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SALUD Y POLITICAS PÚBLICAS.

El trabajo del psicólogo en el campo de la seguridad humana

Prof. Psic. Víctor Giorgi

I. INTRODUCCIÓN

Los niveles de salud de una población no solo dependen del sistema de


Atención a la salud sino de aspectos como la calidad de vida y los
dispositivos de protección. La organización sanitaria constituye el
componente formal como parte del Sector Salud del que depende el
Modelo Prestador del Sistema de Salud.
Por otra parte las personas de su vida cotidiana, en interacción entre sí y
con el medio y con otras organizaciones e instituciones constituyen un
verdadero “SISTEMA DE PRODUCCIÓN DE SALUD”. Ambos
componentes se incluyen en lo que la OPS denomina “MODELO SOCIAL
DE PRÁCTICAS DE SALUD”
La experiencia acumulada en servicios del primer nivel de atención nos
permite reconocer 4 elementos que –siguiendo a M. Max Neef pueden
considerarse como “satisfactores sinérgicos” dada su relevancia para la
calidad de vida y que a su vez operan como “factores protectores” de la
salud y de la vida.

Ellos son:
1. Amplitud y riqueza de las “redes sociales” con que cuentan las
personas y los colectivos.
2. La pertenencia a una tradición cultural con sus consiguientes
modelos, mandatos apoyaturas (etnicidad)
3. La inclusión socio-institucional como inscripción en proyectos
colectivos que trascienden al sujeto a la vez que proporcionan
oportunidades para desarrollar sus potencialidades.
4. Participación y ejercicio de ciudadanía como incidencia de individuos
y grupos en decisiones colectivas ejerciendo su capacidad de
propuesta y asumiendo un rol en la defensa de sus derechos
(fortalecimiento)
Estos “satisfactores” guardan una relación de “causalidad circular” o
“recurrente” con la salud y la calidad de vida operan como “protectores a
la vez que son expresiones de ella.
A su vez no pueden considerarse como una “estructura de oportunidades”
externa a las personas. Se trata de espacios co-construidos en la relación
sujeto – medio. Toman sentido en la medida que las personas se apropien
y las recrean.
En nuestro país la llamada “crisis del 2002” dejo al descubierto procesos
acumulativos de deterioro de los factores y sistemas de protección
derivados de la aplicación de cierto modelo socio – económico y la
propuesta ideológico cultural que la acompañó.
La sociedad uruguaya a sufrido el empobrecimiento no solo en el acceso a
bienes y servicios sino que afecta al conjunto del tejido social.

En este escenario hemos identificado 3 procesos interrelacionados que se


encuentran fuertemente instalados en la sociedad uruguaya y que se
asocian a muchas de las expresiones de sufrimiento que saturan los
servicios de salud:
Ψ Construcción social de la desesperanza
Ψ Construcción social de la soledad
Ψ Construcción social del desamparo

Estos tres procesos son producidos por un conjunto de factores


fuertemente correlacionados: deterioro de la autoestima y vivencia de
impotencia ante la adversidad (“locus de control externo”); ausencia de
futurización; privatización de la culpa; deterioro de la solidaridad y sus
redes; retracción e ineficacia del Estado como garante de protección
asociado a la crisis de la familia y el deterioro de las organizaciones
comunitarias. También debe incluirse el efecto de la ética liberal con su
predica individualista y fuertemente antisolidaria.
Se produce así una “CRISIS DE PROTECCIÓN Y CUIDADO” que altera la
dinámica “ser cuidado” “cuidarse a sí mismo” “cuidar a otros”.
Se configura así una “crisis de seguridad humana”. Este concepto –
consagrado por las Naciones Unidad- refiere al derecho de las personas y
colectivos a vivir seguras y prosperar en paz a partir de sus propios
proyectos con niveles aceptables de satisfacción de necesidades y respeto
de sus derechos. “La seguridad humana requiere enfrentar dos maneras
básicas: al ataque, o sea a ser agredido y a la miseria o sea la
imposibilidad de organizar proyectos de vida y estrategias de
sobrevivencia dignas dentro de una calidad de vida aceptable”
(Domínguez – Di Nella 1999)

II. EL CAMPO DE LA SEGURIDAD HUMANA

En un intento de conceptualizar esa compleja trama de fuerzas que


incluye a las personas y su entorno a la noción de campo iniciada por Kurt
Lewin tomada por E. Pichon Riviere y reformulada por autores como
Laframboise (1973) y Lalonde (1974), como "campo de la salud". A partir
de estas elaboraciones llamamos "campo de la seguridad humana" a ese
espacio dinámico constituido por una trama de factores en acción,
interacción y retroacción del cual emergen las tensiones entre amenazas y
oportunidades, potencialidades y carencias a partir de las cuales las
personas y las comunidades procuran elaborar y desarrollar sus proyectos
y estrategias de vida. En el se configuran un equilibrio dinámico entre
derechos, necesidades y satisfactores que da lugar a una cierta “calidad
de vida”.
En condiciones de pobreza y vulnerabilidad dicho campo adquiere
características singulares que a su vez condicionan la producción de
ciertas subjetividades “Entiendo por producción de subjetividades las
diferentes formas de construcción de significados, de interacción con el
universo simbólico-cultural que nos rodea, las diversas maneras de
percibir, sentir, pensar, conocer y actuar; las modalidades, los modelos de
vida, los estilos de relación con el pasado y con el futuro, las formas de
concebir la articulación entre el individuo (yo) y el colectivo (nosotros). Es
parte de los procesos de autoconstrucción de los seres humanos a través
de sus practicas sociales". (Giorgi, 2003). Estas subjetividades a su vez,
recurren sobre el campo de que son producto pasando a formar parte de
su "entramado causal".

Programas y servicios destinados a la protección de Derechos


calidad – accesibilidad – capitalización

Ecosistema
humano Protección
Estilos
fortalezas y vulnerabilidad de
vida
debilidades

Características demográficas
y biológicas de la población

Dicho campo está delineado por cuatro series de factores en permanente


interacción:

ψ Calidad, accesibilidad y posibilidades de capitalización de los


servicios públicos destinados a la protección de los derechos.
Incluimos aquí los programas sociales destinados a atenuar la pobreza así
como el sistema de atención a la salud y la educación.
Clásicamente las barreras a la accesibilidad se clasifican en económicas,
geográficas, culturales, políticas y administrativas. A partir de la
experiencia acumulada en los últimos años hemos comenzado a plantear
la existencia de la accesibilidad psicológica. Esta se refiere al conjunto de
condiciones afectivas, cognitivas y vinculares que permiten el acceso del
usuario al servicio y posibilitan sustentar el acuerdo de trabajo con el
técnico y la institución.
Incluye: percibirse a si mismo como sujeto con derecho a la atención a
partir de lo cual se legitima la inversión de tiempo, dinero y energía,
muchas veces postergando otras obligaciones; considerar a la institución
prestataria y sus técnicos como capaces de comprender su situación y
darle ayuda. Y reconocerse con las capacidades y potencialidades que
permiten capitalizar esa ayuda.
La baja autoestima, las urgencias por satisfacer necesidades inmediatas y
la culpa por postergar necesidades de terceros operan como barrera en la
accesibilidad tanto a los servicios de salud como a instituciones educativas
y programas sociales orientados al desarrollo personal y el autocuidado.

La calidad y accesibilidad no garantizan por sí solas la equidad. Muchas


veces las condiciones de pobreza inhiben en tal grado las potencialidades
de las personas que no pueden capitalizar las supuestas oportunidades
que le brindan los sistemas de protección y ayuda. La cobertura casi
universal de la educación primaria en nuestro país y el fracaso selectivo
que al interior de las instituciones educativas sufren los niños
provenientes de hogares pobres es un claro ejemplo de esto.

ψ Deterioro del ecosistema humano tanto en los aspectos físicos


como socio
relacionales, contaminación, precariedad de vivienda y servicios,
hacinamiento;
deterioro del universo simbólico propio de la cultura de pertenencia,
ruptura del tejido social, reducción y empobrecimiento de las redes
sociales de apoyo.
ψ Estilos de vida. Este concepto "se utiliza para describir (...) el
conjunto de
comportamientos que un individuo concreto pone en práctica de manera
consistente y sostenida en su vida cotidiana" y que resulta significativo
para protegerlo o colocarlo en situación de vulnerabilidad o riesgo.
(Morales Calatayud, 1999).

Incluyen aspectos relevantes para la calidad de vida tales como


alimentación, sexualidad, relación con el cuerpo, hábitos de crianza y
otros.

Trascienden los comportamientos aislados constituyendo "sistemas


actitudinales" acompañados de representaciones afectivas y cognitivas
que las sostienen y legitiman dentro de un determinado universo
simbólico.

Estos "estilos" se transmiten mediante mecanismos de aprendizaje,


enunciación y modelación tanto a nivel inter como intrageneracional.

La ecología de la pobreza favorece estilos de vida marcados por la


búsqueda de satisfacciones inmediatas incompatibles con proyectos a
mediano y largo plazo, con su consiguiente componente de
autodestrucción.

ψ Características demográficas y biológicas de la población.


Las comunidades con mayores carencias se caracterizan por desequilibrios
demográficos (infantilización o envejecimiento) que limitan su capacidad
de respuesta a la adversidad. También se observan efectos biológicos de
la pobreza: desnutrición, secuelas de enfermedades asociadas a sus
condiciones de vida.
Las múltiples pobrezas y el desamparo configuran un campo del cual
emergen una serie de problemáticas psicosociales: deterioro de redes
sociales con la consiguiente fragilización del sostén social y
empobrecimiento en la circulación de modelos; ausencia de proyectos
vitales (futurización); violencias múltiples; problemáticas en el área de la
salud sexual y reproductiva; adicciones; ajenidad del proyecto educativo
institucional; barreras en la accesibilidad a los servicios de salud;
fragilidad identitaria (identidad social, cultural y personal), síndrome de
indefensión adquirida (Seligman, 1989) deterioro de ciudadanía y renuncia
al protagonismo social y político.

III. RESTITUCIÓN DEL DERECHO A TENER DERECHOS

La implementación de políticas sociales participativas requiere estrategias


de intervención que pasen por el fortalecimiento de los sujetos y sus
comunidades para romper el circuito de pobrezas, revertir la exclusión e
iniciar un proceso de “restitución de derechos”. Dicha estrategia implica
articular la habilitación con la deconstrucción de las imágenes sociales
funcionales a la exclusión que operan tanto desde el conjunto social como
desde el propio sujeto excluido y su entorno.

Esto nos lleva a introducirnos en el análisis de una aparente paradoja que


atraviesa el diseño de las políticas participativas. El desarrollo autónomo
requiere apoyo y protección. Por el contrario la desprotección y el
desamparo favorecen el inmediatismo, la dependencia y la búsqueda de
“pseudo – proteccionismo” en referentes autoritarios.
La auténtica protección es aquella que habilita el crecimiento y el
desarrollo de las potencialidades.
La autonomía, la equidad, el posicionamiento del otro como sujeto de
derecho son acontecimientos sociales que implican redistribución de
poder; y el poder no se redistribuye en forma espontánea sino que
requiere de acciones claras y firmes de parte del Estado.
El proceso de restitución del Derecho a tener Derechos incluye varias
dimensiones que se articulan y entrecruzan entre sí: una dimensión
metodológico – instrumental, una dimensión ética y una dimensión
política, todas ellas atravesadas por relaciones vinculares donde los
operadores sociales, sean personas, colectivos o instituciones trabajan
desde la implicación.
Entendemos por implicación el manojo de vínculos conscientes e
inconscientes que atan al operador con la situación y las personas con que
trabaja. Incluye intereses, valores, necesidades, deseos, que de no ser
incluidos como material de análisis operan como “punto ciego”
favoreciendo alianzas contrarias al cambio y “contratos narcisistas” donde
el éxito de la intervención pasa por el acercamiento de los sujetos a
nuestras posturas y puntos de vista atentando contra su búsqueda de
auténtica autonomía.

La noción de vínculo introducida por E. Pichon Riviere hace referencia a


una modalidad de interacción que incluye a los actores singulares junto
con las mutuas representaciones sociales, imágenes, experiencias,
deseos, temores, de modo que en la singularidad del encuentro se
presentifican las historias personales y colectivas con su correspondiente
acumulación de existentes socio – históricos y psico – simbólicos. (Giorgi
1988)

¿Que representan ellos para nosotros?


¿Qué representamos nosotros para ellos?
Son interrogantes ineludibles al momento de analizar los logros y
dificultades de estos procesos.

En lo metodológico se trata de un proceso integral que incluye diferentes


dimensiones:
• Subjetiva: trabajando la autoestima, reestructurando la
autopercepción, revalorizando sus recursos para transformar
situaciones concretas de su vida.
• Relacional: procurar el reconocimiento hacia el otro y desde el otro.
Hacer circular la autoestima a nivel del grupo humano, respetar las
diferencias y ensayar formas de resolución de conflictos con respeto
recíproco.
• Identidad social: desarrollo de sentimiento de pertenencia.
Reconocer intereses, necesidades y derechos compartidos, ensayar
experiencias de accionar colectivo y matrices organizativas acordes
a su realidad.
• Pública – política: incursionar en el espacio público con posturas
críticas, autónomas que permitan desarrollar capacidades de
enunciación ante el estado y sus instituciones.

Este proceso no es lineal. En los distintos momentos se jerarquizan


diferentes aspectos reconociendo su interdependencia y cuidando la
integralidad.
Esta relación sinérgica entre distintos aspectos (condiciones materiales,
subjetividad, organización, criticidad, accionar colectivo) nos llevó a
plantear la noción de “punto crítico o de apalancamiento”. Esta noción
–tomada de la física- se refiere a aquellos momentos del proceso en
que la acumulación en una dimensión habilita el pasaje a otra (Giorgi,
V. 2000)

Esto nos ha permitido superar ciertas dicotomías que atentan contra la


integralidad de los procesos.
La atención de necesidades materiales habilita niveles de simbolización
que posibilitan trabajar sobre la autoestima. Esta a su vez facilita
actitudes activas al interior de los colectivos fortaleciendo capacidades
organizativas y desplegando habilidades para afrontar distintas
situaciones.
De este modo la exclusión -entendida como situación que compromete
integralmente a las personas- se desestructura gradualmente a través
de un proceso también integral que desatrapa al sujeto restituyéndole
sus derechos así como su autopercepción el reconocimiento social
como sujeto de derecho y las capacidades críticas y organizativas como
para operar en el espacio público desde su nuevo lugar.

Las distintas denominaciones que pueden darse a este proceso:


producción de ciudadanía, fortalecimiento, inclusión, emancipación,
restitución de derechos, encierran una “disputa de significados” mas
allá de lo cual todas estas expresiones condensan significados relativos
a la redistribución de poder.

Cada época, cultura, lugar, se caracteriza por un determinado


“diagrama” que da cuenta de las desigualdades en la distribución de
recursos materiales y simbólicos asociados a ciertas diferencias de
clase, etnia, género, edad o condición social.
Modificar dicho diagrama es siempre un acto político, entendiendo la
política como debate en torno al poder. No como administración del
“statu quo” ni como gestión eficiente de lo que hay, sino como
proyecto de transformación social.
Como dice C. Castoriadis “Solo la educación de los ciudadanos como
tales puede dar un verdadero contenido al espacio público. Pero /.../ no
es una cuestión de libros ni de fondos para las escuelas. Significa en
primer lugar y ante todo cobrar conciencia del hecho de que la polis
somos también nosotros y de que su destino depende también de
nuestra reflexión, de nuestro comportamiento y de nuestras decisiones,
en otras palabras, es participación en la vida política” (Castoriadis, C.
1998)
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