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rogersereny@hotmail.com
Desde mi corazón les extiendo mi saludo de amor y paz. Me presento como una
persona comprometida con el pensamiento cristiano originario, y a la vez solidario
con nuestra gran diversidad existencial. Para el caso, comenzaré diciendo que soy
venezolano de nacimiento, aunque de extracción europea. Para una mejor
comprensión de mi realidad, debo confesar que fui criado y formado dentro del
grupo religioso conocido como los “Testigos de Jehová”. Contaba con apenas nueve
años de edad cuando di mis primeros pasos en aquella organización. Mi madre fue
la primera en ingresar y fue persuadida a traerme con ella, dado que “la urgencia
de los tiempos” presagiaba la proximidad del fin del mundo y que mi vida corría
peligro si no hallaba refugio en “la única religión verdadera.”.
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Dada mi experiencia al manejar casos de naturaleza muy personal en la vida de
aquellos compañeros de fe que me premiaban con su confianza, así como con
algunas inquietudes personales, mis investigaciones no se limitaron únicamente al
área doctrinal y a la interpretación de los textos antiguos, sino también en el
ámbito de las emociones humanas, particularmente las numerosísimas represiones
de naturaleza sexual que se imponen, recurso predilecto de religiones y sectas
fundamentalistas y legalistas, para incapacitar y frustrar emocionalmente a sus
adeptos.
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estábamos a oscuras acerca de sus finanzas, aunque sus actividades comerciales
exitosas nos habían permitido vivir holgadamente. Los esfuerzos por dar con el
paradero de sus activos fueron infructuosos. El secreto se lo llevó a la tumba. Yo
era el único hijo y todo lo que sabía hacer era cumplir con las tareas rutinarias que
me asignaron los TJ. Mi padre era el único sostén del hogar y yo no sabía cómo
ganarme la vida. Mi madre, acostumbrada al buen vivir, se desesperaba y comenzó
a vender millones de bolívares en obras de arte, joyas y mobiliario por sumas
ridículas.
A los miembros leales del grupo se les prohíbe todo trato social con los expulsados.
Ni siquiera les pueden dirigir un saludo si los vieran por la calle o en el
supermercado, así sean miembros de la misma familia. Entrenado como estaba, a
someterme y obedecer, mi madre insistía en que permaneciera a su lado y que nos
trasladáramos de la capital a otra ciudad donde nadie nos reconociera. La razón era
huir del oprobio y evitar caer en la pobreza. Vale la pena mencionar que su
compromiso con los TJ le hizo romper desde un principio todo contacto con sus
propios familiares en el exterior. Por motivos de conciencia, acepté quedarme con
ella para no dejarla desamparada, mientras ella abrigaba la esperanza de que yo
saldría adelante financieramente, “recobraría el juicio” y regresaría penitente al
rebaño de la Watchtower. A pesar de sus limitaciones, mi mamá se entregaba de
lleno a las actividades de los Testigos locales. Mientras tanto, mi falta de
experiencia en vivir fuera de la burbuja de la secta y de no saber cómo ganarme el
sustento, además de las continuas presiones de mi madre, hicieron de mi vida una
verdadera pesadilla.
Mi experiencia de 30 años con los TJ, de arduo trabajo no remunerado para una
poderosa corporación multinacional, me había permitido adquirir una serie de
destrezas y habilidades como conferenciante y agente de ventas, además de
dominar varios idiomas. Luego de dos años sin conseguir empleo y de agotarse
nuestros escasos ahorros, pude obtener un trabajo en una reconocida emisora de
radio de la localidad como locutor, representante comercial y asesor publicitario.
Aun conservo ese trabajo, pero el ambiente poco solidario en la región, los
medianos ingresos y el agotamiento físico que me ocasiona el clima, me obligan a
contemplar alternativas más ventajosas.
Mi madre falleció hace unos cuantos años y pese a la ayuda económica que le
prestaba, ella prefirió permanecer con los TJ, sacrificándose por ellos mientras le
dejaban pasar sus últimos días en la mayor pobreza. Al principio de nuestra llegada
vivíamos juntos en una zona privilegiada muy próxima a la playa, pero al irse
agotando los recursos, nos tuvimos que separar. Por ser un miembro expulsado,
nunca se me permitió entrar a la modesta vivienda donde la alojaron, hasta cuando
su estado de salud se agravó y pude llevarle alimento y atender algunas otras
necesidades. Los TJ se limitaban a hacerle compañía y alentarla a que retuviera su
lealtad a la “organización de Dios”, que no es otra cosa que servir a una gran
corporación estadounidense y mega-millonaria, que exige los mayores sacrificios
por parte de sus dedicados miembros, pero que se desentiende cuando alguno de
ellos entra en desgracia. Debo mencionar que, a pesar de ser un miembro
expulsado, ellos tuvieron el cinismo de venir a mí, solicitando fondos para la
hospitalización de mi madre, alegando que en estos casos, la “responsabilidad
bíblica” recae en los familiares cercanos y no en la “Sociedad Watchtower Bible &
Tract” de Brooklyn, N.Y. Yo no contaba con medios suficientes, así que tuve que
recurrir a la misión diplomática del país de mi madre y ellos se encargaron de
proveer una remesa especial hasta el día en que ella dejó de existir.
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Mi larga pasantía de entrega total a la corporación religiosa Watchtower, hizo muy
difícil adaptarme a la realidad de la vida. Todos los llamados “mundanos”, es decir,
los que no son TJ, parecían como venidos de otro planeta. Algunos, al descubrir mi
ingenuidad, me hicieron objeto de fraudes y manipulaciones. Intenté hallar algo de
refrigerio y compañerismo en algunas iglesias locales, pero éstas carecían de la
experiencia que se requiere para tratar casos como el mío, recomendando cumplir
con otras rutinas totalmente inapropiadas para mí. En otros países hay programas y
grupos de apoyo especializados en ayudar a las víctimas de sectas cúlticas o
destructivas. Sin embargo, el hecho de haber permanecido en uno de esos grupos
no hizo que al separarme de una secta falsa, “se arrojara el agua sucia del baño
con el niño adentro”. Por el contrario, retuve mi fe y entereza espiritual en los
momentos más críticos y en la casi absoluta falta de compañía.
Como si esto no fuera suficiente, no hace mucho atravesé por la más difícil y
dolorosa prueba de carácter físico. Habiendo gozado siempre de excelente salud,
caí repentinamente enfermo con agudos dolores abdominales y una falta absoluta
de apetito, cuyo origen al principio no se reconocía. Luego de costosos exámenes
médicos, se descubrió la presencia de tres tumores malignos a lo largo del colon.
Por no haber podido consumir alimento sólido durante un tiempo prolongado,
quedé reducido a un esqueleto de 35 Kg., cuando mi peso normal era de 74. En ese
estado no era recomendable intervenir para remover los tumores. Fui alimentado
por vía intravenosa con diferentes productos y mediante transfusiones de sangre
para levantar las defensas. (A propósito, los TJ prohíben terminantemente las
transfusiones de sangre, so pena de ser expulsado) Me hallaba casi inmovilizado
en mi lecho de hospital, no pudiendo valerme por mí mismo. Solo un amigo muy
querido y su padre tomaban turnos para acompañarme. Un día, cuando no estaban
presentes en la habitación, entraron unos “malandros” y hurtaron mis pertenencias,
incluyendo mi teléfono móvil, que era el único recurso que tenía para comunicarme
y pedir ayuda.
Algunos de mis clientes contribuyeron con donaciones que permitieron contar con
unos fondos para los gastos fijos de la casa, además de los ingresos provenientes
de la publicidad de radio de mis anunciantes. Puedo asegurar que Dios siempre
estuvo a mi lado para proveer, sin caer en la desesperación a la que conduce la
dependencia a una secta destructiva.
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Ya estoy casi totalmente restablecido, con buen peso y mejor semblante. Y lo que
es más extraño, algo me hizo desistir de seguir consumiendo esa infinidad de
medicamentos costosos y de continuar recibiendo la quimioterapia, para lo cual un
buen amigo contribuyó generosamente. Hacían falta trece millones de bolívares
más para completar el tratamiento, y aunque se hizo el esfuerzo por obtener los
productos de manera gratuita, esto no fue posible. Faltaban cinco sesiones de
quimioterapia y tan solo había recibido dos. Algo me hizo sentir que me debía
retirar de ese tratamiento, y tan pronto fue suspendido, comencé a recuperarme
mucho más aprisa y con mayor ánimo. Todos estaban sorprendidos. ¿Milagro? Para
algunos, tal vez. Sin embargo, alguien que leyó este testimonio en un foro
cristiano, calificó este resultado como un milagro de amor. Pero hay que tener
presente que la voluntad, determinación y una conciencia tranquila pudieron haber
contribuido con mi mejoría. Si uno se deprime, el sistema inmunológico también se
resiente y el organismo no reacciona. Así que la receta del amor que Cristo
recomendó, sí da resultado, si se administra en dosis generosas.
Confío en que este testimonio pueda servir de advertencia sobre del peligro de ser
seducido, atrapado y manipulado; de ver alterada la personalidad y perder nuestro
lugar en la sociedad por influencias de alguna secta religiosa, movimiento político o
filosofía elitista y arrogante que suprime las libertades individuales y nos convierte
en esclavos sumisos de amos codiciosos de ganancias injustas y de un afán por
ejercer el poder a costa de manipular, excluir y hacer sufrir a los demás. Para
cerrar, vale la pena tener presentes las palabras de Cristo a sus seguidores
genuinos: “Como ustedes saben, entre los paganos los jefes gobiernan con tiranía a
sus súbditos, y los grandes hacen sentir su autoridad sobre ellos. Pero entre
ustedes no debe ser así. Al contrario, el que entre ustedes quiera ser grande,
deberá servir a los demás; y el que entre ustedes quiera ser el primero, deberá ser
su esclavo. Porque del mismo modo, el Hijo del hombre no vino para que le sirvan,
sino para servir y para dar su vida como precio para la libertad de muchos.”
(Evangelio de San Mateo, cap.20, vers. 28).
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