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La ideología de Occidente:
Significación de un mito orgánico
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Un mito orgánico
"Occidente” designa el punto en el horizonte donde se acuesta el sol. Es decir: el sol
se oculta a la mirada en el preciso instante en que parecía posible alcanzarlo. El sol se
desplaza a medida que estamos cerca de él. Por consiguiente, el Occidente no es un
espacio geográfico. Antes de ser un territorio cuya extensión podemos recorrer a
discreción, es en primer lugar un espacio mítico, la morada nocturna del sol. En efecto,
cuando el sol se levanta ese espacio se convierte en territorio. Por tanto, el Occidente
no tiene fuerza: ¿qué sería la fuerza de un punto sin la palanca? Por sí mismo, el
Occidente no-levantaría el mundo. El término tan sólo expresa entonces la creencia en
que el sol se acuesta, es decir, en realidad, la certidumbre de que mañana empezará
de nuevo, que mañana el sol se levantará para alumbrar y alimentar los trabajos y los
días. Mas he aquí que el mito adquiere volumen y va cobrando cuerpo el punto que
está en el horizonte: el Occidente se convierte en algo, el mito se vuelve orgánico,
cobra fuerza dictando conductas, imponiendo creencias, revelando incertidumbres.
Con el Occidente, el mundo se revela: él que no era más que punto indeciso en el
horizonte.
¿Qué es el horizonte? Es la división del Cielo y de la tierra, el cielo arriba; la tierra
abajo. Sólo así deviene comprensible el Occidente, o sea, real. Es la partición
horizontal del mundo, la división de la tierra en al medida noche del sol. Es un punto
de referencia, separación horizontal: este-oeste, Oriente-Occidente, sombra y luz. En
esa inmensa distribución, los hombres de aquí no son los mismos que los de allí,
tampoco la tierra es la misma, fértil aquí, árida allí. Tampoco el espíritu es el mismo:
revelación aquí, ignorancia del verdadero Dios allí. A medida que se desarrolla el mito
orgánico conquistará a los propios elementos, es decir, los dominará. El Océano,
rodeado de dos continentes, el viejo y el nuevo, extenderá el Occidente -que sólo era
entonces tierra firme- hasta el agua. Por lo demás, por ese lado -por ese lado del
horizonte- el Occidente por poco iba a sorprender al Oriente.
Así es por tanto ese mito, en su esencia mito del orden y de la división horizontal del
mundo. Si le llamamos «orgánico» es porque alimenta una historia que saca su fuerza
de él; mito orgánico, el Occidente no está alterado por la duración. El tiempo no hace
mella en él. Para algunos, la sacrosanta «defensa» Occidente, sigue estando al orden
del día. Mito orgánico todavía, ya que es punto de referencia común para muchos
enunciados que afectan al estatuto y a la condición de millones de hombres.
Occidente es un territorio porque es un nombre: nombre común de los habitantes de
una región, nombre común de sus costumbres, de su sistema de gobierno, de su Dios.
Si “Occidente” tiene fuerza, es porque es la medida y la referencia permanente: su
nombre es el nombre de un origen. Mientras el Oriente es el espacio en donde todo se
mezcla con todo, el Occidente es tierra de claridad, de diferencia, de análisis: a
Occidente no le gusta la confusión. También por ese lado se le llama mito orgánico.
Habiéndose primero separado de Oriente, al que sólo aspira a dominar, Occidente se
ha atribuido a sí mismo el papel de civilizar a los paganos, infieles, heréticos, salvajes
y otros bárbaros hay que sacarles de las tinieblas, mediante el derecho o la fuerza,
bautizarlos si ello es posible en todo caso mantenerlos al margen del lejano Oriente
hecho de misterios profundos, de incienso y de confusiones múltiples. A la luz de
Occidente responde la sombra de Oriente.
A medida que va cobrando cuerpo, el Occidente se torna realmente en mito orgánico:
a los que el mito da vida ya no piensan más en ello, éste es su pensamiento. Al
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precisamente, que todos los gatos son pardos1. El Occidente no tiene más sentido que
el que acabamos de indicar: por eso cobra valor de mito. La propia noción de
Cristiandad tampoco da su contenido definitivo a Occidente. Por supuesto, es cierto
que el concepto de Cristiandad da cuerpo, social y doctrinalmente, al de Occidente, ni
más ni menos que en la actualidad, las ideologías del «mundo libre» o el potencial
militar de la OTAN.
Cómo evaluar por eso, la consistencia interna de la nación: ella se sustrae a la
inspección de la mirada. Limitada al marco tan vasto y tan diferenciado de una «Edad
Media», que ya es homogénea, es convertida en una noción que hoy en día ya no
tiene más vigencia. He aquí una ilusión y una contradicción. Su medio, o más bien su
elemento ya lo hemos dicho, es la larga, muy larga duración. ¿Tiene un comienzo y
por consiguiente un fin? Podemos llegar a esta conclusión mediante mera hipótesis,
mas no podemos decidir de ello. El Occidente carece de fecha. Si el Medioevo ha
creado una acepción “cristiana" de Occidente, dista con mucho que Occidente se
limita a esa sola determinación. Con este ejemplo vemos cómo se esboza el problema
que constituye la tentativa de establecer un punto de referencia de la ideología de
Occidente. Es la propia idea, o mejor la representación que nos hacemos de la Edad
Media lo que es su causa. Nos hallamos, en efecto, colocados aquí frente a una
alternativa: o bien, incluso, hoy somos "occidentales”, en cuyo caso todavía nos
encontramos en la Edad Media, lo que se acepta con verdadero horror cuando se
sabe el recelo de barbarie y de pecado en los que aún se considera a los mil años de
nuestra historia que sirven de puente entre las luces de la antigüedad y las luces
modernas; o bien no somos, en esta región del mundo, «occidentales», mas ¿qué
somos, por consiguiente? ¿No existe una diferencia entre Este y Oeste y entre
cristianos e infieles? Entonces somos presa de otro horror, el de no ser occidentales.
Pronto se manifiesta el espectro del bárbaro, frente a la deslumbrante claridad del
hombre civilizado. Pero una vez más la Edad Media se resiente de la operación, ya
que, si históricamente hablando, este largo período es una larga noche en la que todos
los gatos son pardos, a la pertenencia al oeste (que reivindicamos y en la cual se
enraíza, real o ilusoria, nuestra identidad) le repugna ver en la Edad Media el origen de
la civilización, El mundo moderno -triunfo de Occidente y de su “cultura”- no puede ser
el resultado de la Edad Media. La historiografía, liberal o marxista, está de acuerdo en
el hecho de que la modernidad -burguesa- ha derrotado al oscurantismo medieval y a
las estructuras feudales “serviles”. El burgués occidental no ha sustituido al hombre-
siervo, al hombre-vasallo, por el hombre libre, con todo su rosario de valores
optimistas: progreso, igualdad, propiedad. ¿Se tiene suficientemente en cuenta que la
Primera República democrática buscaba sus modelos en la antigüedad griega y
romana, pasando por encima de la Edad Media? Pero, tal vez haya algo mejor; ¿no
fue el Renacimiento a buscar en esa misma Antigüedad los medios de inspirar el
porvenir? La Edad Media imperial, realista, teocrática, ¿no brindaba acaso la imagen
de un hombre no plenamente hombre? La antropología cristiana hacía del hombre una
criatura. El hombre de la "modernidad” se piensa a sí mismo como creador. Sin
embargo, en la Edad Media no ha habido creación, sino sólo la lenta degradación del
antiguo humanismo....
Estas imágenes (o más bien esta imaginería) manifiestan todas ellas la ambigüedad de
Occidente y de la ideología que lleva su nombre. Es la ambigüedad de la historia. El
marxismo no ha escapado a esa ambigüedad; de acuerdo en ello con los historiadores
burgueses del Siglo XIX, en 1848, Marx y Engels, en el Manifiesto del partido
comunista*, proclaman que la burguesía ha revolucionado y civilizado el mundo.
Afirmación ésta que conlleva dos tesis: en primer lugar que en la Edad Media no se ha
conocido la civilización -en sentido estricto-, y además el Occidente (civilizado) es
universal. Con el advenimiento de la burguesía, que Marx saluda como obra decisiva
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Hay que saludar aquí al libro voluntariamente parcial, y por ese motivo saludable de R Pernoud: Pour en
finar avec le Moyen Age, (Seuil, 1977), que constituirá para el texto actual nuestra única referencia
bibliográfica.
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Un mito de poder
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BIBLIOGRAFÍA