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la crisis no es ininteligible1
alejandro alvarez gallego
profesor

La situación de la universidad es delicada. Lo sabemos todos. Sabemos que no


hay plata. Lo sentimos, lo vivimos, lo sufrimos. Todos los días padecemos el via
crucis de las restricciones y la insufrible espera para tener las mínimos
condiciones de trabajo. En los corredores se escucha el murmullo interminable de
las quejas por la falta de presupuesto para realizar las tareas básicas. Lo sienten
los decanos, los jefes de departamento y los coordinadores de programas. Lo
sienten los Jefes de Oficina y Divisiones: de Sistemas, de Relaciones
Internacionales, de Comunicaciones, de Bienestar, de Biblioteca, de Personal, de
Admisiones y Registro, Recursos Educativos, el CIARP. Lo sienten los
Coordinadores de Proyectos: Normales, Instituto de Pedagogía, Plataforma de
Políticas Públicas, Museo, Red Académica, Fortalecimiento de la Docencia,
Nuevas Tecnologías, COAE, Fondo Editorial, Casa Maternal. Lo sienten los
investigadores que tienen proyectos en el CIUP y en Colciencias. Lo siente el
Centro de Idiomas, lo siente el Instituto Pedagógico Nacional, Valle de Tenza. Lo
sienten los profesores que hacen salidas de campo, los que usan ayudas
educativas, los que dictan clases en las cafeterías, los que usan laboratorios, los
que usan los baños, los que usaban el salón de la fuerza y el salón de los espejos.
Lo sienten los estudiantes que desayunan y almuerzan, que usan los servicios de
salud, los monitores, los que pasan el día en la universidad. Lo sienten los
empleados, trabajadores y contratistas que ven retrasar el pago de sus sueldos
mes a mes o que están mal ubicados en las categorías de la carrera
administrativa, en una estructura de personal que caducó hace años.

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A riesgo de que se siga pensando y diciendo que lo que escribo tiene como interés oculto
postularme como rector, a riesgo de ser descalificado por esa sospecha, he decidido seguir
escribiendo y compartiendo lo que se y lo que entiendo de la situación de la universidad. Soy
profesor y no espero ser otra cosa diferente. Mi tiempo en la alta burocracia ya pasó. Pero nunca
dejaré de pensar y actuar políticamente, porque es mi voluntad. Este escrito fue redactado antes de
los hechos del pasado 30 de septiembre. Apenas incluyo una mención a ellos, aunque creo que
ameritan reflexiones muy serias por parte de toda la comunidad universitaria.

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Lo sentimos todos, lo vivimos todos, lo sufrimos todos. Lo decimos de mil
maneras: enviamos memorandos, otros pintan las paredes, otros hacen reuniones,
otros lo dicen en los pasillos, otros mandan mails, otros escriben documentos.
Sería interesante juntar todas esas voces para enterarnos que esta estrechez que
no la padecemos solos.

Sin embargo seguimos trabajando con las uñas porque hay conciencia del deber
por cumplir, porque se tiene miedo, porque no se sabe bien que es lo que pasa,
porque no se sabe a quien creerle, porque no hay quien lidere, porque hay
muchas versiones, porque hay intereses ocultos en la oposición, porque no
conviene agudizar la crisis, porque para qué agravar la cosa. Seguimos trabajando
con las uñas porque tenemos piel de cocodrilo, o porque tenemos alma de
mártires, o tal vez porque somos sensatos. En todo caso hay universidad, a pesar
de todo, gracias a que seguimos trabajando con las uñas.

Hay una incertidumbre generalizada que actúa a favor del orden inestable en el
que vivimos. Por esa razón no podemos dejar de decir las cosas, no podemos
dejar de analizar lo que pasa y buscar por todos los medios la información más
fidedigna. Esta situación no es una entelequia, no es un misterio, ni es de todas
las universidades públicas. Esta situación tiene una explicación racional y es
posible descifrarla. Es multicausal y compleja, pero no por eso indescifrable. Por
eso debemos seguir insistiendo en pronunciarnos, debemos seguir buscando las
relaciones de un problema con otro, debemos buscar las diversas causas, las
decisiones que producen la crisis. No hablo de la crisis subjetiva, que ya es
bastante generalizada, sino de la crisis objetiva, la que vivimos todos los días, la
insufrible crisis de la tramitología y la ineficiencia, de la falta de plata para todo, de
la angustia por acabar el semestre con las uñas.

Los hechos sucedidos el pasado 30 de septiembre son muy graves, pero no por el
incidente en sí, ni por la reacción sobredimensionada de la fuerza pública, sino por

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lo que expresa. El tapón puede estallar en cualquier momento y puede causar
mucho daño. Ya hay muchos signos de una situación que es delicada y que tiene
preocupantes signos de empeoramiento.

Por eso es urgente que abramos espacios colectivos de diálogo para buscar
conjuntamente salidas. No hay razón para seguir callados. No hay razón para
negarse a hablar.

Por ahora aporto algunas reflexiones sobre situaciones delicadas que debemos
corregir. En esta ocasión quiero plantear algunas reflexiones sobre el presupuesto
y la DAE, pero hay otros temas importantes: la reestructuración orgánica de la
Universidad, la política de Derechos Humanos, el próximo Plan de Desarrollo, la
investigación, la reforma curricular, en fin. Hay muchos temas urgentes sobre los
cuales deliberar.

• SOBRE LA SITUACIÓN DEL PRESUPUESTO

Los pagos retrasados a los contratistas, profesores ocasionales y catedráticos, la


falta de suministro de materiales para trabajar, el deterioro de la infraestructura, la
disminución ostensible de los presupuestos de los proyectos mal llamados de
inversión, la situación que desbordó los límites de viabilidad del Instituto
Pedagógico Nacional y de la mayoría de instancias de la universidad, tiene,
además de un problema estructural ocasionado por el porcentaje de transferencias
que la nación le hace anualmente a la universidad, un problema relacionado con
un modelo de gestión equivocado.

No es cierto que las restricciones presupuestales se deban a la decisión que tomó


el Consejo Superior de disminuir en 3.000 millones de pesos el presupuesto del
2008. Esta decisión se tomó porque no era viable obtener esos recursos por la
venta de servicios, como se había proyectado inicialmente.

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El actual déficit es provocado por la falta de planeación, por no prever los costos
del crecimiento de la universidad y no prever los ingresos que garantizaran la
sostenibilidad de ese crecimiento. La falta de planeación hace que no existan
cifras ni datos que permitan calcular con algún grado de certidumbre cuanto
cuesta la Universidad, dependencia por dependencia, división por división,
facultad por facultad, programa por programa. No hay Planeación porque el
modelo de gestión así lo ha dispuesto. De hecho la oficina que se debería
encargar de eso es inoperante porque no tiene la estructura que se merece una
universidad con 10.000 estudiantes. Y esto es así por decisión de la
administración, no del gobierno nacional, ni por limitaciones de las normas. Es el
modelo de gestión.

Los llamado Recursos Propios, con los que cuenta la Universidad, además de los
recursos de transferencias, deben incluirse en el presupuesto sobre la base de
proyecciones técnicamente elaboradas y soportadas por Certificados de
Disponibilidad de las entidades que contratarán con la Universidad (si son
oficiales) o por cartas de intención. También pueden calcularse de acuerdo con
actividades de venta de servicios regularmente establecidas o proyectadas, pero
en condiciones de viabilidad demostrables. Nada de esto se hace en la
universidad. Los montos de recursos propios se calculan de manera aproximada y
especulativa según cálculos inciertos, a veces con promedios históricos, pero sin
respaldos de infraestructura o de garantías legales.

El presupuesto se elabora cada año con base en cálculos técnicamente muy mal
elaborados. Hacia el mes de septiembre Planeación envía a cada dependencia un
formato para que se diga cuanto se va a solicitar para el siguiente año. De allí sale
el presupuesto de gastos, pero no el presupuesto de ingresos; luego Planeación
hace un cálculo técnicamente insostenible sobre cuanto va a ingresar el siguiente
año y según eso, acuerda primero con los vicerrectores cuanto se le puede
asignar a cada dependencia o proyecto bajo su responsabilidad (¿para qué

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entonces el ejercicio anterior?). Luego se reúne con el Rector y éste hace los
ajustes finales. Después se presenta en el Consejo Académico y a la comisión de
presupuesto del Consejo Superior para que le den el visto bueno, y pasa al
Consejo Superior para que lo apruebe. Pero en dichos Consejos no se ha hecho,
por lo menos hasta el 2007, un análisis juicioso del procedimiento como se
construyó y lo peor, se aprueba un presupuesto general agregado en grandes
rubros. Al no desagregar dichos rubios, el presupuesto se gasta sin criterios
técnicos y sin posibilidad de control.

El presupuesto que se aprueba cada año debe provenir de un ejercicio que


comience en los programas de cada Facultad. Cada Facultad debería hacer un
presupuesto real de ingresos y egresos. Consolidado a nivel de toda la
universidad, se debe regresar a las Facultades para que lo ajusten de acuerdo con
el techo que se fije. Eso garantizaría tener presupuestos realistas y ciertos.

El presupuesto final debe estar desagregado por rubros lo más específicos


posibles que se deben respetar hasta donde sea posible. Si fuera necesario deben
seguirse los trámites ante las instancias correspondientes.

Los recursos de las entidades con las que se contrata para realizar un proyecto
deben reservarse exclusivamente para dichos proyectos; no se pueden gastar
para otros conceptos. Los excedentes son los que se registran como Ingresos
propios, no la totalidad de lo que entra.

Es urgente que la universidad ponga en vigencia el presupuesto por centros de


costos y centros de responsabilidad (Ver Estatuto de Presupuesto de la U. y ver
informe de Luis Fernando Guarín (Julio de 2007).

• SOBRE LA DAE

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El presupuesto que proviene de Recursos Propios depende en un porcentaje muy
alto de la gestión de la DAE. Lo que no se entiende es cómo el Consejo Superior
aprueba año a año el monto correspondiente a Recursos Propios sin verificar si
hay un sustento cierto, planificado, con base en el cual se defina el monto. Esto
supondría hacer una gestión previa ante las entidades con las que se contrata, y al
momento de incluir en el presupuesto debe haber por lo menos CDP de las
entidades contratantes (si son del Estado) o cartas de intención si son privadas.
No se hacen estudios históricos del comportamiento de este rubro para tener
elementos que sirvan para decidir ese monto.

La decisión sobre qué tipo de proyectos se contratan no pasa por ninguna


instancia académica de la universidad que permita mínimamente definir criterios
acerca de qué queremos como universidad.

En los últimos dos años la DAE no genera los ingresos que se presupuestan, entre
otras razones porque ha venido incumpliendo con contratos, o los ha desarrollado
con pésima calidad. Esto, porque se compromete con proyectos frente a los
cuales muchas veces no se tiene la infraestructura o el conocimiento necesario
para hacerlos.

La actual lógica como funciona la DAE no es conveniente para la universidad:


Porque no está conectada con la vida académica de la Universidad, no se
consulta con los docentes, con los grupos de investigación, con los proyectos y
programas de las Facultades. Porque se subcontrata profesionales que no
responden a los criterios de idoneidad que requieren los proyectos. Porque el tipo
de contratación que se hace no garantiza la continuidad de los procesos, dado
que son contratos provisionales, a destajo. La memoria de esos proyectos no le
quedan a la universidad, no hay posibilidades de continuidad y de proyección
social de acuerdo a criterios concertados con la comunidad académica de las
diferentes Facultades.

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El problema de si vender servicios es privatizar la universidad o no, es relativo. Lo
es si un porcentaje de los ingresos totales de la Universidad provienen de allí
(actualmente representan por lo menos el 40%). Lo es si la existencia y la
viabilidad de la universidad depende de esa gestión. Lo es si terminamos
vendiendo servicios sin criterios políticos y académicos. Lo es si nos exponemos a
quedar dependiendo de la venta de servicios para sobrevivir. Lo es si no lo
hacemos como parte de un compromiso obvio que debe tener la universidad con
el país, con la sociedad, con el presente y con la construcción de un proyecto
político pedagógico democrático fundado en los Derechos.

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