la calle o en el
supermercado, así sean miembros de la misma familia. Entrenado como estaba, a
someterme y obedecer, mi madre insistía en que permaneciera a su lado y que nos
trasladáramos de la capital a otra ciudad donde nadie nos reconociera. La razón era
huir del oprobio y evitar caer en la pobreza. Vale la pena mencionar que su
compromiso con los TJ le hizo romper desde un principio todo contacto con sus
propios familiares en el exterior. Por motivos de conciencia, acepté quedarme con
ella para no dejarla desamparada, mientras ella abrigaba la esperanza de que yo
saldría adelante financieramente, “recobraría el juicio” y regresaría penitente al
rebaño de la Watchtower. A pesar de sus limitaciones, mi mamá se entregaba de
lleno a las actividades de los Testigos locales. Mientras tanto, mi falta de
experiencia en vivir fuera de la burbuja de la secta y de no saber cómo ganarme el
sustento, además de las continuas presiones de mi madre, hicieron de mi vida una
verdadera pesadilla.

Mi experiencia de 30 años con los TJ, de arduo trabajo no remunerado para una
poderosa corporación multinacional, me había permitido adquirir una serie de
destrezas y habilidades como conferenciante y agente de ventas, además de
dominar varios idiomas. Luego de dos años sin conseguir empleo y de agotarse
nuestros escasos ahorros, pude obtener un trabajo en una reconocida emisora de
radio de la localidad como locutor, representante comercial y asesor publicitario.
Aun conservo ese trabajo, pero el ambiente poco solidario en la región, los
medianos ingresos y el agotamiento físico que me ocasiona el clima, me obligan a
contemplar alternativas más ventajosas.

Mi madre falleció hace unos cuantos años y pese a la ayuda económica que le
prestaba, ella prefirió permanecer con los TJ, sacrificándose por ellos mientras le
dejaban pasar sus últimos días en la mayor pobreza. Al principio de nuestra llegada
vivíamos juntos en una zona privilegiada muy próxima a la playa, pero al irse
agotando los recursos, nos tuvimos que separar. Por ser un miembro expulsado,
nunca se me permitió entrar a la modesta vivienda donde la alojaron, hasta cuando
su estado de salud se agravó y pude llevarle alimento y atender algunas otras
necesidades. Los TJ se limitaban a hacerle compañía y alentarla a que retuviera su
lealtad a la “organización de Dios”, que no es otra cosa que servir a una gran
corporación estadounidense y mega-millonaria, que exige los mayores sacrificios
por parte de sus dedicados miembros, pero que se desentiende cuando alguno de
ellos entra en desgracia. Debo mencionar que, a pesar de ser un miembro
expulsado, ellos tuvieron el cinismo de venir a mí, solicitando fondos para la
hospitalización de mi madre, alegando que en estos casos, la “responsabilidad
bíblica” recae en los familiares cercanos y no en la “Sociedad Watchtower Bible &
Tract” de Brooklyn, N.Y. Yo no contaba con medios suficientes, así que tuve que
recurrir a la misión diplomática del país de mi madre y ellos se encargaron de
proveer una remesa especial hasta el día en que ella dejó de existir.

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Mi larga pasantía de entrega total a la corporación religiosa Watchtower, hizo muy
difícil adaptarme a la realidad de la vida. Todos los llamados “mundanos”, es decir,
los que no son TJ, parecían como venidos de otro planeta. Algunos, al descubrir mi
ingenuidad, me hicieron objeto de fraudes y manipulaciones. Intenté hallar algo de
refrigerio y compañerismo en algunas iglesias locales, pero éstas carecían de la
experiencia que se requiere para tratar casos como el mío, recomendando cumplir
con otras rutinas totalmente inapropiadas para mí. En otros países hay programas y
grupos de apoyo especializados en ayudar a las víctimas de sectas cúlticas o
destructivas. Sin embargo, el hecho de haber permanecido en uno de esos grupos
no hizo que al separarme de una secta falsa, “se arrojara el agua sucia del baño
con el niño adentro”. Por el contrario, retuve mi fe y entereza espiritual en los
momentos más críticos y en la casi absoluta falta de compañía.

Como si esto no fuera suficiente, no hace mucho atravesé por la más difícil y
dolorosa prueba de carácter físico. Habiendo gozado siempre de excelente salud,
caí repentinamente enfermo con agudos dolores abdominales y una falta absoluta
de apetito, cuyo origen al principio no se reconocía. Luego de costosos exámenes
médicos, se descubrió la presencia de tres tumores malignos a lo largo del colon.
Por no haber podido consumir alimento sólido durante un tiempo prolongado,
quedé reducido a un esqueleto de 35 Kg., cuando mi peso normal era de 74. En ese
estado no era recomendable intervenir para remover los tumores. Fui alimentado
por vía intravenosa con diferentes productos y mediante transfusiones de sangre
para levantar las defensas. (A propósito, los TJ prohíben terminantemente las
transfusiones de sangre, so pena de ser expulsado) Me hallaba casi inmovilizado
en mi lecho de hospital, no pudiendo valerme por mí mismo. Solo un amigo muy
querido y su padre tomaban turnos para acompañarme. Un día, cuando no estaban
presentes en la habitación, entraron unos “malandros” y hurtaron mis pertenencias,
incluyendo mi teléfono móvil, que era el único recurso que tenía para comunicarme
y pedir ayuda.

Al fin, cuando el cuerpo médico determinó que ya estaba en mejores condiciones


físicas, decidieron operar, aunque las perspectivas no eran muy alentadoras. En
medio de todo este sufrimiento, no me deprimía ni perdía las esperanzas. Disfruto
de una gran paz mental y espiritual, ya que el amor es factor motivador en todas
mis acciones y en mis tratos para con mi prójimo. Esto no se lo debo a ninguna
religión, sino por haber investigado la historia del cristianismo primitivo y haber
aplicado sus sencillas y cómodas normas, sin imposiciones, restricciones, chantajes
o amenazas. Practicar el amor verdadero, altruista y desinteresado, disuade a que
hagamos algo que lastime al semejante y motiva a procurar siempre el bienestar de
los demás por encima del propio. –Vea Mateo 7:12-

Luego de la cirugía, que fue exitosa, vino el proceso no menos penoso de


recuperación. Tuve que hacer grandes esfuerzos para volver a caminar, luego de
tantas semanas postrado en cama. Debía ingerir alimentos blandos y muchos
medicamentos. De vuelta a casa, como vivo solo, tuve que hacer empeño en
atender mis necesidades con limitada ayuda. Hubo quienes vinieron a traer
alimento y hacerse cargo de la limpieza. Me veía tan demacrado y reducido como
una momia. Antes de enfermarme aparentaba tener menos edad de la que tenía.
Ahora, en cambio, parecía haber envejecido veinte años más.

Algunos de mis clientes contribuyeron con donaciones que permitieron contar con
unos fondos para los gastos fijos de la casa, además de los ingresos provenientes
de la publicidad de radio de mis anunciantes. Puedo asegurar que Dios siempre
estuvo a mi lado para proveer, sin caer en la desesperación a la que conduce la
dependencia a una secta destructiva.

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Ya estoy casi totalmente restablecido, con buen peso y mejor semblante. Y lo que
es más extraño, algo me hizo desistir de seguir consumiendo esa infinidad de
medicamentos costosos y de continuar recibiendo la quimioterapia, para lo cual un
buen amigo contribuyó generosamente. Hacían falta trece millones de bolívares
más para completar el tratamiento, y aunque se hizo el esfuerzo por obtener los
productos de manera gratuita, esto no fue posible. Faltaban cinco sesiones de
quimioterapia y tan solo había recibido dos. Algo me hizo sentir que me debía
retirar de ese tratamiento, y tan pronto fue suspendido, comencé a recuperarme
mucho más aprisa y con mayor ánimo. Todos estaban sorprendidos. ¿Milagro? Para
algunos, tal vez. Sin embargo, alguien que leyó este testimonio en un foro
cristiano, calificó este resultado como un milagro de amor. Pero hay que tener
presente que la voluntad, determinación y una conciencia tranquila pudieron haber
contribuido con mi mejoría. Si uno se deprime, el sistema inmunológico también se
resiente y el organismo no reacciona. Así que la receta del amor que Cristo
recomendó, sí da resultado, si se administra en dosis generosas.

En esta etapa de mi vida, que me aconseja a no exigir de mí mismo más de lo


razonable, empleo buena parte de mi tiempo en compartir los valores del espíritu
con aquellos que están dispuestos a recibirlos y aplicarlos, de manera especial con
las minorías y los excluidos sociales. Mantengo contactos muy estimulantes por
Internet con individuos y foros de diferentes partes del mundo. Dedico varias horas
al día al estudio y a la investigación. Y hasta mis tareas para la radio y como
traductor, también las cumplo con mi ordenador en absoluta tranquilidad.

Mi próxima meta es tratar de obtener un techo propio en un clima más favorable. El


aire de montaña me sienta mucho mejor que el de la costa oriental donde me
encuentro actualmente. Disfruté unos diez años maravillosos en el estado Mérida,
en los Andes venezolanos, aunque en aquel tiempo me hallaba dedicado a la
organización WT como misionero. De de ser posible, desearía retornar a ese
hermoso lugar de nuestra geografía. Aunque todavía no cuento con recursos
suficientes, sé que en cualquier momento Dios también hará provisión para cumplir
esta meta, si así lo determina.

Confío en que este testimonio pueda servir de advertencia sobre del peligro de ser
seducido, atrapado y manipulado; de ver alterada la personalidad y perder nuestro
lugar en la sociedad por influencias de alguna secta religiosa, movimiento político o
filosofía elitista y arrogante que suprime las libertades individuales y nos convierte
en esclavos sumisos de amos codiciosos de ganancias injustas y de un afán por
ejercer el poder a costa de manipular, excluir y hacer sufrir a los demás. Para
cerrar, vale la pena tener presentes las palabras de Cristo a sus seguidores
genuinos: “Como ustedes saben, entre los paganos los jefes gobiernan con tiranía a
sus súbditos, y los grandes hacen sentir su autoridad sobre ellos. Pero entre
ustedes no debe ser así. Al contrario, el que entre ustedes quiera ser grande,
deberá servir a los demás; y el que entre ustedes quiera ser el primero, deberá ser
su esclavo. Porque del mismo modo, el Hijo del hombre no vino para que le sirvan,
sino para servir y para dar su vida como precio para la libertad de muchos.”
(Evangelio de San Mateo, cap.20, vers. 28).

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