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FAMILIA: Modernidad y Crisis Social

“Modernidad: dicotomía privado-público. Modelo familiar de la Modernidad: negación de la


diferencia. Naturalización de las instituciones de la Modernidad. Mutaciones contemporáneas: fin del
discurso de la unicidad y emergencia de la complejidad y la pluralidad.”

Hablar de estas cuestiones parece repetido porque siempre se dice lo mismo: modelo familiar y crisis del modelo
familiar. Pero creo que, en un momento en que la crisis está en escena, nosotros no teorizamos sobre la crisis de la
Modernidad; la cual podemos visualizar hoy, lamentablemente, en la pantalla de todos los televisores y en los titulares
de los diarios. Es decir que esta gran crisis se ha puesto por delante de nosotros, y quizás no deberíamos hablar sino
sólo hacer silencio, porque ya hablamos mucho, y si tanto hablamos y sucede esto, ¿qué pasó entonces con nuestras
palabras?. Quizás si hiciéramos una práctica total de silencio se nos podrían ocurrir otras cosas, pero bueno, como nos
invitaron a hablar vamos a hacerlo aunque corramos el riesgo de la reiteración.
Sin embargo, sigo pensando en este tema de las palabras, de las significaciones en crisis, en una crisis definitiva. Esta
es la cuestión: de ésta crisis no salimos. Es decir, con estos términos -no quiero que caiga como una afirmación
absolutamente tremendista-, con las actuales conceptualizaciones no podremos salir de esta crisis.
Acá habrá que hacer fisuras y líneas de fuga para salir de ella, porque de lo contrario, caemos en sus propias capturas.
De no ser así, creo que vamos a hundirnos cada vez más. Entonces es interesante empezar por esta temática.
Me ha tocado la parte más general: pensar en términos de la Modernidad, de los modelos institucionales de la
Modernidad, de su crisis terminal y de la familia como institución de la Modernidad inmersa en esta crisis. En este punto
hay algo sobre lo que me gusta insistir: el tema de la naturalización de estos modelos.
Vamos a partir de una primera hipótesis: hablar de Modernidad es hablar de crisis. En realidad la Modernidad nunca
dejó de estar en crisis, es más, existió por la crisis. Siempre que decimos Modernidad le tenemos que agregar esta
extraña palabra. Modernidad es, en realidad, sólo un sustantivo; se podría afirmar entonces que la Modernidad se
sustantiviza, se reifica, como si realmente existiera por si sola. Esta situación responde totalmente a algo que de la
Modernidad no se dice. No deberíamos hablar de ella sin hablar del Colonialismo, del Modelo Colonial Europeo y
de cómo la Modernidad es sólo efecto del mismo. Cuando decimos hoy que está nuevamente presentificado es porque,
con la mayor crueldad, se nos muestra una escena absoluta y brutalmente colonial.
Es decir, de nuevo hemos retrocedido. Para la cultura 500 años es muy poco tiempo, tal vez, unos instantes teñidos de
tragedia. Evidentemente esta relación Colonialismo-Modernidad no está superada, ni pensada, ni reflexionada; no está
vista por nosotros porque siempre se nos ha interpuesto la necesariedad de la Modernidad ligada a esta fantasía
inevitable del progreso lineal e indefinido. Progreso lineal e indefinido que se debe justamente al colonialismo. De ahí
que, si analizamos la Modernidad, no podemos hacerlo sino como lo que ha significado la experiencia de expansión
europea desde este lugar de encuentro/desencuentro con todas las otras culturas, con todas las otras producciones
culturales del planeta, que Europa no pudo ni podrá absorber. Porque este choque que se produjo en la expansión
colonial es el choque entre una cultura que pensaba en términos de lo Uno, de lo absoluto, de la trascendencia, de la
lógica de la unicidad con relación a la lógica de la multiplicidad. El resto de la condición humana se caracterizó por
pensar en términos de multiplicidad, y ésta jamás puede ser reducida a lo Uno. La lógica de lo Uno necesariamente
conlleva una idea de verdad absoluta, de esencia, que presupone una superioridad; y desde ésta verdad y ésta
superioridad propone, inevitablemente, la exclusión de todo lo que no sea eso. Éste es el proyecto de la Modernidad
que se conforma y se construye en un enfrentamiento inevitable con la diferencia, y por lo tanto con la multiplicidad,
imposible de ser absorbida desde esta lógica unicista que desprecia toda otra forma de producción cultural.
Este es un punto central para comprender hoy lo que pasa en el mundo, si es que algo de la complejidad de lo que
sucede puede ser entendida, si lo inscribimos en esto no dicho. Porque además estas relaciones tienen el agravante de
que esto no ha sido dicho. Cuando se habla de Modernidad, se lo hace en términos de una concepción evolucionista,
etapista de la historia, que no es nada más que la consecuencia que necesitó Europa para legitimarse a si misma como
modelo de superioridad.
Si todo esto no lo cuestionamos, no lo discutimos, no lo revemos, es imposible pensar la crisis actual. Porque la misma
se debe fundamentalmente a este modelo de unicidad, que a su vez necesitó construir formas de representación del
mundo que no permitieron la diferencia, la diversidad, la multiplicidad, sino que la aniquilaron de distintas formas:
quemaron brujas, quemaron y descuartizaron esclavos, exterminaron los habitantes de nuestro continente,
persiguieron políticamente, tranzaron, capturaron, etc. Todas las formas que se les puedan ocurrir y que aún hoy
persisten. Porque el capitalismo se ha caracterizado por una construcción doble: por un lado, construye un centro puro
que sería el lugar de las metrópolis europeas en donde estaba todo lo inmaculado, ejemplificado por la idea de raza que
crea, que construye esta propia Europa en expansión; y por el otro están sus fronteras, ‘el resto’, el lugar en donde
quedaba todo aquello desechado por esta pureza racial. Después se espanta de lo que hace y produce: los horribles
episodios del siglo XX que culminan en la visualización de la escena fascista. Cuando, en realidad, esa puesta en acto
del fascismo y del nazismo no es nada más que la repetición de los escenarios que creó el mundo colonial. Lo que pasa
es que otra vez sucede lo mismo que hoy: cuando se lo visualiza en el presente se horroriza, porque evidentemente nos
tenemos que horrorizar de lo que hacemos, ya que esto es una construcción propia de esta cultura.
Por lo tanto, no podemos pensar la cultura del capitalismo occidental, que a su vez denomina y piensa a la Modernidad,
por fuera de la crisis. Porque nace en la crisis, surge en lucha, se origina con el terrible terror a que se contamine con lo
que queda fuera de sus fronteras, y que por suerte se contaminó.
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Esto no se parece en nada a ningún proceso lineal, tal como fue imaginarizado por la ideología evolucionista y
positivista. Por eso es importante entender que la constitución de esta visión del mundo -construcción imaginaria de
representación del mundo donde lo puro, lo verdadero o lo esencial queda en algún núcleo, y todo lo demás se refiere a
una deformación o a una etapa anterior de la historia- fue después consolidada por la visión evolucionista del mundo
donde todo pasa por etapas que van de lo simple a lo complejo. En la multiplicidad y en la complejidad de la vida nada
va de lo simple a lo complejo: todo va y vuelve de lo simple a lo complejo, de lo complejo a lo simple, se combina.
Podríamos decir que no hay nada simple en el terreno de la existencia, sino que todo es de una extraordinaria
complejidad. Lo único simple que existe es ese modelo que ha simplificado justamente esta visión de la Modernidad
Europea.
En este contexto se necesitó de algunas de sus formas institucionales y de su justificación para establecer su
superioridad. Es por eso que hoy nos encontramos frente a la caída de esas instituciones, porque ellas fueron pensadas
como efectos inevitables de etapas que toda la humanidad fue sucediendo en forma necesaria para llegar a la
culminación de esas instituciones. Esto no se ha dado sin la herramienta de la denegación. Estoy utilizando ex profeso
un término que en realidad después inventa Freud, quien pudo leer algo de su cultura y, por lo tanto, extraer algunas
cuestiones. Freud entendió que denegar era mucho más que negar, era ‘como si’ no se negara. Y esto es exactamente
lo que construye el capitalismo: hace ‘como si’ no se negara a la manera de la perversión, ‘como si’ todo esto no
existiera. Entonces todas las otras formas institucionales que la humanidad creó a lo largo de sus complejísimas
historias, de las que nosotros no tenemos idea ni tendremos porque la reconstrucción histórica es sólo una ilusión,
fueron negadas e ignoradas. Si apenas podemos reconstruir nuestra historia personal, que todos los días narramos de
manera diferente, cómo vamos a reconstruir la historia de la humanidad. Sería una empresa terrible e imposible. Sería
como reconstruir la historia de todos los hombres que vivieron en el planeta en todos los tiempos.
Esto significa que esa gran empresa de universalización se hace solamente a costa de denegar todas las otras
producciones culturales que tuvieron lugar a lo largo de los siglos y los milenios que la humanidad habitó en este
planeta. El costo es bastante grande, más allá del costo real de las vidas que significó la empresa colonial en los
diversos continentes donde tuvo lugar. Esto vale tanto para los habitantes de lo que se dió en llamar América -porque ni
siquiera tenemos el nombre puesto por nosotros, de manera que incluso habrá que revisarlo- como también para el
resto del planeta. Por ejemplo, la muerte y la manera terrible de destrucción del tejido social del continente africano,
convertido en continente de esclavos al servicio del único objetivo que tiene el capitalismo que es la ganancia,y como
consecuencia de ella el surgimiento de la lógica de la acumulación.
Entonces, evidentemente con este panorama, no podemos hablar de que la crisis es de hoy sino que nace cuando este
modelo comienza. Hoy es fácil hablar de la crisis porque si este modelo proponía, como dicen las Confederaciones
Indígenas de América del Norte, el bienestar y hay tanto malestar, ya no hay más nada que decir: fracasó.
Propuso el bienestar y hay malestar. Si habrá actualmente malestar en el mundo que las tres cuartas partes de sus
habitantes están muriéndose de hambre, aunque exista la posibilidad de generar alimentos para tres mundos. Todo
sucede al revés. Hoy con la capacidad de producción con la que cuenta cierto sector, sobre todo el de la sociedad
blanca, se podría alimentar a los habitantes de tres planetas. Sin embargo, se mueren de hambre las tres cuartas
partes. Entonces, ¿cómo es esto? Es terrible. No alcanza ninguna palabra para comentar este fracaso, pero sí hay que
asumirlo, porque la construcción de las instituciones Modernas son los pilares de esta Modernidad que conlleva un tipo
de conformación subjetiva sobre la cual tenemos que trabajar. Y esta conformación subjetiva tiene que ver con el
sometimiento, fundamentalmente con haberse colocado en ese lugar de dependencia, de resentimiento, que trae esta
distribución tan desigual del mundo. No hay dominación sin sometimiento. Esta forma de dominación fue acompañada
de una construcción subjetiva de sometimiento, de debilitamiento, de infantilización, que son las características de la
subjetividad contemporánea. Nosotros somos efecto y estamos inmersos en este proceso de construcción subjetiva.
La Modernidad necesita, así como necesitó de algunas formas institucionales, reglar dos cosas: los códigos y los
intercambios, que es lo que las culturas han regulado. Códigos que se refieren a representaciones del mundo, porque
sin códigos no podemos vivir, porque sin ellos no tenemos representación ni de nosotros mismos. Entonces
necesitamos de ellos para mirar el cielo, para mirar la tierra, para mirar a los otros, para aceptar la muerte. Pero el tema
es que siempre la diferencia es muy sutil: sin códigos diversos no podemos vivir, pero con uno solo tampoco. La cultura
occidental borra toda la multiplicidad de códigos que la humanidad en distintas manifestaciones había creado, y en ese
lugar impone una forma de codificación con un código único. Podríamos definir toda la empresa colonialista occidental
como ‘una gran máquina de sobrecodificación’. Es como si nos hubieran ‘agarrado’ las cabezas y nos las hubieran
estirado de tal manera que por fuera de eso no podemos pensar; reticularon el espacio exterior y reticularon también
nuestro propio espacio psíquico. En ese sentido, esta es la empresa más grave del emprendimiento colonial: haber
destruido el resto de los códigos y haber colocado en su lugar un único código que se va a repetir de distinta manera.
Por ejemplo, hace poco en Argentina escuchábamos: “No podemos salir de este modelo porque si salimos, estamos
fuera”. Siempre es lo mismo, hay un solo modelo, una sola forma y un solo camino, etc., etc. Y si la humanidad está
todavía en la tierra -vamos a ver cuánto duramos, pero por ahora estamos en ella- es porque siempre hemos creado
otros caminos y otras formas. Porque si no lo hubiésemos hecho, tengan la seguridad de que no estaríamos en el
planeta. Estar en este planeta no es una tarea muy sencilla para nosotros, y tampoco lo fue para otras culturas, porque
hay que enfrentarse primero con esto que denominamos fenómenos naturales. Cuando menos se piensa hay una
inundación, lluvias copiosas que malogran la producción, terremotos, etc. Y además hay que enfrentarse con la muerte,
cuestión de significativa complejidad y siempre paradógicamente inesperada y angustiante. De manera que la vida en la
tierra nunca debe haber sido ese paraíso terrenal que los mitos relatan, pero tampoco este infierno espantoso en el que
vivimos hoy. En ese sentido creo que hemos pasado desde ese intento de colocar en el imaginario el mito terrenal, al
infierno terrena. Por eso estamos en el límite, porque vivimos un infierno terrenal con mucho fuego.
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Esto es efecto de haber pensado en una sola perspectiva. Insisto en que si la humanidad está hasta hoy en la tierra es
porque creó siempre algunas otras perspectivas, algunas otras formas, algunos otros caminos. Pero nosotros
pertenecemos a esa franja a la que se nos enseñó que cada problema tiene una sola solución; y esto va obstaculizando
la posibilidad de preguntar, de problematizar y de politizar porque todo se simplifica y reduce.
La sobrecodificación que impuso Occidente produjo una manera binaria de pensamiento: o es esto o es lo otro, o es
blanco o es negro, o es loco o es cuerdo, o es bueno o es malo, se está del lado del bien o se está del lado del mal.
Pero cuando hacemos caso a las producciones míticas del resto de las culturas, vemos que la humanidad no se
ha desenvuelto en estos dos polos dicotómicos, sino que ha intentado alejarlos lo más posible y se ha desarrollado en el
‘entre medio’; porque es ahí donde están todas las posibilidades combinatorias.
En realidad nos desenvolvemos en este lugar del gris con sus múltiples variaciones. No estamos ni en el lado blanco ni
en el negro, porque esto es lo que ha producido este pensamiento dicotómico occidental al haber sobrecodificado en la
perspectiva un solo código. Esto trajo como consecuencia que las instituciones que la Europa -llamada por
la misma civilización, la Europa Moderna- crea, las impone al resto del mundo como si fueran las únicas formas
institucionales. Esto es lo grave, ya que esta sobrecodificación cae en un terreno que no estaba preparado para poder
vivir en torno a estas formas institucionales que son fundamentalmente cuatro. El Estado Moderno tal como lo
concebimos es una de ellas. Es decir, pensar términos de gobierno y de regulación social solamente desde un lugar de
centralidad, y encima atreverse a denominar a las sociedades que habían inventado múltiples formas de regulación
social ‘sociedades sin Estado’, porque no habían llegado a la síntesis cuando en realidad no necesitaron de esa
síntesis. Marx ya se había dado cuenta de esto cuando empezó a trabajar con las sociedades que llamó “las sociedades
de riego” o“las sociedades asiáticas”. Estas eran sociedades que tenían múltiples formas de regulación que nosotros
podemos llamar económica, religiosa, política, familiar, agropecuaria. Pero esta era una combinación en múltiples
facetas, no en una sola forma. Entonces cuando una forma de regulación entra en crisis no es tan grave porque existen
los otros códigos, y a su vez como no son formas de regulación absoluta nadie dice: «esta es la manera». Pueden
modificarse y son flexibles. Por lo tanto, esto que nosotros concebimos como mundo primitivo -porque esta es la manera
en que Europa construyó esa historia-, en realidad es un mundo de una gran complejidad. Es por esta razón que
cuando los españoles llegaron a América no entendieron nada de las instituciones americanas. ¿Cómo van a tener
democracia estos indios desnudos, pintados y tatuados? ¿Cómo es ésto que a quiénes llamaron genéricamente
guaraníes, tenían semanas de discusión en asambleas para llegar a algún consenso? ¿Cómo puede ser?.
La democracia necesita pasar por todas las etapas previas para llegar a una democracia representativa válida y
universalizable. Esto no se puede visualizar y se desprecia. No hay ni siquiera posibilidad de comprenderlo, faltan
dispositivos de visibilidad para ver las instituciones que existieron en la llamada América pre-colombina. Sin embargo
esto después cae porque este desconocimiento, esta denegación de la historia, tiene efectos en la política e incluso en
la política actual de lo que es esta compleja América Latina, y también de América del Norte.
De manera que es una institución clave esta forma de pensar el gobierno sólo de una manera, bajo la relación Estado
que supone un concepto de soberanía, que a su vez implica un concepto de pueblo abstracto que deja de lado lo que
es la multitud, la comunidad, y lo que es la constitución de singularidad en este mundo complejo de la comunidad.
Comunidad con doble pertenencia: a la tierra, al lugar, y al lazo con los otros. No se puede vivir si no se sabe a dónde
se pertenece, sino se hace lazo con los otros. Por falta de lazo, hay muerte. Es imposible para la condición humana vivir
por fuera de estos lazos, y esto no vale sólo para el momento del nacimiento, porque se enseña que el bebé no puede
estar solo; el bebé no puede estar solo, pero nosotros tampoco.
No existimos sino por los lazos con los otros, con quienes hacemos proyectos, estamos, producimos, amamos,
fracasamos y recomenzamos. No existe la humanidad sin la tierra, sin el lugar a donde pertenece, y sin los lazos y
agenciamientos con los otros y con las cosas.
Todo esto se simplifica con un término abstracto, que nunca se sabe qué quiere decir: el pueblo. Y después en nombre
del pueblo se cometen las mayores atrocidades, porque con esta abstracción nunca se puede saber de qué estamos
hablando. Entonces, por un lado está esta figura del Estado, y por el otro, la religión monoteísta. Esta tiene como
característica, más allá de que existen muchos monoteísmos -el judaísmo y el cristianismo no son los únicos, incluso en
nuestro territorio había monoteístas antes de la llegada de los españoles-, pensar que hay una sola religión verdadera y
que el resto son falsas. Este es un tema ligado al concepto mismo de verdad y, por supuesto, al concepto de poder. Lo
cual no significa despreciar ninguna forma de creencia, sino que se relaciona con que una forma de creencia se abroga
el único lugar en tanto manera de creer. Por eso está ligada al concepto de verdad, concepto tan caro al pensamiento
occidental sin el cuál no se podría haber construido.
La otra institución es la propiedad privada, la cual es tan absurda que ya ni siquiera se la puede discutir. A la propiedad
privada se la abrogan a los economistas clásicos, siendo que constituye el principio necesario del capitalismo. En
realidad parece obvio lo que Marx describe sobre los medios de producción cuando afirma que lo que sirve para que
todos vivamos tiene que ser colectivo. Diría que ya ni se puede discutir esto, ¿cómo van a ser de unos pocos todos los
medios de producción, y el resto no va a tener nada?, ¿cómo se puede pensar este modelo? ¿Se entiende lo absurdo
que es? Los medios de producción tienen que ser de todos los que los producimos. Esto fue una cuestión lascerante
que tuvo el capitalismo: pensar que alguien puede tener lo que Marx llama el capital, los medios de producción, y que la
mayoría de nosotros tengamos solamente la fuerza de trabajo. En realidad esta es una manera de haber establecido
una forma esclava de producción. El mismo Marx lo decía. Esta forma de producción es más esclava que el esclavismo,
porque el esclavo sabe que es esclavo, pero nosotros ni siquiera sabemos que lo somos.
Los grandes movimientos sociopolíticos de hoy luchan por esta causa que es elemental, por tener la tierra, por poseer
colectivamente lo que necesitamos para producir. Las culturas tienen múltiples formas de reparto de lo que el Marxismo
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llama la producción de excedentes, pero el tema es que hay que repartir para que podamos vivir todos. Con la
propiedad privada puede vivir nada más que la cuarta o quinta parte de la humanidad.
La lógica de la acumulación es la que lleva adelante el capitalismo: lógica de la riqueza que no estuvo desligada de la
idea de la acumulación de la gracia para llegar al cielo, como forma de representación. Es decir, la acumulación no es
ajena a todo este modelo de occidente, para el que es necesario acumular para tener más. En cambio, todas las otras
culturas han privilegiado en general la circulación por sobre la acumulación. Esto no es tan difícil de entender.
La cuarta institución que crea Occidente es justamente la familia monogámica como único modelo. Acá se produce una
rara combinatoria: la familia de la Modernidad es en realidad previa a la Modernidad. Aproximadamente a fines del siglo
XII, principios del siglo XIII, los hombres que se van a las Cruzadas abandonan a las mujeres, y van tomando otras en
su camino dejando hijos de estas mujeres por todos lados. Así, se rompen de manera abrupta los sistemas de
parentesco de lo que hoy llamamos la Europa Occidental. Estos sistemas eran difíciles y complejos, nadie sabía con
quién tenía que casarse y nadie sabía a quién pertenecían estos hijos; y no se puede nacer en este mundo sin saber a
dónde se pertenece, tanto con relación al territorio como al vínculo con los otros. Para vivir necesitamos saber quiénes
somos, cómo nos llamamos. Todo esto que tiene que ver con las formas de regulación de las relaciones del parentesco,
presentes en todas las culturas, y que la antropología llama sistemas de parentesco, dentro de los cuales hay muchas
formas de familia. Pero se necesitaba en Europa de manera urgente instituir una forma que diera un nombre a esos
hijos, que no se sabía de quiénes eran, y a esas mujeres abandonadas. Se instaura así el sacramento del matrimonio,
inaugurándose éste modelo de familia, que es una alianza terrena equivalente a una alianza entre Jesucristo y su
Iglesia. De este modo se sacraliza esta institución. Esto no hubiera tenido mayor trascendencia porque, en definitiva, es
un modelo más. El problema fue considerarlo como la ‘forma verdadera de relación de la condición humana’, y para
fundamentarla se tomaron distintos elementos, especialmente los que provienen del amor romántico.
La cuestión es que se tornó una tarea bastante difícil -como ustedes se habrán dado cuenta hasta ahora- ésta de
institucionalizar el amor romántico, porque será una forma de circulación muy fascinante, pero de ahí a basar la
organización social sobre esto parece tener poco sustento. Además se toman el atrevimiento de haber esposado una
de las características más apasionante de la condición humana: el amor. Éste se convierte en el lugar de sometimiento
de esposo a esposa, ‘queda esposado’, atado y fuera de la circulación. Como si todo esto fuera poco, cuando la
Modernidad se encuentra con que tiene que legitimar, ya no de manera religiosa como era esta institución sino que
debe tomar un modelo jurídico de familia para instituir la herencia -ya esto tiene que ver con la distribución de la
riqueza-, no hay modelo de esto.
Entonces, ¿de dónde lo toma? Del feudalismo. El mismo modelo se traslada: los siervos, quienes eran parte del Señor
Feudal, no tenían más que determinados derechos. Así la figura del Señor Feudal pasa al padre, y las mujeres y los
niños quedan en condición de inferioridad respecto de este Señor.
Recién en el año 1926, en la Argentina, las mujeres tienen derechos civiles, y desde 1949, derechos políticos.
Estábamos igualados a la condición eterna de infantilidad, y esto sigue teniendo sus efectos psíquicos en la constitución
de la subjetividad. No es gratuito que nos hayan considerado inferiores y tampoco es gratuito para los hombres esta
condición de superioridad. O sea, que esto que nosotros vemos como crisis, es una crisis de este terrible modelo. El
cual está ensamblado y no se historiza. Porque si lo se historizara -todas las instituciones tienen alguna historia nefasta
en su constitución-no sería tan grave. Lo grave es que se intenta no decir nada de todo esto y considerar que es la
forma propia de la condición humana. La característica de toda institución humana es la transformación, el devenir en
otra cosa. Las instituciones van deviniendo según sus combinaciones y sus relaciones. Cuando devienen en otra cosa,
cuando se rompe este modelo, ahí está la culpabilización, el fracaso y la imposibilidad de pensar alternativas. Esto
debido a la característica que tuvieron las instituciones de la Modernidad: la naturalización.
La naturalización es lo que se opone a la historización, porque algo que se da como natural no tiene historia. Mejor
dicho tampoco es así, esto es una visión simplista de la naturaleza, porque -por suerte hoy para nosotros- el tiempo
interviene absolutamente en todo lo vivo: hasta las piedras y los cristales se transforman. O sea que la intervención de
la temporalidad está atravesando absolutamente todo lo vivo; y si atraviesa todo lo vivo, también atraviesa las
instituciones. Por lo tanto, naturalizar es un efecto imaginario de éstas formas de representación de la Modernidad. La
cuestión es que después de todo esto -sé que lo digo con entusiasmo- uno dice, ¿entonces, qué hacemos?. No sé. Por
suerte se puede decir “no lo sé” y estoy cada vez más contenta de no saber qué hacer. Porque también somos efecto
de que alguien siempre nos haya dicho qué tiene que hacerse. Se baja la línea, y con esto estamos tranquilísimos. Los
que pensamos que sabemos -ya no pienso qué sé- cada vez sabemos menos. Cada vez hay más interrogantes, mayor
complejización y cada vez hay que preguntarse más qué es el saber. Hoy hemos perdido todas las recetas, por eso ésta
crisis no se resuelve si no es volviendo a desglosar todo lo que este binomio Colonialismo/Modernidad, construyó.
Y esto es un deber para la humanidad en su conjunto, mucho más para aquellos que somos hijos de este colonialismo.
Porque todo lo que nos contaron de nuestra historia, es la historia contada por los europeos. Nuestras propias historias
no la sabemos.
Eso hoy es una cuestión fundamentalmente política porque tenemos que pensar en términos de transformaciones
sociales urgentes. Porque no sabemos si le queda mucho tiempo al planeta, porque el planeta está en riesgo, porque
este modelo puso en riesgo al planeta porque creyó que el progreso era indefinido y que los recursos naturales eran
eternos. Hoy se acabaron los recursos y se terminaron todos los proyectos del progreso. Si el proyecto del progreso
llevó a esto, no creo que nadie quiera el progreso. Pero esto nos significa rever desde cada posición y desde cada
práctica.
Para finalizar voy a dejar una pregunta, la pregunta que no hacemos generalmente en esto que se ha denominado -muy
mal a mi juicio- Ciencias Sociales -porque hay que denominar todo otra vez-: ¿qué teoría tenemos para hacer esto?
¿Por qué esta dicotomía entre las teorías y las prácticas?
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Entonces, la pregunta que nos deberíamos hacer es: ¿qué pasó con estas teorías que nos separaron de las prácticas y
que no nos permiten vivir los acontecimientos? Entendiendo que el acontecimiento es -valga la redundancia- lo que
acontece. Es decir, aquello que generalmente rompe las lógicas existentes -porque si uno se anima a vivir lo que
acontece todos los días rompe las lógicas existentes. No hay lógicas universales, ni generalidades, sino que hay
multiplicidades y multiplicidad de combinaciones.
Entonces, si pensamos las perspectivas teóricas como acontecimientos y como herramientas, y no como verdades
absolutas, podremos ver y tejer algunas cosas con las herramientas que tenemos y con las que agregamos, que
copiamos, de las que nos contagiamos. Todo esto de alguna manera se podrá seguir llamando teoría siempre y cuando
no lo pongamos en un lugar trascendental. Así podremos con estas herramientas afrontar los acontecimientos, saber
leerlos, y su vez éstos nos van a dar algunas otras herramientas.
Por eso no puede haber recetas, porque por un lado vivimos como condición humana esa extraña combinación entre
cierto nivel de universalidad: en tanto los seres humanos nos reconocemos como tales seamos de Irak, del medio del
África, de la selva Amazónica, o indios de América del Norte; nos reconocemos, algo hace que todos seamos hombre,
mujeres y niños. Escuchamos, tenemos modos de representación, etcétera. Habrá que pensar algo del lugar de la
universalidad pero por otro lado también habrá que reflexionar algo del lugar de la particularidad. Porque la historia nos
atraviesa y nos objetiviza pero también existe algo del lugar de la singularidad. Actualmente el mundo y el país exigen
nuestro compromiso. Por algo nos hemos dedicado a estas cuestiones y no a otras, a tomar algunas decisiones. Eso es
el campo de la singularidad y desde allí debemos, con otros, emprender nuestro quehacer.

María Laura MENDEZ: Licenciada en Ciencias Antropológicas, docente investigadora de la Universidad Nacional de
Buenos Aires y de la Universidad Nacional de Entre Ríos - Decana de la Facultad de Ciencias de la Educación, -UNER-.

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