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I
No hay unanimidad de opiniones a la hora de definir qué cosa es lo fantástico.
Según Roger Caillois, la literatura fantástica busca desacreditar la razón, se compone de
dos elementos esenciales –lo sobrenatural y el terror–, y no debe ser confundida con lo
maravilloso. El relato maravilloso se situa en un mundo totalmente ficticio, sin
comunicación alguna con la realidad, mientras que el relato fantástico supone la discreta
introducción de terrores imaginarios en el seno de un mundo real y cotidiano. Louis Vax
aceptará esta distinción en Arte y literatura fantásticas.
Sin embargo, para Wolfgang Kayser, lo fantástico es lo grotesco, esto es, la
presentación de un mundo desencajado donde se deforma lo familiar, se altera el orden
habitual de las cosas, se rompen las leyes lógicas de identidad y no contradicción, se
violan las proporciones naturales y se mezclan los dominios de lo real y lo irreal, lo animal
y lo animal, lo animado y lo inanimado.
Para Nélida E. Vázquez, en cambio, el género fantástico implica un cierto
menosprecio por la condición humana ya que en él se cuestiona “los valores que tan
orgullosamente ha sostenido el humanismo histórico” y se tiende a colocar al protagonista
humano “por debajo o por encima de sus posibilidades reales”. (30)
Por otro lado, para Irène Bessière lo fantástico no es un género literario sino una
lógica narrativa que refleja las transformaciones culturales de la razón y de lo imaginario
comunitario; y para Irlemar Chiampi, lo fantástico es un modo de producir en el lector una
inquietud física (miedo y otras variantes) a través de una inquietud intelectual (duda).
Dentro de esta variedad de opiniones nos encontramos con un mínimo común que
coincide en afirmar que lo fantástico rechaza las explicaciones racionalistas que pretenden
agotar la realidad. En efecto, al enfrentarnos con fenómenos que problematizan la
frontera entre lo natural y lo sobrenatural, este tipo de literatura provoca una cierta
desconfianza en la capacidad de nuestros sentidos y razón.
También la tradición literaria escéptica busca provocar una conmoción de nuestras
más profundas seguridades cognoscitivas. No es de extrañar que a lo largo de los siglos se
haya establecido un intenso intercambio entre ambos territorios del arte y el pensamiento.
Coincido, pues, con Claudio Rodríguez Fer, en que la literatura fantástica puede ser
entendida “como una rama o, al menos, como un desarrollo de la propia filosofía
escéptica.” (145)
II
La mayor parte de las frases sapienciales de tendencia escéptica que Montaigne
hizo grabar en el dintel de su biblioteca insisten en la falta de criterio existente a la hora
de saber si esta vida es sueño o vigilia, muerte o vida, ficción o realidad: “¿Quién sabe si
en esta vida lo que llamamos muerte no es vida y lo que llamamos vida no es muerte?”
(Eurípides); “Veo que en esta vida no somos nada más que fantasmas y sombras vanas”
(Sófocles); “La humanidad está demasiado sedienta de cuentos maravillosos” (Lucrecio).
Lo cierto es que Borges estaba muy atento a la vieja afinidad existente entre el
escepticismo sapiencial y el género fantástico. Él mismo nos recordará, en “La otra
muerte”, que “ya los griegos sabían que somos las sombras de un sueño”. (I, 574)
En efecto, casi todos los escritores considerados pertenecer directa o
indirectamente a la tradición escéptica introducirán elementos fantásticos en sus obras.
Miguel de Cervantes insertará en el Quijote, obra cuya impronta escéptica analizó
Maureen Ihrie en Skepticism in Cervantes, un suceso fantástico al no aclarar si lo que don
Quijote creyó ver en la cueva de Montesinos era real o no. Por otro lado, el mismo Borges
admirará la enorme cantidad de invenciones fantásticas que pueden hallarse en La hora
de todos, de Francisco de Quevedo, tan influido por Montaigne: “Las casas que se mudan
de los dueños, el hombre que se da un baño de piedra mármol y que se reviste en
estatua, el poeta que lee un manuscrito tan oscuro que no se ve la mano que lo sostiene y
acuden búhos y murciélagos.” (IV, 488)
También Shakespeare utilizó la enorme fuerza literaria que las críticas escépticas
poseen en sus ataques contra la frontera que separa realidad y fantasía. En efecto, el
autor de Hamlet, cuya influencia escéptica será estudiada por autores como Millicent Bell o
Graham Bradshaw, no sólo prodiga en sus versos expresiones generadoras de
ambigüedad (“Estamos hechos de la misma materia que los sueños”, “Hay más cosas en
el cielo y la tierra, Horacio, que las que tu filosofía piensa” (i)), sino que también insertará
en sus argumentos personajes y situaciones que problematicen los límites existentes
entre la verdad y la mentira, la realidad y la ficción o el hombre y el animal. Para ello
recurrirá al uso de la mise en abîme (la obra de teatro dentro de la de teatro, en Hamlet);
a la generación de indefinición acerca de la locura o cordura de un personaje (el príncipe
Hamlet); a la creación de personajes que no sepan distinguir entre la verdad y la mentira
(Othello); o a la construcción de escenas en las que los personajes no sepan diferenciar
entre realidad y fantasía (el fantasma de la escena inicial de Hamlet o las brujas del
comienzo de Macbeth).
Asimismo, señala Millicent Bell, la brujería (ii) tiene una enorme relevancia
filosófica dentro de la obra del Shakespeare ya que en su época este tipo de casos
“debieron atraer, precisamente, a las mentes escépticas que ya hubiesen optado por la
oblicuidad y el misterio de la vida antes que por la pretendida evidencia de su pleno
significado.(iii) (15) En Macbeth y en Othello, por ejemplo, las brujas sugieren que el
cosmos y el mundo social no eran, de forma tan obvia, la expresión de una ley de orden
universal.
En todo caso, la inserción de elementos fantásticos sugiere la existencia de
misterios a los que ni la razón ni la ciencia pueden acceder. De este modo, lo fantástico
resulta ser un nuevo golpe escéptico –bajo la forma de un argumento contrafáctico–
contra las pretensiones de certidumbre de los filósofos dogmáticos.
III
Por otro lado, los orígenes del género fantástico moderno armonizan perfectamente
con el proyecto escéptico. Los primeros relatos surgirán como una reacción contra los
excesos del racionalismo, cuyos éxitos científicos habían ido desencantando la naturaleza
desde la revolución científica del siglo XVII. Esto hará que Caillois afirme que lo fantástico
es posterior a la imagen de un mundo sin milagros, sometido a una rigurosa causalidad, y
que Louis Vax considere que la literatura fantástica es “hija de la incredulidad”. Parece,
pues, que es la nostalgia de lo mágico lo que llevó a muchos a descreer de la razón o, por
lo menos, a insertar en la ficción fenómenos que la sobrepasen y desafíen.
Este hecho nos permitirá distinguir mejor entre lo fantástico y lo maravilloso.
Según Nélida E. Vázquez, sólo aquellas culturas que le han impuesto a la naturaleza un
orden objetivo y racional “pueden dar origen a una literatura como la fantástica, que
contradice expresamente una regularidad tan perfecta con un temor producido por la
violación de las leyes naturales”, mientras que lo maravilloso “tiene su lugar en países
como Arabia, India y Persia o en épocas como la Edad Media, donde el misterio es
aceptado con naturalidad.” (22)
Claro está que ni Borges ni los escépticos se interesaron seriamente por estos
temas, sino que los escarnecieron como a un dogmatismo más. Criticar los excesos
racionalistas no significa caer en el extremo opuesto del esoterismo. Resulta, pues, que el
escepticismo trata de mantenerse equidistante tanto del hiperracionalismo como del
irracionalismo.
Recordemos que en su reseña de The haunted omnibus, de Alexander Laing, el
mismo Borges consideraba superiores las antologías inglesas de cuentos sobrenaturales
porque, “a diferencia de sus congéneres de Alemania o de Francia, buscan el puro goce
estético, no la divulgación de las artes mágicas.” En efecto, prosigue, los mejores cuentos
sobrenaturales “son obra de escritores que negaban lo sobrenatural”, lo que explica que
“el escritor escéptico es aquel que organiza mejor los efectos mágicos.” (IV, 301) Esto nos
lleva a notar que la literatura fantástica –europea o hispanoamericana– no sólo es
compatible con las intenciones del escepticismo, sino que se ve beneficiada por él.
IV
Cabe señalar que el interés que Borges mostró por estos temas no es sólo estético
sino también simbólico. De algún modo, lo fantástico simboliza todo aquello a lo que la
razón no puede llegar. Si a esto le añadimos que, según el escepticismo, es muy poco lo
que la razón puede, comprenderemos por qué para escritores como Shakespeare,
Cervantes o Borges todo es, de algún modo, fantástico.
En efecto, para un escéptico como Borges, no sólo la filosofía especulativa es una
rama de la literatura fantástica, sino también todo lo que el hombre se aventure a afirmar
rotundamente. Al dogmatismo le ocurre como a la literatura china que, según el autor de
El Aleph, “no sabe de “novelas fantásticas” porque todas, en algún momento, lo son.” (IV,
329) No es extraño, pues, que Borges afirme que hay pocos temas que sean
“específicamente fantásticos”. Para él todos lo son ya que en todos los ámbitos del
conocimiento, incluso en aquellos que consideramos más seguros, existen peticiones de
principio que exigen por nuestra parte un pacto ficcional equivalente al que la literatura
fantástica nos exige.
Creemos, por ejemplo, que el tiempo corre del pasado hacia el futuro cuando es
igualmente verosímil la hipótesis contraria. Sucede, pues, que esta idea del tiempo no es
una verdad, sino una creencia generalizada que a través de los siglos se ha ido
confundiendo con nuestra misma manera de percibir y conceptualizar el mundo. Borges
parece coincidir con su amigo Xul Solar, quien afirmaba “que lo que llamamos realidad, es
lo que queda de las antiguas imaginaciones.” (Borges 2003: 141) También para Francisco
Sánchez, una de las figuras más importantes de la historia del escepticismo, las ciencias y
nuestra propia visión de la realidad “son vanidades, rapsodias, fragmentos de pocas y mal
hechas observaciones; el resto son fantasías, invenciones, ficciones, opiniones.” (90)
Esto hará que en una de las “Notas” a Discusión, Borges confiese, respecto a la
antología de la literatura fantástica que realizó en 1940 junto a Bioy Casares y Silvina
Ocampo, “la culpable omisión de los insospechados y mayores maestros del género:
Parménides, Platón, Juan Escoto Erígena, Alberto Magno, Spinoza, Leibniz, Kant, Francis
Bradley”. (I, 280)
También al hablar, en su ensayo “Los traductores de las 1001 noches”, de la
filosofía alemana, afirmará que “ya en el terreno filosófico, ya en el de las novelas,
Alemania posee una literatura fantástica –mejor dicho, sólo posee una literatura
fantástica”. (I, 412) Asimismo, al criticar, en uno de sus artículos en Sur, la credibilidad de
una teoría filosófica, Borges afirmará que sus páginas “no aluden siquiera a la realidad:
fantasías cosmogónicas de Olaf Stapledon, obras de teología o de metafísica, discusiones
verbales, problemas frívolos de Queen o de Nicholas Blake”. (número 70, 62) En otra
ocasión, al referirse a esa rama de la filosofía que es la teología, Borges no dudará en
concebirla como otra de las formas de la literatura fantástica ya que “lo que imaginaron
Wells, Kafka o Poe no es nada comparado con lo que imaginó la teología. La idea de un
ser perfecto, omnipotente, todopoderoso, es realmente fantástica.” (Borges y Sábato: 28)
Por otro lado, para Borges no sólo la filosofía sino también la historia es “una rama
más de la literatura fantástica” (2003: 32) y es posible leerla como tal si aprendemos a
preocuparnos no tanto por la realidad de los hechos como por el goce literario o la
emoción que produce cada escena. Recordemos, a este respecto, que en el prólogo de su
antología Cuentos breves y extraordinarios, Borges afirmará que los ejemplos de literatura
fantástica que ofrece su antología son “ya referentes a sucesos imaginarios, ya a sucesos
históricos.” (Borges y Bioy Casares: 7)
Más aún, los postulados mismos de la física y las matemáticas, así como cualquier
concepto abstracto, incluidos los de identidad y divinidad, dirá Borges, podrían haber sido
recogidos en El libro de los Seres Imaginarios, que redactó junto a Margarita Guerrero. En
su introducción se dice que “el nombre de este libro justificaría la inclusión del príncipe
Hamlet, del punto, de la línea, de la superficie, del hipercubo, de todas las palabras
genéricas y, tal vez, de cada uno de nosotros y de la divinidad. En suma, casi del
universo.” (Borges y Guerrero: 569)
No debemos olvidar, sin embargo, que no es una particularidad de Borges, sino
una constante de toda la tradición escéptica el tildar de fantasías, ficciones o sueños,
todas las teorías de la filosofía, la teología y las ciencias.
V
Sin embargo, el escepticismo no sólo refuta y critica el contenido de todas las
afirmaciones dogmáticas realizadas por todas las disciplinas del saber, sino que recupera y
recicla dichos contenidos para usarlos como material estético. Lo cierto es que para el
escéptico lo racional tiene unos límites tan estrechos que está condenado a no poder decir
nada que pueda resultar atractivo y, a la inversa, todo lo que pueda resultar atractivo
amenaza con trascender los límites de la racionalidad.
Parece, pues, que la fantasización de la filosofía es, a la vez, una refutación de sus
afirmaciones dogmáticas y una recuperación de dichos elementos para una literatura con
un valor estético en sí mismo que, además, implique una reflexión acerca de los límites
cognoscitivos del ser humano. Coincido, pues, con Juan Nuño, en que al bajar las
verdades filosóficas, teológicas, históricas, científicas, matemáticas, “del pedestal divino y
convertirlas en literatura fantástica, Borges sublima su escepticismo esencial en arte.” (cit.
en Alazraki: 95)
Veamos, por ejemplo, cómo al preguntarse Borges, en “El sueño de Coleridge”,
“¿Qué explicación preferiremos?”, no escoge siguiendo el criterio de verdad/falsedad, ni
siquiera el de probabilidad/improbabilidad, sino el de indiferencia/asombro: “Más
encantadoras son las hipótesis que trascienden lo racional.” (II, 22) También en “La
creación y P. H. Gosse” una de las dos virtudes que Borges le concede a la olvidada tesis
de Gosse es “su elegancia un poco monstruosa.” (II, 30)
VI
En la conferencia dictada por Jorge Luis Borges en la inauguración del ciclo cultural
de 1967, en la Escuela “Camillo y Adriano Olivetti”, y que no aparecerá publicada hasta
1999 (iv), se analiza pormenorizadamente el género fantástico y se nos ofrecen varias
pistas que pueden ayudarnos a ahondar en el estudio de las relaciones entre fantasía y
escepticismo. En esta conferencia Borges dice haber hallado ocho temas específicamente
fantásticos:
1.- la transformación o metamorfosis (“Lady into Fox” de David Garnett o
“El caso del difunto Mr. Evelsham” de Wells)
2.- la contaminación de la realidad con el sueño (“Sueño de la mariposa” de
Chuang Tzu o la “Historia de los dos que soñaron” de Gustavo Weil, “La granja
blanca” de Clemente Palma, “La última visita del caballero enfermo” de Giovanni
Papini, “En memoria de Paulina”, La invención de Morel de Bioy Casares, “El
vampiro” de Horacio Quiroga o XYZ de Clemente Palma)
3.- el tema del hombre invisible (El hombre invisible de H. G. Wells o “El
hombre invisible” de Chesterton)
4.- los juegos con el tiempo (La máquina del tiempo de H. G. Wells, “El
sentido del pasado” de Henry James, “La cena” de Alfonso Reyes, Aura de Carlos
Fuentes y “Tren” de Santiago Dabove)
5.- la presencia de seres sobrenaturales entre los ho mbres (la leyenda de
Odín, Las mil y una Noches, “El ángel caído” de Amado Nervo, “Gaspar Blondín”
(de 1858), “Casa tomada” de Cortázar o “La lluvia” de Arturo Uslar Pietri) (v)
6.- el tema del doble, el doppelgaenger o el fetch (“William Wilson” de Poe,
El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde o La exraña historia de Doctor Jekyll y Mr.
Hyde de Stevenson); las acciones paralelas (la leyenda irlandesa Mabinogion)
7.- las relaciones del hombre con el más allá y con los muertos (viajes de
anabasis en la Odisea, la Eneida y la Divina Comedia, The Jolly Corner de Henry
James, El caso Platner de Wells, “Un teólogo en la muerte” del Arcana Caelestia de
1749 de Swedenborg, Ligeia de Poe u Otra vuelta de tuerca de Henry James, “El
espectro” de Horacio Quiroga o “Continuidad de los parques” de Julio Cortázar)
8.- bestiarios (Historia de los animales de Aristóteles, Historia natural de,
Plinio, el Fisiólogo (s. II d.c.) o el Bestiario de Leonardo Da Vinci).
VII
Esta problematización de nuestras categorías perceptuales provoca una
desautomatización que puede resolverse en goce estético, hilaridad, irritación, asombro o
perplejidad, que son, precisamente, los principales efectos que los textos escépticos
buscan provocar en sus lectores. Si se tratase del género de lo maravilloso no podríamos
decir lo mismo porque en él lo sobrenatural es aceptado sin ningún problema gracias al
pacto ficcional. En el género fantástico, en cambio, la incertidumbre acerca de la condición
real o maravillosa de los fenómenos narrados suele tener un efecto urticante sobre
nuestra manera de percibir y conceptualizar la realidad, consiguiendo, de este modo, “esa
lúcida perplejidad que es el único honor de la metafísica, su remuneración y su fuente.” (I,
379)
Parece, pues, que Borges no sólo descubrió las posibilidades literarias de la
filosofía, sino también las posibilidades filosóficas de la literatura, en general, y del género
fantástico, en particular. Recordemos, por ejemplo, cómo Nélida E. Vázquez llega a
afirmar que los autores de literatura fantástica tienden a destacar aspectos más
abstractos, generales, metafísicos y esenciales que los autores de realismo mágico, que
suelen centrarse más en aspectos culturales, históricos y sociales. (13)
Lo que hará Borges es extraer todas las implicaciones filosóficas que la literatura
fantástica tiene y potenciarlas hasta grados insospechados. Quizás esta intelectualización
de la literatura fantástica hará que sus relatos no provoquen en el lector la sensación de
horror que Caillois, Vax y Kayser consideran imprescindibles en el género.
Existe, sin embargo, otro tipo de horror que surge de la amenaza que este tipo de
relatos supone para nuestro sistema lógico. En este sentido, el cuento fantástico borgeano
funciona de una manera muy parecida a la paradoja, la metáfora y el chiste, puesto que
ejerce una ruptura de sistema de la que surge una sensación compleja compuesta de risa,
horror, asombro y placer estético e intelectual.
La obra de Kafka es una muestra perfecta de esta extraña mezcla. Por ello, quizás,
Borges afirma que el autor de La metamorfosis sea “el primero de este siglo”; que desde
que la primera vez que leyó El proceso, lo haya “leído continuamente”; y que él ha escrito
cuentos “en los cuales traté ambiciosa e inútilmente de ser Kafka.” (2001: 237-239)
Vemos, pues, que el género fantástico no es sólo lúdico o “escapista”, sino que
también tiene una función filosófica y liberadora desde el momento en que problematiza el
carácter automatizado de nuestra percepción. El mismo Borges nos recuerda, en Borges
A/Z, que “la literatura fantástica no es una evasión de la realidad, sino que nos ayuda a
comprenderla de un modo más profundo y complejo.” (1988: 166) También Cortázar
afirmaba que sus cuentos fantásticos no son escapistas sino que “se oponen a los
estereotipos fáciles, a las ideas recibidas, a todos esos itinerarios sobre rieles de
viejísimos y caducos sistemas.” (Crisis, 11, 1974)
Coincido, pues, con Oscar Hahn, quien afirma en su artículo sobre lo fantástico en
hispanoamérica que dicho género no busca emprender una fuga de la realidad “real” para
refugiarse en el cómodo ámbito de lo puramente fantasioso. A su entender, el fantástico
es un género profundamente contestatario en el que binomios aparentemente
irreductibles como son los de vida/muerte, sueño/vigilia, locura/cordura, real/irreal,
subjetivo/objetivo, racional/irracional, son problematizados con el objetivo de “revelar que
la realidad no es ni tan inmóvil, ni tan plana, ni tan única.” (180)
Este ataque contra los binomios racionalizadores de la realidad nos hace pensar no
sólo en los esfuerzos del escepticismo humanista por subrayar y gozar de la irreductible
ambigüedad del mundo, sino también en los esfuerzos deconstructivistas de una
posmodernidad que coincide en muchos de sus postulados epistemológicos –no tanto
éticos-, con el escepticismo.
También Borges busca el asombro metafísico con sus relatos fantásticos. En una de
las conversaciones que tuvo con María Esther Vázquez, el autor de Ficciones dirá que “la
perplejidad –el asombro del cual surge la metafísica, según Aristóteles- ha sido una de las
emociones más comunes de mi vida”; en la conferencia inédita sobre literatura fantástica
citada más arriba, afirmará que el encanto de los cuentos fantásticos no reside en ser
fabulosos, sino en el hecho de que “son símbolos de nosotros, de nuestra vida, del
universo, de lo inestable y misterioso de nuestra vida y todo esto nos lleva de la literatura
a la filosofía” (cit. en Ricci: 19); en su reseña sobre La inteligencia de las flores, de
Maurice Maetterlinck, recordará que según Aristóteles la filosofía nace del asombro, “del
asombro de ser, del asombro de ser en el tiempo, del asombro de ser en este mundo, en
el que hay otros hombres y animales y estrellas” y añadirá que de este asombro “nace
también la poesía” (IV, 456); en Borges A/Z, volverá a decir que la literatura fantástica
consiste “en aprovechar las posibilidades novelescas de la metafísica” (1988: 180), lo que
nos hace pensar en la enorme afinidad entre “ambos” géneros literarios; y en “Historia de
la eternidad”, después de describir una experiencia intuitiva o epifánica, el autor dice que
se sintió muerto, “percibidor abstracto del mundo: indefinido temor imbuido de ciencia
que es la mejor claridad de la metafísica.” (I, 366)
Asimismo, en una de sus clases de literatura inglesa, Borges recuerda el modo en
que Thomas Carlyle nos induce a un momento de asombro metafísico cuando en un
párrafo de su Sartor Resartus le responde a Samuel Johnson, que expresó varias veces su
deseo de ver un fantasma, que si un fantasma es un espíritu que ha tomado forma
corporal y aparece un tiempo entre los hombres, entonces todos los hombres son
fantasmas: “Barred la ilusión del Tiempo, comprimid los sesenta años en tres minutos.
¿Qué otra cosa era él, qué otra cosa somos nosotros? ¿No somos acaso espíritus, que
hemos tomado forma en un cuerpo, en una apariencia; y que nos desvanecemos
nuevamente en el aire y la invisibilidad? Esto no es una metáfora sino un simple hecho
científico: partimos de la Nada, tomamos forma y somos apariciones; alrededor nuestro,
como alrededor del más auténtico espectro, está la eternidad y para la Eternidad los
minutos son como años y eones.” (2002: 153)
Puede parecer un poco paradójico que el ataque que el escepticismo suele realizar
contra la metafísica sea llevado a cabo mediante el asombro cuando el asombro es, a su
vez, fuente y remuneración de la metafísica. Cabe tener en cuenta, sin embargo, que el
escepticismo critica las soluciones que los metafísicos dogmáticos pretenden darle a los
enigmas del universo, no el asombro irresuelto en el que cierta metafísica y cierta ciencia
ahonda, sin pretender desentrañarlos plenamente. El mismo Einstein afirmó en “Mi credo”,
de 1932, que “la más hermosa y profunda experiencia que un hombre puede tener es el
sentido de lo misterioso que no es sólo el principio subyacente a la religión sino también a
cualquier intento serio de hacer arte o ciencia.(vii) (cit. en Hecht: 447)
En este sentido, la literatura fantástica coincide totalmente con la actitud escéptica
de no intentar resolver los enigmas de la metafísica sino, simplemente, sentirlos en toda
su plenitud. Lo fantástico “se interesa más por el misterio que por la solución.” (Rodríguez
Fer: 167) Esto explicaría, por ejemplo, que el protagonista de los cuentos fantástico-
policiales de G. K. Chesterton suela quedarse “bastante más perplejo ante la solución que
ante el misterio.” (157)
Tampoco en Borges los ataques escépticos van dirigidos contra los misterios que
fascinan a todo pensador sino, más bien, contra “las teorías de los hombres que intentan
interpretar un mundo y un destino definitivamente impenetrable.” (Barrenechea: 17)
Vemos, pues, que no es contradictorio que el escepticismo y la literatura fantástica
compartan, a la vez, el placer del asombro metafísico y el disgusto por el dogmatismo
filosófico.
BIBLIOGRAFÍA
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NOTAS
(i) Recordemos que el título del relato fantástico de Borges, “There are more things”,
incluido en El libro de arena, es una cita a este verso de Hamlet.
(ii) Los procesos por brujería fueron muy seguidos durante aquellos siglos y la
hiperpirrónica hipótesis cartesiana del demonio maligno parece haberse inspirado en el
famoso proceso que se llevó a cabo en Loudoun y que Aldous Huxley recrea en su novela
Los demonios de Loudoun.
(iii) La traducción es nuestra: “must have attracted precisely the skeptical mind already
impressed by the obliquity and mystery of life rather than by its evident meaningfulness.”
(iv) Citada en Gabriela N. Ricci, ed., Los laberintos del signo. Homenaje a J. L. Borges,
Giuffrè, Milano, 1999
(v) “Un Auténtico Fantasma” (fragmento de Sartor Resartus 1834 de Thomas Carlyle);
“Definición del Fantasma” (deL Ulysses de James Joyce); “En Forma de Canasta”
(fragmento de Miscellanies de 1696 de John Aubrey); “Un Creyente” (fragmento de
Memorabilia de George Loring Frost); y “Final para un cuento fantástico” (en Visitations de
1919 de I. A. Ireland). En Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo,
Antología de la literatura fantástica, Barcelona: Edhasa, 1999.
(vi) La traducción es nuestra: “The hero will know more than he should about the future –
yet not enough.”
(vii) La traducción es nuestra: “The most beautiful and deepest experience a man can
have is the sense of the mysterious. It is the underlying principle of religion as well as all
serious endeavor in art and science. He who never had this experience seems to me, if not
dead, then at least blind.”