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TRANSFORMACIONES DEL SISTEMA UNIVERSITARIO

CHILENO: DESAFÍOS PARA LA PSICOLOGÍA


Gonzalo Miranda Hiriart 1

Esta mesa tiene como título: “La Universidad en Latinoamérica: Psicología y


transformaciones sociales”, fórmula que por sí misma hace detenerse. Se habla
de “La Universidad” con mayúscula, y uno no puede dejar de pensar si no
convendría más hablar de “universidades” en plural, pues podemos ver como
en estas últimas décadas en el mundo, no sólo en nuestro continente, se ha
desdibujado y diversificado, desde muchos puntos de vista, la institución
universitaria clásica. Por otra parte, parece que se asume que la Universidad –
con mayúscula- tiene algo que ver con el cambio social, siendo la Psicología un
mediador, algo que quizás imprime un sello particular a esta acción
transformadora de la Universidad. Sin embargo, a lo menos viniendo de Chile,
es imposible resistir la tentación de invertir el título y poner primero a las
transformaciones sociales –y económicas-, luego a la Universidad, para
finalmente ver los efectos que producen estas transformaciones en la formación,
en la disciplina, y en el ejercicio profesional de los psicólogos. Algo así como:
“Transformaciones sociales: Universidad y Psicología”.

Ignoro la situación ecuatoriana, pero en Chile, tendríamos que decir que desde
los años ‘60 hasta hoy ha aumentado de manera consistente y sostenida la
matrícula en Educación Superior. Particularmente entre 1964 y 1973. Luego del
Golpe Militar se observa una brusca baja hasta 1981, año en que se cambia el
marco legal regulatorio de la Educación Superior en el país y nuevamente la
matrícula vuelve a crecer. En 1980 la cobertura de Educación Superior (el
número de matriculados en relación a la cantidad de jóvenes de entre 18 y 24
años) era de un 7,4%. En 1990 la matrícula en Educación Superior correspondía
al 14,2% y el 2005 al 33,3%. La tasa de crecimiento observada es del 8,9%
anual durante este período, lo que proyectado al futuro, llegaría al 50% el 2010,
año del bicentenario de la independencia nacional.

Cabe señalar que el crecimiento de la Educación Superior se ha concentrado


básicamente en las universidades (y no en los Institutos Profesionales o en los
Centros de Formación Técnica). Este dato no es menor porque las universidades
ofrecen carreras largas y costosas. Además, hasta el año pasado, las
universidades eran las únicas que permitían el acceso al crédito y a becas, lo
que significaba una enorme barrera para familias de sectores medios y bajos.
Hay que agregar que en Chile no hay universidades gratuitas. Hasta 1981, todas
las universidades existentes, estatales o privadas, recibían aporte fiscal directo
–y esas mismas instituciones lo siguen haciendo-. A partir de ese año se crean
universidades privadas que no reciben aporte fiscal. Sin embargo, ambos tipos
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Director del Departamento de Psicología de la Universidad Católica Silva Henríquez, Chile.

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de universidades, las antiguas y las nuevas, cobran aranceles, y a lo menos en
Santiago, las instituciones con aporte estatal no son las más baratas. Sólo a
modo de ejemplo, les cuento que el arancel promedio de las carreras de
Psicología es actualmente de unos 2.180.000 pesos chilenos anuales,
aproximadamente unos 4.075 dólares. Eso es apenas quinientos dólares menos
que el ingreso per cápita promedio.

En suma, el sistema universitario chileno privilegia básicamente a jóvenes de


los sectores socioeconómicos más altos. Además que existe una clara
correlación entre los puntajes de la Prueba de Selección Universitaria y el tipo
Enseñanza Media (Particular, Subvencionado, Municipal) y entre ésta y el
nivel socioeconómico. Por tanto, las universidades con aporte del Estado –que
son las que captan los mejores puntajes- son las más elitistas, seleccionan a los
mejores alumnos que a su vez provienen de las familias de mayores ingresos,
que son las que pueden pagar colegios particulares.

En este contexto hay que empezar a hablar de la Psicología, que es una de las
carreras que más a crecido en estos 25 años. El crecimiento de la matrícula en
la Educación Superior chilena no sólo ha sido desigual en términos
socioeconómicos, sino también en cuanto a las áreas del saber. Mientras salud
y tecnología han aumentado apenas su oferta, las áreas de ciencias sociales –
particularmente Psicología-, derecho y administración han crecido notablemente.

La formación de psicólogos en Chile comienza en la Universidad de Chile en


1946 y diez años más tarde, se crea la Escuela de Psicología de la Pontificia
Universidad Católica. Hasta la década de los ‘80 existieron sólo estas dos
escuelas, con un número aproximado de 110 vacantes. Hoy tenemos, sólo en
Santiago, más de 2.500 vacantes para el primer año (vacantes que se ocupan
en un 90%) repartidas en 27 escuelas (a nivel nacional tenemos ya 76
programas de formación). El año 2005, la cantidad de personas estudiando
Psicología en Santiago superaba las 11.000, y a nivel nacional, tenemos más
de 21.500 estudiantes de Psicología. Podemos decir entonces que en el último
cuarto de siglo la matrícula de Psicología se ha multiplicado 43 veces en nuestro
país. Y eso, obviamente tiene consecuencias.

Todo indica que las carreras de Psicología son un buen negocio, las escuelas
siguen proliferando y la matrícula no se ha estancado como se supuso en algún
momento. Para quienes las implementan parecen ser de bajo costo en inversión.
Particularmente en infraestructura. Pero también en personal y en otros costos
asociados. Recién en estos últimos años, a propósito de la creación de un
sistema de acreditación nacional de instituciones y programas, aumenta la
preocupación por la calificación de los docentes, por la creación de equipos
estables, y por generar investigación.

La perplejidad del gremio no ha sido poca. La desconfianza especialmente ante


las nuevas universidades privadas, y las voces apocalípticas están a la orden del

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día. Nos cuesta asumir sin embargo que es la Universidad tradicional –esa que
se escribe con mayúscula y en singular- la que está cambiando, porque el
modelo de desarrollo en nuestro país es otro. Nos duele tal vez ver como la
institución universitaria se ha alejado del Estado y queda a merced de las leyes
del mercado. Y también que la relación entre estudios universitarios y
empleabilidad futura es ahora mucho más incierta. Y la nostalgia por el pasado a
veces no nos deja ver con claridad los desafíos actuales que es a lo que me
quiero referir.

En primer lugar, tenemos una serie de desafíos en cuanto a la formación misma.


Ya se ha ido instalando y legitimando un mecanismo de aseguramiento de la
calidad con participación del Estado y de los pares. En 1999 se creó,
tímidamente, la Comisión Nacional de Acreditación de Pregrado en Chile, y hace
algunos meses, la acreditación se ha convertido en ley. Podrá tener una serie de
defectos, pero con ello, las escuelas de Psicología han comenzado a dar cuenta
de sus propósitos, de su integridad institucional, de su estructura organizacional,
de sus resultados financieros, del perfil de egreso y de su estructura curricular,
de sus recursos humanos, de los resultados de sus procesos de enseñanza, de
su infraestructura, y de los mecanismos de vinculación con el medio. Sin
embargo, tenemos aún una tarea pendiente en el campo didáctico. No hemos
readecuado las prácticas docentes, tanto a los requerimientos de un medio
laboral cambiante y problemático, como también al nuevo tipo de estudiantes
que llega a las aulas universitarias. Las universidades chilenas no saben trabajar
con un joven promedio; siempre han sido pensadas paras las elites
intelectuales, y de hecho, sería bueno que las escuelas de mayor prestigio
pudiesen probar que sus resultados formativos no se deben a la selección
automática que se produce a la entrada. Debemos poner al servicio de la
formación de nuestros futuros colegas todo lo que nos entrega la psicología
educacional, de forma de generar aprendizajes significativos y efectivos en una
población diversa, de desarrollar las competencias académicas y profesionales
que supone – y ahí tenemos otro desafío: ponernos de acuerdo- un egresado de
Psicología. O sea, nuestra primera tarea es repensar la docencia. Por cierto,
esto es también promover una mayor equidad del sistema.

En segundo lugar, debemos reconocer que la expansión en el número de


escuelas y estudiantes no ha estado a la par con el desarrollo de la disciplina
misma. No sólo porque la investigación no ha crecido proporcionalmente, sino
también, porque el ajuste en la duración y creditaje de las carreras ha disminuido
el nivel de profundidad con que se estudian los conceptos, teorías y distinciones
propias y clásicas de la Psicología. Por otra parte, el énfasis en competencias
genéricas que han puesto algunas escuelas como una manera de responder al
perfil de ingreso de los nuevos estudiantes, o el énfasis en la profesionalización
de otras que ofrecen carreras más del gusto del consumidor, ha significado una
mengua o derechamente una banalización de la cultura psicológica. Es triste ver
por ejemplo que haya psicólogos que conozcan a autores como Freud, Jung,
Rogers, Skinner, Frankl, etc. sólo a través de manuales. Otro desafío entonces

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es el aseguramiento de una apropiación reflexiva y contundente de la tradición
teórico-conceptual de la disciplina psicológica en los estudiantes.

Por último, el tercer desafío, aquel que se ve más lejos todavía, es hacer de las
escuelas y departamento de Psicología centros capaces de aportar a la reflexión
y a la discusión pública. En un país como Chile, donde parece haber un
importante grado de consenso –o a lo menos de inercia- sobre el modelo de
desarrollo y el enfoque de las políticas públicas, las universidades parecieran ser
los lugares privilegiados donde no reducir el debate a cuestiones prácticas, sino
donde se puedan discutir cuestiones de fondo. Más aún en las instituciones que
no tienen compromisos financieros con el Estado, y que ya han comenzado un
proceso de tímida diversificación ideológica y especialización temática. En mi
opinión, una universidad que no sólo aspira a formar buenos técnicos, sino
profesionales capaces de aportar a la cultura y a la comunidad nacional, debe
tener un rol vigilante y crítico. Pienso que el sentido de ser de las escuelas de
Psicología en un país donde ya hay muchas, no es tanto la formación de capital
humano, de profesionales que sirvan como soporte a las economías cada vez
más competitivas, sino el generar y sostener opinión calificada en temas de
interés público. La ausencia casi total de debate y la reducción de la discusión a
cuestiones empíricas menores al interior de las unidades académicas, ponen en
cuestión la relevancia y la pertinencia social de la Psicología.

Quito: 7 de agosto del 2006

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