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Universidad Politécnica Salesiana del Ecuador

1er Congreso Ecuatoriano de Psicología Comunitaria

Clínica e Imaginario Social. Aportes para la intervención psicológica en el proceso


de envejecimiento

RESUMEN

Robert Pérez Fernández


Universidad de la República
Facultad de Psicología. CSIC
Montevideo, Uruguay

El presente trabajo incorpora aportes de la Psicología del envejecimiento y la


Psicogerontología al trabajo clínico. Se plantea el concepto de imaginario social y su
relación con la producción psicosocial de un tipo de sujeto y envejecimiento que se da a
lo largo de la vida, vinculado a un momento socio – histórico determinado. Se analiza el
papel de este imaginario como productor realidad y de cristalizaciones de sentido,
vehiculizándose a través de emblemas identificatorios, que se asientan en la identidad
de las personas y por lo tanto en su proyecto de vida, re - direccionando el deseo. Se
estudia el concepto de emblema identificatorio como productor de deseo y a éste, como
producto social. Desde esta perspectiva, se considera la incidencia que las instituciones
familia y trabajo tienen en el mundo occidental, desde su inscripción en la identidad de
las personas. Finalmente, se realizan una serie de consideraciones respecto a los aportes
de esta perspectiva psicosocial a un tipo de clínica y de intervención psicológica.

Palabras Clave: Clínica, Psicosocial, Imaginario Social


Clínica e Imaginario Social. Aportes para la intervención psicológica en el proceso
de envejecimiento
Robert Pérez Fernández
Universidad de la República
Facultad de Psicología. CSIC
Montevideo, Uruguay

Introducción

Ya en el año 1966, José Bleger llamaba la atención respecto al camino que hasta
ese entonces había recorrido la Psicología, en su afán de comprender e intervenir en el
campo de la subjetividad. Dicho autor señalaba como esta disciplina había comenzado
tratando de entender al individuo, para desde allí comprender los grupos. Poteriormente
trasladó estas categorías a las instituciones, para integrar luego todos estos esquemas en
la comprensión de la comunidad1. Desde la crítica a este camino, formulaba su
propuesta sobre una Psicología de los Ámbitos, invirtiendo ese recorrido, de forma de
“retomar el estudio de las instituciones con modelos de la Psicología de la comunidad, el
estudio de grupos con modelos de la Psicología institucional y de la comunidad, y el
estudio de individuos con los modelos de la Psicología de grupos, comunidad e
instituciones” (Bleger, 1966: 48), abordando cada ámbito con el más diverso arsenal
teórico técnico.

Más cerca en el tiempo, en el año 2003, Fernando Berriel ha retomado este


esquema para plantear su similitud con el recorrido que ha realizado la Psicología del
desarrollo o evolutiva, donde desde la investigación y conceptualización de algunos
aspectos centrales en determinadas edades (principalmente de la niñez y adolescencia), se
pretende explicar e intervenir en otras, como por ejemplo la vejez. Al respecto, Ursula
Lehr ha señalado cómo la enorme mayoría de los manuales sobre Psicología del desarrollo
llegan hasta la adolescencia o juventud. Lo interesante de estas observaciones es que
parecería que, según estos esquemas, la producción psíquica del sujeto se detuviera en
determinada etapa, o quedara congelada en otras tempranas, lo cual nos estaría llevando en

1
El planteo de Bleger refiere a distintos ámbitos que él grafica con cuatro círculos crecientes, donde cada
uno contiene al anterior pero es mayor. El primer ámbito es denominado psicosocial o individual, el
siguiente sociodinámico (grupal), el otro es el institucional y finalmente, el mayor es el comunitario
(Bleger, 1966)

2
su extremo, a una concepción de no cambio psíquico. Concepción, aprovechamos a
decirlo, altamente reaccionaria.

Afortunadamente los estudios de los últimos años realizados desde la Psicología


del envejecimiento y la Psicogerontología paulatinamente comienzan a desmontar estas
concepciones “esencialistas” e “intrínsecas” del ser humano2, planteando claramente que,
sin desconocer lo importante y clave que son las etapas tempranas en la constitución del
psiquismo, el mismo es un proceso que se monta a lo largo de toda la vida, en un continuo
interjuego entre identificaciones, deseos, narrativa y vínculos, en un tiempo social e
histórico que produce y habilita determinadas significaciones y sentidos, que nunca son
individuales.

En este aspecto, coincidimos plenamente con Berriel cuando sugiere que, “tal vez,
parafraseando a José Bleger, también respecto a la Psicología y la Psicología Social
aplicadas al estudio de la Vejez y el Envejecimiento haya llegado el momento ya no sólo
de producir sus nociones a partir de su propio campo, sino, yendo más allá, desde ahí,
hacer su contribución a los cuerpos nocionales generales de la Psicología” (2003: 13).

Sobre estas problemáticas que, establecidas en el trabajo psicológico con el


proceso de envejecimiento, nos enfrentan al viejo tema de la construcción del sujeto y
sus implicaciones en la clínica, es que intentaremos transmitir algunas reflexiones en el
presente trabajo.

Los instituidos iniciales

Hace ya varios años que comenzamos3 nuestro trabajo en el campo del


envejecimiento y la vejez. En Uruguay a fines de los años 80, los desarrollos de la
Psicología en estos temas eran casi inexistentes y marcados fuertemente por una
concepción biológica y médica, donde el psiquismo y la subjetividad quedaba asimilado
al Sistema Nervioso Central. Otros desarrollos de esa época, remitían al campo

2
Al respecto, véase entre otros: Salvarezza, 1988; Pérez, 1996; Catullo, 1998; Zarebski, 1999 y 2005, Berriel
y Pérez, 2002 y 2005; Berriel, 2003
3
Aquí el plural remite al trabajo conjunto realizado desde el inicio con los compañeros Fernando Berriel,
Luis Leopold y Mónica Lladó, con quienes iniciamos la formación en este campo. Este camino tuvo en el
año 1994, un importante mojón para la Psicología en nuestro país, en la fundación del Servicio de
Psicología de la Vejez de la Facultad de Psicología.

3
sociológico y a las dificultades para la seguridad social de un creciente número de
jubilados. Como vemos, en ese período los instituidos respecto al envejecimiento
remitían al hecho biológico (orgánico) o social de asistencia. Esto consigna el
tradicional lugar asignado desde la perspectiva negativa, a los viejos en nuestra
sociedad: la enfermedad y la previsión social.

En este escenario, nuestras primeras aproximaciones al trabajo con viejos,


fueron marcadas por una actitud política de cambio y por las herramientas teórico
técnicas que contábamos en ese entonces, vinculadas a la Psicología Social del Río de la
Plata (Pichón Rivière, 1985), que implicaban una forma de concebir el sujeto y los
procesos sociales. Desde este posicionamiento, ya en los primeros encuentros con
ancianos, pudimos apreciar el peso de estos instituidos que pautaban una naturalización
respecto a que con este grupo, sólo se podía trabajar sobre las "pérdidas, la depresión y
la muerte", como patrimonio inherente a la vejez. El reflexionar y estudiar respecto a la
práctica, desde una discusión y problematización sistemática de estos aspectos con el
resto del equipo de trabajo, así como su confrontación con aportes bibliográficos, nos ha
permitido comprender que mucho de estas naturalizaciones tienen más que ver con los
temores y aspectos no resueltos de los profesionales, que con una situación propia de la
vejez como etapa vital (Berriel, Lladó y Pérez, 1995), comenzando a identificar algunos
de los mecanismos de segregación puestos en juego con los viejos (Salvarezza, 1988).
Comprender esto, además de abrir todo un nuevo panorama de intervención e
investigación, nos ha permitido profundizar en las singularidades del trabajo en el
proceso de envejecimiento.

Proyecto de Vida e Imaginario Social. La constitución del sujeto.

El trabajo psicológico con adultos mayores, nos hace explicitar algo que, no por
obvio deja de ser invisibilizado por el prejuicio y la discriminación social hacia los
viejos: el trabajo clínico con adultos mayores, como cualquier trabajo clínico con
adultos, nos remite a sus deseos, anhelos, afectos, identificaciones, regímenes de
afectaciones, etc., independiente de su edad. Esto nos ha enfrentado ya tempranamente a
la necesidad de incluir el tema del proyecto de vida de la persona y su construcción a lo

4
largo de la misma, independiente de su edad, como nutriente necesario del psiquismo4.
Nos introducimos así en el tema de la forma de significarse a sí mismo y al mundo, en
como el sujeto produce sentidos en función del interjuego lugar asignado – asumido
social e históricamente. Al respecto, como planteábamos con Berriel y Lladó,
"las instituciones y los diversos discursos sociales son originales
invenciones de los hombres, y también sus condiciones de existencia; sin
embargo una vez creadas, aparecen para los hombres como dadas.
Similar proceso sufre la evolución del proyecto de vida: es creado por el
sujeto como clave de proyección y autonomía, fruto de las condiciones
sociales de posibilidad, producto de lo que P. Aulagnier denomina
`violencia secundaria', movimiento de sujetación, libertad y celda. El
proyecto también, si no surge la oportunidad de la ruptura, aparecerá
para el sujeto como dado.
El desafío es en general igual en todas las edades: al decir de C.
Castoriadis, hacer posible `el devenir de una subjetividad reflexiva,
capaz de deliberación y de voluntad'.” (Berriel, Lladó y Pérez, 1995: 15)

El proyecto de vida, nos lleva a tratar de comprender su constitución a lo


largo de la vida del sujeto. Para vislumbrar algunos de estos complejos mecanismos, el
concepto de imaginario social, tal como lo formulara Castoriadis en 1987, nos ha sido
de gran utilidad, pues nos remite a la producción social de sentidos, al conjunto de
significaciones producidas y sostenidas socialmente, que crean realidad y que hacen que
una sociedad se reconozca y reproduzca a sí misma en el tiempo. De esta forma, el
imaginario produce un determinado tipo de envejecer, asignándole un lugar y destino
desde donde construir el proyecto de vida. En ese aspecto, no escapamos de ser
productos de nuestra época, lo cual no implica que no podamos modificar la misma.

Piera Aulagnier (1994) ha planteado cómo el ser humano y el psiquismo se


construye en una continua situación de encuentro con los otros. Este encuentro, en sí
mismo pasa a ser constitutivo de la identidad del sujeto (Berriel, 2003), en tanto la
misma se monta a través de un complejo proceso de distinciones y semejanzas que

4
Nótese que, desde la perspectiva psicológica, las demencias tipo Alzheimer se caracterizan por una
destrucción de la identidad y una pérdida del proyecto vital y de la temporalidad. Véase sobre este punto:
Pérez, 2006. Sobre los factores de riesgo psicológico pueden consultarse los trabajos de Zarebski, 1999 y
2005.

5
permiten al yo constituirse a lo largo de su historia, reconociéndose a sí como el mismo,
pero a la vez como cambiante y distinto. Este continuo movimiento clave para la
identidad, se da por medio de un proyecto identificatorio, que habilita la dimensión
temporal del sujeto (Aulagnier, 1994; Catullo, 1998; Berriel, 2003; Zarebski, 2005).

El proyecto de vida está constituido por la distancia que media entre un yo actual
y un yo futuro, con la consiguiente paradoja que señala Aulagnier (1994) de búsqueda
de alcanzar ese yo futuro, pero a la vez manteniendo esa distancia, que es la que abre a
la dimensión del proyecto identificatorio y del deseo. Es en el proyecto identificatorio
donde se asentarán los modelos y emblemas identificatorios, quienes direccionarán el
deseo y el proyecto vital. Estos emblemas, que son cristalizaciones de sentido,
enunciados, imágenes, etc., son vehículos del imaginario social, pasando a ser un
componente importante en la construcción del sujeto y su identidad.

Las instituciones en la constitución del sujeto

Es desde esta perspectiva que entendemos la fuerza que, en nuestro actual


mundo occidental, capitalista y hegemónico, tienen algunas instituciones tales como la
familia o el trabajo, en la identidad de los sujetos y reproducción social de instituidos.
En un reciente estudio con adolescentes, jóvenes, adultos y viejos, la familia en tanto
institución surge,
“en un plano de trascendencia, como una categoría superior y pura que,
inscripta a modo de emblema identificatorio, a la vez que oficia como
estímulo importante para el accionar de los sujetos en la sociedad, permite
justificar gran parte de las diferentes estrategias de vida que se construyen
socialmente. Este ideal de familia, construido desde lo que se ha conocido
como familia burguesa, es, por su propia ubicación trascendente, distante de
las prácticas concretas que lo tienen como referente” (Berriel y Pérez, 2005:
44 - 45).

Pueden cambiar las prácticas de la familia (por ej., aumento de hogares


monoparentales, divorcios, etc.), pero el núcleo duro de sentidos de la misma sigue
intacto, lo que a su vez, invisibiliza “la diversidad en las configuraciones vinculares y

6
las prácticas que las sustentan. Cuando lo diferente es percibido, es considerado como
una desviación y consiguientemente sancionado” (idem: 45).

Por su parte la institución trabajo aparece muy ligada a la representación de


familia, constituyéndose en una especie de “afuera” , donde sus significaciones son
construidas principalmente en el seno familiar (Berriel y Pérez, 2005; Berriel, Paredes y
Pérez, 2006).

En ambas instituciones, es en su inscripción en la identidad, a modo de emblema


identificatorio, que radica su potencial disciplinador. En el caso de los viejos, se
entiende así porqué la percepción de lo social e institucional se encuentra mediado por
la familia. O cómo el trabajo en los jóvenes y adultos marcan una noción de “afuera”, a
modo de pliegue con la familia.

Una nueva dimensión de la clínica en el proceso de envejecimiento

Comprender cómo en estos intersticios, en estos interjuegos deseantes e


identificatorios se va construyendo el sujeto, nos ha dado una nueva perspectiva de la
clínica. Nos ha habilitado a construir una clínica que permita desplegar el proyecto de
vida, lo cual, a su vez, nos ha llevado a movernos de una Psicología de la vejez a una
Psicología del envejecimiento. Es esta perspectiva la que nos ha habilitado a
redimensionar viejas categorías de la Psicología Social del Río de la Plata, tanto en sus
aspectos teóricos (familia, emergente, adaptación activa, etc.), como técnicos, desde
donde jerarquizamos las intervenciones en dispositivos combinados.

Por tanto, estas perspectivas implicarán:

- Una noción de sujeto y de subjetividad, construida colectivamente, en una


situación de encuentro con los otros. Categorías como deseo, inconciente,
afectos, no tendrán ningún valor operativo si no las vemos construidas en una
determinada persona en situación continua de encuentro.

7
- Una perspectiva clínica de la intervención, formulada a partir de desplegar
problemas y no de la aplicación de recetas a priori. Esto produce sentidos en
diferentes ámbitos:
o Comunitario o grupal
o Psicoterapéutico
o Nuevos ámbitos de intervención, como por ej., el campo de las
demencias.

- Implica en definitiva una tarea de deconstrucción y una crítica radical a


cualquier tipo de esencialismo o mecanicismo, sea este biológico, psicológico o
social. Una clínica del proyecto de vida consiste en definitiva, en “aceptar que
`la vida contiene e implica la precariedad del sentido en continuo suspenso, la
precariedad de los objetos investidos, la precariedad de las actividades investidas
y del sentido de que las hemos dotado'. El desafío es, para comprender el tema
del proyecto en la vejez, la aceptación de la precariedad de todos los proyectos
en todas las edades” (Berriel, Lladó y Pérez, 1995: 15).

Montevideo, agosto de 2006.-

Referencias Bibliográficas

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8
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