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DISCUSIONES INUTILES

Texto de referencia: Marcos 9:14-29


La escena que encontró Jesús cuando bajó era diametralmente opuesta a la que habían vivido en
el monte. «Cuando volvieron a los discípulos, vieron una gran multitud que les rodeaba, y a unos
escribas que discutían con ellos. Enseguida, cuando toda la multitud vio a Jesús, quedó
sorprendida, y corriendo hacia El, le saludaban. Y El les preguntó: ¿Qué discutís con ellos? Y uno
de la multitud le respondió: Maestro, te traje a mi hijo que tiene un espíritu mudo, y siempre que se
apodera de él, lo derriba, y echa espumarajos, cruje los dientes y se va consumiendo. Y dije a tus
discípulos que lo expulsaran, pero no pudieron» (14–18).

Lo primero que nos llama la atención en esta escena de conflicto y confusión es que la multitud,
cuando vio a Jesús, corrió hacia él. La reacción de ellos nos da una idea muy clara de la autoridad
y el peso que tenía la figura de Cristo entre las personas que lo seguían en diferentes momentos
de su vida. Por la reacción de ellos, es evidente, que creían que él podía ayudarlos a desenredar el
desconcierto y la confusión generada en una situación de necesidad.

La respuesta de la gente, sin que estuvieran concientes de ello, era el camino a seguir para salir
del enredo en que se habían metido los discípulos. Nuestra respuesta, en situaciones en las que
no discernimos con claridad los pasos pertinentes, debería ser el detener toda actividad y buscar la
palabra orientadora del Señor. Solamente él sabe con certeza lo que se requiere en cada
circunstancia en particular. Lastimosamente, sin embargo, nuestra reacción muchas veces revela
que, buscando salir adelante, depositamos nuestra confianza en nuestras propias capacidades.
Los discípulos se habían involucrado en una discusión con algunos de los presentes, incluidos
aquellos infaltables expertos en asuntos espirituales, los escribas. Hemos de creer que, ante el
infructuoso esfuerzo para responder a la situación del muchacho, los discípulos habían recibido
algunas indicaciones o burlas por parte de los presentes, y esto seguramente despertó en ellos el
afán por defender o explicar su proceder.

La discusión puede parecer el camino a recorrer en esta clase de situaciones, pero no aporta nada
a la solución. En el ministerio, sin embargo, pareciera que esta es una debilidad muy particular.
Observe las veces —no menos de seis— que Pablo exhortó a Timoteo en sus dos cartas a no
enredarse en vanas discusiones. Animó al joven líder a no permitir que algunos «enseñaran
doctrinas extrañas, ni prestaran atención a mitos y genealogías interminables, lo que da lugar a
discusiones inútiles en vez de hacer avanzar el plan de Dios que es por fe» (1Ti 1.4). A Tito le
señala que las contiendas de palabras son «sin provecho y sin valor» (Tit 3.9).

Aun cuando tengamos razón, el reino avanza por otros medios. Conviene a los hijos de Dios un
espíritu sereno y apacible, porque no es nuestro esfuerzo el que logra los resultados, sino la
intervención del Señor, como descubrió Moisés cuando asesinó al guardia Egipcio.

¿Cómo reaccionó Jesús? ¿Por qué se refirió a ellos como una «generación incrédula?
Cuidando a nuestros obreros

Texto Bíblico base: Lucas 9:10

De esta manera terminó el primer viaje ministerial que hicieron los apóstoles. Volvieron llenos de
anécdotas de las aventuras vividas. Traían nuevas inquietudes acerca de las cosas que no habían
sabido manejar correctamente. El Maestro se tomó el tiempo para escucharlos y luego los apartó
hacia un lugar tranquilo.

Es en esta decisión que vemos reflejado otro aspecto del corazón pastoral del Mesías. Jesús
conocía bien el desgaste que produce el ministerio en la persona que está ministrando. Las
demandas insesantes, la intensa concentración, la fuga de energías, la euforia de ver obrar al
Señor, todo es parte del paquete que llamamos ministerio. Y tiene sus efectos sobre los que están
sirviendo al pueblo. Por esta razón los apartó a un lugar tranquilo, para que pudieran recuperarse
de la experiencia.

El obrero que está constantemente ministrando, pero que no posee los mecanismos necesarios
para renovar sus fuerzas, va a terminar en un estado de profundo agotamiento. Su ministerio se va
a volver pesado y su corazón se va a llenar de frustraciones, porque va a sentir que la tarea es
cada vez más difícil de llevar adelante. Necesita de períodos de descanso y recuperación para
poder seguir ministrando en el Espíritu, y no en la carne.

Una de nuestras prioridades, como pastores, es velar por el bienestar de nuestros obreros. Ellos no
tienen la trayectoria ni la experiencia que nosotros tenemos. No conocen sus limitaciones y tienden
a meterse en más proyectos de lo que es saludable. Pero nosotros sí conocemos estas
dimensiones de la vida ministerial, y hemos sido llamados a protegerles a ellos de si mismos.

Qué triste, entonces, ver que muchos obreros estan completamente desgastados por las
implacables demandas de sus pastores. Se les ha enseñado que cualquier señal de fatiga es poco
espiritual y que deben estar incondicionalmente dispuestos a asumir responsabilidad por todo lo
que sus líderes le pongan por delante. Y cómo si esto fuera poca cosa, frecuentemente conviven
con pocas expresiones de afecto o apreciación por parte de sus pastores.

No siga usted este ejemplo. No tome por sentado el trabajo de los que están sirviendo a la par
suya. Sus obreros son uno de sus recursos más preciosos. Un obrero feliz se reproduce en un
ministerio pleno y fructífero. Pero un obrero triste solamente contagia a los demás de su tristeza.
Sea, entonces, generoso en expresar su gratitud hacia sus obreros. Vele por su salud emocional y
espiritual. Tome interés en lo que están haciendo y anímelos a seguir adelante. Apóyelos en todo lo
que hacen. Ese obrero le está aliviando la tarea a usted, y eso no es poca cosa.

Para pensar

Cuáles son los peligros con las cuales lucha usted en su ministerio ? Cómo puede evitar que sus
obreros luchen con esos mismos peligros ? De que maneras puede usted expresarles su cuidado y
afecto ? Tómese un tiempo hoy mismo para demostrar su interés por algunos de sus obreros.
En abundancia y en escasez

Texto Bíblico base: Filipenses 4:13

No cabe duda que este versículo presenta un principio general de la vida espiritual, pero resulta
mucho más interesante pensar en el significado que tiene dentro del contexto que estaba
escribiendo el apóstol Pablo.

El tema que viene tratando este segmento del capítulo 4 es, precisamente, la respuesta del
cristiano frente a diferentes estados económicos. La iglesia de Filipo había enviado al apóstol una
ofrenda, acción que le produjo gran alegría. Mas Pablo aclara inmediatamente que su alegría no es
tanto por la ofrenda en sí, sino por lo que significa la oportunidad de dar para aquellos que andan
en novedad de vida. En lo que a él se refería, señala que su gozo frente a la ofrenda no es …
porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir
humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado
como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad (4.11 y 12). Y
luego agrega: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.»

Tomemos nota de este contexto. Hay muchos desafíos que enfrentan al discípulo de Cristo que
requieren de un especial compromiso con Dios para ser sobrellevados victoriosamente. De todos
ellos, sin embargo, ninguno pone al cristiano frente a un peligro tan grande como el tema del
dinero. En otra carta, Pablo había declarado categóricamente: «porque raíz de todos los males es
el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de
muchos dolores» (1 Ti 6.10). En mi experiencia pastoral no he encontrado, tampoco, algo que
posea mayor capacidad para robarse el corazón del hijo de Dios que los asuntos relacionados al
dinero.

¿A qué peligros, puntualmente, se está refiriendo el apóstol en el pasaje de hoy? Al reto de vivir en
abundancia y en escasez. La abundancia trae consigo el particular desafío de no ceder frente a la
soberbia que producen las riquezas, confiando más en los tesoros de este mundo que en el Señor.
La pobreza, por otro lado, nos desafía a no creer que el dinero es la solución a todos los problemas
de la vida. El pobre es acosado por su necesidad a cada momento y puede llegar, desde un lugar
muy diferente al rico, a estar obsesionado también por el dinero.

El apóstol Pablo le escribe a los filipenses que había aprendido a vivir con contentamiento. Es
decir, esa particular disposición a dar gracias siempre por lo que uno ha recibido, sin fijarse en lo
que a uno le falta. Es esa convicción profunda, de corazón, que todo lo que tenemos, sea mucho o
poco, viene de la mano de un Dios amoroso que no tiene obligación de darnos nada. Todo, en
últimas instancias, es un regalo. De allí la permanente felicidad del apóstol.

Para pensar:

Señor mío,... No me des pobreza ni riquezas; Mantenme del pan necesario; No sea que me sacie,
y te niegue, y diga: ¿Quién es Jehová? O que siendo pobre, hurte, Y blasfeme el nombre de mi
Dios. (Prov 30.8 y 9).
Buscando reconciliar

Texto Bíblico base: Mateo 5:23-24

Esta enseñanza contradice los conceptos populares de lo que debemos hacer en situaciones de
conflicto interpersonal. Normalmente nosotros enseñaríamos que si alguien tiene algo contra otra
persona, que vaya y lo hable con ella. Mas Cristo revierte los roles y nos dice que si tenemos
conciencia de que nuestro hermano tiene algo contra nosotros debemos tomar la iniciativa de
buscarlo.

La razón pareciera encontrarse en las características que asumimos cuando estamos ofendidos.
Lejos de buscar la manera de resolver nuestro conflicto, nos airamos y tendemos a aislarnos de la
persona que, según entendemos, nos ha ofendido. Por naturaleza no buscamos hablar las cosas y
poner todo en claro. Más bien tendemos a encerrarnos en nosotros mismos y dejar que nuestro
corazón se llene de pensamientos indignos hacia la otra persona.

Quizás es por la fuerza de estos sentimientos que nos resistimos a buscar al otro para hablar lo
sucedido. Sea cual sea la razón, Cristo anima a la persona que es causante de la ofensa (sea real
o imaginada) a que tome la iniciativa de ir a hablar con el ofendido. De esta manera se asegura de
que, cualquiera sea el camino a recorrer, una relación quebrada no continúe indefinidamente.

El Señor creía que esta necesidad de reconciliación era tan fundamental para la salud espiritual de
los involucrados, que ordena que se interrumpa un acto de adoración hacia Dios para realizar este
paso de restauración. En muchas situaciones creemos que nuestra relación con Dios puede seguir
normalmente, a pesar de que nuestras relaciones horizontales, con los que son de la familia, no
gozan de la salud que deberían tener. Cristo, sin embargo, quería recalcar que la rotura de las
relaciones con nuestros hermanos afecta dramáticamente nuestra relación con el Padre. Aún
cuando queramos convencernos de que nuestra ofrenda es recibida con agrado, la Palabra revela
que Dios se resiste a la devoción de aquellos que no están en paz con sus semejantes. En Isaías
58, un pasaje que denuncia con dureza la religiosidad de Israel, el profeta condena al pueblo
porque ayunan, se visten de cilicio y oran al Señor mientras oprimen a sus trabajadores y buscan
cada uno su propia conveniencia. He aquí, ayunáis para contiendas y riñas, y para herir con puño
malvado (v. 4). El pasaje anima a una expresión de la vida espiritual que se traduce en relaciones
armoniosos con Dios y con los hombres.

Por todo esto, Cristo resaltó que la restauración de las relaciones era una prioridad impostergable
en la vida de los hijos de Dios. La cuestión fundamental en juego no es quién tiene razón en el
pleito o la disputa existente. La cuestión fundamental es si las dos personas están dispuestas a dar
paso a la ley del amor, que es la primera ley, y la que resume todos los demás mandamientos.

Para pensar:

Somos como bestias cuando asesinamos. Somos como hombres cuando juzgamos. Somos como
Dios cuando perdonamos. Anónimo.
Lo sutil del orgullo

Texto Bíblico base: Jeremias 49:15-16

Ninguna condición neutraliza tan eficazmente al hijo de Dios como el orgullo. Con una
contundencia absoluta, pone fin a la relación con el Altísimo y deja a las personas expuestas a toda
clase de engaño espiritual. Cuando no se le corrige a tiempo, invita al juicio y el castigo. Nos basta
con mirar la vida del rey Saúl para ver cuán irreversibles fueron las consecuencias del pecado de
soberbia para él.

Considerando lo devastador que son los efectos del orgullo en nuestra vida, todos nosotros
deberíamos andar con temor y temblor, no sea que se instale esta actitud en nuestro corazón. Más
la lucha con el orgullo es compleja, porque no nos enfrentamos a un problema de fácil resolución.

En primer lugar, el orgullo es profundamente engañoso. Al estar íntimamente ligado con la vida
espiritual, fácilmente se le confunde con la verdadera pasión y devoción por los asuntos de Dios.
Por su misma esencia, nos resulta más fácil identificarla en la vida de nuestro prójimo que en
nuestro propio corazón, pues nos engaña en cuanto a descubrirla y desecharla.

En segundo lugar, aun cuando descubrimos su presencia en nuestra s vidas (por la acción del
Espíritu), el orgullo no es una actitud que cederá mansamente frente a nuestro intento de
desenmascararla. Se llena de argumentos, razonamientos y justificativos para convencernos de
que en realidad no es lo que pensamos que es. Exige siempre la última palabra en todo y jamás
permite que nos sintamos cómodos pidiendo disculpas, reconociendo nuestros errores o dándole
preferencia a otra persona.

¿Donde tiene su raíz el orgullo? El pasaje de hoy, que se une a una multitud de pasajes en la
Palabra, nos da una importante pista: la esencia del orgullo es querer ocupar un lugar de
supremacía que no nos corresponde. Solamente el Señor debe ser exaltado. Todos nosotros
somos iguales Mas el orgullo, que es lo que produjo la caída de Lucifer, quiere que ocupemos un
puesto por encima de los demás, y aun de Dios mismo. Sea que no me deje corregir, o que no
reconozca mis errores, o que me dedique a juzgar a los demás, o que no me relacione con los que
no piensan como yo, el orgullo siempre me instala en una posición donde me considero superior al
otro.

Debemos, de veras, temblar ante la posibilidad de quedar presos del orgullo. Solamente el Señor
puede librarnos, porque solamente él lo puede identificar claramente en nuestro corazón. No nos
quedemos con nuestro propio análisis de nuestras vidas. Sabiendo lo evasivo que es el orgullo,
pidamos al Señor que examine nuestros corazones. Luego, con actitud valiente, hagamos silencio
para que él nos diga lo que él ve en nosotros. Aunque duela, su diagnóstico es certero y traerá
libertad.

Para pensar:

¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos. Preserva también
a tu siervo de las soberbias; Que no se enseñoreen de mí; Entonces seré íntegro, y estaré limpio
de gran rebelión. Salmos 19.12 y 13

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